lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 18


Capítulo 18. Entre rosa y azul, ¡qué importa el color!
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Incluso si lo hubiera planeado de otra manera, Kise está seguro de que no habría resultado tan perfecto como fue. Aunque habían querido hacer esta reunión con su familia desde mucho antes, las circunstancias no les habían favorecido y terminaron posponiéndolo por cerca de un mes, hasta que el chico de rubios cabellos montó berrinche en casa exigiéndole a sus padres que dejaran de largarse por negocios y permanecieran al menos un fin de semana ahí.

– ¿Y cuál es el apuro por tenernos en casa, Ryota? – Su madre le había cuestionado con esa mirada acusadora bailándole en los ojos.

– Oh bueno, si fueras una mamá más común como el resto de las mamás te habrías dado cuenta de que algo sucede conmigo. Pero no, siempre viajando de un lado para otro en campañas de modelaje, y papá con sus negocios de nunca acabar. ¡Padres desnaturalizados! – Kise chilló al borde del llanto, acusando con el dedo a su progenitora y sollozando con dramatismo. Su madre enarcó una de las finas cejas y sentándose con propiedad en el sofá, dijo.

– He de suponer que este drama tuyo es resultado de esos cambios de humor que has tenido desde hace, al menos, un par de meses, ¿verdad? Y si piensas que no estoy para nada enterada del asunto es porque definitivamente no te ha despertado totalmente el instinto materno, pero ya lo descubrirás con el pasar de los años. Sé perfectamente que estás embarazado.

– ¿Q-qué? ¿Cómo? ¿Desde cuándo? ¡No es justo! ¡Lo has sabido desde quién sabe cuándo y ni un solo día tuviste la decencia maternal de decírmelo!

– Es porque eres tú quien debía ser honesto primero, Ryota.

– ¡Lo he intentado! ¿Por qué crees que te estoy diciendo que quiero que estén en casa?

– No encontraba necesaria tanta formalidad, con que lo hubieras dicho casualmente uno de esos días en que coincidimos en el desayuno o la cena…

– Es que no se trata solo de mí, mi novio quiere hablar con ustedes también. Pero nunca están.

– Vaya, tu novio quiere hablar con nosotros, ¿acaso piensa pedir tu mano? Porque dudo que quiera explicarnos cómo es que te embarazaste, o pedirnos disculpas por ello.

– Pues queremos decirles algunas de esas cosas, sí. Mamá, por qué actúas como si esto fuera la cosa más normal del mundo, o prácticamente como si no te importara.

– Me importa, por supuesto que sí. Pero un hijo, sobre todo con tu tiempo de gestación, no es un bebé al que vaya a renunciarse, así que no pensé que fuera extensamente necesaria mayor charla al respecto.

Kise resopló frustrado. A veces su progenitora podía parecer un ente demasiado indiferente. El rubio piensa que probablemente sea porque la mujer no ha asimilado del todo su papel maternal, siempre más preocupada por sus sesiones de modelaje o la última línea de su diseñador favorito. A veces, él detestaba haber seguido sus pasos. Y a veces, llegaba a comprender por qué fascinaba tanto a su madre ese mundo de glamour.

– Ya está.

– ¿Qué?

– Acabo de cancelar una sesión de fotos que tenía programada para este fin de semana. Cocinaré yo misma, así que dile a tu novio que su oportunidad es ahora. Hablaré con tu padre también.

– ¿En serio?

– Claro, ¿no estabas haciendo drama por eso?

Kise pucheó, pero asintió sin mayor resistencia. Un poco, solo un poco de berrinche había hecho, y ha sido porque sus padres le han orillado a eso.

--//--

Kasamatsu estaba un poco preocupado, cuanto más se acerca el día en que el bebé nazca, más cosas en las qué pensar le vienen a la mente. Sin embargo, por ahora lo que más le tiene con los nervios crispados, es un lugar donde vivir. No quiere terminar viviendo en casa con sus padres, ni mucho menos en la Mansión de su novio. La idea de rentar un modesto departamento es sumamente tentadora, y ya tiene varias solicitudes de empleo entregadas a comercios donde le puedan contratar a medio tiempo –tampoco quiere abandonar la escuela–; pero Kise insiste en que él puede darse el lujo de comprar una pequeña casita y todo el mobiliario básico.

– La cunita para el bebé, su cambiador y montones de peluches y juguetes. ¡Y no puede faltar nuestra recámara! Aunque dicen que los primeros meses prácticamente no se usa ni para dormir… – Exclamó pucheroso, imaginándose varias formas en las que sus momentos de intimidad con su novio se irán al caño porque su pequeñín tendrá prioridad y requerirá de toda su atención.

– ¡Ryota, maldición no pienses en cosas tan vergonzosas!

– Pero vergonzoso por qué… – Más pucheros… – Es perfectamente normal que hablemos de sexo. Además, no es como si haya quedado en este estado por obra del espíritu santo, ¿verdad?

– Bueno, no. Pero eso no significa que deje de ser vergonzoso que hablemos de sexo cuando debemos preocuparnos solo de otras cosas… – Refutó gruñón. El de ojos cromados resopló notoriamente frustrado, cansado tal vez. Cuando Kise decía blanco él pensaba en negro, y viceversa; de modo que era difícil acordar algo en situaciones así.

– Ya te dije que algunas cosas las puedo costear yo. Debería sacar algún provecho de la riqueza de mis padres, y sabes bien que también tengo una buena suma en mi cuenta personal. Es dinero mío y por supuesto que estoy dispuesto a gastarme hasta el último centavo si es para brindarnos tranquilidad como pareja y estar para nuestro bebé sin mayor preocupación que cuidar de él, nada de si se completa el dinero para la renta o tenemos o no para comer.

Cuando Kise soltó todo eso lo hizo casi por inercia. Luego la expresión ensombrecida de Kasamatsu le hizo morderse –figurativamente– la lengua, tal vez que sí se había pasado un poco. No es que él tenga malas intenciones, ni mucho menos que quiera hacer quedar en mal a su novio, tan solo está pensando en lo que considera mejor para ambos.

– Creo que lo mejor es dejarlo por ahora así. Ahora voy a retirarme primero, seguro que puedes pagar taxi para volver a tu casa, ¿verdad?

– Yukio…

– Hablemos luego, Ryota.

– ¡No! ¡Lo siento, sí! ¡No quise hacerte sentir mal, incómodo o lo que sea que te haya hecho sentir!

– Un inútil incapaz de hacer nada por su novio y su hijo, eso es lo que me haces sentir cuando hablas de comprar todo y tener todos los lujos posibles.

– ¡No es para nada eso lo que intenté decir! Yukio, solo quiero que estemos bien, tranquilos. No quiero ser un esposo que se queda todo el día en casa cuidando de nuestro hijo mientras te partes el lomo y duermes un par de horas todos los días porque tu vida se limita al trabajo y la escuela. No quiero estar solo, ni que nuestro hijo te vea contadas ocasiones.

– Tampoco quiero sentirme como un mantenido.

– ¡No vas a ser eso! Yukio, entiéndeme.

– Siempre, Ryota. Siempre trato de entenderte, la mayoría de las veces se hacen las cosas como quieres porque a pesar de que puedes parecer caprichoso y en muchas ocasiones realmente lo eres, me importas y quiero hacerte feliz, así que generalmente cedo. Ahora solo quiero que tú me entiendas a mí, los dos somos hombres en esta relación, pero para mí sería mejor si me dejaras tomar más responsabilidades que solo ser el que llegue a casa a rascarse el ombligo.

El rubio quiso refutar las palabras de su novio, pero entonces el de ojos cromados simplemente le calló besándole corto en los labios, acariciando sus cabellos y susurrándole al oído un “hablemos luego” que le supo amargo pero al mismo tiempo necesario. Kasamatsu tenía razón, necesitaba pensar un poco más en él, no solo en su imagen de una familia estable.


Aunque Aomine no es romántico, Sakurai ha terminado arrastrándole sutilmente a cambiar de muchas maneras. Si bien el moreno sigue siendo el chico insolente de carácter irritante y ególatra (además de celoso hasta el tuétano, que casi no quiere ni que volteen a mirar a su novio), también es ahora un chico algo menos hosco, y a veces hasta amable. Aunque mayormente sus gestos de amabilidad le vienen en exclusiva con Sakurai, el resto de los amigos se dan por bien pagados con ello.

– Te traje un panecillo de fresa, como últimamente se te antoja tanto… – Aomine dijo casi con desinterés, dejando la cajita sobre la mesa de trabajo de su novio, el receso de mediodía en la escuela estaba más que perfecto para aquellos gestos de su parte.

– ¡Gracias, Daiki~! – Al castaño le brillaron los grandes ojos color chocolate y sin remordimiento alguno asaltó la cajita, devorando uno de los cuatro panecillos en el interior, manchándose graciosamente las mejillas y dejando crema batida en sus labios.

– Ningún novio mío debería comer de esa manera, pero te lo paso porque eres tierno y sexy, y porque es nuestro hijo el que te hace comportarte así… – Señaló al tiempo que se empinaba para limpiar con su lengua aquellos rastros de panecillo, obteniendo ese sonrojo intenso en el rostro de un Sakurai que parloteó incoherencias por el atrevimiento de su novio de hacer aquello en plena aula de clases… – Hoy vamos a visitar una casa que vi en los suburbios.

– ¿Eh?

– Te dije que iríamos a ver casas para elegir la nuestra.

– Creí que había sido alucinación mía.

– Pues te aviso que no. Aliméntate bien que necesitarás energías.

– ¡Sí! – Sakurai sonrió ampliamente, avergonzado pero feliz. Tomó un segundo panecillo y le ofreció a su novio, el moreno negó pero no desaprovechó la siguiente oportunidad para limpiar atrevidamente los rastros del rostro del castaño.

– Ryo idiota… – Sonrió altanero, besando el puchero en labios de su novio, acariciándole la tripa y más al sur alterándole los sentidos al más joven… – Pensándolo bien, puede que necesites energías para otra cosa.

– ¡Aomine-senpai! – Exclamó más que avergonzado, apartándole de un empujón (aunque su fuerza no era superior a la del moreno) y murmurando por lo bajo otras cosas. Aomine se rió de buena gana, sentándose en su sitio detrás del castaño y pensando en las cosas que le hará.

No sé si es cosa del embarazo o qué, pero últimamente lo encuentro más sexy y tengo ganas de morderlo todo el tiempo… – Aomine pensaba, mordiéndose el labio sin apartarle la mirada de encima a Sakurai.

Sus pensamientos sin embargo parecían cruzar algún puente telepático porque el castaño estaba sufriendo espasmos que le subían un calor que envolvía su cuerpo de una manera que sabe bien, le asalta solo cuando sus hormonas se encienden.

Aomine-senpai debe estar pensando cosas pervertidas… – El castaño gimoteó al tiempo que se comía su tercer pastelillo. Ese día iba a ser más que largo, larguísimo.

A menos claro que Aomine se lo rapte como de hecho ya lo estaba planeando. Aunque montárselo en algún aula abandonada de la escuela siempre era un arma de doble filo.


Kagami estaba más que resuelto a ser buen novio y padre. Por eso se esfuerza todos los días por no perder los estribos cuando Kuroko tiene uno de esos cambios de humor que nunca sabe de dónde vienen o por qué.

– Tetsuya, no te estoy siguiendo el hilo.

– ¡Porque no me prestas atención, Taiga insensible!

– ¿Ah? Pero si acabo de llegar y lo primero que haces es lanzarme el cojín a la cabeza y llorar por no sé qué… – Reclamó frunciendo el ceño, arrepintiéndose al instante pues el peliazul comenzó a hipar murmurando más cosas en su contra… – Oye, Tetsuya; en serio, sino me explicas no entiendo qué hice mal esta vez.

– Me dejaste botado… – Sollozó.

– ¿Ah? ¿Cuándo hice eso?

– Te dije que tenía antojo de batido de vainilla.

– Sí.

– Y estuve esperándote en el maji burger, pero nunca llegaste. Taiga es malo conmigo… – Lloró más, cubriéndose el rostro con las manos mientras las gruesas lágrimas corren por sus mejillas mojándole hasta el cuello.

– Esto… Tetsuya… Hey, amor…

– ¡Ningún amor! me dejaste esperándote como idiota~

– Pues, no tenía idea que teníamos una cita. Tenía que presentarme a trabajar y los chicos dijeron que te acompañarían por ese batido de vainilla. Lo siento Tetsuya, sé que soy un borde, pero no te pongas mal, ¿sí? Le hace daño a nuestro bebé… – El pelirrojo le abrazó con cariño, suspirando para controlarse a sí mismo antes que decir alguna idiotez. ¿Cómo espera Kuroko que le adivine el pensamiento?

– Tu hijo y yo no queríamos tomar batido de vainilla con los chicos, sino contigo… – Gimoteó, aunque más tranquilo mimándose en brazos del más alto.

– Lo sé, pero nuestro pequeñín y tú deben saber que si no estoy con ustedes es porque tenemos muchos ahorros que hacer todavía. Lo sabes, ¿verdad?

Kuroko asintió dejándose hacer mientras Kagami le limpiaba con los pulgares las lágrimas. Luego lo abrazó fuerte aferrándose a su cuello, recostándose en el sofá y tirando de su novio.

– Lo siento, a veces me olvido que hay prioridades para ti ahora. Es solo que me siento solo cuanto tú no estás, Taiga.

– A mí también me haces falta cuando no estás conmigo. Pero será solo por un tiempo, en lo que nos estabilizamos como familia. Recuerda que no somos solo tú y yo, ahora ambos tenemos que ver por nuestro bebé.

– Taiga, cuando dices cosas tan maduras como esas siento que te amo más.

– Tonto…

Luego a ese sonrojo del pelirrojo le siguió un beso. Dulce y largo. Luego otro, y otro, y muchos más. Y tras cada uno de aquellos besos aumentaba la confianza, se humedecían los labios y exploraban la cavidad bucal del otro a conciencia, jugaban a besarse de una y mil maneras. Se entregaban el amor por el amor, casi inocente y sin mancha de malicia alguna, del deseo puro que nace de corazones complementarios; de las ganas de explorarse, como si cada vez fuera la primera.


Kiyoshi ha llegado con aquella sorpresa para su novio, Izuki rompió en llanto conmovido por el detalle. No parece nada del otro mundo, pero para ellos dos los pequeños detalles resultan los más significativos. El corazón de hierro supo desde el instante en que observó aquella pluma fuente en el escaparate de la tienda, que sería un buen obsequio para su novio.

– Para que anotes todas esas buenas ideas que se te ocurren cuando no puedes dormir por la noche o cuando te aburres en clases.

– No todas son buenas ideas, pero me encanta Teppei… – El chico ojo de águila le sonrió radiante, depositando un dulce beso sobre los labios de su novio. Admirando luego con asombro los detalles de la pluma, la suave textura y la fina punta. Además, le había regalado también un cuadernillo con hojas de papiro y portada de cuero… – Creo que lo usaré para hablar de nuestra familia, y también podríamos poner fotos, o podrías dibujar en él.

– ¿Ves? Tienes excelentes ideas, Shun… – El más alto sonrió enternecido, atrapándole por la cintura e inclinándose para alcanzar los labios de su novio.

– Estoy nervioso, Teppei. Querrás a nuestro bebé sin importar si es niño o niña, ¿cierto? – Y es que la eco en la que conocerán el sexo de su bebé será al día siguiente. Los cuatro meses de gestación de Izuki han llegado.

– Por supuesto que sí. Le amo ya, desde el momento en que me dijiste que estabas embarazado, amé saber que seríamos padres, Shun.

– Igual estoy nervioso~ hay que pensar en un montón de cosas, comenzar a comprarle ropita y todo eso.

– Tenemos tiempo, y yo estoy contigo, así que está bien si sientes nervios, vamos a compartirlos para que así no te estreses, ¿te parece? – Dijo mimándole, queriendo de pronto tener el poder de hacer avanzar el tiempo a su antojo y que llegue ya el día del nacimiento de su bebé.

– Me parece… – Izuki asintió, colgándosele del cuello y pensando seriamente en encerrarse en la habitación, ignorar el llamado de su madre para que se acerquen a comer galletas recién horneadas y debatiéndose entre satisfacer el repentino apetito que le estaba haciendo gruñir las tripas… – A este paso engordaré como ballena… – Comentó frunciendo los labios.

– No digas eso. Subirás de peso lo necesario, pero te pondrás cada día más bello que el anterior, y todo eso porque llevas a nuestro bebé en el vientre.

– Ah, también engordaré porque tú eres demasiado dulce, Teppei. Así que todo será culpa tuya… – Izuki le empujó encaminándose al comedor, escuchando la risa boba de su novio a sus espaldas. Le daría diabetes de tanto amor dulce de parte de Kiyoshi. Y honestamente, no le importa ni se queja.


Takao ha descubierto que sí, es un pervertido total. Porque incluso si le trata con supuesta indiferencia, Midorima es perfectamente capaz de alterarle las hormonas.

– Te comportas como un gato en celo, Kazunari… – El ojiverde se quejó afilando su mirada al percatarse de las intenciones de su novio, que intentaba colar su mano entre los pantaloncillos del mayor.

– Tal vez es que soy un gato en celo, miau~ – Maulló deliberadamente, y con esa sensualidad gatuna que le salía tan natural, el pelinegro se deslizó hasta alcanzar a su novio, maullando más cerca de su oído, palpando todo cuanto estaba a su paso, queriendo encender el deseo del ojiverde también.

Y la verdad, no resultaba tan complicado. Midorima está seguro de que sufre de alguna especie de embrujo, quizá que se lió con Takao en alguna alineación astral o algo por el estilo, porque la libido que se le enciende no le parece del todo normal. Aunque, siendo adolescentes…

– Desnúdate, Kazunari…


Continuará……

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