Capítulo 17. Para domar a la bestia, tiernos pucheros
~~*~~
Aomine se había quedado tildado, sofocado en
el umbral de la sorpresa con espasmoso trance. Sakurai ha seguido su camino
cual si no hubiese dicho nada, le ha llamado con voz suave y una linda sonrisa
esperando sacarle del sopor; el moreno sin embargo no ha emitido un solo
sonido, y cuando el castaño ha intentado tironear de su novio para hacerle
andar, las piernas de éste se han doblegado y la conciencia le ha abandonado.
El indomable Aomine Daiki se había desmayado.
Sakurai chilló tomado totalmente por sorpresa, jamás se hubiera imaginado esta
reacción de parte del moreno, no de él. Le socorrió como pudo, sentándole en
una banca y abanicando con un cuaderno el rostro del moreno brindándole un poco
de aire, al menos la gente que iba pasando por esa calle solo les miraba pero
seguía su camino, lo que menos quería entonces era más atención de la necesaria.
Un par de minutos después los ojos azul metálico se abrieron paso por debajo de
los párpados.
– Estás muy guapo, Ryo… – Dice de pronto,
alzando una mano y atrapando entre sus dedos un castaño mechón.
– ¿Te golpeaste la cabeza, senpai? –
Cuestiona con rintintin avergonzado.
– No… – El moreno se incorporó, aunque le
dolía un poco la nuca duda mucho que sea por haberse golpeado. Ah sí, es por la
impresión de la noticia… – Recuérdame, ¿dijiste que estás embarazado? – El
castaño asintió, luego el moreno volvió a recostarse en su regazo ignorando
deliberadamente el reclamo de su novio respecto al horario y las clases por
comenzar… – ¿Desde cuándo lo sabes?
– Un mes quizá.
– ¿Y apenas me lo dices?
– Quería decirte, pero temía tu reacción,
Aomine-senpai… – El castaño dijo sin mover siquiera un músculo. No tiene miedo
de ver venir un golpe ni mucho menos, es un estado relajado simplemente… – No
éramos novios cuando me enteré, y estábamos mal porque me hacías sentir como un
pasatiempo. Luego tuve de todas maneras mis temores, ha sido como un sueño
salir contigo, que me trates así. Creo que solo tenía miedo de que resultara
solo eso, un sueño.
Aomine suspiró pesadamente, pateándose
mentalmente por la cantidad de idioteces que su personalidad podía conseguir.
Su Ryo teniendo miedo de su poco, por no decir nulo, tacto y sensibilidad.
– Ven aquí.
– ¿Eh?
– Anda, date prisa Ryo… – El moreno ordenó con su típica voz monótona y esa
mirada aburrida que le caracteriza. El castaño hizo caso, inclinándose como si
esperara que en cualquier momento le dijera “suficiente”… – Eres mío, jamás
haré nada que te lastime otra vez, Sakurai Ryo.
– Daiki… – Susurrar el nombre del moreno fue
lo único que pudo hacer antes de que sus labios finalmente toparan con la boca
de su novio.
Aomine nunca le había besado con aquella
dulzura. Tan sutil, tan entregado, tan suave que casi le parece que es la
primera vez que le besa. Sakurai se permite un suspiro aún con sus labios
pegados a los del moreno, aquel pequeño movimiento le sirve de pretexto a
Aomine para colar su lengua; no es sin embargo solo el roce húmedo cargado de
pasión, es un toque erótico como romántico, la forma en que se fricciona contra
su lengua, o en que le roza el paladar y furtivamente se pasea por sus paredes
bucales, es tan suave que le hace
enrojecer furiosamente del rostro pues toda esa dulzura a él le dispara el
deseo y la timidez a partes iguales.
Una exhalación enamorada escapa de su boca
cuando rompen el beso, castos besos cortos caen sobre sus labios y Sakurai
juraría que en ese preciso instante no hay más que algodón bajo sus pies.
Aomine sonríe con ese dejo de prepotencia que baña incluso su mirada. Nunca
había besado así porque nunca le había nacido como justamente en aquel
instante.
– ¿Sabes? Acabo de darme cuenta de algo, Ryo.
– ¿Qué cosa?
– Que puedes hacer de un bestia como yo un
cursi idiota enamorado, porque te amo, Ryo.
– A-Aomine… – El castaño abrió sus grandes
ojos chocolate de par en par. Demasiadas emociones en muy, muy poco tiempo. Se
le cristalizaron las pupilas y de auténtica felicidad terminó repartiendo besos
por el moreno rostro de su novio.
Aomine sonrió dejándole hacer lo que
quisiera, importándole un reverendo cacahuate que la gente les estuviera
viendo. Y que cualquiera se atreviera a decir algo, porque entonces la bestia
iba a surgir con creces y patearía traseros. Sí, bueno eso en dado caso de que
cualquier idiota les arruinara el momento.
– ¿Entonces cuánto exactamente se supone que
tienes?
– Cuatro meses.
– ¿Cuándo se nota? Ya sabes, la… ¿panza? ¡Y
no estoy diciendo que vayas a estar gordo! – Aclaró ni bien un puchero comenzó
a brotar en los labios del castaño… – Joder, voy a necesitar muchísima
paciencia.
– Y eso que no tienes, Aomine-senpai.
– Daiki. Joder Ryo, llámame por mi nombre.
– ¡No quiero! – Renegó con puchero en los
labios, volteándole infantilmente la cara. Aomine se cubrió la cara con la
mano, suspirando y maldiciendo por lo bajo.
Sí, definitivamente iba a necesitar grandes
dosis de paciencia. Honestamente, no es que él sea malo siendo paciente, de
hecho lo es que por algo ha sido perfectamente capaz de aguardar por… No,
realmente no hay manera de ayudarlo, es impaciente y punto.
~*~
A Kasamatsu le tenía sumamente nervioso tener
que hacer esto. Incluso si estaba listo para hablar con sus padres, los nervios
eran inevitables. Que Kise hubiese querido presentarse tan elegante y guapo, le
ponía un poco a la defensiva.
– No tenías que arreglarte como si fueras a
una entrega de premios o algo así.
– ¿Fue exagerado? – El rubio se miró a sí
mismo. Lleva traje oscuro, tan pulcramente ataviado de pies a cabeza que el de
ojos cromados se preguntó si no venía de una sesión de fotos para alguna de
esas revistas de renombre internacional para la que suele trabajar… – Yukio,
¿no te gusta?
– Estás perfecto, Ryota. Aunque claro, tú
siempre lo estás.
– No ha sonado precisamente a halago… – Se
quejó con un ligero mohín de disgusto. Kasamatsu suspiró tallándose las sienes.
– Lo siento, estoy nervioso. Ya estamos
llegando a mi casa, mis padres están esperando porque saben que tengo algo muy
importante que decirles sobre mi futuro, y dudo francamente que estén esperando
siquiera de broma algo como esto.
– Yukio, si no quieres…
– Sí quiero… – Le interrumpe de tajo… – Estoy
nervioso nada más, pero no estés dudando de que quiero hacer esto. Vamos a
entrar y decirles que estamos enamorados, que estamos saliendo desde hace
algunos meses, y que serán abuelos dentro de poco.
Kasamatsu ha dicho de corrido, probablemente
dándose valor a sí mismo. Está por dar un paso estratosféricamente grande. Kise
asiente, se quita el saco de su traje y lo cuelga al hombro, desanuda la
corbata y deshace los primeros botones, se revuelve el cabello y relaja el
cuerpo. Mira a su novio de soslayo y sonríe, sabe que así le gusta más. Aunque
se había esmerado en tratar de lucir maduro
para los padres de su novio, comprende que no necesita aparentar nada, que para
mismo Kasamatsu su espontaneidad y naturalidad es más convincente.
– Ryota…
– ¿Qué?
– Estás hermoso así… – El de ojos cromados
dice. Cuando el rubio está por preguntar a qué se refiere siente la mano de su
novio caer sobre el ligero bulto en su vientre. Tiene poco más de cinco meses y
ya comienza a ser notorio su estado, aunque nada demasiado llamativo.
– Gracias… – Sonríe enternecido, tanto que
incluso siente repentinas ganas de llorar.
– Vamos, no llores o pensarán que te he hecho
algo malo.
– Es que me has conmovido… – Gimotea.
– Oye, como si no te dijera cosas así todos
los días.
– Bueno, tal vez no tan significativamente
como ahora. Es muy diferente porque vas a presentarme con tus padres como tu
novio… – Solloza.
– Sí, pero tranquilízate Ryota… – Sujeta su
mano y entrelaza sus dedos. Kise abre los ojos desmesuradamente, están en la
puerta de la casa de su novio. ¿Acaso piensa entrar con sus manos así?
La respuesta le llegó al segundo, cuando
cruzaron el umbral con las manos entrelazadas y Yukio se anunció en casa con
una sonrisa. Sus padres se asomaron de inmediato, las miradas de ambos
progenitores fueron de las caras de los muchachos a sus manos en varias
ocasiones. Luego un “oh” escapó de
labios de la mujer, mientras que el hombre murmuraba un “necesito un trago” que le hizo sentir nervioso.
– Es un buen inicio Ryota, créeme. Vamos.
Esa tarde Kise Ryota comprendió a cabalidad
que la personalidad de su adorado novio no venía de herencia, no señor. Porque mamá suegra –como el modelo le ha
nombrado ya en pensamientos– es un amor de persona, súper amable y alegre,
cocina pastelillos deliciosos y tiene un montón de fotografías vergonzosas de su novio que está más que
dispuesta a compartir, además ríe constantemente y posee por demás una belleza
sin igual. Por otro lado, papi suegro
–sí bueno, quién dice que el pensamiento de Kise es complejo– es casi un
estuche de monerías, sabe mucho sobre muchas cosas divertidas, y se le da muy
bien relatar los momentos más preciados de la vida infantil de su cachetón Kasamatsu. Según el hombre hubo
una época durante los primeros seis años de vida del chico de ojos cromados en
que había unos graciosos mofletes regordetes que apachurrar y un cuerpecito
rellenito que el basquetbol se ha encargado de desaparecer desde que lo inició
en la escuela elemental.
– Se siente como si ahora ustedes tres
complotaran en mi contra… – Kasamatsu gruñó avergonzado, sus padres y su novio
largaron la risotada y él se hizo más chico en el sofá.
Sin embargo, luego al ver a su novio sentado
en medio de sus padres, con un álbum de fotografías y varias anécdotas en fila,
sonrió. Nada podría haber resultado mejor que esto. Sus padres les han recibido
más que de buena gana, con los brazos abiertos y una calidez que le hacía
sentir mucho más relajado. Ciertamente que temía la reacción de sus padres,
pero ahora que lo meditaba un poco, Kasamatsu se percataba de que nunca se
había preguntado lo que sus progenitores pensarían al respecto de las
relaciones homosexuales o el de convertirse en abuelos siendo tan jóvenes. Las
respuestas a las preguntas más polémicas de nuestra existencia a veces se
reducen de maneras tan sencillas, que parecen irreales.
– ¿Y cuándo se lo dirán a tus padres,
Ryota-kun?
– Oh, pues pensamos ir el fin de semana.
– Me parece perfecto. ¿Está bien si después
nos presentamos con ellos también?
– Por supuesto.
Kasamatsu vio el rostro de Kise llenarse de
emoción. Claro que la idea le agrada. Incluso a él. Espera pues que cuando llegue
el momento, los padres de su novio les den la bienvenida como los suyos. Bien,
quizá no con la misma algarabía, pero al menos algo cercano.
~*~
Kuroko está radiante, tanto que casi resulta
extraño verle con esa sonrisa tirando de sus labios constantemente. Hoy está en
el entrenamiento sin otra cosa qué hacer que mirar, #2 corretea por todo el
gimnasio persiguiendo el balón que los de primer año le lanzan jugueteando con
él. Kagami recibe un regaño –otra vez– de parte de Riko por distraerse mirando
a su novio en lugar de correr y hacer sus calentamientos.
– Riko, no seas tan dura con él y compréndelo
un poco.
– ¡Ningún compréndelo un poco! ¡Bakagami
tiene que aprender a centrarse con o sin Kuroko en su mismo espacio! ¡Ahora
ponte a correr, Bakagami! – Estricta, la castaña le lanzó (literalmente) para
que iniciara su reprimenda.
– Está bien, está bien, ya voy. Esto es culpa
de Tetsuya de todas formas, así que la próxima vez le mandaré a casa para que
no me distraiga… – Refunfuñaba el pelirrojo comenzando a trotar, mirando a su
sonriente novio y farfullando aún más por lo bajo. Es que Kuroko no le tiene
nada de consideración. Ahí, todo hermoso con su cabello azul desordenado, el
uniforme escolar y esa camiseta demasiado delgada para su gusto que le deja
admirar la forma en que los pezones rosados se irguen bajo la tela… – Ah, joder, me estoy poniendo caliente.
Tetsuya debería haber aceptado cubrirse con mi chaqueta, pero según él está
muriendo de calor.
– ¡Bakagami, deja de pensar en voz alta! – Le
riñeron por enésima vez en la tarde. La castaña tenía la cara roja y Kagami se
preguntó si sus últimos supuestos pensamientos los habrá emitido realmente en
voz lo suficientemente alta como para ser escuchado.
El pelirrojo siguió corriendo a lo largo de
la cancha, pero también se las ingenió para voltear a mirar una vez más a su
novio. El peliazul tenía puesta la chaqueta de su novio, abrochada hasta el
cuello y cubriéndose como si en cualquier momento le fuese a saltar encima para
arrancarle la ropa y… bueno, sabemos para qué.
– Kagami se ha vuelto todo un pervertido… –
Koganei dijo de pronto, con esa sonrisa gatuna que siempre borra sus intentos
de dramatismo o veracidad.
Mitobe sin embargo asintió dándole absolutamente
la razón, abrazándole disimuladamente y obteniendo a un minino inquieto trepado
en su cuerpo sin reparo alguno. Ahora ellos tampoco es que traten de ocultarse,
pero tampoco es que hayan dicho abiertamente que están saliendo desde mucho
antes que cualquiera en el gimnasio. Cuando Koganei se puso a maullarle
–literalmente– al oído y estremecerle completito de pies a cabeza, Mitobe quiso
apartarle, pero una vez que su hiperactivo novio se afianzaba a su cuerpo cual
si tuviese garras no había poder humano que consiguiera apartarle.
Riko cerró los ojos y largó un suspiro. El
entrenamiento se estaba yendo en picada y ella no tenía corazón para hacerles espabilar. Kagami estaba cumpliendo su parte,
pero aunque su cuerpo ejercitaba, ella está segura de que la mente del
pelirrojo está en otra parte, con Kuroko con mucha menos ropa; lo intuye, que
basta con percatarse de la encendida mirada rojiza del #10 de Seirin para
adivinarle el pensamiento. Así que estuvo de acuerdo con el comentario inicial
de Koganei, Kagami se ha vuelto un pervertido.
Hyuga está de brazos cruzados, acumulando
estrés y destruyendo lentamente toda su capacidad de autocontrol, está por
decirle adiós a su poca paciencia. Izuki se mima con Kiyoshi, dejándole
toquetearle el vientre aunque apenas si haya nada ahí aún, un bulto que bien
puede pasar por pectorales todavía. Y el resto del equipo tontea con #2, que
encantado de que al menos ahí siga teniendo atención, ladra y corre siguiendo
como todo un can de persecución a los demás.
Aún así, aunque pareciera que el caos se
había desatado en el gimnasio y el entrenamiento fuera por ser lanzado a la
mismísima mierda. Había paz, tranquilidad y un compañerismo digno de envidia.
Estaba todo, a falta de otra palabra, perfecto.
--//--
Kagami levantó en vilo a Kuroko, besándole
los labios con desespero. El entrenamiento había sido una auténtica tortura
para su pobre cerebro incapaz de procesar otra cosa que no fuera su novio. Por
primera vez en sus casi 17 años de vida, ni el basquetbol tenía mayor
relevancia que el amor. Y el amor, tiene una y mil formas de expresarse.
– Taiga.
– Me estaba volviendo loco allá sin poder
hacer esto, Tetsuya… – Aseguró con voz ronca, colando sus manos bajo las ropas
del peliazul, acariciándole la espalda y bordeando su trasero con renovada
ansiedad por apretujárselo.
– Ahh~ Taiga, despacio~ – Gimotea
entrecerrando los ojos, enterrando una de sus manos en la mata pelirroja
mientras la otra araña la espalda y le deja marcas en los omóplatos.
Sí, hora de averiguar una de esas mil y una
formas de expresarse el amor.
~*~
Takao reía zorrunamente tras su nueva travesura. Y vaya que le ha costado
mucho realizarla esta vez, se ha puesto manos a la obra y, mientras Midorima
toma la ducha en los vestidores, él se ha encargado de desaparecerle toda la
ropa.
– ¡Kazunari Takao! – El ojiverde bramó como
auténtica bestia enardecida cuando, tras varios infructuosos intentos por
encontrar sus ropas por las duchas, encontró solamente una mísera toalla que no
le cubre, honestamente, ni siquiera las partes nobles de su anatomía…
– No te sulfures, Shin-chan. No es bueno para
la salud… – Takao sonrió nerviosamente. Tendría que haber salido huyendo antes,
pero no, quería ver con sus propios ojos el fruto de su retorcido pensamiento.
Ahora, con una punzante erección entre las piernas y el creciente
convencimiento interno de tendencias masoquistas, el pelinegro realmente rogaba
por ser atrapado y que su novio le diese duro hasta partirle en dos con
tremenda arma perfilada en la zona
pélvica… – Zeus del Olimpo, se te escapó uno de los dioses griegos.
– Takao, ven aquí.
– Oh mierda.
– Y más te vale que tengas una muy buena
excusa, porque voy a cobrarme con intereses este estúpido jueguito tuyo.
El pelinegro tragó hondo, cuando Midorima renunció a la mísera toalla con que
intentó cubrirse la entrepierna, aquel falo rojizo se mostró orgulloso y
altivo. La verdad es que una vez que le habían cogido el truco a eso del sexo –a ninguno de los dos les molesta
en realidad ser poco románticos a la hora del amor, saben que a fin de cuentas
lo que tienen, es más que satisfacción hormonal–, los pretextos para intimar
sobraban.
~*~
Un mes más ha transcurrido, Kuroko tiene ya
siete meses de embarazo; Kise, seis;
Sakurai, cinco; e Izuki apenas ha alcanzado el primer trimestre. Cada
proceso va por muy buen camino, gozan de buena salud y cuentan con novios
ejemplares, aunque a veces medio brutos.
– Daiki~ llévame de compras.
– No.
– Por favor~ – Sakurai pucheó. Lindamente.
Intencionadamente.
– ¡Maldición! Está bien, pero date prisa que
no tengo todo el tiempo del mundo… – Aomine resopló frustrado y derrotado. Por
alguna razón ahora cada que su novio le mostraba aquellos pucheros él era
incapaz de negarle nada.
Así, más o menos, es como incluso los más
fieros, dan su brazo a torcer.
Continuará……
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