jueves, 27 de abril de 2017

WHISPERS IN THE SHADOWS (KNB). Capítulo 4.



“Sé que detrás de las tinieblas existe una luz segura. Ciertamente, hemos nacido para la eternidad”     Eugene Lonesco

Capítulo 4. LUNA DE MEDIANOCHE
~*~

Himuro y Murasakibara llegaron al departamento del segundo luego de varios minutos de caminata en las silenciosas calles de la ciudad. Es muy diferente recorrer estas distancias como una persona común y corriente, a hacerlo valiéndose de sus naturalezas inmortales. Aún así, para el de rasgos delicados había resultado bastante entretenido, aunque el pelivioláceo parecía apático e imponía con su simple altura, era muy sencillo y su voz resultaba curiosamente monótona pero no aburrida. Al menos no para él.

Al subir hasta el departamento del pelivioláceo, Himuro prestó atención a todos los detalles del edificio, desde la seguridad hasta los silencios en cada piso pues su oído desarrollado apenas captaba personas durmiendo profundamente. Excepto quizá por los sonidos del piso seis, ahí definitivamente no dormía una pareja que estaba teniendo sexo de una forma que al de rasgos delicados le pareció fuera de lo que esperaba de la cultura de su país natal.

– Bienvenido a casa… – Murasakibara dijo ni bien entró en su departamento. Aunque su tono de voz sonaba desinteresado, al de rasgos delicados le pareció que aquella frase era una costumbre arraigada en el muchacho. Por un momento pensó en que le gustaría conocer mucho más de él.

Parece un lobo solitario expulsado de la manada… – Pensó, aunque luego su atención se desvió hacia el hogar del pelivioláceo. 

Himuro estaba sorprendido, honestamente, pues era uno de esos departamentos que solo gente millonaria podía darse el lujo de tener. En todo el piso había únicamente dos de estos departamentos, así que también tuvo curiosidad por saber quién sería el vecino de Murasakibara y cómo se llevaría con él, o ella. El pelivioláceo le invitó a pasar yendo de inmediato a su cocina, de la alacena sacó una bolsa de patatas y una caja de pepero que ofreció al de rasgos delicados.

– Gracias, estoy bien así.

– Cuando estoy despierto todo el tiempo tengo antojo de dulces, o de comer cualquier cosa. A mis compañeros de la universidad les parece demasiado extraño, pero para mí es la cosa más normal.

– Entonces así está bien, Murasakibara-kun… – El de rasgos delicados le siguió cuando le dijo que le mostraría su habitación… – ¿Vives aquí solo?

– Sí. Mis padres viven en Inglaterra, pero a mí ese país no me gusta así que decidí quedarme.

– ¿Hace mucho que vives solo?

– Un par de años. Antes vivíamos en una Mansión en otra prefectura, pero tampoco veía mucho a mis padres, siempre estaban viajando de Inglaterra a Estados Unidos y otros países europeos. Es aburrido viajar todo el tiempo.

– Debe serlo… – Himuro admitió, aunque él no viajaba constantemente, supo un tiempo lo que significaba no tener un hogar fijo al que llegar… – ¿Y tienes hermanos?

– Uno, vive en Francia. Casi no lo veo, y creo que no le caigo bien.

– A veces sucede.

– ¿Y tú familia, Himuro-chin?

– No tengo.

– Entonces también vives solo. ¿Dónde vives?

– Estaba quedándome en un hotel en el centro de la ciudad.

– ¿Por qué? ¿Tu casa no te gusta?

– Acabo de mudarme hace menos de una semana aquí, vivía en Estados Unidos, pero cuando me vine fue más como algo temporal, por eso no busqué un departamento.

– Pues el mío es grande, puedes quedarte a vivir conmigo si quieres, no me importará. Hay dos habitaciones más aparte de la mía, puedes tomar la que quieras.

– ¿Sabes que es extraño que me invites a vivir contigo, Murasakibara-kun?

– ¿Lo es? Pero es algo que no me importa. ¿A ti te importa?

Himuro quiso responder ese “sí” que se le agolpó en la garganta. Porque era obvio, pero la mirada relajada del pelivioláceo le inspiraba algo parecido a la confianza, algo de lo que hace tiempo no experimentaba. Desde que él mismo “traicionó” a Taiga. Murasakibara no esperó una respuesta, simplemente siguió su camino, papas y pepero en mano, rumbo a las habitaciones libres de su departamento. Himuro podría haberse marchado sin más, pero algo en su interior le convenció de que, al menos esa noche, podría quedarse ahí.

– Dormiré aquí, Murasakibara-kun… – Dijo indicando una habitación al azar, ya que ambas estaban amuebladas igual, con una amplia cama al centro, un clóset incrustado en un muro y una ducha sencilla.

– Bien. Buenas noches, Himuro-kun… – Se despidió dando vuelta y yendo hacia la habitación del final del pasillo, la suya.

Al de rasgos delicados no le asombró que el chico se fuera con las chucherías en las manos, haciendo crujir las papas y llenándose de migas de pepero la ropa. Sonrió casi sin darse cuenta con una emoción que desconocía, alegría. Himuro pensó que aquello era absurdo puesto que no conoce a Murasakibara, pero apenas reparó en todo lo que ha pasado en los últimos minutos, admitió con cierto sabor amargo, que absurdo aplicaba para su encuentro y lo que vino desde ese momento.

Himuro escuchó la puerta de la otra habitación cerrarse, luego miró la suya, realmente no tiene rastros de sueño, más le apetece una ducha para relajarse y luego tal vez tenderse en la cama solo a pensar. Comenzó a desnudarse ahí mismo, pensando seriamente en acostarse cubierto solo por las sábanas, acababa de deslizar los bóxers cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Murasakibara se le quedó mirando unos instantes, recorriendo su desnudez de pies a cabeza. Himuro sintió algo parecido al pudor al saberse observado por aquellos ojos, que aunque no lucían penetrantes o intimidantes, provocaban esa sensación de sutil perspicacia. El de rasgos delicados tuvo el impulso de cubrirse, pero casi de inmediato pensó que aquello no era necesario, no es la primera vez que otro hombre le ve al desnudo. Aunque claro, aquí no hay para nada segundas intenciones.

Por su parte, Murasakibara le observa sin lujuria alguna, simplemente movido por la curiosidad de un cuerpo desnudo de piel lechosa y fina cincelada en su figura. No se trata de que le gusten los hombres, o las mujeres de hecho, pero encuentra fascinante la silueta delante de él, desde la punta de los dedos hasta las sedosas hebras purpúreas.

– Te traje un pijama… – Señaló luego de un rato de ensimismamiento. Mostrando las prendas que llevaba en la mano.

– Gracias, Murasakibara-kun… – Correspondió el gesto, siguiendo el movimiento del corpulento muchacho cuando dejó las ropas sobre la cama. Marchándose luego con un “hasta mañana” dicho con tono neutro.

Himuro observó las ropas, usaría únicamente la parte superior puesto que, enormes las prendas, no necesitaba más que aquello para cubrir su desnudez. Pero antes que eso, continuó con su plan inicial, ducharse. Se tomó largos minutos bajo el chorro de agua tibia, tomando conciencia del reflejo de su cuerpo cuando recordó la intensa mirada del pelivioláceo al contemplarle desnudo. La entrepierna del de rasgos delicados despertó irguiéndose deseosa de atención.

– Y ahora tendré que masturbarme pensando en un chico que apenas conozco y que no mostró el mínimo interés sexual en mí pese a verme completamente desnudo… – Murmuró largando un suspiro y recargando una mano en el azulejo mientras la otra viajaba al sur tomando su extensión en ella… – Honestamente, esto es patético. Podría salir y buscar algún desfogue por ahí. O asaltar la habitación de mi anfitrión. Mgh~ eso sería demasiado de mi parte.


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Kagami no sabía si Kuroko se había percatado de su presencia, o si debería hacérsela notar. De hecho, no pensaba demasiado en aquel momento. Porque aunque han sido solo unos segundos, su mente continuaba trabada en aquel vistazo. Cuando Kuroko había saltado el portón de hierro y las alas emergieron de sus omóplatos, durante un breve lapso de tiempo se extendieron a los lados cual si estuviese planeando en el viento, iridiscentes como las de una libélula, bañadas de azul y rojo en distintas tonalidades, brillantes y luminosas como si estuvieran moteadas de polvo de estrellas. Luego se replegaron hacia atrás y Kuroko aterrizó en el piso, justo ahí fue que las alas desaparecieron, pero quedó un curioso rastro de ellas en plumas iridiscentes similares a las de las aves.

– ¿Plumas? ¿Qué eres, Kuroko? – El pelirrojo preguntó para sí, ocultándose instintivamente contra el muro que rodea la Mansión Kuroko cuando percibió movimientos al interior de la Mansión, probablemente de la seguridad privada que vigila aquellas puertas.

No se lo digas a nadie, por favor Kagami-kun… – El pensamiento golpeó su mente con fuerza, tan potente que casi parecía un grito de auxilio. La voz del peliazul ha resonado claramente en su mente, angustia y súplica ha escuchado en aquel tono generalmente monótono.

– ¿Puedes escucharme a esta distancia, Kuroko?

Tu mente es clara para mí incluso si estuvieras más lejos, Kagami-kun. Por favor, no me obligues a borrar tu memoria.

– ¿Puedes hacer eso? ¿Eres un mago de primera generación? – Pasaron entonces segundos que parecieron eternos para el pelirrojo, y ninguna respuesta llegaba a su mente… – ¡Kuroko! – Exclamó entonces elevando la voz.

Los perros al interior de la Mansión Kuroko comenzaron a agitarse movidos por su grito y probablemente también por su aroma. Y es que el pelirrojo en la desesperación por no recibir una respuesta inmediata había desplegado parte de su esencia licántropa, misma que se ha reflejado en el fulgor de sus ojos rojos como piedras hirvientes que un volcán ha escupido. Además, le han crecido las garras y se ha desarrollado una fila de caninos en la dentadura, Kagami lanzó un gruñido, demasiado sonoro para evitar que los perros de otras mansiones cerca se enterasen de la presencia de un lobo.

¡Basta! Estás llamando la atención de todos, Kagami-kun.

El pensamiento del peliazul volvió a golpear la mente del pelirrojo, entonces él hizo un esfuerzo por controlarse, bajar el ritmo de los latidos de su corazón bombeando al punto de la taquicardia, notando cómo la sangre se le ha calentado a punto de ebullición y la piel le arde en cada poro pues la segunda fase de la transformación anunciaba su llegada.

– ¡Mierda! ¡Maldición! – Espetó a la nada, a su simple naturaleza. Luego trató de regularizar al menos su respiración, siempre tenía que comenzar por algún lado para controlar la bestia que lleva dentro.

Kagami sintió entonces ese otro ardor que casi amenazaba con doblegarle, un ardor diferente al que le viene cuando está por transformarse en licántropo. Un ardor que le corroe las entrañas y se despliega rápidamente por la columna vertebral hasta los omóplatos, tensándole cada músculo en la espalda de una forma tan dolorosa que el pelirrojo terminaba encorvándose y rugiendo como animal herido. La situación no paraba ahí, puesto que al final siempre sentía esa punzada en la frente, justo al centro, que le hacía perder noción de tiempo y espacio antes de desvanecerse.

– Kagami-kun… – El pelirrojo no sabe si este llamado es un pensamiento o si realmente los brazos del peliazul han cobijado su cuerpo… – ¿Te preguntas quién soy, Kagami-kun? Y te pasa esto a ti. Qué somos, Kagami-kun. Por qué me duele el corazón ahora que te tengo así de cerca.

Aquellas palabras no fueron escuchadas por el pelirrojo pues había perdido totalmente la conciencia. Cuando despertó estaba en una habitación desconocida para él, muros color beige y la cama ataviada de doseles blancos meciéndose por el suave viento que se cuela por el amplio ventanal abierto de par en par. Se toca la frente y gruñe inconscientemente, le duele horrores, casi como si se hubiese enfrentado a un centenar de licántropos él solo día y noche hasta debilitar su naturaleza inmortal. Y no es que aquello sea tan irreal como suena, su entrenamiento para dominar su naturaleza lycan había sido duro en sus años de infancia y parte de la adolescencia. Todo, hasta hace un par de años. Hasta antes de conocer a Himuro. Antes de su traición.

– Me alegra que hayas despertado ya. Tuve que usar hechizos para protegerte, ¿sabes? Y no es sencillo hacerlo para mí porque lo detesto.

– ¿Q-qué?

Kuroko suspiró, no tenía caso soltarle todos los reclamos ahora. Notoriamente el pelirrojo aún estaba medio aturdido por lo que sea que estaba pasándole.

– Kuroko…

– ¿Sí?

– Lo que vi. Qué fue eso. Por qué te salieron alas antes.

– Es la otra parte de mi naturaleza. Mi madre biológica era… especial.

– Qué significa que era especial.

– Fue un hada.

Kagami se le quedó mirando un rato, Kuroko sintió como si lo estuviera analizando. Sus penetrantes ojos rojo fuego lucían intimidantes en ese momento, pero de alguna manera no le daban miedo alguno al peliazul, por el contrario, sentía como si aquella mirada pudiese prometerle un lugar seguro en el cual ocultarse de todo lo malo que pudiera ocurrir en el mundo.

– ¿Y por qué ocultas lo que eres? ¿Hay algo malo en que seas hijo de un Hada?

– El Sínodo de las Tinieblas prohibió a mis padres hablar acerca de eso. Pero parece que el Concilio Supremo lo sabe ya. No estoy seguro de muchas cosas aún, pero desde que recuerdo mis padres me enseñaron a nunca estar fuera de casa después de medianoche. Mis alas se revelan por voluntad propia cuando los rayos de luna de medianoche tocan mi piel.

– ¿Y no puedes, manejarlo? Como la transformación vampírica, o como lo hago con mi naturaleza lycan, incluso los magos tienen cierto control sobre sus poderes.

– Lo mío no funciona así. Mi padre dice que es porque mi madre era un Hada muy, muy especial. No me preguntes a qué se refiere con eso porque ni yo lo sé, Kagami-kun. Pero la verdad es que tampoco me gustan esas alas.

– ¿Por qué? Son hermosas, tú te veías simplemente, perfecto… – El pelirrojo dijo sin darse cuenta del efecto que sus palabras iban a provocar hasta que vio la palidez en las mejillas del peliazul teñirse de rubor.


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Akashi sonrió victorioso al recordar la forma tan nítida con que el sonrojo en Furihata se había extendido en todo su rostro hasta las orejas al insinuar su atracción simplemente. Claro que le gusta, naturalmente él lo sabe. Basta con darse cuenta de la forma en que le mira, sus tartamudeos, su timidez, su puntualidad cada que le llama, y esa ansiedad cada que anuncia su despedida. Akashi sabe que Furihata le desea, por eso le empujó a esto, a seguirle sin cuestionar nada invitado con un simple susurro de una promesa que podría resultar efímera.

– Ven conmigo, Koki. Y te daré la oportunidad de probar las delicias del placer.

Furihata habría querido negarse, en verdad lo había pensado y hasta se aferró a esa decisión. Pero su cuerpo le había traicionado, porque cuando el de cabellos bermellón comenzó a andar, con una mano en el bolsillo y la seguridad por cada paso dado, el de cabellos marrón no pudo negar aquella tentación. Quería, su corazón lo ansiaba más que nada en el mundo, conocer el roce de aquellas manos contra su piel, el sonido de sus jadeos, el calor de su cuerpo pegado al suyo. El placer de sus besos, de sus intensas miradas, de todo lo que tuviera para dar. Aunque Furihata sabe también que Akashi Seijuro tiene cierta fama con una larga lista de amantes, él no pudo negarse. Aún cuando su corazón, confundido como todo humano enamorado, le gritaba que tuviese cuidado, porque aunque fuera lo que más anhelaba y podía ser feliz, aquella felicidad solo podría ser efímera.

Akashi Seijuro no se enamora.
Solo usa un juguete nuevo cada vez, incapaz siquiera de entretenerse con el mismo por más de una ocasión.

Y ahora están ahí, en una habitación del lujoso hotel en la franquicia Akashi. Furihata tiembla bajo las mantas al pensar en aquello que escapó a su raciocinio antes de dejarse llevar por los besos y las caricias, por el tacto y el fuego crepitante que le crispó cada vello en la piel cuando Seijuro penetró su interior. Si esto llegaba a oídos del padre de Seijuro –y claro que lo haría– el futuro de su familia pendería de un hilo. Una sola cosa le dijo el magnate del Imperio Akashi.

Mantente alejado de Seijuro. O tu familia pagará las consecuencias.


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A Takao le parecía bastante extraño que Midorima le mirara de tanto en tanto durante el día. Algo ha sabido de que fue el ojiverde quien le llevó a la Enfermería la noche anterior, aunque cuando él despertó estaba solo recostado en una camilla con una enfermera medio aturdida que apenas pudo responderle que estaba ahí porque se había desmayado en el gimnasio. Aparte de eso, Takao pudo percibir en su boca el sabor a hierro que deja la sangre al beberla.

Así que, ¿me alimentó de su sangre? ¿Qué fue lo que hiciste, Shin-chan? – Pensaba mientras el profesor daba la clase y él podía sentir la penetrante mirada del mayor en su espalda.

Por supuesto que la curiosidad le carcomía el pensamiento, pero el ojiverde se había limitado a insultarle y decirle que le dejara en paz cuando le preguntó esa mañana sobre lo sucedido la noche anterior. Obviamente, Takao no pensaba quedarse con la duda, ese día no terminaría sin que él supiera lo que pasó y por qué Midorima se rehúsa a hablar de ello. No es como si desconocieran la identidad del otro, ¿verdad? Él se lo había mencionado días antes.

Puede ser que no me haya creído y ahora trata de ocultarlo. Bueno, la verdad es que no le dije claramente que sé quién es. La duda que tengo es, ¿cómo supo Shin-chan que soy un vampiro? Generalmente los Diurnos pasamos desapercibidos porque podemos andar en plena luz de día… – El peliazabache ladeó el rostro, completamente ensimismado en aquel hilo de pensamientos.

– Deja de forzar a tus neuronas, Takao.

– Eh?

– La clase terminó, idiota.

Midorima anunció sin siquiera dirigirle la mirada, concentrado en dejar ordenado su escritorio para salir a tomar el almuerzo antes de las últimas clases y las prácticas. Takao le miró todavía medio atrapado en sus pensamientos y la realidad actual, es decir, Midorima acomodándose los anteojos con ese aire indiferente que a ojos del peliazabache lucía tremendamente sexy.

– Así que sí me alimentaste… – Takao sonrió de medio lado al notar en la muñeca izquierda del ojiverde un parche color piel que ocultaba, seguramente, los puntos de las heridas de sus colmillos… – ¿Por qué eres tan complicado, Shin-chan?

– Porque tú eres muy idiota, Takao… – El ojiverde respondió sin ápice de culpa o remordimiento, con su tono hosco de enfado cuando el peliazabache colmaba su paciencia.

Takao sin embargo sonrió, esa vez aquella respuesta no ha dolido como lo hizo tras cada rechazo del ojiverde. Le alimentó antes, le socorrió como no lo habría hecho cualquier otro inmortal, incluso si fuese de su raza.

– Algún día lograré derribar ese muro, Shintaro Midorima.


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Kise enarcó una ceja con finura, observó al amigo de Murasakibara con gesto inquisitivo repasándole de arriba abajo. Himuro Tatsuya, se ha presentado, y encima de todo es de su misma universidad, aunque en otro campus.

– ¿De dónde dices que se conocen, Murocchi?

– No te dije. Pero él se queda en mi casa. Ahora vivimos juntos.

– ¡Qué! – El modelo exclamó sorprendido. Luego casi se puso a chillar porque simple y sencillamente parecía increíble que Mirasakibara estuviese viviendo con alguien antes que él pudiera siquiera colarse en la cama de Kasamatsu… – ¡No es justo~! 

Mientras el rubio jovencito hacía rabieta por el simple hecho de que Murasakibara le ha contado vivir con un apuesto muchacho –no tanto como él, claro. Venga, que Kise no ha de permitir que nadie pase por encima de su ego–, y que no implicaba un “vivir en pareja” como el modelo se lo estaba tomando casi inconscientemente; a la distancia, Kasamatsu caminaba junto a otro par de compañeros de su clase por el corredor contrario al pasillo donde se encuentran los chicos. El tono de su móvil interrumpió la conversación que sostenía con sus compañeros, y no es de todas formas que fuera muy concentrado en ella pues la voz chillona de Kise tenía la atención de todos alrededor.

– Esta noche es día de tu iniciación, Yukio. Tu objetivo ha sido elegido por el Alpha de nuestro Clan. No falles o serás expulsado.

Al final de aquel texto estaba escrito un nombre, y adjunta una imagen que, para su pesar, le resultó por demás familiar. El escandaloso chillido de Kise resonó alrededor, y los ojos azul cromado del chico de rasgos recios cayeron sobre el rubio.

– ¡Murocchi~! ¡Kasamatsu-senpai me mira feo! ¡Y hoy ni siquiera le he acosado para que esté molesto conmigo! – Gimoteó de pronto, consciente de la penetrante mirada de su amor imposible.


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Desde el día en que Kiyoshi rescató a Izuki, la relación entre ellos dos se ha ido estrechando. Antes se conocían casi solamente de vista, habían intercambiado algunos saludos pero no eran precisamente amigos, todo y que recientemente Izuki se ha integrado al equipo de baloncesto de la universidad, donde Kiyoshi juega como titular desde el año pasado, y mismo al que sabe han hecho petición de ingreso otros estudiantes del campus. Aún así, las conversaciones de ellos suelen terminar en temas más oscuros.

– ¿Qué? ¿Tratas de decir que, eres anciano? – El chico ojo de águila como se le ha apodado por su peculiar habilidad en el baloncesto, cuestionó con un dejo de incredulidad.

– Tengo más de cuatrocientos años, Izuki. He vivido mucho más de lo que en realidad me gustaría.

Izuki entonces pensó que el apodo de corazón de hierro le quedaba mucho mejor por todo ese pasado que, de pronto, él ansía conocer.

– Cuéntame, Kiyoshi-senpai. Háblame de ti durante esos años.


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Koganei se sorprendió cuando Mitobe llegó a su casa con la mirada llorosa. Le invitó a pasar y juntos se encerraron en la habitación del menor de los dos. Mitobe incluso temblaba, algo le ha asustado pero Koganei no puede entender el qué y su amigo no se lo dice, como si quisiera guardar ese secreto para sí.

– Mitobe-kun, tienes que contarme.

Pero el muchacho agitó con vehemencia la cabeza negándose en absoluto a mencionar nada de ninguna manera. Mitobe quiere de hecho sacar aquello de su cabeza, deshacerse de esas sensaciones que todavía estremecen su cuerpo. Un poder mágico tan grande, tan oscuro, tan malévolo, le ha llegado esa mañana mientras cumplía con una más de las solicitudes de su mentor.


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Sakurai despertó agitado, con el pijama empapado de sudor y el olor a alcohol impregnado en la nariz.

– Tranquilo, solo te desmayaste en clase… – Alguien le dijo a su lado, el castaño viró el rostro en busca de la fuente de aquella voz que le resultó desconocida.

En aquella habitación de muros blancos y un par de camillas separadas apenas por una cortina, los estantes de medicinas y el inconfundible aroma a limpiador y alcohol le hizo comprender que se encontraba en la enfermería de la universidad. Buscó desesperadamente la presencia de Aomine ahí pero no vio a nadie más que al doctor del campus. Un hombre alrededor de los cuarentas que tomaba su pulso y fruncía levemente el ceño.

– Aomine-senpai… – Murmuró con la voz trabada de una ansiedad desconocida para su conciencia, pero arraigada en su inconsciente.

– Le he obligado a retirarse ya que había armado alboroto cuando te trajo, se negaba en dejarte a solas conmigo, pero los alumnos no pueden faltar a clase solo porque sí.

El hombre respondió apartándose de la camilla y rebuscando en uno de los estantes algún medicamento.

– No necesito medicina, Hotaru-san.

– Soy el doctor aquí, así que no me digas lo que necesitas o no, Sakurai-kun. Tu padre ha dejado instrucciones claras en caso de que estos ataques se presentaran.

¿Ataques? Sakurai intentó incorporarse pero el cuerpo le pesó demasiado y todavía le costaba respirar apropiadamente. ¿Instrucciones de su padre? ¿Significa que este hombre tiene relación alguna con el Concilio de Magia?

– Aquí está. Toma, bebe esto… – El doctor puso en la palma de su mano dos capsulas de un aspecto bastante común, sin embargo el castaño aún tenía sus inquietudes. No es que tuviera una razón precisa para desconfiar de Hotaru, pero algo, quizá la intuición, le indicaba que no debía obedecer… – Ahora, Sakurai-kun. No me obligues a dártela a la fuerza.

¡Aomine-senpai! – Gimoteó en pensamientos, deseando con fuerza que el moreno acudiese en su ayuda.

Aunque no supiera, de hecho, de qué necesitaba ser salvado.
Continuará……


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