“Sé
que detrás de las tinieblas existe una luz segura. Ciertamente, hemos nacido
para la eternidad” Eugene Lonesco
Capítulo
4. LUNA DE MEDIANOCHE
~*~
Himuro
y Murasakibara llegaron al departamento del segundo luego de varios minutos de
caminata en las silenciosas calles de la ciudad. Es muy diferente recorrer
estas distancias como una persona común y corriente, a hacerlo valiéndose de
sus naturalezas inmortales. Aún así, para el de rasgos delicados había
resultado bastante entretenido, aunque el pelivioláceo parecía apático e
imponía con su simple altura, era muy sencillo y su voz resultaba curiosamente
monótona pero no aburrida. Al menos no para él.
Al
subir hasta el departamento del pelivioláceo, Himuro prestó atención a todos
los detalles del edificio, desde la seguridad hasta los silencios en cada piso
pues su oído desarrollado apenas captaba personas durmiendo profundamente.
Excepto quizá por los sonidos del piso seis, ahí definitivamente no dormía una
pareja que estaba teniendo sexo de una forma que al de rasgos delicados le
pareció fuera de lo que esperaba de la cultura de su país natal.
–
Bienvenido a casa… – Murasakibara dijo ni bien entró en su departamento. Aunque
su tono de voz sonaba desinteresado, al de rasgos delicados le pareció que
aquella frase era una costumbre arraigada en el muchacho. Por un momento pensó en
que le gustaría conocer mucho más de él.
–
Parece un lobo solitario expulsado de la
manada… – Pensó, aunque luego su atención se desvió hacia el hogar del
pelivioláceo.
Himuro
estaba sorprendido, honestamente, pues era uno de esos departamentos que solo
gente millonaria podía darse el lujo de tener. En todo el piso había únicamente
dos de estos departamentos, así que también tuvo curiosidad por saber quién
sería el vecino de Murasakibara y cómo se llevaría con él, o ella. El
pelivioláceo le invitó a pasar yendo de inmediato a su cocina, de la alacena
sacó una bolsa de patatas y una caja de pepero que ofreció al de rasgos
delicados.
–
Gracias, estoy bien así.
–
Cuando estoy despierto todo el tiempo tengo antojo de dulces, o de comer
cualquier cosa. A mis compañeros de la universidad les parece demasiado
extraño, pero para mí es la cosa más normal.
–
Entonces así está bien, Murasakibara-kun… – El de rasgos delicados le siguió
cuando le dijo que le mostraría su habitación… – ¿Vives aquí solo?
–
Sí. Mis padres viven en Inglaterra, pero a mí ese país no me gusta así que
decidí quedarme.
–
¿Hace mucho que vives solo?
–
Un par de años. Antes vivíamos en una Mansión en otra prefectura, pero tampoco
veía mucho a mis padres, siempre estaban viajando de Inglaterra a Estados
Unidos y otros países europeos. Es aburrido viajar todo el tiempo.
–
Debe serlo… – Himuro admitió, aunque él no viajaba constantemente, supo un
tiempo lo que significaba no tener un hogar fijo al que llegar… – ¿Y tienes
hermanos?
–
Uno, vive en Francia. Casi no lo veo, y creo que no le caigo bien.
–
A veces sucede.
–
¿Y tú familia, Himuro-chin?
–
No tengo.
–
Entonces también vives solo. ¿Dónde vives?
–
Estaba quedándome en un hotel en el centro de la ciudad.
–
¿Por qué? ¿Tu casa no te gusta?
–
Acabo de mudarme hace menos de una semana aquí, vivía en Estados Unidos, pero
cuando me vine fue más como algo temporal, por eso no busqué un departamento.
–
Pues el mío es grande, puedes quedarte a vivir conmigo si quieres, no me
importará. Hay dos habitaciones más aparte de la mía, puedes tomar la que
quieras.
–
¿Sabes que es extraño que me invites a vivir contigo, Murasakibara-kun?
–
¿Lo es? Pero es algo que no me importa. ¿A ti te importa?
Himuro
quiso responder ese “sí” que se le agolpó en la garganta. Porque era obvio,
pero la mirada relajada del pelivioláceo le inspiraba algo parecido a la
confianza, algo de lo que hace tiempo no experimentaba. Desde que él mismo
“traicionó” a Taiga. Murasakibara no esperó una respuesta, simplemente siguió
su camino, papas y pepero en mano, rumbo a las habitaciones libres de su
departamento. Himuro podría haberse marchado sin más, pero algo en su interior
le convenció de que, al menos esa noche, podría quedarse ahí.
–
Dormiré aquí, Murasakibara-kun… – Dijo indicando una habitación al azar, ya que
ambas estaban amuebladas igual, con una amplia cama al centro, un clóset
incrustado en un muro y una ducha sencilla.
–
Bien. Buenas noches, Himuro-kun… – Se despidió dando vuelta y yendo hacia la
habitación del final del pasillo, la suya.
Al
de rasgos delicados no le asombró que el chico se fuera con las chucherías en
las manos, haciendo crujir las papas y llenándose de migas de pepero la ropa.
Sonrió casi sin darse cuenta con una emoción que desconocía, alegría. Himuro
pensó que aquello era absurdo puesto que no conoce a Murasakibara, pero apenas
reparó en todo lo que ha pasado en los últimos minutos, admitió con cierto
sabor amargo, que absurdo aplicaba para su encuentro y lo que vino desde ese
momento.
Himuro
escuchó la puerta de la otra habitación cerrarse, luego miró la suya, realmente
no tiene rastros de sueño, más le apetece una ducha para relajarse y luego tal
vez tenderse en la cama solo a pensar. Comenzó a desnudarse ahí mismo, pensando
seriamente en acostarse cubierto solo por las sábanas, acababa de deslizar los
bóxers cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Murasakibara se le quedó
mirando unos instantes, recorriendo su desnudez de pies a cabeza. Himuro sintió
algo parecido al pudor al saberse observado por aquellos ojos, que aunque no
lucían penetrantes o intimidantes, provocaban esa sensación de sutil
perspicacia. El de rasgos delicados tuvo el impulso de cubrirse, pero casi de
inmediato pensó que aquello no era necesario, no es la primera vez que otro
hombre le ve al desnudo. Aunque claro, aquí no hay para nada segundas
intenciones.
Por
su parte, Murasakibara le observa sin lujuria alguna, simplemente movido por la
curiosidad de un cuerpo desnudo de piel lechosa y fina cincelada en su figura.
No se trata de que le gusten los hombres, o las mujeres de hecho, pero
encuentra fascinante la silueta delante de él, desde la punta de los dedos
hasta las sedosas hebras purpúreas.
–
Te traje un pijama… – Señaló luego de un rato de ensimismamiento. Mostrando las
prendas que llevaba en la mano.
–
Gracias, Murasakibara-kun… – Correspondió el gesto, siguiendo el movimiento del
corpulento muchacho cuando dejó las ropas sobre la cama. Marchándose luego con
un “hasta mañana” dicho con tono neutro.
Himuro
observó las ropas, usaría únicamente la parte superior puesto que, enormes las
prendas, no necesitaba más que aquello para cubrir su desnudez. Pero antes que
eso, continuó con su plan inicial, ducharse. Se tomó largos minutos bajo el chorro
de agua tibia, tomando conciencia del reflejo de su cuerpo cuando recordó la
intensa mirada del pelivioláceo al contemplarle desnudo. La entrepierna del de
rasgos delicados despertó irguiéndose deseosa de atención.
–
Y ahora tendré que masturbarme pensando en un chico que apenas conozco y que no
mostró el mínimo interés sexual en mí pese a verme completamente desnudo… –
Murmuró largando un suspiro y recargando una mano en el azulejo mientras la
otra viajaba al sur tomando su extensión en ella… – Honestamente, esto es
patético. Podría salir y buscar algún desfogue por ahí. O asaltar la habitación
de mi anfitrión. Mgh~ eso sería demasiado de mi parte.
--//--//--
Kagami
no sabía si Kuroko se había percatado de su presencia, o si debería hacérsela
notar. De hecho, no pensaba demasiado en aquel momento. Porque aunque han sido
solo unos segundos, su mente continuaba trabada en aquel vistazo. Cuando Kuroko
había saltado el portón de hierro y las alas emergieron de sus omóplatos,
durante un breve lapso de tiempo se extendieron a los lados cual si estuviese
planeando en el viento, iridiscentes como las de una libélula, bañadas de azul
y rojo en distintas tonalidades, brillantes y luminosas como si estuvieran
moteadas de polvo de estrellas. Luego se replegaron hacia atrás y Kuroko
aterrizó en el piso, justo ahí fue que las alas desaparecieron, pero quedó un
curioso rastro de ellas en plumas iridiscentes similares a las de las aves.
–
¿Plumas? ¿Qué eres, Kuroko? – El pelirrojo preguntó para sí, ocultándose instintivamente
contra el muro que rodea la Mansión Kuroko cuando percibió movimientos al
interior de la Mansión, probablemente de la seguridad privada que vigila
aquellas puertas.
–
No se lo digas a nadie, por favor
Kagami-kun… – El pensamiento golpeó su mente con fuerza, tan potente que
casi parecía un grito de auxilio. La voz del peliazul ha resonado claramente en
su mente, angustia y súplica ha escuchado en aquel tono generalmente monótono.
–
¿Puedes escucharme a esta distancia, Kuroko?
–
Tu mente es clara para mí incluso si
estuvieras más lejos, Kagami-kun. Por favor, no me obligues a borrar tu
memoria.
–
¿Puedes hacer eso? ¿Eres un mago de primera generación? – Pasaron entonces
segundos que parecieron eternos para el pelirrojo, y ninguna respuesta llegaba
a su mente… – ¡Kuroko! – Exclamó entonces elevando la voz.
Los
perros al interior de la Mansión Kuroko comenzaron a agitarse movidos por su
grito y probablemente también por su aroma. Y es que el pelirrojo en la
desesperación por no recibir una respuesta inmediata había desplegado parte de
su esencia licántropa, misma que se ha reflejado en el fulgor de sus ojos rojos
como piedras hirvientes que un volcán ha escupido. Además, le han crecido las garras
y se ha desarrollado una fila de caninos en la dentadura, Kagami lanzó un
gruñido, demasiado sonoro para evitar que los perros de otras mansiones cerca
se enterasen de la presencia de un lobo.
–
¡Basta! Estás llamando la atención de
todos, Kagami-kun.
El
pensamiento del peliazul volvió a golpear la mente del pelirrojo, entonces él
hizo un esfuerzo por controlarse, bajar el ritmo de los latidos de su corazón
bombeando al punto de la taquicardia, notando cómo la sangre se le ha calentado
a punto de ebullición y la piel le arde en cada poro pues la segunda fase de la
transformación anunciaba su llegada.
–
¡Mierda! ¡Maldición! – Espetó a la nada, a su simple naturaleza. Luego trató de
regularizar al menos su respiración, siempre tenía que comenzar por algún lado
para controlar la bestia que lleva dentro.
Kagami
sintió entonces ese otro ardor que casi amenazaba con doblegarle, un ardor
diferente al que le viene cuando está por transformarse en licántropo. Un ardor
que le corroe las entrañas y se despliega rápidamente por la columna vertebral
hasta los omóplatos, tensándole cada músculo en la espalda de una forma tan
dolorosa que el pelirrojo terminaba encorvándose y rugiendo como animal herido.
La situación no paraba ahí, puesto que al final siempre sentía esa punzada en
la frente, justo al centro, que le hacía perder noción de tiempo y espacio
antes de desvanecerse.
–
Kagami-kun… – El pelirrojo no sabe si este llamado es un pensamiento o si
realmente los brazos del peliazul han cobijado su cuerpo… – ¿Te preguntas quién
soy, Kagami-kun? Y te pasa esto a ti. Qué somos, Kagami-kun. Por qué me duele
el corazón ahora que te tengo así de cerca.
Aquellas
palabras no fueron escuchadas por el pelirrojo pues había perdido totalmente la
conciencia. Cuando despertó estaba en una habitación desconocida para él, muros
color beige y la cama ataviada de doseles blancos meciéndose por el suave
viento que se cuela por el amplio ventanal abierto de par en par. Se toca la
frente y gruñe inconscientemente, le duele horrores, casi como si se hubiese
enfrentado a un centenar de licántropos él solo día y noche hasta debilitar su
naturaleza inmortal. Y no es que aquello sea tan irreal como suena, su entrenamiento para dominar su naturaleza
lycan había sido duro en sus años de infancia y parte de la adolescencia. Todo,
hasta hace un par de años. Hasta antes de conocer a Himuro. Antes de su traición.
–
Me alegra que hayas despertado ya. Tuve que usar hechizos para protegerte,
¿sabes? Y no es sencillo hacerlo para mí porque lo detesto.
–
¿Q-qué?
Kuroko
suspiró, no tenía caso soltarle todos los reclamos ahora. Notoriamente el
pelirrojo aún estaba medio aturdido por lo que sea que estaba pasándole.
–
Kuroko…
–
¿Sí?
–
Lo que vi. Qué fue eso. Por qué te salieron alas antes.
–
Es la otra parte de mi naturaleza. Mi madre biológica era… especial.
–
Qué significa que era especial.
–
Fue un hada.
Kagami
se le quedó mirando un rato, Kuroko sintió como si lo estuviera analizando. Sus
penetrantes ojos rojo fuego lucían intimidantes en ese momento, pero de alguna
manera no le daban miedo alguno al peliazul, por el contrario, sentía como si
aquella mirada pudiese prometerle un lugar seguro en el cual ocultarse de todo
lo malo que pudiera ocurrir en el mundo.
–
¿Y por qué ocultas lo que eres? ¿Hay algo malo en que seas hijo de un Hada?
–
El Sínodo de las Tinieblas prohibió a mis padres hablar acerca de eso. Pero
parece que el Concilio Supremo lo sabe ya. No estoy seguro de muchas cosas aún,
pero desde que recuerdo mis padres me enseñaron a nunca estar fuera de casa
después de medianoche. Mis alas se revelan por voluntad propia cuando los rayos
de luna de medianoche tocan mi piel.
–
¿Y no puedes, manejarlo? Como la transformación vampírica, o como lo hago con
mi naturaleza lycan, incluso los magos tienen cierto control sobre sus poderes.
–
Lo mío no funciona así. Mi padre dice que es porque mi madre era un Hada muy,
muy especial. No me preguntes a qué se refiere con eso porque ni yo lo sé,
Kagami-kun. Pero la verdad es que tampoco me gustan esas alas.
–
¿Por qué? Son hermosas, tú te veías simplemente, perfecto… – El pelirrojo dijo
sin darse cuenta del efecto que sus palabras iban a provocar hasta que vio la
palidez en las mejillas del peliazul teñirse de rubor.
--//--//--
Akashi
sonrió victorioso al recordar la forma tan nítida con que el sonrojo en
Furihata se había extendido en todo su rostro hasta las orejas al insinuar su
atracción simplemente. Claro que le gusta, naturalmente él lo sabe. Basta con
darse cuenta de la forma en que le mira, sus tartamudeos, su timidez, su
puntualidad cada que le llama, y esa ansiedad cada que anuncia su despedida.
Akashi sabe que Furihata le desea, por eso le empujó a esto, a seguirle sin
cuestionar nada invitado con un simple susurro de una promesa que podría
resultar efímera.
–
Ven conmigo, Koki. Y te daré la oportunidad de probar las delicias del placer.
Furihata
habría querido negarse, en verdad lo había pensado y hasta se aferró a esa
decisión. Pero su cuerpo le había traicionado, porque cuando el de cabellos
bermellón comenzó a andar, con una mano en el bolsillo y la seguridad por cada
paso dado, el de cabellos marrón no pudo negar aquella tentación. Quería, su
corazón lo ansiaba más que nada en el mundo, conocer el roce de aquellas manos
contra su piel, el sonido de sus jadeos, el calor de su cuerpo pegado al suyo.
El placer de sus besos, de sus intensas miradas, de todo lo que tuviera para
dar. Aunque Furihata sabe también que Akashi Seijuro tiene cierta fama con una
larga lista de amantes, él no pudo negarse. Aún cuando su corazón, confundido
como todo humano enamorado, le gritaba que tuviese cuidado, porque aunque fuera
lo que más anhelaba y podía ser feliz, aquella felicidad solo podría ser
efímera.
Akashi
Seijuro no se enamora.
Solo
usa un juguete nuevo cada vez, incapaz siquiera de entretenerse con el mismo
por más de una ocasión.
Y
ahora están ahí, en una habitación del lujoso hotel en la franquicia Akashi.
Furihata tiembla bajo las mantas al pensar en aquello que escapó a su
raciocinio antes de dejarse llevar por los besos y las caricias, por el tacto y
el fuego crepitante que le crispó cada vello en la piel cuando Seijuro penetró
su interior. Si esto llegaba a oídos del padre de Seijuro –y claro que lo
haría– el futuro de su familia pendería de un hilo. Una sola cosa le dijo el
magnate del Imperio Akashi.
– Mantente
alejado de Seijuro. O tu familia pagará las consecuencias.
--//--//--
A
Takao le parecía bastante extraño que Midorima le mirara de tanto en tanto
durante el día. Algo ha sabido de que fue el ojiverde quien le llevó a la
Enfermería la noche anterior, aunque cuando él despertó estaba solo recostado
en una camilla con una enfermera medio aturdida que apenas pudo responderle que
estaba ahí porque se había desmayado en el gimnasio. Aparte de eso, Takao pudo
percibir en su boca el sabor a hierro que deja la sangre al beberla.
–
Así que, ¿me alimentó de su sangre? ¿Qué
fue lo que hiciste, Shin-chan? – Pensaba mientras el profesor daba la clase
y él podía sentir la penetrante mirada del mayor en su espalda.
Por
supuesto que la curiosidad le carcomía el pensamiento, pero el ojiverde se
había limitado a insultarle y decirle que le dejara en paz cuando le preguntó
esa mañana sobre lo sucedido la noche anterior. Obviamente, Takao no pensaba
quedarse con la duda, ese día no terminaría sin que él supiera lo que pasó y
por qué Midorima se rehúsa a hablar de ello. No es como si desconocieran la
identidad del otro, ¿verdad? Él se lo había mencionado días antes.
–
Puede ser que no me haya creído y ahora
trata de ocultarlo. Bueno, la verdad es que no le dije claramente que sé quién
es. La duda que tengo es, ¿cómo supo Shin-chan que soy un vampiro? Generalmente
los Diurnos pasamos desapercibidos porque podemos andar en plena luz de día…
– El peliazabache ladeó el rostro, completamente ensimismado en aquel hilo de
pensamientos.
–
Deja de forzar a tus neuronas, Takao.
–
Eh?
–
La clase terminó, idiota.
Midorima
anunció sin siquiera dirigirle la mirada, concentrado en dejar ordenado su
escritorio para salir a tomar el almuerzo antes de las últimas clases y las
prácticas. Takao le miró todavía medio atrapado en sus pensamientos y la
realidad actual, es decir, Midorima acomodándose los anteojos con ese aire
indiferente que a ojos del peliazabache lucía tremendamente sexy.
–
Así que sí me alimentaste… – Takao sonrió de medio lado al notar en la muñeca
izquierda del ojiverde un parche color piel que ocultaba, seguramente, los
puntos de las heridas de sus colmillos… – ¿Por qué eres tan complicado,
Shin-chan?
–
Porque tú eres muy idiota, Takao… – El ojiverde respondió sin ápice de culpa o
remordimiento, con su tono hosco de enfado cuando el peliazabache colmaba su
paciencia.
Takao
sin embargo sonrió, esa vez aquella respuesta no ha dolido como lo hizo tras
cada rechazo del ojiverde. Le alimentó antes, le socorrió como no lo habría
hecho cualquier otro inmortal,
incluso si fuese de su raza.
–
Algún día lograré derribar ese muro, Shintaro Midorima.
--//--//--
Kise
enarcó una ceja con finura, observó al amigo de Murasakibara con gesto
inquisitivo repasándole de arriba abajo. Himuro Tatsuya, se ha presentado, y
encima de todo es de su misma universidad, aunque en otro campus.
–
¿De dónde dices que se conocen, Murocchi?
–
No te dije. Pero él se queda en mi casa. Ahora vivimos juntos.
–
¡Qué! – El modelo exclamó sorprendido. Luego casi se puso a chillar porque
simple y sencillamente parecía increíble que Mirasakibara estuviese viviendo
con alguien antes que él pudiera siquiera colarse en la cama de Kasamatsu… –
¡No es justo~!
Mientras
el rubio jovencito hacía rabieta por el simple hecho de que Murasakibara le ha
contado vivir con un apuesto muchacho –no tanto como él, claro. Venga, que Kise
no ha de permitir que nadie pase por encima de su ego–, y que no implicaba un
“vivir en pareja” como el modelo se lo estaba tomando casi inconscientemente; a
la distancia, Kasamatsu caminaba junto a otro par de compañeros de su clase por
el corredor contrario al pasillo donde se encuentran los chicos. El tono de su
móvil interrumpió la conversación que sostenía con sus compañeros, y no es de
todas formas que fuera muy concentrado en ella pues la voz chillona de Kise
tenía la atención de todos alrededor.
– Esta noche es día de tu
iniciación, Yukio. Tu objetivo ha sido elegido por el Alpha de nuestro Clan. No
falles o serás expulsado.
Al
final de aquel texto estaba escrito un nombre, y adjunta una imagen que, para
su pesar, le resultó por demás familiar. El escandaloso chillido de Kise resonó
alrededor, y los ojos azul cromado del chico de rasgos recios cayeron sobre el
rubio.
–
¡Murocchi~! ¡Kasamatsu-senpai me mira feo! ¡Y hoy ni siquiera le he acosado
para que esté molesto conmigo! – Gimoteó de pronto, consciente de la penetrante
mirada de su amor imposible.
--//--//--
Desde
el día en que Kiyoshi rescató a
Izuki, la relación entre ellos dos se ha ido estrechando. Antes se conocían
casi solamente de vista, habían intercambiado algunos saludos pero no eran
precisamente amigos, todo y que recientemente Izuki se ha integrado al equipo
de baloncesto de la universidad, donde Kiyoshi juega como titular desde el año
pasado, y mismo al que sabe han hecho petición de ingreso otros estudiantes del
campus. Aún así, las conversaciones de ellos suelen terminar en temas más oscuros.
–
¿Qué? ¿Tratas de decir que, eres anciano? – El chico ojo de águila como se le ha apodado por su peculiar habilidad en el
baloncesto, cuestionó con un dejo de incredulidad.
–
Tengo más de cuatrocientos años, Izuki. He vivido mucho más de lo que en
realidad me gustaría.
Izuki
entonces pensó que el apodo de corazón de
hierro le quedaba mucho mejor por todo ese pasado que, de pronto, él ansía
conocer.
–
Cuéntame, Kiyoshi-senpai. Háblame de ti durante esos años.
--//--//--
Koganei
se sorprendió cuando Mitobe llegó a su casa con la mirada llorosa. Le invitó a
pasar y juntos se encerraron en la habitación del menor de los dos. Mitobe
incluso temblaba, algo le ha asustado pero Koganei no puede entender el qué y
su amigo no se lo dice, como si quisiera guardar ese secreto para sí.
–
Mitobe-kun, tienes que contarme.
Pero
el muchacho agitó con vehemencia la cabeza negándose en absoluto a mencionar
nada de ninguna manera. Mitobe quiere de hecho sacar aquello de su cabeza,
deshacerse de esas sensaciones que todavía estremecen su cuerpo. Un poder
mágico tan grande, tan oscuro, tan malévolo, le ha llegado esa mañana mientras
cumplía con una más de las solicitudes de su mentor.
--//--//--
Sakurai
despertó agitado, con el pijama empapado de sudor y el olor a alcohol
impregnado en la nariz.
–
Tranquilo, solo te desmayaste en clase… – Alguien le dijo a su lado, el castaño
viró el rostro en busca de la fuente de aquella voz que le resultó desconocida.
En
aquella habitación de muros blancos y un par de camillas separadas apenas por
una cortina, los estantes de medicinas y el inconfundible aroma a limpiador y
alcohol le hizo comprender que se encontraba en la enfermería de la
universidad. Buscó desesperadamente la presencia de Aomine ahí pero no vio a
nadie más que al doctor del campus. Un hombre alrededor de los cuarentas que
tomaba su pulso y fruncía levemente el ceño.
–
Aomine-senpai… – Murmuró con la voz trabada de una ansiedad desconocida para su
conciencia, pero arraigada en su inconsciente.
–
Le he obligado a retirarse ya que había armado alboroto cuando te trajo, se
negaba en dejarte a solas conmigo, pero los alumnos no pueden faltar a clase
solo porque sí.
El
hombre respondió apartándose de la camilla y rebuscando en uno de los estantes
algún medicamento.
–
No necesito medicina, Hotaru-san.
–
Soy el doctor aquí, así que no me digas lo que necesitas o no, Sakurai-kun. Tu
padre ha dejado instrucciones claras en caso de que estos ataques se
presentaran.
¿Ataques?
Sakurai intentó incorporarse pero el cuerpo le pesó demasiado y todavía le
costaba respirar apropiadamente. ¿Instrucciones de su padre? ¿Significa que
este hombre tiene relación alguna con el Concilio de Magia?
–
Aquí está. Toma, bebe esto… – El doctor puso en la palma de su mano dos
capsulas de un aspecto bastante común, sin embargo el castaño aún tenía sus
inquietudes. No es que tuviera una razón precisa para desconfiar de Hotaru,
pero algo, quizá la intuición, le indicaba que no debía obedecer… – Ahora,
Sakurai-kun. No me obligues a dártela a la fuerza.
–
¡Aomine-senpai! – Gimoteó en
pensamientos, deseando con fuerza que el moreno acudiese en su ayuda.
Aunque
no supiera, de hecho, de qué necesitaba ser salvado.
Continuará……
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