jueves, 27 de abril de 2017

WHISPERS IN THE SHADOWS (KNB). Capítulo 3.



“El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados”
 Jean Paul Ritcher

Capítulo 3. SECRETOS SIN REVELAR
~*~


Aomine desconoce su comportamiento cuando actúa así. Se siente como una necesidad irreverente que le burbujea en el vientre y vibra por cada fibra de su ser empujándole en busca de ese contacto del que todavía no tiene suficiente y sacia apenas un poco toda esa hambre que le corroe las entrañas. Es peor que el instinto licántropo que le fluye cada luna llena, sofocante, quemante, demandante. Desnudar el cuerpo de Sakurai y tomarlo con aire posesivo cual lobo que se asegura de marcar su territorio una y otra vez para evitar la invasión de otros alphas.

– Aomine… – El castaño jadea con voz temblorosa y las mejillas cubiertas de rubor, el sudor le corre por el contorno y claras se muestran las perlas en su frente. El moreno empujó más fuerte penetrando profundamente en el interior del muchacho… – Ahh, de-despacio, senpai… – Gimotea con la mirada lacrimosa, sus pupilas chocolate se oscurecen levemente debido al placer que corre por todo su cuerpo.

Pero el moreno no cede a su lujuria, a su sed insaciable del castaño. Embiste rudo y potente, como la cópula de un lobo salvaje sometiendo a su hembra. El cuerpo de Sakurai casi se siente frágil bajo el suyo, temblando y sudando, ardiendo en deseo. Aomine gimió lanzando un gruñido ronco, sintiendo la tensión en su mandíbula ansiosa por morder. El cuello de Sakurai llama su atención en un instante, los ojos azul metálico del moreno se bañan de un tono dorado refulgiendo en las irises del licántropo que anhela emerger desde el fondo de sus entrañas.

Sakurai clava sus uñas en la espalda de Aomine cuando una estocada no solo toca profundo alcanzando su punto más sensible, sino que también le produce un espasmo de placer mezclado con dolor. El castaño trata de aguantar la pasión del moreno y muerde su labio evitando los gritos que asoman en su garganta, las lágrimas resbalan por sus mejillas y el calor abrasador que le corre de pies a cabeza amenaza con sofocarle hasta el último sentido. Sakurai no sabe qué es esto, esta sensación de gozoso dolor se siente como una daga afilada enterrándose en su corazón. Aomine gruñe más cerca de su oído mientras se aferra a su delgada cintura clavándole inconscientemente las uñas, mismas que han crecido ligeramente con el grosor y la ferocidad de las garras de un licántropo.

– Aomine… – Sakurai jadea sintiendo cómo en medio de aquellas sensaciones su cuerpo va perdiendo fuerza… – Aomine… – Repite, resbalando sus manos por la espalda morena falto de energía… – Daiki… – Y entonces le llama por su nombre, consiguiendo así llegar a la conciencia del moreno.

Aomine frena todo movimiento de su cuerpo en aquel instante, sus ojos buscan de inmediato el rostro de Sakurai y se maldice internamente al encontrarle ahí, con la cara roja perlada de sudor y la mirada dilatada, respirando tan laboriosamente que parece que se desmayará en cualquier momento. El moreno se percata también de lo que ha hecho, de sus uñas clavadas en la delicada piel del castaño, retrocediendo instintivamente buscando el centro de su autocontrol. Los ojos azul metálico vuelven a la normalidad y cuando enfoca nuevamente la mirada medio ida del castaño, Aomine siente una punzada de culpa enterrársele en el pecho. ¿Qué estaba haciéndole? ¿Tratándole con la fiereza de un animal?

– No te preocupes, Aomine-senpai, estoy bien… – Su voz suave y débil retumba en los oídos del moreno.

– Te estaba haciendo daño, debiste pararme, usar alguno de tus hechizos si era necesario.

– Pero estoy bien, sabía que no ibas a lastimarme de verdad.

– ¡Cómo estás tan seguro! ¡Podría matarte si pierdo totalmente el control, Ryo! – Exclamó abandonando el lecho, su desnudez a la luz de la luna era incluso más seductora de lo que el castaño había notado hasta ahora… – ¡Mierda! – Gimió golpeando el muro rasgando la piel de sus nudillos.

Lo detesta, por encima de todo. Detesta su naturaleza inmortal. Aomine empuñó ambas manos, hiriéndose entonces las palmas. Sakurai rodeó su cuerpo con una sábana tras invocar algunos hechizos curativos que cerraron las heridas en su piel. Caminó hasta el moreno posando una mano sobre su espalda, apenas por debajo de los omóplatos estaban sus rasguños.

– También le he hecho daño, Aomine-senpai… – Murmuró con un dejo de culpa.

– No hay punto de comparación Ryo, no seas ingenuo.

– No soy ingenuo… – Replicó frunciendo el ceño, volviendo sobre sus pasos para tomar un poco de agua que hechizó con un juramento en antiguo galés, la magia de los Druídas lo llaman aún… – Herir, sin importar la magnitud, es para el caso lo mismo. Es lastimar, aunque no hayamos tenido la intención de hacerlo. Aomine-senpai, no querías lastimarme, ¿cierto?

– No… – Admitió con pesadumbres. Ha sido su maldito instinto licántropo perturbándole en busca del dominio de su conciencia.

– Entonces no te pongas así, aprenderás a controlarte sin importar las circunstancias, ya verás… – Le anima con una sonrisa avergonzada, derramando el líquido transparente sobre la espalda del moreno para aliviar sus rasguños.

– Tienes demasiada fe en mí, Ryo.

– Por supuesto, porque yo lo quiero mucho, senpai.

Aomine volvió la mirada admirando el sonrojo en las mejillas del castaño. Sakurai viene y le habla de sentimientos con tanta soltura que le remuerde lo que tiene de conciencia humana, porque él en cambio es incapaz de hablar con claridad, de comprenderse a sí mismo siquiera. El castaño apretó el borde de la sábana contra su pecho, está avergonzado y un poco decepcionado, el moreno no le ha hablado de amor o de cariño al menos, solo le usa para su beneficio quizá. Aunque pueden considerarse pareja, hasta ahora lo de ellos es más como una aventura juvenil, se permiten experimentar con el otro la gama de deseos que les aflora en el interior; o al menos eso piensa el moreno, porque Sakurai está enamorado y sigue esperando que Aomine le corresponda un día.

– Por qué tus padres detestan tanto a los licántropos.

– Mis padres son elitistas. Ellos creen que el mundo debería ser habitado solo por magos y mortales, las criaturas de la noche para ellos son como sombras innecesarias a la luz del día.

– Pero tú no eres como ellos, estás conmigo a pesar de saber que tus padres nunca aprobarán que te relaciones con un licántropo.

– No me gusta la línea de su pensamiento. Si todos existimos en este mundo, entonces todos tenemos derecho a habitarlo, no importa nuestra naturaleza. Coexistir debería ser objetivo del Concilio Supremo.

– ¿Has escuchado sobre los rumores?

– ¿Acerca de qué?

– El Concilio Supremo ha ordenado al Concilio de Magia, al Sínodo de las Tinieblas y al Canon de Lycans encontrar a los más poderosos de cada estirpe.

– ¿Para qué querría el Concilio Supremo algo así? ¿Dónde has escuchado esos rumores?

– No sé para qué, pero he escuchado a mis padres hablar de eso cuando de casualidad pasan por la casa.

Sakurai alcanzó a percibir un tono agrio deslizarse en la voz de Aomine. Entonces reparó en el hecho de que no sabe mucho sobre la familia del moreno, aunque tiene entendido que su Clan es uno de los más importantes y que poseen un puesto en el Canon de Lycans.

– ¿Alguna vez has estado en la Biblioteca Dorada, Aomine-senpai?

– ¿Ah? No, he escuchado de ella pero no. Vamos Ryo, ni siquiera visito la biblioteca de la universidad… – Ambos sonrieron. Luego la mirada de Sakurai cayó sobre la desnudez del moreno y se sonrojó como termostato, se dio vuelta y sentándose en la cama en que antes tenían sexo, murmuró algo sobre vestirse… – Para qué, no he terminado contigo, todavía estoy medio empalmado.

– ¿Eh? – El sonrojo del castaño fue en aumento conforme el moreno se acercó sigilosamente, cual cazador a su presa.

– No sé para qué mierda mencionaste nada sobre Biblioteca Dorada, o por qué mencionamos al Concilio Supremo y todo lo demás pero… – Relamiéndose los labios, Aomine empujó a Sakurai recostándole sobre el colchón… – Prometo ir despacio esta vez, no voy a lastimarte.

– No tengo miedo de ti, Aomine-senpai.

– Aún así. Si en algún momento comienzo a perder el control, lánzame lejos con uno de tus hechizos Ryo.

– Pero…

– Lo haces, Ryo… – Dictaminó, y fundiendo sus labios con los del castaño decidió retomar el ardor de antes, sin todo ese lado salvaje suyo, claro.


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Atizó con fuerza el pensamiento del otro empujando su mente con alevosía, quería doblegarle a toda costa, dejarle en claro quién era el que tenía el poder ahí. Kuroko retrocedió instintivamente, sus ojos a medio cerrar reflejaban la energía mágica que estaba exponiendo para contener aquel ataque repentino proviniendo de un hombre que sus propios padres le habían presentado.

El peliazul sintió sus rodillas temblar a punto de someterle, le dolían las sienes tan pronunciadamente que la sensación se extendió hasta los tímpanos cual si le fuesen a estallar. Sin embargo, Kuroko Tetsuya no era alguien que se dejara dominar de ninguna manera, ni siquiera por sus padres, aunque los respetaba y amaba, nunca ha estado de acuerdo con ellos acerca de ocultar quién es.

– Tiene el Don, pero no ha desarrollado su verdadero potencial. Tardaste demasiado en traerle ante mí, Toshio… – Kuroko escuchó al hombre hablar con su padre tras haber cesado su ataque mental. El peliazul levantó la mirada, los ojos azul océano tenían un tono oscuro en las pupilas que se asemejaba al mar nocturno goteado de estrellas… – No lo heredó de ti, ¿cierto?

– No. Natsuki le entregó todo de sí cuando nació.

– Natsuki, una terrible pérdida para el Concilio Supremo.

– ¿Qué quiere de mí, Kaage-san?

Kuroko no obtuvo respuesta, su agitada respiración fue normalizándose conforme él lograba desprender su pensamiento del origen de su magia. Tanto el hombre a quien llamó Kaage-san, como su padre Toshio, abandonaron el recinto dejándole a solas. Un minuto después ingresó su madre, Demiyah, la segunda esposa de su padre, por tanto, no su progenitora biológica, aunque Kuroko no se queja en absoluto del trato que ha recibido de su parte durante toda su vida. Por eso, aunque Demiyah no sea su madre biológica, Kuroko la estima como una. Después de todo, tampoco tuvo oportunidad de conocer a su progenitora, pues el día de su nacimiento, Natsuki perdió la vida.  

– ¿Cansado, querido?

– ¿Qué quiere ese hombre de mí? Por favor madre, dígamelo.

Demiyah sonrió suavemente tras abrazar cándidamente al peliazul. A veces era una tortura ser llamada “madre” por Tetsuya. El espejismo de Natsuki se reflejaba cada día en la silueta del muchacho. Demiyah conoció a Natsuki desde que eran niñas, y siempre le había admirado su bondad y la forma tan sencilla que tenía para relacionarse con las personas pese a no ser precisamente sociable. Natsuki había sido más bien reservada y en ocasiones tímida, pero su belleza sinigual siempre había capturado la atención de propios y extraños. Demiyah no la odió nunca, le tuvo envidia sí, un acto egoísta de todo ser independientemente de su naturaleza.

– Escucha Tetsuya, lo que el Concilio Supremo quiera no debe importar, solo lo que tú estés dispuesto a otorgarles. No olvides eso, hijo mío.


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La horda licántropa se agitó en las calles oscuras con la temeraria voluntad de una tormenta de fuego y rabia. En uno de los pisos de un alto edificio de departamentos, un chico de cabellos violáceos sujetos en una coleta se asoma al balcón movido por la curiosidad, él es Murasakibara Atsushi, muchacho de una estatura sorprendente que es amigo del modelo Kise Ryota, posee una personalidad compleja, torpe le llaman algunos, infantil y molesto, otros; para el modelo sin embargo es simplemente un tipo peculiar, no se drena demasiado el cerebro pensando acerca de su temperamento, aunque a decir verdad a menudo le saca de quicio; pero a Kise Ryota muchas cosas le sacan de sus casillas, lo que de hecho debe tener que ver con su carácter caprichoso. Eso empero, no es importante ahora, sino esa horda de licántropos que cruzan las calles a toda velocidad, persiguiendo a alguien en particular según Murasakibara percibe a la distancia, desconoce la razón por la que tal fuerza se ha movido tan repentinamente pero, cuando olfatea el viento y da un vistazo rápido al objetivo de aquel puñado de sujetos, el pelivioláceo se lanza al vacío sin más.

El bullicio de los alaridos se confunde entonces con el rumor de patrullas y ambulancias que hacen eco calles más allá. El chico de cabellos oscuros con destellos purpúreos que resplandecen cada que pasa bajo las luces de los faroles en la vía pública, corría tan veloz como podía, y al ojo humano aquella carrera era simplemente extraordinaria. El muchacho volteó apenas para dar un vistazo, al menos una docena de licántropos le persiguen. Él no entiende el por qué, ni siquiera cómo se dieron cuenta de que es un vampiro diurno, pero, pillado totalmente desprevenido no había podido escapar siquiera con algún arma para ayudarse. Después de todo no es que hubiese contemplado enfrentar a su enemigo número uno tan pronto, si apenas ha arribado al país nipón el día anterior.

Son tan imprudentes. Peores que animales, auténticas bestias sin cerebro… – Pensó al tiempo que saltaba hábilmente al techo de un local de solo dos plantas en medio de aquel crucero de altos edificios.

Se apresuró en búsqueda de alguna ruta de escape que le permitiera perder a los licántropos, cuando de pronto escuchó más que alaridos de ataque, chillidos de dolor. Se detuvo al borde de la azotea de otro edificio y volteó con sus ojos azul índigo que le caracterizan como vampiro diurno, queriendo descifrar lo que sucedía. Un licántropo saltó repentinamente en el mismo edificio que él, pero antes siquiera de que diera un paso más, el pecho de la bestia fue atravesado por algo… o alguien.

Cuando la bestia cayó sin vida, el de cabellos oscuros vio a un chico allí. La coleta violácea meciéndose por el viento nocturno, las manos cubiertas de sangre y sus ropas manchadas del mismo líquido carmín.

– Ah, tan molesto… – Murasakibara se miró las manos y frunció curiosamente los labios en un gesto desaprobatorio por la suciedad, luego levantó la mirada centrándola en el otro… – ¿Te encuentras bien?

– Sí. ¿Quién eres tú? ¿Por qué me has ayudado?

– Mh, soy Murasakibara Atsushi. No tenía pensado ayudarte, ha sido casualidad. Esos sujetos estorbaban, merecían ser aplastados. Lo que quiero es que me compartas de lo que llevas en el bolsillo de tu pantalón.

– ¿Qué? – El de cabellos oscuros parpadeó notoriamente confundido, nada de lo que este sujeto ha dicho tiene sentido alguno. El de cabellos violáceos caminó hasta él, por alguna razón el chico no retrocedió, no temía a este alto joven.

– Quiero de lo que llevas ahí… – Dijo señalando el bolsillo derecho de los pantalones del de cabellos oscuros.

El chico metió su mano en el bolsillo. En el fondo había un dulce. Recordó entonces que lo había colocado ahí esa tarde antes de abandonar su habitación de hotel y salir a recorrer las calles de la ciudad para reconocimiento. No es que le gusten particularmente los dulces, pero este tenía un sabor agradable. Lo tomó en su mano y luego lo extendió hacia el corpulento muchacho.

– Te gustan los dulces, eh.

– A quién no, son deliciosos.

– Sí. ¿Vives lejos?

– En el edificio de allá, noveno piso.

– Oh.

– ¿Tú vives cerca?

– No.

– Puedes venir conmigo si quieres, es muy tarde y seguro vendrán más de ellos después. Parece que tenían muchas ganas de atraparte.

– Sí. Eso parecía. Pero, por qué quieres que vaya contigo, no sabes quién soy, o por qué me perseguían.

– Eres un chico lindo, Kise-chin dice que los chicos lindos siempre deben ser rescatados, como si fueran princesas. Creo que Kise-chin dice eso porque espera que Kasamatsu lo rescate porque él es una princesa.

El de cabellos oscuros sonrió divertido por las cosas que este sujeto estaba diciendo, pero le siguió bastante curioso por su personalidad. De un salto volvieron a la calle, no había rastros de los licántropos de hace unos minutos, lo que llamó la atención del de cabellos oscuros pero que no pareció importarle al más alto. O quizá ni siquiera lo notó porque iba entretenido saboreando su dulce.

– Por cierto, soy Himuro Tatsuya.


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Takao se desvaneció repentinamente en medio del gimnasio. El llamado de sus compañeros de equipo en alerta se escuchó apenas como un murmullo lejano cuando perdió control sobre sus sentidos. El peliazabache no pudo entonces ser testigo de la preocupada mirada del ojiverde, cuyos movimientos fueron más veloces que el de los demás pues incluso antes de que diera de lleno contra la duela, ya le había atrapado entre sus brazos. Midorima sintió al instante lo frío de la piel clara de su amigo contra la palma de su mano.

– Le llevaré a la enfermería, les haré saber cómo está después… – El ojiverde cargó al peliazabache y salió para cumplir lo dicho. Sus compañeros se apartaron dándole paso, algo sorprendidos por la prontitud con que el de anteojos había reaccionado. De camino a la enfermería, Midorima trató de pensar en los últimos eventos.

El día anterior Takao le había dado a entender que sabía sobre su naturaleza inmortal, pero en realidad no habían hablado más sobre ello, todo había terminado en otro intento del peliazabache por colar sus manos entre sus pantalones. Midorima se pregunta si este chico en serio está atraído por él, o si simplemente disfruta jugando a hacer el tonto.

Sin embargo, lo que le tenía verdaderamente preocupado ahora era el estado de salud del peliazabache, y es que su frialdad no era para nada normal, la palidez de su piel le recuerda a alguno de esos libros que ha estudiado mientras se prepara para perfeccionar sus habilidades mágicas.

– Un vampiro sin alimentarse.


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Furihata ingresó hasta el final del local, un restaurante vip de la zona, con el semblante alegre, aunque ligeramente tímido. La verdad es que la presencia de Akashi Seijuro siempre le intimida, pero al mismo tiempo le agrada. Furihata Koki le está agradecido, ha sido el heredero del Imperio Akashi quien tanto le ha ayudado desde que supo que no era una persona normal.

– Llegas temprano, Koki.

– Estaba cerca de aquí haciendo algunas entregas, Akashi-senpai.

– Siéntate, comenzaremos antes entonces.

Los cabellos de un intenso bermellón destacaban de entre los rasgos del heredero Akashi, así como sus ojos del mismo tono, aunque Furihata ha visto cambiar por un ocre dorado cuando usa alguna de sus habilidades.

Furihata obedeció lánguidamente la indicación del mayor de los dos. Akashi torció una sonrisa algo siniestra en los labios, le gusta esa sensación de poder sobre el muchacho de cabellos marrón, su indulgente obediencia y la admiración incondicional que le tiene. En un extremo de la mesa descansa un tablero de ajedrez, un par de copas con agua es lo único a disposición. Y es que no estaban ahí para compartir la comida ni mucho menos, Akashi cita aquí a Furihata cada vez solo para algo de entretención.

– ¿Has avanzado con lo que te encomendé la última vez?

– Sí, Akashi-senpai.

– ¿Lo dominas?

– N-no, aún tengo fallos.

– Muéstrame, te ayudaré a corregir los errores que estés teniendo.

– ¿Aquí?

– Dónde más, estamos aquí, y quiero ver tus progresos.

– Pero… – El de cabellos marrón miró en todas direcciones. Aunque el lugar en que están ubicados les da cierta discreción, no era para nada suficiente si se ponía a usar sus habilidades así nada más.

– Si tanto te preocupa que te vean entonces haz un hechizo ilusorio.

– ¿Eh? ¿Simultáneamente?

– Obviamente.

– N-no… no puedo Akashi-senpai. Lo siento pero no soy capaz de hacer dos cosas a la vez, mi control sobre mis habilidades es insuficiente para algo así.

Akashi se le quedó mirando profundamente. Vio a Furihata tragar hondo y bajar la vista incómodo por su observación. Akashi sonrió de nuevo con superioridad. Este chico, apenas unos meses menor que él, era como su juguete favorito, su mascota, su único entretenimiento.

– Entonces ya tienes una nueva tarea para la semana, y más te vale que la próxima vez que nos veamos seas capaz de hacer lo que te pido… – Dijo, poniéndose en pie.

– ¿S-se va ya, Akashi-senpai?

– Sí, no tienes nada que me interese por ahora, así que me marcho.

– P-pero, la partida de ajedrez y… yo, puedo… puedo mostrarle a-algo… – Tartamudeó, afectado por la repentina marcha del otro. Akashi se inclinó sobre el muchacho dejando sus rostros tan cerca, que Furihata no pudo evitar el sonrojo que se expandió por su cara.

– Eres un mago de segunda generación, demuestra un poco más de valor en ti mismo Koki.

– Y-yo…

– Por qué te pones nervioso, ¿tanto te gusto?


--//--//--

– Se ha hecho tarde, casi es medianoche… – Kagami dijo al mirar la hora en su teléfono móvil.

– ¿Medianoche? ¡Tengo que irme! – Kuroko apuró sus cosas dentro de su bolso. Era increíble cómo el tiempo perdía sentido cada que estaba con el pelirrojo. Esa noche han pasado horas jugando sin que se percatara del transcurso de los minutos, y ahora cometía la imprudencia de olvidarse de lo importante que es la medianoche para él.

– ¿Por qué tanta prisa, Kuroko? ¿Acaso tienes toque de queda? – El pelirrojo comentó con la intención de molestar, pero vio al peliazul genuinamente preocupado por la hora… – Oye, qué sucede.

– Solo, tengo que irme ya, Kagami-kun.

– Pero… espera… Kuroko.

El peliazul echó a correr sin mirar atrás. Kagami frunció el ceño y chasqueó la lengua indignado por el cambio repentino de Kuroko. Y sin darse cuenta, emprendió la carrera siguiéndole de cerca. Se fijó, por ejemplo, en lo ágil y veloz que el peliazul era cuando echaba mano de su naturaleza vampírica, corrieron por las calles sin parar hasta una zona residencial en la que las mansiones de la alta alcurnia adornaban grandes extensiones de terreno.

Entonces, justo cuando Kuroko saltaba por encima del portón de hierro en la entrada principal de la que parecía ser su casa, el reloj marcó las doce, el primer rayo de luna de la medianoche bañó la delgada silueta del peliazul, y de sus omóplatos brotaron un par de alas, amplias y hermosas, con destellos iridiscentes en toda su extensión. Kagami se quedó paralizado a más de cincuenta metros de distancia, asombrado por aquella belleza, consternado por el significado de aquellas alas pues nunca supo de criatura alguna que las poseyera.



Continuará……

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