jueves, 27 de abril de 2017

WHISPERS IN THE SHADOWS (KNB). Capítulo 5.



“No existe un hombre al que el amor no lo transforme”
Platón

Capítulo 5. DE SUSURROS SE CUBRE LA NOCHE
~*~


Aomine no era de los que creían en los presentimientos. Pero aquella punzada en el pecho le hizo sentir demasiado inquieto. Por un segundo quiso atribuirlo a simple preocupación por el estado de salud de Sakurai, no le había agradado en absoluto la forma tan tajante con que el Dr. Hotaru le había sacado de la enfermería. Bien, no es que él hubiese actuado tan apropiadamente al faltarle al respeto. ¡Pero había sido culpa del Dr. Hotaru! Aomine solo había exigido que atendiera a Sakurai con justa razón, venga que no es para nada normal que el castaño se ponga mal de la nada y encima el hombre le venga con que debía tranquilizarse y dejarle hacer su trabajo. ¡Obviamente que le iba a dejar hacer su trabajo! Solo pedía que se apurara un poquito.

De todas maneras, la constante sensación de punzada en el pecho le estaba atormentando. Jura que no ha pasado ni medio minuto, pero él lo ha sentido como toda una eternidad. El dolor acuciante era parecido al que experimentó en sus años de infancia, cuando estaba aprendiendo todo sobre cómo mantener bajo control a la bestia que lleva dentro. Ser licántropo no es sencillo, sobre todo en los primeros años de vida que es cuando aprenden a manejar el instinto de supervivencia.

Pero entonces aquel llamado desesperado que retumbó en su mente, como un pensamiento ajeno que le golpea sin previo aviso. Un llamado en voz de Sakurai que suena angustiado y activa todas las alarmas de Aomine. Se levanta de su asiento y sale a toda prisa del aula ignorando olímpicamente el llamado a voz en cuello de su profesor. El moreno no le presta atención, corre con fuerza y una rapidez formidable, siente cómo se expande su caja torácica para permitir a sus pulmones llenarse de oxígeno mientras él inclina el cuerpo hacia el frente y busca una postura más adecuada para la carrera. Aomine no se da cuenta, no es consciente de las reacciones de su cuerpo, de los bramidos que exhala ni del intenso azul metálico que centellea en sus dilatadas pupilas. Corre con la angustia propia de un lobo que defiende su territorio y a su hembra de un depredador que amenaza su jerarquía alpha.


Sakurai se niega a beber aquella píldora que el Dr. Hotaru le ofrece, recula en la camilla e intenta escapar. No sabe de dónde viene ese miedo a ingerir aquella medicina, ni tampoco la desconfianza hacia el hombre, incluso si ha mencionado que son indicaciones de su padre, el castaño simplemente no quiere beber. El hombre por su parte ha trepado a la camilla tratando de inmovilizar al joven estudiante, Sakurai puede sentir entonces un aura mágica emanar de su superior, un aura que le empuja hacia abajo como una fuerza invisible que actúa contra su voluntad. Extremidades superiores e inferiores se inmovilizan cual si hubiesen atrapados en grilletes y el cuerpo del Dr. Hotaru se siente pesado sobre su vientre.

– Deja de resistirte, Sakurai. Esto es por tu bien… – El hombre insistía, pero el castaño no hacía más que negar con la cabeza y mantener su boca bien cerrada. Aunque presentía que si el hombre se lo proponía, realmente podría hacerle tragar a la fuerza… – No tengo tiempo para explicarte nada, primero debes beber, antes de que sea tarde.

¡Aomine!

Aquel fue el único pensamiento que Sakurai volvió a tener con desespero. Sus ojos cristalizados por un llanto producto al miedo y la sensación de vértigo hacen del castaño una presa fácil. Sus emociones antes que sus dones mágicos. El Dr. Hotaru casi agradece que el chico no sepa manipular sus habilidades en circunstancias acuciantes como estas, o ya le habría mandado lejos con un solo hechizo. Sin embargo, Sakurai confiaba ciegamente en alguien ya. Alguien que ama con todo su corazón y que, clama, venga en su auxilio cada que se sienta así de asustado.

– ¡Aléjate de Ryo! – El grito del moreno irrumpe en la enfermería con una ira que el hombre jamás había escuchado resonar en la voz de un simple mortal. Fue entonces, cuando vislumbró aquel matiz rojizo en los ojos del estudiante, un matiz que solo podía provenir de un inmortal.

Sin embargo, pese a que el Dr. Hotaru se había percatado de aquello, le fue imposible contener el ataque directo del moreno cuando se lanzó sobre él como la bestia a su presa. Aomine clavó sus uñas sin remordimiento en los hombros del hombre, gruñendo con ira ante su cara antes que dejarle suplicar siquiera por algo de tranquilidad.

– ¿Qué pretendías hacerle?

– Estás cometiendo un error. Sakurai debe ser controlado.

– Ryo no es un licántropo, ni siquiera un vampiro. Es un mago y ya. Qué mierda pretendías hacerle. Y mejor responde con la verdad o te descuartizo aquí mismo… – La advertencia del moreno no pasó como un simple impulso juvenil, la fiereza de su mirada y la tensión de sus quijadas con caninos afilados se lo dejó claro al hombre.

– Creía que los licántropos poderosos como tú no dominaban muy bien su transformación.

– Puede que eso sea cierto, ¿quieres averiguarlo?

Aomine presionó aún más sus garras en los hombros del hombre, la sangre brotaba en hilos carmín que estaban manchando el piso sobre el que estaba apresado con el cuerpo del moreno encima de sí.

– No tardarán en venir los profesores y alumnos curiosos, no es precisamente que hayas llegado en modo silencioso.

– ¿Qué ibas a hacerle? – Gruñó falto de paciencia.

– Aomine-senpai… – Entonces la voz trémula del castaño trajo de nuevo el foco de atención de ambos sobre sí.

Aomine levantó la mirada, el cuerpo del castaño permanecía recostado sobre la camilla pero parecía tener dificultades para respirar adecuadamente y sudaba a raudales. El moreno gruñó con preocupación y lanzando una mirada fulminante al Dr. Hotaru, se incorporó para inspeccionar a Sakurai.

– ¿Puedes levantarte?

– No… puedo, respirar bien. Aomine-senpai… – Tartamudeó sintiendo cómo se le iba cerrando la tráquea a cada intento por tomar respiraciones profundas para abastecer sus pulmones de oxígeno.

Se sentía sofocado con la sangre quemándole en las venas. Y el cuerpo le pesaba demasiado, o tal vez simplemente a él se le estaban agotando las energías con vertiginosa rapidez. Aomine le sostuvo en brazos, sin saber realmente cómo ayudarle o a dónde llevarle, tan solo había respondido al llamado de Sakurai golpeando su mente. Y eso, por cierto, también era la primera vez que le pasaba.

– No seas idiota, Aomine Daiki. A dónde vas a llevarle… – El hombre dijo incorporándose apenas con dificultad, tensando la mandíbula para soportar el dolor de aquellas heridas en sus hombros.

– A donde usted no se atreva a lastimarlo… – Bufó mirándole una vez más con ira. Como una fiera que se siente amenazada ante el cautiverio.

– Ni siquiera sabes todo sobre este chico. ¿Vas a protegerlo aún así?

– Ryo es mi novio, sé lo suficiente sobre él. Y usted no va a ponerle una mano encima mientras yo esté aquí para protegerlo.

– Está transformándose, Aomine. Y si no lo detenemos ahora, va a ser difícil traer de vuelta su conciencia. ¡Míralo! ¿Acaso no lo notas? ¿No olfateas el poder en su sangre?

Aomine no quiso responderle, se negaba en absoluto en decir una sola palabra. Sin embargo, claro que lo ha notado, desde el día en que lo conoció. La sangre de Sakurai nunca ha olido como la de cualquier otra. Él lo sabe porque es habilidad de algunos clanes de lycans, detectar ciertos dones con el olor que desprenden en su torrente sanguíneo. La sangre es, después de todo, el río con toda la carga genética de cada individuo, tratándose de los inmortales, contiene también toda la historia de sus antepasados. Por eso, algunos inmortales huelen más que otros, y en cada aroma los licántropos pueden saber si se trata de seres de su misma raza o de cualquiera de las otras dos. Incluso si son híbridos. Pero Sakurai, aunque huele predominantemente a mago, tiene un fuerte aroma a algo más. Algo sumamente poderoso. Algo, que Aomine no ha olido nunca antes en nadie más.

– Déjame darle esto, te diré todo lo que quieras saber mientras evitas que Sakurai Ryo se transforme, y muera o mate a todo ser humano que se cruce en su camino, incluyéndote a ti.


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Noche de iniciación lycan. Ahora solo algunos clanes conservan la antigua tradición de iniciación cuando un joven licántropo alcanza la mayoría de edad. El clan al que Kasamatsu Yukio pertenece es uno de ellos. Clan Vánagandr se nombran desde hace al menos un milenio, aunque sus orígenes parecen tener reseñas mucho antes que eso.

Kasamatsu Yukio se presentó en aquel recinto amplio de forma circular que no contaba con mayor decoración que unas antorchas encendidas en cuatro puntos, los que debían corresponder a los puntos cardinales, como también a los principales elementos de la Naturaleza. Al centro, una pilastra de cantera pura con un símbolo nórdico tallado en su base, el entramado del diseño perfectamente trazado dejaba entrever algunos rasgos lobunos, como son las fieras fauces y la penetrante mirada, estaban ahí también los kanjis nipones, aunque de hecho el Clan tuviera raíces grecorromanas en sus inicios. 

Presentes estaban varios personajes de su Clan. Están ahí sus padres, su única hermana (menor que él por un año), y un Jefe representante por cada rama del Clan en otras regiones de Asia. Solo un hombre de cabellos rubios y ojos azules estaba ahí, al centro del recinto, situado justo frente al tallado sobre cantera.

– Bienvenido, Kasamatsu Yukio. ¿Estás listo para unirte en tradición al Clan Vánagandr?

– Sí, señor.

– Has recibido ya el nombre de tu objetivo, ¿no es así?

– Sí, señor.

– Antes de que partas para cumplir con tu iniciación, debes saber que si fallas, serás expulsado del Clan. La manada solo cobija a los más fuertes, ¿entiendes?

– Sí. Señor… – El de ojos cromados dirigió su mirada a aquel hombre. Reconocido como el macho alpha de los Vánagandr, líder de todo el Clan alrededor del mundo. Presente en contadas iniciaciones, solo cuando sabía que el iniciado tenía un potencial especial.

Kasamatsu siguió entonces el correspondiente ritual. Se acercó a la pilastra e hiriéndose ambas palmas derramó gotas de su sangre sobre el grabado, cada línea trazada fue cubierta por el líquido carmín tornándose así de aquel intenso color rojizo. En lo alto, falto de techo está la bóveda, la luz de la luna cae fulgurosa sobre el símbolo y éste brilla con su platinado encanto. Rojo y plata se mezclan en un armonioso y oscuro inicio de una jornada que, el de ojos cromados sabe, puede tomarle toda la noche, pero no debe ser alcanzado por la luz de día. Ni dejado sin completar.

El Clan aulló entonces a la luz de la luna. Kasamatsu alzó la mirada al cielo, aullando junto a los suyos. Con el corazón tembloroso pues tenía que cazar. A Kise Ryota. El ruidoso chico de cabellos rubios y ojos dorados.


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Kiyoshi sonrió al ver la curiosidad bailar en los ojos grises de Izuki. Hacía tiempo que no charlaba de su pasado con nadie, y aunque el joven mago era realmente un chiquillo ante todo lo que ha vivido, no pudo evitar esa sensación de alegría acumulársele en el pecho. Hoy tendría la oportunidad, quizá, de encontrar un amigo, un aliado. Un hombro en el que apoyarse cuando las memorias del ayer amenazaran con doblegarle.

– Es noche, debes volver a tu casa. Juntémonos en otra ocasión, te contaré todo lo que quieras saber.

– Quiero saber algunas cosas ahora.

– Es muy tarde, aunque no necesito realmente cursar nuevamente la Universidad, no voy a comportarme de esa manera solo porque sé todo lo que necesito saber tras varias vidas transcurridas. Y tú, debes comportarte como lo que eres también, un joven universitario responsable, Izuki.

El de ojos oscuros atravesados por ese gris intenso se le quedó mirando, Kiyoshi sintió que aquella mirada podría tragarle por completo. Izuki estiró una mano asiéndose del cuello de la chaqueta del mayor de los dos y tirando de ella hacia sí, acercando de esa manera sus rostros. Kiyoshi parpadeó confundido, quizá también un poco nervioso. Esta cercanía no era sana para su solitario corazón y ese tamborileo loco que se adueña de su corazón y agita su respiración.

– Quiero besarlo, Kiyoshi-senpai. ¿Me deja?

– N-no creo, que sea buena idea, Izuki.

– ¿Por qué no? – Cuestionó acercándose aún más, quedando en puntillas con sus narices rozándose entre sí, compartiendo el aliento… – Usted me salvó la otra vez de aquellos vampiros. Aún no me responde qué hacía ahí, por qué me ayudó. ¿Me seguía, Kiyoshi-senpai? ¿Le gusto?

A cada palabra, Izuki se acercaba más y más al de cabellos cenizos. Kiyoshi tragó hondo, honestamente debería negarse. Pero él es un licántropo después de todo, y los lycans nunca han sido reconocidos precisamente por racionales sino más bien instintivos. Y en ese momento su instinto sexual le empuja sin tregua a actuar. Cuando sintió el primer roce de los sedosos labios del de cabellos brunos, Kiyoshi simplemente se dejó llevar adueñándose de aquellos seductores pliegues suaves y húmedos, tan refrescantes como el agua en medio del desierto.

Izuki jadeó pillado por sorpresa cuando el beso de Kiyoshi se sintió apasionado y caliente contra sus labios. Y es que hacía más que besarle con sumiso placer, estaba devorándole cual si el interior de su boca fuera a saciarle de sed o hambre. Izuki de pronto sintió que sus pies se despegaban del suelo y su cintura era estrechada con asombrosa gentileza, inconscientemente levantó las piernas buscando algún soporte mientras era engullido por la experiencia apasionada del mayor, enredando las extremidades en torno a la cintura de Kiyoshi.

– Ahh~ – Jadeó exhausto cuando finalmente sus labios fueron dejados.

Sin embargo, Kiyoshi aún no tenía suficiente del de cabellos brunos, deslizó sus labios por la quijada y hasta el cuello, lamiendo y besando, succionando y mordisqueando. Sudor y colonia varonil, deseo. Kiyoshi tenía ganas de todo eso. Izuki por su parte se concentró únicamente en abastecerse de aire, sintiendo sus labios arder por el anterior beso. ¡Y solo había sido uno! Pero se ha sentido como si hubiesen sido una docena de los besos más fogosos que nunca ha recibido, ni mucho menos dado. Y no es tampoco que tenga una larga lista de parejas.

– Pídeme que pare, Izuki.

– No quiero que lo hagas, Kiyoshi-senpai.

Cuando el de cabellos cenizos levantó la mirada, admiró en los ojos grises del menor de los dos un deseo que hizo temblar todo su cuerpo. Volvió a besarle, con la misma pasión de antes hasta dejarle sin aliento.

– ¿Sabes lo que se dice de los lobos?

– ¿Qué?

– Suelen tener una sola pareja para toda la vida.

Izuki le miró sin comprender realmente el significado de aquellas palabras. ¿Estaba diciéndole que le elegiría como su pareja? O por el contrario, que ya pertenecía a alguien.


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Kuroko abrió los ojos de par en par cuando sintió los labios de Kagami contra los suyos, presionando con lujurioso deseo. Quiso decirle que parara, pero él deseaba este contacto tanto como el pelirrojo. Incluso si se encontraban en su habitación, en su casa, con su magia escudando todo dentro de aquella lujosa mansión.

Era simplemente como si sus cuerpos tuvieran magneto para el otro. Se atraían ni bien coincidían en el mismo espacio. Kagami le jaló hasta que Kuroko quedó recostado sobre su cuerpo, con los labios pegados entre besos cargados de una pasión que casi parecía capaz de colapsar todo a su alrededor por su intensidad. Kuroko sintió la lengua de Kagami colarse en su boca y explorar cada recoveco concienzudamente, empujando y enredándose contra su propio músculo flexible. Cuando rompieron el beso, por necesidad de aliento más que por deseo, un hilo de saliva se rompió a medio camino cayendo sobre sus mentones, el pelirrojo sin embargo fue directo a lamer allí donde aquel insignificante hilo cayó, el peliazul pensó que había sido un absurdo pretexto para atacarle el cuello con indecentes lametones que estaban erizándole el vello capilar.

– Kagami-kun.

– ¿Mh?

– E-estamos en, mi casa.

Kagami simplemente gruñó apartando de un tirón la prenda que le impedía tocar directamente la piel de Kuroko. El pecho níveo quedó al descubierto al segundo, y las toscas manos del pelirrojo se pasearon por él con absoluta libertad. El peliazul entrecerró los ojos menguando al placer.

– S-sí mis padres… si ellos ngh saben que… estás aquí.

– Guarda silencio y no se enterarán, Kuroko… – El pelirrojo dijo con la mirada lasciva, lamiendo descaradamente el pecho del peliazul desde el vientre hasta su clavícula, humedeciendo su piel.

– Nhh no muerdas así, si quieres que me calle, Kagami-kun.

Kuroko se mordió los labios cuando sintió los dientes del pelirrojo morder uno de sus rosados pezones. Arqueó la espalda y sintió todo su cuerpo ardiendo como calderas al rojo vivo, sin dolor. Kagami sonrió con picardía al contemplarle ahí, renuente a hacer esto con él, pero no negándose realmente. Entonces se entretuvo un buen rato explorando cada centímetro del pecho del peliazul, subiendo de tanto en tanto hasta sus labios para besarse con lujuria. Deseo, ese sentimiento era el único que gobernaba sus acciones en aquel momento. De pronto el resto de las prendas de Kuroko fueron hechas pedazos por la ansiedad de Kagami manifestada en sus garras desarrolladas. Y sin más, enterró su rostro en la pelvis de Kuroko, lamiendo la entrepierna desprovista de vello púbico, tragando el falo con gula, succionando con fuerza. Kuroko apenas tuvo noción de lo que hacía cuando hechizó las paredes de su habitación impidiendo que sonido alguno escapara de ahí.

– ¡Kagami! – Gimoteó desesperado con lágrimas resbalando de sus mejillas cuando sintió aquella invasión en su interior.

Dos dígitos del pelirrojo entraban y salían de su estrecha cavidad dilatándola lentamente, el dolor mezclado con expectativa y placer tenían a Kuroko medio perdido en sensaciones, y Kagami, ansioso por poseer tal deliciosa criatura, urgía sus propios métodos, gruñendo inconscientemente cuanto más fuerte clavaba sus finas uñas el más bajo en él, rasguñándole la espalda, los hombros, los brazos, cualquier parte de su cuerpo que estuviese a su alcance. Kuroko sentía tanto calor que, si no fuese un inmortal, probablemente ya se hubiese desmayado.

– Sujétate, Kuroko.

– Kagami-kun. ¡Nghh!

La penetración fue lenta, pero de igual manera la resintió el delgado cuerpo del peliazul. Kagami se mordió los labios con tal fuerza que los hizo sangrar. Deseaba entrar y salir con toda su bestial energía, pero tenía la suficiente lucidez para contenerse y procurar darle algo de tiempo a Kuroko para acostumbrarse a su invasión.

Kagami piensa en que le gusta todo de Kuroko. Su altura, su complexión, la forma en que se aferra a sus hombros arañándole la espalda cuando toca más profundo en su interior. Y esa manera de jadear en su oído, de pedirle más con esa voz tan suavemente seductora, como un veneno que amenaza con impregnarse por cada poro de su piel hasta dejarle en poco menos que fibras sensibles al toque del peliazul.

– ¡Mierda! Kuroko, te quiero solo para mí… – Le gruñó sofocado en su propio placer, sintiendo la forma en que las paredes anales de Kuroko comprimían su falo cuando más cerca estaba del final.

Aquellas palabras que no eran ni una declaración de amor, ni parecían más que una fáctica marca de posesión, flotaron en un ambiente denso en calor. Pero tal vez, ocultaban el verdadero sentimiento de dos criaturas híbridas que todavía tienen un largo camino por recorrer.

Juntos.
O separados.


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Mitobe se acurrucó más cerca del cuerpo de Koganei. No sabe cuánto tiempo ha pasado desde que llegó a casa de su amigo, pero el alba estaba despuntando ya allá fuera. Ha sido una noche larga, el dolor de cabeza le ha punzado cada segundo y él no ha encontrado alivio ni estando ahí, con la única persona que realmente se preocupa por él y le estima sin importar quién es o de dónde viene.

El muchacho de rasgos mininos se removió en sueños, abrazándole con cariño contra sí, el rostro de Mitobe descansó entonces sobre el pecho de su amigo. Los latidos de su corazón eran rítmicos, y su respiración pausada reflejaba tranquilidad. Mitobe entonces se concentró en aquel sonido, en aquel ritmo, y cerró los ojos esperando que al menos un minuto, la magia que despierta a su alrededor, deje de llegar a él con la fuerza vertiginosa de un fenómeno natural sin precedentes.


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Takao usó toda su fuerza vampira para atrapar a Midorima contra el muro de aquel callejón a primera hora del día. La mirada del ojiverde le fulminó, pero el peliazabache ni siquiera se inmutó.

– ¿Qué haces, Takao?

– Te interrogo con mis métodos. Porque si sigo los tuyos, joder que nunca me dirás nada.

Midorima se acomodó los anteojos de grueso armazón sin quitarle la mirada de encima, ni sorprendiéndose de este repentino comportamiento en su amigo. Aunque la amistad entre ellos era más bien rara. Culpa suya, Midorima admite en secreto, porque se reconoce como un sujeto difícil de tratar.

– Cómo supiste que necesitaba sangre el otro día.

– Estabas demasiado pálido.

– ¿Desde cuándo sabes lo que soy?

– Desde siempre. No hay manera de que me ocultes algo así, Takao.

– Soy un Diurno. Casi nadie es capaz de reconocer a un Diurno, eso dicen los mayores, y eres definitivamente el primer sujeto que conozco descubriendo mi verdadera naturaleza. Así que dime algo más que solo eso, Shin-chan.

El ojiverde gruñó inconforme, estudió la situación y pensó que de todas maneras no había más motivaciones para ocultar lo que, ahora, es obvio.


Continuará……

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