¡Buenas, gente!
¿Cómo siguen por sus casas con el asunto de Mr. Covid?
De todo corazón les deseo lo mejor, y buena salud.
Hoy les dejo un nuevo YS, que me anduvo rondando en la cabeza
desde hace unos días, espero que les guste, y sí, también sé que da para más,
pero debo confesarlo, no estoy presionando nada, nadita a la señorita
inspiración, no sea que se le ocurra irse aunque está en cuarentena conmigo
xD
Así que pese a ese
"algo" que pueda dejar con ganas de más, espero que lo disfruten~
BLOOD
~*~
Tic
tac, tic tac.
El
insistente sonido del segundero comenzaba a resultarle molesto. Miró hacia
arriba, al descanso en las escaleras que bifurcaba el camino a derecha e
izquierda. Ahí donde, imponente, el gran y antiguo reloj de péndulo parecía
burlarse cada día de su inmortalidad. La amplia mansión estaba impecable, sin
rastros de polvo ni telarañas, pero también estaba vacía, sin más presencia que
su figura. La servidumbre solo estaba ahí al despuntar el alba y hasta
mediodía, por indicaciones suyas a decir verdad.
Irónicamente,
prefería la soledad antes que personas yendo y viniendo con absoluta libertad
por su casa. La antigua residencia Park. Su familia había perecido hace al
menos una década, y aunque el tiempo era relativo para él, esos años han
resultado la peor de las torturas. Sin padre ni madre, ni hermanos o hermanas.
Su estirpe había sido aniquilada a traición, por quien menos esperaban. No
habían sido los lycans, ni otros clanes de vampiros. El golpe vino de arriba,
literalmente arriba.
Arcángeles.
Y
le habían condenado a una eternidad en soledad. Advertido de, si se atrevía a
transformar a otros, la muerte sería su destino. Y era extraño, porque bien
podía elegir la muerte, en cualquier forma, pero se aferraba a la vida. A pesar
de que no tenía nadie con quién compartirla.
A
nadie.
Ah,
bendita conciencia.
El
último de los Park sí que tiene a alguien.
O
lo anhela.
Porque
no puede tocarle, no sin que una legión de ángeles fuera enviada a darle
muerte.
Le
interesa él.
El
tierno e inocente querubín.
Enviado
a la tierra por el mismísimo Dios.
Kim
Junsu.
Se
llama, hijo de una familia acomodada con una madre amorosa y un padre dedicado,
hermano de un hombre responsable. Amigo de personas amables.
Kim
Junsu.
Su
tentación en vida.
El
pecado que quiere cometer.
Inalcanzable
querubín.
Tic
tac, tic tac.
El
vampiro frunció el ceño, maldiciendo el molesto reloj de péndulo.
Incapaz
de destruirlo.
Él
es Park Yoochun. El último de un antiquísimo clan de vampiros. Uno de los pocos
clanes que no eran transformados, nacían siendo vampiros. Tampoco es que el sol
pueda matarle, pero es un hecho que necesita de sangre humana para sobrevivir,
y para que su poder sobrenatural perdure.
Ese
poder que le da la inmortalidad (sublime ironía), que le permite moverse a gran
velocidad y tener fuerza sobrehumana. Poder que le da cierta habilidad
hipnótica y también dotes de telequinesis.
Poder
que, a su pesar, no podía ayudarle a obtener lo que más deseaba. A ese hermoso
ángel que casi parecía pavonearse por ahí con la intención de seducirle. Casi,
porque lejos estaba el querubín de saber las malas intenciones que tenía
el hombre hacia él, o las bajas pasiones que le despertaba.
Claro,
si lo supiera, no se pararía por la mansión nunca.
Yoochun
es un vampiro de joven apariencia, treinta y tantos decía su identidad actual.
Es alto, más bien delgado y de porte elegante. No es muy dado al ejercicio
físico, pero no lo necesita, todavía tiene un cuerpo atlético, con músculos
definidos y pectorales apropiados. Lleva el cabello en melena, de un profundo
negro azabache que casi no parece natural. Ojos brunos y labios rojos en forma
de corazón. Otra ironía, porque como vampiro, corazón es lo que menos posee.
Park
caminó escaleras arriba hasta su habitación. Era, como se esperaría, más bien
oscura, con luces rojizas y cortinas en los altos ventanales que corrían de
lado a lado en el balcón que da a los jardines en la parte trasera de la
mansión. Una cama Queen al centro, con doseles ataviados de cortinas de seda
que, en esos momentos, estaban atadas en los postes a sus cuatro puntos. Había
un clóset a la derecha, al que se llegaba al pasar por unas puertas corredizas.
Un mueble al frente de la cama, en el que solamente había un tocadiscos y
discos de acetato. En más, la habitación estaba básicamente vacía. Ni un solo
mueble extra, ni alfombras ni nada. Park no necesitaba otra cosa que eso que ya
estaba ahí.
Buscó
entre los discos y eligió uno en particular. Se le antojaba un poco de soul
bajo la voz de Amy Winehouse. La dramática historia de la cantante le inspiraba
un sentimiento de comprensión que no se le atribuiría a ningún vampiro, para
empezar, porque, vamos, los vampiros no tienen sentimientos ni son sensibles a
nada. Pero él, como vampiro nacido, poseía ciertas cualidades humanas, capaz de
sentir, de tener empatía, de entender el corazón humano, aunque el suyo no
sirviera para más nada que recordarle su inmortalidad.
Se
sirvió un trago de whiskey y salió al balcón de su habitación, la noche estaba
tranquila, y había un cielo estrellado que solo desde ahí podía admirarse,
porque en la ciudad las luces de sus altos edificios opacaban la belleza
natural.
La
melodía de “loveis a losinggame” se deslizó por toda la mansión. La voz
de la cantante parecía envolver su propia soledad, ese tono algo áspero,
profundo y emocional, se adhería a su piel como frías sombras que le recordaban
su miserable vida. Si es que a esta auto reclusión podía considerársele vida.
¿Hace
cuánto no sale al mundo? Años, una década al menos.
Lo
recuerda bien porque la última vez que pisó fuera de su mansión fue exacto el
día en que se quedó prendado de la juvenil silueta del muchachito aquel de
cristalina mirada, ruidosa risa y cabellos castaños. Encadenado a la belleza
natural del que, a los pocos minutos sabría, había sido enviado a la tierra
justo para castigarle. Como una maldición que le instigaría
constantemente al pecado, una tentación celestial que le llevaría directo al
mismísimo infierno.
― Junsu. ― Susurró. Saboreando el nombre en los labios,
en el trago de whiskey y el olor a rocío de la noche. ― Junsu. ― Le nombró de
nuevo, esa vez con un tono diferente.
Y lo nombró una y otra, y otra vez hasta que su voz se
hizo eco en el aire. Un eco que viajó más allá de los límites de su mansión,
convirtiéndose en un susurro hipnótico que captó la atención de un joven en
particular.
Joven que abre los ojos y perezosamente se estira bajo
las mantas de su cómoda cama, sonríe involuntariamente y gime con aire
distraído al sentir un escalofrío que corre por su columna vertebral al
escuchar de nuevo esa voz ronca, profunda, varonil. Seductora. Contrae las
piernas y se acomoda en posición fetal, pero cuando esa voz insiste en
nombrarle y provocarle escalofríos, él no puede hacer nada para evitar las
reacciones de su cuerpo.
Respira errático y se encuentra incapaz de abrir sus ojos
aunque ya no se encuentre en el mundo de los sueños, jadea con una quemazón
supurándole en el bajo vientre y siente cómo la entrepierna le palpita, presa
de un deseo que no debería sentir. Entreabre los labios y deja escapar un
gemido más largo, más áspero y casi agónico, los párpados se levantan apenas un
poco, dejando entrever las castañas pupilas dilatadas enfatizando una mirada
más bien desenfocada, perdida en un mundo desconocido para él.
Porque siente esos latigazos sacudiéndole desde la espina
dorsal hasta concentrarse en un endurecimiento que continúa creciendo y
palpitando en su entrepierna. Los dedos de sus pies se retuercen, se tensan y
claudican a sensaciones nunca antes experimentadas pero que, dios, se sienten
muy bien. Como un sabor prohibido que provoca un deseo ardiente en cada poro de
su ser y se manifiesta de formas inimaginables para su tierna virginidad.
El joven muerde su labio inferior, abandona la posición
fetal y se tumba boca abajo sobre el lecho, busca fricción y agita sus caderas
adelante y atrás encontrando cierto alivio en la entrepierna, pero que todavía
no es suficiente. Otro gemido vibra en su garganta y él entierra el rostro en
la almohada tratando de acallarlo, pero tampoco es suficiente. Porque su cuerpo
se gira de costado y su espalda se arquea enfatizando la S line de su figura,
la voz que no ha parado de susurrar en su oído es más franca, y juraría que es
capaz de sentir el caliente aliento contra la sensible piel de su cuello.
No solo eso. De pronto se estremece y abre los ojos con
sorpresa cuando siente tacto contra la piel de su vientre, como si un par de
manos viajasen a través de él camino a su cintura, y más allá hasta el sensible
bulto entre sus piernas. Aquella emoción de sorpresa pronto es suplantada por
una oleada de excitación que le deja de espaldas sobre el colchón, con los ojos
entreabiertos y la boca hecha un lío de suspiros y gemidos. Aquel tacto se
concentra en su miembro, es irónicamente frío pero muy suave, le estremece de
pies a cabeza y le ofrece un excitante alivio que perdura hasta que moja sus
calzoncillos con aquel líquido blanquecino que inunda la habitación de un aroma
que le inquieta, pero no molesta.
Y se queda ahí, tumbado con la vista en el techo, a
disposición de la luz lunar que se cuela por su ventana. El viento que sacude
las livianas cortinas va cesando poco a poco hasta que todo se queda quieto,
tranquilo. Y la voz que despertara al muchacho de su preciado sueño, con él
parece haberse marchado también. El joven cubre su boca con sus manos, mira
hacia la puerta de su habitación con cierta expresión de pánico, recuerda
vagamente la forma en que estuvo gimiendo y se avergüenza, reza porque sus
padres no le hayan escuchado o no sabría cómo explicar su impúdico
comportamiento.
Pero la puerta nunca se abre, ni se escuchan murmullos de
movimiento más allá de su habitación.
Tic tac, tic tac.
Solo el sonido del segundero viaja por la silenciosa
residencia.
Kim suspira con alivio, aparta las manos de su cara y
luego frunce lindamente el entrecejo. Acaba de recordar que su ropa está sucia
y que él, definitivamente, necesita un baño. Así que abandona el lecho y
mientras se interna en la ducha de su habitación, más allá, en la recóndita
mansión Park, un estallido en los jardines traseros hace suspirar al vampiro. Que
salta desde ahí sin inmutarse, cayendo ágilmente y sonriendo al encontrar a sus
invitados ante él.
Dos siluetas pulcramente vestidas de blanco. Alas que se
ocultan casi de inmediato. Dos hombres que le miran con recelo.
― Te has atrevido, Park. ― Siseó el primero de los
hombres, cuyos ojos azules centellaron con desdén.
― Solo le he nombrado. ― Aseguró, con una parca sonrisa
en sus rojos labios.
― Has usado tus habilidades para seducirle. ― Insistió,
con rayos de luz crepitando en la palma de su mano.
― ¿Desde aquí? ― El azabache se permite una sonrisa
sórdida. ― No llega a tanto mi poder, y menos en mis condiciones. No he probado
gota de sangre en toda la semana.
― Como si no supiéramos que puedes soportar mucho más que
eso si haces las preparaciones adecuadas. ― Dijo el segundo ángel. Colocando
una mano sobre el hombro de su compañero para indicarle que no era momento de
atacar. Porque aquella no ha sido su orden.
― Ustedes me tienen vigilado, y saben que no he hecho
nada de eso. El querubín está fuera de límites, y es por eso que vivo en
encierro. Para no caer en tentación. ― Añadió, con ese aire coqueto suyo que
cualquiera notaría al instante.
Los ángeles, inmunes a sus encantos, encontraban aquellos
actos en sumo desagradables.
― Es una advertencia, Park. No lo hagas de nuevo. ―
Dijeron, y al instante sus alas se desplegaron de nuevo, impulsándose hacia
arriba se convirtieron en un par de destellos cegadores antes de desaparecer y
volver al cielo.
El azabache chasqueó la lengua. No es como si aquella
advertencia fuera la primera, y sabe que no será la última, visto que él no
podía resistirse a la tentación y que, tal como sospechaba, tiene un vínculo
con aquel ángel en particular. Porque de lo contrario, su llamado hipnótico
jamás habría cruzado los límites de su mansión, cercada por barreras que los
propios arcángeles levantaron a su alrededor y que, lo dijeron aquél fatídico
día, solo podrían ser transgredidas por otro ángel.
― Supongo que incluso un querubín puede ser seducido con
un poco de auténtico interés. ― La sonrisa que tiró de sus labios fue
diferente.
Como un resquicio de rebeldía, con un plan astuto
cobrando vida en su pensamiento. Sin saber que, tal vez, ese sería justamente
el inicio de su perdición.
…
Kim
Junsu se sentó a la mesa con su familia para disfrutar del tradicional desayuno
hecho por mamá y no la servidumbre. Cuando levantó la mirada, sus mejillas
estaban sonrosadas, todavía preocupado de que le hubiesen escuchado esa
madrugada, pero vista la actitud típica de su familia, se relajó casi de
inmediato.
Su
padre estaba conversando con su hermano sobre una reunión que tendrían esa
tarde con la junta directiva de la empresa o algo así, la verdad es que no les
prestaba mucha atención porque lo suyo no iba a ser administrar junto a su
hermano y padre la empresa. Su madre, por otro lado, en ratos participaba de la
conversación y ni bien se abría la mínima apertura, comenzaba a hablar de las
hijas de sus amigas que podían ser buenas esposas y ayudar a su hijo con el
estrés que, eventualmente, debía cargar sobre los hombros.
― Mamá, todavía no me saco de la cabeza el mal momento
con la señorita Hye. Déjame descansar al menos un poco antes de mandarme de
cabeza a otra cita.
― Oh, JunHo querido, ¡ya pasó un mes! Y esta chica de la
que te hablo no tiene nada qué ver, te aseguro que se entenderán muy bien.
El castaño se desconectó nuevamente de la charla
familiar. Casi aliviado de no ser él el blanco de las programadas citas a
ciegas que su madre se empeñaba en planear para el primogénito desde hace al
menos un año, porque, y la cita “está en edad para sentar cabeza, y traer a
casa a una hermosa mujer que pueda acompañarme a administrar esta casa”.
―No quiero llegar a esa edad. ― Pensó, sonriendo
cándido mientras se percataba de que su madre había conseguido colarle una cita
a su hermano mayor.
― Junsu, cariño, ¿qué tienes en tu cuello?
― ¿Eh?
― ¿Es un chupetón?
― ¡Qué!
El
jovencito se puso en pie, tocándose inconscientemente el lado derecho de su
cuello, ahí donde, de golpe, recuerda haber sentido el aliento sensual de la
voz con que soñara esa noche. Se levantó y apresuró a su habitación, subiendo
las escaleras de dos en dos y abriendo los ojos de par en par cuando,
finalmente, miró su reflejo al espejo.
Más
que un chupetón, parecía una marca. Por debajo del violáceo rastro, si prestaba
atención y se concentraba, podía vislumbrar una especie de figura. Una serie de
líneas y puntos que no conseguía entender.
― ¿Junsu, cariño?
― Mamá.
― ¿Estás bien?
― Sí, sí. Esto, no es un chupetón, por quién me tomas~.
Es, una reacción alérgica.
― ¿En el cuello? ¿Solo en ese pedacito de piel?
El muchacho asintió, y pasó junto a su madre anunciando
que saldría ya para su clase de danza, restando importancia al asunto y, sobre
todo, queriendo escapar de ahí. Mientras menos espacio le diera a su madre para
preguntar, más pronto podrán olvidarse del incidente. Además, él todavía
tenía que sacarse de la cabeza la voz nocturna, y mandar al fondo de sus
pensamientos los recuerdos de lo sucedido, de cómo se cuerpo se calentó y tuvo
una experiencia sexual que él no debía ser capaz.
Porque sí, él sabe bien que su alma es celestial. Que su
cuerpo es divino, puro y que debe mantenerse de esa manera por el resto de su
tiempo en la tierra. Gracias.
Pero, parecía que aquello no iba a ser muy fácil, porque
ni bien la noche llegó de nuevo y él estaba feliz en el mundo de los sueños, la
misma voz que le susurrara la noche anterior estaba ahí de nuevo, llamándole,
calentándole. Seduciéndole.
― Junsu. Junsu, ven, deja que te pruebe. Junsu.
Junsu. Deja que beba de ti.
Tic tac, tic tac.
El insistente y molesto sonido del segundero hizo eco
contra en su cabeza. Y cuando abrió los ojos, no estaba en su habitación. Ni
mucho menos en su casa. Porque esas no son las paredes de su recibidor, ni el
mármol de su piso.
Estaba
de pie frente a una escalera bifurcada que da a la segunda planta, una alfombra
roja cubre los escalones justo por el medio, y en el descanso de las
bifurcaciones, un enorme reloj de pared con un péndulo que sonaba con más
fuerza su tedioso tic tac. El muchacho miró a un lado, hacia una serie de
pasillos que debían conectar con otros salones como las cocinas, el comedor y
la sala de té, lo intuía porque en ese lado había cierto aroma a café, hierbas
y especias. O quizá era su imaginación.
Daba
lo mismo, tenía que saber dónde estaba. Miró pues al otro lado, desde donde
podía ver la sala de estar, y otra serie de pasillos y puertas que daban a
otros salones. Bien podía ser una sala de entretenimiento, despachos o hasta
sala de música. Lo supone porque escucha la suave melodía de un piano a la
distancia.
― ¿Cómo entraste?
La voz le sorprende. Pero no le resulta desconocida, por
el contrario, le es sumamente familiar. Así que vuelve la mirada al frente.
Junto al reloj de péndulo, de pie, un apuesto hombre de piel pálida, labios
rojos, ojos negros y cabello azabache, enfundado en un desordenado conjunto de
jeans y una camiseta cuyas mangas estaban enrolladas hasta el codo, le
observaba con detenimiento.
― No lo sé. ― Musitó.
Extrañado de que nada de esto le asuste o le sorprenda.
Claro, es un ángel, pero no quita el hecho de que no ha vivido como uno desde
que llegó a la tierra, manteniéndose al margen de todo, en espera de la
señal divina que le indique su misión entre los hombres.
― ¿Sabes quién soy?
― No. ¿Debería?
― Sí. Ya que los tuyos no tardarán en llegar aquí, para
matarme.
― ¿Matarte? ¿Por qué?
La respuesta no se hizo esperar. Las altas puertas de
entrada se abrieron de par en par con un estruendoso sonido al chocar contra
los muros. Esa vez eran cinco los ángeles enviados para encargarse del problema.
― Te lo advertimos, Park. ― Siseó el mismo ángel de la
vez anterior.
― No he sido yo, no directamente.
― ¡Tonterías!
― ¿No lo dije? No tengo el poder. No hay manera de que
hubiera llegado a él, si él no lo hubiera querido también. ― Añadió, clavando
su oscura mirada en el muchacho, sus ojos atraídos en el acto a la marca en su
cuello. ― Mierda, ¿cuándo lo hice?
Murmura, moviéndose con ágil velocidad hasta el muchacho,
extendiendo una barrera de poder telequinético para evitar que los otros
ángeles se acercaran antes de que él pudiera observarle de cerca. El joven
castaño jadeó contra su voluntad, una vez cuando le tuvo cerca, otra cuando la
mano del azabache sujetó su mentón para obligarle a inclinar el cuello.
― Imposible. No podría, no con este poder.
― ¡Park! ― Bramaron los ángeles.
Apostados ya en círculo alrededor de él y el ángel. Con
las alas extendidas y su poder angelical golpeando con ímpetu la barrera que el
vampiro levantara. No duraría, lo sabe. Un minuto cuando mucho. Su poder era
débil, ha menguado cada día desde hace una década. Se ha alimentado mal y nunca
de sangre natural, honestamente, la sangre clonada estaba lejos de
satisfacer su hambre. Era un incordio.
Kim esbozó una sonrisa ladina, tan pequeña que los otros
ángeles no la percibieron. Pero el vampiro sí, y achicó la mirada un segundo,
como intentando entender. Pero entonces el querubín habló. En su mente.
―Muérdeme.
―No.
―Hazlo, sé que quieres. Lo has deseado desde que me
viste por primera vez.
―No.
―Hazlo, Yoochun~.
Voz cándida, como el tacto del terciopelo y el sabor del
néctar en la flor. Los colmillos de Park asomaron de inmediato, sus ojos brillando
en un intenso carmín y un ronco sonido vibró en su garganta para acto seguido
enterrar los colmillos en el cuello del querubín.
― ¡Park! ― Sisearon los ángeles a coro.
Y cuando empujaron con más fuerza su poder angelical, la
barrera que había levantado el vampiro se fortificó en un parpadeo.
Kim había jadeado al momento de sentir los filosos
colmillos enterrándose en su piel, desgarrando músculo y succionando su sangre.
Pero la sonrisa que adornara sus labios continuaba ahí, como si esta hubiera
sido su intención inicial.
Park se retiró casi de inmediato, los labios manchados de
sangre y los ojos rojos cruzados de un dorado como bruma de polvo estelar. Cuando
los ángeles atacaron de nuevo, su energía revotó en la barrera y al chocar
contra ellos pareció difuminarlos en una milésima de segundo.
― No murieron, volvieron al cielo.
El vampiro centró su mirada en el castaño. Tomó un paso
de distancia y guardó los colmillos, relamiéndose los labios porque, bueno, no
todos los días se puede tener el preciado tesoro de la sangre angelical.
―Viniste aquí por voluntad.
― Lo hice. Y seguí tu llamado, Yoochun.
― ¿Por qué?
― ¿Necesitas una razón?
― Sí, porque esos ángeles no serán los únicos en venir
con la consigna de matarme. Estoy seguro de que a ojos de ellos hace un minuto
te corrompí. Y no hablo solo de haberte mordido, el hecho de que estuvieras
aquí, cuando no debieras. Y le añadimos el que realmente he llegado a ti
mediante mi hipnosis las noches anteriores. Ahora dime, ¿quién eres realmente?
― Kim Junsu en la tierra. Un querubín muy preciado para
Dios en el cielo. Aquí y ahora, el que está dispuesto a entregarse a ti.
― ¿Entregarte? ― Cuestionó, saboreando en los labios las
múltiples interpretaciones a una simple palabra.
La
sonrisa que le mostró el querubín fue todo, menos angelical. Había un rastro de
malicia surcando cada facción de su atractivo rostro. Y aquello excitó de
sobremanera al vampiro.
― Sí. Porque me quieres, ¿no es así? Me deseas, quieres
hacer mucho más que beber de mi sangre. Lo supe en el momento en que te escuché
por primera vez hace unas noches. La forma en que tu voz susurraba necesitada y
desesperada. Y lo supe, si dejaba que llegaras a mí con tu poder hipnótico, nos
vincularíamos.
― El sello en tu cuello.
― Pertenece a los tuyos, es un sello de pertenencia
y empatía. Lo puse ahí mientras mancillabas mi cuerpo a
distancia.
― Me permitiste corromperte. ¿Por qué? Eres un
ángel, no se supone que…
― No se suponen muchas cosas para los ángeles, Yoochun.
Pero aquí estoy. Enviado por Dios mismo, ¿para castigarte? Bueno, eso me seduce
ahora, pero sobre todo, me calienta el hecho de poder demostrarle a toda
esa jerarquía angelical que podemos hacer lo que queramos, con la orden de Dios
o sin ella.
― ¿De qué estás hablando?
El querubín soltó una risita. Mostró sus alas y las
agitó, levantando el vuelo por apenas unos centímetros.
― Te invito a descubrirlo, Park Yoochun. ― La voz del
querubín fue, a oídos del azabache, auténtico canto angelical. Dulce, suave,
delicada, risueña. Pero también, provocativa. Como una nota que vibra
apasionadamente en un instrumento musical.
Y
antes de que el vampiro pudiera siquiera intentar detenerle, el querubín ya se
había lanzado hacia arriba en vuelo, desapareciendo en un haz de luz al
segundo. El azabache rumió entre dientes, esperando que en cualquier momento
otra ronda de ángeles llegara a su mansión, porque, hace unos minutos, él, bajo
la influencia de la sangre del querubín, los había enviado de regreso al cielo.
O eso fue lo que le dijo el querubín, no tenía manera de tener certeza al
respecto.
Y,
antes que todo, tenía algunas cosas que indagar, al parecer, por cuenta propia.
Y salir de su mansión, directo a otra casa de vampiros. En Japón.
Para
Park tener que venir a esta casa era un poco humillante, porque los linajes de
vampiros rara vez se reúnen, no establecen alianzas ni camaradería, pero desde
que Park se quedó sin familia, la
casa Mokomichi era la única en la que podía confiar. Particularmente por su
líder y gran conocedor del mundo de las sangre. Entendiendo por sangre toda la
simbología relacionada con las castas de vampiros.
―
¿Té? ― Ofreció el vampiro delante suyo.
El
azabache arqueó una ceja, su anfitrión sonrió. Sabiendo que era una clara
negativa, el vampiro de tez tostada se sirvió una taza de té que desprendió un
agradable aroma que provocó la sed de su invitado. Sin decir nada, sirvió otra
taza de té, acercándola a un Park que esa vez no titubeó para tomarla. No sabe
exactamente a base de qué ingredientes estaba hecho, pero tenía un sabor a
hierro que corría por sus venas con gusto.
―
Entonces, ¿a qué se debe el honor de tu visita?
―
¿Qué tan probable es marcar a un
ángel de jerarquía superior?
―
¿En tu estado? Básicamente las probabilidades se reducen a cero, Yoochun.
―
¿Y un ángel puede inducir la marca
sacando provecho de la hipnosis que inicialmente buscara?
Mokomichi
dejó su taza de té sobre la mesa ratona al centro de su sala de estar. Miró
fijamente a su invitado y, tras advertir que no eran solo conjeturas si no un
problema con el que el otro vampiro estaba lidiando, decidió llamar a su
esposo, que además era su biblioteca personal andante, o algo así.
―
El glifo que describes no se ha usado en siglos. Pero fue usado en algún punto
de la historia, mucho antes de Cristo. Y, para resumir toda la letanía
histórica, solo diré esto: estás condenado.
―
ChangMin, podías ser más sutil.
―
No es necesario. ¿Qué? Somos vampiros, no es necesaria la sutileza, sino
enfrentar la realidad. Su realidad. Si el querubín quiere puede acabar con él
nada más tronando los dedos.
―
Eso ya lo podrían hacer sin necesidad de tanto lío.
―
Probablemente, pero es un hecho que tu familia hizo algo muy malo para provocar
la ira del mismísimo Dios. Enviar a un querubín solo para torturarte por no
poder tenerlo, y que luego él se ofrezca para pertenecerte, parece una trampa.
O un problema padre-hijo muy perverso y en el que simplemente quedaste en el
medio.
―
Mi recomendación… ― Agregó Mokomichi. ― Deshaz la marca.
Park
sostuvo la mirada del anfitrión. Sabe que le habla en serio, y que las palabras
de su esposo también han sido honestas. Casi sintió que la visita ha sido una
pérdida de tiempo, porque él ya intuía estas verdades. Pero, agradeció y se
marchó. Solo había una forma de ponerle fin a esto.
Enfrentarlo.
Poseerlo.
Pecar.
…
La
Mansión Park había sido reducida a escombros en su ausencia. A su llegada, una
sola figura estaba ahí, sentado en lo que quedaba de una fuente en los jardines
traseros. Con sus blancas y preciosas alas extendidas, majestuosas y
brillantes.
―
Regresaste, Yoochun. ― Le recibió, con una sonrisa tan cristalina que, por un
segundo, Park volvió a verle como el ángel inalcanzable y prohibido que se
supone debía ser.
El
que fue durante toda una década. Pero que ahora, esperándole ahí, le recordaba
que no lo era más. Que, de alguna manera, parecía dispuesto a jugar con él.
―
¿Fuiste tú, Junsu?
―
¿Tu casa? Oh, no, no. Fueron mis hermanos
Jaejoong y Yunho. Estaban de muy mal humor al saber el motivo por el que los
otros enviados regresaron a casa derrotados por un simple vampiro.
Park
miró al querubín, a la marca que tan clara estaba ahora adornando su cuello. Y
casi maldijo las prendas que vestían tal provocativa anatomía, porque bastaba
una mirada para sentir que cedía a la tentación y rogaría, de hecho, poder
pecar recorriéndolo de pies a cabeza, amándolo por una vida entera.
A
saber, pantalones blancos, ajustados por todas partes, como una segunda piel
que se adhería a la sensual figura con envidiable certeza. Y una camiseta que
más parecía una simple franja al frente cubriendo lo justo y necesario, porque
todavía notaba su vientre por debajo de la tela semitransparente, y dejaba los
hombros desnudos, así como casi toda la espalda, pues la prenda estaba sujeta
por apenas unos lasos que corrían arriba y abajo y se ceñían al centro.
―
Harás que me sonroje, Yoochun~. ― Sonrió con voz ladina, ladeando el rostro y
dejando que sus mejillas se motearan de rubor. ― Oh, demasiado tarde. ― Añadió,
como si el sonrojo fuese involuntario, aunque ambos saben que, de hecho, no es
así.
―
Te lo preguntaré solo una vez, Junsu. ¿Qué quieres de mí?
El
querubín retrajo las alas a su espalda, para acto seguido ocultarlas. De un
brinco bajó de los escombros de la fuente, justo de lo que quedó de la
estructura, la cabeza de un Cupido a la usanza aniñada. La sonrisa en labios
del castaño seguía teniendo un toque de malicia, pero era endemoniadamente
dulce, casi inocente.
―
Solo quiero que seas quien eres, Yoochun. Un vampiro, que toma lo que desea. ―
Dijo, ladeando el rostro con una mirada pícara proyectada en sus castañas
pupilas.
―
¿Y luego qué? ¿Dejar que tus hermanos
me maten para honrar tu pureza? No veo ningún beneficio para mí en tu plan.
―
¿Tenerme no es suficiente? ― Preguntó, abanicando las largas pestañas y hasta
alzando los labios en trompetilla, formando un hermoso puchero que Park deseó
besar. ― Se cuánto me deseas. La forma en que tus ojos brillan cuando me ves,
lo dejan claro. Y, sé que fui enviado para castigarte y toda esa mierda, pero,
yo no quiero cumplir ese trabajo. ¿Qué hay de malo en el placer carnal? Nunca
he tenido sexo, pero estoy seguro de que me encantará. Y, mientras te alimentes
de mi sangre, ningún ángel enviado por Dios podrá matarte. No con facilidad.
―
Así que, básicamente, solo te estás revelando. Como un crío adolescente.
―
Supongo que también puedes ponerlo de esa manera. ― Encogió los hombros y luego
caminó lentamente hacia él. ― ¿No quieres, Yoochun? Pecar conmigo podría ser lo
más excitante de tu larga vida hasta ahora. Y amaste el sabor de mi sangre,
aunque apenas la probaste. Lo que bebiste hace unas semanas no debió ser
suficiente. Sé que tienes hambre, sed de mí. Y te ofrezco tomarme, alimentarte,
saciarte de mí. ¿Es tan difícil tomar una decisión?
La
forma en que le hablaba, en que le sonreía, en que le miraba. La manera en que
su cuerpo se movía, como un cachorro asustado al principio, como un depredador
astuto al siguiente. A Park le provocaba, mucho. Más de lo que sabe podrá
contener.
Cuando
Park usó su gran velocidad para terminar de reducir la distancia, el ángel se
alejó usando sus alas para impulsarse lejos, con su ruidosa risa paseando en el
viento. El vampiro mostró los colmillos y sus ojos carmín, e intentó de nuevo
atraparle. Comprendió de inmediato que el ángel estaba jugando con él al gato y
el ratón. Y le estaba haciendo perder la paciencia.
Hasta
que se dejó atrapar, y la mano del vampiro rodeó su cintura, pegándole a su
cuerpo y sin soltar su mirada, llevar la contraria hasta la nuca del ángel.
Esos segundos sosteniéndose con intensidad las miradas, fueron suficientes para
sellar el trato.
Cuando
Park se inclinó atrapando la boca de Kim, la tierra se sacudió, literalmente.
Un temblor menor, pero evidente. Los poderes de un vampiro codicioso mezclados
con la corrupción de un ángel del cielo lo provocaron. En tanto, sus labios
calzaron una y otra, y otra vez. Cada ocasión más confiado, húmedo, apasionado;
profundizando el beso cuando la lengua se vuelve partícipe e incluso personaje
principal. El castaño suspira y jadea, siente cómo le quema la sangre en las
venas y le palpita acelerado el corazón. Claro que no es lo único palpitando,
también nota su entrepierna hacerlo, comenzar a endurecerse. Sabe que está
excitándose, que es la boca del vampiro la que le pone en ese estado, y su
propio deseo bullendo peligrosamente en su interior.
Los
colmillos del vampiro, que se habían retraído mientras se besaban, se revelaron
de nuevo cuando rompió el beso y el pulso en la vena yugular tuvo toda su
atención. Los colmillos que crecieron de nuevo rozaron la nívea piel justo por
encima de la vena, y la lengua traviesa asomó lamiendo lentamente ese espacio.
El ángel gimió quedito, entrecerró los ojos y extendió sus alas, tan solo para
replegarlas de nuevo cubriéndoles a ambos en el escudo que formó rodeando la
espalda del azabache.
―
Ng~. ― El gemido nació en la garganta del ángel cuando los colmillos se
enterraron en su cuello. ― ¡Ngh~! ― Algo más alto al sentir cómo succionaba su
sangre.
Pero
antes que dejarle saciarse, el ángel expulsó energía angelical apartándole con
un aparatoso empuje que le mandó varios metros hacia atrás. El vampiro aterrizó
sobre una de sus rodillas, saboreando las últimas gotas de sangre en sus
colmillos y labios. Sonrió con ironía hacia el ángel, que le devolvía el mismo
gesto de antes, ese toque de malicia que, siendo justos, lo hacía más
atractivo.
―
Si bebes demasiado, ¿qué vas a dejar para después?
―
Apenas he tomado un poco, Junsu.
―
Prefiero que bebas, algo más. ―
Sugirió seductor, frotando el bulto en la entrepierna.
Park
torció una sonrisa diferente, lasciva pura en su mirada. Se lanzó de nuevo al
encuentro del ángel; y entre tirones, risas y miradas coquetas, se fueron
despojando de las ropas que les cubrían, cuando la desnudez del ángel se hizo
presente, y los pantalones del vampiro estaban simplemente desabrochados,
estaban ya dentro de un lago artificial más al fondo de los jardines en la
mansión.
―
Estorban. ― Musitó simplemente el ángel. Y fue su pensamiento suficiente para
que la prenda faltante desapareciera. ― Así mejor~. ― Coqueto, el ángel llevó
la diestra debajo del agua, hasta arropar con la palma el duro falo.
―
Mg.
―
¿Esto te gusta, Chun? ― Más que pregunta, parecía una invitación. Una que enfatizó
dejando cortos besos y mordiscos en el mentón del azabache.
―
¿Te gusta a ti? Estás ensuciando tu
mano.
―
Es justo lo que quiero, ensuciarme.
Así que, dame más, Yoochun.
Bastó
el quedo susurro en su oído y la traviesa lengua acariciando la línea de su
cuello, para que Park mandara todo al carajo y lo hiciera. Dejarse llevar.
Aunque sabía también de antemano que aquello no era más que sujetar la espada
con las manos desnudas.
Seducir
y ser seducido. Parecía un buen trato ahora.
Pero
sería su perdición mañana.
―
Ng, ng~ ¡más~!
Park
había separado las piernas del ángel, y acomodado su cuerpo en la orilla, donde
el agua del lago apenas los acariciaba con sigilo; y después de haberle
acariciado a diestra y siniestra, dejando marcas de besos por toda su piel,
finalmente llegó a la parte que parecía interesarle tanto al ángel. Engulló el
erecto miembro con hambre, lamiendo y succionando. Jugó con los tiernos
testículos acariciándolos con las largas uñas que crecían en sus dedos.
Mientras los dedos del castaño se enterraban en su cabeza desordenando sus
cabellos, tirando de ellos o acariciando su nuca. El suave tacto del ángel le
estaba provocando un calor impresionante en su propia entrepierna, podía sentir
sus testículos llenos, rebosantes de deseo.
Así
que abandonó el falo y dirigió, en cambio, su boca más al sur, hasta la cavidad
que estrecha recibió su lengua con gusto. Con un concierto de gemidos que
encendió toda la lujuria que el vampiro contenía en su cuerpo.
―
Yoochun~. Yoochun~ hazlo. Entra en mí, ya~.
―
Te dolerá.
―
Soy un ángel, puedo manejar bien el dolor. Hazlo. ― Ordenó con voz dulce,
ajustando al vampiro entre sus piernas, tomando su miembro y siendo él mismo
quien presionara la punta contra su entrada. ― Cógeme~.
Park
no se hizo de rogar, empujó la pelvis con fuerza enterrándose hasta el fondo y
disfrutando de esa sofocante presión contra las paredes del ángel. Kim lanzó un
grito de dolor que al instante se convirtió en un gemido de placer. El
lacerante dolor inicial fue sustituido de inmediato por un placer culposo que
sacudió su miembro casi arrastrándole al final.
Las
pupilas castañas chocaron con los brunos ojos. E inmediatamente el vampiro inició
el vaivén de sus caderas, empujando fuerte y profundo, sin darle tregua alguna.
Sus roncos gemidos hicieron armonía con los que estaban vibrando dulcemente en
labios del ángel. El choque de sus cuerpos produjo ese sonido húmedo y erótico
que dejaba entrever la fuerza con que se encontraban entre estocada y estocada.
Park
mostró los colmillos de nuevo, reveló las uñas y sus ojos se vistieron de
carmín. El incesante movimiento de sus caderas no cesó ni disminuyó en minutos,
golpeando profundo el interior del ángel, cuyo recipiente humano poseía todas
esas terminales nerviosas que conectaban al placer, por ejemplo, contaba con ese
punto sensible tan propio de los hombres, la próstata. Y cuando golpeó ahí una
y otra vez, las facciones del castaño se transformaron, igual que sus gemidos. Auténticos
gritos de placer.
―
Yoochun. Yoochun~ ¡ng~!
Las
alas del ángel salieron casi por voluntad propia, y en respuesta su cuerpo fue empujado
al frente, pegándose al pecho del azabache, cuyas manos rodearon su espalda
hasta asirse a su trasero, apretando las perfectas nalgas mientras continuaba
embistiendo y su rostro encajaba apropiadamente en el hueco que hacía hombro y
cuello del castaño.
Desde
ahí, el pulso de su flujo sanguíneo le seducía todavía más, y el aroma que
desprendía también. Lamió sobre la vena con gula, notando cómo las paredes del ángel
se contraían con cada pasada, como si aquella húmeda caricia le provocara de una
forma que ni él podía controlar.
―
¡Ngh~!
Y
cuando mordió de nuevo el cuello del ángel, succionando de su sangre al mismo
tiempo en que eyaculaba dentro y sentía el orgasmo del castaño derramándose
entre sus cuerpos, la marca que estaba grabada en su cuello brilló en un
intensó carmín, alimentando a ambos con la energía angelical y el poder del vampiro,
fusionándoles a un nivel que ni Dios mismo habría predicho.
…
Dos
años han transcurrido desde la peculiar unión entre el querubín y el vampiro. Legiones
de ángeles han sido enviadas en varias ocasiones con la misión de darle muerte
al azabache, pero todas ellas han culminado de la misma manera. Con los ángeles
siendo enviados de vuelta al cielo.
―
Junsu. ― Rumió el vampiro, con el ceño fruncido y las cadenas alrededor de sus
muñecas.
―
¿Qué? ¿No lo estás disfrutando, Chun? ― Preguntó con inocencia, todo y que
estaba desnudo, sentado a horcajadas en el regazo de su amante. Con el duro pene
bien clavado en su interior.
―
Te he dicho muchas veces que no, no disfruto cuando intentas someterme. ¡Y
tengo sed!
―
Oh, no te enojes. Te dejaré beber en un momento. Solo, deja que me divierta un
poco más. ― Sugerente, el querubín elevó sus caderas, para dejarlas caer
pesadamente al segundo y repetir la acción insistentemente.
Aquella
se había transformado en una relación muy particular. De deseo, pasión,
lujuria, lucha de poderes, resistencia, sometimiento y devoción. Entre muchas
otras más, seguro. En tanto, en el cielo, los hermanos del querubín planeaban
un nuevo ataque, esa vez comandando al frente. Y quién sabe, puede que esa vez
consiguieran separarles, o quizá ángel y vampiro saldrían victoriosos de nuevo.
El
poder de la sangre podía ser abrumadoramente misterioso.
FIN
YunHo y JaeJoong los "hermanos de JunSu"??? Aish mi mente ya trabajando a mil en una posible relación incestuosa de esos dos asdasdaddss
ResponderBorrarMe encanta, Feli, gracias por otro pedacito más de tu inspiración.
Felinaaaaaaa wow, wow, wooowwww te sentó la cuarentena😏 gracias por esto tan caliente!! Me encantó, está historia definitivamente ya está entre mis favoritas
ResponderBorrarNoooo pues si que debe ser el angelito consentido de Papá Dios porque mira que dejarlo darse semejante gusto con mi Yoochun!!!! Felina como te explico que amo el lado vampirico de mi Yoochun pero en serio te rayaste con el delfín, tenía unas ganas enormes de leer esa faseta super candente del ángel Junsu!!!!!Gracias!!!
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