miércoles, 1 de abril de 2020

BLOOD. Oneshot YooSu.


¡Buenas, gente!
¿Cómo siguen por sus casas con el asunto de Mr. Covid? 
De todo corazón les deseo lo mejor, y buena salud. 

Hoy les dejo un nuevo YS, que me anduvo rondando en la cabeza desde hace unos días, espero que les guste, y sí, también sé que da para más, pero debo confesarlo, no estoy presionando nada, nadita a la señorita inspiración, no sea que se le ocurra irse aunque está en cuarentena conmigo xD 
Así que pese a ese "algo" que pueda dejar con ganas de más, espero que lo disfruten~




BLOOD
~*~

Tic tac, tic tac.

El insistente sonido del segundero comenzaba a resultarle molesto. Miró hacia arriba, al descanso en las escaleras que bifurcaba el camino a derecha e izquierda. Ahí donde, imponente, el gran y antiguo reloj de péndulo parecía burlarse cada día de su inmortalidad. La amplia mansión estaba impecable, sin rastros de polvo ni telarañas, pero también estaba vacía, sin más presencia que su figura. La servidumbre solo estaba ahí al despuntar el alba y hasta mediodía, por indicaciones suyas a decir verdad.

Irónicamente, prefería la soledad antes que personas yendo y viniendo con absoluta libertad por su casa. La antigua residencia Park. Su familia había perecido hace al menos una década, y aunque el tiempo era relativo para él, esos años han resultado la peor de las torturas. Sin padre ni madre, ni hermanos o hermanas. Su estirpe había sido aniquilada a traición, por quien menos esperaban. No habían sido los lycans, ni otros clanes de vampiros. El golpe vino de arriba, literalmente arriba.

Arcángeles.


Y le habían condenado a una eternidad en soledad. Advertido de, si se atrevía a transformar a otros, la muerte sería su destino. Y era extraño, porque bien podía elegir la muerte, en cualquier forma, pero se aferraba a la vida. A pesar de que no tenía nadie con quién compartirla.

A nadie.
Ah, bendita conciencia.
El último de los Park sí que tiene a alguien.
O lo anhela.
Porque no puede tocarle, no sin que una legión de ángeles fuera enviada a darle muerte.

Le interesa él.
El tierno e inocente querubín.
Enviado a la tierra por el mismísimo Dios.

Kim Junsu.
Se llama, hijo de una familia acomodada con una madre amorosa y un padre dedicado, hermano de un hombre responsable. Amigo de personas amables.

Kim Junsu.
Su tentación en vida.
El pecado que quiere cometer.
Inalcanzable querubín.

Tic tac, tic tac.
El vampiro frunció el ceño, maldiciendo el molesto reloj de péndulo.
Incapaz de destruirlo.

Él es Park Yoochun. El último de un antiquísimo clan de vampiros. Uno de los pocos clanes que no eran transformados, nacían siendo vampiros. Tampoco es que el sol pueda matarle, pero es un hecho que necesita de sangre humana para sobrevivir, y para que su poder sobrenatural perdure.

Ese poder que le da la inmortalidad (sublime ironía), que le permite moverse a gran velocidad y tener fuerza sobrehumana. Poder que le da cierta habilidad hipnótica y también dotes de telequinesis.

Poder que, a su pesar, no podía ayudarle a obtener lo que más deseaba. A ese hermoso ángel que casi parecía pavonearse por ahí con la intención de seducirle. Casi, porque lejos estaba el querubín de saber las malas intenciones que tenía el hombre hacia él, o las bajas pasiones que le despertaba.

Claro, si lo supiera, no se pararía por la mansión nunca.

Yoochun es un vampiro de joven apariencia, treinta y tantos decía su identidad actual. Es alto, más bien delgado y de porte elegante. No es muy dado al ejercicio físico, pero no lo necesita, todavía tiene un cuerpo atlético, con músculos definidos y pectorales apropiados. Lleva el cabello en melena, de un profundo negro azabache que casi no parece natural. Ojos brunos y labios rojos en forma de corazón. Otra ironía, porque como vampiro, corazón es lo que menos posee.

Park caminó escaleras arriba hasta su habitación. Era, como se esperaría, más bien oscura, con luces rojizas y cortinas en los altos ventanales que corrían de lado a lado en el balcón que da a los jardines en la parte trasera de la mansión. Una cama Queen al centro, con doseles ataviados de cortinas de seda que, en esos momentos, estaban atadas en los postes a sus cuatro puntos. Había un clóset a la derecha, al que se llegaba al pasar por unas puertas corredizas. Un mueble al frente de la cama, en el que solamente había un tocadiscos y discos de acetato. En más, la habitación estaba básicamente vacía. Ni un solo mueble extra, ni alfombras ni nada. Park no necesitaba otra cosa que eso que ya estaba ahí.

Buscó entre los discos y eligió uno en particular. Se le antojaba un poco de soul bajo la voz de Amy Winehouse. La dramática historia de la cantante le inspiraba un sentimiento de comprensión que no se le atribuiría a ningún vampiro, para empezar, porque, vamos, los vampiros no tienen sentimientos ni son sensibles a nada. Pero él, como vampiro nacido, poseía ciertas cualidades humanas, capaz de sentir, de tener empatía, de entender el corazón humano, aunque el suyo no sirviera para más nada que recordarle su inmortalidad.

Se sirvió un trago de whiskey y salió al balcón de su habitación, la noche estaba tranquila, y había un cielo estrellado que solo desde ahí podía admirarse, porque en la ciudad las luces de sus altos edificios opacaban la belleza natural.

La melodía de “loveis a losinggame” se deslizó por toda la mansión. La voz de la cantante parecía envolver su propia soledad, ese tono algo áspero, profundo y emocional, se adhería a su piel como frías sombras que le recordaban su miserable vida. Si es que a esta auto reclusión podía considerársele vida.

¿Hace cuánto no sale al mundo? Años, una década al menos.

Lo recuerda bien porque la última vez que pisó fuera de su mansión fue exacto el día en que se quedó prendado de la juvenil silueta del muchachito aquel de cristalina mirada, ruidosa risa y cabellos castaños. Encadenado a la belleza natural del que, a los pocos minutos sabría, había sido enviado a la tierra justo para castigarle. Como una maldición que le instigaría constantemente al pecado, una tentación celestial que le llevaría directo al mismísimo infierno.

― Junsu. ― Susurró. Saboreando el nombre en los labios, en el trago de whiskey y el olor a rocío de la noche. ― Junsu. ― Le nombró de nuevo, esa vez con un tono diferente.

Y lo nombró una y otra, y otra vez hasta que su voz se hizo eco en el aire. Un eco que viajó más allá de los límites de su mansión, convirtiéndose en un susurro hipnótico que captó la atención de un joven en particular.

Joven que abre los ojos y perezosamente se estira bajo las mantas de su cómoda cama, sonríe involuntariamente y gime con aire distraído al sentir un escalofrío que corre por su columna vertebral al escuchar de nuevo esa voz ronca, profunda, varonil. Seductora. Contrae las piernas y se acomoda en posición fetal, pero cuando esa voz insiste en nombrarle y provocarle escalofríos, él no puede hacer nada para evitar las reacciones de su cuerpo.

Respira errático y se encuentra incapaz de abrir sus ojos aunque ya no se encuentre en el mundo de los sueños, jadea con una quemazón supurándole en el bajo vientre y siente cómo la entrepierna le palpita, presa de un deseo que no debería sentir. Entreabre los labios y deja escapar un gemido más largo, más áspero y casi agónico, los párpados se levantan apenas un poco, dejando entrever las castañas pupilas dilatadas enfatizando una mirada más bien desenfocada, perdida en un mundo desconocido para él.

Porque siente esos latigazos sacudiéndole desde la espina dorsal hasta concentrarse en un endurecimiento que continúa creciendo y palpitando en su entrepierna. Los dedos de sus pies se retuercen, se tensan y claudican a sensaciones nunca antes experimentadas pero que, dios, se sienten muy bien. Como un sabor prohibido que provoca un deseo ardiente en cada poro de su ser y se manifiesta de formas inimaginables para su tierna virginidad.

El joven muerde su labio inferior, abandona la posición fetal y se tumba boca abajo sobre el lecho, busca fricción y agita sus caderas adelante y atrás encontrando cierto alivio en la entrepierna, pero que todavía no es suficiente. Otro gemido vibra en su garganta y él entierra el rostro en la almohada tratando de acallarlo, pero tampoco es suficiente. Porque su cuerpo se gira de costado y su espalda se arquea enfatizando la S line de su figura, la voz que no ha parado de susurrar en su oído es más franca, y juraría que es capaz de sentir el caliente aliento contra la sensible piel de su cuello.

No solo eso. De pronto se estremece y abre los ojos con sorpresa cuando siente tacto contra la piel de su vientre, como si un par de manos viajasen a través de él camino a su cintura, y más allá hasta el sensible bulto entre sus piernas. Aquella emoción de sorpresa pronto es suplantada por una oleada de excitación que le deja de espaldas sobre el colchón, con los ojos entreabiertos y la boca hecha un lío de suspiros y gemidos. Aquel tacto se concentra en su miembro, es irónicamente frío pero muy suave, le estremece de pies a cabeza y le ofrece un excitante alivio que perdura hasta que moja sus calzoncillos con aquel líquido blanquecino que inunda la habitación de un aroma que le inquieta, pero no molesta.

Y se queda ahí, tumbado con la vista en el techo, a disposición de la luz lunar que se cuela por su ventana. El viento que sacude las livianas cortinas va cesando poco a poco hasta que todo se queda quieto, tranquilo. Y la voz que despertara al muchacho de su preciado sueño, con él parece haberse marchado también. El joven cubre su boca con sus manos, mira hacia la puerta de su habitación con cierta expresión de pánico, recuerda vagamente la forma en que estuvo gimiendo y se avergüenza, reza porque sus padres no le hayan escuchado o no sabría cómo explicar su impúdico comportamiento.

Pero la puerta nunca se abre, ni se escuchan murmullos de movimiento más allá de su habitación.

Tic tac, tic tac.
Solo el sonido del segundero viaja por la silenciosa residencia.

Kim suspira con alivio, aparta las manos de su cara y luego frunce lindamente el entrecejo. Acaba de recordar que su ropa está sucia y que él, definitivamente, necesita un baño. Así que abandona el lecho y mientras se interna en la ducha de su habitación, más allá, en la recóndita mansión Park, un estallido en los jardines traseros hace suspirar al vampiro. Que salta desde ahí sin inmutarse, cayendo ágilmente y sonriendo al encontrar a sus invitados ante él.

Dos siluetas pulcramente vestidas de blanco. Alas que se ocultan casi de inmediato. Dos hombres que le miran con recelo.

― Te has atrevido, Park. ― Siseó el primero de los hombres, cuyos ojos azules centellaron con desdén.

― Solo le he nombrado. ― Aseguró, con una parca sonrisa en sus rojos labios.

― Has usado tus habilidades para seducirle. ― Insistió, con rayos de luz crepitando en la palma de su mano.

― ¿Desde aquí? ― El azabache se permite una sonrisa sórdida. ― No llega a tanto mi poder, y menos en mis condiciones. No he probado gota de sangre en toda la semana.

― Como si no supiéramos que puedes soportar mucho más que eso si haces las preparaciones adecuadas. ― Dijo el segundo ángel. Colocando una mano sobre el hombro de su compañero para indicarle que no era momento de atacar. Porque aquella no ha sido su orden.

― Ustedes me tienen vigilado, y saben que no he hecho nada de eso. El querubín está fuera de límites, y es por eso que vivo en encierro. Para no caer en tentación. ― Añadió, con ese aire coqueto suyo que cualquiera notaría al instante.

Los ángeles, inmunes a sus encantos, encontraban aquellos actos en sumo desagradables.

― Es una advertencia, Park. No lo hagas de nuevo. ― Dijeron, y al instante sus alas se desplegaron de nuevo, impulsándose hacia arriba se convirtieron en un par de destellos cegadores antes de desaparecer y volver al cielo.

El azabache chasqueó la lengua. No es como si aquella advertencia fuera la primera, y sabe que no será la última, visto que él no podía resistirse a la tentación y que, tal como sospechaba, tiene un vínculo con aquel ángel en particular. Porque de lo contrario, su llamado hipnótico jamás habría cruzado los límites de su mansión, cercada por barreras que los propios arcángeles levantaron a su alrededor y que, lo dijeron aquél fatídico día, solo podrían ser transgredidas por otro ángel.

― Supongo que incluso un querubín puede ser seducido con un poco de auténtico interés. ― La sonrisa que tiró de sus labios fue diferente.

Como un resquicio de rebeldía, con un plan astuto cobrando vida en su pensamiento. Sin saber que, tal vez, ese sería justamente el inicio de su perdición. 


Kim Junsu se sentó a la mesa con su familia para disfrutar del tradicional desayuno hecho por mamá y no la servidumbre. Cuando levantó la mirada, sus mejillas estaban sonrosadas, todavía preocupado de que le hubiesen escuchado esa madrugada, pero vista la actitud típica de su familia, se relajó casi de inmediato.

Su padre estaba conversando con su hermano sobre una reunión que tendrían esa tarde con la junta directiva de la empresa o algo así, la verdad es que no les prestaba mucha atención porque lo suyo no iba a ser administrar junto a su hermano y padre la empresa. Su madre, por otro lado, en ratos participaba de la conversación y ni bien se abría la mínima apertura, comenzaba a hablar de las hijas de sus amigas que podían ser buenas esposas y ayudar a su hijo con el estrés que, eventualmente, debía cargar sobre los hombros.

― Mamá, todavía no me saco de la cabeza el mal momento con la señorita Hye. Déjame descansar al menos un poco antes de mandarme de cabeza a otra cita.

― Oh, JunHo querido, ¡ya pasó un mes! Y esta chica de la que te hablo no tiene nada qué ver, te aseguro que se entenderán muy bien.

El castaño se desconectó nuevamente de la charla familiar. Casi aliviado de no ser él el blanco de las programadas citas a ciegas que su madre se empeñaba en planear para el primogénito desde hace al menos un año, porque, y la cita “está en edad para sentar cabeza, y traer a casa a una hermosa mujer que pueda acompañarme a administrar esta casa”.

No quiero llegar a esa edad. ― Pensó, sonriendo cándido mientras se percataba de que su madre había conseguido colarle una cita a su hermano mayor.

― Junsu, cariño, ¿qué tienes en tu cuello?

― ¿Eh?

― ¿Es un chupetón?

― ¡Qué!

El jovencito se puso en pie, tocándose inconscientemente el lado derecho de su cuello, ahí donde, de golpe, recuerda haber sentido el aliento sensual de la voz con que soñara esa noche. Se levantó y apresuró a su habitación, subiendo las escaleras de dos en dos y abriendo los ojos de par en par cuando, finalmente, miró su reflejo al espejo.

Más que un chupetón, parecía una marca. Por debajo del violáceo rastro, si prestaba atención y se concentraba, podía vislumbrar una especie de figura. Una serie de líneas y puntos que no conseguía entender.

― ¿Junsu, cariño?

― Mamá.

― ¿Estás bien?

― Sí, sí. Esto, no es un chupetón, por quién me tomas~. Es, una reacción alérgica.

― ¿En el cuello? ¿Solo en ese pedacito de piel?

El muchacho asintió, y pasó junto a su madre anunciando que saldría ya para su clase de danza, restando importancia al asunto y, sobre todo, queriendo escapar de ahí. Mientras menos espacio le diera a su madre para preguntar, más pronto podrán olvidarse del incidente. Además, él todavía tenía que sacarse de la cabeza la voz nocturna, y mandar al fondo de sus pensamientos los recuerdos de lo sucedido, de cómo se cuerpo se calentó y tuvo una experiencia sexual que él no debía ser capaz.

Porque sí, él sabe bien que su alma es celestial. Que su cuerpo es divino, puro y que debe mantenerse de esa manera por el resto de su tiempo en la tierra. Gracias.

Pero, parecía que aquello no iba a ser muy fácil, porque ni bien la noche llegó de nuevo y él estaba feliz en el mundo de los sueños, la misma voz que le susurrara la noche anterior estaba ahí de nuevo, llamándole, calentándole. Seduciéndole.

― Junsu. Junsu, ven, deja que te pruebe. Junsu. Junsu. Deja que beba de ti.

Tic tac, tic tac.
El insistente y molesto sonido del segundero hizo eco contra en su cabeza. Y cuando abrió los ojos, no estaba en su habitación. Ni mucho menos en su casa. Porque esas no son las paredes de su recibidor, ni el mármol de su piso.

Estaba de pie frente a una escalera bifurcada que da a la segunda planta, una alfombra roja cubre los escalones justo por el medio, y en el descanso de las bifurcaciones, un enorme reloj de pared con un péndulo que sonaba con más fuerza su tedioso tic tac. El muchacho miró a un lado, hacia una serie de pasillos que debían conectar con otros salones como las cocinas, el comedor y la sala de té, lo intuía porque en ese lado había cierto aroma a café, hierbas y especias. O quizá era su imaginación.

Daba lo mismo, tenía que saber dónde estaba. Miró pues al otro lado, desde donde podía ver la sala de estar, y otra serie de pasillos y puertas que daban a otros salones. Bien podía ser una sala de entretenimiento, despachos o hasta sala de música. Lo supone porque escucha la suave melodía de un piano a la distancia.

― ¿Cómo entraste?

La voz le sorprende. Pero no le resulta desconocida, por el contrario, le es sumamente familiar. Así que vuelve la mirada al frente. Junto al reloj de péndulo, de pie, un apuesto hombre de piel pálida, labios rojos, ojos negros y cabello azabache, enfundado en un desordenado conjunto de jeans y una camiseta cuyas mangas estaban enrolladas hasta el codo, le observaba con detenimiento.

― No lo sé. ― Musitó.

Extrañado de que nada de esto le asuste o le sorprenda. Claro, es un ángel, pero no quita el hecho de que no ha vivido como uno desde que llegó a la tierra, manteniéndose al margen de todo, en espera de la señal divina que le indique su misión entre los hombres.

― ¿Sabes quién soy?

― No. ¿Debería?

― Sí. Ya que los tuyos no tardarán en llegar aquí, para matarme.

― ¿Matarte? ¿Por qué?

La respuesta no se hizo esperar. Las altas puertas de entrada se abrieron de par en par con un estruendoso sonido al chocar contra los muros. Esa vez eran cinco los ángeles enviados para encargarse del problema.

― Te lo advertimos, Park. ― Siseó el mismo ángel de la vez anterior.

― No he sido yo, no directamente.

― ¡Tonterías!

― ¿No lo dije? No tengo el poder. No hay manera de que hubiera llegado a él, si él no lo hubiera querido también. ― Añadió, clavando su oscura mirada en el muchacho, sus ojos atraídos en el acto a la marca en su cuello. ― Mierda, ¿cuándo lo hice?

Murmura, moviéndose con ágil velocidad hasta el muchacho, extendiendo una barrera de poder telequinético para evitar que los otros ángeles se acercaran antes de que él pudiera observarle de cerca. El joven castaño jadeó contra su voluntad, una vez cuando le tuvo cerca, otra cuando la mano del azabache sujetó su mentón para obligarle a inclinar el cuello.

― Imposible. No podría, no con este poder.

― ¡Park! ― Bramaron los ángeles.

Apostados ya en círculo alrededor de él y el ángel. Con las alas extendidas y su poder angelical golpeando con ímpetu la barrera que el vampiro levantara. No duraría, lo sabe. Un minuto cuando mucho. Su poder era débil, ha menguado cada día desde hace una década. Se ha alimentado mal y nunca de sangre natural, honestamente, la sangre clonada estaba lejos de satisfacer su hambre. Era un incordio.

Kim esbozó una sonrisa ladina, tan pequeña que los otros ángeles no la percibieron. Pero el vampiro sí, y achicó la mirada un segundo, como intentando entender. Pero entonces el querubín habló. En su mente.

Muérdeme.

No.

Hazlo, sé que quieres. Lo has deseado desde que me viste por primera vez.

No.

Hazlo, Yoochun~.

Voz cándida, como el tacto del terciopelo y el sabor del néctar en la flor. Los colmillos de Park asomaron de inmediato, sus ojos brillando en un intenso carmín y un ronco sonido vibró en su garganta para acto seguido enterrar los colmillos en el cuello del querubín.

― ¡Park! ― Sisearon los ángeles a coro.

Y cuando empujaron con más fuerza su poder angelical, la barrera que había levantado el vampiro se fortificó en un parpadeo.

Kim había jadeado al momento de sentir los filosos colmillos enterrándose en su piel, desgarrando músculo y succionando su sangre. Pero la sonrisa que adornara sus labios continuaba ahí, como si esta hubiera sido su intención inicial.

Park se retiró casi de inmediato, los labios manchados de sangre y los ojos rojos cruzados de un dorado como bruma de polvo estelar. Cuando los ángeles atacaron de nuevo, su energía revotó en la barrera y al chocar contra ellos pareció difuminarlos en una milésima de segundo.

― No murieron, volvieron al cielo.

El vampiro centró su mirada en el castaño. Tomó un paso de distancia y guardó los colmillos, relamiéndose los labios porque, bueno, no todos los días se puede tener el preciado tesoro de la sangre angelical.

―Viniste aquí por voluntad.

― Lo hice. Y seguí tu llamado, Yoochun.

― ¿Por qué?

― ¿Necesitas una razón?

― Sí, porque esos ángeles no serán los únicos en venir con la consigna de matarme. Estoy seguro de que a ojos de ellos hace un minuto te corrompí. Y no hablo solo de haberte mordido, el hecho de que estuvieras aquí, cuando no debieras. Y le añadimos el que realmente he llegado a ti mediante mi hipnosis las noches anteriores. Ahora dime, ¿quién eres realmente?

― Kim Junsu en la tierra. Un querubín muy preciado para Dios en el cielo. Aquí y ahora, el que está dispuesto a entregarse a ti.

― ¿Entregarte? ― Cuestionó, saboreando en los labios las múltiples interpretaciones a una simple palabra.

La sonrisa que le mostró el querubín fue todo, menos angelical. Había un rastro de malicia surcando cada facción de su atractivo rostro. Y aquello excitó de sobremanera al vampiro.

― Sí. Porque me quieres, ¿no es así? Me deseas, quieres hacer mucho más que beber de mi sangre. Lo supe en el momento en que te escuché por primera vez hace unas noches. La forma en que tu voz susurraba necesitada y desesperada. Y lo supe, si dejaba que llegaras a mí con tu poder hipnótico, nos vincularíamos.

― El sello en tu cuello.

― Pertenece a los tuyos, es un sello de pertenencia y empatía. Lo puse ahí mientras mancillabas mi cuerpo a distancia.

― Me permitiste corromperte. ¿Por qué? Eres un ángel, no se supone que…

― No se suponen muchas cosas para los ángeles, Yoochun. Pero aquí estoy. Enviado por Dios mismo, ¿para castigarte? Bueno, eso me seduce ahora, pero sobre todo, me calienta el hecho de poder demostrarle a toda esa jerarquía angelical que podemos hacer lo que queramos, con la orden de Dios o sin ella.

― ¿De qué estás hablando?

El querubín soltó una risita. Mostró sus alas y las agitó, levantando el vuelo por apenas unos centímetros.

― Te invito a descubrirlo, Park Yoochun. ― La voz del querubín fue, a oídos del azabache, auténtico canto angelical. Dulce, suave, delicada, risueña. Pero también, provocativa. Como una nota que vibra apasionadamente en un instrumento musical.

Y antes de que el vampiro pudiera siquiera intentar detenerle, el querubín ya se había lanzado hacia arriba en vuelo, desapareciendo en un haz de luz al segundo. El azabache rumió entre dientes, esperando que en cualquier momento otra ronda de ángeles llegara a su mansión, porque, hace unos minutos, él, bajo la influencia de la sangre del querubín, los había enviado de regreso al cielo. O eso fue lo que le dijo el querubín, no tenía manera de tener certeza al respecto.

Y, antes que todo, tenía algunas cosas que indagar, al parecer, por cuenta propia. Y salir de su mansión, directo a otra casa de vampiros. En Japón.

Para Park tener que venir a esta casa era un poco humillante, porque los linajes de vampiros rara vez se reúnen, no establecen alianzas ni camaradería, pero desde que Park se quedó sin familia, la casa Mokomichi era la única en la que podía confiar. Particularmente por su líder y gran conocedor del mundo de las sangre. Entendiendo por sangre toda la simbología relacionada con las castas de vampiros.

― ¿Té? ― Ofreció el vampiro delante suyo.

El azabache arqueó una ceja, su anfitrión sonrió. Sabiendo que era una clara negativa, el vampiro de tez tostada se sirvió una taza de té que desprendió un agradable aroma que provocó la sed de su invitado. Sin decir nada, sirvió otra taza de té, acercándola a un Park que esa vez no titubeó para tomarla. No sabe exactamente a base de qué ingredientes estaba hecho, pero tenía un sabor a hierro que corría por sus venas con gusto.

― Entonces, ¿a qué se debe el honor de tu visita?

― ¿Qué tan probable es marcar a un ángel de jerarquía superior?

― ¿En tu estado? Básicamente las probabilidades se reducen a cero, Yoochun.

― ¿Y un ángel puede inducir la marca sacando provecho de la hipnosis que inicialmente buscara?

Mokomichi dejó su taza de té sobre la mesa ratona al centro de su sala de estar. Miró fijamente a su invitado y, tras advertir que no eran solo conjeturas si no un problema con el que el otro vampiro estaba lidiando, decidió llamar a su esposo, que además era su biblioteca personal andante, o algo así.

― El glifo que describes no se ha usado en siglos. Pero fue usado en algún punto de la historia, mucho antes de Cristo. Y, para resumir toda la letanía histórica, solo diré esto: estás condenado.

― ChangMin, podías ser más sutil.

― No es necesario. ¿Qué? Somos vampiros, no es necesaria la sutileza, sino enfrentar la realidad. Su realidad. Si el querubín quiere puede acabar con él nada más tronando los dedos.

― Eso ya lo podrían hacer sin necesidad de tanto lío.

― Probablemente, pero es un hecho que tu familia hizo algo muy malo para provocar la ira del mismísimo Dios. Enviar a un querubín solo para torturarte por no poder tenerlo, y que luego él se ofrezca para pertenecerte, parece una trampa. O un problema padre-hijo muy perverso y en el que simplemente quedaste en el medio.

― Mi recomendación… ― Agregó Mokomichi. ― Deshaz la marca.

Park sostuvo la mirada del anfitrión. Sabe que le habla en serio, y que las palabras de su esposo también han sido honestas. Casi sintió que la visita ha sido una pérdida de tiempo, porque él ya intuía estas verdades. Pero, agradeció y se marchó. Solo había una forma de ponerle fin a esto.

Enfrentarlo.
Poseerlo.
Pecar.


La Mansión Park había sido reducida a escombros en su ausencia. A su llegada, una sola figura estaba ahí, sentado en lo que quedaba de una fuente en los jardines traseros. Con sus blancas y preciosas alas extendidas, majestuosas y brillantes.

― Regresaste, Yoochun. ― Le recibió, con una sonrisa tan cristalina que, por un segundo, Park volvió a verle como el ángel inalcanzable y prohibido que se supone debía ser.

El que fue durante toda una década. Pero que ahora, esperándole ahí, le recordaba que no lo era más. Que, de alguna manera, parecía dispuesto a jugar con él.

― ¿Fuiste tú, Junsu?

― ¿Tu casa? Oh, no, no. Fueron mis hermanos Jaejoong y Yunho. Estaban de muy mal humor al saber el motivo por el que los otros enviados regresaron a casa derrotados por un simple vampiro.

Park miró al querubín, a la marca que tan clara estaba ahora adornando su cuello. Y casi maldijo las prendas que vestían tal provocativa anatomía, porque bastaba una mirada para sentir que cedía a la tentación y rogaría, de hecho, poder pecar recorriéndolo de pies a cabeza, amándolo por una vida entera.

A saber, pantalones blancos, ajustados por todas partes, como una segunda piel que se adhería a la sensual figura con envidiable certeza. Y una camiseta que más parecía una simple franja al frente cubriendo lo justo y necesario, porque todavía notaba su vientre por debajo de la tela semitransparente, y dejaba los hombros desnudos, así como casi toda la espalda, pues la prenda estaba sujeta por apenas unos lasos que corrían arriba y abajo y se ceñían al centro.

― Harás que me sonroje, Yoochun~. ― Sonrió con voz ladina, ladeando el rostro y dejando que sus mejillas se motearan de rubor. ― Oh, demasiado tarde. ― Añadió, como si el sonrojo fuese involuntario, aunque ambos saben que, de hecho, no es así.

― Te lo preguntaré solo una vez, Junsu. ¿Qué quieres de mí?

El querubín retrajo las alas a su espalda, para acto seguido ocultarlas. De un brinco bajó de los escombros de la fuente, justo de lo que quedó de la estructura, la cabeza de un Cupido a la usanza aniñada. La sonrisa en labios del castaño seguía teniendo un toque de malicia, pero era endemoniadamente dulce, casi inocente.

― Solo quiero que seas quien eres, Yoochun. Un vampiro, que toma lo que desea. ― Dijo, ladeando el rostro con una mirada pícara proyectada en sus castañas pupilas.

― ¿Y luego qué? ¿Dejar que tus hermanos me maten para honrar tu pureza? No veo ningún beneficio para mí en tu plan.

― ¿Tenerme no es suficiente? ― Preguntó, abanicando las largas pestañas y hasta alzando los labios en trompetilla, formando un hermoso puchero que Park deseó besar. ― Se cuánto me deseas. La forma en que tus ojos brillan cuando me ves, lo dejan claro. Y, sé que fui enviado para castigarte y toda esa mierda, pero, yo no quiero cumplir ese trabajo. ¿Qué hay de malo en el placer carnal? Nunca he tenido sexo, pero estoy seguro de que me encantará. Y, mientras te alimentes de mi sangre, ningún ángel enviado por Dios podrá matarte. No con facilidad.

― Así que, básicamente, solo te estás revelando. Como un crío adolescente.

― Supongo que también puedes ponerlo de esa manera. ― Encogió los hombros y luego caminó lentamente hacia él. ― ¿No quieres, Yoochun? Pecar conmigo podría ser lo más excitante de tu larga vida hasta ahora. Y amaste el sabor de mi sangre, aunque apenas la probaste. Lo que bebiste hace unas semanas no debió ser suficiente. Sé que tienes hambre, sed de mí. Y te ofrezco tomarme, alimentarte, saciarte de mí. ¿Es tan difícil tomar una decisión?

La forma en que le hablaba, en que le sonreía, en que le miraba. La manera en que su cuerpo se movía, como un cachorro asustado al principio, como un depredador astuto al siguiente. A Park le provocaba, mucho. Más de lo que sabe podrá contener.

Cuando Park usó su gran velocidad para terminar de reducir la distancia, el ángel se alejó usando sus alas para impulsarse lejos, con su ruidosa risa paseando en el viento. El vampiro mostró los colmillos y sus ojos carmín, e intentó de nuevo atraparle. Comprendió de inmediato que el ángel estaba jugando con él al gato y el ratón. Y le estaba haciendo perder la paciencia.

Hasta que se dejó atrapar, y la mano del vampiro rodeó su cintura, pegándole a su cuerpo y sin soltar su mirada, llevar la contraria hasta la nuca del ángel. Esos segundos sosteniéndose con intensidad las miradas, fueron suficientes para sellar el trato.

Cuando Park se inclinó atrapando la boca de Kim, la tierra se sacudió, literalmente. Un temblor menor, pero evidente. Los poderes de un vampiro codicioso mezclados con la corrupción de un ángel del cielo lo provocaron. En tanto, sus labios calzaron una y otra, y otra vez. Cada ocasión más confiado, húmedo, apasionado; profundizando el beso cuando la lengua se vuelve partícipe e incluso personaje principal. El castaño suspira y jadea, siente cómo le quema la sangre en las venas y le palpita acelerado el corazón. Claro que no es lo único palpitando, también nota su entrepierna hacerlo, comenzar a endurecerse. Sabe que está excitándose, que es la boca del vampiro la que le pone en ese estado, y su propio deseo bullendo peligrosamente en su interior.

Los colmillos del vampiro, que se habían retraído mientras se besaban, se revelaron de nuevo cuando rompió el beso y el pulso en la vena yugular tuvo toda su atención. Los colmillos que crecieron de nuevo rozaron la nívea piel justo por encima de la vena, y la lengua traviesa asomó lamiendo lentamente ese espacio. El ángel gimió quedito, entrecerró los ojos y extendió sus alas, tan solo para replegarlas de nuevo cubriéndoles a ambos en el escudo que formó rodeando la espalda del azabache.

― Ng~. ― El gemido nació en la garganta del ángel cuando los colmillos se enterraron en su cuello. ― ¡Ngh~! ― Algo más alto al sentir cómo succionaba su sangre.

Pero antes que dejarle saciarse, el ángel expulsó energía angelical apartándole con un aparatoso empuje que le mandó varios metros hacia atrás. El vampiro aterrizó sobre una de sus rodillas, saboreando las últimas gotas de sangre en sus colmillos y labios. Sonrió con ironía hacia el ángel, que le devolvía el mismo gesto de antes, ese toque de malicia que, siendo justos, lo hacía más atractivo.

― Si bebes demasiado, ¿qué vas a dejar para después?

― Apenas he tomado un poco, Junsu.

― Prefiero que bebas, algo más. ― Sugirió seductor, frotando el bulto en la entrepierna.

Park torció una sonrisa diferente, lasciva pura en su mirada. Se lanzó de nuevo al encuentro del ángel; y entre tirones, risas y miradas coquetas, se fueron despojando de las ropas que les cubrían, cuando la desnudez del ángel se hizo presente, y los pantalones del vampiro estaban simplemente desabrochados, estaban ya dentro de un lago artificial más al fondo de los jardines en la mansión.

― Estorban. ― Musitó simplemente el ángel. Y fue su pensamiento suficiente para que la prenda faltante desapareciera. ― Así mejor~. ― Coqueto, el ángel llevó la diestra debajo del agua, hasta arropar con la palma el duro falo.

― Mg.

― ¿Esto te gusta, Chun? ― Más que pregunta, parecía una invitación. Una que enfatizó dejando cortos besos y mordiscos en el mentón del azabache.

― ¿Te gusta a ti? Estás ensuciando tu mano.

― Es justo lo que quiero, ensuciarme. Así que, dame más, Yoochun.

Bastó el quedo susurro en su oído y la traviesa lengua acariciando la línea de su cuello, para que Park mandara todo al carajo y lo hiciera. Dejarse llevar. Aunque sabía también de antemano que aquello no era más que sujetar la espada con las manos desnudas.

Seducir y ser seducido. Parecía un buen trato ahora.
Pero sería su perdición mañana.

― Ng, ng~ ¡más~!

Park había separado las piernas del ángel, y acomodado su cuerpo en la orilla, donde el agua del lago apenas los acariciaba con sigilo; y después de haberle acariciado a diestra y siniestra, dejando marcas de besos por toda su piel, finalmente llegó a la parte que parecía interesarle tanto al ángel. Engulló el erecto miembro con hambre, lamiendo y succionando. Jugó con los tiernos testículos acariciándolos con las largas uñas que crecían en sus dedos. Mientras los dedos del castaño se enterraban en su cabeza desordenando sus cabellos, tirando de ellos o acariciando su nuca. El suave tacto del ángel le estaba provocando un calor impresionante en su propia entrepierna, podía sentir sus testículos llenos, rebosantes de deseo.

Así que abandonó el falo y dirigió, en cambio, su boca más al sur, hasta la cavidad que estrecha recibió su lengua con gusto. Con un concierto de gemidos que encendió toda la lujuria que el vampiro contenía en su cuerpo.

― Yoochun~. Yoochun~ hazlo. Entra en mí, ya~.

― Te dolerá.

― Soy un ángel, puedo manejar bien el dolor. Hazlo. ― Ordenó con voz dulce, ajustando al vampiro entre sus piernas, tomando su miembro y siendo él mismo quien presionara la punta contra su entrada. ― Cógeme~.

Park no se hizo de rogar, empujó la pelvis con fuerza enterrándose hasta el fondo y disfrutando de esa sofocante presión contra las paredes del ángel. Kim lanzó un grito de dolor que al instante se convirtió en un gemido de placer. El lacerante dolor inicial fue sustituido de inmediato por un placer culposo que sacudió su miembro casi arrastrándole al final.

Las pupilas castañas chocaron con los brunos ojos. E inmediatamente el vampiro inició el vaivén de sus caderas, empujando fuerte y profundo, sin darle tregua alguna. Sus roncos gemidos hicieron armonía con los que estaban vibrando dulcemente en labios del ángel. El choque de sus cuerpos produjo ese sonido húmedo y erótico que dejaba entrever la fuerza con que se encontraban entre estocada y estocada.

Park mostró los colmillos de nuevo, reveló las uñas y sus ojos se vistieron de carmín. El incesante movimiento de sus caderas no cesó ni disminuyó en minutos, golpeando profundo el interior del ángel, cuyo recipiente humano poseía todas esas terminales nerviosas que conectaban al placer, por ejemplo, contaba con ese punto sensible tan propio de los hombres, la próstata. Y cuando golpeó ahí una y otra vez, las facciones del castaño se transformaron, igual que sus gemidos. Auténticos gritos de placer.

― Yoochun. Yoochun~ ¡ng~!

Las alas del ángel salieron casi por voluntad propia, y en respuesta su cuerpo fue empujado al frente, pegándose al pecho del azabache, cuyas manos rodearon su espalda hasta asirse a su trasero, apretando las perfectas nalgas mientras continuaba embistiendo y su rostro encajaba apropiadamente en el hueco que hacía hombro y cuello del castaño.

Desde ahí, el pulso de su flujo sanguíneo le seducía todavía más, y el aroma que desprendía también. Lamió sobre la vena con gula, notando cómo las paredes del ángel se contraían con cada pasada, como si aquella húmeda caricia le provocara de una forma que ni él podía controlar.

― ¡Ngh~!

Y cuando mordió de nuevo el cuello del ángel, succionando de su sangre al mismo tiempo en que eyaculaba dentro y sentía el orgasmo del castaño derramándose entre sus cuerpos, la marca que estaba grabada en su cuello brilló en un intensó carmín, alimentando a ambos con la energía angelical y el poder del vampiro, fusionándoles a un nivel que ni Dios mismo habría predicho.


Dos años han transcurrido desde la peculiar unión entre el querubín y el vampiro. Legiones de ángeles han sido enviadas en varias ocasiones con la misión de darle muerte al azabache, pero todas ellas han culminado de la misma manera. Con los ángeles siendo enviados de vuelta al cielo.

― Junsu. ― Rumió el vampiro, con el ceño fruncido y las cadenas alrededor de sus muñecas.

― ¿Qué? ¿No lo estás disfrutando, Chun? ― Preguntó con inocencia, todo y que estaba desnudo, sentado a horcajadas en el regazo de su amante. Con el duro pene bien clavado en su interior.

― Te he dicho muchas veces que no, no disfruto cuando intentas someterme. ¡Y tengo sed!

― Oh, no te enojes. Te dejaré beber en un momento. Solo, deja que me divierta un poco más. ― Sugerente, el querubín elevó sus caderas, para dejarlas caer pesadamente al segundo y repetir la acción insistentemente.

Aquella se había transformado en una relación muy particular. De deseo, pasión, lujuria, lucha de poderes, resistencia, sometimiento y devoción. Entre muchas otras más, seguro. En tanto, en el cielo, los hermanos del querubín planeaban un nuevo ataque, esa vez comandando al frente. Y quién sabe, puede que esa vez consiguieran separarles, o quizá ángel y vampiro saldrían victoriosos de nuevo.

El poder de la sangre podía ser abrumadoramente misterioso.


FIN

3 comentarios:

  1. YunHo y JaeJoong los "hermanos de JunSu"??? Aish mi mente ya trabajando a mil en una posible relación incestuosa de esos dos asdasdaddss
    Me encanta, Feli, gracias por otro pedacito más de tu inspiración.

    ResponderBorrar
  2. Felinaaaaaaa wow, wow, wooowwww te sentó la cuarentena😏 gracias por esto tan caliente!! Me encantó, está historia definitivamente ya está entre mis favoritas

    ResponderBorrar
  3. Noooo pues si que debe ser el angelito consentido de Papá Dios porque mira que dejarlo darse semejante gusto con mi Yoochun!!!! Felina como te explico que amo el lado vampirico de mi Yoochun pero en serio te rayaste con el delfín, tenía unas ganas enormes de leer esa faseta super candente del ángel Junsu!!!!!Gracias!!!

    ResponderBorrar

Disculpen las molestias, pero se eliminaran los comentarios con contenido de otras parajes fuera de las que se abordan en este blog, esperamos su comprensión