lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan, capítulo 28


Capítulo 28. De finales felices a inicios dichosos
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Una de las características de Kise Ryota en cuanto a personalidad es ese aire caprichoso en cada una de sus acciones. Kasamatsu Yukio lo sabe, y muy probablemente sea una de las razones por las que fue inevitable fijarse en él y caer en las redes de su hipnótico amor. Ese aire caprichoso sin embargo no se queda limitado a las acciones cotidianas como querer tal o cual sabor de helado o usar un determinado color de jeans –por aquello de ser fashion–, no, Kise también es caprichoso en la intimidad. Si él quiere hacerlo de una manera entonces tiene que ser así, o Kise es perfectamente capaz de cortar el rollo y dejar a medias, al inicio o al mismísimo borde del éxtasis a su prometido si solo se atreve en renegar de su estilo. Si bueno, no es que Kasamatsu se queje propiamente, que le encanta el sexo con Kise como al condenado modelo le venga en gana.

– ¿Listo para hacerme delirar, Yukio~? – Kise ronroneó cual felino al acecho, serpenteó sus dedos por la curva de su figura mirándole con aquellos ojos dorados que destellaban la más pura de las sensualidades.


– Tú, deberías comportarte Ryota… – El de ojos cromados comenzó a sacarse la ropa mientras caminaba lentamente hacia la habitación dejándose envolver por la mirada de su prometido… – Nuestros hijos duermen y tú quieres que te haga delirar.

Ambos torcieron una sonrisa ligeramente avergonzada. Es verdad, ellos deberían ser un poco menos activos ahora que son papás y que no han transcurrido más de 10 meses desde que sus pequeños nacieron. ¡Pero les resultaba imposible! Tal vez por el hecho de que en realidad no han podido disfrutar de su vida íntima ante las responsabilidades y todo el cambio que tuvieron con el embarazo prematuro del modelo. Pero están ahí, amándose con la única reserva que el descanso de sus hijos exige.

– Cómo es que te cargas ese cuerpazo, Yukio… – El rubio se mordió el labio inferior mientras se deleitaba la pupila admirando el torso desnudo de su prometido.

Los pectorales tan perfectamente delineados, los músculos en los brazos, el tono de su piel tan atrayente a su curiosidad. Kise paseó su mano por su propio cuerpo hasta alcanzar su entrepierna, comenzando a estimularse mientras observa a su prometido continuar desnudándose ahí, delante suyo antes que entrar en el lecho. Kasamatsu sonrió de medio lado sin poderse creer que su prometido encuentre tan atractiva su anatomía cuando la figura del modelo –pese al embarazo múltiple– seguía siendo envidiablemente exquisito.

– Eres cruel, Ryota. Verte así me está volviendo loco… – El de ojos cromados dijo al tiempo que deslizaba los pantalones por sus piernas y los botaba de mala gana sacándoselos entre patadas curiosas que podrían haber hecho perder la atmósfera para el rubio, pero a pesar de eso el modelo siguió disfrutando de la vista.

– Me gusta cuando te desnudas para mí, Yukio. ¡Eres terriblemente sexy!

Kasamatsu gruñó en desacuerdo, se acomodó los anteojos y trepó a la cama aún con los bóxers puestos, Kise le dio un manotazo cuando intentó tocarle los muslos. Le lanzó una mirada fulminante y, con otro gruñido, el de ojos cromados tuvo que deshacerse de la última prenda antes que poder tocar a su prometido.

– Cómo diablos es que siempre hago lo que quieres.

– Eso es porque me amas~

– Manipulador.

– Insensible~ – puchero.

– ¿Ah? ¿Qué mierda tiene que ver una cosa con la otra? Todavía que siempre te cumplo los gustos, Ryota.

– Pero querías meterte a la cama con ropa. ¡Con ropa!

– Es que últimamente a ti se te ha metido en la cabeza que debo hacer todo el trabajo en esto… – Otra ronda de gruñidos.

– Me desnudé solito~

– Sin mí.

– Porque tardaste mucho~

– Tenía que saludar a nuestros hijos. Casi no les veo.

– Vale. Punto para ti. Ahora deja de discutir y ponte en acción, Yukio.

Kise enredó sus piernas alrededor de la cintura de Kasamatsu atrayéndole con ímpetu hacia su cuerpo. Las manos del de ojos cromados resbalaron instantáneamente por las largas piernas del modelo, a veces Kasamatsu se preguntaba cómo es que su prometido prefería recibir siempre cuando tenía toda la maldita complexión para mandar.

– ¿Qué estás pensando, Yukio? – Kise preguntó al notar un titubeo en la mirada de su prometido. Por un segundo temió estar perdiendo atractivo. ¡Tanto que se esforzó por recuperar su figura tras el parto!

– ¿Nunca has querido… ya sabes… mandar?

– ¿Eh?

– Siempre soy quien… te da.

– Oh… – El modelo parpadeó entre sorprendido e indeciso. Luego de unos instantes sonrió ampliamente… – Me gusta ser tu uke, Yukio. Me encanta sentir tu grosor dentro de mí, la forma en que me roza tu carne, la dureza con que te entierras en mí, el placer de cada movimiento.

– Ya… ya entendí… – Kasamatsu carraspeó notoriamente avergonzado… – Siempre hablas tan claro que me sorprendes.

– Me gusta la honestidad.

– A mí me gustas tú. Todo, joder Kise amo hasta tus más pequeños defectos y las más evidentes virtudes. Me pongo celoso cuando vamos por la calle y todas las chicas se te quedan mirando, es peor cuando son los hombres con sus caras de babosos. Y tú, vas y te enamoras de mí.

– No empieces con eso, Yukio. En serio, arruinarás el momento.

– No hay nada qué arruinar. Porque soy estúpidamente afortunado de saber que me amas, aunque no te guste admitirlo son un tipo demasiado común y corriente a tu lado, pero tengo algo que te enamora, y eso me hace muy feliz.

Kasamatsu le besó entonces con suma dulzura, sintiendo contra su cuerpo la anatomía de Kise, el calor que irradia contagiándole de una paz indescriptible, haciéndole sentir que sí, que están hechos el uno para el otro a pesar de las diferencias y lo radicalmente opuestas que puedan ser sus personalidades.

De un momento a otro, conforme los besos dulces dieron paso a los más confiados y húmedos, la pasión comenzó a tomar de nuevo el control inicial. Las manos de Kasamatsu acariciaban el cuerpo de su prometido a su antojo, presionando con sus yemas la piel en sus muslos y presionando los firmes glúteos, rozando clandestinamente su pelvis contra la del modelo. Los pequeños jadeos del rubio incentivaron la libido de ambos muchachos, Kise coló una mano entre sus cuerpos hasta alcanzar la virilidad del de ojos cromados, sujetando el falo con la diestra comenzó a acariciar de arriba abajo. Los gemidos del de ojos cromados no se hicieron esperar, y por temor a elevar demasiado el tono de su voz, amortiguó aquellos ruidos eróticos contra el cuello del rubio.

– No puedo esperar tanto, te necesito ya Yukio… – Gimoteó desesperado, aprisionando con más fuerza la cintura de su prometido. Las largas piernas apretaban como pinzas, Kasamatsu encontraba aquella sensación de ansiedad muy excitante e hinchaba su miembro de la sangre que escapaba a su cerebro. O algo así.

– El lubricante… – Jadeó al tiempo en que sus manos separaban inconscientemente los glúteos de su prometido, rozando con un dedo aquel orificio estrecho.

– No hay tiempo, hazlo así.

– Dolerá.

– Puedo soportarlo.

– No tardaré nada en prepararte, Ryota.

– Oh, claro que lo harás. Siempre te tomas todo el maldito tiempo del mundo para prepararme porque me tratas peor que a una rosa. Jódeme ya, Yukio.

– ¡Mierda! – Kasamatsu gimió ronco, ahogando los improperios que continuaron brotando de sus labios en la boca de Kise, besándole casi con rudeza mientras se acomodaba y presionaba la punta de su erecto miembro en la intimidad del rubio.

– Mghh… – Kise gimió más que incómodo, casi arrepentido de su petición tan valiente. El tamaño de Kasamatsu no era justamente de broma ni para simples valientes.

– Voy a parar.

– ¡No te atrevas, maldición! Solo sigue.

– No grites, despertarás a los niños.

– Oh mierda… – Kise gimió de nuevo, lagrimeando pero aferrándose a la espalda de su prometido mientras le sentía entrar más y más en su interior… – No dirías eso si supieras cómo te sientes.

– Cállate, idiota.

– ¿Y el romanticismo?

– Nghh mandarías al diablo el romanticismo si supieras cómo quemas cuando estás tan estrecho.

Bueno, esta pareja de enamorados tenía sus momentos… especiales. Pero cuando la penetración se efectuó y Kasamatsu estuvo completamente dentro de Kise, bastó compartir otra ronda de besos dulces para que la pasión retomara ese control que deslizaba sus acciones por el camino deseado. Las embestidas comenzaron suaves, lentas, casi tímidas. Luego poco a poco el calor y el placer ganó terreno y las estocadas proyectaron cada gramo de goce compartido. De lo único que se arrepentirían después es de…

– Los condones…

– ¡Joder!

Tres ya eran suficientes no solo por ahora, sino para toda una vida juntos.


Desde que sus amigos se establecieron como familia, Riko y Hyuga habían decidido dedicar mucho de su tiempo a mimar a unos o a otros, casi todos sus momentos libres terminaban descargados en casa de una pareja u otra, o bien en reuniones que cerraban con broche de oro cuando Kagami y Aomine hacían alguna escena ridícula por querer salvar el título del top más activo de todos. Claro, como Kuroko y Sakurai eran quienes tenían que lidiar con aquel espíritu competitivo ni bien llegaban a sus casas, no les tenían ni pizca de consideración. Esas reuniones solían estar atiborradas de risas y experiencias compartidas entre sonrojos y reclamos bochornosos. Para Momoi era divertido estar presente, y ahora ya no era siquiera doloroso o incómodo estar ahí puesto que la soltería había quedado atrás; sí, la pelirosa ha encontrado su propia media naranja, o al menos alguien que le gusta lo suficiente y le trata como auténtica princesa. Riko por su parte solo se preguntaba en qué momento Hyuga terminaría embarrado en las conversaciones y expuesto como un romántico constreñido porque nunca parecía hacer nada especial para su novia.

– Oye, Riko.

– ¿Mh?

– ¿Te parezco un romántico constreñido?

La castaña abrió la boca listísima para responder “no”, pero el monosílabo nunca brotó de sus labios. Su novio suspiró derrotado y se dejó caer en la banca de aquella cancha de baloncesto en que han terminado luego de una de sus tantas citas fallidas.

– No es que no seas romántico…

– ¿No? – Hyuga cuestionó con tono incrédulo.

– Bueno. Vale, el romanticismo no es lo tuyo. Pero yo sé eso, y no es que lo esté esperando particularmente. Te conozco desde hace mucho Junpei, y desde que comenzaste a gustarme he sabido cómo eres.

– Aún así, puede que los chicos tengan razón. Yo debería esforzarme por ser menos… menos yo.

– Si con el tiempo eso sucede está bien, pero no estoy exigiéndote nada que no te nazca del corazón Junpei. Ya soy feliz solo porque yo te guste, tampoco soy una chica ideal, tengo montones de defectos de personalidad.

– Me gusta tu personalidad, Riko.

Las mejillas de ambos muchachos se tiñeron de rubor. Para Hyuga hablar de sentimientos tan abiertamente era como su talón de Aquiles, y eso Riko lo sabe. Por eso justamente es que no hay mejor lenguaje en momentos como ese que les funcione mejor que un beso. Profundos y húmedos, donde la lengua masculina domine sobre la femenina, saciándole sin embargo de toda sed erótica cuando le roza y se enredan en una danza similar al sexo.


Con el primer año de los gemelos Kagami tan cerca, la gran familia de amigos estaba ansiosa por la fecha. Tetsuya y Taiga han recibido también el apoyo de todos para celebrar en grande. Pero al final, como los nacimientos de sus hijos son tan cercanos a los pequeños de Kise y Kasamatsu, como de Sakurai y Aomine, acordaron para festejar en una sola celebración la fecha tan especial. Al final así se hizo.

– Qué mierd…

– ¡Daiki~!

– Taiga.

Muy bien, la primera exclamación sonó en dos voces. Kagami y Aomine maldijeron al unísono cuando Katsu y Maki se abrazaron, riendo graciosamente pues al haberlo hecho perdieron el equilibrio ya que ninguno domina aún la marcha, aunque ya dan sus pasos sin apoyo. El pelirrojo se golpeó la frente farfullando entre dientes el hecho de que su hijo fuese a encontrarse justamente con la hija de su eterno rival. El moreno por su parte estaba que le lanzaba rayos con la mirada al pequeñito. Naturalmente, Sakurai había llamado a su prometido no solo por la grosería lanzada, sino también porque le creía capaz de comenzar a amenazar al pequeño con tonterías por abrazar a su princesita. Y Kuroko, bueno él suspiraba y tiraba de la oreja de su prometido mirándole con esa expresión relajada que, a ojos del pelirrojo, gritaba que estaba molesto. Y Kuroko molesto era igual a nada de dormir juntos. ¡Lo mandaría al sofá! Lejos de su calor y de sus besos, y de todo lo que va con el paquete.

Mientras las bestias eran tranquilizadas  por sus parejas, Katsu y Maki seguían jugueteando inocentemente juntos, del mismo modo en que se integraban Haruko y Yukino, como Ryoichi y Ryoto. A la distancia Kise les observaba e insistía en las relaciones que deberían surgir entre los pequeños.

– ¿Y por qué nuestra princesa tiene que quedar con Atsuo? ¿Qué tal que al nene le gustan los nenes también? ¿O a cualquiera de los varoncitos?

De pronto el silencio fue sepulcral tras las palabras de Takao. Midorima guardó silencio, no sonaba tan mal para él, así cualquiera de esos escuincles mocosos y engreídos estaría lejos, muy lejos de su princesa. Aomine sonrió, la cosa no pintaba tan descabellado para él.

– De ninguna manera~ – Exclamaron a la par Takao y Kise, riendo de sus propias palabras.

Y es que honestamente resultaba mucho más entretenido pensar en las posibles relaciones que involucraban el enfado de Aomine y Midorima. De Kiyoshi ni qué decir, al chico parecía no importarle en absoluto que quisieran liar a su pequeño con la nena de pelinegro y ojiverde. Y a Izuki tampoco le molestaba, él está seguro de que todavía habrá que esperar a que el tiempo dicte la última palabra. Todo podía pasar.

Y así, mientras todos compartían en esa fiesta del primer año de seis pequeños que tenían todo un mundo por descubrir –y a la espera de una segunda celebración en la que festejar a los gemelos del chico ojo de águila y su corazón de hierro– y aún más de la pequeña Kie en brazos de Takao, se unían a la algarabía sus familias matrices, abuelos, tíos, tías, mascotas, amigos cercanos; todos hacían acto de aparición y llenaban aquel lugar de risas y buena vibra.

Entrenarse para ser buen padre no era cuestión de guías que encontrar en un libro ni aún en la red. El mejor entrenamiento venía de la vida misma, de las experiencias inesperadas y el amor con que se afrontan. Y ese entrenamiento además de agotador, es para siempre, porque un hijo jamás deja de ser el pequeño de mamá o papá, porque un hijo nunca abandona el nido, solo busca otros cielos por los que volar.

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