lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan, capítulo 26


Capítulo 26. De padres primerizos y batallas por amor con sus críos
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Para Kagami haber iniciado familia con Kuroko era inesperado pero hermoso. Y muy agotador. Honestamente, pero aún así le fascinaba. Aunque se fuera a la cama arrastrando los pies y con el cerebro medio fundido, aunque no tenga más energía que la requerida para darle unos cuantos besos dulces a su prometido y arroparle cobijado contra su cuerpo para dormir –al menos un poco que sus pequeñines despertaban cada dos o tres horas durante la noche clamando comida o cambio de pañal–, aunque tuviera que sacrificar parte del día sin verles porque todavía tienen escuela y él trabajo que cumplir. Aunque haya todas esas actividades que agoten su energía física, su corazón parece una fuente inagotable de amor. Y es por eso que, con todo y ojeras y repentino mal humor, Kagami Taiga es estúpidamente feliz.

– Buenas noches, Tetsuya… – Murmura adormilado mientras el peliazul se recuesta en su pecho y asiente con los ojos cerrados, bostezando contra su piel y acomodándose para dejarse atrapar por los brazos de Morfeo para dormir.


Al pelirrojo no le ofende en absoluto no recibir el saludo nocturno de vuelta, tampoco se resiente cuando el beso que esperaba se queda en nada y Kuroko cae sobre su pecho dejando sonar ligeros ronquiditos atrapado en su sueño. Sonríe y bosteza también, le peina los sedosos mechones azules con cariño y le contempla antes que dejarse arrastrar por el cansancio y la necesidad de dormir. Quiere observarle ahí, acurrucado en su torso, con su expresión relajada y la piel nívea que se le antoja saborear con cariñosos besos pero que solo mira con sumiso embeleso. Kagami sonríe enamorado, sigue encantándole de sobremanera la forma de su cara, las delgadas cejas azulinas y esas largas pestañas claras que bordean el contorno de sus ojos, adora su nariz respingada y esos suspiritos que resopla con suavidad.

– Tienes una boca aterciopelada Tetsuya, me dan ganas de besarte hasta el infinito… – Dice para sí, delineando con la yema de uno de sus dígitos los carnosos y suaves pliegues de un tenue tono rosado.

Suspira inconscientemente y se inclina apenas para rozarle los labios. Le robaría un beso pero no quiere interrumpir su sueño, Kuroko es quien cuida todo el día de Katsu y Haruko, así que se limita en observarle. Ya volverán a encontrar los tiempos para amarse más allá del mimo y la compañía. Bosteza y cubriendo los hombros de Kuroko con las mantas, cierra los ojos cediendo sus deseos a Morfeo.

Sin saber exactamente cuánto tiempo transcurre, el llanto de los gemelos irrumpe el sueño de ambos muchachos. Kuroko rueda sobre sí y con su cabello alborotado –que al menos ahora Kagami sabe que es culpa de sus manos inquietas que juegan con los mechones azulados incluso cuando duerme– murmura entre dientes palabras ininteligibles.

– Sigue durmiendo, iré yo Tetsuya.

– Pero puedo ayudar, Taiga… – Murmura con la lengua trabada por la somnolencia.

– Lo sé, pero está bien, me encargaré solo. Duerme cariño… – Señala besándola la frente y tumbándole delicadamente sobre el colchón.

– Me gusta cuando me dices palabras dulces, Taiga… – Comenta entre bostezos, acurrucándose de nuevo en la cama… – Estaré esperándote despierto.

– Seguro… – El pelirrojo se permite una sonrisa antes que salir de la habitación y apresurarse a la de lado… – Ya va, ya va Haruko y Katsu, no desesperen que papá preparará sus mamilas rápidamente.

Taiga se apresura en arrullarles un poco para consolarles y ganar tiempo suficiente para correr a la cocina a preparar las mamilas. El llanto de sus gemelos es estridente pero son relativamente fáciles de consolar, Tetsuya le ha enseñado cómo hacerlo y ambos han ido aprendiendo montones de cosas de sus hijos. Son bebés, pero son tan inteligentes que se sorprenden incluso de algunas cosas, como el que ellos sepan bien distinguir a cada uno de sus amigos siguiéndoles ya con la mirada, aceptando más el abrazo de algunos que de otros.

– Me dan ganas de hacerte una foto tal como estás ahora, Taiga… – No, la voz no viene de la dulce presencia de Kuroko, aún así el pelirrojo sonríe ligeramente avergonzado.

– No debiste levantarte, papá.

– Está bien, decidí echarte una mano con esto… – Comenta sonriente mientras extiende las mamilas a su hijo.

– Gracias.

– No hay por qué.

Takuma se recarga en el marco de la puerta antes que volver a la habitación en que temporalmente se queda en casa de su hijo y yerno; sonríe con expresión orgullosa al mirar al pelirrojo con un bebé en cada brazo dándoles la mamila y cantándoles quedito. No es que tenga una voz muy suave o que sea entonado, pero el cariño que se desliza en la melodía compensa la falta de cualquier otra habilidad cantora.

– Estoy orgulloso de ti, Taiga. Aunque aún no eres un adulto, has madurado bastante y estás a la altura de tus actuales responsabilidades.

– Aunque no haya sido un hijo muy expresivo contigo y todavía te grite “viejo” o discuta contigo, también estoy orgulloso de ti papá. Si ahora estoy bien con Tetsuya y me considera digno de él, es porque hiciste un buen trabajo conmigo como persona.

– Oh, ¡wow! Creo que voy a ruborizarme… – El hombre dice rascándose tímidamente la nariz, no está para nada acostumbrado a su hijo algo más expresivo y emocional.

– No arruines el momento, papá.

– No lo haré, hijo. Te amo, aunque tu madre y yo no hayamos podido estar juntos, jamás me arrepentiré de haberme quedado contigo.

El hombre vio a su hijo sonreír con un dejo de tristeza. Tal vez nunca conseguiría acostumbrarse a la idea del abandono de su madre, pero ninguno podría cambiar aquella verdad.

– Se quedaron dormidos otra vez, ¿me ayudas a volverlos a acostar en sus cunas?

– Claro que sí.

Cuando padre e hijo recostaron a los bebés en su lugar tras haberlos hecho eructar luego de la mamila, ambos se quedaron un rato contemplándoles dormir. Tan vulnerables, tan indefensos. Tanto que crecer y aprender.

– Ser padre no es fácil, lamento por las ocasiones en que te grité reclamándote la ausencia de mamá. No tenía idea de lo que había pasado, y era fácil descargarme contigo porque eras tú quien estaba ahí, papá.

– No te preocupes Taiga, aunque no voy a negar que algunas veces me dolieron mucho tus reclamos, no puedo culparte por haber actuado así. Pero ahora estamos aquí, observando a tus hijos, mis nietos. Y no puedo sentirme más que feliz. Tetsuya y tú estaban destinados de alguna manera, porque desde que mencionaste volver a Japón, tuve el presentimiento de que tarde o temprano nuestras vidas volverían a echar raíces aquí.

– ¿Qué? ¿Qué significa eso, papá?

– He hablado con mi Jefe. No volveré a Estados Unidos.

– ¿Renunciaste?

– No. Solicité mi traslado, se abrirá una sucursal aquí en la ciudad así que aproveché. Le dije al Presidente que no importaba que no me diera el mismo puesto de antes, solo quería quedarme aquí. Y me nombraron Gerente General.

– ¿En serio?

– Así es.

– ¡Felicidades!

– Shh, los despertarás… – El hombre sonrió al ver a su hijo sonrojarse y murmurarles disculpas a sus pequeños… – Así que he estado buscando casa por aquí cerca.

– ¿Vas a mudarte?

– Es lo sensato. No puedo andar por aquí malográndoles sus días.

– No malogras nada, papá.

– Aún así. Lo correcto es que ustedes vivan como lo que son, una familia. Ya pronto van a casarse.

– Pero en verdad, no nos importa que vivas con nosotros.

– A mí sí me importa. Seguiré ayudando a Tetsuya en lo que pueda, al menos mientras mis nietos crecen un poco más, pero te aseguro que me mudaré. ¿Y quién sabe? Tal vez encuentre el amor por ahí yo también… – El hombre dijo agitando las cejas con cierta picardía.

– Papá, eso es desagradable… – Rezongó dando media vuelta para volver a su habitación. Su padre le siguió solo para darle un abrazo fuerte y revolverle el cabello antes de darle las buenas noches. Entonces el pelirrojo sonrió contento por la felicidad que también ve en la mirada de su padre y volvió a su habitación. Kuroko estaba ahí, envuelto en las mantas pero cubriendo solo su cadera y parte del torso, las piernas y los hombros desnudos… – Ah, es injusto, me tienta de mala manera.

– No te tiento, date prisa y vuelve aquí Taiga, muero de sueño y no puedo dormir si no estás a mi lado.

El pelirrojo sonrió y se apuró a entrar en el lecho, el peliazul de inmediato serpenteó por su cuerpo anclándose a él. Le dio un beso y enredó sus piernas en un lío que se sentía íntimo y muy cálido. Sí, ser padre es agotador, pero de la más hermosa de las experiencias. Sobre todo cuando tienes a ese alguien especial contigo, la mitad de tu alma, el otro extremo en el hilo rojo, el complemento ideal.


Kise y Kasamatsu se han tenido que empeñar a la par en el cuidado de sus trillizos, el agotamiento para ellos ha sido mayor que el de sus amigos Kuroko y Kagami por obvias razones; sin embargo no es que durante el día estén faltos de apoyo extra con sus respectivas familias más que encantadas con la llegada de los tres miembros de la familia. La historia sin embargo era otra por las noches, cuando los trillizos decidían dormir poco y demandar más atención.

– ¿Por qué será que con los abuelos son mucho más tranquilos?

– Tengo una teoría, Ryota.

– ¿Cuál?

– Heredaron tu carácter.

– ¡Eso no es así! – Respingó pucheroso, casi ofendido. El de ojos cromados bostezó y estiró el cuerpo antes que volver a la cama. Era más de medianoche pero ni bien ellos se habían puesto el pijama un par de horas atrás, sus bebés ya habían comenzado a llorar, no por hambre sino por atención… – Yo creo que es más bien que les encanta que les platiques y cantes. A mí me quieren solo porque les hago caritas curiosas.

– Te aman porque eres su madre, y también les gusta cuando cantas para ellos, es con tu voz con la que se arrullan cuando se cansan y aunque se reúsen a dormir.

– ¿Tú crees?

– Estoy seguro. Ahora, ven y vamos a dormir. Al menos una hora antes de que despierten otra vez.

– ¿Sabes? Ya que sabemos que no dormiremos más de esa hora, podríamos emplear el tiempo en otras cosas… – Sugirió con tono pícaro, trepándose en la cadera de su prometido y colando sus manos por debajo de la parte superior del pijama.

– Ni pareciera que tuviste trillizos hace un mes, eres un goloso, Ryota.

– Es que teniéndote a ti, eres irresistible Yukio… – El modelo se inclinó buscando sus labios y sin despegar la mirada de los ojos de su prometido.

El encuentro de sus bocas fue calmado pero cargado de pasión. Ambos saben sin embargo que aún no están en condiciones de hacer el amor, no solo por el hecho de que la doctora les advirtió la posibilidad de un nuevo embarazo sin uso de preservativo al menos, sino también por la salud del rubio. Dada la naturaleza del parto, a Kise le han recomendado tener mayor reposo para que su cuerpo se recupere del todo. Aún así, los besos y las caricias, tocarse calmadamente les bastaba para saciar esa necesidad romántica de tenerse, de amarse.


Aunque aún había huecos en su historia, Aomine se las ha ingeniado para tener su propio hogar con Sakurai, modesto pero suyo. Y está aprendiendo muchas cosas gracias a su beba, que igual que su prometido, tiene un gran poder sobre su voluntad.

– Ella sabe que me embauca con sus caritas, ¿verdad Ryo?

– Daiki, es una niñita recién nacida, cómo va a saber eso… – El castaño rió bajito, divertido por ese mohín de disgusto en la morena cara de su prometido mientras alimenta a su hija.

– Le gusta molestarme, va y hace esos pucheritos igual que tú porque sabe que me convencerá.

– ¿De alimentarle? – Sakurai cuestiona con tono incrédulo, tentado de grabarle y tener alguna prueba en su contra con que avergonzarle después. Pero se sabe demasiado bueno para hacerle aquello.

– Sí. Y luego de darle la mamila querrá que la haga eructar, y cuando le da la gana termina vomitando sobre mi ropa o haciendo del baño. Me manipula Ryo.

– Es una bebé, hace lo que tiene que hacer.

– Molestar a su padre.

– ¿En serio te molesta cuidarla, Daiki? – El castaño cuestiona entonces con un dejo de duda. Aomine voltea a mirarle y se arrepiente de su intento de jugarreta.

– Claro que no. Solo estoy siendo amargado, sabes que soy así de idiota para bromear. No es precisamente que me encante que vomite en mi hombro, pero en realidad no me molesta cuidar de ella, soy feliz de ser su padre. Y mataré a cualquier idiota que la mire apenas comience a andar por ahí solita.

Aomine gruñe con aire celoso y Sakurai se siente de nuevo relajado y feliz. Ríe y toma la mamila que su pequeña se ha terminado, no duda en absoluto de la advertencia de su prometido.

– ¿Quieres decir que ni bien comience a caminar tendrás tu ojo de padre sobreprotector y celoso sobre ella?

– Obviamente. Conforme vaya creciendo se pondrá más y más bonita, si nada más mirarle los ojos, avellana y grandes como los tuyos, y tiene el pelo oscuro con una piel bronceadita que hará que todos los niños tontos babeen por ella. Ahora que lo pienso, si tiene tu belleza va a ser todo un lío.

– Daiki, creo que necesitas descansar un poco. Dame que yo la duermo en un momento, tú puedes adelantarte a la habitación.

– No estoy diciendo estupideces si…

– ¡Daiki! No digas tantas groserías delante de nuestra Maki.

– No entiende.

– Claro que sí.

– Vale. Ya sé que son inteligentes desde bebés y blablablá. Pero en serio, voy a cuidarla mucho porque va a ser tan atractiva como tú.

– Eres el único que se fijó en mí, Daiki. No exageres. Más bien tendremos que cuidarla porque será tan popular como tú, y si hereda tu carácter.

– ¡No!

– ¿Por qué no?

– Quiero que tenga amigos y le caiga bien a la gente. No quiero que sea como yo, quiero que se parezca más a ti como eres ahora, que sea dulce y de firmes convicciones, Ryo.

Ambos continuaron hablando de aquello mientras admiraban a su pequeña. La beba intercambiaba la mirada entre uno y otro siguiendo el tono de su voz, y cuando la conversación pareció disgustarle se soltó en llanto. Entonces el hilo se interrumpió y ellos se centraron en consolarla, leerle un libro y bañarla para antes de dormir. Sakurai y Aomine se percataron sin embargo de algo en lo que en realidad no repararon antes. La personalidad de uno y otro era compleja, pero francamente no esperaban que les heredara demasiado, que forjara su propio carácter y tuviese mejor suerte que ellos en cuanto a relaciones sociales al menos.

– Ryo, pese a todo, gracias por enamorarte de mí… – El moreno susurra abrazándole por la espalda. No es la primera vez que pronuncia aquellas palabras, pero como cada ocasión simplemente siente que tiene que decirlas.

– Te Amo, Daiki. Y me das tanta felicidad que soy yo quien debe agradecerte por estar conmigo… – Gira el rostro y sonríe con las mejillas ruborizadas.

La intensa mirada metálica de su prometido le atrapa, y cuando ambos están más entregados a los besos y las caricias, el llanto de Maki rompe la atmósfera con la potencia de sus pulmones. Si bueno, Sakurai y Aomine suspiran, el moreno incluso gruñe y acusa a su beba de traidora; el castaño ríe divertido. Nunca lo hubiera imaginado, el moreno celoso por su nena y por él. Como siga en esa línea se hará viejo más rápido que ninguno.


Tras la experiencia de sus amigos, Izuki y Kiyoshi han estado preparados para el parto desde el octavo mes de gestación, sin embargo no se llevaron las sorpresas emergentes de los otros. Por eso van ahí, conversando de camino a la clínica, con las contracciones del chico ojo de águila controladas. Justo en la fecha programada para su intervención. A Izuki lo internan con normalidad, le realizan los estudios de rutina y todo se lleva con tranquilidad. Kiyoshi tiene tiempo de avisarle a todos la hora en que su novio será intervenido, le acompaña hasta que un grupo de enfermeras y médicos pasan por Izuki para llevarle a la sala donde dará a luz.

La operación transcurre como con sus amigos, Kiyoshi presente no se pierde detalle del momento en que sus hijos son extraídos del vientre de Izuki, y juntos lloran de felicidad cuando el llanto de la pequeña hace eco en el quirófano, seguido de su hermanito. Se embelesan en esos segundos que les permiten antes que limpiarles y revisarles, cuando el primer contacto real de los bebés sucede con las delicadas caricias que las manos de sus padres les proporcionan. Y más tarde transcurre lo ya conocido, todos sus familiares y amigos hacen acto de presencia en la habitación felicitándoles por la llegada de sus hijos.

Shizuko la llaman, y al varoncito Atsuo, y pronto el lazo entre todos los pequeños queda de manifiesto cuando en sus miradas infantiles y los gorjeos de sus gargantas simulan un sistema de comunicación fuera del alcance de entendimiento de los adultos. A los gemelos Kagami les gusta estar cerca de Takao, cual si supiesen que allí en su vientre casi plano, crece un esperado integrante más de la familia que se forma más allá del lazo de sangre.

– Aominecchi~ por qué no dejas que Sakurai vista a Maki como la nena hermosa que es.

– ¡Ah! ¿De qué mierd…?

– ¡Daiki!

– Sí ya sé, nada de groserías delante de los niños. Kise tiene la culpa, cómo sale siempre con sus idiot…

– ¡Daiki!

– ¡Ah! Jod…

– ¡Daiki~! – Esa vez sin embargo no fue su castaño prometido quien hablara, sino el mismo modelo, lo que hizo saltar la venita en la sien del moreno.

– No te permito llamarme por mi nombre, Kise.

– Pero a Sakurai le dejas… – Gimoteó caprichoso. Kasamatsu rodó los ojos y decidió acompañar al castaño para pasear a los niños en sus carriolas, con suerte que la suya era justo para trillizos y se bastaba solo para empujar, mientras que Sakurai no tenía empeño alguno en cargar a su pequeña y hablarle de los árboles y el sol mientras caminan.

– Porque es mi prometido y madre de mi hija, idiota.

– Qué te ha dicho sobre las groserías, no las digas delante de los niños Aomine.

– Me desquicias, Kise.

Mientras ellos discutían y sus respectivos prometidos se alejaban andando por los jardines de la Clínica a espera del alta de los papás estrenados; el resto de los amigos y familia miraban la escena con sonrisas. Kiyoshi firmaba los últimos papeles e Izuki alimentaba a sus bebés con ayuda de su madre y las miradas de los abuelos del corazón de hierro cristalizadas por la emoción de aquella nueva etapa de sus vidas.

Las aventuras comenzaban para ellos, se incrementaban para los otros, se vislumbraban en el camino para Takao y Midorima, porque ellos tienen todavía muchas piezas que ajustar en su rompecabezas de amor.

Pero justamente porque el amor es el cimiento, serían aventuras de las que salir adelante con nuevos aprendizajes y más enamorados. Porque efectivamente no se nace sabiendo ser padres, se aprende y no hay mejor maestro que el hijo mismo. Un entrenador incansable y estricto, como flexible y encantador.

--//--

– Shin-chan, tengo antojo.

– ¿Otra vez?

– Pues sí.

– Mh, ahora qué quieres.

– Que me prepares una ducha de burbujas… – El pelinegro dijo con picardía, su novio enarcó una ceja mirándole con sospecha.

– Tú lo que quieres es que te haga algo ahí dentro, ¿verdad?

– Amor~ solo amor Shin-chan.

– Kazunari, eres mi perdición. El error en mi campo astral.

– Tan romántico, Shintaro.

Así, ellos tejían su propia historia.

--//--

Koganei y Mitobe estaban en la consulta por una sola razón. Querían saber si es que el minino o el pívot tenían algún problema de fertilidad ya que, pese a que nunca se han cuidado, nunca han visto siquiera alguna falsa alarma.


Continuará……

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