Capítulo 26. De padres primerizos y batallas por amor con
sus críos
~~*~~
Para Kagami haber iniciado familia con Kuroko
era inesperado pero hermoso. Y muy agotador. Honestamente, pero aún así le
fascinaba. Aunque se fuera a la cama arrastrando los pies y con el cerebro
medio fundido, aunque no tenga más energía que la requerida para darle unos
cuantos besos dulces a su prometido y arroparle cobijado contra su cuerpo para
dormir –al menos un poco que sus pequeñines despertaban cada dos o tres horas
durante la noche clamando comida o cambio de pañal–, aunque tuviera que
sacrificar parte del día sin verles porque todavía tienen escuela y él trabajo
que cumplir. Aunque haya todas esas actividades que agoten su energía física,
su corazón parece una fuente inagotable de amor. Y es por eso que, con todo y
ojeras y repentino mal humor, Kagami Taiga es estúpidamente feliz.
– Buenas noches, Tetsuya… – Murmura
adormilado mientras el peliazul se recuesta en su pecho y asiente con los ojos
cerrados, bostezando contra su piel y acomodándose para dejarse atrapar por los
brazos de Morfeo para dormir.
Al pelirrojo no le ofende en absoluto no
recibir el saludo nocturno de vuelta, tampoco se resiente cuando el beso que
esperaba se queda en nada y Kuroko cae sobre su pecho dejando sonar ligeros
ronquiditos atrapado en su sueño. Sonríe y bosteza también, le peina los
sedosos mechones azules con cariño y le contempla antes que dejarse arrastrar
por el cansancio y la necesidad de dormir. Quiere observarle ahí, acurrucado en
su torso, con su expresión relajada y la piel nívea que se le antoja saborear
con cariñosos besos pero que solo mira con sumiso embeleso. Kagami sonríe
enamorado, sigue encantándole de sobremanera la forma de su cara, las delgadas
cejas azulinas y esas largas pestañas claras que bordean el contorno de sus
ojos, adora su nariz respingada y esos suspiritos que resopla con suavidad.
– Tienes una boca aterciopelada Tetsuya, me
dan ganas de besarte hasta el infinito… – Dice para sí, delineando con la yema
de uno de sus dígitos los carnosos y suaves pliegues de un tenue tono rosado.
Suspira inconscientemente y se inclina apenas
para rozarle los labios. Le robaría un beso pero no quiere interrumpir su
sueño, Kuroko es quien cuida todo el día de Katsu y Haruko, así que se limita
en observarle. Ya volverán a encontrar los tiempos para amarse más allá del
mimo y la compañía. Bosteza y cubriendo los hombros de Kuroko con las mantas,
cierra los ojos cediendo sus deseos a Morfeo.
Sin saber exactamente cuánto tiempo
transcurre, el llanto de los gemelos irrumpe el sueño de ambos muchachos. Kuroko
rueda sobre sí y con su cabello alborotado –que al menos ahora Kagami sabe que
es culpa de sus manos inquietas que juegan con los mechones azulados incluso
cuando duerme– murmura entre dientes palabras ininteligibles.
– Sigue durmiendo, iré yo Tetsuya.
– Pero puedo ayudar, Taiga… – Murmura con la
lengua trabada por la somnolencia.
– Lo sé, pero está bien, me encargaré solo.
Duerme cariño… – Señala besándola la frente y tumbándole delicadamente sobre el
colchón.
– Me gusta cuando me dices palabras dulces,
Taiga… – Comenta entre bostezos, acurrucándose de nuevo en la cama… – Estaré
esperándote despierto.
– Seguro… – El pelirrojo se permite una
sonrisa antes que salir de la habitación y apresurarse a la de lado… – Ya va,
ya va Haruko y Katsu, no desesperen que papá preparará sus mamilas rápidamente.
Taiga se apresura en arrullarles un poco para
consolarles y ganar tiempo suficiente para correr a la cocina a preparar las
mamilas. El llanto de sus gemelos es estridente pero son relativamente fáciles
de consolar, Tetsuya le ha enseñado cómo hacerlo y ambos han ido aprendiendo
montones de cosas de sus hijos. Son bebés, pero son tan inteligentes que se
sorprenden incluso de algunas cosas, como el que ellos sepan bien distinguir a
cada uno de sus amigos siguiéndoles ya con la mirada, aceptando más el abrazo
de algunos que de otros.
– Me dan ganas de hacerte una foto tal como
estás ahora, Taiga… – No, la voz no viene de la dulce presencia de Kuroko, aún
así el pelirrojo sonríe ligeramente avergonzado.
– No debiste levantarte, papá.
– Está bien, decidí echarte una mano con
esto… – Comenta sonriente mientras extiende las mamilas a su hijo.
– Gracias.
– No hay por qué.
Takuma se recarga en el marco de la puerta antes
que volver a la habitación en que temporalmente se queda en casa de su hijo y yerno; sonríe con expresión orgullosa al
mirar al pelirrojo con un bebé en cada brazo dándoles la mamila y cantándoles
quedito. No es que tenga una voz muy suave o que sea entonado, pero el cariño
que se desliza en la melodía compensa la falta de cualquier otra habilidad
cantora.
– Estoy orgulloso de ti, Taiga. Aunque aún no
eres un adulto, has madurado bastante y estás a la altura de tus actuales
responsabilidades.
– Aunque no haya sido un hijo muy expresivo
contigo y todavía te grite “viejo” o discuta contigo, también estoy orgulloso
de ti papá. Si ahora estoy bien con Tetsuya y me considera digno de él, es
porque hiciste un buen trabajo conmigo como persona.
– Oh, ¡wow! Creo que voy a ruborizarme… – El
hombre dice rascándose tímidamente la nariz, no está para nada acostumbrado a
su hijo algo más expresivo y emocional.
– No arruines el momento, papá.
– No lo haré, hijo. Te amo, aunque tu madre y
yo no hayamos podido estar juntos, jamás me arrepentiré de haberme quedado
contigo.
El hombre vio a su hijo sonreír con un dejo
de tristeza. Tal vez nunca conseguiría acostumbrarse a la idea del abandono de
su madre, pero ninguno podría cambiar aquella verdad.
– Se quedaron dormidos otra vez, ¿me ayudas a
volverlos a acostar en sus cunas?
– Claro que sí.
Cuando padre e hijo recostaron a los bebés en
su lugar tras haberlos hecho eructar luego de la mamila, ambos se quedaron un
rato contemplándoles dormir. Tan vulnerables, tan indefensos. Tanto que crecer
y aprender.
– Ser padre no es fácil, lamento por las
ocasiones en que te grité reclamándote la ausencia de mamá. No tenía idea de lo
que había pasado, y era fácil descargarme contigo porque eras tú quien estaba
ahí, papá.
– No te preocupes Taiga, aunque no voy a
negar que algunas veces me dolieron mucho tus reclamos, no puedo culparte por
haber actuado así. Pero ahora estamos aquí, observando a tus hijos, mis nietos.
Y no puedo sentirme más que feliz. Tetsuya y tú estaban destinados de alguna
manera, porque desde que mencionaste volver a Japón, tuve el presentimiento de
que tarde o temprano nuestras vidas volverían a echar raíces aquí.
– ¿Qué? ¿Qué significa eso, papá?
– He hablado con mi Jefe. No volveré a
Estados Unidos.
– ¿Renunciaste?
– No. Solicité mi traslado, se abrirá una
sucursal aquí en la ciudad así que aproveché. Le dije al Presidente que no
importaba que no me diera el mismo puesto de antes, solo quería quedarme aquí.
Y me nombraron Gerente General.
– ¿En serio?
– Así es.
– ¡Felicidades!
– Shh, los despertarás… – El hombre sonrió al
ver a su hijo sonrojarse y murmurarles disculpas a sus pequeños… – Así que he
estado buscando casa por aquí cerca.
– ¿Vas a mudarte?
– Es lo sensato. No puedo andar por aquí malográndoles
sus días.
– No malogras nada, papá.
– Aún así. Lo correcto es que ustedes vivan
como lo que son, una familia. Ya pronto van a casarse.
– Pero en verdad, no nos importa que vivas
con nosotros.
– A mí sí me importa. Seguiré ayudando a
Tetsuya en lo que pueda, al menos mientras mis nietos crecen un poco más, pero
te aseguro que me mudaré. ¿Y quién sabe? Tal vez encuentre el amor por ahí yo
también… – El hombre dijo agitando las cejas con cierta picardía.
– Papá, eso es desagradable… – Rezongó dando
media vuelta para volver a su habitación. Su padre le siguió solo para darle un
abrazo fuerte y revolverle el cabello antes de darle las buenas noches.
Entonces el pelirrojo sonrió contento por la felicidad que también ve en la
mirada de su padre y volvió a su habitación. Kuroko estaba ahí, envuelto en las
mantas pero cubriendo solo su cadera y parte del torso, las piernas y los
hombros desnudos… – Ah, es injusto, me tienta de mala manera.
– No te tiento, date prisa y vuelve aquí
Taiga, muero de sueño y no puedo dormir si no estás a mi lado.
El pelirrojo sonrió y se apuró a entrar en el
lecho, el peliazul de inmediato serpenteó por su cuerpo anclándose a él. Le dio
un beso y enredó sus piernas en un lío que se sentía íntimo y muy cálido. Sí,
ser padre es agotador, pero de la más hermosa de las experiencias. Sobre todo
cuando tienes a ese alguien especial contigo, la mitad de tu alma, el otro
extremo en el hilo rojo, el complemento ideal.
…
Kise y Kasamatsu se han tenido que empeñar a
la par en el cuidado de sus trillizos, el agotamiento para ellos ha sido mayor
que el de sus amigos Kuroko y Kagami por obvias razones; sin embargo no es que
durante el día estén faltos de apoyo extra con sus respectivas familias más que
encantadas con la llegada de los tres miembros de la familia. La historia sin
embargo era otra por las noches, cuando los trillizos decidían dormir poco y
demandar más atención.
– ¿Por qué será que con los abuelos son mucho
más tranquilos?
– Tengo una teoría, Ryota.
– ¿Cuál?
– Heredaron tu carácter.
– ¡Eso no es así! – Respingó pucheroso, casi
ofendido. El de ojos cromados bostezó y estiró el cuerpo antes que volver a la
cama. Era más de medianoche pero ni bien ellos se habían puesto el pijama un
par de horas atrás, sus bebés ya habían comenzado a llorar, no por hambre sino
por atención… – Yo creo que es más bien que les encanta que les platiques y
cantes. A mí me quieren solo porque les hago caritas curiosas.
– Te aman porque eres su madre, y también les gusta cuando cantas para ellos, es con tu voz
con la que se arrullan cuando se cansan y aunque se reúsen a dormir.
– ¿Tú crees?
– Estoy seguro. Ahora, ven y vamos a dormir.
Al menos una hora antes de que despierten otra vez.
– ¿Sabes? Ya que sabemos que no dormiremos
más de esa hora, podríamos emplear el tiempo en otras cosas… – Sugirió con tono
pícaro, trepándose en la cadera de su prometido y colando sus manos por debajo
de la parte superior del pijama.
– Ni pareciera que tuviste trillizos hace un
mes, eres un goloso, Ryota.
– Es que teniéndote a ti, eres irresistible
Yukio… – El modelo se inclinó buscando sus labios y sin despegar la mirada de
los ojos de su prometido.
El encuentro de sus bocas fue calmado pero
cargado de pasión. Ambos saben sin embargo que aún no están en condiciones de hacer
el amor, no solo por el hecho de que la doctora les advirtió la posibilidad de
un nuevo embarazo sin uso de preservativo al menos, sino también por la salud
del rubio. Dada la naturaleza del parto, a Kise le han recomendado tener mayor
reposo para que su cuerpo se recupere del todo. Aún así, los besos y las
caricias, tocarse calmadamente les bastaba para saciar esa necesidad romántica
de tenerse, de amarse.
…
Aunque aún había huecos en su historia,
Aomine se las ha ingeniado para tener su propio hogar con Sakurai, modesto pero
suyo. Y está aprendiendo muchas cosas gracias a su beba, que igual que su
prometido, tiene un gran poder sobre su voluntad.
– Ella sabe que me embauca con sus caritas,
¿verdad Ryo?
– Daiki, es una niñita recién nacida, cómo va
a saber eso… – El castaño rió bajito, divertido por ese mohín de disgusto en la
morena cara de su prometido mientras alimenta a su hija.
– Le gusta molestarme, va y hace esos
pucheritos igual que tú porque sabe que me convencerá.
– ¿De alimentarle? – Sakurai cuestiona con
tono incrédulo, tentado de grabarle y tener alguna prueba en su contra con que avergonzarle después. Pero se sabe demasiado bueno para hacerle aquello.
– Sí. Y luego de darle la mamila querrá que
la haga eructar, y cuando le da la gana termina vomitando sobre mi ropa o
haciendo del baño. Me manipula Ryo.
– Es una bebé, hace lo que tiene que hacer.
– Molestar a su padre.
– ¿En serio te molesta cuidarla, Daiki? – El
castaño cuestiona entonces con un dejo de duda. Aomine voltea a mirarle y se
arrepiente de su intento de jugarreta.
– Claro que no. Solo estoy siendo amargado,
sabes que soy así de idiota para bromear. No es precisamente que me encante que
vomite en mi hombro, pero en realidad no me molesta cuidar de ella, soy feliz
de ser su padre. Y mataré a cualquier idiota que la mire apenas comience a
andar por ahí solita.
Aomine gruñe con aire celoso y Sakurai se
siente de nuevo relajado y feliz. Ríe y toma la mamila que su pequeña se ha
terminado, no duda en absoluto de la advertencia de su prometido.
– ¿Quieres decir que ni bien comience a
caminar tendrás tu ojo de padre sobreprotector y celoso sobre ella?
– Obviamente. Conforme vaya creciendo se
pondrá más y más bonita, si nada más mirarle los ojos, avellana y grandes como
los tuyos, y tiene el pelo oscuro con una piel bronceadita que hará que todos
los niños tontos babeen por ella. Ahora que lo pienso, si tiene tu belleza va a
ser todo un lío.
– Daiki, creo que necesitas descansar un
poco. Dame que yo la duermo en un momento, tú puedes adelantarte a la
habitación.
– No estoy diciendo estupideces si…
– ¡Daiki! No digas tantas groserías delante
de nuestra Maki.
– No entiende.
– Claro que sí.
– Vale. Ya sé que son inteligentes desde
bebés y blablablá. Pero en serio, voy a cuidarla mucho porque va a ser tan
atractiva como tú.
– Eres el único que se fijó en mí, Daiki. No
exageres. Más bien tendremos que cuidarla porque será tan popular como tú, y si
hereda tu carácter.
– ¡No!
– ¿Por qué no?
– Quiero que tenga amigos y le caiga bien a
la gente. No quiero que sea como yo, quiero que se parezca más a ti como eres
ahora, que sea dulce y de firmes convicciones, Ryo.
Ambos continuaron hablando de aquello
mientras admiraban a su pequeña. La beba intercambiaba la mirada entre uno y
otro siguiendo el tono de su voz, y cuando la conversación pareció disgustarle
se soltó en llanto. Entonces el hilo se interrumpió y ellos se centraron en
consolarla, leerle un libro y bañarla para antes de dormir. Sakurai y Aomine se
percataron sin embargo de algo en lo que en realidad no repararon antes. La
personalidad de uno y otro era compleja, pero francamente no esperaban que les
heredara demasiado, que forjara su propio carácter y tuviese mejor suerte que
ellos en cuanto a relaciones sociales al menos.
– Ryo, pese a todo, gracias por enamorarte de
mí… – El moreno susurra abrazándole por la espalda. No es la primera vez que
pronuncia aquellas palabras, pero como cada ocasión simplemente siente que
tiene que decirlas.
– Te Amo, Daiki. Y me das tanta felicidad que
soy yo quien debe agradecerte por estar conmigo… – Gira el rostro y sonríe con
las mejillas ruborizadas.
La intensa mirada metálica de su prometido le
atrapa, y cuando ambos están más entregados a los besos y las caricias, el
llanto de Maki rompe la atmósfera con la potencia de sus pulmones. Si bueno,
Sakurai y Aomine suspiran, el moreno incluso gruñe y acusa a su beba de traidora;
el castaño ríe divertido. Nunca lo hubiera imaginado, el moreno celoso por su
nena y por él. Como siga en esa línea se hará viejo más rápido que ninguno.
…
Tras la experiencia de sus amigos, Izuki y
Kiyoshi han estado preparados para el
parto desde el octavo mes de gestación, sin embargo no se llevaron las
sorpresas emergentes de los otros. Por eso van ahí, conversando de camino a la
clínica, con las contracciones del chico ojo
de águila controladas. Justo en la fecha programada para su intervención. A
Izuki lo internan con normalidad, le realizan los estudios de rutina y todo se
lleva con tranquilidad. Kiyoshi tiene tiempo de avisarle a todos la hora en que
su novio será intervenido, le acompaña hasta que un grupo de enfermeras y
médicos pasan por Izuki para llevarle a la sala donde dará a luz.
La operación transcurre como con sus amigos,
Kiyoshi presente no se pierde detalle del momento en que sus hijos son
extraídos del vientre de Izuki, y juntos lloran de felicidad cuando el llanto
de la pequeña hace eco en el quirófano, seguido de su hermanito. Se embelesan
en esos segundos que les permiten antes que limpiarles y revisarles, cuando el
primer contacto real de los bebés sucede con las delicadas caricias que las
manos de sus padres les proporcionan. Y más tarde transcurre lo ya conocido,
todos sus familiares y amigos hacen acto de presencia en la habitación felicitándoles
por la llegada de sus hijos.
Shizuko la llaman, y al varoncito Atsuo, y
pronto el lazo entre todos los pequeños queda de manifiesto cuando en sus
miradas infantiles y los gorjeos de sus gargantas simulan un sistema de
comunicación fuera del alcance de entendimiento de los adultos. A los gemelos
Kagami les gusta estar cerca de Takao, cual si supiesen que allí en su vientre
casi plano, crece un esperado integrante más de la familia que se forma más
allá del lazo de sangre.
– Aominecchi~ por qué no dejas que Sakurai
vista a Maki como la nena hermosa que es.
– ¡Ah! ¿De qué mierd…?
– ¡Daiki!
– Sí ya sé, nada de groserías delante de los
niños. Kise tiene la culpa, cómo sale siempre con sus idiot…
– ¡Daiki!
– ¡Ah! Jod…
– ¡Daiki~! – Esa vez sin embargo no fue su
castaño prometido quien hablara, sino el mismo modelo, lo que hizo saltar la
venita en la sien del moreno.
– No te permito llamarme por mi nombre, Kise.
– Pero a Sakurai le dejas… – Gimoteó
caprichoso. Kasamatsu rodó los ojos y decidió acompañar al castaño para pasear
a los niños en sus carriolas, con suerte que la suya era justo para trillizos y
se bastaba solo para empujar, mientras que Sakurai no tenía empeño alguno en
cargar a su pequeña y hablarle de los árboles y el sol mientras caminan.
– Porque es mi prometido y madre de mi hija, idiota.
– Qué te ha dicho sobre las groserías, no las
digas delante de los niños Aomine.
– Me desquicias, Kise.
Mientras ellos discutían y sus respectivos
prometidos se alejaban andando por los jardines de la Clínica a espera del alta
de los papás estrenados; el resto de los amigos y familia miraban la escena con
sonrisas. Kiyoshi firmaba los últimos papeles e Izuki alimentaba a sus bebés
con ayuda de su madre y las miradas de los abuelos del corazón de hierro cristalizadas por la emoción de aquella nueva
etapa de sus vidas.
Las aventuras comenzaban para ellos, se
incrementaban para los otros, se vislumbraban en el camino para Takao y
Midorima, porque ellos tienen todavía muchas piezas que ajustar en su
rompecabezas de amor.
Pero justamente porque el amor es el
cimiento, serían aventuras de las que salir adelante con nuevos aprendizajes y
más enamorados. Porque efectivamente no se nace sabiendo ser padres, se aprende
y no hay mejor maestro que el hijo mismo. Un entrenador incansable y estricto,
como flexible y encantador.
--//--
– Shin-chan, tengo antojo.
– ¿Otra vez?
– Pues sí.
– Mh, ahora qué quieres.
– Que me prepares una ducha de burbujas… – El
pelinegro dijo con picardía, su novio enarcó una ceja mirándole con sospecha.
– Tú lo que quieres es que te haga algo ahí
dentro, ¿verdad?
– Amor~ solo amor Shin-chan.
– Kazunari, eres mi perdición. El error en mi
campo astral.
– Tan romántico, Shintaro.
Así, ellos tejían su propia historia.
--//--
Koganei y Mitobe estaban en la consulta por
una sola razón. Querían saber si es que el minino
o el pívot tenían algún problema de fertilidad ya que, pese a que nunca se han
cuidado, nunca han visto siquiera alguna falsa
alarma.
Continuará……
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Disculpen las molestias, pero se eliminaran los comentarios con contenido de otras parajes fuera de las que se abordan en este blog, esperamos su comprensión