lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 23.


Capítulo 23. De llegadas apresuradas y lágrimas de padres emocionados
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Pese a que este era el momento de Kuroko y Kagami, cuando Kise y el resto de los chicos llegaron a la Clínica, el modelo no podía apartarle la mirada a Sakurai, mordiéndose el labio para no saltarle de nuevo a las preguntas. ¡Quería saber cómo le propuso matrimonio Aomine! Y con lo curioso que es, aquella inquietud le estaba poniendo alguito histérico.

– Ryota, cálmate. Me estás poniendo nervioso… – De tanto leer sobre embarazos y partos, el de ojos cromados temía que a su prometido se le fuese a adelantar el momento también, y es que vamos, que a Kuroko le faltaba una semana y ahora estaba en pleno quirófano preparándose para ser intervenido y tener a su bebé por cesárea.  


– Pero cariño, Yukio de mi vida~ ¡no puedo evitarlo! – Gimoteó pucheroso, manteniendo a raya al menos el volumen de su voz.

– Ya, todo saldrá bien con el bebé de Kuroko y Kagami, seguro en un rato más nos avisan que ya tienen al pequeño en brazos de ese par… – El de ojos cromados dijo, más bien siguiendo su propio hilo de pensamientos que prestando atención al tono de voz del rubio o las miradas que continuaba lanzándole al castaño.

– ¿Eh? No estoy ansioso por eso, sé perfectamente que el pequeño Kurokocchi estará bien, por algo es nene de Kurokocchi y Kagamicchi.

Kasamatsu entonces elevó una ceja con incredulidad, estudiando detenidamente a su prometido, cayendo finalmente en cuenta de lo que le pasaba pues inevitablemente las doradas pupilas habían ido a parar otra vez a Sakurai, específicamente al anillo que adornaba su dedo anular. El de ojos cromados bufó por lo bajo golpeándose la frente con aire resignado.

– No van a decirte, Ryota. Y está bien porque es cosa de ellos.

– Pero quiero saber~

– Pues te aguantas, no puedes tener todo lo que quieres.

– Pero~

– Vamos ya, controla ese impulso tuyo por querer saber hasta las cosas más íntimas de tus amigos.

– ¡Es que no puedo imaginarme a Aominecchi siendo romántico con Sakurai!

– ¡Ah! ¡Cállate ya, Kise! – El moreno recriminó, lanzándole una de esas miradas que funcionaban igual que un fusil.

Aún así el rubio no hizo más que puchear y gimotear inconforme, cruzando los brazos sobre su enorme tripa y murmurando por lo bajo a saber qué tantas cosas. Kasamatsu suspiró y trató de calmarle, pero presentía que su prometido no iba a relajarse hasta no enterarse, al menos un poco, de lo sucedido. Y al menos un poco no existe en el léxico de Kise, se las ingeniará pero terminará enterándose.

Sakurai se sonrojó hasta las orejas, escondiéndose apenas en su propia chaqueta, demasiado avergonzado de ser centro de atención del rubio. Después de todo, no podría considerarse amigo de nadie ahí, se sentía más como el novio de Aomine, que uno más del círculo. Aquello le inquietaba un poco, no era su intención sentirse así, pero tampoco es que pudiese evitarlo.

– ¿En qué estás pensando, Ryo?

– N-nada en particular, Aomine-senpai.

– ¿Ah? ¿Por qué de pronto el trato tan impersonal? Como si no estuviéramos comprometidos, Ryo idiota.

– L-lo siento.

– Deja esa tontería. Qué te pasa. Y nada de evasivas, Ryo… – El moreno advirtió mirándole fijo, el castaño hizo un lindo puchero, el mejor en su arsenal, esperando convencer a su prometido (¡Y qué bonito es pensarlo así!)… – Sin manipularme… – Aseveró, sabiendo de antemano que un gesto más de aquellos le desarmarían. A él mismo le parecía mentira, caer por simples pucheros. Pero, como le dijo Momoi un día, son los milagros que consigue el amor, ablandar a un bestia como él solo podía lograrse con dosis de ternura. ¡Y Sakurai era ternura hecha hombre!

– Esto… Estoy un poco incómodo.

– ¿Quieres que nos vayamos? ¿Te sientes mal? ¿Te duele la tripa o algo?

Sakurai negó efusivamente. Aomine elevó una ceja sin comprenderlo aún.

– Estoy incómodo porque son tus amigos, no los míos. Pero estoy emocionado por conocer al bebé de Kuroko-kun.

– No son amigos… – El moreno gruñó, su prometido le sonrió cándidamente… – Son tus amigos Ryo, no estarías aquí de no ser así. Kise te invitó al baby shower, ¿no? El idiota no me invitó a mí sino a ti, estoy aquí porque soy tu prometido, y porque Kuroko es algo así como mi amigo.

– Daiki, está bien si admites que todos ellos son tus amigos ahora… – Sakurai le dijo con una sonrisa cariñosa. Aomine bufó por lo bajo, pero su mano fue a parar a la de su prometido entrelazando sus dedos.

Sí, él no era el chico más lindo, tierno o romántico del mundo. Vale, tenía muy poco de aquellas actitudes, pero ama a Sakurai, y aunque al principio dudaba mucho de demostrárselo, ahora se permitía a sí mismo ser más expresivo, incluso si alguien más está mirando como en ese momento, con la mirada inquisitiva y curiosa de Kise anclada a ellos dos.

– Bien, son nuestros amigos… – Dijo, remarcando el nuestros porque no quiere que de ninguna manera Sakurai se sienta ajeno a su mundo… – Aunque Kise sea un idiota… – Señaló alzando la voz, lo suficiente para que el modelo le escuchara.

– Yukio, di algo~

– Me desarmas si pasas mirándolos todo el tiempo Ryota.

– Es que quiero saber~

Kasamatsu suspiró. Hoy estaría imposible sacarle aquello de la mente a su prometido. Kise estaba encaprichado con aquel conocimiento, era un misterio demasiado complicado para su mente. Incluso durante la secundaria, cuando Aomine no era tan desgraciado como ahora –según pensamiento del modelo–, nunca le vio actuar cariñoso, ni aún con Kuroko aunque claramente tenían una química especial.

Así que en realidad no estuvo enamorado de Kurokocchi entonces. Supongo que era su destino conocer a Sakurai-kun.

Kise pensó, absorto de pronto en sus recuerdos, en las diferencias que notaba ahora no solo en el moreno, sino en él mismo y por supuesto en sus demás amigos. Todos han madurado, han ido descubriendo otros matices de su personalidad. Y a él le gusta, lo comprende como si hubiese tenido un descubrimiento espontáneo que le llena de dicha, sonríe ampliamente y tira de la camiseta de Kasamatsu para robarle un beso. El de ojos cromados se sonroja suavemente, a veces su prometido hace esto, le toma desprevenido y le regala los besos más preciosos enamorándole otro poco.

Aomine ve por el rabillo del ojo la melosa interacción de los chicos y busca la mirada de Sakurai, su prometido está leyendo una revista que estaba en la mesita de centro en la amplia Sala de Espera. El moreno sonríe con un dejo de prepotencia, no necesita emular las acciones cariñosas de otros, tiene su propio código de amor con el castaño. Aunque no sea precisamente el más común ni lleno de detalles como los que sabe Kagami tiene con Kuroko, o Kasamatsu con Kise, ni mucho menos como salta a la vista respecto a Izuki y Kiyoshi. Con Midorima y Takao ni se mete, ellos son un caso especial, y esos dos junto a ellos, Koganei y Mitobe son pues, diferentes también.

Kise se escabulló sigilosamente de lado de Kasamatsu, junto a Sakurai había un espacio en el sofá donde podía sentarse, y aunque Aomine vaya a mandarle prácticamente al diablo.

– Por favor~ Sakurai-kun, ¡solo quiero saber cómo fue!

– Etto…

– ¡Mierda, Kise déjalo en paz!

…Flashback…

Aomine está practicando un poco de baloncesto, en la banca sentado está Sakurai, observándole de tanto en tanto y volviendo luego su atención al tejido en su regazo. Se sentía un poco extraño realizar aquella actividad generalmente atribuida al género femenino, pero a él le encantaba aprender nuevas puntadas y poder tejer zapatitos y otras chambritas para su bebé. Pero también le gustaba ver a su moreno novio jugar, sabiendo claramente que hacía un tiempo que había vuelto a sentir esa pasión sinigual por el baloncesto.

– Oye, Ryo.

– ¿Mh?

– ¿No te aburres solo mirándome?

– Para nada. Me gusta verte jugar Daiki, porque lo disfrutas incluso si solo parece que matas el tiempo. Además me gusta también cómo te mueves, la forma en que tensas los músculos, pero sobre todo, la intensidad de tus ojos, me encanta tu mirada cuando juegas con tanto gusto, Daiki.

– ¡Ah! Eso es… absurdo… – Gruñe pero siente algo parecido a un sonrojo expandirse por sus morenas mejillas. No está acostumbrado a recibir halagos del castaño con aquella expresión tan llena de júbilo, sin embargo le agrada, mucho más de lo que puede agradarle cualquier palabra viniendo incluso de los mejores críticos del deporte a nivel nacional… – También me gusta verte cuando juegas, Ryo.

– Hace mucho que no lo hago… – Dice sonriendo quedito, extrañando sí los entrenamientos, servir de apoyo para el moreno durante un partido importante. Pero ahora, desde que supo de su embarazo, poco a poco tuvo que ir dejando de lado eso que le gusta también.

– Ven.

– ¿Eh?

– Que vengas. Seguro que puedes lanzar sin hacerle daño a nuestro bebé.

Sakurai sonrió más amplio, dejó su tejido a un lado y dejó que Aomine le ayudara a levantarse, que siete meses de gestación y avanzando siempre conseguían aletargar todos sus movimientos. Caminaron al interior de la cancha y se plantaron en el límite de los tiros de castigo, el moreno se acomodó detrás del castaño, sujetando sus brazos y ayudándole a lanzar el balón. Sakurai sonrió aún más cuando el balón se encestó limpiamente.

– Ha entrado porque tú tiraste, Daiki.

– Inténtalo tú solo entonces.

Aomine le abrazó suavemente, posando sus manos debajo del vientre de Sakurai, sintiéndole respirar relajado y aflojar los brazos, lanzando un nuevo tiro que, como el anterior, se encestó perfectamente en el aro. Así continuaron un momento más, hasta que, cuando Sakurai se disponía a lanzar el balón, Aomine le dijo al oído aquellas palabras.

– Casémonos, Ryo.

El lanzamiento fue precoz y absolutamente errático, el balón rebotó en el aro y salió. Sakurai se tensó entre los brazos de Aomine girando el rostro hacia atrás buscando la mirada metálica de su novio.

– ¿Q-qué?

– Casémonos. Yo, he estado pensándolo, lamento no pedírtelo de otra manera, quizá hubieras preferido una cena romántica a la luz de las velas o alguna de esas cursilerías que sabes bien no se me dan. Tal vez pude esforzarme más pero, Ryo sólo sé que quiero casarme contigo, incluso tengo los anillos. Solo tienes que decir que quieres hacer esta locura conmigo.

Sakurai le sostuvo la mirada a su novio, todavía incrédulo de haber escuchado todo eso, Aomine definitivamente no era romántico, no como en las películas o los mangas, ni mucho menos como el resto de los hombres enamorados que se drenan el cerebro buscando las citas perfectas para hacer una proposición tan importante como esta. Sin embargo, en ese preciso instante, Sakurai se sentía el chico más feliz y dichoso del universo entero.

– Sí quiero, Daiki. ¡Claro que quiero! – Exclamó con lágrimas acumulándose en sus grandes ojos chocolate.

Aomine sonrió complacido, besando cortamente los labios del castaño corrió hasta su bolso y sacó del fondo una cajita de terciopelo color ocre. Volvió sobre sus pasos y ahí, en la media luna que delimita los tiros de castigo, el moreno se arrodilló, carraspeando nervioso y sintiéndose algo estúpido con esto, demasiado torpe para su gusto.

Qué se le hace. Es quien soy… – Pensó sonriendo bobamente. Abrió la cajita mostrando la argolla en el interior, una sencilla joya de oro blanco curveado hacia el centro, donde una piedra de diamante se incrusta uniendo ambas partes. Sakurai sintió que el pulso se le aceleró de la emoción… – Sakurai Ryo, soy como todos dicen, un bestia para estas cosas pero, ¿te casas conmigo?

Sakurai estuvo tentado de recordarle que hace un minuto le había respondido, pero era mucha más la emoción que sentía como para pensar en minúsculos detalles.

– Sí, Aomine Daiki, quiero casarme contigo… – Respondió con algunas lágrimas rodando por sus mejillas rojas.

Aomine se levantó y luego colocó el anillo en el dedo anular de Sakurai, maldiciendo mentalmente por temblar como gelatina y sentir tan calientes las mejillas. Sin embargo, cuando vio el anillo en el dígito de su, ahora, prometido, algo explotó en su interior. Se sentía todavía más feliz que antes.

– Te Amo, Ryo.

– Y yo a ti, Daiki.

Así, en aquella escena aparentemente poco romántica, fue que Aomine entregó la alianza de matrimonio a Sakurai. Pero claro, Kise probablemente nunca lo sabría. O quizá sí. A saber, el joven modelo es muy persuasivo y persistente.

…Flashback…


– Todos están tan relajados, no tengo dudas de que Kuroko sabe que estamos con él, percibe nuestro apoyo, ¿verdad Teppei? – El chico ojo de águila dice, mirando entretenido el comportamiento de los demás. Sintiéndose aliviado de contar con estos amigos, unidos por el baloncesto en sus inicios, más como rivales que buenos conocidos; pero luego, con el paso de los meses y gracias a Kuroko, se sentían realmente como amigos cercanos, aunque fuesen todos tan diferentes.  

– Así es, Shun. Y no solo Kuroko lo percibe, su bebé también. Y cuando sea nuestro turno, nuestro bebé también captará todo esto. Somos como una familia, tenemos muchos amigos.

Izuki asintió, permaneciendo entonces ahí, cobijado en el abrazo de Kiyoshi, sentados juntos en un sofá en la Sala de Espera; simplemente aguardando el momento en que una enfermera venga a decirles que el bebé ha nacido y Kuroko está bien, algo aletargado por la anestesia y adolorido por la cesárea, pero feliz de tener a su pequeño entre sus brazos, mimado por Kagami, quien seguramente estará que no cabrá en sí de felicidad.

Midorima y Takao están ahí también, junto a Koganei y Mitobe. El peliazabache junto al chico gato intercambian opiniones de todo y de nada. Ríen bajito de vez en cuando y miran pícaramente a su respectiva pareja. Midorima frunce el ceño y toma nota mental de vengarse más adelante; Mitobe sonríe suavecito, más bien avergonzado por ser blanco de atención de aquellas miradas juguetonas. Seguro no faltaba nada para que comenzaran a aconsejarse y a él como a Midorima los pusieran en aprietos. Mitobe levantó la mirada para observar al ojiverde, no, probablemente Midorima no tenga problemas y sepa bien cómo manejar a Takao.

--//--

Kagami se pateó mentalmente por ser tan débil, mira que ir a desmayarse justo cuando le dijeron que deberían intervenir inmediatamente a Kuroko pues sus bebés estaban listos para nacer.

– ¿Be-be…bebés?

– Por supuesto, ¿acaso no lo sabía?

Ante la pregunta de la Doctora que se encargaría de la operación del peliazul, Kagami solo atinó a negar suavemente antes de sentir que todo le daba vueltas y, bueno ya saben, desvanecerse. ¡Bebés! Nadie puede culparle realmente por dar cómicamente de bruces contra el suelo. La mujer suspiró, luego sonrió tiernamente mientras un par de enfermeros levantaban al muchacho y le asistían. Unos minutos después Kagami recobró la conciencia justo a tiempo para presenciar el nacimiento de sus gemelitos.

Kuroko había decidido tener anestesia parcial, quería poder ver a sus pequeños apenas los sacaran de su vientre, y lloró de emoción y felicidad cuando pudo tocarles el rostro con sumo cuidado, sentir la piel bajo su tacto y comprobar con sus propios ojos cuán hermosas eran esas criaturitas que durante casi nueve meses crecieron en su vientre. Para él no había sido del todo una sorpresa saber que serían dos, después de todo él les cargó en su interior y sintió cada uno de sus movimientos, y aunque alguna vez le comentó a su prometido de esto, ambos habían pasado pronto de largo.

– Supongo que tendremos que hacer algunos cambios en todo, Tetsuya… – El pelirrojo dijo emocionado, mirando embelesado a esos dos pequeños seres que aún sucios eran revisados por las enfermeras que asistieron la cesárea.

– ¿Estás feliz, Taiga?

– ¡Inmensamente! Tú haces tan hermosa mi vida, Tetsuya… – El pelirrojo se inclinó para besar los labios algo resecos de su prometido. El peliazul correspondió su toque dulce con cariño, aunque demasiado cansado para ser más efusivo como en su pensamiento desea.

– Hay que terminar aquí, por qué no espera fuera Sr. Kagami. Acompañe a sus hijos un momento que en breve el Sr. Kuroko estará con ustedes… – La doctora solicitó cordial, esperando a que la joven pareja se despidiera con un tierno beso y ese brillo en sus miradas que solo ve en aquellos que realmente se aman y aman a aquellos que han traído al mundo.

Kagami salió del quirófano embelesado con sus pequeños, siguiendo las indicaciones de las enfermeras que los llevaron a otra sala donde esperarían los tres a Kuroko. Entonces recordó llamar a su padre y a los padres del peliazul, aunque a ellos ya les había informado Riko y Momoi, las chicas se estaban encargando de mantener a raya a todos sus amigos también allá afuera. El pelirrojo sonrió, mirando en las cunitas a sus pequeños, un niño y una niña como dijeron las enfermeras que les lavaron y cubrieron en sus primeros instantes de vida.

Cuando finalmente Kuroko fue llevado a la misma Sala, Kagami le llenó de besos el rostro y juntos disfrutaron de sus pequeños, demasiado felices como para pensar en más nada. Minutos después la clínica permitió a los padres del peliazul entrar primero para conocer a los recién nacidos y sus estrenados padres. Los señores lloraron también de felicidad, besando las pequeñas cabecitas y felicitando a los jóvenes. Kagami sentía un orgullo increíble, él ha participado de ese par de hermosas creaciones, llevan algo de él en su sangre también. Kuroko luce agotado pero feliz, agradece a sus padres por estar ahí y asegura dejarles malcriar a los chiquitines de vez en cuando.

– Seguiremos la tradición del abuelo, vamos a mimarlos cuando ustedes no estén mirando.

El comentario de la Sra. Kuroko les produce una risa. Los pequeños en brazos del peliazul se remueven inquietos, abren sus boquitas y comienzan a llorar, alto y fuerte.

– Ah, tan renegados como el padre.

Señala divertido el Sr. Kuroko. Kagami se sonroja pero ayuda a Kuroko a darles mamila a los pequeños, la fórmula que les han indicado previamente desaparece lentamente de los biberones, los pequeñines se mojan un poco pero siguen siendo adorables.

– ¿Y tu padre lo sabe ya, Taiga-kun?

– Sí señora, me ha dicho que tomará el primer vuelo que encuentre, tenía pensado viajar hasta dentro de dos días pero como nuestros pequeños se adelantaron, ahora me imagino que está maldiciendo a diestra y siniestra si no le venden un pasaje cuanto antes… – El pelirrojo dijo casi por inercia, concentrado en limpiar los rastros de leche que derramó la pequeña en sus brazos, siendo lo más cuidadoso posible. Los Sres. Kuroko y su prometido le miraron y sonrieron enternecidos.

– Ya eres un gran padre, Taiga-kun.

El halago del Sr. Kuroko le pilla por sorpresa y le hace sonreír agradecido.

– Ustedes dos aún tienen amigos que recibir, así que nosotros les dejaremos de momento, pero volveremos luego.

Cuando los Sres. Kuroko salieron de la Sala, Kise, Kasamatsu y Sakurai con Aomine fueron los siguientes en entrar. El rubio obviamente casi se comía a los pequeños a besos y palabras melosas. Los otros tres fueron un poco más reservados. Aomine sin embargo no pudo aguantarse pelear con Kagami.

– Con suerte salen todos lindos como Tetsu, porque como alguno se te parezca.

– ¡Já! Pues mira que Sakurai aún no da a luz, así que mejor guárdate los comentarios para entonces, estúpido Aomine.

– Haya paz chicos, Kuroko-kun está cansado… – Kasamatsu dijo mediando un poco entre los dos. Moreno y pelirrojo gruñeron pero decidieron hacer tregua. De momento al menos.

Así, todos sus amigos fueron conociendo a los pequeñines, Koganei se emocionó tanto que volvió a pensar en que le gustaría tener familia con Mitobe algún día, y ser tan buen madre como ve a Kuroko ser.

– ¿Cómo es que recibimos tamaño de sorpresa? Esperábamos un bebé nada más.

– Pues ya ves, Hyuga. Creo que uno de ellos se estuvo ocultando en las ecografías.

– Qué harán ahora con los nombres.

– Taiga y yo habíamos decidido no saber el sexo de nuestro bebé, así que teníamos pensado nombre para niña y para niño.

De aquella manera presentaron a sus hijos. Haruko es una linda niña de cabello azul celeste y pequeños ojos rojos; Katsu por otro lado, es un guapo niño de cabello rojo y grandes ojos azules. Podía parecer casi absurdo, pero era el perfecto equilibrio de sus padres, heredando características físicas de Kuroko y Kagami, con el tiempo tal vez sabrían, que también heredaron un poco de cada uno en personalidad. Pero claro, justamente es cosa del tiempo.



Al día siguiente cuando el alba ha despuntado, en el Aeropuerto de la ciudad un hombre de cabellos rojos cruzados por algunas hebras blancas, corre por los pasillos, gritando efusivamente disculpas y pidiendo permiso para pasar. Apresura el paso durante todo el curso con una simple maleta de mano colgándole del brazo, al salir llama de inmediato un taxi y aborda indicándole una dirección. Los ojos carmín del hombre brillan con ímpetu, y la sonrisa en su boca baña de alegría todo su rostro.

– Parece llevar prisa, Señor.

– Por supuesto, ¡mi nieto ha nacido ayer!



Takao tomó su móvil y marcó el número de Midorima al instante.

¿Qué quieres tan temprano, Kazunari?

– No me siento muy bien, Shin-chan.

– ¿Tienes mareos otra vez?

– Sí. Y como ya hace semanas que también tengo náuseas yo, me hice una prueba. Ya sabes, como los chicos.

– ¿Qué quieres decir?

– Shin-chan, estoy embarazado.

– ¿Es broma?

– ¿Te parece que bromearía con algo así?

– Oh mierda. 


Continuará……

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