“La noche no esperaría a que lo acometiera la
inspiración. Sintió ganas de llorar. Estaba hambriento, sediento, asqueado y
desesperado…”
Fragmento
“El llamado de la Estirpe” por Antonio Malpica
Capítulo
21. SUSURROS EN LAS SOMBRAS
(FINAL,
Parte 1)
~*~
Kuroko
está desesperado, aunque haya sellado la magia de la espada roja con la Joya
del Unicornio, la vida de Kagami todavía pende de un hilo. Intenta usar su
magia, pero parece que una gran parte de ella ha sido consumida por los
artilugios mágicos que ahora permanecen como una simple espada en su funda a
lado de ellos. El pelirrojo ha caído inconsciente, sus ojos no le miran más y
los débiles latidos de su corazón son cada segundo más agonizantes.
—
No vas a dejarme, Taiga. ¡No se te ocurra! — Gritó al borde del colapso.
Mirando con aprehensión el cuerpo de su amante.
El
pelirrojo continuaba sin abrir sus ojos, sin jadear o gruñir, y las pulsaciones
de sus latidos disminuían tan peligrosamente que el peliazul no pensó más.
Actuó, por instinto. Su naturaleza vampira se reveló, los afilados colmillos se
clavaron sin miramiento en el cuello del pelirrojo, rasgando piel y atravesando
músculo. La sangre de Kagami estaba hirviendo, y a él le aguijoneó un irritante
dolor cuando succionó por primera vez, como si la sangre de su amante le
estuviese rechazando. Era así. Y cuando volvió a succionar, heridas comenzaron
a agrietar su cuerpo haciéndole sangrar.
—
¡Ng! — Pero los ojos rojos de Kagami se abrieron paso a través de sus pesados
párpados. Las rojizas pupilas estaban cruzadas por un color oscuro que emitía
un aura de ira y caos que el peliazul presintió incluso si no podía verle en
aquella postura… — Tetsuya… — Gruñó intentando apartarle.
Pero
entonces la fuerza de Kuroko se aferró al cuerpo de su amante clavando sus
largas uñas en los anchos hombros y arrancándole otro gemido de dolor, sentado
a horcajadas en el regazo del pelirrojo le impedía mayor movimiento cuando aún
estaba débil por la herida que él mismo se ocasionara antes con la espada. Sin
embargo, cuanto más succionaba el peliazul, más se daba cuenta de cómo aumentaba
el ritmo cardíaco de su amante.
—
Basta, Tetsuya. Mi sangre te matará… — Insistió el pelirrojo, haciendo un
esfuerzo más por apartarle. Pero aunque estaba recuperando sus signos vitales,
la fuerza no volvía a su cuerpo.
Kuroko
lo sabía, las heridas que seguían abriéndose en su piel se hacían por cada
succión más profundas, y la sangre que bebía le quemaba el interior. Pero él no
iba a darse naturalmente por vencido. Sabe que puede y debe purificar la sangre
de su amante. Kagami estaba herido a su manera, el alma misma la tenía
ennegrecida, pero su actual yo había sido más voluntarioso y por esa razón
había estado dispuesto a entregar su vida por la de Kuroko y la humanidad
entera. Pero son amantes, uno no podría seguir adelante sin el otro. Kuroko no
iba a abandonarle.
—
Tetsuya… — Gimoteó abriendo los ojos de par en par, los colmillos de su amante
habían apretado con más fuerza, clavándose aún más profundo en su cuello.
Casi
por acto reflejo, las uñas del peliazul también habían adquirido mayor potencia
al permanecer enterradas en los hombros del pelirrojo. Kagami entonces se movió
rodeando la cintura de Kuroko, enterrando sus garras en la fina espalda del
Ángel; sin embargo, no estaba intentando apartarle más, aceptaba su ayuda,
compartía el deseo de continuar juntos, de vivir.
Las
alas iridiscentes del Ángel volvieron a emerger, agitándose un par de veces
mientras la luz de la luna que asomaba en el firmamento las bañaba dándoles un
toque mágico especial, la auténtica herencia de la estirpe de su madre recaía
ahí. Los destellos multicolores que jugaban en las alas del peliazul
mantuvieron la mirada del pelirrojo prendada durante un tiempo indefinido, casi
como un encanto del que no podría escapar ni en mil años. Kuroko podía
sentirla, toda esa energía mágica vibrando en su propia sangre, purificándola a
gran velocidad, fluyendo a través del torrente sanguíneo hasta aquella que sus
colmillos succionaban y pasando al cuerpo ajeno. Kagami aulló con una potencia
impresionante entonces, revelando su forma licántropa una vez más, con el
delgado cuerpo de Kuroko pegado al suyo. El aullido resonó tan alto que viajó
en el aire hasta los lugares más recónditos de la tierra, no hubo inmortal cuyos oídos no le hubiesen
escuchado.
…
—
Está hecho… — Murmuró Sakurai al escuchar el aullido, elevando por un segundo
la mirada al cielo.
Luego
volvió su atención al campo de batalla. Aomine continuaba actuando como
centinela, ni un solo cazador ha
conseguido siquiera acercarse a él. En tanto, el Ángel castaño continuaba
liberando el poder de su mente, buscando incansablemente el origen de esos
hilos invisibles que mantenían atada a la cazadora.
El poder mágico que estaba desplegando era impresionante, pero todavía no lo
suficiente para alcanzar su objetivo.
—
¿Qué dijiste? — Aomine preguntó, pateando con tal fuerza a otro cazador que fue
lanzado varios metros hacia atrás, estampándose dolorosamente contra un muro de
cantera.
—
Kuroko y Kagami, han vuelto a conciliar sus naturalezas. Como si el yin y el
yang se hubieran equilibrado entre ellos.
Aomine
no entendió de inmediato, pero tampoco tenía tiempo para más preguntas. No
sabía cómo, pero la cantidad de cazadores
al ataque no disminuía, como si se estuviesen levantando después de ser
heridos. El Elfo de la Oscuridad vagó rápidamente la mirada alrededor, lo veía,
cada uno de los cazadores que han
derrotado, volvían a levantarse, actuando poco más como marionetas sin vida.
—
¡Maldición!
—
No te detengas, Daiki. Ya casi lo tengo, a quien está detrás de esto, solo
necesito un poco más de tiempo.
—
De acuerdo, Ryo… — Sonriendo con malicia, el Elfo arremetió de nuevo contra un
puñado de cazadores.
En
el mismo campo de batalla, aunque en otras zonas del castillo abandonado, se
han apartado Izuki, Kiyoshi, Hyuuga, Riko y apenas un puñado menor de cazadores.
—
¿Tienes miedo de enfrentarme, Izuki? — Hyuuga siseó con malicia. Los
movimientos de sus manos le parecían sospechosos a Kiyoshi, que mantenía la
mirada puesta en él para interponerse nuevamente si atacaba otra vez a Izuki.
—
No tengo razón para hacerlo, Hyuuga. No estoy aquí para medir mis fuerzas
contigo, todo lo que quiero es que te retires de la batalla… — Izuki, que no
estaba ajeno a los movimientos que el otro realizaba, tenía preparados ya varios
pergaminos para contraatacar cualquier embate.
Hyuuga
soltó una risa sórdida, sus cabellos comenzaron a agitarse por el aura mágica
que despedía su cuerpo, la mirada gélida del Ángel continuaba angustiando el
corazón de Kiyoshi. Sin embargo, Izuki ya no se sentía iracundo, había
conseguido calmar sus emociones. Estaba sí, decepcionado del actuar del cuarto
ángel.
La
cazadora mantenía la atención en
todos, parecía vigilar los finos movimientos de cada uno con habilidades que el
licántropo no reconocería en cualquier mortal.
Sin embargo, percibía en ella dotes naturales, tanto que no dudaría que se
tratara de uno de esos mortales con
habilidades especiales por encima de la media. Eran contados los mortales especiales, no poseían poderes
mágicos ni eran capaces de cambiar su forma por un licántropo o un vampiro,
pero eran más habilidosos que sus congéneres. La cazadora podía ser uno de estos mortales
especiales, pero era sin duda también influenciada por algún tipo de magia
más allá de su conocimiento.
Magia
que Sakurai aún intentaba alcanzar con el poder de su mente, pero que se le
escabullía cada vez que casi conseguía atraparle.
—
Esta batalla me pertenece. Es algo que debí hacer 100 años atrás, pero que
evité por creer en los sentimientos de alguien a quien amo… — Obviamente, la
mirada del cuarto ángel ha ido directamente a los ojos del licántropo.
Kiyoshi
tragó hondo, podía sentir el peso de la culpa ceñirse sobre su corazón. No,
sobre sus recuerdos. Su corazón no latía más por lo que sintió una vez por
Junpei. Le pertenece a Izuki, y no piensa fallar esa vez.
—
Es ridículo que te escudes detrás de esa excusa, Hyuuga.
—
¡No fue a ti a quien le arrebataron la mitad del alma! — Siseó iracundo, el
aura de magia que su cuerpo despedía aumentó, tanto que una onda de magia
explotó, lanzando lejos a los cazadores
que habían permanecido cerca. Riko había soportado el ataque clavando la espada
en el nevado suelo de piedra, astillando la cuchilla metálica en el acto.
—
Nadie te robó nada.
—
¡Cállate de una vez!
Furioso,
Hyuuga desató otra ola de ataques, todos tenían por objetivo al Ángel. Izuki lo
había visto venir desde mucho antes, los pergaminos que había estado
repartiendo con sutiles ondas mágicas se activaron a un solo movimiento de sus
manos, cercando el espacio en que ellos estaban para evitar que el impacto
llegara más allá de aquellas murallas, donde Aomine tenía su propia batalla y
Sakurai continuaba participando de un juego que no le estaba resultando nada
divertido, persiguiendo cual si estuviesen en medio del “gato y el ratón” con el poseedor de tan impresionantes poderes
mágicos. No se trata de ningún otro ángel, de eso está seguro, tampoco se trata
de Kaage, el Adalid del Concilio Supremo. Sin embargo, hay reminiscencias en el
campo mágico que persigue que le resultan familiares.
—
Masaru Akashi… — Fue el pensamiento
del castaño cuando finalmente alcanzó el origen de la magia que controlaba a la
cazadora y a toda su orden.
El
gran emperador Akashi estaba sentado en un trono de oro, engalanado de piedras
preciosas, rubíes, jade y diamantes; las mismas joyas que remataban la corona
extravagante que atildaba su cabeza. Los cabellos oscuro bermellón parecían
peculiares llamas de fuego, y el crepúsculo habitaba en sus ojos. Sakurai quiso
afianzarse de este pensamiento para establecer un vínculo mágico, pero la
batalla en el palacio de los cazadores
definiría otro destino.
Cuando
Hyuuga atacó seriamente a Izuki, sucedieron varias cosas a la vez. Movido por
el instinto de protección hacia lo más preciado, Kiyoshi se había apurado a
interponerse en el ataque; al mismo tiempo, Riko que también tenía bien
estudiado al licántropo guardián, desenvainó su espada y de ella una ráfaga
mágica capaz de cortar con la limpieza de su hoja metálica emergió dejando a su
paso un corte que rebanó nieve, piedra y suelo haciendo un surco que quedaría
marcado por un largo tiempo. Sin embargo, aquel golpe mortal no alcanzó ningún
objetivo puesto que, ya que todos estos eventos sucedieron al mismo tiempo, cuando
los pergaminos que Izuki había desperdigado por todo el lugar se activaron, un
hechizo lo hizo con ellos, aunque no era precisamente la intención que el Ángel
había tenido al usarlos.
Sucedió
pues que una razón más estuvo presente ahí, la magia misma del Elfo de la
Oscuridad entre ellos, Aomine Daiki. Probablemente una de las razones por la
que la Orden de los Guardianes y algunos clanes estaban preocupados por la
existencia de estos ángeles simultáneamente era esto, desencadenaban fenómenos
mágicos que no podían preverse de ninguna manera. Ya que la magia era
originalmente así, difícil de controlar o predecir.
Una
de las cualidades de los Elfos de la Oscuridad era “partir” la realidad a
voluntad. Sin embargo, aunque era una acción voluntaria, el hechizo solía
activarse inconscientemente, dominado por circunstancias que no eran claras ni
aún para los elfos de aquella categoría pues sus dones mágicos nunca fueron
analizados ya que no estaba en sus prioridades hacerlo. Por ello, el alcance
real de sus dones mágicos era un misterio, y es altamente probable que continúe
de esa manera. La cuestión ahí era que su sola presencia, mezclada con la
activación de los pergaminos que Izuki usó y que, a su vez, representaban a los
cuatro elementos (agua, tierra, viento y fuego) hicieron posible que la
realidad se “partiera”. Es decir, se obtuvo básicamente el mismo efecto que las
hadas conseguían al generar puentes dimensionales.
Y
sucedió que todos terminaron separados en distintos lugares de la tierra.
Sakurai fue el primero en sentir el tirón y las náuseas, así como un agudo
dolor en la cabeza pues a punto de enlazar un vínculo telepático con Masaru
Akashi, su cuerpo había sido tele-portado a otro espacio. La sensación había
sido la misma que la del choque de un avión estrellándose contra la superficie
del océano. Sakurai estaba noqueado, apenas consciente intentó ubicar el sitio
donde había ido a parar. No había más nieve, ni pilares enmohecidos o cazadores atacando. En cambio, una
cámara lúgubre le sumía en una oscuridad pasmosa que le helaba hasta los
huesos.
—
¿Dónde estoy? — Sakurai aguzó la mirada, pero sus ojos chocolate eran incapaces
de ver nada, como si de hecho adaptarse a esta oscuridad fuera imposible para
él.
Intentó
también usar algún hechizo luminoso, pero el “golpe” había aturdido sus propios
poderes mágicos y era incapaz de acceder a ellos.
Por
su parte, Aomine estaba en un sitio bastante conocido pues se trataba de la
morada del Clan Vánagrandr. Clan de licántropos al que una vez Kasamatsu Yukio
perteneció y del cual fue desterrado hace semanas cuando fue incapaz de cumplir
con su misión, asesinar al vampiro Kise Ryota. Aomine había escuchado la
historia de sus recientes visitas a su propio clan, y ya que la cabeza del
licántropo había sido etiquetada con un precio, pronto su historia se había
hecho de dominio público. Para el
elfo los Vánagrandr no representaban más que un puñado de bestias salvajes que
se escudaban en su linaje para hacer competencias absurdas en las que cazar por
pura diversión.
—
No tengo tiempo para perderlo aquí, debo encontrar a Ryo cuanto antes.
Apresurado
por las circunstancias, el moreno se transformó en licántropo. O lo que él
creyó que sería, ya que debido a su naturaleza élfica revelada en su esplendor,
la transformación lobuna se efectuó diferente. Lejos de la bestia imponente y
monstruosa, la apariencia de Aomine ahora era la de un lobo ordinario, aunque doblaba en tamaño a un
lobo común; su pelaje era oscuro como carbón, pero brillante e impenetrable
como diamante negro; además poseía
una melena que caía desde la base de la nuca animal hasta el pecho, y se
desvanecía conforme llegaba a las extremidades delanteras, esta melena tenía
esquirlas adulares que matizaba en tonos grisáceos el pelaje dándole un aspecto
tosco e imponente. Por demás, las fauces del lobo no eran menos temerarias que
su anterior transformación, los feroces colmillos seguían adornando el hocico
con inmutable poder. El cuerpo animal era visiblemente atlético, delgado torso
pero poderosos músculos en las extremidades, y las garras potentes capaces de
anclarse incluso en asfalto si así se requiriera. Las orejas eran puntiagudas,
prestas al más sutil sonido en el aire. Y los ojos, rojas brasas de fuego
encendidas para ver los más recónditos espacios a kilómetros de distancia. Era
la mezcla perfecta de las dos razas que le circulaban en la sangre al moreno,
la esencia lycan junto a todo el poder mágico de los elfos oscuros.
El
aullido que vibró en la garganta del lobo resonó con la misma potencia que lo
hiciera antes el de Kagami, alcanzando incluso otros sitios alrededor de la
tierra, llegando a oídos de propios y extraños. No hubo un solo inmortal que no escuchase el reclamo
territorial del máximo representante del Clan Aomine, Daiki. Sus padres, lejos
de sentirse intimidados por el repentino reclamo a su derecho como sucesor, se
sintieron orgullosos del magnífico poder que su hijo estaba demostrando.
Las
hordas de licántropos que conformaban el Clan Vánigrandr no se doblegó sin
embargo, las faldas de sus montañas fueron cubiertas por sus huestes. Aomine
estaba dispuesto a pasar por encima de todos, en el aire podía olfatear el
aroma de Sakurai, y nada iba a detenerle de darle alcance ahí donde quiera que
esté.
…
De
suerte diferente, los otros cuatro implicados en la “ruptura” dimensional
fueron divididos de forma misteriosa. Izuki y Hyuuga han terminado compartiendo
el destino, llegando a un despoblado en los desiertos del Sahara, más hacia el
norte, donde los bosques secos y el calor quemante les recibieron sin
miramientos. Ambos ángeles se valieron de su magia para mantenerse frescos,
pero pronto el clima podría enfrentarlos a una batalla de supervivencia más
allá de sus dones mágicos. La desventaja que los desiertos siempre da a sus
visitantes, es la capacidad de jugar con sus mentes, de arrastrarlos en la
desesperación y ofrecerles visiones ancladas a sus más profundos deseos y las
necesidades egoístas que nacen de la naturaleza humana.
—
¿Qué truco usaste?
—
¿Te parece que tengo trucos bajo la
manga, Hyuuga?
—
Me parece que eres como yo, capaz de absolutamente todo por conseguir lo que
quieres.
—
Si tus palabras fueran ciertas, tú ni siquiera habrías tenido oportunidad de
recuperar tus memorias. En el momento en que supe que tu presencia eclipsaría
el corazón de Kiyoshi, te odié con una fuerza que desconocía.
—
No somos tan diferentes, Izuki. Te escondes detrás de una supuesta aura
bondadosa, pero no eres más que un manipulador igual que yo. Sabes lo que
quieres, y no descansarás hasta tenerlo.
—
Te equivocas.
—
¿Por qué? ¿Renunciarías a Kiyoshi?
—
Si él decidiera dejarme…
—
¡Patrañas! ¡Tú le seduces con encantos malintencionados!
—
No lo hago.
—
Le mostraste una expresión llorosa, dolida. Le dejaste ver tu más penoso comportamiento,
te quebraste delante de él. Le enseñaste lo peor de ti para provocar su
lástima.
—
Mentiras.
Las
palabras de Hyuuga resultaban veneno puro, su propio dolor y desesperación iban
manchando lo que una vez fue. El recuerdo del chico que simplemente desconocía
su origen como ángel, hoy era mancillado por la presencia de un demonio. Si Kiyoshi pudiese verle,
seguramente que no dudaría en exterminarle,
porque del chico que amó, no quedaba prácticamente nada.
—
No miento. Entre tú y yo, probablemente la única diferencia sea el tiempo que
vivimos.
—
Y es esa única diferencia la que hace de mí un Ángel y de ti un Demonio.
Izuki
dijo, y sus grises pupilas crepitaron con la furia de los relámpagos
atravesando el firmamento ennegrecido de nubes. Como mago siempre había sido
atraído particularmente por el elemento aire, pero como Ángel era capaz de
dominarlos a todos. El aura mágica que despidió su cuerpo agitó sus lacios
cabellos y sus ropas, la arena bajo sus pies se sacudió como lo haría el agua de
los océanos. Viento, tierra, agua; Izuki pidió el favor de estos tres elementos
cuando levantó un muro de arena cual si fuese una gigantesca ola de agua. Las
diminutas partículas amarillentas daban un aspecto luminoso, pero su imponente
altura ensombreció el lugar varios metros a la redonda.
Hyuuga
no se inmutó, el poder de Izuki podía ser diferente al suyo, pero él era más
experimentado, había sido entrenado en las artes de la magia cuando estuvo con
los Guardianes hace cien años.
Conocía muchos más hechizos de los que probablemente dominaba el ojo de águila. Y tenían también una
motivación diferente. Hyuuga quería destruirle. Izuki solo contenerle.
…
Cuando
la espada de Riko había pasado al costado de Kiyoshi, ambos habían comprendido
que estaban solos en aquel lugar. Un templo en los antiquísimos montes Wudang,
en Hubei, China. El pintoresco paisaje de las verdes montañas, el cielo azul o
la neblina circundando los más altos picos (algunos bañados en nieve) no
podrían admirarse con la paciencia que su belleza ameritaba puesto que ahí, en
un arcaico escenario para los duelos, conformado por un octágono de peldaños de
piedra que guardan el círculo del yin y el yang, cazadora y licántropo se enfrentaban en batalla.
El
aire se sentía algo denso debido a la altura y el frío del atardecer, el viento
soplaba y no era gentil, y los murmullos de las montañas parecían voces de
antepasados clamando por un solo ganador. Las copas de los árboles se mecían al
compás del viento, y una danza de lealtad y honor resonaba en el eco entre las
montañas.
—
Mi espada es más poderosa de lo que crees, cuida bien tus garras, lobezno… — Se mofó la castaña, sonriendo
con burla mientras adoptaba una postura de ataque con la punta de su espada al
frente.
Kiyoshi
bufó, tronó los huesos de su espalda con un movimiento de brazos y se dispuso a
la defensa. No quería lastimar a esta chica, puede ver en ella un potencial
impresionante con las armas, la estrategia e incluso la magia –se ha dicho
antes, es un mortal especial–; pero
presiente que si no le deja opción, tendrá que llevar la pelea hasta el final
así sea mortífero para ella.
—
¿Por qué no me cuentas quién te dio tal poder? Ya que vas a asesinarme, no
pierdes nada con compartirlo, ¿cierto?
—
Astuto, pero no haces la pregunta correcta. Además, en ningún momento dije que
ocultaría el origen de todo. Pero ustedes no preguntaron antes, y ese chico de
grandes ojos cafés invadió mi mente, buscó en ella hasta que fue más allá.
—
¿Pudiste sentir a Sakurai en tu mente?
—
Oh no, solo lo supe porque su mirada estaba fija en mí a pesar de que los muros
del castillo se interponían entre nosotros.
—
Entonces dime, ¿cuál es el nombre de quien te permitió usar una magia que ni
siquiera conoces?
Riko
sonrió, hizo algunos movimientos con su espada, cortando el aire y haciendo
silbar la cuchilla con impresionante agilidad. Luego atacó un par de veces,
satisfecha al ver lo fácil que le resultó al lycan evadirle.
—
Masaru Akashi, inicialmente.
—
¿Inicialmente?
—
Comprobé que el Clan Akashi es ambicioso. Padre e hijo decidieron usarme como
un simple peón en su tablero de ajedrez. No me quejo, obtengo beneficios de
ello. Por ahora no importa quién gane, estaré de lado del triunfador.
—
Seijuro, ¿qué ventajas te dio?
—
¿Además de esta espada? — Ella dijo, manipulando con gracia la cuchilla… —
Secretos, puntos débiles de cada uno de ustedes.
Riko
sonrió de nuevo, Kiyoshi adoptó otra postura. Esta vez no solo se defendería,
atacaría de verdad.
…
Cuando
Seijuro abrió una bóveda especial en los dominios de su padre, Furihata
finalmente vio aquello de lo que el de cabellos bermellón hablara antes. A
simple vista parecía un objeto común, pero la magia que despedía le había hecho
retroceder incluso.
—
Seijuro, no lo tomes por favor… — El muchacho dijo con tono suplicante, tomando
la mano de su amante con aprehensión.
—
¿Por qué no? Vine por esto, Koki.
—
Yo, solo… por favor, no lo tomes… — Insistió. Y entonces su agarre fue tan
fuerte que sus uñas se clavaron en el antebrazo del mayor.
…
Cuando
Sakurai consiguió recuperar algo de fuerza, fue capaz de evocar una pequeña luz
plateada en la palma de su mano. En el recinto donde se consideró estar solo,
una segunda silueta emergió de entre las sombras.
—
Tú eres, Mitobe.
La
faz del muchacho era sin embargo completamente diferente a la que podía
recordar. Este chico era malicia pura, y sus ojos irradiaban perversión. Cuando
avanzó hacia el Ángel, él pudo ver dos figuras inertes en el piso de mármol.
—
Hotaru-san, Koganei… — Murmuró con asombro, mirando con los ojos abiertos de
par en par al muchacho que avanzaba hacia él sin atisbo de remordimiento… —
¿Qué hiciste?
—
¿Seguro que esa es la pregunta que quieres hacerme?
Por
primera vez escuchó la voz del muchacho, de quien supo existió siempre un
hermetismo al habla. Estaba seguro sin embargo de que esto no podía ser real.
Se negaba a pensar que la bondad que sintió alguna vez emanar del de cabellos
oscuros, haya sido una ilusión suya.
—
¿Quién eres?
Intentó
un nuevo cuestionamiento. Pero Mitobe chasqueó la lengua mientras negaba con la
cabeza.
—
No, esa tampoco es la pregunta correcta, ya que obviamente soy Mitobe
Rinnosuke.
—
¿Es éste tu verdadero yo?
—
Ah, esa, es una pregunta interesante, aunque tampoco la correcta. Sin embargo,
me agrada que la hayas hecho. Por supuesto, yo
te diré que sí. Pero si le preguntas al otro Mitobe, su respuesta será
negativa. Así que no hay manera de obtener objetividad en ello.
—
¿Por qué estoy aquí?
—
Esa, sí es la pregunta correcta, Ryo Sakurai. El primer y auténtico Ángel con
sangre de dragón.
Continuará…
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