jueves, 27 de abril de 2017

WHISPERS IN THE SHADOWS (KNB) Capítulo 21.



“La noche no esperaría a que lo acometiera la inspiración. Sintió ganas de llorar. Estaba hambriento, sediento, asqueado y desesperado…”

Fragmento “El llamado de la Estirpe” por Antonio Malpica

Capítulo 21. SUSURROS EN LAS SOMBRAS
(FINAL, Parte 1)
~*~

Kuroko está desesperado, aunque haya sellado la magia de la espada roja con la Joya del Unicornio, la vida de Kagami todavía pende de un hilo. Intenta usar su magia, pero parece que una gran parte de ella ha sido consumida por los artilugios mágicos que ahora permanecen como una simple espada en su funda a lado de ellos. El pelirrojo ha caído inconsciente, sus ojos no le miran más y los débiles latidos de su corazón son cada segundo más agonizantes.

— No vas a dejarme, Taiga. ¡No se te ocurra! — Gritó al borde del colapso. Mirando con aprehensión el cuerpo de su amante.

El pelirrojo continuaba sin abrir sus ojos, sin jadear o gruñir, y las pulsaciones de sus latidos disminuían tan peligrosamente que el peliazul no pensó más. Actuó, por instinto. Su naturaleza vampira se reveló, los afilados colmillos se clavaron sin miramiento en el cuello del pelirrojo, rasgando piel y atravesando músculo. La sangre de Kagami estaba hirviendo, y a él le aguijoneó un irritante dolor cuando succionó por primera vez, como si la sangre de su amante le estuviese rechazando. Era así. Y cuando volvió a succionar, heridas comenzaron a agrietar su cuerpo haciéndole sangrar.

— ¡Ng! — Pero los ojos rojos de Kagami se abrieron paso a través de sus pesados párpados. Las rojizas pupilas estaban cruzadas por un color oscuro que emitía un aura de ira y caos que el peliazul presintió incluso si no podía verle en aquella postura… — Tetsuya… — Gruñó intentando apartarle.

Pero entonces la fuerza de Kuroko se aferró al cuerpo de su amante clavando sus largas uñas en los anchos hombros y arrancándole otro gemido de dolor, sentado a horcajadas en el regazo del pelirrojo le impedía mayor movimiento cuando aún estaba débil por la herida que él mismo se ocasionara antes con la espada. Sin embargo, cuanto más succionaba el peliazul, más se daba cuenta de cómo aumentaba el ritmo cardíaco de su amante.

— Basta, Tetsuya. Mi sangre te matará… — Insistió el pelirrojo, haciendo un esfuerzo más por apartarle. Pero aunque estaba recuperando sus signos vitales, la fuerza no volvía a su cuerpo.

Kuroko lo sabía, las heridas que seguían abriéndose en su piel se hacían por cada succión más profundas, y la sangre que bebía le quemaba el interior. Pero él no iba a darse naturalmente por vencido. Sabe que puede y debe purificar la sangre de su amante. Kagami estaba herido a su manera, el alma misma la tenía ennegrecida, pero su actual yo había sido más voluntarioso y por esa razón había estado dispuesto a entregar su vida por la de Kuroko y la humanidad entera. Pero son amantes, uno no podría seguir adelante sin el otro. Kuroko no iba a abandonarle.

— Tetsuya… — Gimoteó abriendo los ojos de par en par, los colmillos de su amante habían apretado con más fuerza, clavándose aún más profundo en su cuello.

Casi por acto reflejo, las uñas del peliazul también habían adquirido mayor potencia al permanecer enterradas en los hombros del pelirrojo. Kagami entonces se movió rodeando la cintura de Kuroko, enterrando sus garras en la fina espalda del Ángel; sin embargo, no estaba intentando apartarle más, aceptaba su ayuda, compartía el deseo de continuar juntos, de vivir.

Las alas iridiscentes del Ángel volvieron a emerger, agitándose un par de veces mientras la luz de la luna que asomaba en el firmamento las bañaba dándoles un toque mágico especial, la auténtica herencia de la estirpe de su madre recaía ahí. Los destellos multicolores que jugaban en las alas del peliazul mantuvieron la mirada del pelirrojo prendada durante un tiempo indefinido, casi como un encanto del que no podría escapar ni en mil años. Kuroko podía sentirla, toda esa energía mágica vibrando en su propia sangre, purificándola a gran velocidad, fluyendo a través del torrente sanguíneo hasta aquella que sus colmillos succionaban y pasando al cuerpo ajeno. Kagami aulló con una potencia impresionante entonces, revelando su forma licántropa una vez más, con el delgado cuerpo de Kuroko pegado al suyo. El aullido resonó tan alto que viajó en el aire hasta los lugares más recónditos de la tierra, no hubo inmortal cuyos oídos no le hubiesen escuchado.


— Está hecho… — Murmuró Sakurai al escuchar el aullido, elevando por un segundo la mirada al cielo.

Luego volvió su atención al campo de batalla. Aomine continuaba actuando como centinela, ni un solo cazador ha conseguido siquiera acercarse a él. En tanto, el Ángel castaño continuaba liberando el poder de su mente, buscando incansablemente el origen de esos hilos invisibles que mantenían atada a la cazadora. El poder mágico que estaba desplegando era impresionante, pero todavía no lo suficiente para alcanzar su objetivo.

— ¿Qué dijiste? — Aomine preguntó, pateando con tal fuerza a otro cazador que fue lanzado varios metros hacia atrás, estampándose dolorosamente contra un muro de cantera.

— Kuroko y Kagami, han vuelto a conciliar sus naturalezas. Como si el yin y el yang se hubieran equilibrado entre ellos.

Aomine no entendió de inmediato, pero tampoco tenía tiempo para más preguntas. No sabía cómo, pero la cantidad de cazadores al ataque no disminuía, como si se estuviesen levantando después de ser heridos. El Elfo de la Oscuridad vagó rápidamente la mirada alrededor, lo veía, cada uno de los cazadores que han derrotado, volvían a levantarse, actuando poco más como marionetas sin vida.

— ¡Maldición!

— No te detengas, Daiki. Ya casi lo tengo, a quien está detrás de esto, solo necesito un poco más de tiempo.

— De acuerdo, Ryo… — Sonriendo con malicia, el Elfo arremetió de nuevo contra un puñado de cazadores.

En el mismo campo de batalla, aunque en otras zonas del castillo abandonado, se han apartado Izuki, Kiyoshi, Hyuuga, Riko y apenas un puñado menor de cazadores.

— ¿Tienes miedo de enfrentarme, Izuki? — Hyuuga siseó con malicia. Los movimientos de sus manos le parecían sospechosos a Kiyoshi, que mantenía la mirada puesta en él para interponerse nuevamente si atacaba otra vez a Izuki.

— No tengo razón para hacerlo, Hyuuga. No estoy aquí para medir mis fuerzas contigo, todo lo que quiero es que te retires de la batalla… — Izuki, que no estaba ajeno a los movimientos que el otro realizaba, tenía preparados ya varios pergaminos para contraatacar cualquier embate.

Hyuuga soltó una risa sórdida, sus cabellos comenzaron a agitarse por el aura mágica que despedía su cuerpo, la mirada gélida del Ángel continuaba angustiando el corazón de Kiyoshi. Sin embargo, Izuki ya no se sentía iracundo, había conseguido calmar sus emociones. Estaba sí, decepcionado del actuar del cuarto ángel.

La cazadora mantenía la atención en todos, parecía vigilar los finos movimientos de cada uno con habilidades que el licántropo no reconocería en cualquier mortal. Sin embargo, percibía en ella dotes naturales, tanto que no dudaría que se tratara de uno de esos mortales con habilidades especiales por encima de la media. Eran contados los mortales especiales, no poseían poderes mágicos ni eran capaces de cambiar su forma por un licántropo o un vampiro, pero eran más habilidosos que sus congéneres. La cazadora podía ser uno de estos mortales especiales, pero era sin duda también influenciada por algún tipo de magia más allá de su conocimiento.

Magia que Sakurai aún intentaba alcanzar con el poder de su mente, pero que se le escabullía cada vez que casi conseguía atraparle.

— Esta batalla me pertenece. Es algo que debí hacer 100 años atrás, pero que evité por creer en los sentimientos de alguien a quien amo… — Obviamente, la mirada del cuarto ángel ha ido directamente a los ojos del licántropo.

Kiyoshi tragó hondo, podía sentir el peso de la culpa ceñirse sobre su corazón. No, sobre sus recuerdos. Su corazón no latía más por lo que sintió una vez por Junpei. Le pertenece a Izuki, y no piensa fallar esa vez.

— Es ridículo que te escudes detrás de esa excusa, Hyuuga.

— ¡No fue a ti a quien le arrebataron la mitad del alma! — Siseó iracundo, el aura de magia que su cuerpo despedía aumentó, tanto que una onda de magia explotó, lanzando lejos a los cazadores que habían permanecido cerca. Riko había soportado el ataque clavando la espada en el nevado suelo de piedra, astillando la cuchilla metálica en el acto.

— Nadie te robó nada.

— ¡Cállate de una vez!

Furioso, Hyuuga desató otra ola de ataques, todos tenían por objetivo al Ángel. Izuki lo había visto venir desde mucho antes, los pergaminos que había estado repartiendo con sutiles ondas mágicas se activaron a un solo movimiento de sus manos, cercando el espacio en que ellos estaban para evitar que el impacto llegara más allá de aquellas murallas, donde Aomine tenía su propia batalla y Sakurai continuaba participando de un juego que no le estaba resultando nada divertido, persiguiendo cual si estuviesen en medio del “gato y el ratón” con el poseedor de tan impresionantes poderes mágicos. No se trata de ningún otro ángel, de eso está seguro, tampoco se trata de Kaage, el Adalid del Concilio Supremo. Sin embargo, hay reminiscencias en el campo mágico que persigue que le resultan familiares.

Masaru Akashi… — Fue el pensamiento del castaño cuando finalmente alcanzó el origen de la magia que controlaba a la cazadora y a toda su orden.

El gran emperador Akashi estaba sentado en un trono de oro, engalanado de piedras preciosas, rubíes, jade y diamantes; las mismas joyas que remataban la corona extravagante que atildaba su cabeza. Los cabellos oscuro bermellón parecían peculiares llamas de fuego, y el crepúsculo habitaba en sus ojos. Sakurai quiso afianzarse de este pensamiento para establecer un vínculo mágico, pero la batalla en el palacio de los cazadores definiría otro destino.

Cuando Hyuuga atacó seriamente a Izuki, sucedieron varias cosas a la vez. Movido por el instinto de protección hacia lo más preciado, Kiyoshi se había apurado a interponerse en el ataque; al mismo tiempo, Riko que también tenía bien estudiado al licántropo guardián, desenvainó su espada y de ella una ráfaga mágica capaz de cortar con la limpieza de su hoja metálica emergió dejando a su paso un corte que rebanó nieve, piedra y suelo haciendo un surco que quedaría marcado por un largo tiempo. Sin embargo, aquel golpe mortal no alcanzó ningún objetivo puesto que, ya que todos estos eventos sucedieron al mismo tiempo, cuando los pergaminos que Izuki había desperdigado por todo el lugar se activaron, un hechizo lo hizo con ellos, aunque no era precisamente la intención que el Ángel había tenido al usarlos.

Sucedió pues que una razón más estuvo presente ahí, la magia misma del Elfo de la Oscuridad entre ellos, Aomine Daiki. Probablemente una de las razones por la que la Orden de los Guardianes y algunos clanes estaban preocupados por la existencia de estos ángeles simultáneamente era esto, desencadenaban fenómenos mágicos que no podían preverse de ninguna manera. Ya que la magia era originalmente así, difícil de controlar o predecir.

Una de las cualidades de los Elfos de la Oscuridad era “partir” la realidad a voluntad. Sin embargo, aunque era una acción voluntaria, el hechizo solía activarse inconscientemente, dominado por circunstancias que no eran claras ni aún para los elfos de aquella categoría pues sus dones mágicos nunca fueron analizados ya que no estaba en sus prioridades hacerlo. Por ello, el alcance real de sus dones mágicos era un misterio, y es altamente probable que continúe de esa manera. La cuestión ahí era que su sola presencia, mezclada con la activación de los pergaminos que Izuki usó y que, a su vez, representaban a los cuatro elementos (agua, tierra, viento y fuego) hicieron posible que la realidad se “partiera”. Es decir, se obtuvo básicamente el mismo efecto que las hadas conseguían al generar puentes dimensionales.

Y sucedió que todos terminaron separados en distintos lugares de la tierra. Sakurai fue el primero en sentir el tirón y las náuseas, así como un agudo dolor en la cabeza pues a punto de enlazar un vínculo telepático con Masaru Akashi, su cuerpo había sido tele-portado a otro espacio. La sensación había sido la misma que la del choque de un avión estrellándose contra la superficie del océano. Sakurai estaba noqueado, apenas consciente intentó ubicar el sitio donde había ido a parar. No había más nieve, ni pilares enmohecidos o cazadores atacando. En cambio, una cámara lúgubre le sumía en una oscuridad pasmosa que le helaba hasta los huesos.

— ¿Dónde estoy? — Sakurai aguzó la mirada, pero sus ojos chocolate eran incapaces de ver nada, como si de hecho adaptarse a esta oscuridad fuera imposible para él.

Intentó también usar algún hechizo luminoso, pero el “golpe” había aturdido sus propios poderes mágicos y era incapaz de acceder a ellos.

Por su parte, Aomine estaba en un sitio bastante conocido pues se trataba de la morada del Clan Vánagrandr. Clan de licántropos al que una vez Kasamatsu Yukio perteneció y del cual fue desterrado hace semanas cuando fue incapaz de cumplir con su misión, asesinar al vampiro Kise Ryota. Aomine había escuchado la historia de sus recientes visitas a su propio clan, y ya que la cabeza del licántropo había sido etiquetada con un precio, pronto su historia se había hecho de dominio público. Para el elfo los Vánagrandr no representaban más que un puñado de bestias salvajes que se escudaban en su linaje para hacer competencias absurdas en las que cazar por pura diversión.

— No tengo tiempo para perderlo aquí, debo encontrar a Ryo cuanto antes.

Apresurado por las circunstancias, el moreno se transformó en licántropo. O lo que él creyó que sería, ya que debido a su naturaleza élfica revelada en su esplendor, la transformación lobuna se efectuó diferente. Lejos de la bestia imponente y monstruosa, la apariencia de Aomine ahora era la de un lobo ordinario, aunque doblaba en tamaño a un lobo común; su pelaje era oscuro como carbón, pero brillante e impenetrable como diamante negro; además poseía una melena que caía desde la base de la nuca animal hasta el pecho, y se desvanecía conforme llegaba a las extremidades delanteras, esta melena tenía esquirlas adulares que matizaba en tonos grisáceos el pelaje dándole un aspecto tosco e imponente. Por demás, las fauces del lobo no eran menos temerarias que su anterior transformación, los feroces colmillos seguían adornando el hocico con inmutable poder. El cuerpo animal era visiblemente atlético, delgado torso pero poderosos músculos en las extremidades, y las garras potentes capaces de anclarse incluso en asfalto si así se requiriera. Las orejas eran puntiagudas, prestas al más sutil sonido en el aire. Y los ojos, rojas brasas de fuego encendidas para ver los más recónditos espacios a kilómetros de distancia. Era la mezcla perfecta de las dos razas que le circulaban en la sangre al moreno, la esencia lycan junto a todo el poder mágico de los elfos oscuros.

El aullido que vibró en la garganta del lobo resonó con la misma potencia que lo hiciera antes el de Kagami, alcanzando incluso otros sitios alrededor de la tierra, llegando a oídos de propios y extraños. No hubo un solo inmortal que no escuchase el reclamo territorial del máximo representante del Clan Aomine, Daiki. Sus padres, lejos de sentirse intimidados por el repentino reclamo a su derecho como sucesor, se sintieron orgullosos del magnífico poder que su hijo estaba demostrando.

Las hordas de licántropos que conformaban el Clan Vánigrandr no se doblegó sin embargo, las faldas de sus montañas fueron cubiertas por sus huestes. Aomine estaba dispuesto a pasar por encima de todos, en el aire podía olfatear el aroma de Sakurai, y nada iba a detenerle de darle alcance ahí donde quiera que esté.


De suerte diferente, los otros cuatro implicados en la “ruptura” dimensional fueron divididos de forma misteriosa. Izuki y Hyuuga han terminado compartiendo el destino, llegando a un despoblado en los desiertos del Sahara, más hacia el norte, donde los bosques secos y el calor quemante les recibieron sin miramientos. Ambos ángeles se valieron de su magia para mantenerse frescos, pero pronto el clima podría enfrentarlos a una batalla de supervivencia más allá de sus dones mágicos. La desventaja que los desiertos siempre da a sus visitantes, es la capacidad de jugar con sus mentes, de arrastrarlos en la desesperación y ofrecerles visiones ancladas a sus más profundos deseos y las necesidades egoístas que nacen de la naturaleza humana.

— ¿Qué truco usaste?

— ¿Te parece que tengo trucos bajo la manga, Hyuuga?

— Me parece que eres como yo, capaz de absolutamente todo por conseguir lo que quieres.

— Si tus palabras fueran ciertas, tú ni siquiera habrías tenido oportunidad de recuperar tus memorias. En el momento en que supe que tu presencia eclipsaría el corazón de Kiyoshi, te odié con una fuerza que desconocía.

— No somos tan diferentes, Izuki. Te escondes detrás de una supuesta aura bondadosa, pero no eres más que un manipulador igual que yo. Sabes lo que quieres, y no descansarás hasta tenerlo.

— Te equivocas.

— ¿Por qué? ¿Renunciarías a Kiyoshi?

— Si él decidiera dejarme…

— ¡Patrañas! ¡Tú le seduces con encantos malintencionados!

— No lo hago.

— Le mostraste una expresión llorosa, dolida. Le dejaste ver tu más penoso comportamiento, te quebraste delante de él. Le enseñaste lo peor de ti para provocar su lástima.

— Mentiras.

Las palabras de Hyuuga resultaban veneno puro, su propio dolor y desesperación iban manchando lo que una vez fue. El recuerdo del chico que simplemente desconocía su origen como ángel, hoy era mancillado por la presencia de un demonio. Si Kiyoshi pudiese verle, seguramente que no dudaría en exterminarle, porque del chico que amó, no quedaba prácticamente nada.

— No miento. Entre tú y yo, probablemente la única diferencia sea el tiempo que vivimos.

— Y es esa única diferencia la que hace de mí un Ángel y de ti un Demonio.

Izuki dijo, y sus grises pupilas crepitaron con la furia de los relámpagos atravesando el firmamento ennegrecido de nubes. Como mago siempre había sido atraído particularmente por el elemento aire, pero como Ángel era capaz de dominarlos a todos. El aura mágica que despidió su cuerpo agitó sus lacios cabellos y sus ropas, la arena bajo sus pies se sacudió como lo haría el agua de los océanos. Viento, tierra, agua; Izuki pidió el favor de estos tres elementos cuando levantó un muro de arena cual si fuese una gigantesca ola de agua. Las diminutas partículas amarillentas daban un aspecto luminoso, pero su imponente altura ensombreció el lugar varios metros a la redonda.

Hyuuga no se inmutó, el poder de Izuki podía ser diferente al suyo, pero él era más experimentado, había sido entrenado en las artes de la magia cuando estuvo con los Guardianes hace cien años. Conocía muchos más hechizos de los que probablemente dominaba el ojo de águila. Y tenían también una motivación diferente. Hyuuga quería destruirle. Izuki solo contenerle.


Cuando la espada de Riko había pasado al costado de Kiyoshi, ambos habían comprendido que estaban solos en aquel lugar. Un templo en los antiquísimos montes Wudang, en Hubei, China. El pintoresco paisaje de las verdes montañas, el cielo azul o la neblina circundando los más altos picos (algunos bañados en nieve) no podrían admirarse con la paciencia que su belleza ameritaba puesto que ahí, en un arcaico escenario para los duelos, conformado por un octágono de peldaños de piedra que guardan el círculo del yin y el yang, cazadora y licántropo se enfrentaban en batalla.

El aire se sentía algo denso debido a la altura y el frío del atardecer, el viento soplaba y no era gentil, y los murmullos de las montañas parecían voces de antepasados clamando por un solo ganador. Las copas de los árboles se mecían al compás del viento, y una danza de lealtad y honor resonaba en el eco entre las montañas.

— Mi espada es más poderosa de lo que crees, cuida bien tus garras, lobezno… — Se mofó la castaña, sonriendo con burla mientras adoptaba una postura de ataque con la punta de su espada al frente.

Kiyoshi bufó, tronó los huesos de su espalda con un movimiento de brazos y se dispuso a la defensa. No quería lastimar a esta chica, puede ver en ella un potencial impresionante con las armas, la estrategia e incluso la magia –se ha dicho antes, es un mortal especial–; pero presiente que si no le deja opción, tendrá que llevar la pelea hasta el final así sea mortífero para ella.

— ¿Por qué no me cuentas quién te dio tal poder? Ya que vas a asesinarme, no pierdes nada con compartirlo, ¿cierto?

— Astuto, pero no haces la pregunta correcta. Además, en ningún momento dije que ocultaría el origen de todo. Pero ustedes no preguntaron antes, y ese chico de grandes ojos cafés invadió mi mente, buscó en ella hasta que fue más allá.

— ¿Pudiste sentir a Sakurai en tu mente?

— Oh no, solo lo supe porque su mirada estaba fija en mí a pesar de que los muros del castillo se interponían entre nosotros.

— Entonces dime, ¿cuál es el nombre de quien te permitió usar una magia que ni siquiera conoces?

Riko sonrió, hizo algunos movimientos con su espada, cortando el aire y haciendo silbar la cuchilla con impresionante agilidad. Luego atacó un par de veces, satisfecha al ver lo fácil que le resultó al lycan evadirle.

— Masaru Akashi, inicialmente.

— ¿Inicialmente?

— Comprobé que el Clan Akashi es ambicioso. Padre e hijo decidieron usarme como un simple peón en su tablero de ajedrez. No me quejo, obtengo beneficios de ello. Por ahora no importa quién gane, estaré de lado del triunfador.

— Seijuro, ¿qué ventajas te dio?

— ¿Además de esta espada? — Ella dijo, manipulando con gracia la cuchilla… — Secretos, puntos débiles de cada uno de ustedes.

Riko sonrió de nuevo, Kiyoshi adoptó otra postura. Esta vez no solo se defendería, atacaría de verdad.


Cuando Seijuro abrió una bóveda especial en los dominios de su padre, Furihata finalmente vio aquello de lo que el de cabellos bermellón hablara antes. A simple vista parecía un objeto común, pero la magia que despedía le había hecho retroceder incluso.

— Seijuro, no lo tomes por favor… — El muchacho dijo con tono suplicante, tomando la mano de su amante con aprehensión.

— ¿Por qué no? Vine por esto, Koki.

— Yo, solo… por favor, no lo tomes… — Insistió. Y entonces su agarre fue tan fuerte que sus uñas se clavaron en el antebrazo del mayor.


Cuando Sakurai consiguió recuperar algo de fuerza, fue capaz de evocar una pequeña luz plateada en la palma de su mano. En el recinto donde se consideró estar solo, una segunda silueta emergió de entre las sombras.

— Tú eres, Mitobe.

La faz del muchacho era sin embargo completamente diferente a la que podía recordar. Este chico era malicia pura, y sus ojos irradiaban perversión. Cuando avanzó hacia el Ángel, él pudo ver dos figuras inertes en el piso de mármol.

— Hotaru-san, Koganei… — Murmuró con asombro, mirando con los ojos abiertos de par en par al muchacho que avanzaba hacia él sin atisbo de remordimiento… — ¿Qué hiciste?

— ¿Seguro que esa es la pregunta que quieres hacerme?

Por primera vez escuchó la voz del muchacho, de quien supo existió siempre un hermetismo al habla. Estaba seguro sin embargo de que esto no podía ser real. Se negaba a pensar que la bondad que sintió alguna vez emanar del de cabellos oscuros, haya sido una ilusión suya.

— ¿Quién eres?

Intentó un nuevo cuestionamiento. Pero Mitobe chasqueó la lengua mientras negaba con la cabeza.

— No, esa tampoco es la pregunta correcta, ya que obviamente soy Mitobe Rinnosuke.

— ¿Es éste tu verdadero yo?

— Ah, esa, es una pregunta interesante, aunque tampoco la correcta. Sin embargo, me agrada que la hayas hecho. Por supuesto, yo te diré que sí. Pero si le preguntas al otro Mitobe, su respuesta será negativa. Así que no hay manera de obtener objetividad en ello.

— ¿Por qué estoy aquí?

— Esa, sí es la pregunta correcta, Ryo Sakurai. El primer y auténtico Ángel con sangre de dragón.


Continuará…

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