jueves, 27 de abril de 2017

WHISPERS IN THE SHADOWS (KNB). Capítulo 20.



“No estás condenado a ser el mismo por toda la eternidad. Un hombre puede forjarse una nueva identidad si lo desea.”

Christopher Paolini

Capítulo 20. LA JOYA DEL UNICORNIO
~*~

A Kuroko se le heló la sangre cuando vio a Kagami avanzar con esa aura rojiza emanando de su cuerpo. Los ojos de su novio estaban llenos de ira, una ira milenaria que parecía y era, ajena al pelirrojo; sin embargo, bullía a través de él con el ímpetu de todo su linaje y el propio legado de su madre biológica. La espada que sostenía en la mano derecha imponía respeto e inspiraba temor, la cuchilla brillaba a la luz de la luna pero con un resplandor rojizo propio de la hoja metálica.

— ¿Cómo llegó la Espada Roja a Taiga? — Etsuko cuestionó, aunque no esperaba necesariamente una respuesta.

— Simplemente apareció delante de nosotros, y Taiga la tomó al instante… — El peliazul dijo, tensando los puños pues ese momento minutos atrás le había llenado de impotencia… — La Joya del Unicornio, usted dijo que era el interruptor de esa espada, ¿Cómo funciona, Etsuko-san?

— Lamentablemente, no tengo la respuesta Tetsuya.

En cuanto la mujer dijo aquello, el pelirrojo se lanzó al ataque. Etsuko, Tomoe y Keishiro intentaron contener su embate, pero la magia que despidió con unos cuantos movimientos de espada les hicieron retroceder en el campo nevado cerca del sitio donde Kuroko había estado resguardado todo el tiempo.

La mirada de Kagami fue de inmediato a Kuroko, y la intención de su espada parecía ser el corazón del Ángel. El pelirrojo torció una sonrisa macabra, se ha vislumbrado a sí mismo como el Demonio que tomaría la preciada vida de criatura tan hermosa.

— Taiga.

El Taiga que conoces, no está más aquí, Tetsuya.

— Te equivocas. Tú eres Kagami Taiga, no me importa cómo luzcas ahora, sigues siendo el mismo para mí.

Veremos si sigues pensando eso después de que mi espada atraviese tu corazón.

Kagami se lanzó al ataque sin titubear, la ira de sus ojos podría poner a temblar aún a los líderes de cada clan de criaturas mágicas. Pero Kuroko no, él no dejaría que esta apariencia de su amante le hiciera menguar ni un poco, le amaba, y por eso incluso pelearía a muerte contra él. Así pues, el peliazul mostró su propia naturaleza, las alas iridiscentes brotaron en sus omóplatos y él levantó el vuelo eludiendo así el embate mortal del pelirrojo. La espada roja siseó en el aire y se clavó en el suelo, la nieve alrededor se derritió bajo su filo y logró llegar más allá atravesando la tierra debajo de la gruesa capa de nieve forzando un surco.

Ágiles alas, Ángel.

— Mis alas no vienen de mi naturaleza como ángel, es una herencia del pueblo de mi madre.

Oh sí, el mismo legado que ahora corre por mis venas.

— No, te equivocas. Esta aura tuya no es el legado de tu madre. Este Taiga que tengo ante mí es un reflejo involuntario del linaje de tu estirpe, pero no te odio ni te temo.

Pues deberías. Tengo la intención de matarte, ¿sabes?

— No puedes matarme.

¿No? Por qué estás tan seguro de eso. ¿Es acaso que confías en los sentimientos que se supone guardo en mi corazón por ti?

— No, no puedes matarme porque soy un Ángel. Soy más poderoso que tú, Taiga.

¿Más poderoso que yo? ¡Já! Mírame, pequeño angelito.

Siseando en el aire, la Espada Roja apuntaló su magia hacia el peliazul, Kuroko surcó los cielos alejándose del fuego crepitante que emanaba de la hoja metálica. Abajo, Kagami reía alto, divertido por los movimientos de escape que el peliazul ejecutaba. De pronto, algo punzó en su pecho, tan agudo que le obligó a jadear y ceder sobre una de sus rodillas el peso de su cuerpo. Comenzó a sentir frío en la sangre, como si algo le estuviese congelando el líquido carmín en las venas.

¿Eres tú haciendo esto, Kuroko?

— Sí, porque tú me lo estás permitiendo. El verdadero en tu interior se está revelando. Incluso si puedo hacerlo por cuenta propia y derrotarte, someterte a mi voluntad, eres tú mismo, Taiga, quien no se permitirá hacerme el mínimo daño.

El pelirrojo gruñó, reveló su naturaleza lycan y mostró el lobo feroz que palpita en su interior, la fiera apariencia bestial no duró demasiado ocupando la apariencia de Kagami pues después de ello volvió a una figura más humana, salvo las garras en las extremidades, tanto superiores como inferiores. Esta faceta inspiraba una sensación diferente, Kuroko sabía que debía mantenerse alerta, pero también le parecía que era como el reflejo de la voluntad dividida de su amante.

— Taiga.

¡Cállate! No me menciones… — El pelirrojo bramó, claramente tembloroso, incapaz de controlarse a sí mismo.

— Taiga, suelta la espada.

He dicho, ¡que no me nombres! — Entonces el pelirrojo hizo un nuevo intento por atacar, esa vez el embate fue fructífero.


La Joya del Unicornio. Años atrás, cuando Natsuki se enamoró de Toshio y tuvo esas visiones de su futuro, también llegó a conocer los más profundos secretos de su especie. Para la Ninfa vivir en el reino de las hadas dejó de tener sentido desde el momento en que su corazón comenzó a latir tan emocionado por el vampiro. Ella sabía desde un principio la naturaleza del hombre, pero nunca le impresionó particularmente la esencia de las criaturas inmortales. Natsuki tenía una personalidad mucho más noble, y veía a mortales e inmortales como iguales.

— Todo lo que necesitamos, es aprender a convivir entre todos.

— Natsuki, eres una soñadora. Como hada, deberías saber que hay sueños que simplemente no se pueden cumplir.

— ¿Por qué creer que son solo sueños? Los mortales luchan a diario por esas metas que consideran sueños, y la gran mayoría los alcanzan, los hacen realidad. Los clanes de inmortales también lo han hecho. ¿No soñaron un día con conciliar a las razas más poderosas y surgió así el que llaman Concilio Supremo?

— Natsuki, solo mantente al margen. La Orden de las Hadas no se involucrará en las siniestras manías de los inmortales por buscar más poder.

— Esas siniestras manías siempre arrastran a los mortales.

— Te lo digo, mantente al margen, no es de nuestra incumbencia.

— ¿Incluso si destruyen o envenenan a la naturaleza?

— Curaremos a la naturaleza, pero no nos involucraremos en las guerras entre inmortales, aun cuando los mortales queden en el medio, Natsuki.

— ¡Esa actitud es tan denigrante para nuestra Orden!

— La única actitud denigrante para la Orden de las Hadas es la tuya, Natsuki. Eres como las Veelas, hadas llenas de amor propio e ideas absurdas.

— Somos lo que la misma Naturaleza ha decidido, ¿se han puesto a pensar que tenemos esta mentalidad, esta actitud, esta personalidad y este poder, porque la naturaleza misma quiere que hagamos algo?

— Guarda silencio, Natsuki. Esta reunión culmina aquí.

— No he terminado de hablar.

— Pero yo sí, Natsuki.

— No eres digna del título Áes Sídhe, Ijana.

— ¿Qué has dicho, Natsuki?

— Lo que ha escuchado claramente. Debes ser un líder para nuestro reino, pero solo eres un obstáculo más para el crecimiento de nuestra gente.

Ijana, el hada líder en la Orden de las Hadas y una de las más antiguas, era conocida sí por su buen temperamento, pero también se hablaba de su ego. Tan alto e inflamado, que había ocasiones en que se transformaba en esa Moura vanidosa que solo se ocupa de su propio placer. Ijana pertenece a ese tipo de hadas, amantes del oro e incansables buscadoras de un “esposo” digno de su belleza a quien entregarle todas sus riquezas. A menudo se le veía andar sigilosa entre los bosques del reino hasta uno de los lagos más cristalinos, grandes y helados, ahí donde se sienta a la orilla solo para peinar su larga cabellera rubia y admirar el azul claro de sus ojos en el reflejo acuoso, cantar ladino, encantador, mágico. Y perder la conciencia hasta que su vanidad se veía lo suficientemente satisfecha para volver a su sitio.

Ijana y Natsuki nunca se habían llevado bien, pero en general Natsuki era un hada poco sociable, tímida, reservada. Pero nadie olvidaba, poderosa. Ella era, cualquiera aseguraría, la Ninfa más fuerte de todas. Había quienes decían que Natsuki no era una Ninfa como sus iguales, que poseía una magia diferente. Ijana sentía una envidia incontrolable cuando escuchaba esto. Pero nunca había tenido un enfrentamiento con Natsuki porque ella nunca se había revelado de esta manera contra la Orden de las Hadas. Todos saben de sus escapadas al mundo de los mortales, pero aunque transgredía las normas de su pueblo, no se tenía suficiente en su contra como para “castigarle”.

— Natsuki, será mejor que retires tus palabras.

— No voy a retirar nada, Ijana.

— Te ordeno que te apartes de mi vista, Natsuki.

— Voy a retirarme, por mi propia voluntad, Ijana. Pero voy a proclamar mi derecho a acceder al título Áes Sídhe cuando la primavera llegue. Respetaré el silencio del invierno, pero ten en cuenta mis palabras.

La Ninfa se marchó entonces con paso veloz, abrió un campo dimensional y abandonó incluso el Reino de las Hadas viajando hasta aquel sitio que últimamente sentía como un refugio. Se trataba de los dominios de Kuroko Toshio, el vampiro de quien estaba enamorada.

— Estás en los territorios del Clan Kuroikage, ¿lo sabes?

Cuando Natsuki se vio sorprendida por la mirada azulina del vampiro, su corazón latió a toda velocidad, como cuando cruza los bosques de su reino llena de una alegría inconmensurable.

— Lo sé, y también sé quién eres. Kuroko Toshio, líder de tu clan.

— Así que, ¿qué hace tan hermosa mujer en estos terrenos? ¿Estás perdida?

— No, no lo estoy. Es aquí justamente donde quiero estar en estos momentos.

— ¿Qué eres? No luces como una de los míos, y tu aroma definitivamente no es el de una lycan, ni una bruja.

— Soy un hada. Una Ninfa, me llamo Natsuki.

— Natsuki. Un precioso nombre, para una hermosa mujer.

Las mejillas del hada se tiñeron de rojo, resaltando así en su nívea piel. Entonces Toshio se permitió observarla de pies a cabeza, admirar su largo cabello trenzado en los costados y formando una tiara en la coronilla. Vestía ropas ligeras de seda, con los hombros y las piernas desnudas, poseía además ojos color miel, los que contrastaban con el azul océano de su sedosa cabellera. Era esbelta, delicada, de sonrisa afable.

— Tal belleza, solo podía deberse a un hada.

— ¿No me temes?

— No, por qué debería.

— He conocido otros de tu especie, temen a mi pueblo porque creen que de verdad somos tan peligrosas como algunos libros dicen.

— No todos los registros son ciertos. Y aún si lo fueran, no te temería a menos que viera mi vida en riesgo. Y no lo siento ahora.

La Ninfa sonrió, había agradecimiento y vergüenza en su expresión. Aquella noche de media luna en el firmamento, Natsuki y Toshio conversaron hasta que el sol despuntó. Y noches como esa se repitieron en adelante durante mucho tiempo, hasta que Natsuki aceptó la invitación de Toshio para quedarse en su Clan, como su esposa.

Tiempo después, Natsuki se reencontró con Demiyah, una bruja que había sido aceptada por la Orden de las Hadas desde niña, y con quien había entablado una amistad que no tuvo tiempo de florecer hasta entonces. Sin embargo, Natsuki siempre veía en los ojos de Demiyah un sentimiento silencioso que la bruja conservaba recelosa en lo más profundo de su corazón. Aún así, para Natsuki pocas cosas permanecían escondidas, tenía la habilidad de ver incluso si ella no lo deseaba, más allá de las cosas simples. Así supo que su amiga estaba enamorada del mismo hombre que ella. Y que sería la bruja quien tomaría su lugar a lado de Toshio, no solo como esposa, sino también como madre del hijo que ella tendría, pero que no podría criar.

— Demiyah, hablemos un momento.

— ¿Ahora? Se está preparando un contingente para salir. La Orden de los Guardianes se apartará del Clan Kuroikage y una batalla resultará de todo esto.

— Lo sé. Pero Toshio se está encargando ya de todo esto. Así que quédate conmigo, por favor.

— De acuerdo… — La bruja suspiró antes de tomar asiento en una de las sillas en los aposentos de su amiga… — Nacerá pronto, ¿cierto?

— Quizá incluso antes de lo esperado.

— ¿Duele mucho? Debería llamar a Toshio.

— No. Él deberá cumplir su encomienda. Nuestro bebé nacerá cuando haya vuelto, pero aún será antes de tiempo. Y eso es parte de lo que quiero hablar contigo, Demiyah.

— ¿Eh?

— Este bebé, producto del amor entre Toshio y yo, deberá llamarse Tetsuya. Y quiero que le críes sabiamente cuando yo no esté aquí.

— De qué estás hablando, Natsuki.

— Cuando Tetsuya nazca, mi vida se extinguirá.

— ¡Qué tontería! Eres la Ninfa más poderosa en el Reino de las Hadas, muy pocas se ponen a tu altura, la propia Ijana te temía, por eso en lugar de confrontarte te desterró del reino.

— Demiyah escúchame, lo que te digo sucederá. Mi vida ha de extinguirse por Tetsuya. Quiero que él viva, pero al mismo tiempo dejaré en sus manos un futuro lleno de sangre y guerra. Pero para evitarle el dolor más penoso de todos, dejaré en tu poder algo que deberás entregarle cuando se haya enamorado por primera vez.

— Natsuki…

— Es la Joya del Unicornio, la encontré hace mucho tiempo, cuando yo aún era una niña, nosotras ni siquiera nos habíamos conocido entonces Demiyah. Esta joya es la más poderosa de todas las existentes en el mundo, pero solo vibrará con la magia de otro artilugio mágico.

— ¿Otro artilugio?

— Sí, uno llamado Espada Roja. No puedo darte detalles, porque aún inconscientemente podríamos alterar el curso natural de las cosas. Y ni aún nosotras podemos intervenir en las leyes de la vida y el destino. Solo recuerda, cuando Tetsuya se haya enamorado por primera vez, cuando le veas mostrar sus alas con la determinación de un guerrero, deberás entregársela.

— ¿Sabrá qué hacer con la joya?

— No. Pero la joya responderá a él por la voluntad de su corazón.


Cuando las alas iridiscentes de Kuroko se agitaron para alejarse del ataque certero del pelirrojo, la Joya del Unicornio que había ocultado con hechizos mágicos en su vientre, se tatuó sobre la piel brillando con tono plateado. El peliazul podía sentir los movimientos oscilatorios de la magia de la joya, como si surcara en su piel su propia voluntad. Y vibraba más fuerte cuanto más se acercaba la Espada Roja, como si ambos artilugios se reconocieran o llamaran.

Kagami bramó iracundo, y una vez más su apariencia cambió. El ardor que una vez sintió sobre sus omóplatos y la frente, se intensificó entonces, alejando al mismo tiempo la helada sensación de la sangre en sus venas que el peliazul había estado usando en su contra. Ahora, cada poro de su piel ardía como fuego alimentado por oxígeno y gases, crepitando en su interior con la fuerza del infierno.

Prepárate, para caer a mis pies, Tetsuya.

El pelirrojo dijo con voz perversa, corrompido por la malicia que Kuroko no podía atravesar con la bondad de su corazón, ni de la magia que le circula en las venas. Kagami entonces poseía esta intimidante figura, dos llamas de fuego flotaban en su frente, y un par de alas azul oscuro con tintes rojizos habían crecido en sus omóplatos, además, un látigo de fuego emanó a la altura de su coxis. Esto era, lo más cercano al  demonio que Kuroko había visto en sus sueños.

— Taiga, no lo hagas.

¿El qué? ¡Atacarte con todo mi poder!

Durante minutos los ataques de Kagami fueron eludidos por Kuroko, pero cuando más tiempo pasaba, menos contacto podía sentir el peliazul con el corazón de su amante. La ira lo estaba consumiendo. Y entonces, perdiendo la concentración al ser alcanzado por trampas del propio Clan Kagami en el lugar, el pelirrojo tuvo la oportunidad para acertar con su espada. Unos cortes rasgaron hasta la piel en los brazos del peliazul.

— Te tiembla la mano, Taiga.

El pelirrojo sonrió, claro que le temblaba. La conciencia del chico enamorado del peliazul seguía arremetiendo contra la fracturada inconsciencia del legado milenario de su estirpe. Cuando Kagami quiso retomar el ataque, su cuerpo no le respondió, estaba paralizado, y la apariencia que poseía fue suplantada una vez más, entonces era un licántropo en su esplendor. Una bestia de temerosas fauces, de imponente altura, de amenazantes garras. La Espada Roja se veía pequeña en la musculosa extremidad.

La imagen de Kagami apareció en su mente, un Kagami transformado en licántropo era envuelto por llamas escarlata y una espada le atravesaba el corazón.

El pensamiento resonó con fuerza en la mente de Kuroko. Kagami había intentado atacarle una vez más, pero la mano que empuñaba la espada no se movió hacia el frente, hizo un movimiento inverso y terminó atravesando su propio pecho.

— ¡Taiga!

--//--

Cuando arribaron a aquel lugar ni Aomine ni Kiyoshi conseguían sentirse en lo más mínimo tranquilos. Sus instintos estaban a flor de piel prestos y en guardia, listos para atacar, para matar sin pizca de contemplación. En tanto, Sakurai e Izuki seguían andando cuesta arriba por una colina que desembocaba en la entrada de lo que parecía ser un castillo en ruinas. El moho en los muros de piedra y cantera era evidente en las zonas inferiores, además de las enredaderas que trepaban por los muros exteriores y en las torres paralelas del frente. El enorme portón principal crujió al abrirse, y cuando las puertas se abrieron de par en par los cuatro jóvenes vislumbraron el recinto amurallado demasiado solitario como para ignorar el denso aire que flotaba en el ambiente.

— Niebla, no es tan extraño a esta altura de la montaña, pero mantengan la guardia.

— Hay que entrar… — Izuki dijo, casi ignorando las palabras de Kiyoshi. El licántropo reveló parte de su naturaleza, las toscas garras tomaron lugar en las extremidades superiores. El Ángel entró en el castillo con pasos seguros, casi calmos.

— Percibo un aura maligna en el aire… — Aomine señaló mientras olfateaba y casi por acto reflejo, se apuntalaba al frente de su novio.

— Es porque aquí no somos bienvenidos, Daiki… — Sakurai comentó con seriedad, y con un solo movimiento de mano las brumas que flotaban bajo en el suelo se dispersaron dejando vía libre en el interior del castillo.

Conforme la neblina se disipó, se fueron despejando otros espacios del castillo. En uno de los pasillos de alrededor una silueta fue visible, la mujer de cabello castaño les observaba sin inmutarse, casi como si les hubiera estado esperando. Con una espada cruzada en la espalda, un par de armas de fuego en los costados de la cintura, y un juego de dagas en los muslos, la mujer echó a andar por el pasillo, pasando por un arco con un grabado en la curva superior que a los Ángeles resultó familiar, pero que para Aomine y Kiyoshi carecían de significado.

— ¿Qué estás haciendo, Ryo? — El moreno preguntó con tono hosco cuando su novio dirigió sus pasos en aquella dirección.

— Seguirla, por supuesto.

— No. Tú mismo dijiste que no somos bienvenidos, entonces por qué vas a seguirla. Quédate aquí junto con Izuki.

— No vamos a quedarnos. Estamos aquí porque es necesario.

— Aomine-kun, esa chica nos invocó. Necesitamos averiguar cómo una simple mortal fue capaz de usar tal magia. Kiyoshi lo sabe muy bien, aún para los inmortales, convocar a un Ángel no es sencillo, excepto quizá para el líder de la Orden de los Guardianes.

Los cuatro muchachos avanzaron siguiendo la silueta femenina. Llegaron así a lo que se consideraría la plaza de armas del castillo. Ahí, había todo un contingente de hombres bien armados.

Cazadores… — Kiyoshi dijo, poco conocía a esta orden. Pero no eran para nada amigables cuando se proponían a exterminar inmortales.

— Lo sabemos, Kiyoshi. Por eso estamos aquí, en su morada principal. ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo lograste invocarnos?

— Aida Riko. Sucesora de la orden de los Cazadores. Están aquí no por mi propia determinación. Recientemente hice un amigo.

Cuando la castaña sonrió y se hizo a un lado, unos metros atrás una silueta más emergió de entre el puñado de cazadores.

— Junpei… — El corazón de Kiyoshi se estrujó al verlo.

No, este no era más el Hyuuga Junpei que una vez conoció. Era el Ángel, dominado por la ira y el dolor.

Estando en tales circunstancias, Aomine no iba a permitir que el mínimo daño pudiera alcanzar a su amante. Para él, proteger a Sakurai era lo más importante, por encima de absolutamente todo, incluso de la supervivencia de la humanidad. La naturaleza del moreno entonces se reveló por completo, la tez tostada del licántropo se bañó de oro y plata, e incluso pareciera poseer una silueta más atlética que antes. Sus cabellos azul metálico obtuvieron luces plateadas, y en el profundo añil de sus pupilas, un incandescente dorado titiló cual si sus ojos se hubieran bañado de polvo estelar. Es el Elfo Negro que nunca había revelado, pero que bullía de lo más recóndito de su sangre, de su genética, de su magia. El legado de su madre.

— No hay más lugar para nosotros en este mundo, Teppei. Debemos desaparecer, exterminarnos.

— Qué es lo que estás diciendo… — Fue Izuki quien siseó, sintiendo su propia magia vibrar a través de sus poros. Sin embargo, lo que realmente le enfurecía era que Hyuuga usara su decepción por Kiyoshi para aliarse al rival.

— Tengamos una pelea tú y yo, Izuki Shun. Veamos cuál de los dos es el mejor.

— No me interesa demostrar superioridad ante ti, Hyuuga.

— Entonces, ¿está bien si provocamos un enfrentamiento? — No, tampoco fue Hyuuga quien dijera aquello.

Ha sido la misma Riko quien hablara, su voz sonaba rencorosa, sombría, casi ajena a la conciencia de la joven cazadora. Sakurai alcanzó a vislumbrar hilos atados a la castaña.

— Te están manipulando… — Las palabras del castaño no llegaron a oídos de nadie.

Y es que un solo movimiento de mano ha sido la orden que los cazadores necesitaron para atacar. Hyuuga no dudó en lanzarse sobre Izuki, ni Kiyoshi en interponerse entre los dos.

--//--

Seijuro y Furihata han llegado a su destino, el edificio principal del Imperio Akashi. El de cabellos bermellón está aquí para ejecutar el último paso de su elaborado plan. Enfrentar a su propio padre en un duelo a muerte.

— Seijuro, Masaru-san no está esperándote aquí.

— ¿Cómo lo sabes?

— Solo, creo que él sabría que vendría a enfrentarlo en este lugar. Y dejaría a sus mejores hombres como peones para desechar, ¿no es así?

— Lo es. Sé que mi padre no está aquí. Sin embargo, Koki, también sé que aquí está algo más que me interesa.

— ¿Qué es?

— Un arma que mi padre no llevaría consigo.

--//--

Con batallas iniciadas en varios puntos alrededor del planeta, inmortales y mortales están compartiendo un pasaje que se escribirá en la historia. Pocos, quizá nadie en realidad, podrían quedar fuera.

Himuro y Murasakibara no habían querido involucrarse, pero Masaru Akashi había arrastrado al licántropo en ello, y el vampiro se ha añadido por voluntad propia, para seguir a su amante. Y ha resultado que se han encontrado con Kasamatsu, Kise, Takao y Midorima, en bandos opuestos. Cuatro contra dos parece una ventaja enorme y desleal, por lo que Kasamatsu y Kise han decido el enfrentamiento a Takao y Midorima por petición de ellos mismos.

La batalla se ha iniciado cerca del Concilio Supremo, donde Kasamatsu y Kise pretenden llegar, tomar el concilio bajo su tutela y derrocar a Kaage Den. Otros aliados hacen lo propio en el Sínodo de las Tinieblas, el Consejo de Magia y el Canon de Lycans.

El Guardián Hotaru se ha encontrado con la escena por coincidencia del destino, después de haber descubierto que Hyuuga no estaba en la ciudad y que el Guardián que debía haberle protegido, había sido asesinado por el propio cuarto Ángel.

— Mitobe, ¿previste esto con tu poder?

Preguntarse no tiene caso, porque no recibirá respuesta ya que el muchacho está con Koganei en su casa. Solo espera que esta guerra iniciada no llegue hasta ellos.

— Me pregunto si la Orden de los Guardianes se ha movilizado con todo su poder ya.

Por supuesto, el Adalid de la Orden, Demiyah Kuroko, estaba enterada y activa, pese a la herida que aún no sanaba. Y su esposo, Toshio, estaba más furioso que nunca.

--//--

Kuroko se ha apresurado hacia Kagami, los ríos de sangre corren cuesta abajo brotando de la herida en el pecho del pelirrojo. El corazón del peliazul agoniza junto al dolor de su amante.

— Taiga.

— Tetsuya… — El pelirrojo jadea apenas consciente.

La Espada Roja que atraviesa su cuerpo arde al rojo vivo. El tatuaje en el vientre del peliazul emerge y toma forma, una joya plateada que envuelve la espada sellando su magia.


Continuará……

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