“No estás condenado a ser el mismo por toda la
eternidad. Un hombre puede forjarse una nueva identidad si lo desea.”
Christopher
Paolini
Capítulo
20. LA JOYA DEL UNICORNIO
~*~
A
Kuroko se le heló la sangre cuando vio a Kagami avanzar con esa aura rojiza
emanando de su cuerpo. Los ojos de su novio estaban llenos de ira, una ira
milenaria que parecía y era, ajena al pelirrojo; sin embargo, bullía a través
de él con el ímpetu de todo su linaje y el propio legado de su madre biológica.
La espada que sostenía en la mano derecha imponía respeto e inspiraba temor, la
cuchilla brillaba a la luz de la luna pero con un resplandor rojizo propio de
la hoja metálica.
—
¿Cómo llegó la Espada Roja a Taiga? — Etsuko cuestionó, aunque no esperaba
necesariamente una respuesta.
—
Simplemente apareció delante de nosotros, y Taiga la tomó al instante… — El
peliazul dijo, tensando los puños pues ese momento minutos atrás le había
llenado de impotencia… — La Joya del Unicornio, usted dijo que era el interruptor de esa espada, ¿Cómo
funciona, Etsuko-san?
—
Lamentablemente, no tengo la respuesta Tetsuya.
En
cuanto la mujer dijo aquello, el pelirrojo se lanzó al ataque. Etsuko, Tomoe y
Keishiro intentaron contener su embate, pero la magia que despidió con unos
cuantos movimientos de espada les hicieron retroceder en el campo nevado cerca
del sitio donde Kuroko había estado resguardado todo el tiempo.
La
mirada de Kagami fue de inmediato a Kuroko, y la intención de su espada parecía
ser el corazón del Ángel. El pelirrojo torció una sonrisa macabra, se ha
vislumbrado a sí mismo como el Demonio que tomaría la preciada vida de criatura
tan hermosa.
—
Taiga.
—
El Taiga que conoces, no está más aquí,
Tetsuya.
—
Te equivocas. Tú eres Kagami Taiga, no me importa cómo luzcas ahora, sigues
siendo el mismo para mí.
—
Veremos si sigues pensando eso después de
que mi espada atraviese tu corazón.
Kagami
se lanzó al ataque sin titubear, la ira de sus ojos podría poner a temblar aún
a los líderes de cada clan de criaturas mágicas. Pero Kuroko no, él no dejaría
que esta apariencia de su amante le hiciera menguar ni un poco, le amaba, y por
eso incluso pelearía a muerte contra él. Así pues, el peliazul mostró su propia
naturaleza, las alas iridiscentes brotaron en sus omóplatos y él levantó el
vuelo eludiendo así el embate mortal del pelirrojo. La espada roja siseó en el
aire y se clavó en el suelo, la nieve alrededor se derritió bajo su filo y
logró llegar más allá atravesando la tierra debajo de la gruesa capa de nieve
forzando un surco.
—
Ágiles alas, Ángel.
—
Mis alas no vienen de mi naturaleza como ángel, es una herencia del pueblo de
mi madre.
—
Oh sí, el mismo legado que ahora corre
por mis venas.
—
No, te equivocas. Esta aura tuya no es el legado de tu madre. Este Taiga que
tengo ante mí es un reflejo involuntario del linaje de tu estirpe, pero no te
odio ni te temo.
—
Pues deberías. Tengo la intención de
matarte, ¿sabes?
—
No puedes matarme.
—
¿No? Por qué estás tan seguro de eso. ¿Es
acaso que confías en los sentimientos que se supone guardo en mi corazón por
ti?
—
No, no puedes matarme porque soy un Ángel. Soy más poderoso que tú, Taiga.
—
¿Más poderoso que yo? ¡Já! Mírame,
pequeño angelito.
Siseando
en el aire, la Espada Roja apuntaló su magia hacia el peliazul, Kuroko surcó
los cielos alejándose del fuego crepitante que emanaba de la hoja metálica.
Abajo, Kagami reía alto, divertido por los movimientos de escape que el
peliazul ejecutaba. De pronto, algo punzó en su pecho, tan agudo que le obligó
a jadear y ceder sobre una de sus rodillas el peso de su cuerpo. Comenzó a
sentir frío en la sangre, como si algo le estuviese congelando el líquido
carmín en las venas.
—
¿Eres tú haciendo esto, Kuroko?
—
Sí, porque tú me lo estás permitiendo. El verdadero tú en tu interior se está revelando. Incluso si puedo hacerlo por
cuenta propia y derrotarte, someterte a mi voluntad, eres tú mismo, Taiga,
quien no se permitirá hacerme el mínimo daño.
El
pelirrojo gruñó, reveló su naturaleza lycan y mostró el lobo feroz que palpita
en su interior, la fiera apariencia bestial no duró demasiado ocupando la
apariencia de Kagami pues después de ello volvió a una figura más humana, salvo
las garras en las extremidades, tanto superiores como inferiores. Esta faceta
inspiraba una sensación diferente, Kuroko sabía que debía mantenerse alerta,
pero también le parecía que era como el reflejo de la voluntad dividida de su
amante.
—
Taiga.
—
¡Cállate! No me menciones… — El
pelirrojo bramó, claramente tembloroso, incapaz de controlarse a sí mismo.
—
Taiga, suelta la espada.
—
He dicho, ¡que no me nombres! —
Entonces el pelirrojo hizo un nuevo intento por atacar, esa vez el embate fue
fructífero.
…
La Joya del Unicornio. Años
atrás, cuando Natsuki se enamoró de Toshio y tuvo esas visiones de su futuro,
también llegó a conocer los más profundos secretos de su especie. Para la Ninfa
vivir en el reino de las hadas dejó de tener sentido desde el momento en que su
corazón comenzó a latir tan emocionado por el vampiro. Ella sabía desde un
principio la naturaleza del hombre, pero nunca le impresionó particularmente la
esencia de las criaturas inmortales. Natsuki tenía una personalidad mucho más
noble, y veía a mortales e inmortales como iguales.
— Todo lo que necesitamos, es aprender a
convivir entre todos.
— Natsuki, eres una soñadora. Como hada,
deberías saber que hay sueños que simplemente no se pueden cumplir.
— ¿Por qué creer que son solo sueños?
Los mortales luchan a diario por esas metas que consideran sueños, y la gran
mayoría los alcanzan, los hacen realidad. Los clanes de inmortales también lo
han hecho. ¿No soñaron un día con conciliar a las razas más poderosas y surgió
así el que llaman Concilio Supremo?
— Natsuki, solo mantente al margen. La
Orden de las Hadas no se involucrará en las siniestras manías de los inmortales
por buscar más poder.
— Esas siniestras manías siempre
arrastran a los mortales.
— Te lo digo, mantente al margen, no es
de nuestra incumbencia.
— ¿Incluso si destruyen o envenenan a la
naturaleza?
— Curaremos a la naturaleza, pero no nos
involucraremos en las guerras entre inmortales, aun cuando los mortales queden
en el medio, Natsuki.
— ¡Esa actitud es tan denigrante para
nuestra Orden!
— La única actitud denigrante para la
Orden de las Hadas es la tuya, Natsuki. Eres como las Veelas, hadas llenas de
amor propio e ideas absurdas.
— Somos lo que la misma Naturaleza ha
decidido, ¿se han puesto a pensar que tenemos esta mentalidad, esta actitud,
esta personalidad y este poder, porque la naturaleza misma quiere que hagamos
algo?
— Guarda silencio, Natsuki. Esta reunión
culmina aquí.
— No he terminado de hablar.
— Pero yo sí, Natsuki.
— No eres digna del título Áes Sídhe,
Ijana.
— ¿Qué has dicho, Natsuki?
— Lo que ha escuchado claramente. Debes
ser un líder para nuestro reino, pero solo eres un obstáculo más para el
crecimiento de nuestra gente.
Ijana, el hada líder en la
Orden de las Hadas y una de las más antiguas, era conocida sí por su buen
temperamento, pero también se hablaba de su ego. Tan alto e inflamado, que había
ocasiones en que se transformaba en esa Moura vanidosa que solo se ocupa de su
propio placer. Ijana pertenece a ese tipo de hadas, amantes del oro e
incansables buscadoras de un “esposo” digno de su belleza a quien entregarle
todas sus riquezas. A menudo se le veía andar sigilosa entre los bosques del
reino hasta uno de los lagos más cristalinos, grandes y helados, ahí donde se
sienta a la orilla solo para peinar su larga cabellera rubia y admirar el azul
claro de sus ojos en el reflejo acuoso, cantar ladino, encantador, mágico. Y
perder la conciencia hasta que su vanidad se veía lo suficientemente satisfecha
para volver a su sitio.
Ijana y Natsuki nunca se
habían llevado bien, pero en general Natsuki era un hada poco sociable, tímida,
reservada. Pero nadie olvidaba, poderosa. Ella era, cualquiera aseguraría, la
Ninfa más fuerte de todas. Había quienes decían que Natsuki no era una Ninfa
como sus iguales, que poseía una magia diferente. Ijana sentía una envidia
incontrolable cuando escuchaba esto. Pero nunca había tenido un enfrentamiento
con Natsuki porque ella nunca se había revelado de esta manera contra la Orden
de las Hadas. Todos saben de sus escapadas al mundo de los mortales, pero
aunque transgredía las normas de su pueblo, no se tenía suficiente en su contra
como para “castigarle”.
— Natsuki, será mejor que retires tus
palabras.
— No voy a retirar nada, Ijana.
— Te ordeno que te apartes de mi vista,
Natsuki.
— Voy a retirarme, por mi propia
voluntad, Ijana. Pero voy a proclamar mi derecho a acceder al título Áes Sídhe
cuando la primavera llegue. Respetaré el silencio del invierno, pero ten en
cuenta mis palabras.
La Ninfa se marchó
entonces con paso veloz, abrió un campo dimensional y abandonó incluso el Reino
de las Hadas viajando hasta aquel sitio que últimamente sentía como un refugio.
Se trataba de los dominios de Kuroko Toshio, el vampiro de quien estaba
enamorada.
— Estás en los territorios del Clan
Kuroikage, ¿lo sabes?
Cuando Natsuki se vio
sorprendida por la mirada azulina del vampiro, su corazón latió a toda
velocidad, como cuando cruza los bosques de su reino llena de una alegría
inconmensurable.
— Lo sé, y también sé quién eres. Kuroko
Toshio, líder de tu clan.
— Así que, ¿qué hace tan hermosa mujer
en estos terrenos? ¿Estás perdida?
— No, no lo estoy. Es aquí justamente
donde quiero estar en estos momentos.
— ¿Qué eres? No luces como una de los
míos, y tu aroma definitivamente no es el de una lycan, ni una bruja.
— Soy un hada. Una Ninfa, me llamo
Natsuki.
— Natsuki. Un precioso nombre, para una
hermosa mujer.
Las mejillas del hada se tiñeron de
rojo, resaltando así en su nívea piel. Entonces Toshio se permitió observarla
de pies a cabeza, admirar su largo cabello trenzado en los costados y formando
una tiara en la coronilla. Vestía ropas ligeras de seda, con los hombros y las
piernas desnudas, poseía además ojos color miel, los que contrastaban con el
azul océano de su sedosa cabellera. Era esbelta, delicada, de sonrisa afable.
— Tal belleza, solo podía deberse a un
hada.
— ¿No me temes?
— No, por qué debería.
— He conocido otros de tu especie, temen
a mi pueblo porque creen que de verdad somos tan peligrosas como algunos libros
dicen.
— No todos los registros son ciertos. Y
aún si lo fueran, no te temería a menos que viera mi vida en riesgo. Y no lo
siento ahora.
La Ninfa sonrió, había
agradecimiento y vergüenza en su expresión. Aquella noche de media luna en el
firmamento, Natsuki y Toshio conversaron hasta que el sol despuntó. Y noches
como esa se repitieron en adelante durante mucho tiempo, hasta que Natsuki
aceptó la invitación de Toshio para quedarse en su Clan, como su esposa.
Tiempo después, Natsuki se
reencontró con Demiyah, una bruja que había sido aceptada por la Orden de las
Hadas desde niña, y con quien había entablado una amistad que no tuvo tiempo de
florecer hasta entonces. Sin embargo, Natsuki siempre veía en los ojos de
Demiyah un sentimiento silencioso que la bruja conservaba recelosa en lo más
profundo de su corazón. Aún así, para Natsuki pocas cosas permanecían
escondidas, tenía la habilidad de ver incluso si ella no lo deseaba, más allá
de las cosas simples. Así supo que su amiga estaba enamorada del mismo hombre
que ella. Y que sería la bruja quien tomaría su lugar a lado de Toshio, no solo
como esposa, sino también como madre del hijo que ella tendría, pero que no
podría criar.
— Demiyah, hablemos un momento.
— ¿Ahora? Se está preparando un
contingente para salir. La Orden de los Guardianes se apartará del Clan
Kuroikage y una batalla resultará de todo esto.
— Lo sé. Pero Toshio se está encargando
ya de todo esto. Así que quédate conmigo, por favor.
— De acuerdo… — La bruja suspiró antes
de tomar asiento en una de las sillas en los aposentos de su amiga… — Nacerá
pronto, ¿cierto?
— Quizá incluso antes de lo esperado.
— ¿Duele mucho? Debería llamar a Toshio.
— No. Él deberá cumplir su encomienda.
Nuestro bebé nacerá cuando haya vuelto, pero aún será antes de tiempo. Y eso es
parte de lo que quiero hablar contigo, Demiyah.
— ¿Eh?
— Este bebé, producto del amor entre
Toshio y yo, deberá llamarse Tetsuya. Y quiero que le críes sabiamente cuando
yo no esté aquí.
— De qué estás hablando, Natsuki.
— Cuando Tetsuya nazca, mi vida se
extinguirá.
— ¡Qué tontería! Eres la Ninfa más
poderosa en el Reino de las Hadas, muy pocas se ponen a tu altura, la propia
Ijana te temía, por eso en lugar de confrontarte te desterró del reino.
— Demiyah escúchame, lo que te digo
sucederá. Mi vida ha de extinguirse por Tetsuya. Quiero que él viva, pero al
mismo tiempo dejaré en sus manos un futuro lleno de sangre y guerra. Pero para
evitarle el dolor más penoso de todos, dejaré en tu poder algo que deberás
entregarle cuando se haya enamorado por primera vez.
— Natsuki…
— Es la Joya del Unicornio, la encontré hace mucho tiempo, cuando yo aún
era una niña, nosotras ni siquiera nos habíamos conocido entonces Demiyah. Esta
joya es la más poderosa de todas las existentes en el mundo, pero solo vibrará
con la magia de otro artilugio mágico.
— ¿Otro artilugio?
— Sí, uno llamado Espada Roja. No puedo
darte detalles, porque aún inconscientemente podríamos alterar el curso natural
de las cosas. Y ni aún nosotras podemos intervenir en las leyes de la vida y el
destino. Solo recuerda, cuando Tetsuya se haya enamorado por primera vez,
cuando le veas mostrar sus alas con la determinación de un guerrero, deberás
entregársela.
— ¿Sabrá qué hacer con la joya?
— No. Pero la joya responderá a él por
la voluntad de su corazón.
…
Cuando
las alas iridiscentes de Kuroko se agitaron para alejarse del ataque certero
del pelirrojo, la Joya del Unicornio que había ocultado con hechizos mágicos en
su vientre, se tatuó sobre la piel brillando con tono plateado. El peliazul
podía sentir los movimientos oscilatorios de la magia de la joya, como si
surcara en su piel su propia voluntad. Y vibraba más fuerte cuanto más se
acercaba la Espada Roja, como si ambos artilugios se reconocieran o llamaran.
Kagami
bramó iracundo, y una vez más su apariencia cambió. El ardor que una vez sintió
sobre sus omóplatos y la frente, se intensificó entonces, alejando al mismo
tiempo la helada sensación de la sangre en sus venas que el peliazul había
estado usando en su contra. Ahora, cada poro de su piel ardía como fuego alimentado
por oxígeno y gases, crepitando en su interior con la fuerza del infierno.
—
Prepárate, para caer a mis pies, Tetsuya.
El
pelirrojo dijo con voz perversa, corrompido por la malicia que Kuroko no podía
atravesar con la bondad de su corazón, ni de la magia que le circula en las
venas. Kagami entonces poseía esta intimidante figura, dos llamas de fuego
flotaban en su frente, y un par de alas azul oscuro con tintes rojizos habían
crecido en sus omóplatos, además, un látigo de fuego emanó a la altura de su
coxis. Esto era, lo más cercano al
demonio que Kuroko había visto en sus sueños.
—
Taiga, no lo hagas.
—
¿El qué? ¡Atacarte con todo mi poder!
Durante
minutos los ataques de Kagami fueron eludidos por Kuroko, pero cuando más
tiempo pasaba, menos contacto podía sentir el peliazul con el corazón de su
amante. La ira lo estaba consumiendo. Y entonces, perdiendo la concentración al
ser alcanzado por trampas del propio Clan Kagami en el lugar, el pelirrojo tuvo
la oportunidad para acertar con su espada. Unos cortes rasgaron hasta la piel
en los brazos del peliazul.
—
Te tiembla la mano, Taiga.
El
pelirrojo sonrió, claro que le temblaba. La conciencia del chico enamorado del
peliazul seguía arremetiendo contra la fracturada inconsciencia del legado
milenario de su estirpe. Cuando Kagami quiso retomar el ataque, su cuerpo no le
respondió, estaba paralizado, y la apariencia que poseía fue suplantada una vez
más, entonces era un licántropo en su esplendor. Una bestia de temerosas
fauces, de imponente altura, de amenazantes garras. La Espada Roja se veía
pequeña en la musculosa extremidad.
La imagen de Kagami
apareció en su mente, un Kagami transformado en licántropo era envuelto por
llamas escarlata y una espada le atravesaba el corazón.
El
pensamiento resonó con fuerza en la mente de Kuroko. Kagami había intentado
atacarle una vez más, pero la mano que empuñaba la espada no se movió hacia el
frente, hizo un movimiento inverso y terminó atravesando su propio pecho.
—
¡Taiga!
--//--
Cuando
arribaron a aquel lugar ni Aomine ni Kiyoshi conseguían sentirse en lo más
mínimo tranquilos. Sus instintos estaban a flor de piel prestos y en guardia,
listos para atacar, para matar sin
pizca de contemplación. En tanto, Sakurai e Izuki seguían andando cuesta arriba
por una colina que desembocaba en la entrada de lo que parecía ser un castillo
en ruinas. El moho en los muros de piedra y cantera era evidente en las zonas
inferiores, además de las enredaderas que trepaban por los muros exteriores y
en las torres paralelas del frente. El enorme portón principal crujió al
abrirse, y cuando las puertas se abrieron de par en par los cuatro jóvenes
vislumbraron el recinto amurallado demasiado solitario como para ignorar el
denso aire que flotaba en el ambiente.
—
Niebla, no es tan extraño a esta altura de la montaña, pero mantengan la
guardia.
—
Hay que entrar… — Izuki dijo, casi ignorando las palabras de Kiyoshi. El
licántropo reveló parte de su naturaleza, las toscas garras tomaron lugar en
las extremidades superiores. El Ángel entró en el castillo con pasos seguros,
casi calmos.
—
Percibo un aura maligna en el aire… — Aomine señaló mientras olfateaba y casi
por acto reflejo, se apuntalaba al frente de su novio.
—
Es porque aquí no somos bienvenidos, Daiki… — Sakurai comentó con seriedad, y
con un solo movimiento de mano las brumas que flotaban bajo en el suelo se
dispersaron dejando vía libre en el interior del castillo.
Conforme
la neblina se disipó, se fueron despejando otros espacios del castillo. En uno
de los pasillos de alrededor una silueta fue visible, la mujer de cabello
castaño les observaba sin inmutarse, casi como si les hubiera estado esperando.
Con una espada cruzada en la espalda, un par de armas de fuego en los costados
de la cintura, y un juego de dagas en los muslos, la mujer echó a andar por el
pasillo, pasando por un arco con un grabado en la curva superior que a los
Ángeles resultó familiar, pero que para Aomine y Kiyoshi carecían de
significado.
—
¿Qué estás haciendo, Ryo? — El moreno preguntó con tono hosco cuando su novio
dirigió sus pasos en aquella dirección.
—
Seguirla, por supuesto.
—
No. Tú mismo dijiste que no somos bienvenidos, entonces por qué vas a seguirla.
Quédate aquí junto con Izuki.
—
No vamos a quedarnos. Estamos aquí porque es necesario.
—
Aomine-kun, esa chica nos invocó. Necesitamos averiguar cómo una simple mortal fue capaz de usar tal magia.
Kiyoshi lo sabe muy bien, aún para los inmortales,
convocar a un Ángel no es sencillo, excepto quizá para el líder de la Orden de
los Guardianes.
Los
cuatro muchachos avanzaron siguiendo la silueta femenina. Llegaron así a lo que
se consideraría la plaza de armas del castillo. Ahí, había todo un contingente
de hombres bien armados.
—
Cazadores… — Kiyoshi dijo, poco conocía
a esta orden. Pero no eran para nada amigables cuando se proponían a exterminar
inmortales.
—
Lo sabemos, Kiyoshi. Por eso estamos aquí, en su morada principal. ¿Cuál es tu
nombre? ¿Cómo lograste invocarnos?
—
Aida Riko. Sucesora de la orden de los Cazadores.
Están aquí no por mi propia determinación. Recientemente hice un amigo.
Cuando
la castaña sonrió y se hizo a un lado, unos metros atrás una silueta más
emergió de entre el puñado de cazadores.
—
Junpei… — El corazón de Kiyoshi se estrujó al verlo.
No,
este no era más el Hyuuga Junpei que una vez conoció. Era el Ángel, dominado
por la ira y el dolor.
Estando
en tales circunstancias, Aomine no iba a permitir que el mínimo daño pudiera
alcanzar a su amante. Para él, proteger a Sakurai era lo más importante, por
encima de absolutamente todo, incluso de la supervivencia de la humanidad. La
naturaleza del moreno entonces se reveló por completo, la tez tostada del
licántropo se bañó de oro y plata, e incluso pareciera poseer una silueta más
atlética que antes. Sus cabellos azul metálico obtuvieron luces plateadas, y en
el profundo añil de sus pupilas, un incandescente dorado titiló cual si sus
ojos se hubieran bañado de polvo estelar. Es el Elfo Negro que nunca había
revelado, pero que bullía de lo más recóndito de su sangre, de su genética, de
su magia. El legado de su madre.
—
No hay más lugar para nosotros en este mundo, Teppei. Debemos desaparecer,
exterminarnos.
—
Qué es lo que estás diciendo… — Fue Izuki quien siseó, sintiendo su propia magia
vibrar a través de sus poros. Sin embargo, lo que realmente le enfurecía era
que Hyuuga usara su decepción por Kiyoshi para aliarse al rival.
—
Tengamos una pelea tú y yo, Izuki Shun. Veamos cuál de los dos es el mejor.
—
No me interesa demostrar superioridad ante ti, Hyuuga.
—
Entonces, ¿está bien si provocamos un enfrentamiento? — No, tampoco fue Hyuuga
quien dijera aquello.
Ha
sido la misma Riko quien hablara, su voz sonaba rencorosa, sombría, casi ajena
a la conciencia de la joven cazadora. Sakurai alcanzó a vislumbrar hilos atados
a la castaña.
—
Te están manipulando… — Las palabras del castaño no llegaron a oídos de nadie.
Y
es que un solo movimiento de mano ha sido la orden que los cazadores necesitaron para atacar. Hyuuga no dudó en lanzarse sobre
Izuki, ni Kiyoshi en interponerse entre los dos.
--//--
Seijuro
y Furihata han llegado a su destino, el edificio principal del Imperio Akashi.
El de cabellos bermellón está aquí para ejecutar el último paso de su elaborado
plan. Enfrentar a su propio padre en un duelo a muerte.
—
Seijuro, Masaru-san no está esperándote aquí.
—
¿Cómo lo sabes?
—
Solo, creo que él sabría que vendría a enfrentarlo en este lugar. Y dejaría a
sus mejores hombres como peones para desechar, ¿no es así?
—
Lo es. Sé que mi padre no está aquí. Sin embargo, Koki, también sé que aquí
está algo más que me interesa.
—
¿Qué es?
—
Un arma que mi padre no llevaría consigo.
--//--
Con
batallas iniciadas en varios puntos alrededor del planeta, inmortales y mortales
están compartiendo un pasaje que se escribirá en la historia. Pocos, quizá
nadie en realidad, podrían quedar fuera.
Himuro
y Murasakibara no habían querido involucrarse, pero Masaru Akashi había
arrastrado al licántropo en ello, y el vampiro se ha añadido por voluntad
propia, para seguir a su amante. Y ha resultado que se han encontrado con
Kasamatsu, Kise, Takao y Midorima, en bandos opuestos. Cuatro contra dos parece
una ventaja enorme y desleal, por lo que Kasamatsu y Kise han decido el
enfrentamiento a Takao y Midorima por petición de ellos mismos.
La
batalla se ha iniciado cerca del Concilio Supremo, donde Kasamatsu y Kise
pretenden llegar, tomar el concilio bajo su tutela y derrocar a Kaage Den.
Otros aliados hacen lo propio en el Sínodo de las Tinieblas, el Consejo de
Magia y el Canon de Lycans.
El
Guardián Hotaru se ha encontrado con la escena por coincidencia del destino,
después de haber descubierto que Hyuuga no estaba en la ciudad y que el
Guardián que debía haberle protegido, había sido asesinado por el propio cuarto Ángel.
—
Mitobe, ¿previste esto con tu poder?
Preguntarse
no tiene caso, porque no recibirá respuesta ya que el muchacho está con Koganei
en su casa. Solo espera que esta guerra iniciada no llegue hasta ellos.
—
Me pregunto si la Orden de los Guardianes se ha movilizado con todo su poder
ya.
Por
supuesto, el Adalid de la Orden, Demiyah Kuroko, estaba enterada y activa, pese
a la herida que aún no sanaba. Y su esposo, Toshio, estaba más furioso que
nunca.
--//--
Kuroko
se ha apresurado hacia Kagami, los ríos de sangre corren cuesta abajo brotando
de la herida en el pecho del pelirrojo. El corazón del peliazul agoniza junto
al dolor de su amante.
—
Taiga.
—
Tetsuya… — El pelirrojo jadea apenas consciente.
La
Espada Roja que atraviesa su cuerpo arde al rojo vivo. El tatuaje en el vientre
del peliazul emerge y toma forma, una joya plateada que envuelve la espada
sellando su magia.
Continuará……
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