lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 6.


Capítulo 6. De travesuras inocentes y deseos impertinentes
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Kasamatsu estaba nervioso, se le notaba por esa actitud más renegada que en otras ocasiones durante el entrenamiento. Kise por el contrario estaba animado, sonreía con esa alegría tan característica suya, y saludaba cada tanto a las fans de siempre reunidas en torno a la cancha en el gimnasio. Probablemente su coqueteo inocente era razón para los nervios crispados del Capitán de Kaijo, sus compañeros notaban el trato que últimamente Kasamatsu tenía con el rubio, y al Modelo aquello parecía hacerle gracia porque ni de broma evitaba que el de ojos cromados se diera cuenta de sus interacciones con las chicas.

– Pareciera que seas masoquista, haciendo enfadar al Capitán por las puras.

– No hago nada para que se enfade, es el único que reniega, ni el entrenador me llama la atención como Kasamatsu-senpai~ – Asegura con pose altiva, casi retadora, pucheando al final con aura infantil.


– ¡Tú, Kise idiota, qué es lo que estás diciendo! – El Capitán exclama lanzándose sobre el modelo, amenazando con darle una patada pero deteniéndose a medio camino porque se le crispa el cuerpo al escuchar los gritos femeninos llamando al rubio... – Cuándo aprenderán que eres basquetbolista, no un Modelo cuando estás aquí… – Gruñe con voz áspera, baja en comparación de sus habituales gritos hacia el rubio.

– Kasamatsu-senpai~ está celoso de mi popularidad~

– ¡Cállate!

El resto de las prácticas transcurrió de la misma manera. Kise no entendía -aunque más bien fingía no hacerlo, le encantaba ver a su novio con los estribos descontrolados y celoso- y dedicaba sonrisas y guiños a sus admiradoras, mientras que Kasamatsu descargaba sus frustraciones aumentando el ritmo del entrenamiento o maldiciendo a diestra y siniestra. Al terminar ni siquiera esperó por Kise -todo y que a menudo salían juntos y caminaban hasta la avenida junto a otros de sus compañeros-, esa noche Kasamatsu estaba lo suficientemente enfadado como para dejar atrás a su novio. De todas maneras sabía que terminaría dándole alcance. O eso esperaba, porque como no lo hiciera en cuanto lo volviera a ver le patearía el trasero.

– Es increíble cuán celoso puedes llegar a ser Kasamatsu-senpai… – El rubio dijo a un par de pasos de el mayor, desacelerando la carrera y acomodándose el bolso al hombro… – Ni siquiera me has esperado… – Emula un puchero y espera que su novio al menos le dedique una mirada, pero aquel gesto no llega. Comprende entonces que esa vez Kasamatsu de verdad debe estar enfadado con él.

– No tenía ganas de aguantar al señor sonrisitas coqueteando con sus admiradoras… – El de ojos azul cromado señaló con tono severo, su ceño fruncido le decía mucho al modelo acerca de su actual enfado.

– Solo estaba siendo amable~ – Intenta persuadirle suavizando al máximo sus facciones aniñadas.

– Perfecto… – Responde el de ojos cromados sin tregua a más nada.

– Yukio, no te enfades, no es para tanto.

– No te he permitido llamarme por mi nombre, idiota.

– Pero soy tu novio, idiota.

El mayor de los dos se detuvo abruptamente, mirándole con la misma seriedad de hasta entonces, pero también con las mejillas suavemente moteadas. No es que se le hallase olvidado ese detalle acerca del grado de relación que sostienen ahora, es que le ha extrañado que lo diga con tal soltura, ahí en medio de la calle, donde cualquiera podría escucharles.

– ¿Tu familia lo sabe?

– ¿Que salgo contigo? – El rubio cuestionó en susurro, las luces de los faroles y de los autos al pasar iluminaban con claridad las aceras y por ende cada línea dibujada en sus expresiones. Kise vio por primera vez en las facciones del mayor una madurez que le desconocía. Y que para colmo, le enamoró otro poco.

– No solo eso, Kise. ¿Saben que te gustan los chicos? – El de ojos azul cromado tenía sus manos en los bolsillos y sus pies clavados en el mismo lugar. Se sentía inquieto por alguna razón, quizá deseoso de comprender la profundidad de los sentimientos del rubio, probablemente los suyos también.

El azul intenso de sus pupilas de pronto hizo pensar al rubio en un cielo nocturno de aquellos a campo abierto que seducen con su belleza del mismo modo que inspiran cierto respeto y hasta temor. Temor a lo desconocido, a la grandeza inexplorable. Al misterio. Kise tragó saliva y desviando la mirada negó con la cabeza.

– ¿Tus padres lo saben, senpai?

– No. A mí no me gustan los chicos, eres el único que ha conseguido hacerme perder la cabeza, Ryota.

– ¿Por qué estamos hablando de esto?

– Porque es importante. No somos críos, Ryota; tampoco quiero decir que vayamos a estar juntos toda la vida, puede ser que dentro de un año estemos saliendo con alguien más.

– ¿Dejaré de gustarte? – Kise pregunta con voz alterada, sus ojos miran con aprehensión al mayor.

– No lo sé. Hoy puedo asegurarte que no, que seguirás haciéndome perder la cabeza dentro de un año o dos; pero no quiero hacerte promesas que podría no cumplir, Kise. Somos adolescentes, casi adultos, todavía tenemos muchas cosas que aprender de la vida. Muchos cambios aún deben estar por sucedernos.

– Aún no entiendo qué importancia tiene que nuestros padres sepan o dejen de saber si estamos saliendo.

– Apoyo, Kise. Saber si contarás o no con el apoyo de tu familia.

– ¿Y si no están de acuerdo? ¿Para qué complicarnos la vida desde ahora cuando podemos disfrutar lo que tenemos?

– ¿Una relación clandestina?

Kasamatsu no se sorprende cuando la sola mirada ocre del rubio le responde todo lo que las palabras atoradas en su garganta o echas un lío en su mente no permitirían. Kise reanuda el camino con ese andar tan seguro, algo flojo pero firme a la vez, el andar de un jugador confiado de sus habilidades, de un Modelo vanidoso seguro de sus encantos. Kasamatsu le observó unos segundos antes de seguirle el paso, tal vez Kise es menor y aún tienen ambos mucho qué aprender de la vida, pero cada día, cada hora, cada minuto… cada aliento compartido o respiración exhalada con el rubio bailoteando en sus pensamientos, aumentaba el cariño que el de ojos cromados sentía por él.

Y eso en cierta forma, era lo que más le asustaba.
Kise es un modelo y lo será probablemente durante gran parte de su juventud. Es un prodigio no solo del baloncesto, sino de cualquier deporte que se proponga practicar. Y él, un adolescente más jugando a ganarse un lugar en el mundo del baloncesto estudiantil.

Me pregunto cuándo te darás cuenta de que puedes tener a alguien mucho mejor que yo, Kise.


Sakurai había pasado demasiadas vergüenzas esa tarde, ha sido imposible ocultar las marcas que Aomine ha dejado en su cuerpo, visibles en el cuello, la clavícula y hasta en la espalda –el castaño prefiere no recordar la forma en que aquellas marcas violáceas llegaron a aquella zona de su anatomía– eran fácilmente reconocibles con el uniforme puesto, fueron pues razón para que sus compañeros de equipo le hicieran preguntas y trataran de sonsacarle el nombre de la responsable de aquellas marcas. Al final su rostro enrojeció furiosamente por el comentario que Imayoshi hizo antes de entrar a los vestuarios tras finalizar las prácticas.

– Es imposible que una chica deje tales marcas. Se parecen más a las que hace un chico celoso que desea marcar su territorio.

Ni la sonrisa apacible del Capitán había sido suficiente para ignorar el martilleo acelerado de su corazón, el castaño observó a todos lados esperando darse cuenta de que nadie había escuchado, para su desgracia más de algún compañero lo había hecho, y le miraban con expresión extraña. La insinuación del Capitán ha sido más que clara, Sakurai debía estar saliendo con un chico.

Aomine ni siquiera se había inmutado, su actitud desinteresada dolió al muchacho, le hubiera gustado recibir al menos una mirada que le hiciera sentir tranquilo, apoyado. Pero el moreno seguía hojeando su revista de Mai Horikita, tirado en la tarima superior con el uniforme escolar calzado a su cuerpo. Entonces, avergonzado y tímido, Sakurai simplemente susurró una disculpa -nada propio de él, que solía exclamar con voz chillona- y desapareció de ahí sin siquiera cambiarse, echando el bolso al hombro se despidió sin dirigirle la mirada a nadie.

– Sakurai-kun… – Ni el llamado de la pelirosa le hizo detenerse, necesitaba marcharse de ahí. Momoi suspiró y luego con mirada dura, fue directo a encarar al moreno… – ¡Aomine!

– ¿Qué quieres, Satsuki?

– Que te comportes apropiadamente y dejes de ser tan egocéntrico. ¿Has visto lo que ha pasado al menos?

– ¿Lo que ha pasado con qué?

– ¡Con Sakurai-kun!

– ¿Ah? ¿Qué con él?

– ¡Aomine, no finjas que no sabes! ¿Qué es lo que pasa contigo?

– No tienes que ponerte histérica, Satsuki.

– No lo haría si fueras un poco más consciente de lo que haces. Sakurai-kun no es como Kuroko-kun, Aomine.

– ¿Qué mierda tiene que ver Kuroko ahora? – Los ojos azul metálico abandonan finalmente las hojas de la revista y se posan casi con furia sobre los femeninos. Momoi sabe que ha tocado un punto sensible en la estructura mental de su amigo.

– Aomine, eres mi amigo y te quiero mucho; pero no puedo permitir que lastimes a Sakurai-kun por ser tan egoísta e inmaduro. ¿Sabes al menos por qué él te gusta?

– ¿Quién ha dicho que Ryo me guste?

– ¿Entonces por qué razón has dejado esas marcas en su cuerpo?

Aomine pudo seguir jugando a no saber nada, podría haberse hecho el desentendido al respecto; pero no tenía caso ocultarle nada a Momoi, la chica tenía sus formas de saber muchas cosas acerca de él. Hacerse el loco no ayudaría a sacarse a la chica de encima esta vez.

– Tenía hambre y sacié mi necesidad, solo eso. No significa que me guste.

– No puedes usarlo así nada más, Aomine. Sakurai-kun es mucho más sensible y vulnerable que Kuroko-kun.

– Deja de mencionar a Kuroko, Satsuki… – El moreno siseó, se puso de pie y emprendió la marcha... – Deja de meter tus narices donde no te llaman. Si el idiota de Ryo pensó que me gustaba es su problema, jamás le prometí nada.

––//––

Camino a su casa el castaño trataba de pensar cómo ocultar las marcas que Aomine le ha dejado, y sobre todo, cómo evitar que haga más de ellas. Sakurai presentía que el moreno seguiría buscándole para comerle, se lo había dicho desde la primera vez, que le buscaría cada que quisiera. Y él admite con pesar que no tendrá la valía para negarse, no solo porque tema al carácter del muchacho, sino porque sabe que de todas formas no tiene la voluntad que viene del corazón para negarse.

– Aomine-senpai realmente solo juega conmigo… – Suspiró mirando sus pies al andar, la sombra de su silueta dibujándose sobre la acera a cada paso que daba, los adoquines del Parque por el que atravesó para llegar a su parada de autobús hacían eco bajo sus tenis, incluso si no era gran cosa… – Ni siquiera soy una chica, si tanto le gustan los atributos femeninos, por qué sacia su hambre conmigo.

– ¡Hey, Ryo!

El castaño se paraliza, reconoce claramente ese tono de voz grave llamándole con autoridad. Gira el cuerpo y se encuentra con la figura del moreno, los ojos azules del muchacho atraviesan su débil muralla y sacuden el interior de su mente, alcanzando incluso los latidos de su corazón. Se acelera, arranca una carrera más agotadora que un desgastante maratón.

– Aomine-senpai…

– Por qué te largaste así nada más… – Le cuestiona sin rodeos, hay en su forma de mirar al castaño una sensación escalofriante. Sakurai juraría que así es como se sienten las presas al acecho de un temible depredador.

– E-estaba cansado. Lo siento.

– ¿Ah? ¿Y por qué mierda te disculpas?

– Eh, yo. No lo sé… – Admite y evade la mirada con aire derrotado. Este es uno de esos momentos en los que piensa que Aomine podría hacer con él lo que quisiera, y no se negaría en absoluto.

El moreno chasquea la lengua y distraídamente mete las manos en los bolsillos de sus pantalones. ¿Qué hace aquí para empezar? Simplemente podría haberse marchado a su casa, pero no. Está aquí, frente a un silencioso y asustadizo Sakurai que parece aguardar cualquier orden de su parte. Suspira frustrado y mira de soslayo al castaño. Le nota tan indefenso y vulnerable que se le antoja darle algunas mordidas, lamer su tersa piel y besar sus sedosos labios. Aomine se muerde el labio inferior, ¿qué tiene este chiquillo que le hace sentir todo eso?

– ¿Te han molestado los comentarios de los demás? – Pregunta de pronto y no está seguro del por qué ha volcado su atención en aquello.

Era más interesante comérselo. Aunque tuviera que ingeniárselas para secuestrarle por ahí donde nadie les viera. Estando en la calle solo se le ocurría arrastrarlo a su propia casa y no dejarle salir de su habitación. Aomine tenía entonces un dilema, controlar sus hormonas. Porque sí, para el moreno todo se resumía a eso, en su pensamiento lógico no había otra explicación.

– Creí que no te habías enterado, Aomine-senpai… – Sakurai le mira entonces con sorpresa marcada en sus pupilas chocolate. Al moreno se le estrujan las entrañas. Es mucho más apetecible con esa carita linda y las mejillas bañadas de rosa.

– Hacían demasiado escándalo. No podía ver mi revista de Mai Horikita cómodamente.

– C-claro. Lo siento.

– ¿Por qué te importa lo que digan o dejen de decir? Ryo, no eres un niño, eres libre de hacer lo que te plazca. Salir con un tipo o una tipa, dejar marcas o que te las dejen. Ignóralos y ya.

– Me hubiera… me hubiera gustado que Aomine-senpai me mirara al menos. Pero solo mirabas tu revista, a una chica de grandes pechos, de lindas piernas, de escultural cuerpo.

– ¿Y qué esperabas, Ryo? ¿Que dijera que era el culpable de las marcas en tu cuerpo?

– N-no. Aomine-senpai tengo que irme ya. Hasta mañana…

– Espera… – Su brazo sujeta con fuerza la muñeca del castaño. Hay algo atorado en su garganta que se niega a salir. Pero su cuerpo ha actuado por cuenta propia. Aomine frunce el ceño, detesta esta vulnerabilidad innecesaria.

– Aomine-senpai…

– Cállate, Ryo. No puedo pensar con tu voz grabada en mi cabeza.

El moreno le jala, acelera el paso y busca algún sitio en el que ocultarse de miradas curiosas. Entran en un pequeño local de videojuegos y luego atraviesa hasta los pasillos del modesto centro comercial. Una cabina fotográfica se atraviesa en su campo de visión y sin pensarlo se internan en ella.

– Aomine…

La voz del castaño se apaga cuando sus labios son sellados por los del moreno, los brazos rudos y sus dedos toscos presionan sobre sus hombros, sin embargo aquello ni siquiera le importa. La lengua de Aomine se ha colado rápidamente en su boca y hace maravillas dentro, le hace sentir avergonzado pero al mismo tiempo extasiado. Por supuesto, Sakurai está enamorado. Lo perdonaría probablemente todo viniendo de él.

Las luces parpadean pero no se enteran. Una tira de fotografías se desliza en la ventanilla. Escenas congeladas de un beso desesperado.


– ¿Es que alguna vez te di alguna señal de eso?

La pregunta había golpeado con fuerza la mente de Takao. No. Esa era la respuesta que le taladraba el pensamiento desde que se despidió de Midorima y prácticamente salió huyendo de su lado. No quería pronunciar aquella negativa, sería como enterrarse un puñal en la espalda él mismo. Lo que menos necesitaba era darle más motivos al peliverde para rechazarle.

– ¡Joder! ¡Ahora todo va de mal en peor!

Maldijo con frustración, jugando con la pequeña pelotita de goma que golpeaba incesantemente el muro frontal de su habitación. Ni todos los posters de jugadores de baloncesto profesional, ni las luces parpadeantes de la esfera que cuelga del techo, ni el sonido estridente de la música visual en su reproductor de audio, conseguían arrancarle de sus meditaciones.

Porque no, no existían señales que hubiesen ilusionado su corazón. Lo que había pasado con Takao Kazunari podría resumirse en algo parecido al odio-amor. Al principio no se habían llevado bien –técnicamente Midorima no se lleva bien con nadie–, pero luego un día se vio a sí mismo hablando con el ojiverde y cuando se dio cuenta, ya se sentía como si fuera su mejor amigo. Una noche se descubrió a sí mismo teniendo pensamientos insanos con el chico. Shin-chan, así es como le llamaba siempre, con la intención de molestarle, con la intención de tener su atención.

– Y así, solo firmé mi contrato del demonio.


Kuroko se estaba quedando sin excusas para avisarle a sus padres que llegaría tarde o que tendría que pasar la noche en casa de su amigo Kagami. Comenzaba a sentirse culpable porque, lejos de estudiar, lo único que estaban haciendo era besarse más y más, con más confianza que días anteriores, con más anhelo también.

– Tetsuya… – El pelirrojo suspira y vuelve a pasear sus labios por el cuello níveo del peliazul… – Tienes que pedirme que pare.

– Pero no quiero que lo hagas, Taiga… – Jadea a ojos cerrados y nota las pulsaciones ir en aumento, su pecho sube y baja con la respiración más alterada a cada caricia candente de aquellos labios que aprenden rápido y toman ritmo.
Izuki se terminó de secar el cabello, la toalla mediana descansa sobre sus hombros para captar la humedad que aún queda sobre sus mechones oscuros. Se ha puesto el pijama y decide mirar algunos videos de jugadas espectaculares en la web. Se conecta a su red social casi por costumbre, no es que haya algo novedoso de lo que se quiera enterar. La ventanita parpadea en el borde inferior de su monitor. Es Kiyoshi quien le habla. Emoticons con corazoncitos y sonrisas bobas adornan uno tras otro mensaje.

– ¿Sales conmigo a cenar mañana, Izuki?

El chico ojo de águila suspira y observa la pantalla por minutos. Indeciso entre dar una respuesta positiva o negativa.

¿Sabes que he notado hoy mientras practicábamos? Que la forma en que tu silueta se marca bajo el uniforme cambia con cada movimiento que realizas. Me gusta todo de ti.

Las mejillas del menor de los dos se ruborizaron al instante. Kiyoshi Teppei iba en serio con eso de mostrarle que en realidad gusta de él.

Continuará……

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