lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 4


Capítulo 4. De Corazones Rotos y Segundas Oportunidades.
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Izuki no comprendía para nada la razón por la que Kiyoshi le estaba besando. Nada en todo lo que recordaba le cuadraba ahora con esta acción de parte del mayor de los dos. Sin embargo, una parte de su mente salió del parálisis en que su cuerpo ha caído y hace el torpe intento por corresponder; la otra mitad de su pensamiento, la que está en cierta vinculación con su corazón, titubea y teme, tiembla como hoja metálica recién forjada, delicada y fina, flexible y maleable al viento. No tiene ni remota idea del por qué. ¿Por qué Kiyoshi le besa? ¿Por qué con tanta ternura? ¿De dónde viene este cariño que siente a través de los suaves labios del otro?

Si Izuki tuviera el tiempo y la paciencia para pensar y analizar esta situación, seguiría pensando que en este momento Kiyoshi debería tener por coprotagonista a Hyuga, no a él. Porque no hay ni una sola acción significativa que le haga pensar que esto es correcto, que esto es lo que el Corazón de hierro quiere. Aunque se siente bien, aunque ponga a su corazón a latir demasiado acelerado, aunque sienta su rostro caliente, aunque a él Kiyoshi le guste desde hace tiempo y lo haya obligado a enterrar ese sentimiento muy profundo en su corazón para que  no le atormentara días y noches completas. Aunque pudiera parecer una escena color de rosa, romántica y perfecta. Aunque parezca sacado de uno de esos sueños que tuvo al principio, muchos meses atrás cuando le conoció y se le unió en la atrevida empresa de integrar un equipo de baloncesto en Seirin… nada de esto se siente correcto.


– No está bien… – El chico ojo de águila susurró tras empujarle y romper el beso. No necesitaba agachar la mirada, la diferencia de altura era suficiente para que sus ojos no se encontraran aunque sintiera la respiración del mayor cerca y le supiera aún inclinado sobre él. Todo cuanto cabía en su campo de visión era el pecho del mayor, y le encantaría refugiarse ahí. Pero ahora eran poco menos que sueños guajiros.

– Izuki…

– No soy yo quien te gusta. No tienes derecho a jugar así conmigo, Kiyoshi-kun.

– Izuki, no estoy jugando de ninguna manera, claro que me gustas.

– No. A ti quien te gusta es Hyuga, todos lo saben. Incluso Riko. Siempre ha sido así, desde que insististe en conseguir que se quedara en el equipo, todo. Todo lo que has hecho, la forma en que hablan, la forma en que le miras, la confianza que se tienen, sé que es él a quien quieres...

– Izuki… – Kiyoshi le sujetó el mentón levantando suavemente su rostro para que le mirara… – Sé lo que piensan todos. Nunca hice nada por evitar que pensaran que me gusta Hyuga, o que le estimo más que como un amigo. No tenía razones para hacerlo porque sí llegó a gustarme, pero no más. Me gustas tú.

– ¿Te gusto yo? ¿O es simplemente que Hyuga te ha rechazado? – El de ojos oscuros le pregunta, sus pupilas claman una explicación, y también ese nudo que se le atraviesa en la garganta producto de la incertidumbre y el temor a ser herido.

– Él no me ha rechazado. No podría hacerlo ya que nunca le dije lo que sentía por él. Además Hyuga y Riko siempre se han gustado.

– ¿Entonces es por eso?

– Izuki… – Kiyoshi suspira y le abraza inclinando su cuerpo tanto como le resulta necesario para atraparlo en la calidez de sus grandes brazos… – Lo siento, he hecho las cosas mal. He querido decirte que me gustas desde hace días, pero entonces estábamos todos concentrados en los entrenamientos y en los partidos. No es que me gustes porque Hyuga no hubiera correspondido mis sentimientos, o porque no quiera meterme entre Riko y él. No es que me gustes como si no tuviera opción; tampoco es que haya un solo motivo por el que de hecho lo hagas. Solo lo siento así. Pienso en ti cuando estás y aún más cuando no estás.

– Me gustas, Kiyoshi. Y aunque me emociona escucharte decir que te gusto, el beso que me diste me ha confundido y no puedo evitar pensar que no es a mí a quien debiste besar. Te has llevado mi primer beso y tienes mi corazón, pero realmente, qué tengo yo de ti. No puedo evitar pensar que Hyuga sigue estando aquí… – El adolescente apoyó su mano en el pecho del mayor… – No tiembla como mi corazón, y es estúpido, pero siempre he pensando en el amor de forma romántica, que cuando dos personas están destinadas a estar juntas por mínimo sus corazones latirán al unísono.

Izuki le sostuvo entonces una mirada diferente. Kiyoshi comprendió lo que esperaba. No le culpaba, tampoco tenía forma para explicarle lo que siente, no se arrepiente de lo que sintió por Hyuga una vez, no puede borrarlo de sus memorias ni es necesario.

– Si no puedes estar seguro ahora, entonces lo único que puedo prometerte es que me ganaré tu corazón. Porque lo que siento por ti es diferente a lo que pude sentir por nadie más. Solo espera y verás, Shun.

Kiyoshi le besó una mejilla antes de acariciársela con fervor sin dejar de sonreírle de aquella manera algo boba pero firme a la vez. El corazón de Izuki galopó entonces mucho más veloz. Kiyoshi siempre consigue salirse con la suya, la forma en que actúa es de un ganador. E Izuki presiente, que ni su corazón y sus voluntades escaparán de eso.

Teppei murmuró un buenas noches y dando media vuelta se alejó. Solo entonces algo de lucidez entró en los sentidos del menor de los dos. Han estado en la mitad del Parque cercano a su casa, con algunas personas andando por ahí realizando algunos ejercicios nocturnos o siguiendo sus propios caminos a casa. Las blancas mejillas del muchacho se bañaron de carmín. Se cubrió los labios con una mano y mirando hacia todas partes apuró el camino a su hogar, rezando porque nadie le hubiese visto dialogar con el mayor ni mucho menos besarse con él. ¡Con un chico!

¡Ah! Ese tonto, ¿acaso se le olvidó dónde estábamos? – Sin detener su carrera hasta que entró en su casa y se encerró en su habitación, Izuki encontró refugio en su cuaderno, donde su mano garabateó más de una frase de esas que tanto adoraba escribir por mero entretenimiento.

Como hoja de papel arrugada, nunca vuelve a ser lisa y la tinta que caiga sobre ella, resaltará las marcas ya señaladas.

Te entregué mi corazón sin percatarme que al amarte, joven se marchitaría.

De corazones rotos no nacen segundas oportunidades. De corazones confundidos puede que sí.

– ¿Qué estoy escribiendo? – Izuki leyó más de todas esas frases escritas sobre el papel y más se convencía de que ése no era él. Porque a él no le gusta marcar en palabras esta clase de sentimientos. No, para él la escritura era solo un pasatiempo divertido. Pero esto… – Esto se siente como si me hubiesen rechazado. Pero Teppei me besó, me confesó que le gusto, me prometió demostrármelo. Entonces por qué sigo tan asustado.

--//--

De camino a su hogar, Kiyoshi meditaba acerca de todo. Es verdad que con Hyuga hubo una época en que sintió fuertemente atraído. Estuvo enamorado de él, de su personalidad y de su forma de liderar incluso si no lo pensaba. Ni siquiera pasó mucho tiempo de conocerse para sentirse sumamente identificado con Hyuga, le gustaba el tiempo que pasaba con él, hablar de basquetbol sin parar, contarse los planes futuros y compartir metas. Para Kiyoshi, Hyuga había sido como su chico ideal, todo en él le había gustado, incluso su arisco temperamento.

– Probablemente lo que me cautivó fue justamente su carácter… – Sonrió, no como antes cuando aún le gustaba. No, esta era una sonrisa amistosa, una de esas que muestra cuando verdaderamente se siente divertido ante un recuerdo amable del ayer. Antes de su lesión, antes de su larga ausencia, antes de sentir que podía perder todo lo que el baloncesto le significaba… – Pero de Izuki, no sé lo que me gusta de él. Tampoco sé exactamente cuándo pasó. Solo sé que al reintegrarme al equipo, mis ojos lo siguieron más a menudo, había madurado su estilo, pero él seguía siendo algo inoportuno y de pésimos juegos de palabras.

Kiyoshi amplió su sonrisa, se le ruborizaron las mejillas y sus ojos brillaron con intensidad. A ojos de cualquiera tenía cara de idiota. A ojos de conocedores, la expresión boba de un enamorado que camina en automático porque sueña con esponjosas nubes o algodones de azúcar.


Kuroko y Kagami estaban en Maji Burger, sentados uno frente al otro como comúnmente hacen, el pelirrojo con su charola a reventar de hamburguesas, y el peliazul simplemente con su batido. No han intercambiado más palabras desde el beso en la calle, el más alto todavía sentía las mejillas calientes y los labios tibios y húmedos por la forma en que se han besado antes. Nunca se hubiera esperado que el peliazul tomase la iniciativa para aquel tipo de intercambio íntimo de sentimientos, vamos que a él le ha entrado una vergüenza sorprendente seguirle el ritmo. ¡Y encima la propuesta que le ha hecho!

– Kagami-kun, por qué te sonrojas… – Kuroko pregunta con semblante sereno, sorbiendo de la pajilla de su batido sin quitarle los ojos de encima.

– ¡Es tu culpa, maldición! – Kagami dijo con las mejillas tiñéndose abruptamente rojas. Le dio un mordisco enfadado a su hamburguesa y volteó la cara hacia la calle, mirando de soslayo a su novio. Kuroko no le apartaba la mirada, bebía de su batido con el semblante imperturbable y esos grandes y hermosos ojos color azul océano. El sonrojo al pelirrojo le fue en aumento en cuanto se percató de las mariposas que aleteaban presurosas en su vientre… – ¡Es tan vergonzoso tener novio!

– Kagami-kun, ¿me compartes de tu hamburguesa?

– C-claro… – El pelirrojo tomó una hamburguesa de su charola, pero sin que él pudiera evitarlo, su novio ya estaba mordiendo la que él tenía en su otra mano, la que él había estado comiendo antes… – ¡Kuroko, eso es…!

– ¿Qué? – El peliazul le miró intensamente, sin apartarse demasiado. Lo que hizo percatarse al pelirrojo de lo cerca que sus rostros estaban. Kuroko estaba inclinado por encima de la mesa para estar así. Kagami miró alrededor, algunas personas habían virado la atención hacia ellos… – ¿A Kagami-kun le preocupa lo que la gente diga?

– ¿A ti no?

El peliazul volvió a su sitio, tomó de su batido y… no respondió nada. Lo que puso enteramente nervioso al pelirrojo. ¿En verdad no le importaba lo que la gente dijera al verles tan cerca? ¿Estaría enfadado con él ahora? Bien que ha aprendido a conocerle mejor, a entender un poco su pensamiento con solo observarle las miradas, pero justo en ese momento, no tenía idea, honestamente.

– ¿Nos vamos ya?

– No has terminado tus hamburguesas.

– Las pediré para llevar.

Entonces se enfilaron fuera y rumbo hacia la casa del pelirrojo. El silencio volvió a hacerse presente, y ni siquiera #2 irrumpía pues iba plácidamente dormido en el bolso del más bajo. Kagami seguía nervioso, aunque el hecho de que el plan original siguiera en curso le calmaba lo suficiente para saber que Kuroko podría estar molesto pero todavía quería pasar el rato con él.

Cuando arribaron, Kagami se preguntó si debería decirle algo como bienvenido a mi casa o siéntete como en tu casa. Incluso algo más íntimo y confiado como ponte cómodo porque estoy a punto de desnudarte.

– ¡Ah! ¡No es eso!

– ¿Kagami-kun?

El pelirrojo volvió la mirada hacia su novio. Claramente acababa de exclamar en voz alta su pensamiento. Su rostro se volvió rojo como el color de sus mechones. El peliazul pestañeó lindamente, ladeó el rostro y pareció examinarle con la mirada. Kagami tragó hondo, Kuroko se estaba acercando cada vez más. Y en el reducido espacio del sofá en su estancia, no iba a resultar nada bueno para su corazón.

– Kuroko…

– Kagami-kun, ¿puedo quedarme a dormir contigo?

– ¿Ah? ¿Qué?

– Quiero dormir contigo… – El peliazul susurró con voz tímida, bajando un instante la mirada antes de volver a clavar sus grandes ojos azules en él, mostrándole esa vez sus arreboladas mejillas cubiertas de rubor.

– D-dormir… – Kagami volvió a tragar hondo. De pronto estaban apareciendo imágenes insanas en su cabeza. No, honestamente que en su mente no había escenas para nada relacionadas con dormir. Lo que imaginaba era conocerle al desnudo, acariciar su blanca piel y besarle por todas partes.

– ¿No quieres?

– ¡Sí! Sí… sí quiero, Kuroko.

Entonces su mano cayó sobre las rosadas mejillas del peliazul, se las acarició con devoto cariño y acercándose un poco más, fusionó sus labios con los del más bajo. Claramente no iban a esperar más. No sabe si este deseo se debe simplemente a sus hormonas adolescentes o responde mayormente a esa necesidad innata del alma por fusionarse a su igual. Kagami no es demasiado romántico ni ha leído más poemas que los que caen por obligatoriedad en las materias escolares, se considera bastante torpe e inexperto, incapaz de reconocer entre los detalles esperados y los espontáneos momentos de intimidad. Kagami es instintivo, como un tigre madurando en búsqueda de su primera manada. Kuroko es todo lo contrario, es paciente y hasta calculador, no de manera fría sino con sensibilidad; tal vez no sabe lo que quiere de muchas cosas, pero cuando siente conexión con algo en particular, no duda en permitirse caer. Así, ambos cayeron en el amor.

Un beso le siguió a otro, y a otro, y a otro. Cada uno de ellos más húmedo y confiado que el anterior. Y esos besos fueron acompañados entonces por suspiros enamorados, por sonrisas nerviosas y miradas avergonzadas, por búsqueda de mayor contacto físico, de más piel que tocar, de más recovecos en el cuerpo del otro que besar y explorar. De alguna manera Kuroko ha terminado en el regazo de Kagami, con sus manos enredadas tras el cuello del pelirrojo, negándose en despegarse de la boca de su novio pues pareciera que el aliento compartido es el oxígeno que le mantiene con vida.

– Kagami…

– Lo siento…

– No… – El peliazul agita la cabeza en negación y le sonríe. Una sonrisa cristalina y radiante, de esos gestos poco vistos en él… – Me has tomado por sorpresa… – Y es que las manos del pelirrojo habían caído sobre su trasero… – Pero me ha gustado que me toques el trasero, Kagami-kun.

– ¡No digas eso tan vergonzoso!

– Pero es donde me has tocado, y me gustó.

– ¡Ah! ¡Kuroko!

Y llegan esas risas, estridentes y espontáneas. Hermosas. Adornan el rostro bello de Tetsuya como nunca imaginó. Kagami se queda embobado en aquel sonido, en el sutil movimiento de los mechones azul claro, en el rubor que motea las níveas mejillas, en las curvas que se dibujan en sus labios conforme la sensatez de su risa disminuye hasta convertirse en una sencilla sonrisa.

– Kagami-kun, ¿puedo llamarte por tu nombre?

– Puedes, y quiero que lo hagas, Tetsuya.

La sonrisa se expande, corona la felicidad que se talla en su rostro radiante como si fuese el detalle más importante de la silueta esculpida por un artista extraordinario.

– Taiga, hagamos el amor. Por favor.

– ¡Maldición! – Exclama rojo como tomate, prácticamente le saldría humo por las orejas de tanta vergüenza que ha sentido solo al escucharle.

Kuroko sonríe, sabe que aquella exclamación ha venido justamente de la timidez, de la vergüenza, de la inexperiencia. Él está temblando de pies a cabeza, también será su primera vez. Pero no tiene miedo, está seguro de que entregarle su virginidad a Kagami es la mejor decisión que puede tomar en su adolescencia.

– Prometo avergonzarme menos en el futuro, Tetsuya… – El pelirrojo promete de pronto, le toma desprevenido y sus palabras se convierten en una grata sorpresa, significan mucho para el peliazul.

Kagami enmarca el rostro de Kuroko con sus manos, le sostiene por las mejillas y se acerca besándole otra vez. Dulce, romántico, tan prometedor. Y mientras se besan, suelta sus mejillas y sus manos grandes y algo toscas resbalan temblorosas por sus hombros, le acaricia los brazos y rodea finalmente su cintura. Se impulsa hacia arriba poniéndose de pie, Kuroko responde enredando sus piernas alrededor de su cintura, se ancla de su cuello y suspira cuando sus labios se separan. Topan sus frentes y mientras Kagami le carga hasta la habitación, Kuroko sabe que esa noche será inolvidable.

Una vez tiempo atrás creyó que sería imposible para él atreverse a enamorarse. Había una herida en su corazón que amenazaba con doler eternamente. Luego, Kagami y su franca torpeza salvaje llegaron para ilusionarle otra vez. No, no solo para ilusionarle, sino para mostrarle el verdadero color del amor correspondido.

– Taiga… – Suspiró por primera vez cuando los labios del pelirrojo besaron su cuello mientras sus manos pasaban tímidamente por debajo de la playera escolar acariciándole el vientre.

– Nunca había hecho esto, Tetsuya… – Susurra con voz áspera, un tono que no se había escuchado a sí mismo antes.

– Tampoco yo, Taiga… – Labios buscándose con infinita ternura, lenguas enredándose con dulce pasión.

La noche entre ambos recién comenzaba.


Kasamatsu no podía dormir. Aunque Kise no le ha enviado más de esos ridículos mensajitos con proposiciones indecorosas, le ha dejado pensando en ello. Dormir. Vamos, que el muchacho no es lento para comprender el verdadero significado de "dormir" al que el rubio se ha referido. Tampoco necesita pensarlo mucho cuando ha sido más que evidente que el modelo quiere dar el siguiente paso, de otra manera cuando se besan no colaría sus manos debajo de su camiseta palpando la piel a su antojo.

– Maldito Kise, está loco si cree que vamos a liarnos tan pronto en la intimidad… – Dijo para sí, enredándose en las mantas y bufando por enésima vez porque era imposible conciliar el sueño. Comenzaba a imaginarse al rubio con él en situaciones muy, muy subidas de tono. Imaginarle desnudo definitivamente era también otro nivel para su pensamiento… – Él es atractivo de pies a cabeza. Qué vio en mí.

Frunció el ceño y apretó las mantas en sus manos. Aquella pregunta le ha venido a la mente demasiadas veces desde que comenzó a salir con el rubio. Si es que él no era precisamente atractivo, no como Kise. El rubio tenía a todas las féminas en la escuela locas por él, y está segurísimo de que hay también más de un idiota tras su chico. Eso le molesta un poco y le atormenta otro tanto. Si Kise quisiera, elegiría a quien quisiera, no solo de su escuela, sino de cualquier parte de la ciudad; incluso de esos ambientes en los que se encuentra cuando trabaja justamente como modelo, ahí donde otras u otros modelos podrían impresionar al muchacho.

– Odio pensar en eso. Odio que sea tan guapo y popular… – No, aquella noche difícilmente podría dormir con tantos demonios persiguiéndole en duermevela.


Midorima estaba lo suficientemente avergonzado y molesto con Takao por haberle sincerado sus supuestos sentimientos como para responderle siquiera ese texto que le ha enviado seguramente estando todavía fuera de su casa –que sí, el peliverde no piensa tomarse aquello tajantemente como una realidad, el pelinegro bien podría estar tomándole el pelo. O lo que también es altamente probable, su amor podría pasar en un par de semanas o meses, son adolescentes después de todo, y en aquella época del desarrollo humano, los amores tienen fecha de caducidad–.

– Consultaré los horóscopos mañana a primera hora, seguramente encontraré las respuestas que necesito para sentirme tranquilo. Ese idiota de Takao siempre perturbando mis días.

El peliverde terminó de colocarse el pijama e inconscientemente sus ojos verdes buscaron de nuevo su propio móvil. Frunció el ceño y acomodó sus anteojos en la mesita de noche a lado de su cama, necesitaba dormir urgentemente. Dormir y dejar de sentirse así de inquieto, molesto y avergonzado. Detesta sentir.

Y sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya había enviado un texto en respuesta al mensaje del pelinegro.

Imbécil, ¿sabes cuánto detesto pensar en otra cosa que no sea baloncesto? Ven puntual por mí para ir a la escuela.

– No se supone que le dijera eso. No quiero verlo… – Se reprendió a sí mismo, a esa parte de su mente que se empeñaba en restregarle en el pensamiento que necesitaba  de Takao como necesita del aire que respira… – ¡Mh!

Gruñó malhumorado, con ese semblante serio tan suyo, tan marca Midorima que le ha dado más de un sobrenombre estúpido en la escuela media. Se recostó y cubrió su rostro con el antebrazo, ahora incluso la luz de la luna que alcanzaba a atravesar las cortinas de la ventana le molestaba. Todo en él se sentía molesto, sobre todo el ritmo irregular y acelerado de su corazón.


Aomine llegó temprano a clases esa mañana, con su andar perezoso y mirada hastiada se internó en el aula. Sus compañeros se extrañaron de su presencia, pero ninguno se atrevió siquiera a murmura por miedo a hacer explorar su carácter. Sakurai se quedó tieso en su lugar, tenso de pies a cabeza. Aunque feliz también. Aomine estaba ahí, asistiendo a clases, como había dicho el día anterior cuando le comía. El rostro del castaño se encendió ante el recuerdo.

– Oye, Ryo.

– Sí, Aomine-senpai… – El castaño se levantó de inmediato haciendo una exagerada reverencia hacia el moreno.

– Acércate… – Aomine sonrió malicioso.

– ¿Eh?

– Que te acerques. Tengo algo que contarte, es secreto.

– Oh… – Extrañado de las palabras del moreno, Sakurai se inclinó.

– Más cerca, Ryo… – No lo suficientemente cerca para el moreno, cuyos ojos azul metálico fulguraron con picardía.

El castaño hizo caso, acercándose más y más hasta que la respiración del moreno le hacía cosquillas en el cuello.

– Te veré en la azotea del patio sur a la hora del almuerzo. No llegues tarde que estoy muy hambriento… – Aomine dijo, y luego mordisqueó el lóbulo del castaño.

– ¡Aomine-senpai! – Exclamó más que rojo de vergüenza. Los compañeros de clase voltearon a mirarles, pero una sola mirada de Aomine fue suficiente para que todos volvieran a lo suyo y les dejasen en paz.

– Tan ruidoso.

– ¡Lo siento!

– Cállate y siéntate. Quiero ver tu nuca y saborear el manjar que voy a devorarme más tarde… – El moreno se relamió los labios, y el castaño obedeció sentándose rígido como tabla, rojo hasta las orejas. Nervioso y avergonzado. Aomine rió malicioso, realmente deseaba que el almuerzo llegara ya.


Koganei abrazó efusivamente a Mitobe cuando llegó a la entrada de la escuela. Mitobe sonrió y le entregó un pastelito, su favorito. Koganei y su actitud minina rebosaron de alegría, devoró su pastelito sin miramientos y se ensució las mejillas. El pívot sonrió divertido, le entregó un pañuelo desechable y le observó limpiarse. Ellos han estado juntos desde niños, siempre en la misma escuela desde el pre-escolar.

– ¿Mh? ¿Quieres salir a una cita el fin de semana? – Koganei parpadeó como si estuviese procesando la información. Mitobe asintió mientras se confundían entre las decenas de alumnos ingresando a la escuela, cada quien metido en sus propios asuntos… – De acuerdo, esperemos que Riko no nos deje entrenamiento a reventar.

Mitobe volvió a asentir, mirando de soslayo al minino. Su gato inquieto. No, no será la primera vez que salgan a citas, ni será la primera vez que encuentren algún rincón solitario en el que tomarse de las manos y besarse. Hace más de un año que ellos son novios, hace unos meses que se han dado sus mañas para intimar. Hace más de una semana que busca la oportunidad para demostrarle en el mutismo acaparador de una habitación a media luz cuán enamorado sigue de él.

– ¡Hey, Izuki! – El minino agita la mano y da saltitos esperando que su amigo ojo de águila les vea. Mitobe sonríe, sí, por actitudes como esta es que le quiere tanto… – ¿Por qué tienes esa cara? Es como cuando Kagami no duerme por los nervios de un partido importante.

– Anoche tuve muchas cosas en las que pensar.

– ¿En qué?

– Kiyoshi.

– ¿Eh?

– Que Kiyoshi viene llegando. Con Hyuga y Riko… – Izuki señaló a un lado, donde los tres chicos venían alegremente conversando.

Entonces Kiyoshi levantó la mirada y sus ojos cafés captaron las negruzcas pupilas de Izuki. Le hizo temblar. Y su sonrisa… ah, su sonrisa bobalicona, aceleró su ya desprotegido corazón.


Continuará……

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