Capítulo 4. De Corazones Rotos y Segundas Oportunidades.
~~*~~
Izuki no comprendía para nada la razón por la
que Kiyoshi le estaba besando. Nada en todo lo que recordaba le cuadraba ahora
con esta acción de parte del mayor de los dos. Sin embargo, una parte de su
mente salió del parálisis en que su cuerpo ha caído y hace el torpe intento por
corresponder; la otra mitad de su pensamiento, la que está en cierta
vinculación con su corazón, titubea y teme, tiembla como hoja metálica recién
forjada, delicada y fina, flexible y maleable al viento. No tiene ni remota
idea del por qué. ¿Por qué Kiyoshi le besa? ¿Por qué con tanta ternura? ¿De
dónde viene este cariño que siente a través de los suaves labios del otro?
Si Izuki tuviera el tiempo y la paciencia
para pensar y analizar esta situación, seguiría pensando que en este momento
Kiyoshi debería tener por coprotagonista a Hyuga, no a él. Porque no hay ni una
sola acción significativa que le haga pensar que esto es correcto, que esto es
lo que el Corazón de hierro quiere.
Aunque se siente bien, aunque ponga a su corazón a latir demasiado acelerado,
aunque sienta su rostro caliente, aunque a él Kiyoshi le guste desde hace
tiempo y lo haya obligado a enterrar ese sentimiento muy profundo en su corazón
para que no le atormentara días y noches
completas. Aunque pudiera parecer una escena color de rosa, romántica y
perfecta. Aunque parezca sacado de uno de esos sueños que tuvo al principio,
muchos meses atrás cuando le conoció y se le unió en la atrevida empresa de
integrar un equipo de baloncesto en Seirin… nada de esto se siente correcto.
– No está bien… – El chico ojo de águila susurró tras empujarle y
romper el beso. No necesitaba agachar la mirada, la diferencia de altura era
suficiente para que sus ojos no se encontraran aunque sintiera la respiración
del mayor cerca y le supiera aún inclinado sobre él. Todo cuanto cabía en su
campo de visión era el pecho del mayor, y le encantaría refugiarse ahí. Pero
ahora eran poco menos que sueños guajiros.
– Izuki…
– No soy yo quien te gusta. No tienes derecho
a jugar así conmigo, Kiyoshi-kun.
– Izuki, no estoy jugando de ninguna manera,
claro que me gustas.
– No. A ti quien te gusta es Hyuga, todos lo
saben. Incluso Riko. Siempre ha sido así, desde que insististe en conseguir que
se quedara en el equipo, todo. Todo lo que has hecho, la forma en que hablan,
la forma en que le miras, la confianza que se tienen, sé que es él a quien
quieres...
– Izuki… – Kiyoshi le sujetó el mentón
levantando suavemente su rostro para que le mirara… – Sé lo que piensan todos.
Nunca hice nada por evitar que pensaran que me gusta Hyuga, o que le estimo más
que como un amigo. No tenía razones para hacerlo porque sí llegó a gustarme,
pero no más. Me gustas tú.
– ¿Te gusto yo? ¿O es simplemente que Hyuga
te ha rechazado? – El de ojos oscuros le pregunta, sus pupilas claman una
explicación, y también ese nudo que se le atraviesa en la garganta producto de
la incertidumbre y el temor a ser herido.
– Él no me ha rechazado. No podría hacerlo ya
que nunca le dije lo que sentía por él. Además Hyuga y Riko siempre se han
gustado.
– ¿Entonces es por eso?
– Izuki… – Kiyoshi suspira y le abraza
inclinando su cuerpo tanto como le resulta necesario para atraparlo en la calidez
de sus grandes brazos… – Lo siento, he hecho las cosas mal. He querido decirte
que me gustas desde hace días, pero entonces estábamos todos concentrados en
los entrenamientos y en los partidos. No es que me gustes porque Hyuga no hubiera
correspondido mis sentimientos, o porque no quiera meterme entre Riko y él. No
es que me gustes como si no tuviera opción; tampoco es que haya un solo motivo
por el que de hecho lo hagas. Solo lo siento así. Pienso en ti cuando estás y
aún más cuando no estás.
– Me gustas, Kiyoshi. Y aunque me emociona
escucharte decir que te gusto, el beso que me diste me ha confundido y no puedo
evitar pensar que no es a mí a quien debiste besar. Te has llevado mi primer
beso y tienes mi corazón, pero realmente, qué tengo yo de ti. No puedo evitar
pensar que Hyuga sigue estando aquí… – El adolescente apoyó su mano en el pecho
del mayor… – No tiembla como mi corazón, y es estúpido, pero siempre he
pensando en el amor de forma romántica, que cuando dos personas están destinadas
a estar juntas por mínimo sus corazones latirán al unísono.
Izuki le sostuvo entonces una mirada
diferente. Kiyoshi comprendió lo que esperaba. No le culpaba, tampoco tenía
forma para explicarle lo que siente, no se arrepiente de lo que sintió por
Hyuga una vez, no puede borrarlo de sus memorias ni es necesario.
– Si no puedes estar seguro ahora, entonces
lo único que puedo prometerte es que me ganaré tu corazón. Porque lo que siento
por ti es diferente a lo que pude sentir por nadie más. Solo espera y verás,
Shun.
Kiyoshi le besó una mejilla antes de
acariciársela con fervor sin dejar de sonreírle de aquella manera algo boba
pero firme a la vez. El corazón de Izuki galopó entonces mucho más veloz.
Kiyoshi siempre consigue salirse con la suya, la forma en que actúa es de un
ganador. E Izuki presiente, que ni su corazón y sus voluntades escaparán de
eso.
Teppei murmuró un buenas noches y dando media vuelta se alejó. Solo entonces algo de
lucidez entró en los sentidos del menor de los dos. Han estado en la mitad del
Parque cercano a su casa, con algunas personas andando por ahí realizando
algunos ejercicios nocturnos o siguiendo sus propios caminos a casa. Las
blancas mejillas del muchacho se bañaron de carmín. Se cubrió los labios con
una mano y mirando hacia todas partes apuró el camino a su hogar, rezando
porque nadie le hubiese visto dialogar con el mayor ni mucho menos besarse con
él. ¡Con un chico!
– ¡Ah!
Ese tonto, ¿acaso se le olvidó dónde estábamos? – Sin detener su carrera
hasta que entró en su casa y se encerró en su habitación, Izuki encontró
refugio en su cuaderno, donde su mano garabateó más de una frase de esas que
tanto adoraba escribir por mero entretenimiento.
Como
hoja de papel arrugada, nunca vuelve a ser lisa y la tinta que caiga sobre
ella, resaltará las marcas ya señaladas.
Te
entregué mi corazón sin percatarme que al amarte, joven se marchitaría.
De
corazones rotos no nacen segundas oportunidades. De corazones confundidos puede
que sí.
– ¿Qué estoy escribiendo? – Izuki leyó más de
todas esas frases escritas sobre el papel y más se convencía de que ése no era él. Porque a él no le gusta marcar en palabras esta clase de
sentimientos. No, para él la escritura era solo un pasatiempo divertido. Pero
esto… – Esto se siente como si me hubiesen rechazado. Pero Teppei me besó, me
confesó que le gusto, me prometió demostrármelo. Entonces por qué sigo tan
asustado.
--//--
De camino a su hogar, Kiyoshi meditaba acerca
de todo. Es verdad que con Hyuga hubo una época en que sintió fuertemente
atraído. Estuvo enamorado de él, de su personalidad y de su forma de liderar
incluso si no lo pensaba. Ni siquiera pasó mucho tiempo de conocerse para
sentirse sumamente identificado con Hyuga, le gustaba el tiempo que pasaba con
él, hablar de basquetbol sin parar, contarse los planes futuros y compartir
metas. Para Kiyoshi, Hyuga había sido como su
chico ideal, todo en él le había gustado, incluso su arisco temperamento.
– Probablemente lo que me cautivó fue
justamente su carácter… – Sonrió, no como antes cuando aún le gustaba. No, esta
era una sonrisa amistosa, una de esas que muestra cuando verdaderamente se
siente divertido ante un recuerdo amable del ayer. Antes de su lesión, antes de
su larga ausencia, antes de sentir que podía perder todo lo que el baloncesto
le significaba… – Pero de Izuki, no sé lo que me gusta de él. Tampoco sé
exactamente cuándo pasó. Solo sé que al reintegrarme al equipo, mis ojos lo
siguieron más a menudo, había madurado su estilo, pero él seguía siendo algo
inoportuno y de pésimos juegos de palabras.
Kiyoshi amplió su sonrisa, se le ruborizaron
las mejillas y sus ojos brillaron con intensidad. A ojos de cualquiera tenía
cara de idiota. A ojos de
conocedores, la expresión boba de un enamorado que camina en automático porque
sueña con esponjosas nubes o algodones de azúcar.
…
Kuroko y Kagami estaban en Maji Burger,
sentados uno frente al otro como comúnmente hacen, el pelirrojo con su charola
a reventar de hamburguesas, y el peliazul simplemente con su batido. No han
intercambiado más palabras desde el beso en la calle, el más alto todavía
sentía las mejillas calientes y los labios tibios y húmedos por la forma en que
se han besado antes. Nunca se hubiera esperado que el peliazul tomase la
iniciativa para aquel tipo de intercambio íntimo de sentimientos, vamos que a
él le ha entrado una vergüenza sorprendente seguirle el ritmo. ¡Y encima la
propuesta que le ha hecho!
– Kagami-kun, por qué te sonrojas… – Kuroko
pregunta con semblante sereno, sorbiendo de la pajilla de su batido sin
quitarle los ojos de encima.
– ¡Es tu culpa, maldición! – Kagami dijo con
las mejillas tiñéndose abruptamente rojas. Le dio un mordisco enfadado a su
hamburguesa y volteó la cara hacia la calle, mirando de soslayo a su novio.
Kuroko no le apartaba la mirada, bebía de su batido con el semblante
imperturbable y esos grandes y hermosos ojos color azul océano. El sonrojo al
pelirrojo le fue en aumento en cuanto se percató de las mariposas que aleteaban
presurosas en su vientre… – ¡Es tan
vergonzoso tener novio!
– Kagami-kun, ¿me compartes de tu
hamburguesa?
– C-claro… – El pelirrojo tomó una
hamburguesa de su charola, pero sin que él pudiera evitarlo, su novio ya estaba
mordiendo la que él tenía en su otra mano, la que él había estado comiendo
antes… – ¡Kuroko, eso es…!
– ¿Qué? – El peliazul le miró intensamente,
sin apartarse demasiado. Lo que hizo percatarse al pelirrojo de lo cerca que
sus rostros estaban. Kuroko estaba inclinado por encima de la mesa para estar
así. Kagami miró alrededor, algunas personas habían virado la atención hacia
ellos… – ¿A Kagami-kun le preocupa lo que la gente diga?
– ¿A ti no?
El peliazul volvió a su sitio, tomó de su
batido y… no respondió nada. Lo que puso enteramente nervioso al pelirrojo. ¿En
verdad no le importaba lo que la gente dijera al verles tan cerca? ¿Estaría
enfadado con él ahora? Bien que ha aprendido a conocerle mejor, a entender un
poco su pensamiento con solo observarle las miradas, pero justo en ese momento,
no tenía idea, honestamente.
– ¿Nos vamos ya?
– No has terminado tus hamburguesas.
– Las pediré para llevar.
Entonces se enfilaron fuera y rumbo hacia la
casa del pelirrojo. El silencio volvió a hacerse presente, y ni siquiera #2
irrumpía pues iba plácidamente dormido en el bolso del más bajo. Kagami seguía
nervioso, aunque el hecho de que el plan
original siguiera en curso le calmaba lo suficiente para saber que Kuroko
podría estar molesto pero todavía quería pasar el rato con él.
Cuando arribaron, Kagami se preguntó si
debería decirle algo como bienvenido a mi
casa o siéntete como en tu casa.
Incluso algo más íntimo y confiado como ponte
cómodo porque estoy a punto de desnudarte.
– ¡Ah! ¡No es eso!
– ¿Kagami-kun?
El pelirrojo volvió la mirada hacia su novio.
Claramente acababa de exclamar en voz alta su pensamiento. Su rostro se volvió
rojo como el color de sus mechones. El peliazul pestañeó lindamente, ladeó el
rostro y pareció examinarle con la mirada. Kagami tragó hondo, Kuroko se estaba
acercando cada vez más. Y en el reducido espacio del sofá en su estancia, no
iba a resultar nada bueno para su
corazón.
– Kuroko…
– Kagami-kun, ¿puedo quedarme a dormir
contigo?
– ¿Ah? ¿Qué?
– Quiero dormir contigo… – El peliazul
susurró con voz tímida, bajando un instante la mirada antes de volver a clavar
sus grandes ojos azules en él, mostrándole esa vez sus arreboladas mejillas
cubiertas de rubor.
– D-dormir… – Kagami volvió a tragar hondo.
De pronto estaban apareciendo imágenes insanas
en su cabeza. No, honestamente que en su mente no había escenas para nada
relacionadas con dormir. Lo que imaginaba era conocerle al desnudo, acariciar
su blanca piel y besarle por todas partes.
– ¿No quieres?
– ¡Sí! Sí… sí quiero, Kuroko.
Entonces su mano cayó sobre las rosadas
mejillas del peliazul, se las acarició con devoto cariño y acercándose un poco
más, fusionó sus labios con los del más bajo. Claramente no iban a esperar más.
No sabe si este deseo se debe
simplemente a sus hormonas adolescentes o responde mayormente a esa necesidad
innata del alma por fusionarse a su igual. Kagami no es demasiado romántico ni
ha leído más poemas que los que caen por obligatoriedad en las materias
escolares, se considera bastante torpe e inexperto, incapaz de reconocer entre
los detalles esperados y los espontáneos momentos de intimidad. Kagami es
instintivo, como un tigre madurando
en búsqueda de su primera manada. Kuroko es todo lo contrario, es paciente y
hasta calculador, no de manera fría sino con sensibilidad; tal vez no sabe lo
que quiere de muchas cosas, pero cuando siente conexión con algo en particular,
no duda en permitirse caer. Así,
ambos cayeron en el amor.
Un beso le siguió a otro, y a otro, y a otro.
Cada uno de ellos más húmedo y confiado que el anterior. Y esos besos fueron
acompañados entonces por suspiros enamorados, por sonrisas nerviosas y miradas
avergonzadas, por búsqueda de mayor contacto físico, de más piel que tocar, de
más recovecos en el cuerpo del otro que besar y explorar. De alguna manera
Kuroko ha terminado en el regazo de Kagami, con sus manos enredadas tras el
cuello del pelirrojo, negándose en despegarse de la boca de su novio pues
pareciera que el aliento compartido es el oxígeno que le mantiene con vida.
– Kagami…
– Lo siento…
– No… – El peliazul agita la cabeza en
negación y le sonríe. Una sonrisa cristalina y radiante, de esos gestos poco
vistos en él… – Me has tomado por sorpresa… – Y es que las manos del pelirrojo
habían caído sobre su trasero… – Pero me ha gustado que me toques el trasero,
Kagami-kun.
– ¡No digas eso tan vergonzoso!
– Pero es donde me has tocado, y me gustó.
– ¡Ah! ¡Kuroko!
Y llegan esas risas, estridentes y
espontáneas. Hermosas. Adornan el rostro bello de Tetsuya como nunca imaginó.
Kagami se queda embobado en aquel sonido, en el sutil movimiento de los
mechones azul claro, en el rubor que motea las níveas mejillas, en las curvas
que se dibujan en sus labios conforme la sensatez de su risa disminuye hasta
convertirse en una sencilla sonrisa.
– Kagami-kun, ¿puedo llamarte por tu nombre?
– Puedes, y quiero que lo hagas, Tetsuya.
La sonrisa se expande, corona la felicidad
que se talla en su rostro radiante como si fuese el detalle más importante de
la silueta esculpida por un artista extraordinario.
– Taiga, hagamos el amor. Por favor.
– ¡Maldición! – Exclama rojo como tomate,
prácticamente le saldría humo por las orejas de tanta vergüenza que ha sentido
solo al escucharle.
Kuroko sonríe, sabe que aquella exclamación
ha venido justamente de la timidez, de la vergüenza, de la inexperiencia. Él
está temblando de pies a cabeza, también será su primera vez. Pero no tiene
miedo, está seguro de que entregarle su virginidad a Kagami es la mejor
decisión que puede tomar en su adolescencia.
– Prometo avergonzarme menos en el futuro,
Tetsuya… – El pelirrojo promete de pronto, le toma desprevenido y sus palabras
se convierten en una grata sorpresa, significan mucho para el peliazul.
Kagami enmarca el rostro de Kuroko con sus
manos, le sostiene por las mejillas y se acerca besándole otra vez. Dulce,
romántico, tan prometedor. Y mientras se besan, suelta sus mejillas y sus manos
grandes y algo toscas resbalan temblorosas por sus hombros, le acaricia los
brazos y rodea finalmente su cintura. Se impulsa hacia arriba poniéndose de
pie, Kuroko responde enredando sus piernas alrededor de su cintura, se ancla de
su cuello y suspira cuando sus labios se separan. Topan sus frentes y mientras
Kagami le carga hasta la habitación, Kuroko sabe que esa noche será
inolvidable.
Una vez tiempo atrás creyó que sería
imposible para él atreverse a enamorarse. Había una herida en su corazón que
amenazaba con doler eternamente. Luego, Kagami y su franca torpeza salvaje llegaron para ilusionarle otra
vez. No, no solo para ilusionarle, sino para mostrarle el verdadero color del
amor correspondido.
– Taiga… – Suspiró por primera vez cuando los
labios del pelirrojo besaron su cuello mientras sus manos pasaban tímidamente
por debajo de la playera escolar acariciándole el vientre.
– Nunca había hecho esto, Tetsuya… – Susurra
con voz áspera, un tono que no se había escuchado a sí mismo antes.
– Tampoco yo, Taiga… – Labios buscándose con
infinita ternura, lenguas enredándose con dulce pasión.
La noche entre ambos recién comenzaba.
…
Kasamatsu no podía dormir. Aunque Kise no le
ha enviado más de esos ridículos
mensajitos con proposiciones indecorosas,
le ha dejado pensando en ello. Dormir. Vamos, que el muchacho no es lento para
comprender el verdadero significado de "dormir" al que el rubio se ha
referido. Tampoco necesita pensarlo mucho cuando ha sido más que evidente que
el modelo quiere dar el siguiente
paso, de otra manera cuando se besan no colaría sus manos debajo de su camiseta
palpando la piel a su antojo.
– Maldito Kise, está loco si cree que vamos a
liarnos tan pronto en la intimidad… – Dijo para sí, enredándose en las mantas y
bufando por enésima vez porque era imposible conciliar el sueño. Comenzaba a
imaginarse al rubio con él en situaciones muy, muy subidas de tono. Imaginarle
desnudo definitivamente era también otro nivel para su pensamiento… – Él es
atractivo de pies a cabeza. Qué vio en mí.
Frunció el ceño y apretó las mantas en sus
manos. Aquella pregunta le ha venido a la mente demasiadas veces desde que
comenzó a salir con el rubio. Si es
que él no era precisamente atractivo, no como Kise. El rubio tenía a todas las
féminas en la escuela locas por él, y está segurísimo de que hay también más de
un idiota tras su chico. Eso le
molesta un poco y le atormenta otro tanto. Si Kise quisiera, elegiría a quien
quisiera, no solo de su escuela, sino de cualquier parte de la ciudad; incluso
de esos ambientes en los que se encuentra cuando trabaja justamente como
modelo, ahí donde otras u otros modelos podrían impresionar al muchacho.
– Odio pensar en eso. Odio que sea tan guapo
y popular… – No, aquella noche difícilmente podría dormir con tantos demonios persiguiéndole en duermevela.
…
Midorima estaba lo suficientemente avergonzado y molesto con Takao por
haberle sincerado sus supuestos sentimientos como para responderle siquiera ese
texto que le ha enviado seguramente estando todavía fuera de su casa –que sí, el peliverde
no piensa tomarse aquello tajantemente como una realidad, el pelinegro bien
podría estar tomándole el pelo. O lo que también es altamente probable, su amor podría pasar en un par de semanas o
meses, son adolescentes después de todo, y en aquella época del desarrollo
humano, los amores tienen fecha de
caducidad–.
– Consultaré los horóscopos mañana a primera
hora, seguramente encontraré las respuestas que necesito para sentirme
tranquilo. Ese idiota de Takao siempre perturbando mis días.
El peliverde terminó de colocarse el pijama e
inconscientemente sus ojos verdes buscaron de nuevo su propio móvil. Frunció el
ceño y acomodó sus anteojos en la mesita de noche a lado de su cama, necesitaba
dormir urgentemente. Dormir y dejar de sentirse así de inquieto, molesto y
avergonzado. Detesta sentir.
Y sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que
había hecho, ya había enviado un texto en respuesta al mensaje del pelinegro.
…Imbécil,
¿sabes cuánto detesto pensar en otra cosa que no sea baloncesto? Ven puntual
por mí para ir a la escuela.
– No se supone que le dijera eso. No quiero
verlo… – Se reprendió a sí mismo, a esa parte de su mente que se empeñaba en
restregarle en el pensamiento que necesitaba
de Takao como necesita del aire que
respira… – ¡Mh!
Gruñó malhumorado, con ese semblante serio
tan suyo, tan marca Midorima que le
ha dado más de un sobrenombre estúpido en la escuela media. Se recostó y cubrió
su rostro con el antebrazo, ahora incluso la luz de la luna que alcanzaba a
atravesar las cortinas de la ventana le molestaba. Todo en él se sentía
molesto, sobre todo el ritmo irregular y acelerado de su corazón.
…
Aomine llegó temprano a clases esa mañana, con su andar perezoso y
mirada hastiada se internó en el aula. Sus compañeros se extrañaron de su
presencia, pero ninguno se atrevió siquiera a murmura por miedo a hacer explorar su carácter. Sakurai se quedó tieso en su
lugar, tenso de pies a cabeza. Aunque feliz también. Aomine estaba ahí,
asistiendo a clases, como había dicho el día anterior cuando le comía. El rostro del castaño se encendió
ante el recuerdo.
– Oye, Ryo.
– Sí, Aomine-senpai… – El castaño se levantó de inmediato haciendo una
exagerada reverencia hacia el moreno.
– Acércate… – Aomine sonrió malicioso.
– ¿Eh?
– Que te acerques. Tengo algo que contarte, es secreto.
– Oh… – Extrañado de las palabras del moreno, Sakurai se inclinó.
– Más cerca, Ryo… – No lo suficientemente cerca para el moreno, cuyos
ojos azul metálico fulguraron con picardía.
El castaño hizo caso, acercándose más y más hasta que la respiración
del moreno le hacía cosquillas en el cuello.
– Te veré en la azotea del patio sur a la hora del almuerzo. No
llegues tarde que estoy muy hambriento… – Aomine dijo, y luego mordisqueó el
lóbulo del castaño.
– ¡Aomine-senpai! – Exclamó más que rojo de vergüenza. Los compañeros
de clase voltearon a mirarles, pero una sola mirada de Aomine fue suficiente
para que todos volvieran a lo suyo y les dejasen en paz.
– Tan ruidoso.
– ¡Lo siento!
– Cállate y siéntate. Quiero ver tu nuca y saborear el manjar que voy
a devorarme más tarde… – El moreno se
relamió los labios, y el castaño obedeció sentándose rígido como tabla, rojo
hasta las orejas. Nervioso y avergonzado. Aomine rió malicioso, realmente
deseaba que el almuerzo llegara ya.
…
Koganei abrazó efusivamente a Mitobe cuando llegó a la entrada de la
escuela. Mitobe sonrió y le entregó un pastelito, su favorito. Koganei y su
actitud minina rebosaron de alegría, devoró su pastelito sin miramientos y se
ensució las mejillas. El pívot sonrió divertido, le entregó un pañuelo desechable
y le observó limpiarse. Ellos han estado juntos desde niños, siempre en la
misma escuela desde el pre-escolar.
– ¿Mh? ¿Quieres salir a una cita el fin de semana? – Koganei parpadeó
como si estuviese procesando la información. Mitobe asintió mientras se
confundían entre las decenas de alumnos ingresando a la escuela, cada quien
metido en sus propios asuntos… – De acuerdo, esperemos que Riko no nos deje
entrenamiento a reventar.
Mitobe volvió a asentir, mirando de soslayo al minino. Su gato inquieto.
No, no será la primera vez que salgan a citas,
ni será la primera vez que encuentren algún rincón solitario en el que tomarse
de las manos y besarse. Hace más de un año que ellos son novios, hace unos
meses que se han dado sus mañas para intimar. Hace más de una semana que busca
la oportunidad para demostrarle en el mutismo acaparador de una habitación a
media luz cuán enamorado sigue de él.
– ¡Hey, Izuki! – El minino
agita la mano y da saltitos esperando que su amigo ojo de águila les vea. Mitobe sonríe, sí, por actitudes como esta
es que le quiere tanto… – ¿Por qué tienes esa cara? Es como cuando Kagami no
duerme por los nervios de un partido importante.
– Anoche tuve muchas cosas en las que pensar.
– ¿En qué?
– Kiyoshi.
– ¿Eh?
– Que Kiyoshi viene llegando. Con Hyuga y Riko… – Izuki señaló a un
lado, donde los tres chicos venían alegremente conversando.
Entonces Kiyoshi levantó la mirada y sus ojos cafés captaron las
negruzcas pupilas de Izuki. Le hizo temblar. Y su sonrisa… ah, su sonrisa
bobalicona, aceleró su ya desprotegido corazón.
Continuará……
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