lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 3


Capítulo 3. De Primeros besos e inquietantes deseos
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Sakurai tartamudeó sin conseguir decir una sola palabra coherente. La cercanía de Aomine le tenía nervioso y avergonzado, y hasta intimidado, nunca ninguna persona se le había acercado de aquella manera, invadiendo su espacio personal con tal confianza que estaba dudando de saber a ciencia cierta dónde terminaba su cuerpo y comenzaba el del moreno. Aomine sonrió burlón, con esa nefasta personalidad suya que enervaba a más de una persona, tanto en su equipo de baloncesto como compañeros de clase. Le estaba respirando en el cuello, erizándole el vello de la nuca por cada exhalación que acariciaba su piel, de un momento a otro la lengua del moreno se paseó por la extensión que va del nacimiento del cuello a su oreja, la corriente eléctrica que sacudió el cuerpo del tímido jugador le hizo sonrojar como termostato, reprimir un gemido y empujar al otro queriendo salir corriendo de ahí.


– No vas a irte, Ryo... – Aomine ejerció más fuerza y empotró al castaño contra el muro impidiéndole así cualquier opción de huida. Los grandes ojos color chocolate del menor de los dos le miraron con cierto brillo de timidez y temor; aunque había ahí en el fondo de las cuencas chocolate algo más que era indescifrable para el moreno. Quizá él no lo sepa aún, pero que le llame por su nombre significaba mucho para Sakurai, porque le gustaba cómo sonaba en sus labios, aunque todavía había contadas ocasiones en que le llamaba por su apellido, la más de las veces se dirigía a él por su nombre... – ¿Me tienes miedo?

– ¡Lo siento! N-no... Aomine-senpai, no sé lo que quiere... – Sakurai susurró, con su rostro colorado y el corazón martilleándole con fuerza contra el pecho.

– Quiero comerte...

– ¿Q-qué? Yo, Aomine-senpai lo siento pero no soy comestible.

El castaño hizo un nuevo intento por separarse, pero la fuerza del moreno volvió a ser superior y su cuerpo volvió a sentir todo ese calor que le venía de la cercanía tan próxima del otro. Aomine repitió la acción de antes, lamiendo otro trozo de piel en el cuello níveo de Sakurai, sintiéndole temblar y percatándose de que cierra los ojos con fuerza y empuña sus manos dejándolas en los costados. El moreno se dio cuenta de que aquella acción le molestaba, él quiere que por lo menos este chico tiemble de gusto, no de miedo.

– No voy a violarte, maldición Ryo... – Dijo inconscientemente, mordiéndole entonces la base del cuello hacia el hombro.

– ¡L-lo siento! – Gimoteó entre adolorido y sorprendido, demasiado avergonzado de que a pesar de todo lo extraño del momento, a su cuerpo no le resulte tan humillante ni peligroso cada movimiento del moreno.

– Solo deja de temerme, idiota... – Aomine lamió ahí donde las marcas de sus dientes quedaron sobre la piel. Sakurai suspiró y trató de relajarse.

No es que simplemente quiera complacerle, es que realmente le gusta. Aomine Daiki le gusta. De alguna manera retorcida y masoquista, pero lo hace. No se trata solo de admiración por el obvio talento que el moreno posee para el baloncesto, es algo más que le atrae y tampoco es simplemente su atractivo físico que también salta a la vista. No, hay algo en Aomine que le gusta, tanto que a veces piensa en él cuando está en clases y se distrae; tanto, que en ocasiones mientras entrena se esfuerza por mejorar más y más con la esperanza de que el moreno lo vea, que note que puede ser tan bueno que sea digno de su amistad; tanto, que cuando cocina siempre procura hacer los platillos favoritos del moreno porque sabe que asaltará su almuerzo. Le gusta tanto, que le dejaría hacer todo cuanto quisiera con él. Incluso si sabe que solo le estaría utilizando. Aomine no es de los chicos que establecen vínculos, es egoísta y se vale por sí mismo, y eso Sakurai lo sabe perfectamente. Salvo Momoi y ese chico del que tanto habla la pelirosa Kuroko Tetsuya, duda que alguien pueda ganarse algún espacio en el corazón y pensamiento del moreno.

– Aomine-senpai... – Jadeó con las mejillas rojas a más no poder, el moreno lame y mordisquea por todo su cuello, succiona ahí donde quiere y tantea tramos de piel que no imaginó que fueran tan sensibles en él... – Las prácticas...

– Cállate, Ryo. ¿No ves que estoy comiendo? – La voz ronca del moreno golpeó con fuerza contra los sentidos del castaño, el corazón le dio un vuelco y sintió un tirón en el vientre que le sofocó en calor.

– ¡Lo siento!

– Eres tan ruidoso.

Entonces la disculpa que estuvo por brotar de labios del castaño fue silenciada por la boca del moreno que sin tapujos subió hasta la suya besándole rudamente. Aomine no era nada tierno, era salvaje y tosco, mordisqueaba también esos carnosos labios y apretaba más su cuerpo contra el de Sakurai, invadiendo la boca del castaño con su ávida lengua tironeando la contraria cuando quería y explorando esa húmeda cavidad a su antojo.

– No tengo suficiente, quiero comerte completo.

– Aomine-senpai, los chicos... – Murmuró medio perdido en las sensaciones que el beso le dejó, aturdido por el hormigueo que todavía cosquilleaba en sus labios, húmedos y rojos por la pasión con que fueron tomados por el moreno apenas unos instantes atrás.

Aomine gruñó enfadado, le ha molestado de sobremanera que Sakurai le ponga el alto de aquella forma tan absurda. A él le quemaba el cuerpo, le hormigueaban las manos con deseo de tocar, de desnudar, de recorrer de principio a fin la anatomía del castaño. Lo deseaba. Sexo, era lo único que le rondaba en la cabeza. Y no es que el moreno sea precoz ni tampoco promiscuo, alguna vez tuvo curiosidad acerca del sexo y estuvo a punto de hacerlo. Pero por aquel entonces el chico en cuestión se arrepintió de último momento. El moreno trató entonces de no pensar en aquello, todavía sentía un ardor incómodo en la boca del estómago cuando recordaba la forma en que fue rechazado. También estaba esa tensión sexual que se le llegó a disparar en numerables ocasiones con uno de sus excompañeros en Teiko, cierto rubio escandaloso y coqueto que había logrado colarse en su pensamiento de formas que todavía no conseguía entender. Pero a pesar de esos dos pasajes de meses anteriores, con Sakurai algo era diferente.  

– Vete, no vuelvas a venir a buscarme si sabes que no voy a ir a las prácticas… – Señaló de pronto, seguro de que la única razón por la que ahora intenta alejar al castaño es porque no quiere drenarse la cabeza pensando en todas estas estupideces que nada tienen que ver con baloncesto.

– Aomine-senpai... – El castaño le sujetó por el antebrazo cuando el moreno reculó liberándole de la prisión que hasta entonces su cuerpo había formado junto al muro... – No te enfades conmigo. Y-yo, lo siento.

– Siempre disculpándote. Tan jodidamente molesto, Ryo… – Espetó con tono hosco, mirándole con esos ojos azul metálico que resplandecían con furia incluso si la rabia no tenía nada qué ver con las acciones del menor de los dos.  

– L-lo sient... – Se mordió el labio inferior y bajó la mirada. Pero aún sujetaba el antebrazo del moreno, no quería que se apartara así nada más... – ¿Me ha besado porque estaba aburrido, senpai?

– Te dije que tenía hambre, no que estuviera aburrido.

– ¿Entonces Aomine-senpai habría besado a cualquiera que hubiera venido a buscarle? – Sakurai cuestionó con un hilo de voz. Sí, estaría dispuesto a todo con el moreno, y sabe que sentimientos de por medio no habrá. Duda mucho que el moreno llegara a sentir algo por él porque le conoce esa personalidad antisocial, su sello personal que cualquiera que le conoce delimita en la palabra ego.

– Escúchame, idiota... – El moreno sujetó el mentón del castaño obligándole a mirarle. Sus dedos toscos presionaban con fuerza casi llegando a lastimarle... – No te hagas ideas. Si quisiera besar a cualquiera lo haría.

– Aomine-senpai...

– A partir de ahora te comeré cuando quiera. Ni se te ocurra ir inventando pretextos para escapar.

– Pero, las prácticas y las clases.

– Está bien, iré más a las clases, y a alguna que otra práctica... – Aomine gruñó de mala gana, escuchando el tono del móvil del castaño interrumpiendo su momento. Lo que sea que signifique ese momento.

A Sakurai le temblaron las manos mientras buscó el móvil en el bolsillo de su sudadera. Se trata del Capitán cuestionando con su vocecita perversa el motivo por el que está tardando en volver a sabiendas de que Aomine seguramente seguía haciendo el vago en la azotea. El castaño se disculpó al menos tres veces mientras escuchaba, pero antes que poder dar ninguna explicación de nada –no que tuviera idea de qué decir, no iba a salirle a su Capitán con que se besó con el moreno, ¿cierto?–, el artefacto le fue arrebatado de las manos justamente por Daiki.

– No estés molestando, Imayoshi; iremos en un momento para allá… - Y colgó. Así de simple, sencillo y desinteresado.

– ¿I-iremos? Aomine-senpai.

– Pero primero a tu casillero, te he dicho que tengo hambre, Ryo idiota.

El castaño sonrió. No podía evitarlo. Que Aomine actuara así era simplemente muestra de… de… Está bien, no sabe de qué, pero por alguna razón se siente bien.

Tal como Daiki lo advirtió, se pasaron primero por su casillero, el moreno se hizo de unos bocadillos dulces de arroz que el castaño preparó justamente pensando en él. Aunque naturalmente no se lo mencionó siquiera. Todos los días de escuela o de partido, Ryo Sakurai algún día tendría el valor de confesarle al moreno que ha estado enamorado de él desde que le conoció. Touou ha valido la pena francamente solo por esto.

Apenas llegaron al gimnasio, Wakamatsu había comenzado a discutir parloteando maldiciones y acusando a Aomine como siempre lo hacía. El moreno hizo oídos sordos de sus palabras mientras terminaba de comer los bocadillos que Sakurai le proporcionó. Sin embargo, cuando el pelirubio se acercó al castaño diciéndole que no tenía razones para ceder siempre a los caprichos del moreno, algo en el vientre de éste ardió en furia, manifestándolo en sus tensos músculos y las repentinas ganas de romper y golpear; Wakamatsu llegaba a fastidiarle bastante no solo por el hecho de que le repitiera cada vez que tenía que asistir a las prácticas, sino también porque no le simpatizaba la forma en que hablaba con Sakurai.

– Aléjate de Ryo, te lo diré solo una vez.

– ¿Qué mierda dices, Aomine?

– Que te alejes de Ryo… – Su mirada azul metálico refulgió con furia, como una bestia defendiendo su territorio, Wakamatsu le sostuvo la mirada dándole a entender que no le temía, aunque en realidad estaba temblando.

– Hey, chicos; no es momento de discutir. Vamos a aprovechar lo que resta de la tarde y practicar mucho… – Imayoshi palmeó la espalda del pelirubio mientras sus rasgados ojos casi imperceptibles prestaban atención a la repentina actitud del moreno y su posesión hacia el castaño.

Sakurai se sonrojó –lindo rubor en sus mejillas que no pasó desapercibido para nadie, la pelirosa incluida– y murmuró algunas disculpas, como solía hacer cuando sentía culpa por algo; lo cual dicho sea de paso sucedía bastante a menudo todos los días. Aomine tomó un balón y le indicó al castaño que se acercara, practicaría algunos movimientos con su acertado servicio desde la línea de tres.

Era confuso, y había muchas preguntas flotando en el aire. Pero tal vez faltaría más que un par de días para que se fueran resolviendo.


No hacía más que unos cuantos días que estaban saliendo, la misma cantidad que no tenían un partido oficial, y por tanto la misma, que Riko les ponía la misma cantidad de entrenamiento de siempre, si no es que un poquito más. Kiyoshi había hecho un comentario disimulado –así de discreto como el alto muchacho suele ser– acerca de que todo era culpa de Hyuga. Las miradas cayeron de inmediato sobre el Capitán y éste –con ceño fruncido– increpó a su amigo que dejara de decir estupideces.

– Con suerte Riko ha tenido que salir, porque como escuche nos triplica de nuevo el entrenamiento... – El joven de risa gatuna comentó como quien no quiere la cosa, sonriendo con esa simpatía que le caracteriza y le vuelve el chico del equipo de buen humor constante. 

– De qué te quejas Koganei, si eres hiperactivo y lo que más falta te hace es ejercitar y derrochar energías... – El pelirrojo señaló, frunciendo el ceño y tratando de evitar que #2 se le acerque más de la cuenta, haciendo como que no ve a su novio y esos grandes ojos azules que tanto se parecen al can pero que D E F I N I T I V A M E N T E no son para nada lo mismo.

– No es hiperactivo, inquieto nada más. Eso dice Mitobe... – Izuki dijo, señalando al joven pívot que con su típica expresión tranquila asintió como si fuera necesario para que la traducción fuera valida.

– ¡Él sí me conoce! – Koganei asintió efusivamente, acercándose al pívot como auténtico minino mimado.

A los demás les corrió una gota de sudor por la sien, y pronto prefirieron ignorar al dueto y seguir a lo suyo, recoger todo en el gimnasio para poderse marchar. Koganei y Mitobe fueron –curiosamente– los primeros en salir, y tras unos pocos minutos, los últimos en retirarse fueron Hyuga, Izuki y Kiyoshi.

– Haces mal tercio, reconcíliate pronto con Riko para que podamos volver a los entrenamientos decentes.

– ¿Cómo que mal tercio? ¡Y no digas “reconciliarse” como si se tratara de una pelea de novios!

– Pues te estás tardando, Hyuga. Riko no te esperará toda la vida… – Kiyoshi mencionó casualmente, mirando de soslayo al chico ojo de águila. Él debería tomar sus propias palabras como ejemplo, pero es que cuando buscaba la oportunidad, solía haber una y mil razones para que le arruinaran el momento… – En serio Hyuga, haces mal tercio.

– ¡A qué viene eso, maldición!

Mientras los tres amigos continuaron su camino fuera de la escuela. Kagami esperaba por Kuroko.

– Antes solías irte primero, ahora siempre somos los últimos, Kuroko… – El pelirrojo rumió malhumorado, demasiado cansado del entrenamiento como para tratar de ser amable con su novio. De acuerdo, es que no es su fuerte de todas maneras.

– Tetsu aún estaba tomando agua, estaba esperando por él.

– ¡Qué clase de excusa es esa!

– ¿Entonces prefieres que diga que me gusta quedarme a solas con Kagami-kun? – Un brillo en los grandes ojos azules mandó las pulsaciones del pelirrojo por las nubes.

– ¡Cállate! Vámonos ya, tengo hambre.

– Kagami-kun siempre tiene hambre.

– Y cómo no tenerla, la Entrenadora nos pone a entrenar demasiado.

– Pero desde que te conozco comes demasiado.

– ¡Te digo que te calles! ¡Maldición! – Avergonzado por su apetito voraz, el pelirrojo avanzó con pasos agigantados fuera del gimnasio. El peliazul sonrió por la actitud de su novio.

Kuroko sabe que de primera impresión Kagami impone, pero una vez que comienza a mostrar su verdadera personalidad, es hasta más tímido que él. Aunque sea todo un bestia en la duela, fuera de ella es un cachorro.

– ¿Kagami-kun, vamos a tu casa después de cenar?

– ¿Para qué quieres ir a mi casa?

La respuesta del peliazul fue un beso. Un beso a media calle bajo un farol parpadeando por falla eléctrica. Un beso diferente, húmedo y confiado. Un beso, que encendió un fuego en el interior del pelirrojo y aumentó no solo las pulsaciones de su corazón, sino de todos sus signos vitales.


Midorima había llegado a casa por cuenta propia. Esa noche después de las prácticas no le había dirigido ni siquiera la palabra a Takao. De hecho, no habló con él en todo el día salvo para lo necesario y eso significaba que fue muy poco. Todo y que el pelinegro había intentado en varias ocasiones bromearle. Al final de las prácticas Takao le hizo una pregunta, directa y nada discreta. Pero así era el muchacho, no le gustaba andarse nunca por las ramas.

– ¿Estás así por lo que te dije ayer? Oye, Shin-chan, no voy a retractarme. Pero si tanto te ha molestado saberlo, solo tienes que decírmelo y actuaré como quieras que lo haga. Sé que puede ser bastante incómodo enterarte que otro tipo tiene sentimientos románticos por ti.

– Vete a la mierda, Takao.

Y eso había sido todo, el ojiverde ni siquiera había sido capaz de darse la vuelta y encarar al pelinegro. Siguió su camino y trató de ignorar con todas sus fuerzas los acontecimientos sucedidos desde la noche anterior. Los horóscopos tampoco estaban de su lado ese día, los había consultado con puntualidad como cada mañana y qué había resultado. Que en el amor todo pintaba que ni pedir de boca.

– Debe ser que la alineación de los astros están influyendo negativamente en lo que se supone debe ser buena suerte. ¡Maldito Takao! ¿Por qué tenía que confesarme eso?



Kise era simplemente feliz. Para él todo iba viento en popa en su relación con Kasamatsu. Aunque tanto vértigo pudiera marearle, estaba lo suficientemente emocionado como para ignorar el hecho de que su novio le hubiese llamado la atención por un acto tan inocente como besar de más una parte de su cuello. Vamos, que le ha hecho una marca, un chupetón que no podrá ocultar con el uniforme del equipo encima. Una risa ladina estalló en labios del rubio mientras tecleaba un texto que mandarle a su novio.

Ya no estés enfadado Kasamatsu-senpai~

– ¡Deja de molestar, Kise maldito! ¡Duérmete ya!

– Pero no puedo~ la idea de pensar que estás enojado conmigo me atormenta *^*

– Mentiroso.

– *^*

– ¡Está bien! Ya no estoy enojado contigo. ¡Duérmete y déjame en paz!

– Senpai~ ¿cuándo dormiremos juntos *u*?

–…

– Kasamatsu-senpai~

Pero Kise no recibió ningún texto más. Aún así se metió a su cama lleno de vida, tan feliz que honestamente sentía que no conseguiría dormir. Y si lo hacía, esperaba soñar con su amado senpai.

– ¡Soñar con Kasamatsu! – El rubio enterró su rostro en la almohada de su cama, dio algunas vueltas y terminó casi cayendo por derrochar emoción. La sola idea de tener sueños húmedos con su novio le avergonzaba e ilusionaba a partes iguales.


Kiyoshi se inclinó y antes de que Izuki se diera cuenta de lo que estaba pasando, los labios del corazón de hierro estaban posados sobre los suyos.

¿Cómo habían terminado así?


Continuará……

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