Capítulo 3. De
Primeros besos e inquietantes deseos
~~*~~
Sakurai tartamudeó sin conseguir decir una
sola palabra coherente. La cercanía de Aomine le tenía nervioso y avergonzado,
y hasta intimidado, nunca ninguna persona se le había acercado de aquella
manera, invadiendo su espacio personal con tal confianza que estaba dudando de
saber a ciencia cierta dónde terminaba su cuerpo y comenzaba el del moreno.
Aomine sonrió burlón, con esa nefasta personalidad suya que enervaba a más de
una persona, tanto en su equipo de baloncesto como compañeros de clase. Le
estaba respirando en el cuello, erizándole el vello de la nuca por cada exhalación
que acariciaba su piel, de un momento a otro la lengua del moreno se paseó por
la extensión que va del nacimiento del cuello a su oreja, la corriente
eléctrica que sacudió el cuerpo del tímido jugador le hizo sonrojar como
termostato, reprimir un gemido y empujar al otro queriendo salir corriendo de
ahí.
– No vas a irte, Ryo... – Aomine ejerció más
fuerza y empotró al castaño contra el muro impidiéndole así cualquier opción de
huida. Los grandes ojos color chocolate del menor de los dos le miraron con
cierto brillo de timidez y temor; aunque había ahí en el fondo de las cuencas
chocolate algo más que era indescifrable para el moreno. Quizá él no lo sepa
aún, pero que le llame por su nombre significaba mucho para Sakurai, porque le
gustaba cómo sonaba en sus labios, aunque todavía había contadas ocasiones en
que le llamaba por su apellido, la más de las veces se dirigía a él por su
nombre... – ¿Me tienes miedo?
– ¡Lo siento! N-no... Aomine-senpai, no sé lo
que quiere... – Sakurai susurró, con su rostro colorado y el corazón
martilleándole con fuerza contra el pecho.
– Quiero comerte...
– ¿Q-qué? Yo, Aomine-senpai lo siento pero no
soy comestible.
El castaño hizo un nuevo intento por
separarse, pero la fuerza del moreno volvió a ser superior y su cuerpo volvió a
sentir todo ese calor que le venía de la cercanía tan próxima del otro. Aomine
repitió la acción de antes, lamiendo otro trozo de piel en el cuello níveo de
Sakurai, sintiéndole temblar y percatándose de que cierra los ojos con fuerza y
empuña sus manos dejándolas en los costados. El moreno se dio cuenta de que
aquella acción le molestaba, él quiere que por lo menos este chico tiemble de
gusto, no de miedo.
– No voy a violarte, maldición Ryo... – Dijo
inconscientemente, mordiéndole entonces la base del cuello hacia el hombro.
– ¡L-lo siento! – Gimoteó entre adolorido y
sorprendido, demasiado avergonzado de que a pesar de todo lo extraño del
momento, a su cuerpo no le resulte tan humillante ni peligroso cada movimiento
del moreno.
– Solo deja de temerme, idiota... – Aomine
lamió ahí donde las marcas de sus dientes quedaron sobre la piel. Sakurai
suspiró y trató de relajarse.
No es que simplemente quiera complacerle, es
que realmente le gusta. Aomine Daiki le gusta. De alguna manera retorcida y
masoquista, pero lo hace. No se trata solo de admiración por el obvio talento
que el moreno posee para el baloncesto, es algo más que le atrae y tampoco es
simplemente su atractivo físico que también salta a la vista. No, hay algo
en Aomine que le gusta, tanto que a veces piensa en él cuando está en clases y
se distrae; tanto, que en ocasiones mientras entrena se esfuerza por mejorar
más y más con la esperanza de que el moreno lo vea, que note que puede ser tan
bueno que sea digno de su amistad; tanto, que cuando cocina siempre procura
hacer los platillos favoritos del moreno porque sabe que asaltará su almuerzo.
Le gusta tanto, que le dejaría hacer todo cuanto quisiera con él. Incluso si
sabe que solo le estaría utilizando. Aomine no es de los chicos que establecen
vínculos, es egoísta y se vale por sí mismo, y eso Sakurai lo sabe
perfectamente. Salvo Momoi y ese chico del que tanto habla la pelirosa Kuroko
Tetsuya, duda que alguien pueda ganarse algún espacio en el corazón y
pensamiento del moreno.
– Aomine-senpai... – Jadeó con las mejillas
rojas a más no poder, el moreno lame y mordisquea por todo su cuello, succiona
ahí donde quiere y tantea tramos de piel que no imaginó que fueran tan
sensibles en él... – Las prácticas...
– Cállate, Ryo. ¿No ves que estoy comiendo?
– La voz ronca del moreno golpeó con fuerza contra los sentidos del castaño, el
corazón le dio un vuelco y sintió un tirón en el vientre que le sofocó en
calor.
– ¡Lo siento!
– Eres tan ruidoso.
Entonces la disculpa que estuvo por brotar de
labios del castaño fue silenciada por la boca del moreno que sin tapujos subió
hasta la suya besándole rudamente. Aomine no era nada tierno, era salvaje y
tosco, mordisqueaba también esos carnosos labios y apretaba más su cuerpo
contra el de Sakurai, invadiendo la boca del castaño con su ávida lengua
tironeando la contraria cuando quería y explorando esa húmeda cavidad a su
antojo.
– No tengo suficiente, quiero comerte
completo.
– Aomine-senpai, los chicos... – Murmuró
medio perdido en las sensaciones que el beso le dejó, aturdido por el hormigueo
que todavía cosquilleaba en sus labios, húmedos y rojos por la pasión con que
fueron tomados por el moreno apenas unos instantes atrás.
Aomine gruñó enfadado, le ha molestado de
sobremanera que Sakurai le ponga el alto de aquella forma tan absurda. A
él le quemaba el cuerpo, le hormigueaban las manos con deseo de tocar, de
desnudar, de recorrer de principio a fin la anatomía del castaño. Lo deseaba. Sexo,
era lo único que le rondaba en la cabeza. Y no es que el moreno sea precoz ni
tampoco promiscuo, alguna vez tuvo curiosidad acerca del sexo y estuvo a punto
de hacerlo. Pero por aquel entonces el chico en cuestión se arrepintió de
último momento. El moreno trató entonces de no pensar en aquello, todavía
sentía un ardor incómodo en la boca del estómago cuando recordaba la forma en
que fue rechazado. También estaba esa
tensión sexual que se le llegó a
disparar en numerables ocasiones con uno de sus excompañeros en Teiko, cierto
rubio escandaloso y coqueto que había logrado colarse en su pensamiento de
formas que todavía no conseguía entender. Pero a pesar de esos dos pasajes de
meses anteriores, con Sakurai algo
era diferente.
– Vete, no vuelvas a venir a buscarme si
sabes que no voy a ir a las prácticas… – Señaló de pronto, seguro de que la
única razón por la que ahora intenta alejar al castaño es porque no quiere
drenarse la cabeza pensando en todas estas estupideces que nada tienen que ver
con baloncesto.
– Aomine-senpai... – El castaño le sujetó por
el antebrazo cuando el moreno reculó liberándole de la prisión que hasta
entonces su cuerpo había formado junto al muro... – No te enfades conmigo.
Y-yo, lo siento.
– Siempre disculpándote. Tan jodidamente
molesto, Ryo… – Espetó con tono hosco, mirándole con esos ojos azul metálico
que resplandecían con furia incluso si la rabia no tenía nada qué ver con las
acciones del menor de los dos.
– L-lo sient... – Se mordió el labio inferior
y bajó la mirada. Pero aún sujetaba el antebrazo del moreno, no quería que se
apartara así nada más... – ¿Me ha besado porque estaba aburrido, senpai?
– Te dije que tenía hambre, no que
estuviera aburrido.
– ¿Entonces Aomine-senpai habría besado a
cualquiera que hubiera venido a buscarle? – Sakurai cuestionó con un hilo de
voz. Sí, estaría dispuesto a todo con el moreno, y sabe que sentimientos de por
medio no habrá. Duda mucho que el moreno llegara a sentir algo por él porque le
conoce esa personalidad antisocial, su sello
personal que cualquiera que le conoce
delimita en la palabra ego.
– Escúchame, idiota... – El moreno sujetó el
mentón del castaño obligándole a mirarle. Sus dedos toscos presionaban con
fuerza casi llegando a lastimarle... – No te hagas ideas. Si quisiera besar a
cualquiera lo haría.
– Aomine-senpai...
– A partir de ahora te comeré cuando
quiera. Ni se te ocurra ir inventando pretextos para escapar.
– Pero, las prácticas y las clases.
– Está bien, iré más a las clases, y a alguna
que otra práctica... – Aomine gruñó de mala gana, escuchando el tono del móvil
del castaño interrumpiendo su momento. Lo que sea que signifique ese momento.
A Sakurai le temblaron las manos mientras
buscó el móvil en el bolsillo de su sudadera. Se trata del Capitán cuestionando
con su vocecita perversa el motivo por el que está tardando en volver a
sabiendas de que Aomine seguramente seguía haciendo el vago en la azotea. El
castaño se disculpó al menos tres veces mientras escuchaba, pero antes que
poder dar ninguna explicación de nada –no que tuviera idea de qué decir, no iba
a salirle a su Capitán con que se besó con el moreno, ¿cierto?–, el artefacto
le fue arrebatado de las manos justamente por Daiki.
– No estés molestando, Imayoshi; iremos en un
momento para allá… - Y colgó. Así de simple, sencillo y desinteresado.
– ¿I-iremos? Aomine-senpai.
– Pero primero a tu casillero, te he dicho
que tengo hambre, Ryo idiota.
El castaño sonrió. No podía evitarlo. Que
Aomine actuara así era simplemente muestra de… de… Está bien, no sabe de qué,
pero por alguna razón se siente bien.
Tal como Daiki lo advirtió, se pasaron
primero por su casillero, el moreno se hizo de unos bocadillos dulces de arroz
que el castaño preparó justamente pensando en él. Aunque naturalmente no se lo
mencionó siquiera. Todos los días de escuela o de partido, Ryo Sakurai algún
día tendría el valor de confesarle al moreno que ha estado enamorado de él
desde que le conoció. Touou ha valido la pena francamente solo por esto.
Apenas llegaron al gimnasio, Wakamatsu había
comenzado a discutir parloteando maldiciones y acusando a Aomine como siempre
lo hacía. El moreno hizo oídos sordos de sus palabras mientras terminaba de
comer los bocadillos que Sakurai le proporcionó. Sin embargo, cuando el
pelirubio se acercó al castaño diciéndole que no tenía razones para ceder
siempre a los caprichos del moreno,
algo en el vientre de éste ardió en furia, manifestándolo en sus tensos
músculos y las repentinas ganas de romper y golpear; Wakamatsu llegaba a
fastidiarle bastante no solo por el hecho de que le repitiera cada vez que
tenía que asistir a las prácticas, sino también porque no le simpatizaba la
forma en que hablaba con Sakurai.
– Aléjate de Ryo, te lo diré solo una vez.
– ¿Qué mierda dices, Aomine?
– Que te alejes de Ryo… – Su mirada azul
metálico refulgió con furia, como una bestia defendiendo su territorio,
Wakamatsu le sostuvo la mirada dándole a entender que no le temía, aunque en
realidad estaba temblando.
– Hey, chicos; no es momento de discutir.
Vamos a aprovechar lo que resta de la tarde y practicar mucho… – Imayoshi
palmeó la espalda del pelirubio mientras sus rasgados ojos casi imperceptibles
prestaban atención a la repentina actitud del moreno y su posesión hacia el
castaño.
Sakurai se sonrojó –lindo rubor en sus
mejillas que no pasó desapercibido para nadie, la pelirosa incluida– y murmuró
algunas disculpas, como solía hacer cuando sentía culpa por algo; lo cual dicho
sea de paso sucedía bastante a menudo todos los días. Aomine tomó un balón y le
indicó al castaño que se acercara, practicaría algunos movimientos con su
acertado servicio desde la línea de tres.
Era confuso, y había muchas preguntas
flotando en el aire. Pero tal vez faltaría más que un par de días para que se
fueran resolviendo.
…
No hacía más que unos cuantos días que
estaban saliendo, la misma cantidad que no tenían un partido oficial, y por tanto
la misma, que Riko les ponía la misma cantidad de entrenamiento de siempre, si
no es que un poquito más. Kiyoshi había hecho un comentario disimulado –así de
discreto como el alto muchacho suele ser– acerca de que todo era culpa de
Hyuga. Las miradas cayeron de inmediato sobre el Capitán y éste –con ceño
fruncido– increpó a su amigo que dejara de decir estupideces.
– Con suerte Riko ha tenido que salir, porque
como escuche nos triplica de nuevo el entrenamiento... – El joven de risa
gatuna comentó como quien no quiere la cosa, sonriendo con esa simpatía que le
caracteriza y le vuelve el chico del equipo de buen humor constante.
– De qué te quejas Koganei, si eres
hiperactivo y lo que más falta te hace es ejercitar y derrochar energías... –
El pelirrojo señaló, frunciendo el ceño y tratando de evitar que #2 se le
acerque más de la cuenta, haciendo como que no ve a su novio y esos grandes
ojos azules que tanto se parecen al can pero que D E F I N I T I V A M E N T E
no son para nada lo mismo.
– No es hiperactivo, inquieto nada más. Eso
dice Mitobe... – Izuki dijo, señalando al joven pívot que con su típica
expresión tranquila asintió como si fuera necesario para que la traducción
fuera valida.
– ¡Él sí me conoce! – Koganei asintió
efusivamente, acercándose al pívot como auténtico minino mimado.
A los demás les corrió una gota de sudor por
la sien, y pronto prefirieron ignorar al dueto y seguir a lo suyo, recoger todo
en el gimnasio para poderse marchar. Koganei y Mitobe fueron –curiosamente– los
primeros en salir, y tras unos pocos minutos, los últimos en retirarse fueron
Hyuga, Izuki y Kiyoshi.
– Haces mal tercio, reconcíliate pronto con
Riko para que podamos volver a los entrenamientos decentes.
– ¿Cómo que mal tercio? ¡Y no digas
“reconciliarse” como si se tratara de una pelea de novios!
– Pues te estás tardando, Hyuga. Riko no te
esperará toda la vida… – Kiyoshi mencionó casualmente, mirando de soslayo al
chico ojo de águila. Él debería tomar
sus propias palabras como ejemplo, pero es que cuando buscaba la oportunidad,
solía haber una y mil razones para que le arruinaran el momento… – En serio
Hyuga, haces mal tercio.
– ¡A qué viene eso, maldición!
Mientras los tres amigos continuaron su
camino fuera de la escuela. Kagami esperaba por Kuroko.
– Antes solías irte primero, ahora siempre
somos los últimos, Kuroko… – El pelirrojo rumió malhumorado, demasiado cansado
del entrenamiento como para tratar de ser amable con su novio. De acuerdo, es
que no es su fuerte de todas maneras.
– Tetsu aún estaba tomando agua, estaba
esperando por él.
– ¡Qué clase de excusa es esa!
– ¿Entonces prefieres que diga que me gusta
quedarme a solas con Kagami-kun? – Un brillo en los grandes ojos azules mandó
las pulsaciones del pelirrojo por las nubes.
– ¡Cállate! Vámonos ya, tengo hambre.
– Kagami-kun siempre tiene hambre.
– Y cómo no tenerla, la Entrenadora nos pone
a entrenar demasiado.
– Pero desde que te conozco comes demasiado.
– ¡Te digo que te calles! ¡Maldición! –
Avergonzado por su apetito voraz, el pelirrojo avanzó con pasos agigantados
fuera del gimnasio. El peliazul sonrió por la actitud de su novio.
Kuroko sabe que de primera impresión Kagami
impone, pero una vez que comienza a mostrar su verdadera personalidad, es hasta
más tímido que él. Aunque sea todo un bestia en la duela, fuera de ella es un cachorro.
– ¿Kagami-kun, vamos a tu casa después de
cenar?
– ¿Para qué quieres ir a mi casa?
La respuesta del peliazul fue un beso. Un
beso a media calle bajo un farol parpadeando por falla eléctrica. Un beso
diferente, húmedo y confiado. Un beso, que encendió un fuego en el interior del
pelirrojo y aumentó no solo las pulsaciones de su corazón, sino de todos sus
signos vitales.
…
Midorima había llegado a casa por cuenta
propia. Esa noche después de las prácticas no le había dirigido ni siquiera la
palabra a Takao. De hecho, no habló con él en todo el día salvo para lo
necesario y eso significaba que fue muy poco. Todo y que el pelinegro había
intentado en varias ocasiones bromearle. Al final de las prácticas Takao le
hizo una pregunta, directa y nada discreta. Pero así era el muchacho, no le
gustaba andarse nunca por las ramas.
– ¿Estás así por lo que te dije ayer? Oye,
Shin-chan, no voy a retractarme. Pero si tanto te ha molestado saberlo, solo
tienes que decírmelo y actuaré como quieras que lo haga. Sé que puede ser
bastante incómodo enterarte que otro tipo tiene sentimientos románticos por ti.
– Vete a la mierda, Takao.
Y eso había sido todo, el ojiverde ni
siquiera había sido capaz de darse la vuelta y encarar al pelinegro. Siguió su
camino y trató de ignorar con todas sus fuerzas los acontecimientos sucedidos
desde la noche anterior. Los horóscopos tampoco estaban de su lado ese día, los
había consultado con puntualidad como cada mañana y qué había resultado. Que en
el amor todo pintaba que ni pedir de boca.
– Debe ser que la alineación de los astros
están influyendo negativamente en lo que se supone debe ser buena suerte.
¡Maldito Takao! ¿Por qué tenía que confesarme eso?
…
Kise era simplemente feliz. Para él todo iba viento en popa en su relación con
Kasamatsu. Aunque tanto vértigo pudiera marearle, estaba lo suficientemente
emocionado como para ignorar el hecho de que su novio le hubiese llamado la
atención por un acto tan inocente
como besar de más una parte de su
cuello. Vamos, que le ha hecho una marca, un chupetón que no podrá ocultar con el uniforme del equipo encima.
Una risa ladina estalló en labios del rubio mientras tecleaba un texto que
mandarle a su novio.
– Ya no
estés enfadado Kasamatsu-senpai~
– ¡Deja
de molestar, Kise maldito! ¡Duérmete ya!
– Pero no
puedo~ la idea de pensar que estás enojado conmigo me atormenta *^*
–
Mentiroso.
– *^*
– ¡Está
bien! Ya no estoy enojado contigo. ¡Duérmete y déjame en paz!
–
Senpai~ ¿cuándo dormiremos juntos *u*?
–…
–
Kasamatsu-senpai~
Pero Kise no recibió ningún texto más. Aún
así se metió a su cama lleno de vida, tan feliz que honestamente sentía que no
conseguiría dormir. Y si lo hacía, esperaba soñar con su amado senpai.
– ¡Soñar con Kasamatsu! – El rubio enterró su
rostro en la almohada de su cama, dio algunas vueltas y terminó casi cayendo
por derrochar emoción. La sola idea de tener sueños húmedos con su novio le avergonzaba e ilusionaba a partes iguales.
…
Kiyoshi se inclinó y antes de que Izuki se
diera cuenta de lo que estaba pasando, los labios del corazón de hierro estaban posados sobre los suyos.
¿Cómo habían terminado así?
Continuará……
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