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Parte 16. Retazos del ayer, conforman el
mejor cuadro del ahora
La
famosa, primera vez. Furihata estaba
dolido, ligeramente ofuscado y sinceramente conmocionado. Sexo, el castaño tuvo sexo por primera vez a sus 16 años, con su mejor amigo, el chico de quien
inevitablemente está enamorado, pero también el mismo que, probablemente, no le
ve más que como un amigo sexual, un objeto quizá. Por eso aquellas lágrimas
durante la noche, por eso el dolor en el pecho cuando su cuerpo se encontró al
desnudo, por eso los estremecimientos que calaban hondo en su corazón por cada
caricia. Por eso, los labios mordidos cuando sintió la fuerza con que Akashi
invadió su interior, callando los gemidos de dolor, tragándose las lágrimas de
impotencia. Silenciando su amor.
—
¿Te duele?
Que
Akashi le preguntara francamente resultaba estúpido. ¿Dolerle? ¡Con un carajo!
¡Por supuesto que sí! Pero Furihata no hablaría del dolor de su cuerpo, sino
del que se le apretujaba en el pecho
—
Quiero irme a casa, Akashi.
Aquella
había sido la primera vez que el castaño descartaba totalmente el “san” al referirse al de cabellos
bermellón. El emperador sin embargo,
no entendió entonces cuán dolido estaba el castaño por sus acciones. O la falta
que sentía por las palabras amables, por conocer sus sentimientos. Pero, ¿qué
podía Akashi hacer cuando no estaba acostumbrado a relacionarse con el corazón?
Él
era así, después de todo, un chico educado para ser superior, para mantenerse
en lo alto de la cima, para heredar un día el imperio Akashi. Para ser buen líder de tal poderío, no era
suficiente con ser bueno en todo. Se
requería excelencia, y para ello, inevitablemente se renunciaba por default a muchas otras cosas. Akashi aprendió,
diligente e inconscientemente, a ser frío, calculador y líder; aprendió a
obtener todo cuanto quería por los medios que fuesen, a desdeñar el “no” cuando
resultase inconveniente para sus propósitos, a dar sabiendo que obtendrá algo a
cambio. Era tan fácil malentender la personalidad de Akashi. Él no pretendía
ser malo, pero a ojos de los demás,
lo era.
Igual
que su familia, educada de la misma manera generación tras generación. El
poder, podía ser una maldición cuando no se lo manejaba apropiadamente. Con
intención o sin ella, la familia Akashi criaba líderes, auténticos emperadores. Los Akashi no tienen tal
imperio por ser sencillamente amables, pero no quitaba que lo fuesen. También
eran altruistas, y varias de sus inversiones estaban en campos como la
educación, el deporte y las artes, contaban con negocios destinados a la labor
social y muchas otras cosas que podían colocarlos dentro de la categoría de buenas personas, pero el carácter y la
primera impresión que ofrecían al mundo, no lo reflejaba.
Furihata
tuvo todavía más ganas de llorar cuando Akashi ni siquiera le ofreció una
palabra, arrojándole sus ropas a la cama mientras él se vestía también sin
mayor ceremonia. Como si realmente solo hubiese usado su cuerpo para su propio
placer. El escozor en los ojos se negaba a dejarle enfocar la mirada, y los
tragos amargos le sabían a hiel en el estómago. Guardarse el dolor y el
resentimiento no era bueno, pero él no tenía el valor para enfrentarse a
Akashi.
—
Tengo que atender unos asuntos ahora, así que te enviaré en taxi a casa.
—
No lo necesito.
—
Estamos lejos de tu casa, Koki.
—
Dije que no lo necesito. — Repitió, sonando quizá más brusco de lo que incluso
él se había escuchado alguna vez.
Akashi
le miró. Los dedos temblorosos del castaño abotonando su camisa, las mejillas
rojas, los ojos hinchados. ¿Tanto le había lastimado al hacerlo con él? El emperador le miró fijamente durante
minutos, el castaño sollozaba ruidosamente cada que tragaba otro tumulto de
lágrimas.
—
Koki.
—
Déjame, quiero irme ya.
Sujetarle
el brazo o intentar imponerse fue algo que, por primera vez en toda su vida, el
de cabellos bermellón no pudo hacer. Había algo en los ojos de su castaño amigo
que incluso a él, en ese momento, le hizo sentir culpa. Pero Akashi no lo
comprendería, sino hasta tiempo después.
Aún
así, aunque no lo comprendiera, no con la razón y la lógica y todas esas
herramientas intelectuales que le han enseñado en casa, Akashi supo que esto no
podía terminar así. No podía dejar que Furihata se fuera de esa manera, con
aquel resentimiento en sus ojos cafés.
—
No te vayas aún, Koki.
—
¿Qué?
—
Quédate.
—
Fuiste tú quien dijo primero que…
—
No me iré tampoco.
—
No te entiendo, Akashi-san.
De
nuevo, el “san” que antes se le había
negado. La mirada tierna, las mejillas ruborizadas por algo más que llanto, la
voz aterciopelada. ¿Significaba que le perdonaba lo que sea que le hizo?
—
No necesitas entenderme, Koki. — Tampoco
necesito entender lo que estoy haciendo o por qué. Te necesito, y es todo lo
que me importa.
El
castaño desvió la mirada, incómodo con la situación. Molesto consigo mismo, ¿a
dónde había ido a parar todo el enojo de antes? ¿El resentimiento, los
reclamos?
—
Akashi-san… — Suspiró. Probablemente en contra de su voluntad. Los dedos del emperador se enroscaron en su muñeca con
suavidad mientras los poderosos ojos del mayor de los dos le consumía en miles
de sensaciones.
—
Me reivindicaré ahora, Koki
—
¿Eh?
—
Ningún Akashi se equivoca, nunca. El preámbulo de un error puede ser la
perdición de todo su imperio, la
siniestra advertencia de su fin.
—
Akashi-san. — Suspirar por el mero
hecho de hacerlo. Porque la voz ronca de Akashi suena más varonil que nunca, y
la forma en que su tibio aliento acaricia la piel de sus mejillas calienta todo
su rostro.
Los
labios del emperador cayeron primero
sobre sus pómulos, acariciándolos con tal calma que se sentía como la caricia
de un pétalo de rosa bañado por la brisa matutina. Akashi podía sentir la
tibieza de las mejillas bajo el toque de su boca, sonriendo internamente por
tal tierna reacción de su amigo, por
los suspiros que sacudieron en los labios ajenos y la forma en que los párpados
se rindieron a sus suaves atenciones, escondiendo los castaños ojos de su
mirada. La boca de Furihata entonces se le antojó mucho más que nunca, tan
sumisa y temblorosa, nerviosa y ansiosa por su tacto. El beso llegó así,
calmado y suave, cariñoso, sumamente tierno.
Ternura
que, sobra decir, era novedosa en Akashi. Ningún emperador regala de sus fortunas una sola migaja de riqueza. Pero
esto, era equivalente a todas las riquezas del mundo, Furihata probablemente
tampoco lo pensó entonces, pero era evidente cuán especial resultaba para
Akashi. Tarde o temprano los encuentros clandestinos bajo sábanas desordenadas
y la danza cadenciosa de sus cuerpos desnudos encontraría el significado
correcto.
Esa
noche. Esa noche Furihata sintió que entregaba su cuerpo envuelto por el
corazón, y no a la inversa. Esa noche, Akashi le hizo el amor, aunque palabras
románticas o enzarzadas no saliesen de su voz. Fueron suficientes las caricias
devotas, los besos confiados, el tiempo para conocerse mutuamente, para conocer
el cuerpo del otro sin prisas, la armonía al unirlos en uno solo, el cálido
vaivén de caderas al fusionarse, los gemidos queditos, los ojos cerrados, el
agarre firme al cuerpo del otro. Tantas, tantas cosas compartidas, que la
mañana los alcanzó encerrados en aquella habitación de hotel.
...Flashback…
Cuando
Akashi le empujó sobre el futón, Furihata tuvo suficiente lucidez para
comprender que el de cabellos bermellón pretendía hacerlo realmente ahí y ahora. Al castaño la timidez y la vergüenza
lo asaltaron repentinamente, temblando de puros nervios.
—
Akashi… — Suspiró, llamándole con voz temblorosa, buscando los penetrantes ojos
de su novio… — A-aquí no~.
—
No puedo esperar a volver, Koki. — Respondió con voz áspera, paseando su lengua
por el cuello del castaño, sintiéndole estremecerse todavía más, morderse los
labios y callar los gemidos altos que se agolpaban en su garganta. — Mira,
estás listo aquí, Koki. Y yo también.
Akashi
llevó una mano de su novio a su propia entrepierna, en tanto la diestra
masajeaba la ajena haciéndole notar cuán duro estaba. Furihata tragó hondo,
sabe que, de todas formas, no podrá negarse a los deseos del emperador. Y que esa noche probablemente
muera de vergüenza si es que les llegan a pillar infraganti.
…
— Si tuvieras una noche de pasión, ¿con
quién de todos los que están ahora en el salón la tendrías?
La
pregunta le ha caído como balde de agua fría al rubio. Sus lentes han resbalado
por el puente de su nariz y tragar hondo ha sido un acto reflejo. Joder, quería
evadirlo, sería sencillísimo como tomar un castigo de la caja, pero ¿y si
resultaba algo peor que esto?
Tsukishima no se considera a sí mismo cobarde, elude las situaciones molestas e
ignora lo que sencillamente no le interesa. Y esto, la verdad es que no le
interesa. O casi. Por alguna razón, su mirada viajó en busca del pecoso.
Yamaguchi miraba en su dirección también –bueno, quién no lo hacía en ése
momento–, con ojos inquietos y estrujando sus manos por puros nervios.
—
Tsuki~.
—
Es Tsukishima, Oikawa-senpai. — El rubio detestaba que le
llamasen así (excepto Yamaguchi, es el único a quien se lo tiene permitido.
Porque es él y punto, no piensa dar explicaciones en absoluto). Agregar el senpai ha sido meramente para evitar que
le molestase por eso también.
—
¿Qué tiene de malo que te diga así? Yamaguchi lo hace… — Se quejó, inflando
infantilmente las mejillas. Su primo asentía por cada cosa que Oikawa decía.
Tsukishima
estuvo tentado de responderle. Pero en cambio su mano vaciló sobre la caja de
los castigos.
Yamaguchi
contuvo la respiración de manera inconsciente. De todas formas, ¿él realmente
quería saber algo como eso? ¿Alguien más estaba interesado en las preferencias de Tsukishima tan específicamente?
¿Y si era eso? ¿Si alguien ahí sentía algún tipo de atracción por Tsukishima?
Cuando
el rubio finalmente tomó un papel de la caja de castigos, Yamaguchi no supo
decir si sentía alivio o decepción, o qué debía, de hecho, sentir. Oikawa y el
menor Kise miraron al rubio con auténtica decepción, lo que de paso delató que
uno de ellos –o tal vez ambos– han dejado aquella pregunta para él.
—
¿Tan difícil era elegir a alguien, Tsukishima? — El menor Kise dijo, con la
clara intención de provocar al rubio megane.
—
No es algo que deba divulgar, Kise-senpai.
El
rubio modelo chasqueó la lengua. Él quería que divulgase cosas como esa, ¡qué parte
no entendía!
—
Quizá sea porque esa persona está saliendo con alguien y quieres evitar ser
parte de un triángulo amoroso. — Oikawa aventuró. Todo porque quería, realmente
quería saber si Tsukishima tenía siquiera instinto sexual.
—
Puede pensar lo que quiera, ¿haré mi castigo o seguirán esperando obtener
alguna respuesta a esa pregunta?
Los
primos chasquearon la lengua, fruncieron los labios y le instaron a leer su
castigo.
—
Este castigo lo ejecutarás siguiendo una
a una las indicaciones, desdobla solamente cuando hayas cumplido cada paso. 1.
Elige un sitio para sentarte a un lado de entre todos los presentes. —
Considerando absurdo todo el lío, el rubio megane ni siquiera lo pensó, se
sentó a un lado de Yamaguchi. El pecoso se sintió un poco (más) nervioso por la
cercanía… — 2. Nombra a las personas que
tengas a ambos lados. — Mirando a cada lado, Tsukishima se encontró con
Tobio a su izquierda, y Yamaguchi a la derecha. Después de nombrarlos, el rubio
leyó el último paso de su castigo… — 3.
Besa en la boca a una de las personas antes nombradas.
—
Ni siquiera mires hacia acá. — El menor Kageyama dijo con voz agria, tomando
incluso más distancia de la que tenía anteriormente, apretándose contra el
menor Kagami.
Por
alguna razón, Shoyo también se aferró a la cintura de su novio, como si hubiera
la remota posibilidad de que Tsukishima intentara cualquier cosa con su Tobio. Casi parecía un polluelo
queriendo defender… bueno, la imaginación dice más que mil palabras, así que es
mejor dejarlo de esa manera.
—
No lo estaba considerando, sería tan asqueroso acercarme a ti. — El rubio
desdeñó con claridad al menor Kageyama.
Y
en su lugar tenía su mirada fija en el pecoso. Yamaguchi se ha olvidado de
respirar con normalidad, y el corazón le va a mil por hora. ¿Era en serio?
¿Tsukishima le besaría? ¿Era eso alguna especie de favor celestial para él?
—
Tsukki~. — Tarde maldijo a su lengua por soltar con aquel suspiro el nombre de
su amigo.
El
rubio acomodó nuevamente sus anteojos. Un beso. Se le planteaba la necesidad de besar a alguien, a un
chico, a su mejor amigo. No es que le produzca náuseas en absoluto, de hecho la
idea es agradable. Pero, orillado por un estúpido juego, Tsukishima no se
siente conforme con eso. Sin embargo, admite también que, quizá si no fuese por
este estúpido juego, él no reuniría
pronto –quizá nunca– el valor o encontraría el pretexto para hacerlo.
Yamaguchi
le gusta.
Así
de simple. Demasiado probablemente.
Tsukishima
aclaró la garganta, se acercó a Yamaguchi y se detuvo. A centímetros de
distancia del rostro del pecoso, encontró el momento sumamente incómodo. Un
beso no era cualquier cosa. Era un acto de atracción, de romanticismo.
Probablemente una muestra de cariño después de una confesión. Y ahí está él,
sin palabras adecuadas, con la mirada de terceras personas puesta sobre ellos.
Tan, pero tan incómodo.
No
quería.
Esa
era la verdad. Y estuvo tentado de recular, arrepentirse y largarse de allí.
Pero bastó con mirar en los ojos de Yamaguchi para comprender que, de hacerlo,
le rompería el corazón. ¿Ha sido tan deshonesto consigo mismo todo ese tiempo? Los
sentimientos de Yamaguchi eran tan claros como el agua, tan transparente que
sencillamente le daba, ternura. Sí, ternura. Es la palabra adecuada. Encaja
perfecto con él, con su alto cuerpo y corpulenta anatomía, con su rostro
inocente y las pecas salpicadas en sus mejillas.
Joder,
no lo quiere así. Tampoco puede dar marcha atrás.
—
¿Tsukki? — Yamaguchi le llama de nuevo. Bajando lentamente la mirada,
advirtiendo cuán incómodo se encuentra su amigo por esto. — Tú no…
Y
el beso.
Los
labios del rubio sellaron los del pecoso al unirse suavemente. El toque cálido
de labios ajenos contra los propios. Una explosión en el vientre, tantas
emociones.
Oikawa
y el menor Kise ahogan un grito de impresión cubriéndose la boca con las manos,
abriendo los ojos de par en par. Tsukishima realmente estaba besando a
Yamaguchi. ¡Y eran tan lindos! Que ambos hicieron una fotografía del momento
con sus móviles. El resto de los presentes no estaba menos asombrado que los
primos. Era como el momento épico de la noche, probablemente uno de los
recuerdos más memorables del campamento.
El
beso fue corto, después de todo. Apenas pequeños besos, un intercambio de roces
que dejó con el rostro rojo a más no poder en Yamaguchi, y un susceptible
sonrojo en Tsukishima. Quien, casi sin mirar demasiado al pecoso, regresó a la silla caliente esperando terminar esto
cuanto antes y hablar, como se debe, con Yamaguchi. Necesitaba aclararle que
ese beso, si bien orillado por las circunstancias, ha sido especial, realmente
especial. Tan solo por ser él quien lo ha recibido.
—
¿Terminamos? — Tsukishima preguntó con tono áspero. Oikawa y el menor Kise
salieron de su ensoñación y exclamaron un “claro que no” al unísono.
El
modelo rubio metió la mano en la caja de Tsukishima, sacando otro papel,
preguntándose si habría otras preguntas tan interesantes para él.
—
¿Haz contemplado salir con alguna chica?
—
No.
—
¿Sabes que eres popular entre las chicas de primer año, incluso de otras clases
de años superiores?
—
No me interesa saber algo como eso.
—
Oh, pero es verdad, una compañera me preguntó por ti hace algunos días.
—
Como dije, no me interesa, Kise-senpai.
— Tsk, eres tan
tsundere, Tsukishima.
—
Me da lo mismo. ¿Terminamos?
—
¡No! ¿Estás enamorado de… Yamaguchi? — Incluso el rubio modelo había titubeado.
Esta era probablemente la pregunta del millón. Pero también colocaba al pecoso
en una incómoda situación.
El
pecoso abrió desmesuradamente los ojos, impactado por la pregunta. Que la
tierra se abriera y le tragase, por favor. ¡Y si pensaban que él lo ha
preguntado!
Tsukishima
ni siquiera titubeó, tomó otro castigo. No, no va a divulgar sus sentimientos
delante de todo mundo. Le gusta la idea de la privacidad, de una charla íntima,
uno a uno, cara a cara.
Yamaguchi
quiso evitarlo, pero de todas formas sintió un pinchazo de decepción cuando vio
a Tsukishima evadir la pregunta con otro castigo.
Antes
de leer el castigo, Tsukishima titubeó. Volvió la mirada hacia Yamaguchi. El
salón estaba en absoluto silencio. Quizá, él también era evidente y
transparente. Quizá.
—
Sí.
Dijo
repentinamente. Con sus dorados ojos clavados en Yamaguchi, olvidándose del
castigo, papel que ni siquiera había desdoblado, dejándolo caer de entre sus
dedos.
—
Lo estoy, Tadashi.
¡Una
bomba!
Eso
acababa de explotar ahí y ahora. Tsukishima estaba aceptando estar enamorado de
Yamaguchi. ¡Delante de todos!
Oikawa
y el menor Kise volvieron a callar un grito de impresión.
Yamaguchi
estaba en shock.
Tsukishima.
Él se levantaba de la silla caliente,
avanzando decidido hasta el pecoso tendió su mano hacia él. Yamaguchi tardó en
comprender lo que pasaba, o algo. Tomó la mano del rubio casi por acto reflejo.
Y se dejó arrastrar cuando le llevó fuera.
En
la caja de preguntas para Tsukishima quedaban dos papelitos en el fondo, pero
¡a quién carajo le importaba en esos momentos! Algo grandioso acababa de
ocurrir.
—
Siento que la hicimos de cupido, Ryouta.
—
Verdad, hasta se me erizó el vello, Oikawa.
…
Fuera,
Yamaguchi continuó caminando como autómata, siguiendo el impulso de Tsukishima
llegaron hasta el final del corredor.
—
Yamaguchi, sobre todo esto…
—
¿Era una broma? — Preguntó, más ansioso de lo que quería demostrar.
—
No. ¿Hago ese tipo de bromas? — Inquirió con tono severo.
—
No. — Dijo, bajando la mirada con vergüenza. Con nervios y ansiedad.
—
Esta no era la forma correcta. Pero, supongo que no está mal, no del todo.
Bueno, la cuestión es que, me gustas. Así, de forma romántica, Yamaguchi.
—
Tadashi… — Murmuró con las mejillas a tope de carmín.
—
¿Qué?
—
Antes, me has llamado por mi nombre. Se siente, bien, que lo hagas.
—
Tadashi… — Le nombró entonces, probando a conciencia el nombre del pecoso en
los labios. Dulce, la sensación honorífica que el pecoso le inspiraba cada vez…
— Tan raro… — Murmuró entre dientes. Pero no lo suficientemente bajo como para
que el pecoso no le escuchara.
—
¿Lo, es?
—
No lo malentiendas. Estaba pensando en que eres dulce. Mh, tierno. Y, es raro para mí. Me conoces, esto. Todo esto,
es raro para mí. Ni siquiera sé cómo confesarme. Ng, tan ridículo.
Tsukishima
chasqueó la lengua, y empujó sus anteojos ajustándolos de nuevo. Aclaró la
garganta, miró el cielo nocturno y encontró preciosas las estrellas. Luego
volvió la mirada al rostro de Yamaguchi.
—
Tus pecas son más bonitas todavía.
—
¿Eh? — Balbuceó con el rostro al rojo vivo.
El
rubio no tuvo más palabras para decir. Tan, pero tan vergonzoso que se sentía
ridículo. Pero atinó a topar su frente con la de Yamaguchi, y mirar de cerca su
rostro, admirar sus pecas e inventarse miles de formas en ellas,
constelaciones, ¿y por qué no? Dinosaurios.
—
Tsukki~. — Suspirar. Cerrar los ojos y rendirse a la cálida sensación del toque
de labios.
Otro
beso, el segundo.
Y
unas extrañas ganas de llorar. Llorar de emoción. Esto no era un sueño,
¿verdad?
Después
de la conmoción por la peculiar confesión de Tsukishima, el resto de los chicos
hicieron lo posible por respetar el momento y se dispersaron a sus respectivas
habitaciones. Algunas parejas salieron a los corredores a admirar el cielo
nocturno y regalarse unos minutos de compañía íntima.
Así,
cerraron sus actividades en el campamento.
Así,
se abrieron nuevas puertas, se iniciaron nuevos caminos. Se descubrieron
auténticos sentimientos.
…
Tras
reintegrarse a la vida cotidiana después del campamento, los chicos
definitivamente estaban más unidos y tenían un mejor trabajo de equipo. Ambos clubes
estaban al cien y un poco más en sus partidos de práctica con otras escuelas. La
rutina está de vuelta.
—
Shin-chan~.
—
No te me encimes, Takao.
—
Cielos, cuándo vas a dejar de ser tan frío conmigo, Shin-chan. — Haciendo
puchero y todo, el ojo de halcón se
apartó, cruzando los brazos y esperando obtener alguna reacción del peliverde.
Aquella
no llegó. Suspiró, se colocó el uniforme para las prácticas y miró de soslayo a
Midorima hacerlo.
—
Tal anatomía y yo que no consigo
alterarlo siquiera un poquito.
—
Deja de mirar, Takao.
—
¡Es porque estás justo frente a mí, Shin-chan!
—
Demasiado ruidoso.
En
la duela del club de baloncesto, el pelirrojo hacía una de sus jugadas, el
entrenador le felicitaba. Y luego le mandaba a practicar algo diferente, frustrándole
un poco. El peliazul practica junto a los mellizos Izuki algunos pases, se les
unen los hermanos Sawamura, Junpei lanza de tres, Yukio aplaude su temple.
Aomine driblea contra Teppei, pero topa contra Murasakibara cuando intenta ir
de lleno con una clavada frontal. Solo están calentando motores.
—
Ryo.
—
¿Sí?
—
Salgamos a cenar el sábado.
—
¿Eh?
—
Te estoy invitando a una cita. — El moreno dijo, sin ceremonia alguna, mientras
driblea y el chirriar de sus tenis hace eco en el gimnasio. Sakurai enrojece
como termostato, pero asiente. De pronto suena emocionante su fin de semana.
Más
allá, Akashi habla con el entrenador Kagetora, y su hija Riko entra al
gimnasio, poniendo como idiota a Junpei.
—
Shun.
—
¿Sí?
El
mayor Sugawara se acerca a su novio, le susurra algo al oído y es turno del
mellizo para enrojecer furiosamente. Teppei sonríe juguetón, bobo, enamorado.
El
club de voleibol no es menos, corazoncitos parecen flotar aquí y allá entre
remates y saques. Shoyo queda atrapado en la red de una forma bastante curiosa,
Tobio le ayuda a bajar. Se dan un beso de la nada, se reclaman a los gritos y
con las mejillas coloradas. Daichi suspira, se talla las sienes. El menor
Sugawara le da un apretón de manos despistadamente, le sonríe y calma un
poquito su tensión.
De
pronto se siente, como que es momento para el amor íntimo.
Continuará…
Aww. AkaFuri! Pueden ser tan tiernos. Y akashi siempre será tan demandante
ResponderBorrarTsukishima! Por fin! Ay por deoos! Me alegra que Tsuki haya tomado la decisión que tomó! Pobre Yamaguchi si no lo hacía :c ..
Pero mira que lindo andan todos ahora :3