miércoles, 10 de mayo de 2017

GLINGAL. Parte 2. Crossover TVXQ/JYJ&YOI



Estos demonios son llamados Lammoth, poco más que sombras espectrales que han escapado de Drengist, una ciudad ubicada en el extremo sur de Endor, en cuyo interior, se dice, hay un pasaje que conecta con las entrañas de Endor, donde lava, fuego y azufre se combinan para dar vida a estos demonios. Cuyas existencias se alimentaban de los lamentos de todos los seres vivientes que pisan sobre la tierra. Eso, por supuesto, era mucho más de lo que podía imaginarse cualquier ser humano común y corriente. De alguna manera, los lammoth eran la contraparte de los elfos. Criaturas malignas, profundamente malévolas, porque en sí, solo eran los ecos del dolor en Endor. Y por tanto, su magia era terriblemente oscura.

— A partir de ahora, bajo ningún precepto digan nuestros nombres. — La reina Emeldir dijo, naturalmente colocándose en posición de combate.

Los jóvenes elfos emularon el movimiento de su progenitora. Y de las palmas de sus manos sacaron armas para enfrentarse a los lammoth. La reina portaba un sable cuya estilizada hoja se curvaba regularmente desde el primer tercio de su extensión, de un increíble filo, particularmente en la punta, era llamada “la garra del león” por la similitud de su curva con las de tal fiera bestia. Era su arma favorita, y cuando la “alimentaba” con su magia, era capaz de cortar varios metros más allá desde donde daba el golpe.

Por su parte, el mayor de sus hijos usaba un sable que estaba ligeramente curveada sobre el último tercio de la hoja, de un impresionante contrafilo en el tercio más cercano a la empuñadura, los cortes de este sable eran sencillamente mortales. Era llamada “hoja de sauce” por su forma, y combinada con la magia del joven elfo, era capaz de eliminar de tajo incluso el metal más poderoso de todo Endor.

Finalmente, el menor de los príncipes usaba una espada de curveado peculiar y un solo filo a lo largo de la plateada hoja. Forjada en las zonas montañosas de Cirith Ninniach, donde solían descansar los dragones a los que el príncipe encantaba, era considerada de las armas más poderosas y letales de entre las que eran forjadas entre su pueblo. El elfo no solía requerir mezclara con su magia, ya que poseía en su empuñadura el fuego de dragón, sus cortes solían ser mortales y terriblemente calientes.

Están lejos de la Grieta. — Farfulló uno de los lammoth con voz pastosa y tenebrosa.

La reina blandió su sable una vez, y luego todo sucedió demasiado rápido para narrarse. Tras algunos movimientos de arma de los Elfos, los lammoth emprendieron la retirada luego de que algunos de ellos fueran consumidos por la magia élfica.

— Volverán, son más fueres de noche, la oscuridad les da poder sobre los lamentos de Endor. Hay que movernos más aprisa.

— El bosque de Dorthorion no es solo engañoso ahora, ¿verdad? Ha comenzado a ser invadido por demonios, algo así nunca había pasado según los relatos en casa. — El mayor de los príncipes dijo, corriendo con agilidad a la par de su progenitora, apenas un paso detrás, su hermano les seguía, precavido y atento.

— Me temo, hijo mío, que esta invasión no solo ha comenzado en Dorthorion. Endor no es el mismo.

~*~
Alqualondë

Esto sucedió antes de que demonios menores hubieran sido liberados por un Nigromante en el establecimiento de antigüedades aquél donde, a su vez, Plisetski viera entrar al joven a quien Mokomichi llamó Otabek Altin.

El muchacho estaba aquí para recoger el encargo de su padre. Y aunque su progenitor le hubiera dicho que no iba a ser un viaje largo, al final llevaba ya varios días en el Puerto de los Cisnes aguardando por la encomienda. Citado había sido, de una forma meticulosamente discreta, a una tienda de antigüedades ubicada en el centro de la ciudad. Desde que se encaminara al lugar, Altin se sintió inquieto. Como si un mal presagio se avecinara sobre su cabeza.

Y se intensificó cuando se sentó frente al hombre aquél, en un estrecho cuartucho en la parte trasera de la tienda. Vestía harapos y bebía aguardiente directamente de una botella, tenía en las pupilas un tenue azul pálido y colmillos sobresalían bajo los agrietados labios. No tenía la piel muy arrugada, pero el cabello lo llevaba completamente blanco y un enorme anillo con un rubí incrustado le adornaba el huesudo dedo pulgar de la mano derecha. El joven Altin pensó que era una apariencia extraña y poco coherente.

— Es raro que tu padre no hubiera venido personalmente, Otabek.

Él conoce mi nombre, pero yo no el suyo. — El muchacho pensó, sosteniendo la fría mirada del hombre.

— ¿Sabes qué he de entregarte?

— Un entrego para mi padre. — Respondió sencillamente.

Y el hombre soltó una risotada irónica, ladeando el rostro de forma amenazante y golpeteando la tabula rasa de la mesa con sus grotescos y largos dedos huesudos.

— Obviamente no sabes qué has venido a recoger en nombre de tu padre. No hubiera esperado tal cobardía del gran gobernante del Valle de Himlan.

— Los desacuerdos que tenga con mi padre, háblelos con él. Ahora, soy solo un mensajero privado para él.

El hombre chasqueó la lengua, tomó un largo trago de aguardiente y luego golpeteó la tabula rasa numerables veces. Sin soltarle un segundo la mirada al más joven.

— No lo entregaré. Comunícale a tu padre que nuestro trato ha sido deshecho. — El hombre se puso de pie, y tomando un báculo con una piedra en la punta que Altin no reconoció, comenzó a murmurar palabras que el joven tampoco entendió. — Si es que consigues regresar a casa. — Añadió con una trémula y macabra sonrisa.

Cuando el joven Altin advirtió lo que sucedía, todo a su alrededor había comenzado a sentirse caliente, como si una ola de calor estuviera aplastándolos. El estrecho cuartucho se sacudió y las paredes comenzaron a parecer frágiles hojas de papel, agrietándose por todas partes y amenazando con venirse abajo en cualquier momento.

El hombre no lo supo hasta que, al liberar a los demonios, el joven Altin fue rodeado por una barrera mágica. No era un joven común y corriente, tampoco tenía sangre de Wilwarin. Pero era, especial.


— ¿Profesor?

— Aguarda, Yuuri.

— Profesor…

— Y ustedes tres también.

— ¡Qué! — Bramaron Jung y Park.

— No está marchándose en contra de su voluntad. — Añadió Nikiforov.

— No he dicho que no puedan irse. Dije que aguardaran, ¿no es así? Partiremos todos en un rato más.

— ¿Todos? ¿Qué todos? ¿Está incluyéndose también? — Parloteó Park con desespero.

— Yuri y ChangMin también. Por lo que deben acompañarme, ahora.

Los lobos sintieron, por alguna razón, bastante voluntariosa la orden del profesor. Pero, todavía obedecieron. Y caminaron detrás de él por algunos minutos.

— Yuuri, llévales a la taberna de los mellizos. Los alcanzaremos después.

— Profesor…

— ¡Oye!

Exclamaron Katsuki y Park, respectivamente. Pero el profesor había apresurado el paso por otra calle. El Wilwarin suspiró, y con las mejillas coloradas, indicó el camino a los otros tres.

~*~
Dorthorion

Ubicado al oeste de Echorianth, Dorthorion era una ciudad realmente bella, de altas montañas cubiertas de pinos y un clima realmente agradable todo el año. Para aquellos que gozaban de temperaturas templadas con cálidos veranos pero fríos inviernos, Dorthorion ofrecía una variedad que se ajustaba al gusto de muchas personas. Incluso si podría pensarse que durante el invierno sus calles pudieran quedar desoladas, no era así, la gente iba y venía continuamente, incluso turistas o simples curiosos que tomaban un descanso en sus prácticas cabañas y posadas con aire rústico que invitaban a una taza de café o chocolate humeante, o un buen trago de whisky entre otros licores que calentaban el ánimo de cualquiera.

Dorthorion no era una de las ciudades más importantes de Endor porque no era particularmente poderosa económica o políticamente. Pero, en términos de “historia”, la Tierra de los Pinos era la número uno. La grandísima Biblioteca ubicada al centro de la ciudad ocupaba un buen terreno, rodeada está por una muralla de pinos que se levantan alto, tan alto que incluso los cinco pisos de estructura no eran suficientes para alcanzar sus copas; tiene también cuatro entradas a cada punto cardinal, resguardadas por guardias en el día y la noche; se dice que su sistema de seguridad es el más novedoso e inviolable de todo Endor, artilugios mágicos se suponen dentro y fuera de la biblioteca. Y el personal que laboraba en ella era de lo más capaz en Endor; intelectuales, genios, con habilidades como una memoria pulcra e inmediata, buen trato con los visitantes y un amplio conocimiento de todos los textos que se resguardan en ella.

La Biblioteca de Dorthorion concentra una gran variedad de textos, algunos de ellos incluso son originales y datan de siglos atrás. Aquellos de tal antigüedad solo podían ser consultados después de un protocolo estricto que era dirigido exclusivamente por el máximo dirigente de la Biblioteca, llamado Palaisin, y quien supone no cede a ningún tipo de coacción política o económica. Por tanto, eran muy pocas las personas que lograban pasar tal protocolo y acceder a los antiguos textos. Pocas, pero no inexistentes. Así, por ejemplo, los Ancianos de Alqualondë tenían prácticamente ganado el derecho a consultar los textos cuando lo solicitaban, incluso sin importar la hora o el día. Otras personas que tenían derecho a entrar al salón donde se resguardan los antiguos textos se cuentan entre la familia Altin y otros clanes.

Sin embargo, pese a que los elfos se han mantenido en anonimato durante largos años, un apellido usado por ellos en el pasado se mantenía inmaculado en la lista del Palaisin. Así, cuando Emeldir y sus hijos se presentaron en una de las puertas de la Biblioteca, bastó con que la reina mostrara una insignia que mantuvo oculta en sus galas, para que los guardias se hicieran a un lado y uno de ellos los escoltase inmediatamente hasta la oficina del Palaisin.

— Mi Lady, hace mucho que su familia no se presentaba ante nosotros. — El hombre, que rondaba los sesenta de edad, inclinó con respeto la cabeza.

Encontrándose de pronto aturdido por la presencia de tan hermosas personas. La mujer al frente era sin duda bella, y vestía elegantemente, tal cual la realeza en ciudades más al oeste y el norte. Sus jóvenes acompañantes, apuestos como solo ha visto ser a los príncipes.

— Hace tiempo que la familia no requería consultar los textos en Dorthorion. Han cambiado algunas cosas en la biblioteca, según los relatos de mis padres. — La reina Emeldir dijo, cuidando sus palabras pues hacía más de cien años que los elfos no ponían un pie en la Tierra de los Pinos. Por lo que, sabe, debe hacer parecer que ella representa a una generación que nunca antes pisó estas tierras.

— Cambios menores, mi lady Kim. La seguridad se ha incrementado y los protocolos también han mejorado, pero su familia siempre estuvo presente para nosotros. Los Palaisin antes de mí hablaban muy bien de la familia Kim, más noble que la realeza misma.

— Sus palabras me elogian. Y le agradezco, ahora, mis hijos y yo queremos revisar los textos de Eru, por favor.

La expresión del hombre cambió inconscientemente, sorpresa y un poco de resistencia a lo que ha escuchado le estremecen el cuerpo. Aclara la garganta y estrujándose ligeramente las manos toma la palabra.

— ¿Los textos de Eru ha dicho, mi lady?

— Eso he dicho. ¿Hay algún problema con ello, Palaisin?

— No, no. Ningún problema, es solo que en toda mi vida, es usted la primera persona que los menciona.

Emeldir le sostuvo la mirada, su serena expresión casi parecía palabra suficiente para que el Palaisin comprendiera que no había más para decir. Esperaba que su petición fuera concedida.

— Síganme, por favor.

El hombre dijo, llevándose la siniestra al cuello, acariciando la fina cadena de oro que le rodeaba. Sus dedos tomaron el hilo dorado y tirando de él, quedó a la vista un pequeño dije color amatista. Giró sobre sus talones y avanzó hasta el librero detrás de su escritorio, tomó un libro y volviendo la mirada a sus invitados, aclaró una vez más su garganta, indicándoles con un movimiento de mano el camino por el que habrían de seguirle.

~*~
Alqualondë

Tras asegurarse de que nadie en la escuela se diera cuenta de que ha salido con Plisetski y Shim, Mokomichi se apresuró al encuentro de Katsuki y los lobos hasta la taberna que le indicara a su pupilo.

Ahí, Park, Jung y Nikiforov tomaban un tarro de cerveza, mientras que Katsuki charlaba con una animada mujer de cabellos oscuros, piel tostada y ojos violetas, a la que él ha llamado amistosamente, Sala.

— ¡Hayami-san! ¡Yuuri no ha querido contarme nada!

— Es porque no tiene nada para contarte, Sala. — Mokomichi dijo, recibiendo con una sonrisa el beso amistoso que la mujer dejó sobre cada una de sus mejillas. — ¿Y tú hermano?

— Atrás con Emil.

— Oh.

— Ni sonrías así. Que aunque Emil quiera, dudo que Michele deje que siquiera le tome la mano. Están haciendo inventario. — Añadió con una sonrisita. Mirando luego a los otros dos acompañantes del profesor. — Oh, Hayami-san, ahora estoy más curiosa. Ni siquiera sé si los nombres que esos tres guapísimos hombres me dieron son verdaderos. Están actuando sospechosamente, saben.

— Y será mejor que no te involucres, Sala. Quiero hablar con tu hermano, llámalo, por favor.

La muchacha chasqueó la lengua, se acomodó un largo flequillo oscuro tras la oreja y fue a buscar a su mellizo hermano. Michele no parecía feliz de ver a Mokomichi.

— ¿Qué quieres?

— Tan arisco, Crispino.

— Sigo enojado contigo, le diste “eso” a Emil. — Gimoteó áspero, fulminándole con la mirada. La piel tostada del mellizo enrojeció furiosamente cuando el mencionado se paró a su lado, saludando con una sonrisa enorme al profesor.

— Sí, sí. Luego puedes reclamarme todo lo que quieras. Necesito tu bote.

— No.

— Michele Crispino, ¿qué dijiste?

El muchacho chasqueó la lengua, maldijo entre dientes y luego termino metiendo la mano en su bolsillo izquierdo, entregándole algo a Mokomichi al instante. Por supuesto, hay otra historia detrás del comportamiento entre los mellizos y el profesor, que tal vez, más adelante deba ser contada. De cualquier manera, Shim achicó la mirada, no conforme con el trato entre el mellizo y su profesor.

No es como si me importara. — Se dijo mentalmente, volviendo la mirada a un lado, donde, sin querer, se topó con una escena honestamente sorprendente.

Katsuki estaba rojo hasta las orejas, mientras Nikiforov le susurraba algo al oído.

— Andando todos.

— ¿Eh?

— Ni siquiera nos ha explicado nada, profesor. — Farfulló Plisetski.

— El camino será largo, tiempo suficiente para explicar algunas cosas.

— ¿Algunas?

— ¡Andando!

El grupo entonces se puso en marcha, con Mokomichi al frente. Detrás le seguían sus pupilos Shim y Plisetski, pero en la retaguardia se mantuvieron Katsuki y Nikiforov. Al medio, incómodos e imaginando lo que pasaba en sus espaldas, los lobos Park y Jung solo esperaban que a su amigo no se le ocurriera alguna tontería que ganase la ira del profesor, porque por lo que saben, es un wilwarin de poder considerable.

Nikiforov llevaba una sonrisa de lado a lado en los labios. Antes le ha susurrado a Katsuki apenas unas pocas palabras, pero ha notado el efecto que ha tenido en el joven aprendiz. Y sus ganas de marcarlo con su propio aroma le es más y más fuerte.

Tu aroma es realmente encantador. Dulce y fresco, como frutas que brotan en primavera bajo la cálida luz solar. Yuuri, en el momento en que nuestras miradas se encontraron en la plaza, lo primero que se apareció en mi mente fue un paisaje de colores vivos, una cascada tranquila de aguas claras, rodeada de verde y sonidos de aves cantando. ¿Qué crees que pudo ser eso, Yuuri?

Nikiforov le ha dicho al oído. Tan cerca que ha necesitado pasar la diestra por la cintura de Katsuki en un abrazo íntimo que solo una pareja se da. El muchacho de anteojos de grueso armazón tragó hondo, notando el galope de su corazón más apresurado y su cuerpo tembloroso como hoja al viento. Este hombre tenía una voz seductora, suave, clara, casi melodiosa. Un tono de voz que, naturalmente, Katsuki nunca había escuchado. Mucho menos de aquella manera tan íntima, tan personal.

Yo, no lo sé, Víktor. — Responde apenas con un hilo de voz.

Los dedos en el costado de su cintura resultan un toque suave, pero juguetean lánguidamente ahí. El roce de su cuerpo contra el de Nikiforov le sorprende, le pilla con la guardia baja y casi parece irreal. La garganta se le reseca y se ve obligado a pasar saliva una y otra vez. De pronto ansía algo. Casi pareciera que no sabe qué, pero sus labios se sienten ansiosos, secos, tristes. Cual si algo les faltase. Como si se tratase de un puzle incompleto.

Me gustas, Yuuri. Sabes lo que eso significa para los de mi raza, ¿verdad? — El lobo le susurra por último, antes de tomar distancia, cortar el contacto íntimo y empujarle hasta que le deja cerca de sus amigos.

Katsuki se ha dejado llevar, mirando confuso y con las mejillas arreboladas de carmín cuando topa el hombro con el de Shim y Plisetski le mira con ese aire enfadado suyo, muy típico de un niño molesto porque susurran a sus espaldas.

— ¿Estás bien? — Shim le pregunta, mirando por el rabillo del ojo a los tres lobos detrás. Es inteligente, se imagina que el lobo de cabellos platinados algo se trae con su compañero.

— L-lo estoy. Estoy bien. — Responde entre sonrisas nerviosas y una brillante mirada.

Todo porque, bueno, él sabe lo que significa gustarle a un anfauglir. Básicamente es lo mismo que el “enamoramiento” de las personas, para los anfauglir es instinto, tan poderoso y certero que una vez que se sienten atraídos por alguien (generalmente de su misma raza) saben que han encontrado a su pareja destinada. Alguien con quien habrán de pasar el resto de sus vidas. Haber escuchado tal confesión de labios de Nikiforov era, sencillamente, surrealista.

— Estamos llegando.

El silencio casi incómodo fue surcado entonces por la voz del profesor. El puerto se avecina a moderada distancia.

El muelle del Puerto de los Cisnes solía estar ocupado por embarcaciones recién llegadas o a punto de partir (era muy raro que alguna permaneciera más de dos días). El movimiento de propios y extraños al Puerto era constante día y noche. No existía tal cosa como días buenos o días malos, todos eran días de trabajo, de turismo, de negocios, de lágrimas dulces y amargas también (se dice que en el Puerto de los Cisnes “enamorarse” es fácil, que sus paisajes seducen con naturalidad y que hay demasiados hechiceros y brujas aprovechándose de los buenos corazones de los continuos y asiduos visitantes).

Exageraciones. Los Wilwarin no somos así. — Pensó Katsuki. Preguntándose si existiría la posibilidad de que la confesión de Nikiforov fuera consecuencia del encanto del Puerto de los Cisnes, o realmente su instinto.

— No se aparten ni se distraigan, debemos partir cuanto antes. A ser posible, con suma discreción. — Añadió tras ver cuántas miradas femeninas (e incluso masculinas) comenzaron a atraer los tres lobos. Park respondiendo galantemente al flirteo, Jung tratando de ignorarle y Nikiforov con la mirada fija en la espalda de Katsuki.

Mokomichi suspiró, lanzó un hechizo sencillo y así la apariencia de los tres lobos cambió lo suficiente a ojos de los mortales como para que no llamasen la atención. Mientras cruzaron el muelle evitaron charlar al máximo entre sí y ofrecieron simples palabras amables con todo aquel que se cruzaron.

Los Anfauglir estaban inquietos antes el obvio mutismo y secretismo, mientras que los Wilwarin más jóvenes casi parecían entender el peculiar pensamiento de su profesor.

La extensión de ese lado del muelle topaba con una rocosa montaña de menor altura en cuyos riscos las olas durante marea alta golpeaban haciendo un sonido intimidante pero seductor. En contraposición, un lado donde, evidentemente, cisnes daban una majestuosa vista al muelle.

— ¿Vamos a subir ahí? — Park cuestionó tras ver el pequeño bote que flotaba sobre las tranquilas aguas. Honestamente se sentía arisco. Además de lucir pequeño, parecía viejo e inservible. — ¿No se hundirá apenas zarpemos?

— Sube, cachorro. — Mokomichi rumió con sorna.

El lobo le regresó un gruñido, pero terminó siguiendo al grupo cuando sus amigos Jung y Nikiforov le empujaron dentro. Unos cuantos ademanes acompañados de palabras celtas (según conocimiento de los lobos) y el bote comenzó a moverse mar adentro. Unos minutos bastaron para que el Puerto de los Cisnes se perdiera a la vista, y cuando así sucedió, la apariencia del bote cambió completamente cuando Mokomichi dejó al aire aquello que, intuyen, le entregara antes el chico Crispino. Era una piedra apenas visible, diminuta que irradiaba un resplandor plateado y se mantenía a flote por sí misma.

— ¿Es una embarcación élfica? — Cuestionó sorprendido Nikiforov, admirando los detalles grabados en madera y otros materiales que no sabría reconocer.

Y es que no solo ha cambiado en dimensiones, las velas llevan aún la brillante luz de su magia y no necesita timón para navegar pues se mueve bajo la voluntad de su dirigente. Además, casi parecía que se deslizaba sobre las profundas aguas sin apenas inmutar su temple oceánico.

— Lo es. — Mokomichi ha dicho, mirando el crepúsculo caer en el horizonte. — Entonces, momento de dar algunas respuestas como he prometido. La charla será tan larga como nuestro camino. Entenderé si se aburren o el sueño los vence.

— Deja de parlotear y explícate. — Shim siseó con tono áspero. El profesor le sonrió sencillamente. Deseando de pronto enlazar sus dedos y nunca dejarle ir.

— Supongo que por ahora lo más intrigante puede ser nuestro destino. Pues bien, nos dirigimos a Tintallë.

— ¿No dicen que la hermosa Dama de las Estrellas es una ciudad desierta ahora?

— Es verdad que no es una ciudad habitable, pero no es tan desierta como se dice, Jung. ¿Por qué creen ustedes que Tintallë es inhabitable?

— No conocemos más que rumores. Se dice que junto a la Grieta del Arcoiris era una de las principales ciudades élficas, y que es por ello que pese a estar desierta conserva su belleza natural. Algunos rumores dicen que espíritus élficos aparecen cuando las noches son claras y todas sus estrellas son visibles en el cielo.

— Rumores interesantes, ¿cierto?

— Usted sabe algo más, ¿no es así? — Park cuestionó.

Mokomichi largó un suspiro, y miró la bóveda celeste llenándose de estrellas por encima de ellos.

— Antes de que lo planteen en sus cabezas, no. No soy un elfo, ni tengo ascendencia alguna con tal raza. Pero, la sangre que corre en mis venas tampoco es la de un Wilwarin como mis inocentes, pero muy talentosos pupilos. — Dijo, paseando la vista de Shim, a Plisetski y Katsuki. — Soy un Nigromante.

El silencio fue absoluto.

— Los nigromante son seres oscuros, llenos de malicia, es imposible que tú…

— En esencia, mis poderes mágicos son los de un Nigromante, ChangMin.

— Si eso fuera cierto, jamás habrías entrado a Alqualondë como un profesor. ¡No tiene sentido!

De todos los presentes, Shim era el más consternado. Porque no podía concebir que el hombre que quería con todo su corazón tuviera el alma corrompida.

— Si realmente eres un nigromante, ¿qué haces en alqualondë enseñando a Wilwarins? Así como para los Angauglir los Wilwarin son como antagónicos naturales, ¿No era los Nigromante para los Elfos? ¿Y no son tan inmortales como ellos? — Jung, como los otros lobos, estaban inconscientemente en alerta.

— Como dije, la sangre en mis venas es de un nigromante, pero fui concebido con una mortal por lo que no soy inmortal ni mis poderes mágicos tan excepcionales como podrían si mi sangre fuera pura. Además, fui criado como wilwarin, mi alma no ha sido corrompida. Ni pienso permitir que eso suceda. — Mokomichi dijo, mirando significativamente a Shim.

~*~
Dothorion

Tras consultar los textos de Eru en la Biblioteca de la Tierra de los Pinos, la reina y sus hijos emprendieron nuevamente el camino. Entonces, con dirección a Tintallë.

— Madre, ¿por qué a la Dama de las Estrellas? Junsu y yo sentimos que el Glingal no está ahí.

— Hijo mío, aunque el Glingal es vital para nuestro pueblo, cuando estemos dispuestos a recuperarlo, y conociendo ahora la cara del enemigo, debemos estar más preparados. Los textos de Eru fueron vistos antes por alguien, sin siquiera tener que entrar por ninguna de las puertas de esta Biblioteca. Eso significa que la magia del Nigromante que atacó en Alqualondë se ha vuelto más poderosa. Nosotros también necesitamos despertar el verdadero poder de nuestra magia.

¿Y lo conseguiremos en Tintallë?

— Es así.

~*~
Tintallë

Tan hermosa como se dice. Y de noche, su magnificencia parecía incrementarse. Los castillos levantados en claros naturales brillaban cual bañados por polvo de estrellas, y los grabados en sus altísimos pilares, irradiaban una luz azul pálido encantadora. Los bosques alrededor parecían cunas de flora y fauna, y toda planta y animal en ellos eran preciosos, como si un toque sobrenatural los embelleciera. Algunos rumores dicen que aquí todavía viven algunos caballos alados y unicornios.

— Siempre pensé que sería difícil entrar en Tintallë, así como es casi imposible encontrar el camino hacia Cirith Ninniach. — Nikiforov dijo, honestamente anonadado con la belleza de la ciudad.

— Lo es, Nikiforov. Hemos conseguido entrar porque veníamos en un navío élfico.

— Durante toda la charla, en ningún momento mencionó cómo es que los Crispino tenían tal navío en su poder o cómo sabía usted de él.

— Realmente no me había topado con lobos tan curiosos como ustedes, Jung. Ni mis adorados pupilos han hecho tantas preguntas como ustedes.

— Solo responde.

Mokomichi suspiró. Echando a andar tierra adentro, Dejando el navío flotar en el lago que dejaban detrás.

— Ni un paso más.

La orden fue repentina, y de una voz desconocida para el grupo. Mokomichi levantó la mirada, apostados en el ramaje de los árboles frente a ellos, Emeldir y sus hijos, Junsu y Jaejoong, les apuntaban con arco y flecha.

— Mi lady, príncipes. — Mokomichi dijo, haciendo una respetuosa venia hacia los tres.

— Demasiado conocimiento en tu poder, Wilwarin, como para considerarlo algo normal. — La reina dijo, guardando su arco y bajando a tierra firme, en tanto sus hijos mantenían sus arcos tensos.

En tierra firme, Jung y Park sienten nuevamente esa emoción experimentada antes en Alqualondë, pero esta vez acompañada de algo más. De un calor repentino que les hierve en la sangre, de un ardor en la boca del estómago y la necesidad de mostrar sus verdaderas naturalezas. De irse sobre los hermosos elfos dispuestos a matarles si dan un paso en falso, y marcarles. Marcarles de la misma manera en que Nikiforov se siente atraído hacia Katsuki.

— Habla, Wilwarin. O la bella Dama de las Estrellas será tumba de todos ustedes para la eternidad.

— Puedo asegurarle, mi Lady, que tales conocimientos están en mi poder por voluntad propia, llegaron a mí la primera vez que usé mis poderes como nigromante.

— Explícate, a detalle.

Mokomichi asintió, desvió un instante la mirada, solo para observar significativamente a su pupilo Shim y luego comenzó a relatar.


Sucedió muchos años atrás, cuando Mokomichi era un novato wilwarin en misiones especiales. Aquella ocasión había sido enviado, junto a una decena de los suyos, al frío Norte de Endor, el polo cubierto de hielo solo era habitado por animales propios de tal inclemente hábitat, pero ocasionalmente grupos de exploradores, turistas, investigadores científicos y otros curiosos recorrían sus vastos parajes blancos. Los Wilwarin actuaban cuando algún grupo activaba, intencionadamente o no, grutas mágicas debajo de los glaciares.

Es esta tu primera misión en el Norte, ¿cierto, Mokomichi?

Lo es, Gante.

¿Nervioso?

No en realidad. Los Ancianos dijeron que solo debemos hacer lo que sabemos. No dudo de mis habilidades.

Gante, un hombre de mediana edad y muchas cicatrices, sonrió palmeándole la espalda con aire gentil. Aunque su mirada de gentileza no reflejara mucho. No era un mal hombre, sin embargo, Mokomichi lo presentía.

Andando entonces.

Puestos en marcha, el grupo de Wilwarin accedieron por una cueva, descendiendo luego por sus escarchados caminos, dirigidos por un Wilwarin que indicaba cuál túnel seguir. Hasta llegar a las entrañas congeladas de dicha cueva, en cuyo centro había un lago de aguas tibias en cuya superficie flotaba vapor. En sus profundidades se reflejaba un símbolo reconocido por los Wilwarin.

Magia negra. Manténganse en alerta, un Nigromante puede estar aquí.

No podía, estaba ahí. Desde las profundidades del lago, justo al centro del símbolo que brillaba con luz rojiza, emergió un hombre. Llevaba apenas vestiduras, largo el cabello y terriblemente enmarañado, mirada ausente y muchos tatuajes en la reseca piel. No usaba calzado y todo cuanto pronunció, fueron hechizos para destruir.

Los Wilwarin hicieron lo que debían, defenderse y atacar. No tenían conocimientos de este Nigromante, era como un nómada salvaje que había decidido quedarse ahí y fraguar, a saber con claridad, cualquier cantidad de estrategias para llevar caos a Endor. No había más opción, que detenerle a cualquier costo.

Este Nigromante era poderoso, mucho. Uno a uno los Wilwarin iban siendo igualados y superados en poder, incluso si atacaban en grupo, sus hechizos eran rechazados por otros y atacados con otros nuevos para los que no tenían defensa. Gante era el más poderoso ahí, y fue el único que tuvo más oportunidad. Pero cuando estuvo dispuesto a sacrificar una de sus extremidades superiores por proteger a Mokomichi, él supo que no podía simplemente rendirse.

Así que encaró al Nigromante con todo el poder que tenía. Cuando estuvo frente a frente con él, Mokomichi finalmente vio vida en los ojos del Nigromante, y éste pareció reconocer algo en él, porque frenó de lleno su ataque.

Tú, eres igual a mí.

¿Qué?

El Nigromante sonrió perverso, y en lugar de atacarle para matar, lanzó contra Mokomichi un hechizo de revelación. Su auténtica naturaleza mágica emergió entonces, causándole un extraño dolor en todo el cuerpo, el ardor en la sangre y la sensación de caer en un abismo. Era sofocante y abrumador. Algo, que él definitivamente no quería.

Cuando Mokomichi despertó (sin recordar exactamente cuándo perdió la conciencia) Gante estaba mirándole con severidad. Había detenido la hemorragia en su codo pero era un hecho que la mano izquierda no volvería jamás. Y era zurdo, Mokomichi pensó que estaría furioso por ello.

Al fin despiertas.

¿Lo derrotaste?

No fui yo. Lo hiciste tú.

¿Yo? ¿Cómo podría?

No estoy seguro, pero Mokomichi, lo sientes ¿verdad? Cambiaste. Ya no eres el mismo que vino. Cuando volvamos a Alqualondë, no menciones ni una palabra de tu encuentro con el nigromante a nadie. Ni siquiera a los Ancianos.

¿Por qué no, Gante?

Porque eres especial, pero ellos jamás podrán entenderlo.


— No fue tan difícil ocultarlo, seguí comportándome como un Wilwarin. Sobre todo, porque yo me considero uno de ellos. Aunque la sangre en mis venas no pueda corroborarlo.

La Reina le miró significativamente durante unos momentos. Después arco y flecha de sus hijos fueron guardados y sus ágiles siluetas le acompañaron en tierra firme.

— ¿Qué les trajo a Tintallë?

— Creo, que ustedes, mi Lady.

— ¿Un encuentro destinado? — Aunque su tono había sido inquisitivo, resultó claro por la serena expresión de su rostro, que lo estaba aseverando. — Extrañas creencias en un Nigromante. Sin embargo, tu alma es pura, por lo que hemos de confiar en ti. — La Reina entonces miró al resto del grupo, uno a uno significativamente. — Síganos, hay mucho aún de lo que hablar. Pero, antes espero que entre ustedes resuelvan sus diferencias.

Dijo, mirando a Mokomichi y a Shim alternadamente. Luego echó a andar colina arriba, seguida por sus hijos. Katsuki, Plisetski y los lobos les siguieron primero, mientras que los antes mencionados se quedaron allí.

— ¿Cómo es que yo no sabía nada de eso?

— ChangMin…

— ¡Siento que desconozco todo de ti, Hayami!

— No es así. Tú conoces lo más importante de mí. — Dijo con tono severo, enfrentando al muchacho de cabellos morochos, tomando una de sus manos y llevándola a su pecho, donde los latidos de su corazón replicaban ansiosos. — ChangMin, lo que siento por ti.

— No lo digas… — Siseó todavía molesto. Pero dejando su mano en el pecho del mayor.

Mokomichi suspiró, y se animó en rodearle con un brazo, sintiéndole temblar de rabia pero sin apartarle.

— Te amo, ChangMin.

— ¡Te pedí que no lo dijeras! — Gimoteó al borde del llanto.

De un llanto de rabia, miedo, celos, molestia. Y amor. Devolvió el abrazo y apretó las ropas del mayor.

— Más te vale no guardarme más secretos, Hayami. Así que comienza a hablar, o te mataré la próxima vez que salgan secretos de tu boca, estúpido Hayami.

— Entiendo, entiendo ChangMin. Esta será una noche muy, muy larga.


Tras algunos minutos de caminata, el grupo llegó a un castillo rodeado de pálidos pilares engarzados por enredaderas de flores blancas y violetas. Las puertas se abrían por sí solas al paso de los elfos, y lámparas de velas se encendían en los altos techos así como en algunas columnas, alumbrando todo a su paso. Les dirigió hasta un salón donde una amplia mesa redonda tenía en su superficie símbolos tallados e insertados en los muros, cajones con pergaminos que solo eran expuestos por el toque de los elfos.

— Junsu, acompaña a los Wilwarin a las habitaciones del fondo. Jaejoong, los lobos arriba. Por favor. Mokomichi, siéntate conmigo unos momentos.

— Sí, mi Lady. — Mokomichi dijo, tomando lugar frente a la Reina.

En tanto sus hijos indicaban el camino a los visitantes. Aunque Nikiforov estaba reacio a separarse de Katsuki, y Shim tuviera que esperar su turno para charlar con Mokomichi, a quien la Reina ha acaparado.

Por otro lado, Jung estaba encantado con la presencia de Jaejoong. El hermoso elfo de cabellos negros indicó las habitaciones para ellos, pero antes de que volviera abajo con su madre y Mokomichi, su muñeca fue rodeada por el lobo, deteniéndole inconscientemente.

— ¿Necesitas algo?

— Mi nombre es Jung Yunho.

El elfo le miró intensamente, sin comprender del todo por qué la repentina presentación.

— Jaejoong.

— ¿Es tu verdadero nombre? — Preguntó. El elfo enarcó una fina ceja, y él carraspeó, esperando no haberle faltado al respeto. Los Elfos podían ser criaturas recelosas de sus virtudes y costumbres… — Perdona mis palabras, es solo que siempre imaginé que los Elfos tendrían nombres más, cómo decirlo…

— No te esfuerces, he entendido tu punto, Yunho. Pero ése es mi nombre, no necesitas saber más. Descansa un par de horas, nos espera una larga travesía.

El elfo dio media vuelta, y comenzó a bajar las escaleras de corteza y plata, cuando la voz del lobo de tez morena le detuvo otra vez.

— No tengo sueño ni cansancio, así que, ¿te importaría si voy contigo?

— Saldré a recorrer los alrededores, ¿crees poder seguirme el paso? — Por primera vez, el Elfo sonrió.

Y el corazón de Jung fue un lío de emociones e instinto. Para cuando reaccionó, la cabellera negra del Elfo ya flotaba en el aire tras el salto que dio por el balcón hacia el exterior. Jung se transformó en lobo de inmediato, de otra manera, realmente no podría seguir el ritmo del hermoso y ágil elfo.

Park, que de todas maneras tampoco iba a quedarse encerrado en los aposentos que le indicaran, ha comenzado a olfatear el aire. Buscando el aroma que desprendiera antes el elfo de cabellos castaños. Siguiendo su rastro hasta uno de los patios del Castillo.

— ¿Qué es lo que quieres que me has buscado con tu olfato, Anfauglir?

Park tragó hondo. Bajo la luz de la noche clara, era aún más hermoso. Y él solo podía pensar en hacerlo suyo.

— Yo solo, pensé en hacerte compañía. Los anfauglir no somos como los humanos, ni aún como los Wilwarin. El sueño, el cansancio y cosas por el estilo, no lo sentimos de la misma forma.

— Estás diciendo que no necesitas dormir y que en lugar de aburrirte en tus aposentos, has salido a perseguirme bajo la luz de la luna, ¿es así?

— Es así.

— ¿Por qué? No soy tan interesante como lo imaginas.

— Difiero de esas palabras enormemente. Solo con mirarte, ya eres lo más interesante que hay en todo Endor para mí.

El elfo de cabellos castaños sonrió de medio lado, acomodando un mechón de cabello tras su oreja decidió acercarse un poco más al lobo. Dos pasos había de distancia entre los dos.

— Cuidado con lo que dices, las palabras son muy poderosas. Pero las acciones no siempre las acompañan. No conoces todo de Endor, ni tienes idea de cuántas cosas interesantes hay ahí afuera para ti, Yoochun.

— Has dicho mi nombre. — Dijo, honestamente embobado con la mirada severa del elfo.

Severa, sin embargo, no se sentía intimidado por tales ojos. Por el contrario, estaba fascinado por ellos. El lobo notó entonces otra vez la sensación de antes. Esa emoción, la ansiedad, el deseo. Su instinto parecía vibrar con la presencia del elfo. Y era extraño, porque nunca llegó siquiera a imaginar que su “pareja” pudiera tratarse de una criatura tan hermosa, e inalcanzable.

— Te has quedado callado.

La voz del elfo le saca de sus pensamientos. Y traga hondo inconscientemente, el elfo está un paso más cerca. Y si ya se sentía encantado antes, ahora lo estaba mucho más. Porque podía admirarle a detalle de esta manera. La forma en que su piel clara era bañada por las estrellas, el toque platinado que, probablemente, venía de la luna. La firmeza de sus ojos, la peculiar bondad en el fondo de las preciosas cuencas chocolatosas. Los rosados labios. El anfauglir sintió un pinchazo de excitación, y un deseo cada segundo más incontrolable demandar el control de sus sentidos.

Hermoso, de pronto parecía insuficiente para describir su beldad magnificente.

Comprendió que estaba en problemas. Que está cayendo demasiado rápido en sus encantos, que le seduce su sola presencia. Que su instinto no habrá de calmarse hasta que pueda hacerlo suyo.

El elfo, al comprender que la intensa mirada del lobo estremecía su cuerpo, dio nuevamente un paso atrás, echando a andar por los amplios jardines de aquel patio. Escuchando los sigilosos pasos del lobo detrás suyo, su respiración inquieta, su alocado corazón. Los sentidos del elfo eran agudos, pero los del lobo no lo eran menos. Un poco tarde, quizá, recordó que eran más semejantes de lo que podía predecir. Park ha sujetado su brazo, tirado de él y obligado a chocar contra su pecho. Enganchar las miradas, respirar pesado y hacerlo. Tomar los labios del príncipe elfo sin permiso alguno.


El Príncipe de cabellos negruzcos corría colina arriba con gracia, cada uno de sus pasos era exacto, y la distancia recorrida justo la que quería. Detrás, convertido en lobo, Jung le seguía el paso. Su forma animal asemejaba a un lobo común y corriente, pero era más grande, de extremidades más poderosas y sentidos más sensibles. De pecho estrecho pero espalda poderosa, los rasgos anatómicos de los anfauglir transformados precisamente en lobo eran sencillamente ideales para considerarlos cazadores todoterreno. No era solo que sus cuerpos parecieran haber sido hechos para la caza o el ataque, sus sentidos e incluso la conciencia que los mueve es básicamente instintiva, con un significativo sentido de lealtad a los suyos.

El Príncipe primogénito estaba seguro de que, incluso si acelerara el paso con toda la intención de dejarle atrás, el lobo le encontraría ahí donde fuera. Y eso, de alguna manera, seducía sus deseos. Sintiéndose también un poco nublado de juicio por el pensamiento que la presencia del anfauglir infundía en su mente.

La casta de anfauglir a la que Jung pertenece le dio, desde su nacimiento, la habilidad para comunicarse telepáticamente con quien desee. Por eso, cuando el elfo le escuchó en su mente, detuvo abruptamente su carrera, virando el cuerpo y esperando que el lobo le alcanzara, lo que no le tomó más de unos segundos.

El lobo, cuyo pelaje rojizo mezclado con negro parecía brillar bajo la luz de la bóveda celeste, se detuvo también. Incluso así, apostado en sus cuatro puntos, su altura casi alcanzada el pecho del elfo, lo que le volvía un humano realmente grande.

— Escuché mucho sobre esta habilidad de los Anfauglir, pero nunca había conocido a uno.

Los más viejos en Carcharoth sugieren que fue un regalo de tu pueblo. Pero realmente puede no ser así. Incluso los wilwarin tienen hechizos para comunicarse mente a mente.

El Príncipe primogénito sostuvo la dorada mirada del lobo. Pudo refutar sus palabras, pero al mismo tiempo prefirió guardarse cualquiera que él pudiera decir.

— Así que, ¿me dirás, Yunho? ¿Qué vinieron a hacer a Tintallë? Aunque tu amigo antes dijera que fue por nosotros, no tiene mucho sentido. No solo por el hecho de que no nos conocíamos, sino también porque los Elfos somos un pueblo anónimo en esta época. Más mito que realidad. Por lo que…

Originalmente mis amigos Víktor y Yoochun habíamos comenzado un viaje en busca de Cirith Ninniach, por lo que tal vez lo que Hayami dijo no es tan imposible. Yo, me siento particularmente atraído hacia ti. Como si fuera cosa del destino que nos hayamos encontrado.

Antes de que el elfo pudiera decir algo a las palabras del lobo, unos ruidos alrededor alertaron a ambos. Fue, sin embargo, el lobo quien actuó primero. Volviendo a su forma humana, pero conservando las garras en sus manos, de un salto trepó uno de los árboles a pocos metros de distancia, se perdió entre la oscuridad de sus ramajes, y poco después un chillido tenebroso resonó en todo el bosque, alertando incluso a Junsu y la Reina Emeldir en el palacio.

Cuando Jung volvió a tierra firme, simples ropajes desgastados, de un penetrante olor a azufre, hierbas poco comunes y sangre podrida estaban en sus garras.

— Un demonio-espectro. — El elfo dijo, tomando los ropajes con la punta de su espada. — No es bueno para nosotros.

— ¿Qué es un demonio-espectro?

— Lo sabrás, pero tenemos que volver con los demás.


Plisetski estaba encerrado en sus habitaciones. Sin demasiados ánimos para dormir tampoco. Se encontraba un poco aburrido, y perdido a decir verdad.

— Todavía sigo sin entender mucho de todo lo que está pasando. Mokomichi-sensei solo ha hecho lo que ha querido y me ha arrastrado a esta ridícula aventura. — Masculló, tirado en un lecho hecho de corteza y finas telas cubriendo su blanda superficie.

El ventanal dejaba ver claramente la noche, y ya que lo tenía abierto de par en par, incluso podía escuchar los sonidos de los bosques aledaños, el rumor del viento soplando los ramajes, componiendo su propia voz.

El rubio adolescente suspiró, sin saber qué hacer o con quién hablar. ChangMin estaba absolutamente descartado, porque podía sentir desde ahí el aura furiosa del morocho, visto que seguro quería sacarle todos los secretos al profesor antes de que siguiera ocultándole cosas para revelarlas sin tapujo delante de extraños.

— Los elfos son increíblemente hermosos, pero también algo fríos e imponentes. No estoy seguro de que yo pudiera sentirme cómodo con ellos como lo parece estar Yuuri.

Solo al recordarlo, Plisetski se preguntó qué estaría haciendo Katsuki. Había escuchado la voz de Nikiforov unos minutos antes, y luego el rumor de pasos en el pasillo de las habitaciones.

— Me pregunto si se habrán escapado juntos a hacer cosas de adultos. — Largando otro suspiro, el rubio adolescente finalmente abandonó el lecho, y terminó sentándose en el marco del ventanal, mirando la noche con expresión hastiada. — Realmente todo esto parece muy del mundo adulto, por qué mierda Mokomichi-sensei tuvo que arrastrarme también. Además, escapamos sin que nadie en la escuela supiera, él parecía reacio a dejar que los Ancianos se enteraran. Ah, es cierto, ¿todo estará bien en Alqualondë? También sigo intrigado por lo que pasó aquella vez. ¡Tsk! Mokomichi-sensei dijo que se llama Otabek, y que era mejor no relacionarme con él. ¡Pero con un carajo! ¡No me ha dicho por qué!

El rubio espetaba a diestra y siniestra, sin otro escucha que el viento.

— Realmente tengo curiosidad. Qué puede ser tan peligroso de conocerlo. Ni siquiera parecía muy mayor a mí. Otabek Altin. — Murmuró, casi saboreando el nombre del muchacho en sus labios.

Y ahí, de pronto, de su pecho emergió una lucecilla dorada. Plisetski no se sorprendió del todo, pues sabe que es magia. Sin embargo, ya que él no estaba realizando hechizo alguno, entró un poquito en pánico cuando la lucecilla dorada tomó forma. Parecía un cisne dorado, que pronto alzó el vuelo y comenzó a alejarse a gran velocidad.

— ¡Qué demonios fue…!

— ¡Yuri! — Mokomichi irrumpió abruptamente en sus habitaciones. Mirándole con expresión preocupada.

— ¿Qué?

— ¿A quién envías mensaje?

— ¿Eh?

— ¡El ave! ¡Es un mensajero mágico! ¡Cuándo aprendiste ese tipo de magia, Yuri!

— Yo no.

— Yuri…

— Él realmente no lo sabe, Hayami. — Emeldir dijo, apareciendo por el umbral de la puerta. — Vamos abajo, tenemos que conversar todos.


Me disculpo por las faltas de ortografía y demás detalles. La vdd es que no me di el tiempo de revisar, cm casi siempre xD 

4 comentarios:

  1. Lo estaba esperando, y valió mucho la pena...
    Ya el Yoosu y el Yunjae se han encontrado pero los misterios cada vez se vuelven mas grandes, creo q poderes escondidos de cada uno de ellos se iran revelando ya Yuri mostró algo q no sabe como. Espero nuevo capítulo cuando puedas!!! :)

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    1. Leo esto y me siento mala escritora ;__; ha pasado tanto desde que publiqué más de esta historia. Pero ya en estas semanas avanzaré más, y veremos cm se van resolviendo algunos misterios, cm la magia ayuda a cada uno de los chicos a conocer más de sí mismos, y del destino que los unió.

      Gracias por ser paciente y pasarte~ *3*

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  2. Y despues de un par de dias recien puedo comentar en la historia.. la vida es bella y cruel!!!....
    ahhhh.... pero bueno adoro la historia el como se entrelazan las historias de todos de maneras emocionantes sin dejar de lado las personalidades de cada uno en un personaje diferente...
    omg!!! yuri mando un mensaje a otabek como resultaran las cosas apartir de ahi??...
    el padre de altin tiene algo que ver con todo esto??... mando esa pero tengo mas en mente.... gracias por el capi...hasta la sig... saludos besos y barazos a la distancia...
    matta ne... <3

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    1. La vida siempre es así ;D la cosa es agarrarle el ritmo y saber renunciar a algunas cosas pero seguir adelante con otras.

      Glingal tiene mucho para dar, y yo solo espero no perder el hilo de eso xD manejar sus personalidades es un reto, aunque no lo parezca, sobre todo con dos tsunderes como Yuri y ChangMin xDDDD es cm "de dónde voy a sacar tanto sarcasmo para plasmarlos a ambos" xD

      Otabek y Yuri van a conocerse de una forma muy particular *-* ya leerás. Se resolverán algunos misterios, pero quizá no sea precisamente para bien! Chan!

      Gracias por pasarte.

      Ya Ne! ;D

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