Estos demonios son llamados Lammoth, poco más que sombras
espectrales que han escapado de Drengist,
una ciudad ubicada en el extremo sur de Endor, en cuyo interior, se dice, hay
un pasaje que conecta con las entrañas de Endor, donde lava, fuego y azufre se
combinan para dar vida a estos demonios. Cuyas existencias se alimentaban de
los lamentos de todos los seres vivientes que pisan sobre la tierra. Eso, por
supuesto, era mucho más de lo que podía imaginarse cualquier ser humano común y
corriente. De alguna manera, los lammoth
eran la contraparte de los elfos. Criaturas malignas, profundamente malévolas,
porque en sí, solo eran los ecos del dolor en Endor. Y por tanto, su magia era
terriblemente oscura.
— A partir de ahora, bajo ningún
precepto digan nuestros nombres. — La reina Emeldir dijo, naturalmente
colocándose en posición de combate.
Los jóvenes elfos emularon el movimiento
de su progenitora. Y de las palmas de sus manos sacaron armas para enfrentarse
a los lammoth. La reina portaba un
sable cuya estilizada hoja se curvaba regularmente desde el primer tercio de su
extensión, de un increíble filo, particularmente en la punta, era llamada “la
garra del león” por la similitud de su curva con las de tal fiera bestia. Era
su arma favorita, y cuando la “alimentaba”
con su magia, era capaz de cortar varios metros más allá desde donde daba el
golpe.
Por su parte, el mayor de sus hijos
usaba un sable que estaba ligeramente curveada sobre el último tercio de la
hoja, de un impresionante contrafilo en el tercio más cercano a la empuñadura,
los cortes de este sable eran sencillamente mortales. Era llamada “hoja de
sauce” por su forma, y combinada con la magia del joven elfo, era capaz de
eliminar de tajo incluso el metal más poderoso de todo Endor.
Finalmente, el menor de los príncipes
usaba una espada de curveado peculiar y un solo filo a lo largo de la plateada
hoja. Forjada en las zonas montañosas de Cirith Ninniach, donde solían
descansar los dragones a los que el príncipe encantaba, era considerada de las armas más poderosas y letales de
entre las que eran forjadas entre su pueblo. El elfo no solía requerir mezclara
con su magia, ya que poseía en su empuñadura el fuego de dragón, sus cortes
solían ser mortales y terriblemente calientes.
— Están
lejos de la Grieta. — Farfulló uno de los lammoth con voz pastosa y tenebrosa.
La reina blandió su sable una vez, y
luego todo sucedió demasiado rápido para narrarse. Tras algunos movimientos de
arma de los Elfos, los lammoth
emprendieron la retirada luego de que algunos de ellos fueran consumidos por la
magia élfica.
— Volverán, son más fueres de noche, la
oscuridad les da poder sobre los lamentos
de Endor. Hay que movernos más aprisa.
— El bosque de Dorthorion no es solo
engañoso ahora, ¿verdad? Ha comenzado a ser invadido por demonios, algo así
nunca había pasado según los relatos en casa. — El mayor de los príncipes dijo,
corriendo con agilidad a la par de su progenitora, apenas un paso detrás, su
hermano les seguía, precavido y atento.
— Me temo, hijo mío, que esta invasión
no solo ha comenzado en Dorthorion. Endor no es el mismo.
~*~
Alqualondë
Esto sucedió antes de que demonios
menores hubieran sido liberados por un Nigromante en el establecimiento de
antigüedades aquél donde, a su vez, Plisetski viera entrar al joven a quien
Mokomichi llamó Otabek Altin.
El muchacho estaba aquí para recoger el
encargo de su padre. Y aunque su progenitor le hubiera dicho que no iba a ser
un viaje largo, al final llevaba ya varios días en el Puerto de los Cisnes aguardando por la encomienda. Citado había
sido, de una forma meticulosamente discreta, a una tienda de antigüedades
ubicada en el centro de la ciudad. Desde que se encaminara al lugar, Altin se
sintió inquieto. Como si un mal presagio se avecinara sobre su cabeza.
Y se intensificó cuando se sentó frente
al hombre aquél, en un estrecho cuartucho en la parte trasera de la tienda.
Vestía harapos y bebía aguardiente directamente de una botella, tenía en las
pupilas un tenue azul pálido y colmillos sobresalían bajo los agrietados labios.
No tenía la piel muy arrugada, pero el cabello lo llevaba completamente blanco
y un enorme anillo con un rubí incrustado le adornaba el huesudo dedo pulgar de
la mano derecha. El joven Altin pensó que era una apariencia extraña y poco
coherente.
— Es raro que tu padre no hubiera venido
personalmente, Otabek.
— Él
conoce mi nombre, pero yo no el suyo. — El muchacho pensó, sosteniendo la
fría mirada del hombre.
— ¿Sabes qué he de entregarte?
— Un entrego para mi padre. — Respondió
sencillamente.
Y el hombre soltó una risotada irónica,
ladeando el rostro de forma amenazante y golpeteando la tabula rasa de la mesa
con sus grotescos y largos dedos huesudos.
— Obviamente no sabes qué has venido a
recoger en nombre de tu padre. No hubiera esperado tal cobardía del gran
gobernante del Valle de Himlan.
— Los desacuerdos que tenga con mi
padre, háblelos con él. Ahora, soy solo un mensajero privado para él.
El hombre chasqueó la lengua, tomó un
largo trago de aguardiente y luego golpeteó la tabula rasa numerables veces.
Sin soltarle un segundo la mirada al más joven.
— No lo entregaré. Comunícale a tu padre
que nuestro trato ha sido deshecho. — El hombre se puso de pie, y tomando un
báculo con una piedra en la punta que Altin no reconoció, comenzó a murmurar
palabras que el joven tampoco entendió. — Si es que consigues regresar a casa.
— Añadió con una trémula y macabra sonrisa.
Cuando el joven Altin advirtió lo que
sucedía, todo a su alrededor había comenzado a sentirse caliente, como si una
ola de calor estuviera aplastándolos. El estrecho cuartucho se sacudió y las
paredes comenzaron a parecer frágiles hojas de papel, agrietándose por todas
partes y amenazando con venirse abajo en cualquier momento.
El hombre no lo supo hasta que, al
liberar a los demonios, el joven Altin fue rodeado por una barrera mágica. No
era un joven común y corriente, tampoco tenía sangre de Wilwarin. Pero era, especial.
…
— ¿Profesor?
— Aguarda, Yuuri.
— Profesor…
— Y ustedes tres también.
— ¡Qué! — Bramaron Jung y Park.
— No está marchándose en contra de su
voluntad. — Añadió Nikiforov.
— No he dicho que no puedan irse. Dije
que aguardaran, ¿no es así? Partiremos todos en un rato más.
— ¿Todos? ¿Qué todos? ¿Está incluyéndose también? — Parloteó Park con desespero.
— Yuri y ChangMin también. Por lo que
deben acompañarme, ahora.
Los lobos
sintieron, por alguna razón, bastante voluntariosa la orden del profesor. Pero,
todavía obedecieron. Y caminaron detrás de él por algunos minutos.
— Yuuri, llévales a la taberna de los
mellizos. Los alcanzaremos después.
— Profesor…
— ¡Oye!
Exclamaron Katsuki y Park,
respectivamente. Pero el profesor había apresurado el paso por otra calle. El Wilwarin suspiró, y con las mejillas
coloradas, indicó el camino a los otros tres.
~*~
Dorthorion
Ubicado al oeste de Echorianth,
Dorthorion era una ciudad realmente bella, de altas montañas cubiertas de pinos
y un clima realmente agradable todo el año. Para aquellos que gozaban de
temperaturas templadas con cálidos veranos pero fríos inviernos, Dorthorion
ofrecía una variedad que se ajustaba al gusto de muchas personas. Incluso si
podría pensarse que durante el invierno sus calles pudieran quedar desoladas,
no era así, la gente iba y venía continuamente, incluso turistas o simples
curiosos que tomaban un descanso en sus prácticas cabañas y posadas con aire
rústico que invitaban a una taza de café o chocolate humeante, o un buen trago
de whisky entre otros licores que calentaban el ánimo de cualquiera.
Dorthorion no era una de las ciudades
más importantes de Endor porque no era particularmente poderosa económica o
políticamente. Pero, en términos de “historia”,
la Tierra de los Pinos era la número uno. La grandísima Biblioteca ubicada al
centro de la ciudad ocupaba un buen terreno, rodeada está por una muralla de
pinos que se levantan alto, tan alto que incluso los cinco pisos de estructura
no eran suficientes para alcanzar sus copas; tiene también cuatro entradas a
cada punto cardinal, resguardadas por guardias en el día y la noche; se dice
que su sistema de seguridad es el más novedoso e inviolable de todo Endor,
artilugios mágicos se suponen dentro y fuera de la biblioteca. Y el personal
que laboraba en ella era de lo más capaz en Endor; intelectuales, genios, con
habilidades como una memoria pulcra e inmediata, buen trato con los visitantes
y un amplio conocimiento de todos los textos que se resguardan en ella.
La Biblioteca de Dorthorion concentra
una gran variedad de textos, algunos de ellos incluso son originales y datan de
siglos atrás. Aquellos de tal antigüedad solo podían ser consultados después de
un protocolo estricto que era dirigido exclusivamente por el máximo dirigente
de la Biblioteca, llamado Palaisin, y
quien supone no cede a ningún tipo de coacción política o económica. Por tanto,
eran muy pocas las personas que lograban pasar tal protocolo y acceder a los
antiguos textos. Pocas, pero no inexistentes. Así, por ejemplo, los Ancianos de Alqualondë tenían prácticamente ganado el derecho a consultar los
textos cuando lo solicitaban, incluso sin importar la hora o el día. Otras
personas que tenían derecho a entrar al salón donde se resguardan los antiguos
textos se cuentan entre la familia Altin y otros clanes.
Sin embargo, pese a que los elfos se han
mantenido en anonimato durante largos años, un apellido usado por ellos en el
pasado se mantenía inmaculado en la lista del Palaisin. Así, cuando Emeldir y sus hijos se presentaron en una de
las puertas de la Biblioteca, bastó con que la reina mostrara una insignia que
mantuvo oculta en sus galas, para que los guardias se hicieran a un lado y uno
de ellos los escoltase inmediatamente hasta la oficina del Palaisin.
— Mi Lady, hace mucho que su familia no
se presentaba ante nosotros. — El hombre, que rondaba los sesenta de edad,
inclinó con respeto la cabeza.
Encontrándose de pronto aturdido por la
presencia de tan hermosas personas. La mujer al frente era sin duda bella, y
vestía elegantemente, tal cual la realeza en ciudades más al oeste y el norte.
Sus jóvenes acompañantes, apuestos como solo ha visto ser a los príncipes.
— Hace tiempo que la familia no requería
consultar los textos en Dorthorion. Han cambiado algunas cosas en la
biblioteca, según los relatos de mis padres. — La reina Emeldir dijo, cuidando
sus palabras pues hacía más de cien años que los elfos no ponían un pie en la
Tierra de los Pinos. Por lo que, sabe, debe hacer parecer que ella representa a
una generación que nunca antes pisó estas tierras.
— Cambios menores, mi lady Kim. La
seguridad se ha incrementado y los protocolos también han mejorado, pero su
familia siempre estuvo presente para nosotros. Los Palaisin antes de mí hablaban muy bien de la familia Kim, más noble
que la realeza misma.
— Sus palabras me elogian. Y le
agradezco, ahora, mis hijos y yo queremos revisar los textos de Eru, por favor.
La expresión del hombre cambió
inconscientemente, sorpresa y un poco de resistencia a lo que ha escuchado le
estremecen el cuerpo. Aclara la garganta y estrujándose ligeramente las manos toma
la palabra.
— ¿Los textos de Eru ha dicho, mi lady?
— Eso he dicho. ¿Hay algún problema con
ello, Palaisin?
— No, no. Ningún problema, es solo que
en toda mi vida, es usted la primera persona que los menciona.
Emeldir le sostuvo la mirada, su serena
expresión casi parecía palabra suficiente para que el Palaisin comprendiera que no había más para decir. Esperaba que su
petición fuera concedida.
— Síganme, por favor.
El hombre dijo, llevándose la siniestra
al cuello, acariciando la fina cadena de oro que le rodeaba. Sus dedos tomaron
el hilo dorado y tirando de él, quedó a la vista un pequeño dije color
amatista. Giró sobre sus talones y avanzó hasta el librero detrás de su
escritorio, tomó un libro y volviendo la mirada a sus invitados, aclaró una vez
más su garganta, indicándoles con un movimiento de mano el camino por el que
habrían de seguirle.
~*~
Alqualondë
Tras asegurarse de que nadie en la
escuela se diera cuenta de que ha salido con Plisetski y Shim, Mokomichi se
apresuró al encuentro de Katsuki y los lobos hasta la taberna que le indicara a
su pupilo.
Ahí, Park, Jung y Nikiforov tomaban un
tarro de cerveza, mientras que Katsuki charlaba con una animada mujer de
cabellos oscuros, piel tostada y ojos violetas, a la que él ha llamado
amistosamente, Sala.
— ¡Hayami-san! ¡Yuuri no ha querido
contarme nada!
— Es porque no tiene nada para contarte,
Sala. — Mokomichi dijo, recibiendo con una sonrisa el beso amistoso que la
mujer dejó sobre cada una de sus mejillas. — ¿Y tú hermano?
— Atrás con Emil.
— Oh.
— Ni sonrías así. Que aunque Emil
quiera, dudo que Michele deje que siquiera le tome la mano. Están haciendo
inventario. — Añadió con una sonrisita. Mirando luego a los otros dos
acompañantes del profesor. — Oh, Hayami-san, ahora estoy más curiosa. Ni
siquiera sé si los nombres que esos tres guapísimos hombres me dieron son
verdaderos. Están actuando sospechosamente, saben.
— Y será mejor que no te involucres,
Sala. Quiero hablar con tu hermano, llámalo, por favor.
La muchacha chasqueó la lengua, se
acomodó un largo flequillo oscuro tras la oreja y fue a buscar a su mellizo
hermano. Michele no parecía feliz de ver a Mokomichi.
— ¿Qué quieres?
— Tan arisco, Crispino.
— Sigo enojado contigo, le diste “eso” a Emil. — Gimoteó áspero,
fulminándole con la mirada. La piel tostada del mellizo enrojeció furiosamente
cuando el mencionado se paró a su lado, saludando con una sonrisa enorme al
profesor.
— Sí, sí. Luego puedes reclamarme todo
lo que quieras. Necesito tu bote.
— No.
— Michele Crispino, ¿qué dijiste?
El muchacho chasqueó la lengua, maldijo
entre dientes y luego termino metiendo la mano en su bolsillo izquierdo,
entregándole algo a Mokomichi al
instante. Por supuesto, hay otra historia detrás del comportamiento entre los
mellizos y el profesor, que tal vez, más adelante deba ser contada. De
cualquier manera, Shim achicó la mirada, no conforme con el trato entre el
mellizo y su profesor.
— No
es como si me importara. — Se dijo mentalmente, volviendo la mirada a un lado,
donde, sin querer, se topó con una escena honestamente sorprendente.
Katsuki estaba rojo hasta las orejas,
mientras Nikiforov le susurraba algo al oído.
— Andando todos.
— ¿Eh?
— Ni siquiera nos ha explicado nada,
profesor. — Farfulló Plisetski.
— El camino será largo, tiempo
suficiente para explicar algunas cosas.
— ¿Algunas?
— ¡Andando!
El grupo entonces se puso en marcha, con
Mokomichi al frente. Detrás le seguían sus pupilos Shim y Plisetski, pero en la
retaguardia se mantuvieron Katsuki y Nikiforov. Al medio, incómodos e
imaginando lo que pasaba en sus espaldas, los lobos Park y Jung solo esperaban
que a su amigo no se le ocurriera alguna tontería que ganase la ira del
profesor, porque por lo que saben, es un wilwarin
de poder considerable.
Nikiforov llevaba una sonrisa de lado a
lado en los labios. Antes le ha susurrado a Katsuki apenas unas pocas palabras,
pero ha notado el efecto que ha tenido en el joven aprendiz. Y sus ganas de marcarlo con su propio aroma le es más y
más fuerte.
— Tu
aroma es realmente encantador. Dulce y fresco, como frutas que brotan en
primavera bajo la cálida luz solar. Yuuri, en el momento en que nuestras
miradas se encontraron en la plaza, lo primero que se apareció en mi mente fue
un paisaje de colores vivos, una cascada tranquila de aguas claras, rodeada de
verde y sonidos de aves cantando. ¿Qué crees que pudo ser eso, Yuuri?
Nikiforov le ha dicho al oído. Tan cerca
que ha necesitado pasar la diestra
por la cintura de Katsuki en un abrazo íntimo que solo una pareja se da. El
muchacho de anteojos de grueso armazón tragó hondo, notando el galope de su
corazón más apresurado y su cuerpo tembloroso como hoja al viento. Este hombre
tenía una voz seductora, suave, clara, casi melodiosa. Un tono de voz que,
naturalmente, Katsuki nunca había escuchado. Mucho menos de aquella manera tan
íntima, tan personal.
— Yo,
no lo sé, Víktor. — Responde apenas con un hilo de voz.
Los dedos en el costado de su cintura
resultan un toque suave, pero juguetean lánguidamente ahí. El roce de su cuerpo
contra el de Nikiforov le sorprende, le pilla con la guardia baja y casi parece
irreal. La garganta se le reseca y se ve obligado a pasar saliva una y otra
vez. De pronto ansía algo. Casi
pareciera que no sabe qué, pero sus labios se sienten ansiosos, secos, tristes. Cual si algo les faltase. Como
si se tratase de un puzle incompleto.
— Me
gustas, Yuuri. Sabes lo que eso significa para los de mi raza, ¿verdad? —
El lobo le susurra por último, antes de tomar distancia, cortar el contacto
íntimo y empujarle hasta que le deja cerca de sus amigos.
Katsuki se ha dejado llevar, mirando
confuso y con las mejillas arreboladas de carmín cuando topa el hombro con el
de Shim y Plisetski le mira con ese aire enfadado suyo, muy típico de un niño
molesto porque susurran a sus espaldas.
— ¿Estás bien? — Shim le pregunta,
mirando por el rabillo del ojo a los tres lobos detrás. Es inteligente, se
imagina que el lobo de cabellos platinados algo se trae con su compañero.
— L-lo estoy. Estoy bien. — Responde
entre sonrisas nerviosas y una brillante mirada.
Todo porque, bueno, él sabe lo que
significa gustarle a un anfauglir.
Básicamente es lo mismo que el “enamoramiento” de las personas, para los
anfauglir es instinto, tan poderoso y certero que una vez que se sienten
atraídos por alguien (generalmente de su misma raza) saben que han encontrado a
su pareja destinada. Alguien con quien habrán de pasar el resto de sus vidas.
Haber escuchado tal confesión de
labios de Nikiforov era, sencillamente, surrealista.
— Estamos llegando.
El silencio casi incómodo fue surcado
entonces por la voz del profesor. El puerto se avecina a moderada distancia.
El muelle del Puerto de los Cisnes solía
estar ocupado por embarcaciones recién llegadas o a punto de partir (era muy
raro que alguna permaneciera más de dos días). El movimiento de propios y
extraños al Puerto era constante día y noche. No existía tal cosa como días
buenos o días malos, todos eran días de trabajo, de turismo, de negocios, de
lágrimas dulces y amargas también (se dice que en el Puerto de los Cisnes
“enamorarse” es fácil, que sus paisajes seducen con naturalidad y que hay
demasiados hechiceros y brujas aprovechándose de los buenos corazones de los
continuos y asiduos visitantes).
— Exageraciones.
Los Wilwarin no somos así. — Pensó Katsuki. Preguntándose si existiría la
posibilidad de que la confesión de Nikiforov fuera consecuencia del encanto del Puerto de los Cisnes, o
realmente su instinto.
— No se aparten ni se distraigan,
debemos partir cuanto antes. A ser posible, con suma discreción. — Añadió tras
ver cuántas miradas femeninas (e incluso masculinas) comenzaron a atraer los
tres lobos. Park respondiendo galantemente al flirteo, Jung tratando de
ignorarle y Nikiforov con la mirada fija en la espalda de Katsuki.
Mokomichi suspiró, lanzó un hechizo
sencillo y así la apariencia de los tres lobos cambió lo suficiente a ojos de
los mortales como para que no
llamasen la atención. Mientras cruzaron el muelle evitaron charlar al máximo entre
sí y ofrecieron simples palabras amables con todo aquel que se cruzaron.
Los Anfauglir estaban inquietos antes el
obvio mutismo y secretismo, mientras que los Wilwarin más jóvenes casi parecían
entender el peculiar pensamiento de su profesor.
La extensión de ese lado del muelle topaba
con una rocosa montaña de menor altura en cuyos riscos las olas durante marea
alta golpeaban haciendo un sonido intimidante pero seductor. En contraposición,
un lado donde, evidentemente, cisnes daban una majestuosa vista al muelle.
— ¿Vamos a subir ahí? — Park cuestionó
tras ver el pequeño bote que flotaba sobre las tranquilas aguas. Honestamente
se sentía arisco. Además de lucir pequeño, parecía viejo e inservible. — ¿No se
hundirá apenas zarpemos?
— Sube, cachorro. — Mokomichi rumió con sorna.
El lobo le regresó un gruñido, pero
terminó siguiendo al grupo cuando sus amigos Jung y Nikiforov le empujaron
dentro. Unos cuantos ademanes acompañados de palabras celtas (según
conocimiento de los lobos) y el bote comenzó a moverse mar adentro. Unos
minutos bastaron para que el Puerto de los Cisnes se perdiera a la vista, y
cuando así sucedió, la apariencia del bote cambió completamente cuando
Mokomichi dejó al aire aquello que, intuyen, le entregara antes el chico Crispino.
Era una piedra apenas visible, diminuta que irradiaba un resplandor plateado y
se mantenía a flote por sí misma.
— ¿Es una embarcación élfica? —
Cuestionó sorprendido Nikiforov, admirando los detalles grabados en madera y
otros materiales que no sabría reconocer.
Y es que no solo ha cambiado en
dimensiones, las velas llevan aún la brillante luz de su magia y no necesita
timón para navegar pues se mueve bajo la voluntad de su dirigente. Además, casi
parecía que se deslizaba sobre las profundas aguas sin apenas inmutar su temple
oceánico.
— Lo es. — Mokomichi ha dicho, mirando
el crepúsculo caer en el horizonte. — Entonces, momento de dar algunas
respuestas como he prometido. La charla será tan larga como nuestro camino.
Entenderé si se aburren o el sueño los vence.
— Deja de parlotear y explícate. — Shim
siseó con tono áspero. El profesor le sonrió sencillamente. Deseando de pronto
enlazar sus dedos y nunca dejarle ir.
— Supongo que por ahora lo más
intrigante puede ser nuestro destino. Pues bien, nos dirigimos a Tintallë.
— ¿No dicen que la hermosa Dama de las
Estrellas es una ciudad desierta ahora?
— Es verdad que no es una ciudad
habitable, pero no es tan desierta como se dice, Jung. ¿Por qué creen ustedes
que Tintallë es inhabitable?
— No conocemos más que rumores. Se dice
que junto a la Grieta del Arcoiris
era una de las principales ciudades élficas, y que es por ello que pese a estar
desierta conserva su belleza natural. Algunos rumores dicen que espíritus
élficos aparecen cuando las noches son claras y todas sus estrellas son
visibles en el cielo.
— Rumores interesantes, ¿cierto?
— Usted sabe algo más, ¿no es así? —
Park cuestionó.
Mokomichi largó un suspiro, y miró la
bóveda celeste llenándose de estrellas por encima de ellos.
— Antes de que lo planteen en sus
cabezas, no. No soy un elfo, ni tengo ascendencia alguna con tal raza. Pero, la
sangre que corre en mis venas tampoco es la de un Wilwarin como mis inocentes, pero muy talentosos pupilos. — Dijo,
paseando la vista de Shim, a Plisetski y Katsuki. — Soy un Nigromante.
El silencio fue absoluto.
— Los nigromante son seres oscuros, llenos de malicia, es imposible que
tú…
— En esencia, mis poderes mágicos son
los de un Nigromante, ChangMin.
— Si eso fuera cierto, jamás habrías
entrado a Alqualondë como un
profesor. ¡No tiene sentido!
De todos los presentes, Shim era el más
consternado. Porque no podía concebir que el hombre que quería con todo su
corazón tuviera el alma corrompida.
— Si realmente eres un nigromante, ¿qué haces en alqualondë enseñando a Wilwarins? Así como para los Angauglir los Wilwarin son como antagónicos naturales, ¿No era los Nigromante
para los Elfos? ¿Y no son tan inmortales como ellos? — Jung, como los otros
lobos, estaban inconscientemente en alerta.
— Como dije, la sangre en mis venas es
de un nigromante, pero fui concebido
con una mortal por lo que no soy inmortal ni mis poderes mágicos tan
excepcionales como podrían si mi sangre fuera pura. Además, fui criado como wilwarin, mi alma no ha sido corrompida.
Ni pienso permitir que eso suceda. — Mokomichi dijo, mirando significativamente
a Shim.
~*~
Dothorion
Tras consultar los textos de Eru en la
Biblioteca de la Tierra de los Pinos, la reina y sus hijos emprendieron
nuevamente el camino. Entonces, con dirección a Tintallë.
— Madre, ¿por qué a la Dama de las Estrellas? Junsu y yo
sentimos que el Glingal no está ahí.
— Hijo mío, aunque el Glingal es vital
para nuestro pueblo, cuando estemos dispuestos a recuperarlo, y conociendo
ahora la cara del enemigo, debemos estar más preparados. Los textos de Eru
fueron vistos antes por alguien, sin siquiera tener que entrar por ninguna de
las puertas de esta Biblioteca. Eso significa que la magia del Nigromante que
atacó en Alqualondë se ha vuelto más poderosa.
Nosotros también necesitamos despertar el verdadero poder de nuestra magia.
— ¿Y
lo conseguiremos en Tintallë?
— Es así.
~*~
Tintallë
Tan hermosa como se dice. Y de noche, su
magnificencia parecía incrementarse. Los castillos levantados en claros
naturales brillaban cual bañados por polvo de estrellas, y los grabados en sus altísimos
pilares, irradiaban una luz azul pálido encantadora. Los bosques alrededor
parecían cunas de flora y fauna, y toda planta y animal en ellos eran
preciosos, como si un toque sobrenatural los embelleciera. Algunos rumores
dicen que aquí todavía viven algunos caballos alados y unicornios.
— Siempre pensé que sería difícil entrar
en Tintallë, así como es casi imposible
encontrar el camino hacia Cirith Ninniach.
— Nikiforov dijo, honestamente anonadado con la belleza de la ciudad.
— Lo es, Nikiforov. Hemos conseguido
entrar porque veníamos en un navío élfico.
— Durante toda la charla, en ningún
momento mencionó cómo es que los Crispino tenían tal navío en su poder o cómo
sabía usted de él.
— Realmente no me había topado con lobos
tan curiosos como ustedes, Jung. Ni mis adorados pupilos han hecho tantas
preguntas como ustedes.
— Solo responde.
Mokomichi suspiró. Echando a andar
tierra adentro, Dejando el navío flotar en el lago que dejaban detrás.
— Ni un paso más.
La orden fue repentina, y de una voz
desconocida para el grupo. Mokomichi levantó la mirada, apostados en el ramaje
de los árboles frente a ellos, Emeldir y sus hijos, Junsu y Jaejoong, les apuntaban
con arco y flecha.
— Mi lady, príncipes. — Mokomichi dijo,
haciendo una respetuosa venia hacia los tres.
— Demasiado conocimiento en tu poder, Wilwarin, como para considerarlo algo
normal. — La reina dijo, guardando su arco y bajando a tierra firme, en tanto
sus hijos mantenían sus arcos tensos.
En tierra firme, Jung y Park sienten
nuevamente esa emoción experimentada antes en Alqualondë, pero esta vez acompañada de algo más. De un calor
repentino que les hierve en la sangre, de un ardor en la boca del estómago y la
necesidad de mostrar sus verdaderas naturalezas. De irse sobre los hermosos
elfos dispuestos a matarles si dan un paso en falso, y marcarles. Marcarles de
la misma manera en que Nikiforov se siente atraído hacia Katsuki.
— Habla, Wilwarin. O la bella Dama de
las Estrellas será tumba de todos ustedes para la eternidad.
— Puedo asegurarle, mi Lady, que tales
conocimientos están en mi poder por voluntad propia, llegaron a mí la primera
vez que usé mis poderes como nigromante.
— Explícate, a detalle.
Mokomichi asintió, desvió un instante la
mirada, solo para observar significativamente a su pupilo Shim y luego comenzó
a relatar.
…
Sucedió muchos
años atrás, cuando Mokomichi era un novato wilwarin en misiones especiales.
Aquella ocasión había sido enviado, junto a una decena de los suyos, al frío
Norte de Endor, el polo cubierto de hielo solo era habitado por animales
propios de tal inclemente hábitat, pero ocasionalmente grupos de exploradores,
turistas, investigadores científicos y otros curiosos recorrían sus vastos
parajes blancos. Los Wilwarin actuaban cuando algún grupo activaba,
intencionadamente o no, grutas mágicas debajo de los glaciares.
— Es
esta tu primera misión en el Norte, ¿cierto, Mokomichi?
— Lo
es, Gante.
— ¿Nervioso?
— No
en realidad. Los Ancianos dijeron que solo debemos hacer lo que sabemos. No
dudo de mis habilidades.
Gante, un hombre
de mediana edad y muchas cicatrices, sonrió palmeándole la espalda con aire
gentil. Aunque su mirada de gentileza no reflejara mucho. No era un mal hombre,
sin embargo, Mokomichi lo presentía.
— Andando
entonces.
Puestos en marcha,
el grupo de Wilwarin accedieron por una cueva, descendiendo luego por sus
escarchados caminos, dirigidos por un Wilwarin que indicaba cuál túnel seguir.
Hasta llegar a las entrañas congeladas de dicha cueva, en cuyo centro había un
lago de aguas tibias en cuya superficie flotaba vapor. En sus profundidades se
reflejaba un símbolo reconocido por los Wilwarin.
— Magia
negra. Manténganse en alerta, un Nigromante puede estar aquí.
No podía, estaba
ahí. Desde las profundidades del lago, justo al centro del símbolo que brillaba
con luz rojiza, emergió un hombre. Llevaba apenas vestiduras, largo el cabello
y terriblemente enmarañado, mirada ausente y muchos tatuajes en la reseca piel.
No usaba calzado y todo cuanto pronunció, fueron hechizos para destruir.
Los Wilwarin
hicieron lo que debían, defenderse y atacar. No tenían conocimientos de este
Nigromante, era como un nómada salvaje que había decidido quedarse ahí y
fraguar, a saber con claridad, cualquier cantidad de estrategias para llevar
caos a Endor. No había más opción, que detenerle a cualquier costo.
Este Nigromante
era poderoso, mucho. Uno a uno los Wilwarin iban siendo igualados y superados
en poder, incluso si atacaban en grupo, sus hechizos eran rechazados por otros
y atacados con otros nuevos para los que no tenían defensa. Gante era el más
poderoso ahí, y fue el único que tuvo más oportunidad. Pero cuando estuvo
dispuesto a sacrificar una de sus extremidades superiores por proteger a
Mokomichi, él supo que no podía simplemente rendirse.
Así que encaró al
Nigromante con todo el poder que tenía. Cuando estuvo frente a frente con él,
Mokomichi finalmente vio vida en los ojos del Nigromante, y éste pareció
reconocer algo en él, porque frenó de lleno su ataque.
— Tú,
eres igual a mí.
— ¿Qué?
El Nigromante
sonrió perverso, y en lugar de atacarle para matar, lanzó contra Mokomichi un
hechizo de revelación. Su auténtica naturaleza mágica emergió entonces,
causándole un extraño dolor en todo el cuerpo, el ardor en la sangre y la
sensación de caer en un abismo. Era sofocante y abrumador. Algo, que él
definitivamente no quería.
Cuando Mokomichi
despertó (sin recordar exactamente cuándo perdió la conciencia) Gante estaba
mirándole con severidad. Había detenido la hemorragia en su codo pero era un
hecho que la mano izquierda no volvería jamás. Y era zurdo, Mokomichi pensó que
estaría furioso por ello.
— Al
fin despiertas.
— ¿Lo
derrotaste?
— No
fui yo. Lo hiciste tú.
— ¿Yo?
¿Cómo podría?
— No
estoy seguro, pero Mokomichi, lo sientes ¿verdad? Cambiaste. Ya no eres el
mismo que vino. Cuando volvamos a Alqualondë, no menciones ni una palabra de tu
encuentro con el nigromante a nadie. Ni siquiera a los Ancianos.
— ¿Por
qué no, Gante?
— Porque
eres especial, pero ellos jamás podrán entenderlo.
…
— No fue tan difícil ocultarlo, seguí
comportándome como un Wilwarin. Sobre todo, porque yo me considero uno de
ellos. Aunque la sangre en mis venas no pueda corroborarlo.
La Reina le miró significativamente
durante unos momentos. Después arco y flecha de sus hijos fueron guardados y
sus ágiles siluetas le acompañaron en tierra firme.
— ¿Qué les trajo a Tintallë?
— Creo, que ustedes, mi Lady.
— ¿Un encuentro destinado? — Aunque su
tono había sido inquisitivo, resultó claro por la serena expresión de su
rostro, que lo estaba aseverando. — Extrañas creencias en un Nigromante. Sin
embargo, tu alma es pura, por lo que hemos de confiar en ti. — La Reina
entonces miró al resto del grupo, uno a uno significativamente. — Síganos, hay
mucho aún de lo que hablar. Pero, antes espero que entre ustedes resuelvan sus
diferencias.
Dijo, mirando a Mokomichi y a Shim
alternadamente. Luego echó a andar colina arriba, seguida por sus hijos.
Katsuki, Plisetski y los lobos les siguieron primero, mientras que los antes
mencionados se quedaron allí.
— ¿Cómo es que yo no sabía nada de eso?
— ChangMin…
— ¡Siento que desconozco todo de ti,
Hayami!
— No es así. Tú conoces lo más
importante de mí. — Dijo con tono severo, enfrentando al muchacho de cabellos
morochos, tomando una de sus manos y llevándola a su pecho, donde los latidos
de su corazón replicaban ansiosos. — ChangMin, lo que siento por ti.
— No lo digas… — Siseó todavía molesto.
Pero dejando su mano en el pecho del mayor.
Mokomichi suspiró, y se animó en
rodearle con un brazo, sintiéndole temblar de rabia pero sin apartarle.
— Te amo, ChangMin.
— ¡Te pedí que no lo dijeras! — Gimoteó al
borde del llanto.
De un llanto de rabia, miedo, celos,
molestia. Y amor. Devolvió el abrazo y apretó las ropas del mayor.
— Más te vale no guardarme más secretos,
Hayami. Así que comienza a hablar, o te mataré la próxima vez que salgan
secretos de tu boca, estúpido Hayami.
— Entiendo, entiendo ChangMin. Esta será
una noche muy, muy larga.
…
Tras algunos minutos de caminata, el
grupo llegó a un castillo rodeado de pálidos pilares engarzados por enredaderas
de flores blancas y violetas. Las puertas se abrían por sí solas al paso de los
elfos, y lámparas de velas se encendían en los altos techos así como en algunas
columnas, alumbrando todo a su paso. Les dirigió hasta un salón donde una
amplia mesa redonda tenía en su superficie símbolos tallados e insertados en
los muros, cajones con pergaminos que solo eran expuestos por el toque de los
elfos.
— Junsu, acompaña a los Wilwarin a las
habitaciones del fondo. Jaejoong, los lobos arriba. Por favor. Mokomichi,
siéntate conmigo unos momentos.
— Sí, mi Lady. — Mokomichi dijo, tomando
lugar frente a la Reina.
En tanto sus hijos indicaban el camino a
los visitantes. Aunque Nikiforov estaba reacio a separarse de Katsuki, y Shim
tuviera que esperar su turno para charlar con Mokomichi, a quien la Reina ha
acaparado.
Por otro lado, Jung estaba encantado con
la presencia de Jaejoong. El hermoso elfo de cabellos negros indicó las
habitaciones para ellos, pero antes de que volviera abajo con su madre y
Mokomichi, su muñeca fue rodeada por el lobo, deteniéndole inconscientemente.
— ¿Necesitas algo?
— Mi nombre es Jung Yunho.
El elfo le miró intensamente, sin
comprender del todo por qué la repentina presentación.
— Jaejoong.
— ¿Es tu verdadero nombre? — Preguntó.
El elfo enarcó una fina ceja, y él carraspeó, esperando no haberle faltado al
respeto. Los Elfos podían ser criaturas recelosas de sus virtudes y costumbres…
— Perdona mis palabras, es solo que siempre imaginé que los Elfos tendrían
nombres más, cómo decirlo…
— No te esfuerces, he entendido tu
punto, Yunho. Pero ése es mi nombre, no necesitas saber más. Descansa un par de
horas, nos espera una larga travesía.
El elfo dio media vuelta, y comenzó a
bajar las escaleras de corteza y plata, cuando la voz del lobo de tez morena le
detuvo otra vez.
— No tengo sueño ni cansancio, así que,
¿te importaría si voy contigo?
— Saldré a recorrer los alrededores,
¿crees poder seguirme el paso? — Por primera vez, el Elfo sonrió.
Y el corazón de Jung fue un lío de
emociones e instinto. Para cuando reaccionó, la cabellera negra del Elfo ya
flotaba en el aire tras el salto que dio por el balcón hacia el exterior. Jung
se transformó en lobo de inmediato, de otra manera, realmente no podría seguir
el ritmo del hermoso y ágil elfo.
Park, que de todas maneras tampoco iba a
quedarse encerrado en los aposentos que le indicaran, ha comenzado a olfatear
el aire. Buscando el aroma que desprendiera antes el elfo de cabellos castaños.
Siguiendo su rastro hasta uno de los patios del Castillo.
— ¿Qué es lo que quieres que me has
buscado con tu olfato, Anfauglir?
Park tragó hondo. Bajo la luz de la
noche clara, era aún más hermoso. Y él solo podía pensar en hacerlo suyo.
— Yo solo, pensé en hacerte compañía.
Los anfauglir no somos como los
humanos, ni aún como los Wilwarin. El
sueño, el cansancio y cosas por el estilo, no lo sentimos de la misma forma.
— Estás diciendo que no necesitas dormir
y que en lugar de aburrirte en tus aposentos, has salido a perseguirme bajo la
luz de la luna, ¿es así?
— Es así.
— ¿Por qué? No soy tan interesante como
lo imaginas.
— Difiero de esas palabras enormemente.
Solo con mirarte, ya eres lo más interesante que hay en todo Endor para mí.
El elfo de cabellos castaños sonrió de
medio lado, acomodando un mechón de cabello tras su oreja decidió acercarse un
poco más al lobo. Dos pasos había de distancia entre los dos.
— Cuidado con lo que dices, las palabras
son muy poderosas. Pero las acciones no siempre las acompañan. No conoces todo
de Endor, ni tienes idea de cuántas cosas interesantes hay ahí afuera para ti,
Yoochun.
— Has dicho mi nombre. — Dijo,
honestamente embobado con la mirada severa del elfo.
Severa, sin embargo, no se sentía
intimidado por tales ojos. Por el contrario, estaba fascinado por ellos. El
lobo notó entonces otra vez la sensación de antes. Esa emoción, la ansiedad, el
deseo. Su instinto parecía vibrar con la presencia del elfo. Y era extraño,
porque nunca llegó siquiera a imaginar que su “pareja” pudiera tratarse de una
criatura tan hermosa, e inalcanzable.
— Te has quedado callado.
La voz del elfo le saca de sus
pensamientos. Y traga hondo inconscientemente, el elfo está un paso más cerca. Y
si ya se sentía encantado antes, ahora lo estaba mucho más. Porque podía
admirarle a detalle de esta manera. La forma en que su piel clara era bañada
por las estrellas, el toque platinado que, probablemente, venía de la luna. La firmeza
de sus ojos, la peculiar bondad en el fondo de las preciosas cuencas
chocolatosas. Los rosados labios. El anfauglir
sintió un pinchazo de excitación, y un deseo cada segundo más incontrolable
demandar el control de sus sentidos.
Hermoso, de pronto parecía insuficiente
para describir su beldad magnificente.
Comprendió que estaba en problemas. Que está cayendo demasiado
rápido en sus encantos, que le seduce su sola presencia. Que su instinto no
habrá de calmarse hasta que pueda hacerlo
suyo.
El elfo, al comprender que la intensa
mirada del lobo estremecía su cuerpo, dio nuevamente un paso atrás, echando a
andar por los amplios jardines de aquel patio. Escuchando los sigilosos pasos
del lobo detrás suyo, su respiración inquieta, su alocado corazón. Los sentidos
del elfo eran agudos, pero los del lobo no lo eran menos. Un poco tarde, quizá,
recordó que eran más semejantes de lo que podía predecir. Park ha sujetado su
brazo, tirado de él y obligado a
chocar contra su pecho. Enganchar las miradas, respirar pesado y hacerlo. Tomar los labios del príncipe elfo
sin permiso alguno.
…
El Príncipe de cabellos negruzcos corría
colina arriba con gracia, cada uno de sus pasos era exacto, y la distancia
recorrida justo la que quería. Detrás, convertido en lobo, Jung le seguía el
paso. Su forma animal asemejaba a un lobo común y corriente, pero era más
grande, de extremidades más poderosas y sentidos más sensibles. De pecho estrecho
pero espalda poderosa, los rasgos anatómicos de los anfauglir transformados precisamente en lobo eran sencillamente
ideales para considerarlos cazadores
todoterreno. No era solo que sus cuerpos parecieran haber sido hechos para
la caza o el ataque, sus sentidos e incluso la conciencia que los mueve es
básicamente instintiva, con un significativo sentido de lealtad a los suyos.
El Príncipe primogénito estaba seguro de
que, incluso si acelerara el paso con toda la intención de dejarle atrás, el
lobo le encontraría ahí donde fuera. Y eso, de alguna manera, seducía sus
deseos. Sintiéndose también un poco nublado de juicio por el pensamiento que la
presencia del anfauglir infundía en
su mente.
La casta de anfauglir a la que Jung pertenece le dio, desde su nacimiento, la
habilidad para comunicarse telepáticamente con quien desee. Por eso, cuando el
elfo le escuchó en su mente, detuvo
abruptamente su carrera, virando el cuerpo y esperando que el lobo le
alcanzara, lo que no le tomó más de unos segundos.
El lobo, cuyo pelaje rojizo mezclado con
negro parecía brillar bajo la luz de la bóveda celeste, se detuvo también. Incluso
así, apostado en sus cuatro puntos, su altura casi alcanzada el pecho del elfo,
lo que le volvía un humano realmente grande.
— Escuché mucho sobre esta habilidad de
los Anfauglir, pero nunca había
conocido a uno.
—
Los más viejos en Carcharoth sugieren que fue un regalo de tu pueblo. Pero realmente
puede no ser así. Incluso los wilwarin tienen hechizos para comunicarse mente a
mente.
El Príncipe primogénito sostuvo la
dorada mirada del lobo. Pudo refutar sus palabras, pero al mismo tiempo
prefirió guardarse cualquiera que él pudiera decir.
— Así que, ¿me dirás, Yunho? ¿Qué
vinieron a hacer a Tintallë? Aunque tu
amigo antes dijera que fue por nosotros, no tiene mucho sentido. No solo por el
hecho de que no nos conocíamos, sino también porque los Elfos somos un pueblo anónimo en esta época. Más mito que realidad.
Por lo que…
— Originalmente
mis amigos Víktor y Yoochun habíamos comenzado un viaje en busca de Cirith
Ninniach, por lo que tal vez lo que Hayami dijo no es tan imposible. Yo, me
siento particularmente atraído hacia ti. Como si fuera cosa del destino que nos
hayamos encontrado.
Antes de que el elfo pudiera decir algo
a las palabras del lobo, unos ruidos alrededor alertaron a ambos. Fue, sin
embargo, el lobo quien actuó primero. Volviendo a su forma humana, pero
conservando las garras en sus manos, de un salto trepó uno de los árboles a
pocos metros de distancia, se perdió entre la oscuridad de sus ramajes, y poco después
un chillido tenebroso resonó en todo el bosque, alertando incluso a Junsu y la
Reina Emeldir en el palacio.
Cuando Jung volvió a tierra firme,
simples ropajes desgastados, de un penetrante olor a azufre, hierbas poco
comunes y sangre podrida estaban en sus garras.
— Un demonio-espectro. — El elfo dijo,
tomando los ropajes con la punta de su espada. — No es bueno para nosotros.
— ¿Qué es un demonio-espectro?
— Lo sabrás, pero tenemos que volver con
los demás.
…
Plisetski estaba encerrado en sus
habitaciones. Sin demasiados ánimos para dormir tampoco. Se encontraba un poco
aburrido, y perdido a decir verdad.
— Todavía sigo sin entender mucho de todo
lo que está pasando. Mokomichi-sensei solo ha hecho lo que ha querido y me ha
arrastrado a esta ridícula aventura. — Masculló, tirado en un lecho hecho de
corteza y finas telas cubriendo su blanda superficie.
El ventanal dejaba ver claramente la
noche, y ya que lo tenía abierto de par en par, incluso podía escuchar los
sonidos de los bosques aledaños, el rumor del viento soplando los ramajes,
componiendo su propia voz.
El rubio adolescente suspiró, sin saber
qué hacer o con quién hablar. ChangMin estaba absolutamente descartado, porque
podía sentir desde ahí el aura furiosa del morocho, visto que seguro quería
sacarle todos los secretos al profesor antes de que siguiera ocultándole cosas
para revelarlas sin tapujo delante de extraños.
— Los elfos son increíblemente hermosos,
pero también algo fríos e imponentes. No estoy seguro de que yo pudiera
sentirme cómodo con ellos como lo parece estar Yuuri.
Solo al recordarlo, Plisetski se
preguntó qué estaría haciendo Katsuki. Había escuchado la voz de Nikiforov unos
minutos antes, y luego el rumor de pasos en el pasillo de las habitaciones.
— Me pregunto si se habrán escapado
juntos a hacer cosas de adultos. — Largando otro suspiro, el rubio adolescente
finalmente abandonó el lecho, y terminó sentándose en el marco del ventanal,
mirando la noche con expresión hastiada. — Realmente todo esto parece muy del mundo adulto, por qué mierda
Mokomichi-sensei tuvo que arrastrarme también. Además, escapamos sin que nadie
en la escuela supiera, él parecía reacio a dejar que los Ancianos se enteraran. Ah, es cierto, ¿todo estará bien en Alqualondë? También sigo intrigado por
lo que pasó aquella vez. ¡Tsk! Mokomichi-sensei dijo que se llama Otabek, y que
era mejor no relacionarme con él. ¡Pero con un carajo! ¡No me ha dicho por qué!
El rubio espetaba a diestra y siniestra,
sin otro escucha que el viento.
— Realmente tengo curiosidad. Qué puede
ser tan peligroso de conocerlo. Ni siquiera
parecía muy mayor a mí. Otabek Altin. — Murmuró, casi saboreando el nombre del
muchacho en sus labios.
Y ahí, de pronto, de su pecho emergió
una lucecilla dorada. Plisetski no se sorprendió del todo, pues sabe que es
magia. Sin embargo, ya que él no estaba realizando hechizo alguno, entró un
poquito en pánico cuando la lucecilla dorada tomó forma. Parecía un cisne
dorado, que pronto alzó el vuelo y comenzó a alejarse a gran velocidad.
— ¡Qué demonios fue…!
— ¡Yuri! — Mokomichi irrumpió
abruptamente en sus habitaciones. Mirándole con expresión preocupada.
— ¿Qué?
— ¿A quién envías mensaje?
— ¿Eh?
— ¡El ave! ¡Es un mensajero mágico!
¡Cuándo aprendiste ese tipo de magia, Yuri!
— Yo no.
— Yuri…
— Él realmente no lo sabe, Hayami. —
Emeldir dijo, apareciendo por el umbral de la puerta. — Vamos abajo, tenemos que
conversar todos.
Me disculpo por las faltas de ortografía y demás detalles. La vdd es que no me di el tiempo de revisar, cm casi siempre xD
Lo estaba esperando, y valió mucho la pena...
ResponderBorrarYa el Yoosu y el Yunjae se han encontrado pero los misterios cada vez se vuelven mas grandes, creo q poderes escondidos de cada uno de ellos se iran revelando ya Yuri mostró algo q no sabe como. Espero nuevo capítulo cuando puedas!!! :)
Leo esto y me siento mala escritora ;__; ha pasado tanto desde que publiqué más de esta historia. Pero ya en estas semanas avanzaré más, y veremos cm se van resolviendo algunos misterios, cm la magia ayuda a cada uno de los chicos a conocer más de sí mismos, y del destino que los unió.
BorrarGracias por ser paciente y pasarte~ *3*
Y despues de un par de dias recien puedo comentar en la historia.. la vida es bella y cruel!!!....
ResponderBorrarahhhh.... pero bueno adoro la historia el como se entrelazan las historias de todos de maneras emocionantes sin dejar de lado las personalidades de cada uno en un personaje diferente...
omg!!! yuri mando un mensaje a otabek como resultaran las cosas apartir de ahi??...
el padre de altin tiene algo que ver con todo esto??... mando esa pero tengo mas en mente.... gracias por el capi...hasta la sig... saludos besos y barazos a la distancia...
matta ne... <3
La vida siempre es así ;D la cosa es agarrarle el ritmo y saber renunciar a algunas cosas pero seguir adelante con otras.
BorrarGlingal tiene mucho para dar, y yo solo espero no perder el hilo de eso xD manejar sus personalidades es un reto, aunque no lo parezca, sobre todo con dos tsunderes como Yuri y ChangMin xDDDD es cm "de dónde voy a sacar tanto sarcasmo para plasmarlos a ambos" xD
Otabek y Yuri van a conocerse de una forma muy particular *-* ya leerás. Se resolverán algunos misterios, pero quizá no sea precisamente para bien! Chan!
Gracias por pasarte.
Ya Ne! ;D