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De
jugadas entretenidas a complicadas explicaciones
Nunca
habría imaginado siquiera que se pudiera besar de esta manera. Hinata estaba
asombrado por la forma en que su cuerpo parecía estar envuelto en calor, y la
manera en que le latía el corazón y hasta como le sudaban las manos, encima de
todo respiraba con dificultad y tenía saliva en los labios ¡y hasta el mentón!
–
¡Por qué me besas así, Kageyama!
–
Porque quise. Todo el día estuve pensando solamente en qué se sentiría besarnos
así.
Las
palabras flotaron en el ambiente con cierto sabor a extrañeza. No era la primera vez que se besaban, ni siquiera este
tipo de besos adultos, pero parecía
que cada beso que se daban aumentaba algo entre los dos. Lo que sea que fuere y
que se sentía justo de aquella manera, entre la ansiedad, el nerviosismo, la confusión
y las ganas de acercarse y huir. Todo al mismo tiempo, incapaz de controlarse,
de ignorarle o de escapar de todas estas sensaciones. Tanta novedad, tantas
cosas nuevas.
–
Alguien podría habernos visto… – Murmura el pelinaranja mirando a todas partes
como si pudiese haber estado alguien oculto.
–
Como si me importara… – El setter gruñe cruzándose de brazos pero sin apartar
su mirada del otro. Hinata no parecía para nada contento con su respuesta, se
le notaba en la manera en que fruncía el ceño y apretaba los labios
aguantándose las ganas de replicarle sus palabras. Y eso honestamente no era
para nada propio del hiperactivo muchacho… – A ti sí te importa, Hinata.
–
Por supuesto.
–
Porque somos chicos. ¿Estaría bien si hicieras esto con una chica?
–
Por alguna razón se ocultan Nishinoya-senpai y Asahi-san, ¿no?
Kageyama
finalmente evadió la mirada. No es que no entendiese el punto, es que había
intentado pasar de largo con ello. Pero que Hinata se parara a pensar en eso
justamente, dañaba todo lo que pudiera haber pensado hasta el momento. Y vaya
que ha pensado bastante. ¡Todo el jodido tiempo tiene a Hinata en su mente!
–
Entonces vamos a ocultarnos cada vez que queramos besarnos. Prometo no ser tan
imprudente en adelante.
–
Kageyama, ¿todavía es divertido salir?
El
peliazabache volvió la mirada hacia el más bajo. No tuvo que pensarlo
demasiado, de hecho estas posibilidades ya habían rondado su pensamiento antes.
–
No se trataba de diversión, era curiosidad, Hinata. Queríamos saber qué era
tener pareja, como Nishinoya-senpai y Asahi-san.
Hinata
se mordió el labio inferior sintiéndose avergonzado por alguna razón. Kageyama
pensó que se veía lindo. Otra vez.
–
A mí me gusta. Me gusta besarte, y se ha sentido bien abrazarte también. Pero
no pienso obligarte a seguir con esto si ya no quieres, Hinata.
–
Ah, esto… mh… – El pelinaranja miró al más alto (y no es precisamente que le
guste tener que mirar hacia arriba para enganchar sus ojos), buscando en sus
pupilas algo que le hiciera sentir seguro de la respuesta para dar… – ¿No lo
sientes extraño?
–
¿Qué cosa? ¿Besarte y abrazarte?
–
Sí. Lo has dicho y yo también lo sé, es el tipo de cosas que haces con la
persona que te gusta, de la que te enamoras. Somos adolescentes y se supone que
lo normal sería pensar en tener novia y hacer todas esas cosas con ella. Cuando
estuve con mis amigos de la primaria hubo momentos en los que me preguntaron
qué tan lindas eran las chicas en Karasuno, y entonces me mandabas mensajes;
pero lo más frustrante de todo era que no podía recordar a ninguna chica, así
que solo decía que eran lindas porque sí. ¡Pero todo lo que pensaba era que tú
me habías besado!
Hinata
se desordenó los cabellos con desesperación y por lo cristalino de sus ojos color
chocolate, Kageyama pensó que probablemente se lanzaría a llorar de coraje.
Obviamente ocupaba más espacio en su cerebro de lo que el pelinaranja podía
tolerar. Pero por alguna razón, eso le henchía el pecho de orgullo. El
pelinaranja se dejó caer en el suelo a un lado del camino, el pasto estaba
fresco y el aire nocturno se sentía agradable al tacto con su piel, parecía
despejarle un poco de lo que sea que le estuviera pasando. Kageyama se sentó a
su lado casi por inercia, pero quizá demasiado cerca porque Hinata respingó y
se alejó un poco. Eso no le gustó al peliazabache.
–
¿Te molesta que esté en tu pensamiento?
–
No lo sé. A veces. Pero debe ser normal que El
Rey acapare la mente de un simple plebeyo.
–
Sabes que no me gusta ese sobrenombre.
–
Lo siento.
–
Nunca hubiera pensado que alguien como tú me haría cambiar tanto, Hinata.
–
¿Eh? ¿A qué te refieres con alguien como
yo, bastardo? ¡Más te vale no comenzar a insultarme!
–
Me apetece, pero comenzaremos a discutir y nos desviaremos de tema, idiota.
–
¡Ahí vas con los insultos, bakayama!
–
¡Tú también me insultas!
Se
miraron cual fierecitas enjauladas, o críos comenzando a mostrar poder en la manada. Adolescentes confundidos
que quieren comerse el mundo con una mordida, que buscan la rebanada más
grande del pastel, los que quieren tapar el sol con un dedo. Sí, adolescentes
con un largo camino por recorrer. La tensión bajó cuando sus rostros se
acercaron casi inconscientemente y fusionaron sus labios en otro beso, largo,
profundo, húmedo. Demasiado caliente para ser un simple beso de adultos, porque había un cosquilleo diferente y parecía no
ser suficiente.
–
¿De qué estábamos hablando?
–
Idiota.
–
Bakayama.
–
Cállate.
–
No me ordenes.
Más
besos. Incesantes, ansiosos, cargados de un calor diferente que parecía
transmitirse de boca a boca como un fuego peligroso que encendía llamas
desconocidas en sus cuerpos. Había un terreno inquietante por delante, un algo que les llamaba a gritos. Ellos
omiten de momento que son adolescentes, que tienen hormonas, que bullen en
curiosidad sexual. Solo saben que los besos no son suficientes, que quieren más
y más, que las manos son inquietas y actúan por inercia, que el cuerpo tiene
instinto y sabe cómo tomar ventaja de la conciencia.
No
saben cuando los botones son sacados de sus ojales, cuando mueven la tela a un
lado y palpan directamente la piel desnuda sobre los hombros y la clavícula. No
saben que los suspiros que brotan de sus labios o los jadeos que vibran en sus
gargantas, son respuestas naturales para ese fuego peligroso que los acerca, que clama fundirlos.
–
Ka-Kageyama~ – Hinata entrecierra los ojos, frente a él solo tiene el oscuro
cielo estrellado de una noche clara, fresca, agradable. Los labios del
peliazabache parecían haber encontrado interesante besar la piel de su cuello,
y a él le provocaba unos estremecimientos que le ponían la piel chinita… –
Kageyama~
El
peliazabache trató de prestar atención a su llamado, pero la voz suave, algo
dulce y tímida del pelinaranja atontaban su raciocinio y por el contrario
incentivaban su curiosidad. La piel que besaba tenía un ligero sabor a lavanda,
menta quizá. Era dulce y fresco, se le antojaba delicioso al gusto de su lengua
inquieta. Y más al sur de su ombligo, la entrepierna comenzaba a despertarle.
Esto, en cierto modo, no parecía estar bien.
–
Hinata…
–
Q-qué…
Mirarse
a los ojos y no saber qué más decir. Verse las mejillas rosadas y la mirada
brillante. Kageyama se preguntó si es que el cielo estrellado se estaba
reflejando en las cuencas chocolate.
–
E-es tarde. Me iré ya.
–
Ah, sí.
Levantarse
despacio mientras se evitan la mirada que hace un segundo tenían enganchada.
Percatarse de las ropas desordenadas y de la respiración alterada, tratar de
ajustarlo todo y hacer de cuenta que ahí, nada
ha pasado.
–
Gracias por haber venido, Hinata.
–
Sí.
–
Al final nos desviamos de tema, pero… lo decía en serio, si esto te molesta
solo tienes que decírmelo. No soy para nada el chico que era antes, no trataré
de hacer mi voluntad solamente.
Hinata
se le quedó mirando un momento. Kageyama tenía esa expresión seria de cuando
habla con honestidad, sin espacio para las dudas ni cuestionamientos de ningún
tipo.
–
Está bien. Yo, creo que… no me molesta ser tu, novio, Kageyama.
–
Tsk, no actúes así… – Dijo desviando la mirada otra vez.
–
¿Eh?
–
Luces lindo y me dan ganas de volver
a atacarte como hace un minuto… –
Gruñe de mala gana con la cara roja y el corazón palpitándole en la garganta.
El sonrojo también explota en el rostro del más bajo y es curiosa la
combinación de su cara con el naranja de su cabello despeinado.
–
¡Tú! ¿¡Acaso eres pervertido, bakayama!?
No
recibir respuesta a cambio. Ser tomado por sorpresa con otro beso, corto y casi
insípido de no ser porque le ha pillado el sabor a los labios del peliazabache
grabándoselo en la memoria. Quedarse atontado sin capacidad para seguir
insultándole y admirar la ancha espalda de Kageyama mientras se aleja
despidiéndose con la mano. Verle andar con paso seguro y pensar…
–
Tal vez, ¿esto sea mi primer amor?
--//--
Tsukishima
volvió a su casa de mal humor. No, no es que hubiese pasado algo que le
molestase cuando salió junto a Yamaguchi a pasear esa tarde, ni siquiera que su
invitado hubiese estado en el medio
todo el jodido tiempo. Lo que le tenía de mal humor era lo que había escuchado
en casa de su amigo cuando le acompañó al regreso.
– Papá,
mamá. He decidido quedarme en la ciudad a continuar mis estudios. ¡No quiero
separarme de Yamaguchi-kun!
Sí.
Eso es lo que le tiene de mal humor. La expresión de Fujimi al decirlo, su
estúpida sonrisa y la forma en que se abrazó a Yamaguchi restregando sus
mejillas. La risa distraída de los padres del invitado y su inmediata aceptación al capricho de su hijo.
–
Ese idiota cree que puede interponerse entre nosotros. Bastardo.
Gruñir
entre dientes con la expresión cruzada de enojo. Una furia contenida en sus
ojos ocres, en la tensión de su espalda y el arrojo de su autocontrol.
--//--
Yamaguchi
está hecho un lío, esa tarde ha sido épica en muchos sentidos. La aparición
repentina de Tsukishima en su casa, la proclamación de una relación inexistente
entre ellos, su extraño comportamiento posesivo, sus celos sin sentido. Su
mirada agresiva hacia Fujimi, blanda pero inquisitiva hacia él. Sus dedos
rodeándole la muñeca, su calor, su cercanía. Todo lo que le gusta del rubio.
Todo lo que en realidad no puede tener como lo sueña.
–
Si Fujimi-kun no hubiera estado yo podría haberle preguntado acerca de todo.
Nh, no. En realidad no me atrevo, me daría vergüenza y tal vez terminaría
diciendo cosas de las que me arrepentiré. Tsukki, si tan solo pudiera leer lo
que piensas.
Medita
y se gira haciéndose un ovillo en su cama. Es tarde y el día ha sido agotador
para su corazón de por sí frágil. Y no es que él sea débil, no hay que
confundir los hechos con la experiencia vivida. No, es frágil porque carece de
confianza respecto a los sentimientos de Tsukishima, porque han sido amigos
durante mucho tiempo pero duda que aquello pueda florecer de la misma manera en
que evolucionó su forma de verle.
Y
recuerda inevitablemente el momento en que cambió su forma de mirarle. Eran un
par de mocosos, Tsukishima siempre ha destacado ahí donde va. Siempre tan alto,
tan serio, tan frío de mirada e indiferente de actitud. Al principio Yamaguchi
le había mirado desde la distancia, guardando prudencia, soñando con ser tan
genial como él. Alguna vez incluso se había preguntado si se vería bien con el
cabello en rubio, pero ni de broma se lo habría teñido, por principio de
cuentas su madre habría puesto el grito en el cielo y le habría castigado, a
saber de qué manera. No, ser rubio estaba descartado.
Para
ser genial también se nace, no se
aprende a serlo. Luego quiso cambiar el color de sus ojos, pero las lentillas
eran incómodas y además costaban dinero, un dinero que él no podía darse el
lujo de tener –y de paso, tampoco podía imaginarse lo que su madre diría–.
Luego el objetivo había sido la altura, pero bueno, al menos en eso no pudo
quejarse ni pensarlo como imposible, la naturaleza hizo lo propio con su cuerpo
y creció, considerablemente alto. Y finalmente, los intereses en común. El
voleibol. Pero solo eso y nada más. Seguían siendo como polos opuestos, tan
diferentes. Yamaguchi nunca imaginó –y vaya que dedicó mucho de su espacio
imaginario en ello– que Tsukishima le salvaría
en aquella ocasión. Que daría la cara como si fuera un nii-chan y le defendería de los chicos que le acosaban todos los
días por su barrio.
No.
Aunque Yamaguchi alguna vez quiso convencerse de que tal vez en aquel momento la lente de su mirar había cambiado, con
el tiempo tuvo que reconocer que probablemente siempre le miró así. No era solo que Tsukishima fuera genial, que destacara o jugara bien al
voleibol. Tal vez era destino para un amor unilateral. Tal vez.
– El novio de Tadashi,
así que apártate de él.
Las
palabras de Tsukishima se repitieron en su cabeza. Como si no se hubiese estado
repitiendo toda la tarde de hecho. Y a él le dio un vuelco el corazón y su
estómago se llenó de cosquillas. ¡Las benditas mariposas del amor!
–
Ah, hoy no podré dormir. Si al menos pudiera entender qué pasó. Tsukki, por qué
me haces esto… – Refunfuñar entre preocupado y emocionado, dar otra vuelta en
la cama y mirar su móvil en el escritorio de trabajo de su habitación.
Sentarse
en su cama y estirar la mano para tomarlo, encender la pantalla e ir a la
carpeta oculta en la carpeta de la carpeta de sin título, ahí donde tiene una fotografía que es su tesoro. La tomó hace meses, cuando tuvo
el valor de hacerla mientras Tsukishima dormitaba en una clase.
Está
enamorado. Hasta el tuétano como se
suele decir.
Respingar
de la nada y casi tirar el móvil cuando vibra estando en sus manos. Ponerse
nervioso y tomarse más de cinco minutos para leer el texto que le ha llegado
con el nombre de Tsukki parpadeando en la pantalla táctil.
– Hablemos
mañana. Es domingo pero podemos encontrarnos. Sin el idiota de Fujimi rondando
cerca.
Como
es típico del rubio, más que pedir, ordena. Pero es suficiente para arrancarle
una sonrisa, porque este es el Tsukki del que se enamoró. Respira profundo y
finalmente responde una simple afirmación. Al instante otro texto en su
bandeja.
– Encontrémonos en el
parque, Tadashi. Te invito a comer.
Y
casi suena a cita. Cita con Tsukki.
La idea se elabora solita en la mente del muchacho. Se le hincha el pecho de
ilusión y de pronto, dormir no parece tan lejano, le apetece soñar.
--//--
Sugawara
está nervioso. Minuto a minuto se pregunta si todo saldrá bien esa tarde. Su
madre ha preparado comida suficiente, su favorita. De pronto parece que el
hecho de que Daichi venga de visita le agrada a la mujer.
–
Hace tiempo que Sawamura-kun no viene a visitarnos. Desde que entraron dejó de
ser un niño ustedes dos ya no se juntan aquí para jugar.
–
Pero pasamos mucho tiempo juntos, mamá. En la escuela son las clases y el Club.
–
Lo sé. Por cierto, qué tal van las prácticas. Antes te veía pasar más tiempo
con la luz de tu móvil alumbrándote bajo la manta para escribir cosas del club.
–
¿Te dabas cuenta?
–
¡Por supuesto! Es imposible mentirle a una mamá, Koushi~
–
Ah… – Sonríe nervioso y suspira inquieto.
La
mujer continúa en lo suyo tan contenta que el peliplatino comienza a temblar de
nervios. Tanta felicidad podría ser coartada con unas cuantas palabras de su
parte. Se replantea si estará bien seguir adelante y titubea. Quiere cancelarlo
todo. Pero entonces el sonido del timbre suena y casi parece hacer eco en el
interior de su casa. Se apresura a abrir y sus ojos llorosos reciben a un
Sawamura no menos nervioso que él.
–
Ah, Sawamura-kun, bienvenido… – La Sra. Sugawara le saluda asomándose apenas
desde la cocina. Está radiante y luce tan joven y bonita como siempre. Daichi
piensa que la belleza de su novio definitivamente debe ser heredada… – Pasa
querido, en un momento estaremos disfrutando de una rica comida especial para
mis muchachos deportistas.
–
Gracias, Sugawara-san.
–
¡Ay, ay! Es extraño que me llames así. para ti de ahora en adelante, Kana-san
por favor.
–
S-sí, Kana-san.
Los
adolescentes intercambian miradas y se adentran en el comedor para ayudar a
acomodar. Mientras tanto Kana-san señala que en cualquier momento su esposo
llegará. Los nervios se ponen a flor de piel en los muchachos.
–
¿Estás bien, Suga?
– Estoy nervioso, Dai.
– También yo, pero… es
lo mejor, Suga. No podemos mentirles más a tus padres.
– Estoy asustado.
– No estás solo. Estoy
contigo, Suga.
Los
susurros no parecen pasar inadvertidos para la mirada de Kana-san, quien sonríe
apenas perceptiblemente mientras acerca los últimos platillos a la mesa y
escucha la puerta abrirse.
–
¡Justo a tiempo, querido~! – Recibe a su esposo con sonrisas y un beso en la
mejilla. Le sostiene el maletín y toma su saco… – Mira que hacerte trabajar en
tu día de descanso, la empresa no tiene conciencia por sus empleados… – Se
queja con aire enfadado, pero incluso así ella luce bonita. Su largo cabello
negro matizado se sacude al compás de sus gestos y es acariciado por una mano
grande de su esposo mientras le consuela.
–
Koushi, Sawamura-kun, buenas tardes chicos.
–
Buenas tardes, Señor.
–
Bienvenido, papá.
–
Hombre, ¿están en problemas o por qué esas caras largas?
–
Los chicos tienen algo importante qué contarnos, Samuru. No presiones y vamos a
comer todos primero. Vamos, vamos.
Alentar
una comida tranquila entre recuerdos de los chicos parece entonces la mejor
opción para diluir cualquier circunstancia pendiente. Más tarde la sobremesa
con tarta de vainilla y fresa, la favorita del peliplatino. Casi parecía fiesta
de cumpleaños, o algo parecido.
–
Bueno, me estoy muriendo de curiosidad. ¿Qué es eso importante de lo que tenían
que hablar con nosotros?
Sugawara
y Sawamura intercambian nuevamente la mirada. El momento ha llegado. Bajo la
mesa se sujetan las manos y presionan dándose mutuo apoyo.
–
Koushi y yo… estamos juntos. Como pareja, Samuru-san.
Daichi
suelta la noticia. Quizá demasiado directo y brusco, pero por más que buscaron
la manera, no encontraron otra forma de decirlo más que como es. Los señores se
quedan en silencio, las facciones de Samuru-san endurecen, las de Kana-san
siguen suaves y cariñosas. Daichi se prepara para el peor escenario, incluso si
tiene que salir de ahí con Sugawara aferrado a su mano y el rostro bañado en
lágrimas. No quiere eso, pero no es tonto, sabe que puede pasar.
–
¿Desde cuándo? – Samuru-san cuestiona. Su voz suena grave y áspera, tiene la
garganta reseca pero no parece del todo sorprendido. Y Kana-san, menos. Ella
sonríe y les mira con el mismo afecto de madre que siempre.
–
M-meses. Estamos enamorados, papá… – El peliplatino se anima en hablar, no
quiere dejarle todo a su novio.
–
Lo veo, Koushi. Lo veo… – El hombre suspira y termina apoyando su rostro en sus
manos, se talla las sienes y vuelve su atención a ellos… – ¿Y la verdadera
noticia?
Los
muchachos se miran entre sí. Parece que los Sres. Sugawara son mucho más
perceptivos de lo que creyeron.
–
Serán, abuelos.
El
peliplatino deja caer la bomba sin
más. Las palabras pueden prestarse al menos a duda, pero sus padres nuevamente
no parecen sorprendidos.
–
¡Estoy tan contenta! – Kana-san exclama con lágrimas en los ojos, se arroja a
ellos y les abraza a la vez… – Dios mío, hace casi 18 años me negué en rotundo
a la idea, pero ahora que veo cuánto puede unir a dos personas que se quieren,
quiero agradecerle al Dr. Nibori por lo que hizo.
–
¿Qué? – Koushi y Daichi preguntan confundidos.
Samuru-san
suspira y toma la palabra para explicar.
–
Cuando Kana y yo supimos que estaba embarazada de Koushi fuimos a una Clínica
privada a petición de mis suegros. Uno de los doctores más reconocidos de
aquella época era el Dr. Nibori, que también era especialista en genética. Él
nos habló acerca de una teoría sobre embarazo masculino y planteó la
posibilidad de activar un gen que daría esta oportunidad a los varones. Kana y
yo nos negamos entonces, sonaba demasiado irreal y antiético hacer una cosa
así. Tiempo después supimos que el Dr. Nibori había perdido su licencia para
ejercer la medicina porque había estado realizando algunos experimentos sin consentimiento de sus pacientes relacionados a
esta teoría de embarazo masculino. Las probabilidades de que hubiera hecho algo
con nuestro bebé eran amplias, pero los doctores que estaban enterados de esta
teoría no tenían suficiente conocimiento para decir con claridad cuándo se
habían llevado a cabo estudios y pruebas en pacientes femeninas embarazadas.
–
Es cuestión de tiempo, y probablemente de la naturaleza. Eso nos dijeron todos
y cada uno de los doctores a quienes acudimos. Además, los padres no podemos
saber con qué identidad sexual crecerán nuestros hijos, así que tampoco
estuvimos preocupados por eso hasta hace poco, cuando nuestro Koushi comenzó a suspirar
y distraerse por todo, sonrojarse cuando Sawamura-kun le llamaba o soñar
despierto… – Kana-san culminó con una sonrisita, avergonzando de sobremanera a
los dos muchachos… – Me alegra saber que no arruinamos
tu vida, Koushi. Porque eres feliz esperando un bebé, ¿verdad?
El
peliplatino asiente incapaz de palabra alguna. Está emocionado, impactado y
tranquilo. Todo haciendo remolinos en su cabeza y en su corazón. Sus padres no
le odian, no le rechazan, no le corren de casa. Y la mano de Daichi se siente
más cálida y segura que nunca. Casi parece un sueño, por un momento teme que lo
sea y se niega a despertar. Luego ve a su padre levantarse y tomar una carpeta
del buró en la estancia. Su nombre está inscrito en la pestaña.
–
Son estudios médicos que se te realizaron cuando naciste, y algunos a lo largo
de tu vida hasta ahora. Los necesitarás para llevar el seguimiento de tu
embarazo.
–
Papá…
–
Sawamura-kun, te estamos encomendando a nuestro hijo. Ahora que ustedes irán
descubriendo lo que significa ser padres, esperamos que entiendan cuán
importante es saber que dejamos a nuestros hijos en buenas manos.
–
Gracias, Samuru-san. No los decepcionaré. Haré feliz a Koushi, daré mi mejor
esfuerzo de ahora en adelante.
–
Sé que sí, chico.
Unas
cuantas sonrisas, más lágrimas y una tarde corta porque hay mucho, mucho de lo
qué hablar. Pero está ahí, el calor de hogar, el apoyo de la familia. Daichi
espera que esta historia se repita en su casa, por lo pronto no puede más que
sentirse aliviado y creer. Creer en sí mismo, creer en su amor por Sugawara
Koushi y ver hacia el futuro. Soñar, con cargar a su bebé en brazos y
encargarse de su propia felicidad.
--//--
Yamaguchi
llegó al parque con puntualidad. Tsukishima ya estaba ahí, tan guapo como
siempre. Y al saludarle, lo que nunca había pasado. Un beso en los labios.
Continuará…
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