Sin embargo, antes de que terminasen de
bajar las escaleras, el primogénito elfo entró al palacio.
— Madre, un demonio-espectro estuvo
aquí, siguiendo mis pasos sin que lo sintiera. — El príncipe de cabellos negros
mostró los ropajes, lanzándolos al fino piso de la entrada.
Jung, que todavía no tenía idea de qué
era aquello que había atacado, tenía una ligera quemadura en su mano,
consecuencia de su rápido enfrentamiento con el demonio-espectro. Incluso si
entonces sus poderosas garras se habían encargado del demonio, cuando volvió
por completo a su forma humana, aquella herida en la parte interna de sus manos
estaba ahí. Pero no lo ha mencionado, por lo que el bello elfo no estaba
enterado.
— Imposible, ¿aquí? — La reina apresuró
sus ágiles pasos hasta los ropajes, inspeccionándolos con detenimiento. Cuando
los tocó con la diestra, ella pudo ver
más allá otro puñado de ellos. — Hay que irnos, de inmediato. ¿Dónde está
Junsu?
— Aquí, madre. — El segundo príncipe
elfo recién ingresaba en el palacio también, seguido por Park.
— ¿Qué está sucediendo? — Shim preguntó,
algunos peldaños más arriba en la escalera, mirando fijamente a Mokomichi. Yuri
estaba parado junto a él, en absoluto silencio, con expresión aturdida.
— No hay tiempo para explicaciones. Hay
que movernos rápido.
— ¿Dónde está Víktor? — Jung preguntó.
— Y Yuuri. — Añadió Mokomichi, mirando
en todas direcciones.
— Llamaremos a Víktor a nuestra manera.
Vendrá de inmediato no importa dónde esté. — Park, dio media vuelta,
colocándose en el umbral del portón principal.
Y allí, un aullido que no era del todo
agudo, pero tampoco tan grave. El segundo príncipe pensó que sonaba al canto de
una de las criaturas en Cirith Ninniach.
A la distancia, un par de kilómetros (o
más) del Palacio, en medio de sus profundos bosques, el anflaugir que en esos instantes devoraba hambriento los labios del
joven wilwarin, renunció a tan
adictivos manjares al escuchar el llamado
de los suyos. Su instinto de defensa se activó como el cazador que tiene que
renunciar a su presa ante un peligro inminente.
— Ven, Yuuri. — Dijo, tomando la mano
del muchacho y corriendo en dirección al palacio.
— ¿Qué ha sido ese sonido? Fue como el
aullido de un lobo. — Siguiendo la carrera del hombre de cabello platinado,
Katsuki continuó escuchando el llamado de Park durante algunos segundos más.
Hasta que, en medio de la carrera, fue
testigo del propio aullido de Nikiforov, respondiendo
a su congénere.
— Yuuri, no te asustes a continuación,
¿de acuerdo?
— ¿Eh?
— Tenemos que ir más rápido. Así que
monta en mí.
— ¿Mo-montar?
La respuesta le fue inmediata. En un
parpadeo, el hombre se transformó en lobo, y por inercia, Katsuki montó en su
lomo, sujetándose de la cresta de pelaje plateado que coronaba la línea dorsal
desde el medio de sus orejas, descendiendo por el cuello y culminando a medio
lomo. Las crispadas y puntiagudas orejas permanecieron rígidas hacia el frente,
mientras las extremidades dirigían la veloz carrera. Moviéndose ágilmente entre
arbustos y árboles, creando su propio sendero (quizá para acortar la distancia
hacia el palacio).
Katsuki podía sentir el viento golpearle
la cara, su cabello hecho un desastre, sus anteojos salpicar de rocío.
Inconscientemente terminó buscando refugio en el lobo, replegándose hacia
abajo, aferrándose a su cuello. Con el corazón acelerado contra el pecho, presa
de incertidumbre.
— Aquí, Víktor, de prisa.
Es la voz de Jung la que le llama,
apostado contra una puerta que antes no recordaba haber visto ahí. Puerta que
le lleva a un pasadizo subterráneo, ubicada debajo de la mesa redonda donde
antes la Reina Emeldir hubiera pretendido charlar con Mokomichi.
En cuanto el anfauglir atravesó la
puerta, esta volvió a cerrarse y sellarse en el suelo bajo la mesa redonda,
desapareciendo rastro alguno de esta. Nikiforov, con Katsuki montado en su
lomo, y Jung siguiéndole el paso, corrió a toda prisa cuesta abajo, notando
cómo una única luz iluminaba el camino mientras se mantenía a flote sobre sus
cabezas, hasta que llegaron a terreno firme, sin más cuesta abajo, y una serie
de túneles alrededor.
— Continuaremos por aquí. — La Reina
Emeldir dijo, echando a andar dentro de uno te los túneles.
Nikiforov entonces recuperó su forma
humana, y se apresuró en preguntar a Katsuki si se encontraba bien.
— Tomé un camino improvisado, temí que
alguna rama te hubiera lastimado en la carrera. — El lobo acarició sus
mejillas, sonriendo con auténtico alivio al verle tan lindo como antes.
— Estoy bien, Víktor. — Katsuki murmuró
avergonzado, aclarando la garganta y luchando con su cabello revuelto,
peinándolo hacia atrás.
Nikiforov, completamente centrado en el
muchacho, admiró entonces su apariencia con aquel peinado. Y sintió otro
pinchazo de excitación y deseo.
— Jaejoong, ¿vas a decirme ya qué es un
demonio-espectro? — Jung, codo a codo con el príncipe primogénito, volvió a
preguntar.
— Un demonio-espectro es, lo que queda
de un elfo corrompido por el mal. No tiene una presencia física definida, es
poco más que sombras malignas y viento.
— Lo que ataqué allá no era solo sombras
y viento. Atravesé algo con mis garras.
— Generalmente toman alguna criatura
como contenedor. Pero cuando atacas al demonio-espectro, la criatura que le
contenía se convierte en polvo negro. Y solo quedan los ropajes que pudiera
vestir, como pasó hace un momento.
— Dijiste, ¿elfos corrompidos por el
mal? — Park, que se unía a la conversación, preguntó.
En tanto la comitiva se detenía (por
inercia) cuando la Reina Emeldir alzara una mano y llamara a Yuri a un lado.
— Es así. Nuestra raza no está exenta de
las ambiciones. — El segundo príncipe respondió, intercambiando una mirada con
su hermano. — Pero estos demonios-espectro datan de los inicios de Endor.
Fueron expulsados por nuestro pueblo y desconocidos como parte de nosotros. Esa
fue la razón principal por la que se convirtieron en espectros.
— Y se les considera demonios por la
magia que usan. Magia que obtienen de las propias entrañas ardientes de Endor.
— Culminó el príncipe primogénito.
En tanto, la Reina Emeldir había pedido
a Yuri confiara en ella, y echado una mirada en la mente del rubio adolescente.
Uno de los favores de la reina era
conocer el pasado de los seres conectando su mente con la ajena. Pero, su don
iba incluso más allá, pudiendo reconocer los posibles futuros más acercados a
lo que realmente sucederá. Por supuesto, no son trazos exactos, pues, incluso
los Elfos, creen que el tiempo es indomable, sobre todo si marcha hacia
“adelante”.
— Debemos ir al encuentro de ese chico.
Otabek Altin.
— ¿Por qué? No le he mandado nada,
quiero decir…
— Sé que no eres consciente de lo que
hiciste, Yuri. E incluso sé que el mensaje que el muchacho recibirá no es
peligroso por sí mismo. — La Reina le sonrió al adolescente con aire
comprensivo. — Sin embargo, tengo un presentimiento. Y no es bueno para tu
amigo. Junsu, Jaejoong.
La Reina les llamó con una sola
intención. Y entonces, formando un círculo, los tres elfos compartieron sus
pensamientos. Y fue allí que los príncipes dieron significado al presentimiento
de su madre.
— El Glingal,
está con ese chico. — Dijeron, aunque en su idioma, por lo que los otros no
lograron comprender nada. Además de que desconocen per se el significado e importancia del Glingal.
— Lo intuí, pero es increíble. Ninguna
joya preciada para los elfos se iría por voluntad propia con un humano. — La
Reina meditó. Después algo sacudió la tierra sobre ellos y ella comprendió que
los demonios-espectro estaban buscándoles. — Hay que darnos prisa. Ustedes
tres, pueden llevarlos. Necesitamos correr a toda velocidad.
— Nosotros podemos.
Jung, Park y Nikiforov se transformaron
nuevamente en lobo. Siendo entonces que Katsuki volvió a montar a Nikiforov.
Shim y Yuri montaron en Jung, y Mokomichi en Park. Y emprendieron una asombrosa
carrera por una serie de túneles que iban colapsando a su paso.
…
Eglarest
Ciudad ubicada en la costa austral de
Endor, no es muy reconocida puesto que en sus costas habitan todos aquellos
“desterrados” de otras ciudades a lo largo y ancho de Endor. Algunos llaman a
Eglarest el refugio de mercenarios, piratas, y otra “escoria”. Sin embargo,
para el joven Altin, este era el último lugar donde su padre le buscaría.
Después de todo no solo había desobedecido sus mandatos, sino que había, de
alguna manera, conseguido hacerse de aquello que tan vilmente el hombre
intentara conservar el día aquel en que, sin saber francamente cómo, sobrevivió
a un ataque demoniaco.
Apostado en un hostal de mala muerte,
Altin estaba sentado en el marco de la ventana, mirando la noche y meditando
cuál debería ser su siguiente paso. Había contemplado la idea de volver al Puerto de los Cisnes, pero un
inquietante latido le hizo desistir. También ha pensado en visitar la
Biblioteca de Dorthorion, pero hacerlo alertaría a su padre de sus movimientos.
Así que estaba ahí, trazando una estrategia adecuada.
— Debería buscar el camino hacia la Grieta del Arcoiris. — Dijo sin apenas
mover sus labios.
Entonces, apareciendo repentinamente, un
ave dorada flotó sobre su cabeza. Confundido por la presencia de tan extraña
criatura, Altin miró primero en todas direcciones, preocupado de que algún mago
pudiese estar ahí. Pero no había nadie, algunas fogatas más allá (lo
suficientemente lejos como para considerarles un peligro), en la playa, un
montón de música ruidosa y piratas ebrios danzando como idiotas entre mujeres
hermosas que solo estaban ganándose la vida a su manera.
El ave que hubiese continuado aleteando
alrededor de él, finalmente hizo un ¡pum! Y se desintegró en polvos dorados.
Polvos que, sin embargo, trazaron unas palabras.
— “Quiero
conocerte”. — Leyó.
E inconscientemente intentó tocar las
letras escritas con polvo dorado, brotadas de un ave mágica. Altin sonrió,
preguntándose si acaso estaría perdiendo un poco la razón. Pero al tocar las
palabras antes de que se desvanecieran por completo, él pudo sentir una calidez
llenarle el corazón. Y un sentimiento extraño, que aceleró su pulso.
— ¿Quién era ese chico? — Dijo para sí.
Porque de pronto, de la nada, ha
recordado que la tarde aquella en el Puerto
de los Cisnes, de reojo había vislumbrado a un muchachito de rubia
cabellera y poderosos ojos verdes.
— Quiero conocerlo. — Murmuró, casi
saboreando el deseo en los labios, aunque el rubio aquél no fuese de momento
más que un vago recuerdo grabado a fuego en su memoria.
…
El camino a Eglarest no es difícil, pero tampoco toman ninguna de las vías
conocidas. La comitiva dirigida por la reina Emeldir se mantiene lejos de
miradas ajenas bajo petición de la dama, quien piensa que la razón por la que
los espectros-demonio les encontraron aún en Tintallë tenía alguna relación con que cualquier persona haya visto
antes a los otros cuando salieron del Puerto de los Cisnes. Si bien los elfos
podían cambiar sus galas con cierta voluntad, no era una práctica que llevaran
a cabo normalmente, eligiendo una gala permanente, generalmente su apariencia
real, y en compañía de los wilwarin y
los anfauglir era incluso más
conveniente.
— Descansaremos aquí un par de horas,
necesitan alimentarse y dormir un poco. Antes de que el alba despunte, habremos
partido otra vez. Espero que lleguemos a nuestro destino antes del mediodía.
Las palabras de la reina Emeldir eran
tomadas con seriedad. Se han alejado tanto de Tintallë que el paisaje ha cambiado. Atrás quedaron los preciosos y
densos bosques, ingresando así en una zona algo más áspera, montañosa y
sombría. Justo antes de atravesar un océano y llegar a las costas de Eglarest.
Los elfos se dispersaron en los
alrededores, al parecer situándose estratégicamente para vigilar. Ellos,
naturalmente, no tenían las mismas necesidades que el resto. Y ciertamente los anfauglir estaban agotados, habían
corrido una larga distancia sin parar, con los wilwarin en sus lomos y algunos contratiempos con terrenos
demasiado escarpados que pusieron a prueba sus habilidades lobunas.
— ¿Estás bien? Supongo que llevar a dos
tú solo debió ser agotador.
— Estoy bien, Hayami. Solo necesito agua
y estirar el cuerpo unos minutos. — Jung dijo. Tumbándose en el suelo arenoso
bajo un árbol al que el otoño ya lo había alcanzado. Con suerte era de noche,
porque si el sol estuviera en lo alto, el descanso sería una tortura en el
calor abrasador. — ¿Tus pupilos están bien?
— Claro que sí.
— Yuri parece un poco abstraído todavía.
¿Ya hablaste con él? parecía bastante contrariado cuando salimos de Tintallë.
— Usó una magia que no conocía. Y aunque
la reina Emeldir dijo que no era peligroso, todavía necesitamos saber a quién y
qué mensaje envió.
— Por eso, ¿ya hablaste con él? — Jung
insistió. Con un tono de voz que casi parecía paternal.
Mokomichi sonrió, entendiendo entonces
el significado de las palabras del lobo.
— Cuando tengas cachorros vas a ser buen
padre, Yunho.
— ¿Gracias? — Dubitativo por el
repentino comentario, el de tez morena decidió ignorar el sentido de tal. Se
cubrió el rostro con una de sus prendas y decidió cerrar unos momentos los
ojos. — Tengo el presentimiento de que
igual Jaejoong no me dejará acompañarle ahora hasta que no haya descansado un poco.
Ng, mi mano duele. — Pensó, sintiendo una punzada inquietante en la palma
de su mano. Ahí donde había sido herido por el espectro-demonio en Tintallë.
Park, tan agotado como Jung, también se
ha tumbado por ahí en algún resquicio de terreno menos escarpado en medio de
aquellas desgastadas tierras. Él había querido seguir al elfo castaño, pero una
mirada y un firme “regresa y descansa” fueron suficientes para que se quedara
allí.
Nikiforov, por otra parte, también
estaba descansando. Cómodamente acostado en los muslos de Katsuki. El joven wilwarin no había podido negarse después
de que había estado montando en su lomo durante la larga travesía de casi dos
días completos. Después de todo, Tintallë
y Eglarest estaban prácticamente en
polos opuestos y no estaban reduciendo la distancia por evitar rutas
transitadas.
— ¿Está bien si no comes? Puedo intentar
cocinar algo sencillo. — Dijo con algo de prisa, aunque han estado comiendo
comprimidos de vitaminas y suplementos alimenticios, además de hidratarse, el wilwarin de ojos avellana considera que
necesitan una comida más completa. — Puedo invocar hechizos menores y obtener
algunas frutas de cualquier lugar en Alqualondë.
— ¿En serio puedes hacer eso? —
Nikiforov preguntó con aire curioso, mirándole desde su cómoda posición en las
piernas del wilwarin.
Sonriendo al verle sonrojarse ya que sus
ojos se encontraron. Además, verle así, con el firmamento estrellado detrás de
él, era una imagen honestamente hermosa. Y solo quería besarlo de nuevo.
— Bueno, estas son tierras secas, no hay
de dónde obtener frutas o cazar. Y, como wilwarin
tengo una conexión con la escuela en Alqualondë,
considerado como parte del reglamento se nos permite invocar comida de las
cocinas sin tener que presentarnos en ellas. Es debido al, sistema de
evaluación mágica y cosas así. — Relató, perdiendo un poco de confianza al
final, demasiado abochornado por la mirada de esos ojos azules que le miraban
con una fuerza intimidante. Como un auténtico lobo acechando a su presa.
— ¿Y si tomo el elixir de tus labios en
cambio, Yuuri?
— ¿Eh? Vík~Víktor. — Suspiró,
involuntariamente inquieto bajo la caricia de la mano del lobo.
Más allá, Jung sentía las punzadas en su
mano más frecuentes, imposibilitándole el descanso. Se sentó en la tierra y
miró la palma de la siniestra, chasqueando la lengua al descubrir que ahí solo
había un pequeño punto oscuro, como si tuviese una espina clavada en la carne.
— ¿Hace cuánto te sientes así?
— Jaejoong.
— Respóndeme.
— Desde que me encargué del
demonio-espectro.
— Debiste decirme.
— Lo pasé por alto, había todo un
alboroto allá, ¿no?
El elfo, que había llegado repentina y
silenciosamente, selló los labios. En su pensamiento se culpaba por el
descuido. Y agradecía que Jung fuera un anfauglir,
porque solo por ello el veneno del demonio-espectro no había conseguido
derrumbarle. Usando la punta de su espada, el elfo de cabellos oscuros abrió
una pequeña herida en la palma de Jung, justo sobre el punto negro que le había
estado punzando. La sangre corrió al instante, finas gotas de rojo escarlata
que el elfo lamió, succionando luego directamente de la piel.
— Ng, pareces un vampiro, Jaejoong. —
Jung dijo, sin pensarlo demasiado, a decir verdad. Gimiendo ronco, tensando los
músculos. Porque lejos de dolerle, le estaba excitando.
Tal como Nikiforov dijera cuando conoció
a Katsuki. Son lobos Alpha que están todo el año en celo. Y aunque nunca antes
diera señales de atracción por nadie, con Jaejoong todo era tan, alucinante.
Cuando el elfo terminó de succionar,
escupió sobre un pergamino con un dibujo muy particular que había sacado de
alguna parte (honestamente Jung no se dio cuenta de su origen), musitó palabras
en su idioma y el pergamino se consumió en un fuego azul que pronto lo redujo a
cenizas.
— Si alguna vez nos topamos de nuevo con
un demonio-espectro, no lo enfrentes directamente. No busques su yugular o el
corazón. No tienen sangre ni…
— Lo recuerdo, no tienen una forma
definida. Son poco más que sombras y usan como contenedores a otros seres.
— Sí, pero incluso cuando lo han hecho,
esos contenedores ya no tienen vida. Su sangre es veneno y en lugar de corazón,
solo tienen podredumbre.
— Lo haré, Jaejoong. Tendré cuidado.
— Y si te sientes mal, solo dímelo. Me
encargaré de ello. — Dijo. Y sin darle tiempo a más nada, empujándole de nuevo
contra el suelo, el elfo se alejó una vez más, siguiendo el llamado de su
madre.
— Joder,
me dejó con un bulto en la entrepierna. Ng, me parezco a ese par de idiotas.
— Pensó. Tumbándose de medio lado, tratando de pensar en cosas horribles para
bajar la excitación que le había crecido entre las piernas.
Cuando Mokomichi se sentó junto a
Plisetski, todavía no tenía claro cómo acercarse a él con palabras. Quizá
porque no está acostumbrado a verle como un muchachito inquieto.
— Más
parece como un gatito asustado. Me da ternura y al mismo tiempo me preocupa
dejarlo peor de como está. — Pensar sin embargo, no iba a resolver la
situación.
— Estaba pensando en alguien en
particular cuando eso pasó, Hayami-san. — Dijo de pronto el adolescente,
facilitándole la labor a decir verdad.
— ¿En quién?
— Otabek Altin.
Apenas dijo, otra ave dorada flotó como
escapando de su corazón, emprendiendo el vuelo en dirección hacia las costas de
Eglarest.
— ¡Yo no…!
— Oh, ya lo entiendo. Yuri, está bien.
Como dijo la reina, no es algo peligroso. — Mokomichi le sonrió, y dio una
palmadita en su hombro. — Lo único que debería preocuparte ahora es, qué harás
cuando te encuentres con él.
Las mejillas pálidas del rubio se
encendieron instantáneamente de rubor.
— ¡No es que él me guste ni nada! —
Exclamó. Pero su profesor sencillamente sonrió, casi burlándose de él y su
inmadurez emocional. — ¡Tch!
— ¿Ya terminaste de consolar a todos?
— ChangMin ah.
El morocho se plantó severo frente al de
tez tostada.
— No terminaste de hablar conmigo, y
faltan apenas unas horas para que retomemos el camino. Estoy esperando que me
dediques algo de tu valioso tiempo.
Mokomichi sonrió ligeramente, extendió
su mano a un lado, como indicándole que le cedía el paso. Shim alzó una ceja
con aire desconfiado. Ahí donde señalaba el de tez tostada lucía
considerablemente más oscuro, y lejos del resto.
— Solo quiero conversar, Hayami.
— No es como si fuera a saltarte encima
en pleno campo abierto, ChangMin.
El morocho gruñó, le dedicó una mirada
molesta y finalmente echó a andar hacia allí, unos metros más allá de donde
estaba Víktor cómodamente descansando en los muslos de Yuuri, lejos de la
mirada inquisitiva de los lobos Jung y Park, de la inquieta presencia de
Plisetski. Shim, sin embargo, se dio un golpe mental cuando se dio cuenta de lo
que hizo. Refugiarse contra la corteza de un árbol viejo, seco, desprovisto de
vida, con ramas muertas y grietas marcando lo que, quizá, fue un ancho tronco
manteniendo la hermosura de frondosos ramajes. Si la luna no estuviese,
brillante a media vida, colgando del oscuro firmamento, rodeada de estrellas y
un clima fresco que más bien invitaba a abrigarse o cobijarse con los propios
brazos (o ajenos, que de momento al morocho se le antojaba más), Shim no se
sentiría tan vulnerable al romanticismo que emanaba de la silueta de Mokomichi.
— ChangMin, no guardé secretos con mala
intención. Lo sabes, ¿verdad?
— Claro que lo sé, pero todavía es un
hecho que los tienes. ¿Cómo puedes hablarme de amor cuando tienes secretos tan
importantes como ese, Hayami?
— Entiendo que estés decepcionado.
— No estoy decepcionado, estoy enojado.
Un nigromante, Hayami.
— En mi defensa, no pedí nacer de esta
manera. — Mokomichi dijo con tono agrio.
Estaba cerca del morocho, un paso de
distancia entre sus cuerpos, frente a frente. Y todo lo que podía sentir en ése
preciso momento era rechazo hacia esa parte de sí en el que la sangre de un
“mago oscuro” palpitaba. No tenía siquiera el valor para estirar la mano e
intentar enlazar sus dedos con los ajenos. Tampoco poseía la determinación para
confesarle de nuevo sus sentimientos. De pronto, Mokomichi temía su propia
naturaleza.
— Hayami. — Su tacto suave le alivia, un
poco al menos. Su voz suave, ronca pero cálida, le recuerda que ese joven de
apenas 19, había conseguido ganarse su corazón incluso antes de que se
permitiera tener pensamientos impuros por él. — Perdón, lo dije mal. No estoy
enojado por quién eres. Solo por el hecho de que lo ocultaras de mí.
— Pero ha sido impactante, ¿no,
ChangMin? — Dice, permitiéndose disfrutar del movimiento inicial del morocho,
alargando los dedos y jugando a enlazarse con los ajenos aunque estos hicieran
el amago de “escapar”. Una sonrisa aliviada y honesta finalmente surcó sus
labios.
— Como dije, lo que me enoja, lo que me
impacta, lo que me hace tener ganas de golpear tu atractiva cara, es que lo
hayas ocultado de mí. Tú, has dicho antes, y no una sola vez, que me am… que
amas. Así que, ¿cómo puedes amarme y no confiar en mí?
Shim dijo casi con voz atropellada,
maldiciendo internamente sus nervios mezclados con enojo y sonrojo. Le sudaban
las manos y sentía un ridículo baile de aves en el estómago. ¡Estúpidas mariposas!
Que de paso ni aves son, pero tienen alas de todos modos. ¡Y él con 19 años
“sufriéndolas”!
— ChangMin ah. — Le llama. Suave y maduro.
Atrapa la siniestra del morocho impidiéndole escapar, enlazando los dedos con
un cariño que a ambos, de pronto, les parece irreal pero sumamente
tranquilizador. Mokomichi se acerca otro poco, reduce la distancia a unos
cuantos centímetros, y se permite topar
la frente con la del wilwarin,
cerrando los ojos unos instantes, aspirando su aroma a hierbas boscosas mezcladas
con tierra seca y rocío. — ¿Acabas de confesarte?
— N-ni en sueños. — Farfulla. Pero su
voz es débil, traicionándole el temperamento. No intenta escapar, es más, ni
siquiera lo piensa. El aliento del mayor se mezcla con el suyo y ahí, en su
estómago, la ridícula danza de mariposas se incrementa.
Le nace un deseo que ha evitado muchas
veces antes. Quizá por miedo a lo que venga después. Un deseo que cada vez le
ha recordado lo que saboreó hace tiempo. Un beso, de su profesor.
— Te amo, ChangMin.
— Pero me ocultas cosas.
— Porque creí que te protegía.
— De qué.
— De mí. De todo lo que todavía no sé
que soy. Un Nigromante, ChangMin. Incluso si también soy un mortal, en mí
existe la magia oscura, los poderes que puedo invocar podrían hacer tanto daño,
tanto mal.
— Pero tú no eres así, Hayami. Tú
siempre has sido tan recto, buscando la justicia, haciendo el bien. Tú incluso
has ido en contra del Concilio de Ancianos. Y lo dijiste antes, fuiste criado
como wilwarin, no hay por qué temer
que te dominen tus poderes.
— No puedo estar seguro de eso.
— Entonces qué quieres de mí, Hayami. No
puedo entenderte. Me dices que me amas, insinúas que quieres que esté contigo,
pero cuando doy un paso hacia ti, creyendo que podría aceptarlo, tú vas y dices
que me guardas secretos como ése porque intentas protegerme. ¿Y entonces qué?
¿Me amas o no? Decídete, odio las cosas a medias.
Shim dice franco, severo. Le sostiene la
mirada y casi resulta gélida. Quiere ser firme, y transmitir los sentimientos
que nunca podrá poner en palabras. No es romántico, ni sabe sobre relaciones
románticas. Pero sabe que sí, que está enamorado, y que la única razón por la
que su relación con Mokomichi nunca ha avanzado es porque en el fondo siempre
ha sentido que “algo” falta para que terminen de hacer clic, para enlazarse y
calzar como un puzle. Y ese “algo” no son palabras, ni confesiones espontáneas
como los varios “te amo” que llegó a escuchar. Quiere algo más palpable, más
duradero. Más mágico.
— ¿Qué voy a hacer contigo, ChangMin? —
Suspira, reduciendo la distancia del todo cuando le abraza, rodeando la delgada
cintura del morocho con la siniestra, manteniendo la diestra enlazada a la mano
contraria del menor de los dos. Le siente temblar, respingar atrapado contra su
cuerpo, gruñirle a la cara. Pero permanecer. — Te amo. Lo siento por no
demostrarlo claramente.
— Está bien, te perdono por ser tan
idiota. — Murmura, intenta ser duro, maduro, inteligente e imparcial. Pero le
gana el temblorcito en la voz y la estúpida danza de mariposas.
— ¿Ya puedo besarte?
— Te golpearé si lo preguntas de nuevo.
Y sobran las palabras, las explicaciones
y los misterios. Todo se reduce a nada. No, existe una corrección mental en
ambos. Se reduce a todo. A eso, a lo que representa un simple beso. Calzan los
labios con lentitud, con armonía, con tímido deseo. Mueven sus rostros y pegan
sus cuerpos, más contacto, más cerca, los tambores en el pecho.
Un beso casi parecía insuficiente, por
eso llegó un segundo, y un tercero y varios más. Mokomichi no quería renunciar
a los adictivos labios del menor, y Shim estaba dispuesto a dejarle explorar a
su antojo. Sin embargo, no era el momento, ni el lugar. Por lo que ambos
tuvieron que resignarse y dejar los besos. Suspirar con las frentes unidas y
compartir el cálido aliento.
— Cuando todo esto termine,
definitivamente voy a hacerte mío, ChangMin.
— ¿Y quién dice que voy a dejarte? Hayami
idiota, también puede que sea yo quien te haga mío, ¿sabes?
— Oh, quiero ver eso.
— Deja de coquetearme.
— Pero cariño~.
— ¡Hayami idiota!
Bueno, ellos tenían una forma un poquito
áspera para demostrarse afecto. Particularmente porque el morocho no era un
ente de romanticismo.
Más allá, los elfos se percatan del
cambio en la relación entre los wilwarin,
mantienen la distancia y vigilan los alrededores. La reina está inquieta por
sus hijos, porque puede ver cómo la mirada de ambos se pierde constantemente
hacia los lobos. Sabe que “algo” surgirá entre ellos, y que nada podrá hacer
para evitarlo. Hay un sentimiento en su pecho de resistencia, los elfos no han
tenido buenas experiencias al “mezclarse” con otras razas, pero también sabe
que, siendo su madre, les dará su apoyo incondicional sin importar qué decidan.
Algo tan único como el amor, solo debería disfrutarse.
— Jaejoong, Junsu, conmigo. — Les llamó,
en tanto tomaba carrera hacia el norte, alejándose varios kilómetros hacia
allá.
Los elfos siguieron a la reina sin duda,
las largas cabelleras ondearon al viento mientras se alejaban. Pronto entendieron
la razón por la que su madre les llamó, algunos espectro-demonios los habían
alcanzado, demasiado rápido para gusto de Emeldir. Los tres elfos usaron sus
espadas, atacando sin miramiento alguno. La magia oscura desapareció con
relativa facilidad.
— Muy fácil. Estos no eran espectro-demonio,
eran simples espectros con un poco de la presencia de los auténticos demonios. Me
había resultado extraño que los anfauglir
no los hubieran olfateado a tan corta distancia.
— Madre, ¿pudo ser una trampa? ¿Nos
están probando?
— No lo sé, Jaejoong. Hay que volver, y
movernos rápido. Debemos recuperar el Glingal cuanto antes.
…
Eglarest
Arribando a las costas de la ciudad, los
elfos, wilwarin y anfauglir fueron directamente a un
hostal. Ya que querían pasar desapercibidos, han usado la magia de Plisetski y
su incipiente vínculo con Altin para encontrarlo sin tener que preguntar ni
visitar la cantidad de hostales y posadas que corrían de norte a sur por todo
Eglarest.
La puerta se abrió fácilmente, pero
Altin no estaba ahí, aunque sí su escaso equipaje, y ropas recién lavadas
colgando de un improvisado lazo que cruzaba la pequeña habitación.
— Si este es su olor, nosotros podemos
buscarlo y traerle. — Jung dijo, recordando el aroma que inundaba la habitación
del día aquel en el Puerto de los Cisnes.
— No. Le esperaremos. — La Reina dijo. —
De hecho, le esperaré. Somos demasiados visitantes para una habitación tan
pequeña. Por qué no van y consiguen algunos víveres, todavía tendremos un largo
viaje hasta Cirith Ninniach.
— ¿Iremos con ustedes? — Park preguntó. Honestamente,
porque en algún punto de este viaje, él ha olvidado siquiera por qué están
reunidos todos.
— ¿No era originalmente esa su
intención, joven Park?
— Lo era. — Nikiforov dijo, mirando de
soslayo a Katsuki. — Pero yo he encontrado lo que buscaba, así que no entiendo
qué razón habría para que les acompañemos.
La reina sostuvo la mirada de Nikiforov,
obligando al lobo a retirarla primero. La mujer tenía una presencia poderosa.
— Vamos a salir, volveremos más tarde. —
Mokomichi dijo, preguntándose si, de hecho, no habrán llamado ya la suficiente
atención siendo que todos se agruparon en esa habitación en particular.
Así que asomó la mirada antes de que uno
a uno salieran de la habitación y anduvieran por el pasillo, haciendo crujir
las gastadas tablas que conformaban el piso del edificio. Abajo, escandalosos
piratas hacían gala de aventuras, bebiendo cerveza y licor, peleando por
hombres y mujeres que se dedicaban a una vida de placeres. Cuando todos
hubieron salido del hostal, no solo faltaba la reina.
Plisetski se ha quedado también.
— ¿Por qué me pidió quedarme?
— Porque tienes un vínculo mágico con el
joven Altin, Yuri.
— Sí, pero, ¿eso qué tiene que ver?
— Quiero algo que el muchacho tiene. Y creo
que solo podrá entregármelo si estás aquí.
— ¿Quiénes son ustedes? — La voz de
Altin sorprendió a Plisetski. Más no a la reina, que le esperaba exactamente en
ése momento. — ¿Qué hacen aquí? — El muchacho centró entonces su mirada en el
rubio adolescente, notando el palpitar más acelerado de su corazón, y una
peculiar familiaridad que sacudió algo más que su corazón, su pensamiento.
— Mi nombre es Emeldir. Y te pido humildemente
devuelvas el Glingal a mi pueblo, Otabek Altin. — La reina, que había usado una
capucha, descubrió su rostro. Y al hacerlo, mostró su identidad. Su apariencia,
su naturaleza. Su esencia élfica.
Altin la miró con una devoción sin
precedente. Después de todo, nunca antes había conocido a un elfo. Y resultó
que ella era tan hermosa como se decía de su raza, de ojos francos, gélidos
pero amables. Como si transmitieran una sabiduría entrañable.
Plisetski sintió un pinchazo de molestia
cuando fue consciente de la mirada anonadada de Altin hacia la reina. Celos,
quizá. Pero intentó ignorar todo eso porque, bueno, a él no podía gustarle un
chico que ni siquiera conocía.
Pero entonces su inconsciente, su magia,
le traicionó. Y montones de aves doradas brotaron de su pecho, aleteando
alrededor de Altin con peculiar entusiasmo. El rubio se sonrojó hasta las
orejas, mientras que Altin miraba a las aves con una diminuta sonrisa en los
labios, comprendiendo entonces quién le había enviado los mensajes anteriores.
— Así que eras tú quien quería
conocerme.
— Yo, bueno. Supongo.
Plisetski desvió la mirada, incapaz de
responder algo diferente. Altin le miró fijamente unos instantes, antes de
sentir un aura cálida envolver su cuerpo. Y comprender que esa vez, el
adolescente rubio nada tenía que ver.
— Es el Glingal. Está respondiendo a mi
esencia mágica.
— Disculpe mi atrevimiento, pero, ¿puede
explicarme de qué está hablando?
— Por supuesto, pero no tengo tiempo. Últimamente
el tiempo ha sido demasiado egoísta y caprichoso, no me permite hacer más que
lo esencial. Debemos irnos cuanto antes. ¿Puedes confiar en mí, joven Altin?
— Por supuesto. La seguiré a donde
quiera, mi Lady.
— Mi nombre es Emeldir, reina de Cirith Ninniach. El último pueblo élfico
en Endor.
— Usted conoce mi nombre, probablemente
sepa mucho más de mí que lo que puedo decir con palabras. Será un honor seguirla,
Reina Emeldir.
Plisetski no podía imaginarse el motivo
por el cual Altin sonaba tan caballeresco, cómo es que sus gestos serios y
serenos alocaban su corazón ni por qué seguía sintiendo ese pinchazo de celos o
la razón por la que las aves doradas continuaban brotando de su pecho sin
parar, revoloteando tanto alrededor del muchacho que él solo podía sonreírles y
permitirles volar cerca antes de deshacerse en lluvias de polvo dorado dejando,
más que palabras, trazos de figuras que él no podía interpretar, pero un
lenguaje que el rubio conocía bien. Un lenguaje mágico que solo los wilwarin aprendían para comunicarse en
secreto entre ellos. De cualquier forma, estaba confundido, porque lo que sigue
brotando de su pecho es un continuo “me gustas” con el que él sencillamente no
podía competir.
— Me
gusta, alguien a quien no conozco. — Pensó, con un resquicio de inconformidad.
Porque él no creía en cosas como el amor, porque es un adolescente y presiente
que solo debe concentrarse en aprender a dominar su magia, en lugar de
confesarle a un desconocido sentimientos que ni siquiera puede entender.
La reina miró de hito en hito a los dos
jóvenes. Sonrió ligeramente y tras colocarse nuevamente la capucha cubriendo su
rostro, echó a andar fuera de la habitación, pidiéndoles seguirla. Altin ni siquiera
empacó sus cosas, lo que más le importaba colgaba de su cintura.
— Iremos a La Grieta del Arcoiris, porque si tomo el Glingal ahora, morirías joven
Altin. — Pensó, sabiendo que guardar silencio era casi una traición hacia el
muchacho.
Mil años después, pero acá actu~
Sé que estuve algún tiempo inactiva, apenas ando retomando todo, espero les guste~.
Tbn espero recibir algunos coments ;D se ven muy tristes los ficos sin rws.
Oohhhh como queria nuevo capitulo!!! Gracias!!! *0* los sentimientos del Yunjae y del Yoosu cada vez más fuertes tanto que la reina ya se ha dado cuenta!!
ResponderBorrarMinnie como siempre arisco y antiromantico pero con sentimientos fuertes y sinceros por eso Hayami es perfecto le tiene toda la paciencia del mundo y sabe como hacerlo caer!!!
Yuuri y Viktor casi en plena luna de miel y creo q Viktor tiene cierto gusto por ver al probre de Yuuri avergonzado y sonrojado...
Yuri como siempre no quiere hacerse a la idea de que esta enamorado...
El viaje continua pero no creo q sea tan facil llegar a su destino...
Gracias nuevamente por tan grandioso capitulo!! Espero con ansias el siguiente!!
Mil. Años y aun seguimos esperando porque tengo esperanza de que termines esta historia. gracias
ResponderBorrarHola!
BorrarLo sé, tengo súper olvidada esta historia, como algunas otras. Ojalá que en lo que resta de la actual cuarentena y la oportunidad que tengo de estar en casa, la señorita inspiración me de pauta para retomarla.
Te agradezco.