CAPÍTULO
22. FOX & GODS IN LOVING
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El
sonido que produjo el grito de los tres zorros hizo eco en la dimensión divina.
El dolor que les desgarraba desde lo más profundo de sus almas sacudió con
estridente fuerza sus esencias mágicas. Zorros de nueve colas, dioses,
criaturas con un poder superior que ahora eran prisioneras de uno de los
sentimientos más primitivos conocidos por el simple mortal, adjudicado a este
como signo de debilidad. Pero tan propio de todas las criaturas que ninguna
podía escapar de él. Dolor.
Era
el dolor, como el odio, el amor y la esperanza, un sentimiento que consumía
cada fibra de sus cuerpos, de sus almas, de sus corazones. Sentimiento que no
dejaba espacio para las treguas, que se sufría como la muerte misma y producía
un efecto avasallador de desprecio y el deseo de desaparecerlo todo. Porque si
nada existía, el dolor tampoco lo haría.
Era
esta la razón por la que los zorros de nueve colas resultaban peligrosos para
ambas dimensiones cuando perdían el control de sus emociones. Porque adquirían
el deseo de borrar todo cuanto les
recordase el dolor. Y ahora, habiéndose apropiado de la esencia divina de los
Tres Dioses, el peligro se duplicaba a esferas insospechables.
Perder
al ser amado, hijo o amante, traía consigo básicamente el mismo dolor.
Jaejoong, Junsu y ChangMin, no estaban listos para renunciar o despedirse. Ni
siquiera lo habían contemplado aunque las cosas hubieran pintado tan mal con
Soo Ahn o la Abuela de los Tres Dioses. Era como una maldición que caía sobre
ellos por revelarse a lo que son. Culpa, remordimiento, miedo. Los peores aliados
del dolor.
La
Abuela de los Tres Dioses sonreía victoriosa. Esa sensación de poder corría por
sus venas como un torrente de adrenalina que la exaltaba y engrandecía su ego.
Jaejoong
lloraba a su hijo, de quien la chispa de su mirada casi desaparecía.
Junsu
lloraba a su amante. A la tez pálida y fría que anunciaba un trágico final.
ChangMin
lloraba su primer amor. Al hombre cuyos ojos casi sin vida aún parecían
sonreírle como si agradeciera haberle conocido.
Tanto
dolor. Tanta pena.
Tanta
furia.
Las
colas de los zorros se agitaron violentas, augurando un final que caería sobre
todo. Sobre cada ser viviente, en esta dimensión o la otra.
El
baku y el bakeneko miraban alrededor con aire preocupado. Los cielos
ennegrecidos, los truenos centellar, los truenos haciendo eco, la tormenta
fraguarse voluntariosa, el caos a punto de desatarse.
—
Jong Suk.
—
Ya te lo dije, no creo que haya manera de parar esto.
—
¿En serio? ¿Así es como ambos mundos terminarán?
El
Baku quiso negarlo. Pero no había conocimiento alguno en su haber que pudiese
cambiar el curso de este destino. El bakeneko se sentía impotente. De pronto
parecía que la muerte de Soo Ahn había sido nada, y que la Abuela de los Tres
Dioses nunca había tenido pizca de compasión. Las odiaba.
—
Basta, Woo Bin. Odiar no ayuda ahora.
—
¿Algo lo hace? — Bramó furioso.
El
baku selló los labios.
NO.
Era
tan desgarradora la realidad, que daba miedo enfrentarla.
El
suelo bajo sus pies comenzó a temblar. La tormenta finalmente se desató con
furia. Lluvia, viento, electricidad. No había sitio donde resguardarse.
—
¿Va a colapsar? ¿Este mundo, el nuestro? ¿Este es el final? — Ji Seok levantó
la voz. Mirando con angustia el cuerpo inconsciente de Wooyoung. Llevándola
luego más allá, donde Yunho se mantenía estático mirando desde arriba a los
zorros llorarle a Yoochun y Hayami. — No puede ser así. — Murmuró, acariciando
con devoto cariño el rostro del universitario… — ¿No lucharon lo suficiente?
¿Pude hacer algo? Esto no puede terminar así, Jong Suk, Woo Bin. Algo. Lo que
sea, algo debe quedar por hacerse.
—
Si lo hay. No depende de nosotros.
…
Aquí estaba todo blanco. Como un gran
salón de muros y suelo de porcelana. Se sentía helado, tanto que el vaho
escapaba de sus labios con cada respiración. Aunque, extrañamente, no podía
decir que sintiera frío, que le quemara las mejillas o alcanzara sus pulmones.
Y no estaba solo. Había una esfera de luz rosa pálido que flotaba en el centro
del salón. El hombre volvió la mirada hacia sí mismo. sí, también estaba
vestido completamente de blanco.
— ¿Qué es esto? ¿El cielo o algo así?
— No
existe en esta dimensión tal cosa como el cielo o paraíso, Yoochun ah.
— Sabes mi nombre.
— Por
supuesto. He estado viviendo dentro de ti por bastante tiempo, ¿sabes? Y debo
decir, no ha sido tan extraordinario como pensé.
— ¿Dentro de mí? ¿Eres el Aliento de Junsu ah?
— Cierto.
Así fue como me llamaste. Bien, sí. Soy su Aliento. Soy él, su alma, su esencia
mágica. Y ahora estoy aquí, atrapado en este aburrido espacio.
— ¿Qué es este lugar, Junsu ah?
La esfera se agitó, una risa cantarina
vino de ella, y luego, la silueta del pelirrojo cobró forma, con sus siete
colas y el aura rosada cubriendo su faz. La sonrisa del pelirrojo era
diferente. Demasiado transparente, tanto que casi le obligaba a apartar la
mirada.
— ¿Me
preguntas qué lugar es este? Yoochun ah, que no te conozcas a ti mismo es
hilarante~. — El zorro dijo con una sonrisita, acercándose al pelinegro
hasta alcanzar su oído, susurrando para él… — Éste es tu interior~ ¿no piensas que estás muy vacío por dentro,
Yoochunnie~?
La forma en que el cuerpo del
pelinegro se estremeció le doblegó las rodillas. ¿Su interior? Un simple salón
blanco vacío. Imposible. No podía ser su interior. No, tendría que haber ahí
mucho, mucho más que esto, que nada. Agitó la cabeza de un lado a otro
sujetándose la cabeza con desesperación.
— No es verdad… — Murmuró.
Y al levantar la mirada se dio cuenta
de que el pelirrojo se había alejado de nuevo, que tocaba con parsimonia uno de
los muros con la palma de su mano y tarareaba una canción.
— Junsu ah.
— ¿Sabes
que fui feliz cuando dijiste que estabas enamorado de mí?
— Lo sé, me lo dijiste.
— Entonces,
¿por qué está tan vacío aquí? Este es tu interior, pero no parece que seas
realmente tú. ¿Tienes miedo, Yoochun ah? ¿Remordimiento, culpa?
— No. Decidí amarte, y haré lo que
esté en mi poder para hacerte feliz.
— ¿Entonces
por qué estamos muriendo?
— ¿Estamos?
— He
permanecido dentro de ti durante mucho tiempo. No previmos esto porque nunca
había sucedido. Todo lo que deseo es ser un humano mortal como tú, y poder
vivir una vida a tu lado. Pero, nuestros destinos parecen atados ahora. Aunque
no estoy en mi recipiente original, dentro de ti se sentía bien.
— Espera, espera. ¿Muriendo? Dijiste
que estamos muriendo, que nuestros destinos están atados. Es imposible. Incluso
si yo muero, Junsu ah, tú no puedes.
— ¿Qué
sentido tendría la vida para mí sin ti, Yoochun?
— No hables tonterías.
— No
deberías estar tan angustiado. La muerte es solo parte del proceso natural,
¿no?
— ¡No de esta manera!
— ¿Qué
manera, Yoochun? La muerte es simple. El ser humano la engrandece, la vuelve su
enemiga. La odia cuando debería aceptarla con la misma naturalidad con que
admite la vida.
— Deja de hablar así. Te lo ruego,
Junsu ah… — Gimió, tragando hondo la amarga sensación de incertidumbre, miedo y
culpa.
— Ah,
ahí están. — El pelirrojo volvió la mirada hacia él. Y Park sintió que le
traspasaba hasta el alma… — Emociones.
Auténticas emociones. Lo que sientes justo ahora.
— No. Mira bien, Junsu ah.
— ¿Qué
más hay para mirar? Tienes miedo de lo desconocido, te aterra la muerte.
Sientes culpa porque piensas que es tu responsabilidad. Yo, el Aliento del
zorro que amas, no soy tu responsabilidad, Yoochun.
— No quiero perderte.
— Entonces
muéstrame lo que en realidad hay dentro de ti, Yoochun. No esta falsa
habitación blanca.
Si se trataba de aclarar sus propios
conflictos internos, o de simplemente anclarse a la ínfima esperanza de
supervivencia. Park nunca lo sabría, los misterios que envuelven la existencia
de los Gumiho parecían interminables.
Pero
sucedió.
Sucedió
que el salón blanco se partió en añicos como el cristal que es golpeado con
fuerza, y de sus pedazos desperdigados en el piso quedaron solamente pétalos de
rosas níveas. Más allá de los muros que le mantuvieron prisionero de sus
propios conflictos, el mismo bosque en el que estuviera antes se abrió paso.
Pero estaba ahí un Junsu al que no reconocía, su cabello azul celeste o la
mirada esmeralda casi se sentían ajenos.
—
Junsu ah.
—
¡Yoochun! — El zorro exclamó su
nombre con una alegría inmensurable.
Cuando
el zorro quiso abrazarle, una descarga eléctrica le impidió el contacto. Park
sintió de nuevo el doloroso pinchar del Aliento
en su pecho. Intentó mirar alrededor, pero todo cuanto su campo visual captaba
eran nubes negras y una copiosa lluvia que no alcanzaba su cuerpo porque las
colas rojo fuego del zorro le protegían.
A
un lado, Mokomichi también había vuelto del letargo casi mortal, pero como
Park, una barrera impedía que ChangMin le tocase. Y el Aliento contenido en su pecho dolía horrores. Pero, no parecía que
fuese a perder la vida como unos instantes atrás. Entonces, ¿qué faltaba? ¿Por
qué los zorros no podían recuperar su Aliento?
…
—
Humildad, omma… — Jadeó con apenas voz suficiente para ser escuchado. SungJae
intentó dar un apretón a la mano de su madre,
encontrando en vano el deseo pues su cuerpo no tenía más energías.
Sentía
como si en cualquier momento la última respiración se llevara consigo toda su
vitalidad. Le ardieron los ojos y pensó que probablemente estaría llorando. Ha
tenido tan poco tiempo para estar con su progenitor, que solo podía pensar que
el destino era cruel. Pero sabio, advirtió en sus pensamientos.
La
ira que Jaejoong estuvo sintiendo menguó en un santiamén. De la misma forma que
sucedió con sus hermanos. Suplantada tal ira por un desesperado deseo de
alcanzar el tiempo y dar marcha atrás. De suplicarle al destino que no le
quitase a su hijo como le quitó al hombre que amó y de quien solo este recuerdo
viviente conserva.
La
ira, el dolor o la tristeza, llevarían consigo el mismo final si continuaban
así.
Comprenderlo,
era el verdadero reto.
—
ChangMin ah.
—
No hables. Puedo sentirlo, estás
demasiado débil. Conserva tus…
—
¡Escucha, zorro terco! — Demandó. Con esa estúpida sonrisa suya que no
desaparecía. Tan confiado de sí mismo. El morocho, sin embargo, selló los
labios, y luchó fuerte por contener también las lágrimas… — Lo entendí antes,
por eso sigo con vida. Por eso necesitas recuperar tu Aliento. Pero ChangMin ah, destruirlo todo no es la respuesta.
Las
pupilas dorado ocre del zorro se dilataron, sorprendido por la facilidad con
que el japonés parecía haber visto a través de él sus más perversos
pensamientos. Porque sí, él, como sus hermanos, tenían tal intención.
Destruirlo todo si en su mundo no estaban ellos.
—
Realmente me hiciste sentir en un desierto arenoso, ChangMin ah. Y cada una de
las cosas que quiero saber de ti se esconde dentro de las numerosas dunas
cambiantes. El amor que siento por ti es sofocante como el calor infernal del
día, y tienes una personalidad arisca que asemeja el frío inclemente de la
noche. Pero eres hermoso, y te amo, ChangMin ah. No existes como dios o como
zorro para destruir, existes para dar vida.
El
zorro le miró a los ojos. Y el labio inferior le tembló de incontables
emociones. De pronto lo sintió. El amor incondicional, puro y sincero. El amor
que viene natural, que se expresa honesto. Y las nubes comenzaron a clarear, la
lluvia cesó. Pero el viento parecía ser el único indispuesto a ceder.
ChangMin
y Junsu recuperaron su Aliento casi
simultáneamente. De boca a boca Hayami y Yoochun les devolvieron su esencia.
Confiados y seguros de que hacerlo no marcaría ningún despiadado final. Porque
a final de cuentas renunciar a la naturaleza zorruna no ha sido otra cosa que
el deseo inconsciente y asustadizo de una vida normal en la que poder amar y ser amado sin miedos o límites.
Y
estaban ahí, alzándose con una victoria sin precedentes, habiendo superado una
prueba casi socarrona. Habiendo estado en el borde del abismo a la locura,
tocando la puerta al caos y casi dejando entrar la destrucción absoluta. La
apariencia de los zorros volvió a lo que era, a los ojos avellana y el pelaje
blanco de Junsu, a los ojos oscuros y pelaje café de ChangMin. Aunque en el
fondo de sus pupilas brillara aún ese poder superior que les ha dejado la gala
de Lluvia y Nube.
—
Debemos ayudar a Jaejoong hyung.
Dijeron
al unísono. Pero sus miradas habían buscado por igual a Yunho. El moreno lucía
devastado. Y claro que lo estaba. Tan impotente sin poder ayudar a su amado.
Luego de pronto las colas de los zorros sujetaron sus brazos y le alzaron en
vuelo. Yoochun y Hayami les vieron partir, pero con una extraña sensación de
paz que les mantuvo tranquilos a la espera.
—
Ah, no se lo dije.
—
¿Qué? — Mokomichi volteó a mirarle. Pero de todas maneras el pelinegro no dijo
nada.
Park
sonrió quedito.
—
Te amo, Junsu ah. — Pensó.
Pero
fue tal la fuerza de su sentimiento que el pensamiento viajó hasta golpear la
mente del pelirrojo, cuyas mejillas se ruborizaron al instante. Inquieto por la
emoción que le albergaba, apresuró el vuelo junto a su hermano menor hasta el
lago donde el mayor aún estaba sumergido en penar y dolor. La Abuela de los
Tres Dioses no estaba cerca, pero presentían que volvería en cuanto se
percatara de que sus planes eran frustrados.
Dejaron
a Yunho junto a Jaejoong, pero el moreno ni siquiera se animó en llamarle.
SungJae tenía los ojos cerrados, y estaba tan pálido como el hielo. Su
respiración errática le paralizó al instante.
Junsu
y ChangMin se miraron. No podían interferir ahora. Esta, por doloroso que
resultara, era la prueba de su hermano y Jung. No suya.
Incapaz
de palabra alguna, el moreno apenas si pudo mover las piernas y acercarse.
Apoyando una mano en el hombro del zorro mayor, se inclinó sobre una de sus
rodillas, y la otra mano alcanzó la mejilla del menor. Apenas al tacto de la
fría piel, Yunho sintió un dolor impensable cerrarle la garganta. Si SungJae
fuera su hijo. No, se dijo a sí
mismo, conteniendo unas lágrimas que no debía derramar. Porque era el llanto
que se le ofrece a alguien que no está más a su lado. Y SungJae estaba ahí, y
no podía morir aún. Porque tenía una larga vida por delante. Porque quería
conocerle más, y quererle como si fuese sangre de su sangre, porque era el
legado de Yoon Hoo, pero el presente de Jaejoong. Y el suyo propio.
—
Jaejoong ah.
—
Le he fallado, Yunho ah… — Sollozó el
zorro. Derramando una lágrima que casi parecía rebelde surcarle la mejilla.
—
No has fallado, Jaejoong ah. SungJae sigue vivo. Respira, se aferra a la vida
porque confía en ti.
—
No tengo control alguno sobre la vida o
la muerte, Yunho ah.
—
Te equivocas. Tuviste control sobre la vida cuando se la diste, decidiste
tenerle y ocultarle para protegerlo de la Abuela, ¿verdad? Y lo conseguiste
durante doscientos años. La muerte no ha llegado para él, necesitas dejar el
dolor, Jaejoong ah. No se trata de poder.
El
zorro finalmente lo entendió. Humildad,
había dicho poco antes SungJae. No se trata de poder o superioridad. ¡Qué tonto
ha sido! Jaejoong llevó su mano al pecho de su hijo, y con el cariño que solo
quien procrea puede dar, le besó la frente.
Y
las nueve colas del zorro volvieron a resplandecer con el azul claro de los
cielos, sus ojos, negros, grandes y hermosos brillaron intensamente. El aura
que emanó de su cuerpo no fue entonces la magia del dios Viento, siquiera la
zorruna. Fue su amor de madre, la
magia que curó las heridas mortales que tenían a SungJae en tan mal estado. Tan
bondadoso, tan puro, tan humilde, que pronto la vitalidad llenó de nuevo el
cuerpo del joven zorro. Su piel recobró calidez y el corazón palpitó con
normalidad.
—
Omma~.
—
¡Mi querido SungJae! — Exclamó
estrechándole en brazos. Besando su rostro incontables veces, sintiendo el
alivio y el regocijo circularle en la sangre misma.
—
Estoy bien, omma. Sabía que me ayudarías. Y que Yunho hyung vendría aquí,
preocupado como un padre por su hijo… — El muchacho le sonrió al moreno,
alargando una mano para atrapar la ajena, apretándola con un cariño que el
moreno nunca antes había sentido.
Como
si fuesen una familia de verdad.
—
¡No!
Escucharon
de pronto. Y vieron a la Abuela de los Tres Dioses alzarse en lo alto, envuelta
en un aura oscura que pesada se sentía como un muro de odio y perdición. Era
evidente que la Abuela se había perdido a sí misma, probablemente cegada por
sus propias ambiciones.
—
Si yo no puedo gobernarlos, ¡no podrán marcharse! ¡Haré caer en pedazos esta
dimensión!
—
¡Abuela, por favor, detente ya!
—
¡Nunca!
Si
esta dimensión caía, el mundo de la humanidad también.
Los
zorros, sin embargo, no iban a permitirlo.
--//--
Cuando
Wooyoung llegó a este departamento, llamó a la puerta y tranquilamente esperó
ser atendido. Nichkhun apareció del otro lado, se le notaba demacrado, pero de
alguna manera seguía siendo atractivo.
—
Wooyoungie, has venido. — Dijo, sonriendo cual si una gran noticia le fuese
dada.
—
He venido. A entregarte esto, NichKhun.
—
¿Eh?
—
Te pertenece después de todo. Pero NichKhun, cuídale muy bien de ahora en
adelante. Estoy seguro de que llegará alguien a quien realmente debas
entregárselo sin reservas.
El
muchacho extendió un cofre hacia el tailandés. El objeto fue mirado con aire
confundido por quien lo recibía.
— Wooyoung ah.
— Te amé,
NichKhun. Mucho. Pero lo
nuestro terminó, ya sufrí y lloré la pérdida. Ahora, soy feliz NichKhun, y lo
merezco. Igual que tú. Pero no juntos. Adiós.
Dando
media vuelta, el muchacho se apresuró al auto que le esperaba en la calle. Ji
Seok sonrió cuando subió a su lado, encendió el motor y condujo.
—
¿Estás tranquilo ahora, Wooyoung ah?
—
Lo estoy. Porque no tengo más remordimientos. Pero sobre todo, porque estoy
contigo, Ji Seok.
…
—
Hayami, tengo hambre.
—
Acabamos de comer, ChangMin ah~.
—
¿Y? tengo hambre, quiero carne.
—
Tú siempre.
—
Si ya sabes entonces por qué me rezongas siempre. Vamos, llévame a comer.
El
japonés se rio de buena gana. Era tan adorable así de exigente, que lo
excitaba. Sí, en el sentido sexual, lo ponía de ánimo.
—
Si no me lo vas a pedir de favor al menos dame un besito o algo, cariño~.
—
¡Ni de broma!
…
—
¡Oh, esto es genial! Gracias, papi~.
El
moreno aclaró la garganta. Era demasiado, en extremo, que SungJae le llamase de
aquella manera. Pero era así. Apenas hacía unas semanas que todo había
terminado con la Abuela, pero ya estaba casado con Jaejoong, y además ha
adoptado a SungJae, agregando al chico al registro familiar, por lo que ahora
era Jung SungJae.
—
Gracias, Yunho ah. — Jaejoong le besó dulcemente mientras una sonrisa asomaba
en sus seductores labios rojos.
—
En realidad, soy yo quien está feliz. Teniendo una familia tan hermosa,
Jaejoong ah… — Dijo, besándole despacio, más profundo, más húmedo.
—
Si piensan darme un hermanito, al menos no lo hagan delante de mis ojos, omma,
appa.
—
Oh, mierda… — El moreno dijo entre dientes, sumamente avergonzado de haber
olvidado por un instante la presencia de su hijo.
Jaejoong,
avergonzado también, escondió el rostro contra el hombro de su esposo,
preguntándose de todas formas si es que podría procrear una segunda vez.
SungJae
sonrió divertido. La verdad es que verlos avergonzarse lo era, y él lo
encontraba bastante entretenido.
—
¡Ah, YongGuk~! — SungJae exclamó de pronto, agitando la mano para que el chico
del otro lado de la calle le mirase.
Y
Jaejoong como Yunho se sorprendieron cuando su dulce hijo saltó –literalmente–
a brazos del muchacho, besándole como si la vida le dependiese de ello. No es
que estuviesen en contra, o que les extrañara del todo. Es solo que, bueno,
instinto de padres.
…
Cuando
Park llegó a la azotea, Junsu tarareaba una canción mientras miraba el
estrellado cielo nocturno.
—
Traje soju, y soda, Junsu ah.
—
¡Yoochun ah~! — El pelirrojo se le fue encima.
Emocionado
de que hallase vuelto, aunque apenas hubieran pasado unos minutos, que solo fue
a la tienda de conveniencia más cercana al departamento.
—
Junsu ah, tus colas.
—
Oh… — Sonriendo como quien hace una travesura, el pelirrojo miró las siete
colas ondeando en su espalda.
Y
juguetonas, enredarse con las dos que se agitaban en la de su novio.
Jajajaja no puedo imaginarme cómo se vería YC con solo 2 colas jajaja 🤣
ResponderBorrarA caray!!!! Cómo así mi Chunnie con colitas!!! Ay yo me muero!!! Todo adorable con esas dos colitas haciendo arrumaquitos a Junsu aaaahhhh supongo que Hayami también tienes dos!!! Verdad??? Solo que...imagino que si arrumaquea a Voldemin...capas que lo amenaza con cortarse las jajaajaj
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