Capítulo 9. Para calmar un corazón herido, muestras de
cariño aunque sean invisibles
~~*~~
Midorima terminó su desayuno más rápido que
otros días. Takao le ha estado ignorando olímpicamente desde que inició la
jornada escolar, ni siquiera le ha molestado con su ruidoso Shin-chan, le ha saludado con un molesto
-más que el anterior apelativo- senpai
carente de emoción alguna. Y no es que el peliverde haya notado antes ningún
tipo de emoción ni nada. No, eso no tiene nada qué ver.
– Malgasto mis pensamientos en esto… – Dijo
para sí, acomodándose como suele tener por costumbre, los anteojos sobre el
puente de su nariz. Suspiró y desvió la mirada hacia ninguna parte en
particular… – Nunca antes los horóscopos me habían fallado. Ahora todos los
días parecen estar en mi contra.
La mirada del peliverde ensombreció. Tanto
darle vueltas a lo mismo durante aquellos meses le estaba desgastando más que
cualquier partido de basquetbol contra sus antiguos compañeros de la Generación
Milagrosa. Hasta hace unas semanas el compañerismo no había cambiado tanto,
pero últimamente cada día Takao se mostraba más indiferente con él. No es que
Midorima esté esperando que sean amigos -porque nunca lo han sido, ¿cierto?-,
simplemente quiere de vuelta esos días en los que podía tratarlo como se le
daba la gana y el pelinegro estaba ahí con esas sonrisas altivas que le desquiciaban
pero que hoy en día extraña.
– ¡Tonterías!
Qué voy a extrañar a ese idiota… – El ojiverde trató de convencerse una vez
más. Y vaya que ha perdido la cuenta de la cantidad de ocasiones en que ha
fallado miserablemente en el intento.
Se fue a su aula con su típico porte altanero
y mirada indiferente. Normalmente nadie se daba cuenta de sus estados de ánimo,
de hecho él a veces parecía niño con una gama de emociones básicas a su
disposición, de modo que su cara solo expresaba un número reducido de ellas, la
serenidad y el enojo. Sobre todo el enojo. Pero Takao había aprendido a leerle
también esas otras emociones de las que Midorima mismo se hacía el desentendido. Por eso, cuando comenzó a
cansarse de la actitud pedante del prodigio, el pelinegro decidió que no iba a rogarle, o lo que es lo mismo hablando
del geniecito que se carga Shin-chan, dejaría de buscarle la cara, venga, el modo pues. Takao también tenía sus límites, y no
eran precisamente bastos. Bastante le ha tolerado como para seguir haciendo el
idiota. En otras palabras, le castiga
con el látigo de su desprecio.
– Aunque estoy que me muerdo los labios para
no sonreírle y molestarlo… – El pelinegro bufó por lo bajo, exasperado por no
ver demasiados avances en su reciente estrategia. Y mira que eso de ser
estratagema se le daba bien, por algo tiene la facultad del ojo de halcón en la cancha… – Shin-chan
no es una maldita duela, es más cuadrado y frío que un cubo de hielo en el
congelador.
– ¿Qué tanto parloteas, Takao? – Miyaji le
palmeó la espalda sacándole de sus cavilaciones… – Estamos por comenzar y tú ni
siquiera te has cambiado el uniforme escolar.
– No es nada, senpai… – El pelinegro evadió
cualquier intento del mayor por sonsacarle algo de información.
Todos en el equipo han notado la tirante
relación entre los más jóvenes de la escuadra, dialogando entre sí han
concluido que debe ser por causa del carácter agrio de Midorima. Otsubo y
Kimura sin embargo distaban de la versión de los hechos de Miyaji, quien
aseguraba que la cosa ahí no debía ser solo culpa de Midorima, sino también de
la personalidad arrebatada de Takao.
– Senpais, dejen de meter sus narices donde
no les llaman… – Midorima irrumpió en la conversación de los mayores con cero
tacto. Y bueno, no es precisamente que alguien espere de hecho tacto alguno de
parte del peliverde.
Otsubo afiló la mirada y Midorima le
respondió de la misma manera. Un minuto después el de peinado moderno suspiró y
apartó la mirada. Se talló las sienes y murmuró algo sobre que Midorima era un caso perdido como para
querer entenderlo. Entonces las prácticas dieron inicio y por primera vez en
mucho tiempo, los entrenamientos fueron mentalmente agotadores. Midorima y
Takao no se estaban entendiendo ni en una sola de las jugadas.
– Muy
bien, si el idiota de Takao quiere hacerlo de esta manera, entonces así será…
– Sin embargo aunque el ojiverde trató de hacer lo posible por no verse
afectado por todo lo que estaba sucediendo, al final de la jornada se largó a
su casa con un extraño mal sabor de boca.
¿O era que le dolía ese músculo en su pecho?
...
Kasamatsu estaba que maldecía entre dientes
por esa actitud tan berrinchuda de su novio. Ni siquiera le ha dirigido la
palabra desde que llegaron a la enfermería, y no hace otra cosa que estar ahí,
sentado en la camilla con un enorme puchero y su ceño fruncido mientras le
colocan un vendaje en el tobillo. El de ojos cromados, inteligente como suele
ser en determinadas circunstancias -vamos, que no es que sus habilidades
sociales sean su as-, aguardó hasta que la enfermera terminó su labor y,
sonriendo al rubio le indicó que podía retirarse y tuviera cuidado con apoyar
el pie al menos en un par de días.
– Vamos, Kise.
Pero el modelo le ignoró. Con la frente en
alto y apoyándose en la muleta que la enfermera le prestó, salió de la
enfermería. Kasamatsu resopló frustrado pero le siguió, y ya andando en el
pasillo, casi solitario a esa hora, le preguntó directamente lo que le pasaba.
Kise no le dirigió la palabra, y por tanto el de ojos cromados estaba a un
pasito de perder los estribos.
– ¡Maldición, Ryota! ¡No me jodas y escupe de
una vez por qué estás enojado!
– ¡Tú, deberías de ser lo suficientemente
inteligente y avispado para darte cuenta sin que tenga que decírtelo, idiota!
– ¡Ah! ¡No hice nada que te enojara!
– ¡Coqueteabas con esa chica!
– ¿Qué? ¡Argh! ¿Desde cuándo ser amable con
las mujeres es coquetarles? ¿No eras tú quien decía sobre eso también?
– ¡Es diferente!
– ¿De qué manera lo es?
– ¡Tú dijiste antes que lo nuestro no sería
un para siempre! ¡Estoy seguro de que
un día simplemente me votarás porque ya no te gusto! – Kise sollozó con sus
doradas pupilas cristalizadas de lágrimas. Su rostro estaba contorsionado en
una mueca de resentimiento y tristeza.
– Eres idiota, Ryota... – Kasamatsu dijo tras
soltar un suspiro... – Que no haya querido hacerte promesas eternas no significa que voy a dejarte,
y menos por una chica.
– ¿Me quieres? – Kise preguntó sorbiendo la
nariz con cierto aire infantil.
– No estaría aquí parado frente a ti tratando
de entender qué te pasa si no te quisiera... – Farfulló con las mejillas
ligeramente tinturadas. No sabe ser tierno, ni siquiera con ese rubio cabeza
hueca que inspira algo así como ternura y dan ganas de pellizcarle las mejillas
como auténtico crío.
– ¿Y me quieres mucho, mucho como para mandar
al diablo a todas esas chicas que andan tonteando contigo? – El rubio pestañeó
lindamente, alzando los labios en trompetilla como cuando le pide un beso.
– ¿Quién te viera a ti de celoso, Kise? – El
de ojos cromados sonrió casi divertido por la actitud de su novio. Es él quien
debiera preocuparse de la cantidad de fans locas
que tontean con el rubio, incluso de esos chicos que ya ha notado voltean a
mirar a su novio con algo más que insinuada curiosidad.
– ¡Pues lo soy, y mucho! – Espeta pucheroso,
a punto de hacer otro melodrama. Kasamatsu le sonríe y mirando de hito en hito
alrededor, se inclina para besarle prontamente los labios.
– Te quiero mucho, Ryota. No mandaré al diablo a todas las chicas, pero les
seguiré rechazando sutilmente porque ya estoy enamorado del rubio más ruidoso
de toda la escuela.
– ¡Eres tan romántico! – El modelo exclamó
lanzándose a brazos de su novio, aferrándose a su cuerpo con fuerza, casi cortándole
la respiración y haciéndole caer.
– ¡Maldición Kise! ¡Cuida ese tobillo!
– ¡No me importa! ¡Ahora mismo solo quiero
que me secuestres~!
– ¡Qué! No, no, no. Kise quédate quieto,
estamos en un pasillo de la escuela.
– ¡Quiero hacer el amor contigo, ahora!
– ¡No me des esa clase de órdenes, idiota!
El escándalo que estaban levantando era tal
que algunas miradas curiosas comenzaron a asomarse por todas partes. Kasamatsu
no podía sacarse de encima a Kise, y éste tenía unas manos muy habilidosas que
estaban consiguiendo meterle en problemas. Tanto movimiento también provocaba
roces, y esos roces a la altura de sus pelvis no estaban resultando para nada
positiva.
...
Izuki sonrió al ver a su novio parado en la
entrada del Parque de Diversiones, todo guapo con su sonrisa radiante y esa
aura resplandeciente que lo hacía lucir totalmente bobo. De ese bobo enamorado que honestamente encanta
al de ojos rasgados.
– ¿Llego tarde?
– Para nada. Tan puntual como siempre,
Shun... – El más alto sujeta la mano de su novio, entrelaza sus dedos sin
apartarle la mirada, atento a la reacción en su cara. El rostro del más bajo se
enciende... – ¿Prefieres que te suelte?
– Nunca, Teppei. Me gusta cuando me sujetas,
cuando me haces sentir seguro… – El más bajo sonríe avergonzado, da un ligero
apretón a la mano entre la suya y echa a andar. Hoy ni siquiera le importarán
los posibles comentarios de la gente alrededor. Hoy solo quiere disfrutar la
compañía de su novio.
No. Esta cita no sería igual que la primera,
era mil veces mejor por una sencilla razón. Ahora Kiyoshi es su novio, e Izuki
se siente estúpidamente feliz por ello. Pero aquella primer cita, siempre sería
la más hermosa de todas. Porque Kiyoshi supo ganarse su confianza. Demostrarle
que realmente estaba enamorado de él y no de Hyuga.
– Shun…
– ¿Mh?
– Quiero besarte.
Kiyoshi ha dicho de pronto, Izuki levanta la
mirada para encontrarse con los ojos de su novio, luego mira de lado a lado.
¿Ahí, con tanta gente alrededor? Sin darse cuenta las mejillas se le han
encendido al rojo vivo. El corazón de
hierro sonríe apacible sin apartarle la mirada, para el ojo de águila es casi difícil controlar
las reacciones de su cuerpo, la vergüenza, la emoción, cada latido de su
corazón. Asiente y decide que está bien dejarse llevar, dejarse querer.
Es Izuki quien se empina hacia arriba, poco
le importa tener que alzarse en puntillas para alcanzar los labios de Kiyoshi.
El mayor de los dos sonríe ante el romántico gesto de su novio, le rodea la
cintura y atrapando sus delicados labios entre los suyos le besa con
delicadeza. Saborea uno a uno cada pliegue, los sujeta entre sus labios y
succiona tironeando lánguidamente de cada uno. Izuki jadea, es un beso dulce
pero profundo, apasionado; un beso de esos que no solo le dejan sin aliento
sino que consiguen también hacerle sentir mareado y que le flaqueen las
piernas.
...
Sakurai estaba apenado y triste, hacía una
semana de la última vez que estuvo con Aomine. O que habían intentado estar puesto que su boca floja había
arruinado el momento al soltar sus sentimientos como si nada. Culpa de su
inconsciente que había salido demasiado a flote. Ahora él estaba deprimido, no
podía evitarlo y sabía que si alguien se daba cuenta de todo lo que había
pasado, terminarían riñéndole por ser tan idiota,
masoquista en realidad. Haberse permitido tener relaciones sexuales con Aomine
sin compromiso alguno fue un error, de ambos. La culpa iría a partes iguales en
este caso, aunque parezca que el moreno es el que se ha portado mal.
Esos días se han sentido como auténtico
infierno para el castaño. Tener que presentarse a la escuela como si nada
pasara, ver al moreno sentado ahí incluso antes de que él llegue, en el asiento
de atrás poniéndole los nervios a flor de piel. Soportar verle incluso en las
prácticas, al menos presente pues Aomine seguía negándose a entrenar pues no lo
necesita. Se sentaba como siempre en la tarima y ojeaba alguna revista de
chicas en poca ropa. Sakurai estaba perdiendo totalmente la concentración y las
ganas de seguir adelante. Le dolía la indiferencia de Aomine, preferiría que volviera
a buscarle, y él estaría dispuesto a amordazarse con tal de no hablar. Es
idiota y lo sabe, pero extraña esas entregas de placer carnal con el moreno.
– Sakurai-kun…
– Momoi-san…
– Has estado distraído toda la tarde. ¿Está
todo bien?
– Sí. Lo siento, Momoi-san… – El torso
inclinado pronunciadamente y la mirada oculta tras los largos mechones
castaños. Sin embargo, la verdad no escapa a las habilidades de la pelirosa.
– Sakurai-kun, ¿estás enamorado de Aomine,
verdad?
– ¡Eh!
– ¿Han peleado? ¿Aomine te ha hecho algo?
– N-no. No sé de lo que está hablando,
Momoi-san.
– Intentar escapar de mí no va a serte de
ayuda, Sakurai-kun. Sé lo que había estado pasando entre Aomine y tú. Y sé
también que algo cambió hace una semana. ¿Aomine te hizo algún daño?
– ¡No! Solo… – El castaño bajó la mirada, la
expresión de culpa y tristeza claramente matizada en su cara… – Cometí una
imprudencia y le hice enfadar.
– ¿Estás diciéndome que fue tu culpa? – La
chica preguntó sin dar crédito. Aunque tampoco es que le extrañara demasiado de
parte del castaño, después de todo así parecía ser su personalidad.
– Sí, Momoi-san.
– Conozco a Aomine desde hace mucho,
Sakurai-kun. Y la razón por la que vine a Touou con él y no seguí a Tetsu-kun
es justamente porque sé que Aomine es lo suficientemente bestia como para
lastimar a las personas que le toman algún cariño. Sé que estás enamorado de él
y por eso has permitido que… bueno que él…
– ¿Que se aproveche de mí? – El castaño le ayuda en decir aquello que al parecer le
daba pena a la pelirosa… – Tal vez tenga razón, Momoi-san, pero… sé que no
puedo esperar que Aomine-senpai sienta lo mismo por mí. Supongo que
Aomine-senpai merece a alguien mejor.
– Sakurai-kun, tú ya eres lo mejor que le
puede pasar a ese cabeza de chorlito. ¡No pierdas la fe! Deja que me encargue
de esto.
– ¿Eh? ¿Q-qué quiere decir con eso,
Momoi-san?
– Tú no te preocupes, Aomine se dará cuenta
de cuán idiota está siendo… – La pelirosa le guiñó el ojo y dando media vuelta
se marchó, dejándole solo en el pasillo.
Momoi tenía una idea de cómo hacer entrar un
poco en razón a Aomine. Y para eso necesita de la ayuda de Kuroko y de Kise.
...
Kuroko camina con parsimonia por el pasillo
del Súper, Kagami va a su lado empujando el carrito, echando de todo un poco y
sacando mentalmente cuentas para asegurarse de que alcanzará el dinero del que
dispone. Ha intentado en varias ocasiones mencionarle a su padre la razón por
la que necesita más ingresos al mes, por lo menos mientras encuentra un
trabajo. Aunque eso significará reducir los tiempos dedicados al baloncesto, la
escuela no la puede descuidar.
– Tengo antojo.
– ¿Qué es lo que quieres?
– Helado de vainilla, también quiero pollo
frito. Y soda... – Kuroko suspiró y posó su mano sobre su vientre, donde un
bulto apenas perceptible comenzaba a resaltar en su tripa... – Será que heredó
tu apetito, porque me hace comer muchísimo.
– Necesitas mucha energía, la tuya en estado
de embarazo, y la suya. Debe ser normal que comas mucho.
– Sería normal que coma mucho, Taiga. Pero
como más que mucho... – Kuroko frunció los labios, decidido a ignorar ese aroma
a pasta y pollo que le estaba inundando el olfato. Estaban ahí solo para
comprar despensa, no para empacarse con comida.
– Pero ni has subido de peso, Tetsuya... –
Kagami dijo y miró de arriba abajo el cuerpo de su novio. Seguía casi tan delgado como siempre. El
peliazul enarcó una ceja con escepticismo, ¿acaso su novio no ha notado que le
botan unos gorditos en los costados?
– Toca aquí, Taiga… – El peliazul tomó una
mano de su novio para llevarla al costado de su cadera. El rostro de Kagami se
encendió al instante. Kuroko resopló con algo parecido a la frustración… – Oye,
qué te estás imaginando. No quiero que me toques,
solo que notes que sí estoy subiendo
de peso. Nuestro bebé heredó tu apetito… – Se queja sin perder la serenidad de
su rostro.
– No estaba pensando nada, idiota… – Refunfuña avergonzado… – Y no
siento nada, solo tu cuerpo de siempre.
Kuroko suspira. Kagami no ve lo que no quiere
ver porque seguramente le ve con ojos de
amor. Está por replicar algo más cuando recibe un texto. Se trata de Momoi
pidiéndole encontrarse el fin de semana para comer. Kuroko acepta sin
pensárselo dos veces.
– Vayamos a comer el fin de semana.
– De acuerdo.
– Momoi-san y Kise-kun estarán también.
– ¡¿Ah?!
…
Aomine camina con las manos en los bolsillos,
con ese aire aburrido que le caracteriza. La noche ha caído ya. Hace poco más
de una semana que no le dirige la palabra a Sakurai y se da cuenta de que es
más difícil de lo que esperaba. Quiere buscarle de nuevo, besarle, desnudarle,
tocarle. Sentir su caliente y apretado interior.
– ¡Tsk, maldición! – Gruñe entre dientes,
consciente entonces de la calle por la que transita. No conoce de mucho a
Sakurai, pero sabe incluso dónde vive. Y él ha caminado hasta el barrio del
castaño… – Ah, qué demonios hago aquí. No voy a darle el gusto de ver que le necesito.
Da media vuelta y se aleja. Incluso acelera
el paso aunque a él generalmente las prisas y la desesperación no le
signifiquen nada. Aomine sin embargo mira hacia atrás, hacia aquella casa con
bonita fachada y un jardín lleno de flores de colores vivos, mira hacia la
segunda planta, donde una luz encendida le hace saber que Sakurai no se ha
dormido aunque ya es tarde.
– Más le vale estar pensando en mí y solo en
mí, Ryo idiota… – Escupe de malhumor, de pronto le ha llegado a la mente la
idea de que Imayoshi esté como siempre molestando al castaño.
Y es que el Capitán del equipo le tiene
demasiada confianza a Sakurai, Aomine es consciente de la cantidad de ocasiones
en que han salido juntos, Imayoshi siempre le arrastra a los partidos, ni
siquiera es que le pregunte si quiere ir, no, el chico simplemente le cita para
ir; y al castaño nunca pareció desagradarle la idea. Además, durante las
prácticas, Imayoshi siempre tiene puesto un ojo sobre Sakurai, lo cual exaspera
de sobremanera al moreno. De hecho cuando lo piensa, Aomine se da cuenta de que
en el equipo todos han aprendido a querer
a Sakurai, ha sido solo él mismo quien no ha logrado formar parte del equipo.
– Y no es que los necesite.
...
Midorima no puede entender lo que ha pasado.
Contra todo pronóstico y pensamiento suyo, su cuerpo ha decidido desobedecer a
su razón y ha actuado por voluntad propia. Y, joder, eso no estaba en los
horóscopos de ese día, ni tenía nada qué ver con su objeto de la suerte -el que
por cierto ha terminado en el suelo haciendo un sonoro ruido- o con el hecho de
que Takao hubiera estado platicando animadamente con uno de los chicos.
Mierda. Con eso último
definitivamente tenía qué ver.
Cuando Takao trató de detenerlo ya era tarde.
Muy tarde. Además realmente su mente no tenía nada de ganas de contradecir la
voluntad del más alto. Así que cuando Midorima le sujetó la muñeca
apresándosela con algo de fuerza entre sus dedos y le arrastró por el pasillo
hasta un aula vacía encerrándose en ella, el pelinegro le siguió sin emitir
palabra alguna. Ni para detenerlo, ni para pedirle explicación de su repentino
comportamiento.
De manera que ahí están los dos, con la
respiración agitada mirándose a los ojos, Takao exigiendo una explicación,
Midorima tratando de comprender. Se han besado. Bien, se han mordido los labios
y enredado las lenguas en un beso demasiado desesperado como para considerarse
siquiera cerca de tierno. Pero se han besado al fin y al cabo.
– Shintaro...
– No me gusta perder. Ni siquiera en esto del
amor. Así que…
Continuará……
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