Capítulo 7. Ante antojos repentinos, besos matutinos
~~*~~
Una lágrima resbaló primero, luego otra, y
otra, y otra. Sakurai quería parar su llanto pero era imposible, corría como
arroyo que reconoce su cauce y no se detiene ante nada. Aomine se apartó
bruscamente cuando notó el sabor salado en sus labios, era mucho mejor cuando
esa boca sabía a dulce o a menta, incluso cuando sabía a las especias que el
castaño usaba al cocinar. Pero no a sal.
– ¿Por qué estás llorando?
– ¡Lo siento! – Sollozó y empujando el cuerpo
del moreno con una fuerza que no se esperaba él mismo, consiguió apartarse del
otro y salir corriendo de ahí.
Atrás dejó a un Aomine confundido, shokeado
honestamente por la expresión del castaño, por las lágrimas que mojaron el lindo rostro de Sakurai. Algo se
apretujó en el pecho del moreno. Cuando salió de la cabina sus pies le pesaban,
se sentía aturdido y no podía comprender el por qué.
– Los sentimientos son basura... – Susurra con desdén, aprieta las manos y mira la bandeja
de las fotografías. Él no depositó ninguna moneda pero, por alguna razón, había
un par de tiras con fotografías de su momento (extraño) con Sakurai dentro de
la cabina... – Maldito Ryo. Bastardo... – Gruñe de mal humor, molesto hasta la
médula pero sin razón. Él sabe que en esta circunstancia quien debiera estar
enojado debiera ser el castaño.
Aomine toma las tiras de fotos y las guarda
en el bolso de su chaqueta. Debiera tirarlas o simplemente ignorarlas, pero de
pronto siente que debe conservarlas y ponerlas en algún sitio seguro para que
nadie más las vea. Ni siquiera Sakurai.
...
Tal vez que #2 no está para nada conforme con
esta nueva situación, pero no le quedan demasiadas opciones cuando su dueño y
el pelirrojo se encierran en la habitación a hacer sonidos extraños que a él le
resultan indiferentes y hasta aburridos de alguna manera, vamos que es un
cachorro y su instinto aún no
despierta. Aún así, #2 comienza a inconformarse con la relación cada vez más
estrecha de sus humanos. Al principio el
cachorro se mostraba animado por la interacción de su dueño con el pelirrojo,
pero desde que el peliazul no hace otra cosa que suspirar y centrarse en el más
alto, el can comienza a sentirse algo abandonado. Alguna travesura tenía que hacer para tener de nuevo la atención de su
dueño, por eso es que se desliza con sigiloso andar por la estancia, busca algo
que babear y mordisquear, el sofá le
interesa un poco, pero tras olfatear la superficie se da cuenta de que hay un
olor ahí que le gusta y se siente incapaz de hacer nada, huele a su dueño, y #2
quiere demasiado a Kuroko. Mientras #2 busca
alguna travesura que efectuar, sus humanos encuentran mucho, pero mucho más
entretenido deleitarse los sentidos con el reconocimiento del cuerpo ajeno.
Kuroko jadeó al sentir las manos de Kagami
acariciándole los muslos. No era su intención haber llegado tan lejos, su
pensamiento inicial fue simplemente dormir a lado de su novio. Gran mentira
pretendiendo disfrazar su deseo inconsciente de intimar nuevamente con el pelirrojo.
Es que le ponía inquieto con su forma de ser, desbocaba su corazón y ponía su
cuerpo febril, sobre todo cuando le miraba con esos ojos rojos como el
mismísimo fuego, cuando le besaba y usaba la lengua con descarada pasión.
Kagami aprendía demasiado rápido
sobre las artes del besar, ¡y encima autodidacta!
– Taiga~ – Suspira y echa la cabeza hacia
atrás, sus lacios mechones se sacuden
apenas al ritmo de sus movimientos, de su respiración errática y los
estremecimientos de su cuerpo febril.
Kagami besa y lame, aspira el aroma de la
piel que va descubriendo. Sus manos no paran de correr por la silueta del otro,
tocando aquí y allá porciones que ya conoció la noche anterior pero que hoy se
sienten tan vírgenes como ayer. Siente bajo su tacto la tersura, el calor, los
diminutos surcos que se forman en las coyunturas de las extremidades, bajo sus
rodillas, en las ingles, en tantos sitios que el pelirrojo quería acariciar y
besar con paciencia. Llega así al costado de la cadera del peliazul,
desviándose hacia dentro encuentra esos pliegues entre el muslo y la pelvis,
succiona un trocito de piel y escucha el jadeo descontrolado del más bajo, todo
su cuerpo se sacude y él encuentra gratificante esta reacción, tuerce una
sonrisa y lame deslizando la punta de la lengua cuesta abajo por todo el muslo
hasta la rodilla, sus manos acarician la longitud de la pierna y termina
elevándola de modo que le insta a descansar sobre su hombro y tenerle así en un
ángulo que le permite una exquisita visión erótica de Kuroko.
– Tetsuya, eres tan hermoso que se siente
como un sueño... – Las palabras brotan de sus labios con soltura. Como una
confesión inconsciente que nace del corazón.
El peliazul sonríe con las mejillas
coloradas, la vergüenza se refleja en el brillo de sus azulinas pupilas, en el
sudor perlado en su cara, en la forma en que suspira el nombre de su novio y
suplica de sus labios un beso dulce y apasionado que le devuelva algo de
serenidad. No, jugada errónea, todos sus sentidos dieron un salto y se
atontaron más bajo el dominio de aquella lengua ansiosa que recorría su
interior con ávida exploración.
Kuroko ancla sus manos en la espalda de
Kagami, presiona las yemas de sus dedos sobre la piel, probablemente a la
altura de los omóplatos. La superficie cutánea se emblanquece ahí donde mayor
presión realiza, tensión que viene de una oleada de sorpresa y placer cuando el
pelirrojo toca otra zona sensible de su cuerpo. Kuroko no imaginó que fuese tan
sensible, pero cada caricia de Kagami se siente como auténtico fuego al rojo
vivo encendiéndole hasta la última fibra de su ser. Tiembla y se retuerce bajo
el cuerpo del más alto justo en el momento en que Kagami fricciona sus caderas.
El encuentro de ambas pelvis deja por consecuencia el roce de sus entrepiernas.
Erecciones despiertas que vibran con cada caricia íntima, con cada beso, con
cada aliento errático que muere en labios del otro.
El pelirrojo se apoya en sus rodillas, una de
ellas permanece al medio de las piernas del peliazul; Kagami baja una mano por
el torso de su novio, Kuroko suspira al tacto, resiente las caricias como si se
trataran de toscas nubes de algodón, porque la piel del pelirrojo es áspera
pero su toque sumamente delicado. Kagami se detuvo en el pecho, sus dedos
pellizcaron suavemente un botón rosado, Kuroko jadeó alterado y su novio
aprovechó aquello para atacar. Su
boca cayó sobre el otro pezón succionando suavemente, lamiendo con paciencia
alrededor, golpeteando el botón erecto con la punta de su lengua, tironeando
con sus dientes sin ejercer más presión que un suave juego sensual.
– Ahh~ Taiga~ – Kuroko se revolvió con más
fuerza, notando esos temblorcitos en su cuerpo que vienen causa de las oleadas
de placer.
– Cada centímetro de ti es exquisito,
Tetsuya… – Kagami promete y desliza entonces sus labios por el centro del
blanquecino pecho hasta llegar al ombligo.
Aquella parte de la anatomía del peliazul se
transforma en su siguiente punto de descanso.
Explora alrededor y vuelve sobre el mismo sitio, llega tan lejos que sus labios
humedecen páramos en los costados, cerca de la cadera, donde los huesos
pélvicos se le antojan para mordisquear y succionar, para dejar la marca de su
deseo. Kagami no se detiene, los jadeos de Kuroko finalmente mutan a gemidos de
auténtico placer, una hermosa sinfonía de sonidos que hacen temblar su corazón
y vibran en su cuerpo como si fueran retazos del paraíso.
– Taiga… Taiga por favor… – Gimotea al sentir
ese dolorcito en su pene. Kuroko se acaricia a sí mismo mientras sus grandes
ojos azules miran directo a los rojo fuego de su novio; Kagami siente una
punzada en el bajo vientre, su novio es demasiado sensual para su salud física
y mental. Oh mierda sí que lo es… – Métela
ya…
– ¡Mierda! ¡No lo digas así, maldición
Tetsuya! – Blasfema enrojeciendo furiosamente. Kagami presiente que es lo que
su novio buscaba, sabe que a Kuroko le fascina avergonzarle. Y cómo no
avergonzarse cuando el peliazul se toca tan descaradamente, abre sus piernas y
le muestra aquella parte de su anatomía tan estrechamente enloquecedora… – Tú
en serio eres un caso, Tetsuya.
Kagami gruñe con voz ronca, sujeta las
piernas de su novio y las apoya en sus propios hombros. La cadera de Kuroko se
eleva, el falo erecto sigue ahí, esplendoroso y rebosante de excitación, mimado
en la delicada mano del más bajo quien continúa autocomplaciéndose bajo la
atenta mirada de su novio. Kagami nota otro pinchazo y su miembro se llena de
entusiasmo, una fogosidad que a él le palpita incómoda entre las piernas,
reclamando atención; no, más que eso, la estrecha cavidad que tanto placer le
otorga.
La lengua del pelirrojo lame entonces la
pierna a su lado izquierdo, traza un camino húmedo hasta que llega a la
rodilla, en el movimiento de su cuerpo es inevitable que su pelvis tope contra
el trasero del peliazul. Ambos jadean al contacto y deseosos deciden continuar.
Kagami se inclina besando brevemente los labios de Kuroko, mordiéndolos y
lamiéndolos con cariño; luego desciende de nuevo hasta la pelvis, su nariz
aguileña roza el tronco de su novio aspirando su aroma.
– Ngh no… no hagas eso, Taiga, es vergonzoso.
– Y tú me hablas de vergüenzas a mí.
Kagami sonríe, casi como si aquel gesto suyo
haya sido una revancha por la cantidad de ocasiones en que él ha sido quien se
muere de pena frente a su novio. Además, honestamente le ha gustado aquel olor,
el sexo de Kuroko despide un aroma agridulce que se le antoja de sobremanera,
pero no se siente listo para tragar
el pene de su novio, así que lame furtivamente la base pero lleva su lengua
juguetona hasta la intimidad del peliazul. Los gemidos de Kuroko resuenan en la
habitación, Kagami lame alrededor del anillo y sobre éste, dejando tanta saliva
como le es posible; al mismo tiempo el peliazul ha tomado una de sus manos,
lamiendo y ensalivando tres de sus dígitos, el pelirrojo siente pinchazo tras
pinchazo en su pene, demasiado ansioso. Pero tiene que ser paciente, por eso se
toma el tiempo debido para prepararle, para presionar uno a uno sus tres dedos
en aquel anillo de carne caliente y rugosa que se va expandiendo lentamente
hasta albergar por completo sus falanges.
– Ahh~ hazlo ya, Taiga.
– Ya voy, estoy tan ansioso como tú, Tetsuya.
Kuroko ha parado de masturbarse prácticamente
desde que Kagami comenzó a tocarle ahí.
Y ahora mientras el pelirrojo se acomoda entre sus piernas perfilando su
virilidad entre sus glúteos, aferrarse a los fuertes brazos es su última
alternativa para no perder el mundo de foco y correrse como auténtico crío –lo
cual por cierto de hecho es–. Ambos gimen, Kagami penetra lentamente, sintiendo
segundo a segundo cómo su caliente extensión gana terreno en la apretada
cavidad de Kuroko, la forma en que sus paredes le comprimen amenazan con
exprimir hasta la última gota de su esencia rápidamente, y entonces él se ve
obligado a entrecerrar los ojos, inclinar el cuerpo y apresar el de su novio
contra el colchón. Las piernas de Kuroko se han deslizado de los hombros de Kagami
a su cintura, aferrándose a él con fuerza.
– Dios, se siente tan delicioso, Tetsuya… –
Kagami sincera y besa la sien de su novio. Luego la frente, sus mejillas y
finalmente sus labios.
– ¿Te gusta estar dentro de mí, Taiga?
– Me encanta. Me fascina ser uno contigo.
– Tan lindo… – Kuroko enmarca el rostro de su
novio con las manos y besa dulcemente sus labios febriles llevándose en su
aliento la réplica que estaba por evocar su boca.
El vaivén comienza minutos después, con suave
cadencia el movimiento adelante y atrás. Kagami se desliza dentro con sutileza,
y recula con suavidad atesorando cada roce; Kuroko gime para él, le mira
directo a los ojos y le acaricia cada parte de su cuerpo a su alcance, tirando
de su nuca para tenerle cerca y fusionar sus labios en besos cortos pero
profundos. Así hasta que por naturaleza el ritmo aumenta y las estocadas de
Kagami son más profundas y rápidas, hay frenesí en sus movimientos. En sus
ganas de llenarlo de sí. Kuroko responde con pasión, siguiendo el ritmo de sus
embestidas, agitando las caderas y recompensando su paciente cariño con más
amor.
Más tarde el orgasmo llega inevitablemente,
sus esencias se liberan en medio de un sonoro gemido fusionando el éxtasis de
los dos. Ambos tiemblan y se sienten agotados, el pelirrojo sale despacio del
interior de su novio, mimándole al rodar a un lado para no aplastarle con su
peso. Pero apenas unos instantes después escucha el gruñir del can y algunos
sonidos que hacen sospechar a ambos adolescentes de las actividades del cachorro.
– Espera aquí… – Kagami abandona el lecho y
sale a la estancia, apenas abre la luz ve a #2 mordisqueando uno de sus tenis
Jordan… – ¡Qué demonios estás haciendo 2! – El pelirrojo bramó y al instante
salió disparado hacia el can.
#2 ladra y corre, es ágil y pequeño puede
meterse debajo de los pocos muebles para escapar. Kagami termina dando vueltas
por toda su estancia tratando de darle alcance al tierno cachorro. Kuroko se ha
levantado –con un poco de dificultad que le flaqueaban las piernas y le dolía
el trasero–, a falta de otra prenda se ha colocado la sudadera del uniforme de
su novio, le queda enorme por todas partes, pero al mismo tiempo le hace lucir
sensual e inocente, con sus largas piernas desnudas y el pelo revuelto. El más
bajo sonríe al ver la escena, es como para grabarlo y mostrarle después lo lindo que se ve corriendo por toda la
sala al desnudo, gritando y dándose más de un golpe contra el piso o su propio
mobiliario. #2 esa vez la ha hecho grande,
ha babeado y maltratado los tenis favoritos –y prácticamente únicos– de Kagami.
Se ha vengado finalmente, ha efectuado su travesura
para reclamar una atención que aquellos dos le han negado.
– ¡Te tengo! – El pelirrojo exclama
victorioso, pero #2 no está dispuesto a perder,
así que le lame la cara y provoca en el humano la reacción que esperaba… –
¡Argh, maldición! – Kagami farfulla rojo de ira, detesta los canes, pero más
detesta que el condenado cachorro haya babeado su cara como si nada.
Kuroko ríe divertido, y su risa inunda toda
la casa con un vibrar sinigual. Kagami es atraído por aquel sonido y al captar
con sus ojos rojos la silueta de su novio, se queda anonadado en su belleza.
Traga hondo y reprime una maldición al notar la forma tan veloz con que su
cuerpo reacciona.
– Oh… – El peliazul deja de reír
repentinamente, aprieta las piernas y se sonroja… – Taiga, tu semen está
saliendo de mí… – Un lindo pucherito se abre camino en los labios del más bajo.
Kagami se da un golpe en la cabeza. Este
chico le volverá loco. Demasiado sincero, demasiado hermoso. Avanza a pasos
gigantes hacia Kuroko y cargándole en brazos le lleva al cuarto de baño. Habrá
que tomar una ducha caliente. No, mejor fría, al menos para él. O terminará
embistiéndole contra el muro de azulejo.
...
Kiyoshi se ha ido a la cama con esa sonrisa
bobalicona bien pintada en sus labios. Izuki ha aceptado cenar con él la noche
siguiente. Tenían una cita. La
felicidad que sentía era tal, que juraría se le desbordaba en el pecho. No
dormiría, tenía que pensar detenidamente cómo hacer de aquella noche, un
momento inolvidable para Izuki, que sintiera cuánto le gusta de verdad.
– Tendrá que ser algo discreto. No quiero
incomodarlo en un lugar público, y tampoco es que pueda darme el lujo de
encontrar un sitio privado.
El chico corazón
de hierro meditaba. Sus padres siempre estaban en casa cuando él volvía de
las prácticas, así que descartaba totalmente cualquier sorpresa en su hogar.
Salir al cine tenía que ser parte de las actividades, luego a cenar en alguno
de esos restaurantes en los que solían pasar cuando comían todos fuera. Tal vez
podrían salir a caminar por ahí en algún parque, observar la luna y las
estrellas sentados en una banca, o escondidos bajo las ramas de algún árbol con
las manos entrelazadas.
La sonrisa de idiota enamorado ocupó la
expresión del muchacho, sus mejillas ruborizadas y sus pupilas radiantes
manifestaban toda la ilusión que pensar en aquel plan le provocaba. Kiyoshi realmente
esperaba que todo le resultara, Izuki le gustaba. Claro que lo hacía. Su
sentimiento era tan honesto como cada uno de los latidos rítmicos que le
palpitaban contra el pecho cuando pensaba en él.
...
Kasamatsu se pregunta cómo es que han terminado
así. En un hotel lejos de su casa o la del rubio, haciendo cosas de adultos sin tener en cuenta toda esa letanía de valores
morales que debieran reprimir sus deseos. Sin embargo, cómo negarse a las
insinuaciones de Kise cuando su anatomía se le pegó tan descaradamente en el
metro atestado de personas, con su aliento golpeándole en el cuello o sus manos
aferrándose a su cintura de manera que el roce disparó el calor de sus
hormonas. Cómo decir “no” cuando Kise le había susurrado tan sugestivamente
aquella propuesta indecorosa.
– Vamos
a algún sitio, Yukio. Quiero hacerlo contigo, quiero entregarme a ti.
Sí, era imposible negarse.
Sin embargo, lo que ninguno estaba
contemplando eran las consecuencias que vendrían después de aquel dejarse llevar.
Las sorpresas del destino son tan variadas y misteriosas.
...
Midorima piensa que no es sencillo. Se
pregunta cuál es el motivo real por el cual se niega a aceptar los sentimientos
de Takao. No tiene qué ver necesariamente con el hecho de que sean varones. Es
algo más que eso, miedo quizá. Miedo a todo. A ese universo de posibilidades,
los astros no mienten –casi nunca según su experiencia de toda una vida– y él
les tiene mucha, pero mucha confianza. Pero luego está ahí el hecho de que ha
sido culpa de la suerte el que esté
tan liado. Porque su horóscopo había predicho sorpresas en el amor, y resultaba
que Takao se acababa de confesar, de la forma más burda y todo, pero lo había
hecho y es todo cuanto debe contar ahora. Y…
– ¡Maldición! ¡Estúpido Takao! – El peliverde
se frustra, enreda sus dedos en su propio cabello y resopla sintiéndose entre
la espada y la pared.
...
Hyuga no era para nada expresivo, no de
sentimientos como éste. Se considera bastante torpe e insulso, capaz de meter las cuatro incluso sin llegar a
decir una palabra, sus actos decían por él suficiente. Riko lo sabe, y se lo
perdona. Porque le conoce de toda una vida -y si se pone en plan romántico, tal
vez incluso en otras vidas, quizá que con ellos funcionaba eso del karma-; le sabe sus manías y sus miedos,
sus puntos débiles y los fuertes. Riko sabe de Hyuga tanto que a veces le
asusta, porque ve venir sus acciones antes de que las piense siquiera.
– Estamos haciendo algo así como historia en
Seirin, ¿no es así, Riko?
– Sí… – La castaña se limita a responder. El
viento sopla y mece sus mechones algo más largos, las puntas le hacen
cosquillas en el cuello y le hace suspirar. Tal vez no es mala idea usarlo
largo, pero sigue pareciéndole más cómodo y adecuado para su personalidad
traerlo corto. Extraña su melena.
– Se te ve bien.
– ¿Eh?
– Tu cabello. Luce bien así… – Hyuga dice con
soltura, y cuando se percata, su mano ya ha acomodado un mechón tras la oreja
femenina.
Un sonrojo explota en su rostro amargado y retira su mano con velocidad,
tartamudeando torpemente incoherencias. Riko supone que intenta disculparse,
aunque no hay una razón para hacerlo, ¿cierto? Tan solo le ha tocado el
cabello.
– Hyuga-kun…
– Qué.
– Si te gusta podría dejármelo largo aún
cuando lleguemos al Campeonato Nacional.
El chico comprende el significado de aquella
frase y su corazón tamborilea a prisa. Se acomoda los anteojos y carraspea
buscando el valor para responderle lo que realmente quiere.
– En realidad me gustará como tú te sientas
cómoda. Una chica que se siente bien consigo misma es mucho más bonita que una
que busca verse bien para los demás. Y me gustas cuando eres tú sin preocuparte
por eso.
Las mejillas de Riko se sonrosaron gratamente
ante las palabras de Hyuga. Eso podía considerarse una confirmación de que ese algo de química que ha existido entre
ellos desde hace tiempo, sigue ahí; y que va mutando de modo que a ella le hace
sentir especial, y él, él se esfuerza por ser lo que una chica como Riko
seguramente merece.
…
Kagami está seguro de que a casi un mes desde
que comenzó a salir con Kuroko, algunas cosas se estaban volviendo más que
costumbres, amenas rutinas. Como pasar la noche juntos una o dos veces por
semana y despertar abrazados, enredados entre mantas tibias y sonrisas puras en
rostros adormilados con cabellos desordenados y lagañas en los ojos. Sí, era
encantador.
– Taiga, tengo hambre.
– ¿Tan temprano?
– Sí. Creo que me estás contagiando tu
apetito voraz.
– ¿¡Ah!?
– Quiero desayuno. Tengo antojo de cosas
dulces. No, mejor condimentadas. Y batido de vainilla. Quiero de todo, Taiga… –
Al pelirrojo le dio un tic nervioso. ¿Quién era este chico en su cama que
hablaba de comer todo eso? Su adorado Tetsuya apenas si mordisqueaba una
tostada con mantequilla y tomaba jugo de cítricos o leche… – Y Taiga, también
quiero…
– Cállate, Tetsuya… – El pelirrojo presionó
sus labios contra los del peliazul. A él se le antojaba devorarse su hermoso
cuerpo.
Continuará……
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