lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a Otosan. Capítulo 7


Capítulo 7. Ante antojos repentinos, besos matutinos
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Una lágrima resbaló primero, luego otra, y otra, y otra. Sakurai quería parar su llanto pero era imposible, corría como arroyo que reconoce su cauce y no se detiene ante nada. Aomine se apartó bruscamente cuando notó el sabor salado en sus labios, era mucho mejor cuando esa boca sabía a dulce o a menta, incluso cuando sabía a las especias que el castaño usaba al cocinar. Pero no a sal.

– ¿Por qué estás llorando?

– ¡Lo siento! – Sollozó y empujando el cuerpo del moreno con una fuerza que no se esperaba él mismo, consiguió apartarse del otro y salir corriendo de ahí.

Atrás dejó a un Aomine confundido, shokeado honestamente por la expresión del castaño, por las lágrimas que mojaron el lindo rostro de Sakurai. Algo se apretujó en el pecho del moreno. Cuando salió de la cabina sus pies le pesaban, se sentía aturdido y no podía comprender el por qué.


– Los sentimientos son basura... – Susurra con desdén, aprieta las manos y mira la bandeja de las fotografías. Él no depositó ninguna moneda pero, por alguna razón, había un par de tiras con fotografías de su momento (extraño) con Sakurai dentro de la cabina... – Maldito Ryo. Bastardo... – Gruñe de mal humor, molesto hasta la médula pero sin razón. Él sabe que en esta circunstancia quien debiera estar enojado debiera ser el castaño.

Aomine toma las tiras de fotos y las guarda en el bolso de su chaqueta. Debiera tirarlas o simplemente ignorarlas, pero de pronto siente que debe conservarlas y ponerlas en algún sitio seguro para que nadie más las vea. Ni siquiera Sakurai.

...

Tal vez que #2 no está para nada conforme con esta nueva situación, pero no le quedan demasiadas opciones cuando su dueño y el pelirrojo se encierran en la habitación a hacer sonidos extraños que a él le resultan indiferentes y hasta aburridos de alguna manera, vamos que es un cachorro y su instinto aún no despierta. Aún así, #2 comienza a inconformarse con la relación cada vez más estrecha de sus humanos.  Al principio el cachorro se mostraba animado por la interacción de su dueño con el pelirrojo, pero desde que el peliazul no hace otra cosa que suspirar y centrarse en el más alto, el can comienza a sentirse algo abandonado. Alguna travesura tenía que hacer para tener de nuevo la atención de su dueño, por eso es que se desliza con sigiloso andar por la estancia, busca algo que babear y mordisquear, el sofá le interesa un poco, pero tras olfatear la superficie se da cuenta de que hay un olor ahí que le gusta y se siente incapaz de hacer nada, huele a su dueño, y #2 quiere demasiado a Kuroko. Mientras #2 busca alguna travesura que efectuar, sus humanos encuentran mucho, pero mucho más entretenido deleitarse los sentidos con el reconocimiento del cuerpo ajeno.

Kuroko jadeó al sentir las manos de Kagami acariciándole los muslos. No era su intención haber llegado tan lejos, su pensamiento inicial fue simplemente dormir a lado de su novio. Gran mentira pretendiendo disfrazar su deseo inconsciente de intimar nuevamente con el pelirrojo. Es que le ponía inquieto con su forma de ser, desbocaba su corazón y ponía su cuerpo febril, sobre todo cuando le miraba con esos ojos rojos como el mismísimo fuego, cuando le besaba y usaba la lengua con descarada pasión. Kagami aprendía demasiado rápido sobre las artes del besar, ¡y encima autodidacta!

– Taiga~ – Suspira y echa la cabeza hacia atrás, sus lacios mechones  se sacuden apenas al ritmo de sus movimientos, de su respiración errática y los estremecimientos de su cuerpo febril.

Kagami besa y lame, aspira el aroma de la piel que va descubriendo. Sus manos no paran de correr por la silueta del otro, tocando aquí y allá porciones que ya conoció la noche anterior pero que hoy se sienten tan vírgenes como ayer. Siente bajo su tacto la tersura, el calor, los diminutos surcos que se forman en las coyunturas de las extremidades, bajo sus rodillas, en las ingles, en tantos sitios que el pelirrojo quería acariciar y besar con paciencia. Llega así al costado de la cadera del peliazul, desviándose hacia dentro encuentra esos pliegues entre el muslo y la pelvis, succiona un trocito de piel y escucha el jadeo descontrolado del más bajo, todo su cuerpo se sacude y él encuentra gratificante esta reacción, tuerce una sonrisa y lame deslizando la punta de la lengua cuesta abajo por todo el muslo hasta la rodilla, sus manos acarician la longitud de la pierna y termina elevándola de modo que le insta a descansar sobre su hombro y tenerle así en un ángulo que le permite una exquisita visión erótica de Kuroko.

– Tetsuya, eres tan hermoso que se siente como un sueño... – Las palabras brotan de sus labios con soltura. Como una confesión inconsciente que nace del corazón.

El peliazul sonríe con las mejillas coloradas, la vergüenza se refleja en el brillo de sus azulinas pupilas, en el sudor perlado en su cara, en la forma en que suspira el nombre de su novio y suplica de sus labios un beso dulce y apasionado que le devuelva algo de serenidad. No, jugada errónea, todos sus sentidos dieron un salto y se atontaron más bajo el dominio de aquella lengua ansiosa que recorría su interior con ávida exploración.

Kuroko ancla sus manos en la espalda de Kagami, presiona las yemas de sus dedos sobre la piel, probablemente a la altura de los omóplatos. La superficie cutánea se emblanquece ahí donde mayor presión realiza, tensión que viene de una oleada de sorpresa y placer cuando el pelirrojo toca otra zona sensible de su cuerpo. Kuroko no imaginó que fuese tan sensible, pero cada caricia de Kagami se siente como auténtico fuego al rojo vivo encendiéndole hasta la última fibra de su ser. Tiembla y se retuerce bajo el cuerpo del más alto justo en el momento en que Kagami fricciona sus caderas. El encuentro de ambas pelvis deja por consecuencia el roce de sus entrepiernas. Erecciones despiertas que vibran con cada caricia íntima, con cada beso, con cada aliento errático que muere en labios del otro.

El pelirrojo se apoya en sus rodillas, una de ellas permanece al medio de las piernas del peliazul; Kagami baja una mano por el torso de su novio, Kuroko suspira al tacto, resiente las caricias como si se trataran de toscas nubes de algodón, porque la piel del pelirrojo es áspera pero su toque sumamente delicado. Kagami se detuvo en el pecho, sus dedos pellizcaron suavemente un botón rosado, Kuroko jadeó alterado y su novio aprovechó aquello para atacar. Su boca cayó sobre el otro pezón succionando suavemente, lamiendo con paciencia alrededor, golpeteando el botón erecto con la punta de su lengua, tironeando con sus dientes sin ejercer más presión que un suave juego sensual.

– Ahh~ Taiga~ – Kuroko se revolvió con más fuerza, notando esos temblorcitos en su cuerpo que vienen causa de las oleadas de placer.

– Cada centímetro de ti es exquisito, Tetsuya… – Kagami promete y desliza entonces sus labios por el centro del blanquecino pecho hasta llegar al ombligo.

Aquella parte de la anatomía del peliazul se transforma en su siguiente punto de descanso. Explora alrededor y vuelve sobre el mismo sitio, llega tan lejos que sus labios humedecen páramos en los costados, cerca de la cadera, donde los huesos pélvicos se le antojan para mordisquear y succionar, para dejar la marca de su deseo. Kagami no se detiene, los jadeos de Kuroko finalmente mutan a gemidos de auténtico placer, una hermosa sinfonía de sonidos que hacen temblar su corazón y vibran en su cuerpo como si fueran retazos del paraíso.

– Taiga… Taiga por favor… – Gimotea al sentir ese dolorcito en su pene. Kuroko se acaricia a sí mismo mientras sus grandes ojos azules miran directo a los rojo fuego de su novio; Kagami siente una punzada en el bajo vientre, su novio es demasiado sensual para su salud física y mental. Oh mierda sí que lo es… – Métela ya

– ¡Mierda! ¡No lo digas así, maldición Tetsuya! – Blasfema enrojeciendo furiosamente. Kagami presiente que es lo que su novio buscaba, sabe que a Kuroko le fascina avergonzarle. Y cómo no avergonzarse cuando el peliazul se toca tan descaradamente, abre sus piernas y le muestra aquella parte de su anatomía tan estrechamente enloquecedora… – Tú en serio eres un caso, Tetsuya.

Kagami gruñe con voz ronca, sujeta las piernas de su novio y las apoya en sus propios hombros. La cadera de Kuroko se eleva, el falo erecto sigue ahí, esplendoroso y rebosante de excitación, mimado en la delicada mano del más bajo quien continúa autocomplaciéndose bajo la atenta mirada de su novio. Kagami nota otro pinchazo y su miembro se llena de entusiasmo, una fogosidad que a él le palpita incómoda entre las piernas, reclamando atención; no, más que eso, la estrecha cavidad que tanto placer le otorga.

La lengua del pelirrojo lame entonces la pierna a su lado izquierdo, traza un camino húmedo hasta que llega a la rodilla, en el movimiento de su cuerpo es inevitable que su pelvis tope contra el trasero del peliazul. Ambos jadean al contacto y deseosos deciden continuar. Kagami se inclina besando brevemente los labios de Kuroko, mordiéndolos y lamiéndolos con cariño; luego desciende de nuevo hasta la pelvis, su nariz aguileña roza el tronco de su novio aspirando su aroma.

– Ngh no… no hagas eso, Taiga, es vergonzoso.

– Y tú me hablas de vergüenzas a mí.

Kagami sonríe, casi como si aquel gesto suyo haya sido una revancha por la cantidad de ocasiones en que él ha sido quien se muere de pena frente a su novio. Además, honestamente le ha gustado aquel olor, el sexo de Kuroko despide un aroma agridulce que se le antoja de sobremanera, pero no se siente listo para tragar el pene de su novio, así que lame furtivamente la base pero lleva su lengua juguetona hasta la intimidad del peliazul. Los gemidos de Kuroko resuenan en la habitación, Kagami lame alrededor del anillo y sobre éste, dejando tanta saliva como le es posible; al mismo tiempo el peliazul ha tomado una de sus manos, lamiendo y ensalivando tres de sus dígitos, el pelirrojo siente pinchazo tras pinchazo en su pene, demasiado ansioso. Pero tiene que ser paciente, por eso se toma el tiempo debido para prepararle, para presionar uno a uno sus tres dedos en aquel anillo de carne caliente y rugosa que se va expandiendo lentamente hasta albergar por completo sus falanges.

– Ahh~ hazlo ya, Taiga.

– Ya voy, estoy tan ansioso como tú, Tetsuya.

Kuroko ha parado de masturbarse prácticamente desde que Kagami comenzó a tocarle ahí. Y ahora mientras el pelirrojo se acomoda entre sus piernas perfilando su virilidad entre sus glúteos, aferrarse a los fuertes brazos es su última alternativa para no perder el mundo de foco y correrse como auténtico crío –lo cual por cierto de hecho es–. Ambos gimen, Kagami penetra lentamente, sintiendo segundo a segundo cómo su caliente extensión gana terreno en la apretada cavidad de Kuroko, la forma en que sus paredes le comprimen amenazan con exprimir hasta la última gota de su esencia rápidamente, y entonces él se ve obligado a entrecerrar los ojos, inclinar el cuerpo y apresar el de su novio contra el colchón. Las piernas de Kuroko se han deslizado de los hombros de Kagami a su cintura, aferrándose a él con fuerza.

– Dios, se siente tan delicioso, Tetsuya… – Kagami sincera y besa la sien de su novio. Luego la frente, sus mejillas y finalmente sus labios.

– ¿Te gusta estar dentro de mí, Taiga?

– Me encanta. Me fascina ser uno contigo.

– Tan lindo… – Kuroko enmarca el rostro de su novio con las manos y besa dulcemente sus labios febriles llevándose en su aliento la réplica que estaba por evocar su boca.

El vaivén comienza minutos después, con suave cadencia el movimiento adelante y atrás. Kagami se desliza dentro con sutileza, y recula con suavidad atesorando cada roce; Kuroko gime para él, le mira directo a los ojos y le acaricia cada parte de su cuerpo a su alcance, tirando de su nuca para tenerle cerca y fusionar sus labios en besos cortos pero profundos. Así hasta que por naturaleza el ritmo aumenta y las estocadas de Kagami son más profundas y rápidas, hay frenesí en sus movimientos. En sus ganas de llenarlo de sí. Kuroko responde con pasión, siguiendo el ritmo de sus embestidas, agitando las caderas y recompensando su paciente cariño con más amor.

Más tarde el orgasmo llega inevitablemente, sus esencias se liberan en medio de un sonoro gemido fusionando el éxtasis de los dos. Ambos tiemblan y se sienten agotados, el pelirrojo sale despacio del interior de su novio, mimándole al rodar a un lado para no aplastarle con su peso. Pero apenas unos instantes después escucha el gruñir del can y algunos sonidos que hacen sospechar a ambos adolescentes de las actividades del cachorro.

– Espera aquí… – Kagami abandona el lecho y sale a la estancia, apenas abre la luz ve a #2 mordisqueando uno de sus tenis Jordan… – ¡Qué demonios estás haciendo 2! – El pelirrojo bramó y al instante salió disparado hacia el can.

#2 ladra y corre, es ágil y pequeño puede meterse debajo de los pocos muebles para escapar. Kagami termina dando vueltas por toda su estancia tratando de darle alcance al tierno cachorro. Kuroko se ha levantado –con un poco de dificultad que le flaqueaban las piernas y le dolía el trasero–, a falta de otra prenda se ha colocado la sudadera del uniforme de su novio, le queda enorme por todas partes, pero al mismo tiempo le hace lucir sensual e inocente, con sus largas piernas desnudas y el pelo revuelto. El más bajo sonríe al ver la escena, es como para grabarlo y mostrarle después lo lindo que se ve corriendo por toda la sala al desnudo, gritando y dándose más de un golpe contra el piso o su propio mobiliario. #2 esa vez la ha hecho grande, ha babeado y maltratado los tenis favoritos –y prácticamente únicos– de Kagami. Se ha vengado finalmente, ha efectuado su travesura para reclamar una atención que aquellos dos le han negado.

– ¡Te tengo! – El pelirrojo exclama victorioso, pero #2 no está dispuesto a perder, así que le lame la cara y provoca en el humano la reacción que esperaba… – ¡Argh, maldición! – Kagami farfulla rojo de ira, detesta los canes, pero más detesta que el condenado cachorro haya babeado su cara como si nada.

Kuroko ríe divertido, y su risa inunda toda la casa con un vibrar sinigual. Kagami es atraído por aquel sonido y al captar con sus ojos rojos la silueta de su novio, se queda anonadado en su belleza. Traga hondo y reprime una maldición al notar la forma tan veloz con que su cuerpo reacciona.

– Oh… – El peliazul deja de reír repentinamente, aprieta las piernas y se sonroja… – Taiga, tu semen está saliendo de mí… – Un lindo pucherito se abre camino en los labios del más bajo.

Kagami se da un golpe en la cabeza. Este chico le volverá loco. Demasiado sincero, demasiado hermoso. Avanza a pasos gigantes hacia Kuroko y cargándole en brazos le lleva al cuarto de baño. Habrá que tomar una ducha caliente. No, mejor fría, al menos para él. O terminará embistiéndole contra el muro de azulejo.

...

Kiyoshi se ha ido a la cama con esa sonrisa bobalicona bien pintada en sus labios. Izuki ha aceptado cenar con él la noche siguiente. Tenían una cita. La felicidad que sentía era tal, que juraría se le desbordaba en el pecho. No dormiría, tenía que pensar detenidamente cómo hacer de aquella noche, un momento inolvidable para Izuki, que sintiera cuánto le gusta de verdad.

– Tendrá que ser algo discreto. No quiero incomodarlo en un lugar público, y tampoco es que pueda darme el lujo de encontrar un sitio privado.

El chico corazón de hierro meditaba. Sus padres siempre estaban en casa cuando él volvía de las prácticas, así que descartaba totalmente cualquier sorpresa en su hogar. Salir al cine tenía que ser parte de las actividades, luego a cenar en alguno de esos restaurantes en los que solían pasar cuando comían todos fuera. Tal vez podrían salir a caminar por ahí en algún parque, observar la luna y las estrellas sentados en una banca, o escondidos bajo las ramas de algún árbol con las manos entrelazadas.

La sonrisa de idiota enamorado ocupó la expresión del muchacho, sus mejillas ruborizadas y sus pupilas radiantes manifestaban toda la ilusión que pensar en aquel plan le provocaba. Kiyoshi realmente esperaba que todo le resultara, Izuki le gustaba. Claro que lo hacía. Su sentimiento era tan honesto como cada uno de los latidos rítmicos que le palpitaban contra el pecho cuando pensaba en él.

...

Kasamatsu se pregunta cómo es que han terminado así. En un hotel lejos de su casa o la del rubio, haciendo cosas de adultos sin tener en cuenta toda esa letanía de valores morales que debieran reprimir sus deseos. Sin embargo, cómo negarse a las insinuaciones de Kise cuando su anatomía se le pegó tan descaradamente en el metro atestado de personas, con su aliento golpeándole en el cuello o sus manos aferrándose a su cintura de manera que el roce disparó el calor de sus hormonas. Cómo decir “no” cuando Kise le había susurrado tan sugestivamente aquella propuesta indecorosa.

Vamos a algún sitio, Yukio. Quiero hacerlo contigo, quiero entregarme a ti.

Sí, era imposible negarse.

Sin embargo, lo que ninguno estaba contemplando eran las consecuencias que vendrían después de aquel dejarse llevar.

Las sorpresas del destino son tan variadas y misteriosas.

...

Midorima piensa que no es sencillo. Se pregunta cuál es el motivo real por el cual se niega a aceptar los sentimientos de Takao. No tiene qué ver necesariamente con el hecho de que sean varones. Es algo más que eso, miedo quizá. Miedo a todo. A ese universo de posibilidades, los astros no mienten –casi nunca según su experiencia de toda una vida– y él les tiene mucha, pero mucha confianza. Pero luego está ahí el hecho de que ha sido culpa de la suerte el que esté tan liado. Porque su horóscopo había predicho sorpresas en el amor, y resultaba que Takao se acababa de confesar, de la forma más burda y todo, pero lo había hecho y es todo cuanto debe contar ahora. Y…

– ¡Maldición! ¡Estúpido Takao! – El peliverde se frustra, enreda sus dedos en su propio cabello y resopla sintiéndose entre la espada y la pared.

...

Hyuga no era para nada expresivo, no de sentimientos como éste. Se considera bastante torpe e insulso, capaz de meter las cuatro incluso sin llegar a decir una palabra, sus actos decían por él suficiente. Riko lo sabe, y se lo perdona. Porque le conoce de toda una vida -y si se pone en plan romántico, tal vez incluso en otras vidas, quizá que con ellos funcionaba eso del karma-; le sabe sus manías y sus miedos, sus puntos débiles y los fuertes. Riko sabe de Hyuga tanto que a veces le asusta, porque ve venir sus acciones antes de que las piense siquiera.

– Estamos haciendo algo así como historia en Seirin, ¿no es así, Riko?

– Sí… – La castaña se limita a responder. El viento sopla y mece sus mechones algo más largos, las puntas le hacen cosquillas en el cuello y le hace suspirar. Tal vez no es mala idea usarlo largo, pero sigue pareciéndole más cómodo y adecuado para su personalidad traerlo corto. Extraña su melena.

– Se te ve bien.

– ¿Eh?

– Tu cabello. Luce bien así… – Hyuga dice con soltura, y cuando se percata, su mano ya ha acomodado un mechón tras la oreja femenina.

Un sonrojo explota en su rostro amargado y retira su mano con velocidad, tartamudeando torpemente incoherencias. Riko supone que intenta disculparse, aunque no hay una razón para hacerlo, ¿cierto? Tan solo le ha tocado el cabello.

– Hyuga-kun…

– Qué.

– Si te gusta podría dejármelo largo aún cuando lleguemos al Campeonato Nacional.

El chico comprende el significado de aquella frase y su corazón tamborilea a prisa. Se acomoda los anteojos y carraspea buscando el valor para responderle lo que realmente quiere.

– En realidad me gustará como tú te sientas cómoda. Una chica que se siente bien consigo misma es mucho más bonita que una que busca verse bien para los demás. Y me gustas cuando eres tú sin preocuparte por eso.

Las mejillas de Riko se sonrosaron gratamente ante las palabras de Hyuga. Eso podía considerarse una confirmación de que ese algo de química que ha existido entre ellos desde hace tiempo, sigue ahí; y que va mutando de modo que a ella le hace sentir especial, y él, él se esfuerza por ser lo que una chica como Riko seguramente merece.


Kagami está seguro de que a casi un mes desde que comenzó a salir con Kuroko, algunas cosas se estaban volviendo más que costumbres, amenas rutinas. Como pasar la noche juntos una o dos veces por semana y despertar abrazados, enredados entre mantas tibias y sonrisas puras en rostros adormilados con cabellos desordenados y lagañas en los ojos. Sí, era encantador.

– Taiga, tengo hambre.

– ¿Tan temprano?

– Sí. Creo que me estás contagiando tu apetito voraz.

– ¿¡Ah!?

– Quiero desayuno. Tengo antojo de cosas dulces. No, mejor condimentadas. Y batido de vainilla. Quiero de todo, Taiga… – Al pelirrojo le dio un tic nervioso. ¿Quién era este chico en su cama que hablaba de comer todo eso? Su adorado Tetsuya apenas si mordisqueaba una tostada con mantequilla y tomaba jugo de cítricos o leche… – Y Taiga, también quiero…

– Cállate, Tetsuya… – El pelirrojo presionó sus labios contra los del peliazul. A él se le antojaba devorarse su hermoso cuerpo.

Continuará……

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