lunes, 16 de julio de 2018

Entrenando a otosan. Capítulo 21.


Capítulo 21. De padres singulares y una epidemia de bodas
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Con la mano de Kuroko bien afianzada a su muñeca y sus ojos azul océano exigiéndole una respuesta, Kagami no tuvo opción de escape esa vez. No había salida, tendría que comenzar a sincerarse de una vez por todas. Carraspeó nerviosamente un par de veces antes que atreverse en dejar que sus ojos rojos siguieran la mirada azulina de su novio.

– Vamos a sentarnos y hablar, Tetsuya… – El pelirrojo dijo con algo de esa torpeza que le caracteriza. Su seriedad sin embargo le clavó una punzada de miedo al peliazul, algo en la mirada de su novio le hizo sentir asustado de lo que tuviera por decirle… – Hey, Tetsuya, no pongas esa expresión.

– ¿Vas a decirme algo malo?


– ¿Qué? ¡No! Tetsuya no comiences a hacerte ideas raras, no se trata de nada malo. Solo es algo que me pone nervioso y… – Aclaró nuevamente la garganta y soltó el aire lentamente, sus pulmones se sintieron casi como si les estuviese dejando tomar dosis de oxígeno con naturalidad y no a base de tensión… – Lo que quiero decirte es algo muy importante, pero sé que lo haré mal. Ya lo estoy haciendo mal de hecho… – Murmuró evadiendo avergonzado la mirada. Lo pensaba y se convencía a sí mismo de que toda probabilidad de romanticismo se había ido al caño. Ni todas esas películas cursis que miró a escondidas de Kuroko para planear este momento.

– Taiga… – El peliazul suavizó la expresión y le sonrió comprensivo. Luego ambos se sentaron en la cómoda silla colgante que se encuentra en el cobertizo de la cabaña… – Ve por esa frazada y vuelve aquí para que hablemos tranquilamente.

Kagami asintió, besando suavemente los labios de Kuroko y apresurándose al interior por aquella frazada que debía opacar el frescor de la noche. El peliazul cubrió su tripa con las manos, sonriendo contento al sentir aquellos ligeros movimientos en su interior. A su pequeño bebé parecía encantarle moverse de noche, porque venía haciendo eso desde hace un par de semanas, tanto que había ocasiones en que no conseguía pegar ojo hasta que Kagami le acunaba la tripa con sus grandes manos y tarareaba canciones de cuna. A su bebé le gustaba dormir con el canto ronco y desafinado pero muy dulce de su padre.

– Aquí tienes, Tetsuya… – La frazada cayó sobre su tripa, y un chal tejido sobre sus hombros cubriéndole la espalda, el pelirrojo luego se sentó a su lado mirándole de reojo todavía con nervios.

– ¿Y bien?

– Esto…

– Taiga, solo dilo. ¿Acaso no me tienes confianza?

– Esto no es necesariamente sobre confianza, quiero decir sí tiene que ver la confianza en todo esto pero no es exactamente eso y… ¡Argh! – El pelirrojo revolvió su cabello con frustración. Se estaba liando con las palabras y no estaba avanzando nada en lo que era realmente importante… – Joder, por qué es tan complicado.

– Probablemente porque no estás seguro de lo que quieres decirme… – El peliazul aventuró con tranquilidad. No es que le preocupase nada ahora, porque confía y cree en su novio, y Kagami ha dicho que no se trata de nada malo… – Tal vez solo no sea el momento para que me lo digas, no tienes que presionarte con eso, Taiga.

– Es que yo, quiero decírtelo desde hace un tiempo Tetsuya. Incluso planeé este viaje para eso. Pero al mismo tiempo me pongo muy nervioso y todo en mi cabeza se revuelve que soy incapaz de decirlo. Y quería que fuera romántico además, claramente el romanticismo se fue a la borda desde que estábamos en el lago más temprano.

– Taiga, no seas tan duro contigo mismo… – Kuroko posó una mano sobre la mejilla tostada del pelirrojo, sonriéndole con tal suavidad y cariño que hizo sentir a su novio más relajado con su toque, con su mirada, con su forma de amarle…

– Tetsuya, cómo es que eres tú quien me hace sentir seguro en momentos como éste. Debería ser yo el que no titubeé en nada tratándose de nosotros.

– Somos novios, lo normal es que nos apoyemos mutuamente, no importa en qué momento siempre que el otro necesite seguridad, ¿no lo crees así, Taiga?

Rojo contra azul se encontraron entonces en una maravillosa combinación de expresiones. El reflejo de todos los sentimientos ocultos en aquellas ventanas del alma les hicieron vibrar de pies a cabeza con una sensación única e indescriptible. Se trataba del amor, y fue justo en aquel instante en que Kagami supo que incluso si buscara la atmósfera más romántica posible, nada equipararía este momento, cuando se siente tan conectado con su amado peliazul.

– Kuroko Tetsuya, Te Amo con todo mi ser. Eres mi primer amor, eres la persona que ha conseguido sacar de mí lo mejor que tengo para dar, y eres quien me ha enseñado a confiar en los demás, a superarme no solamente por mí, sino también por nuestros amigos, por ti, por nuestro bebé. Eres, como la brújula que guía mi vida, y sé que sin ti estaría perdido, por eso quiero ser el mejor para ti también, quiero darte todo lo que necesites, hacerte feliz todos los días, equivocarme lo menos posible porque sé que no podré evitarlo, pero cuando lo haga, saber enmendar esos errores. Quiero, toda una vida contigo, no solo como tu novio, sino como… tu esposo… – En ese instante Kagami sacó una cajita color blanca, Kuroko abrió sus ojos de par en par, sabía lo que contendría aquel objeto… – ¿Te casarías conmigo, Kuroko Tetsuya?

– ¡S-sí! – Kuroko aceptó con lágrimas en los ojos.

– Lloras de felicidad, ¿verdad? – El pelirrojo sonrió cariñoso, limpiando con su pulgar ese río de agua salada que mojaba las pálidas mejillas de su novio.

– Claro que sí. Kagami Taiga, me haces tan feliz desde que entraste en mi vida. Enamorarme de ti era inevitable, que tú lo hicieras de mí fue el más hermoso de los sueños hecho realidad… – Murmuró entre suaves hipidos de llanto, dejándose mimar por esos dedos toscos que limpiaban con delicadeza sus lágrimas… – Te Amo, Taiga.

– Yo Te Amo más, Tetsuya. Gracias, por todo lo que me das. Por nuestra familia… – Ahí, el pelirrojo finalmente sacó el anillo de la cajita blanca, deslizó la sencilla argolla dorada en el dedo anular de su novio y le vio sonreír emocionado, con sus mejillas ganando un tono carmín que le hacía lucir simplemente hermoso.

– Haces realidad incluso los sueños que no tuve, porque haces cada momento juntos más perfecto que el anterior, Taiga.

– Eso, no es así. Lo que hace perfecto lo nuestro, es el toque que tú le pones a nuestra relación, Tetsuya. Es el amor que crece cada día entre nosotros.

Se sonrieron completamente enamorados y luego unieron sus bocas con dulzura, un beso lento, probándose uno a uno los labios con paciencia, como si fuese la primera vez que explorarán aquellos carnosos pliegues ajenos que encajan como un puzle. Armonizando cada movimiento y transformando aquel beso en una muestra de amor sin reservas, permitiendo que emergiera la pasión y se entregara sin reservas, enredando sus lenguas con parsimonia, compartiendo la saliva y las ganas de decirse más que mil palabras con un solo beso.

– Taiga, hagamos el amor.

– No podemos, Tetsuya, ¿recuerdas lo que dijo el doctor?

– Puedes ser muy cuidadoso.

– Aún así, ya estás con poco más de ocho meses de gestación. Qué tal que es malo para el bebé.

– ¿Acaso no quieres? ¿No me deseas?

– No te quiero, Te Amo; eso quedó claro hace un minuto. Y no es que no te desee, como sigas toqueteándome como lo estás haciendo me empalmo y luego tendré que bajarlo a base de agua fría, Tetsuya; solamente quiero hacer caso de las recomendaciones del doctor y esperar.

El peliazul hizo un gracioso mohín de disgusto, frunció los labios y le volteó la cara. El pelirrojo resopló agitando el flequillo sobre su frente, los mechones rojizos se desordenaron apenas un poco pero luego terminaron hechos una maraña cuando el muchacho los revolvió con su mano. Estaba considerando la posibilidad de complacer a su novio.

– Es injusto que me pongas en estos dilemas, Tetsuya.

– Lo es más que no quieras hacerme el amor, Taiga.

– Es por lo que dijo el doctor…

– Creo que conozco lo suficiente mi cuerpo como para saber si puedo soportar tu pasión, además el doctor solo dijo que evitáramos tener mucha actividad sexual, pero no nos prohibió literalmente hacerlo.

Kuroko hizo un puchero gracioso, Kagami suspiró y se peinó los mechones hacia atrás. En realidad era él quien tenía un poco de miedo, quizá lastimaba a su prometido –esa palabra sonaba preciosa en su mente, por cierto–, o hacía algo que pusiera en riesgo a su bebé. Sin embargo, algo que también caracterizaba a Kagami era su valor para enfrentar sus miedos.

– Está bien. Pero, lo haremos despacio. Y debes prometer decirme si te incomodas o duele, o si algo va diferente.

– ¡Vamos! – El peliazul exclamó casi con desinterés, pero sus ojos azul océano resplandecieron más que emocionados. Kagami le cargó en brazos, Kuroko se sonrojó al instante… – Taiga, peso mucho más ahora, no vayas a lastimarte.

– Soy fuerte, no pasa nada si te cargo así… – Sonrió alcanzando a besarle la punta de la nariz, el peliazul sonrió avergonzado.

Al llegar a la habitación, Kuroko admiró con cariño la paciencia con que Kagami le desnudó apartando una a una sus prendas. Luego se deleitó la mirada con la forma tan sexy en que el pelirrojo se desvistió para él. Aunque ninguno estaba particularmente encendido, bastaba con mirarse así para que poco a poco la excitación se hiciera presente. Los besos comenzaron pausados, largos y profundos, acompañados por caricias confiadas que vagaban por la anatomía del otro sin ninguna prisa. Se exploraban como si el cuerpo pegado al suyo fuera un terreno virgen.

– Taiga… – El más bajo jadeó, la mano de su prometido le acariciaba los muslos mientras su boca lamía la parte interna de su pelvis.

– No te alteres demasiado, piensa en nuestro bebé, Tetsuya.

Cuando el peliazul le escuchó decir aquello estuvo tentado de maldecir por lo bajo y reírse. Su querido novio sí que pensaba en todo, pero lo que era él, honestamente duda estar lo suficientemente cuerdo en unos minutos como para evitar alterarse, sobre todo si Kagami sigue mimándole de aquella manera.

El pelirrojo se tomó el tiempo del mundo para besar y acariciar el cuerpo de Kuroko, la sensibilidad del peliazul estaba ahí a flor de piel, haciéndole estremecer indiscutiblemente cada que su prometido respiraba siquiera contra cualquier páramo de su anatomía. Cuando las atenciones se centraron en su entrepierna, Kuroko no pudo evitar gemir más alto y pedir por más, le gustaba mucho la sensación húmeda de la boca del pelirrojo subiendo y bajando por su extensión. Y cuando derramó su semilla sin haber podido controlar que explotara su excitación, murmuró disculpas sumamente avergonzado, no solo por saber que su semen había terminado en la boca de Kagami, sino también porque el orgasmo le había tomado por sorpresa incluso a él.

– Estoy sensible.

– Me gustas sensible.

Otro par de sonrisas brotaron en el ambiente, las miradas enamoradas se encontraban cada segundo y las ganas de unirse crecían a cada minuto. Kuroko se sentó en la cama, Kagami lo hizo detrás de él, así podían continuar con los besos y las caricias sin que su espalda sufriera los estragos del peso de su abultado vientre. Además, en aquella postura también le resultaba relativamente sencillo colar su mano hacia atrás ente sus cuerpos para acariciar la virilidad de Kagami y sentir cómo aquel trozo de carne caliente crecía a su límite entre su mano.

– Voy a prepararte, necesito que te recuestes de lado, Tetsuya.

El peliazul obedeció algo reticente, quería seguir acariciando el tronco de su novio, pero también era verdad que le necesitaba de aquella manera. Se acostó de lado, Kagami le imitó por lo que parecían un par de cucharas pegadas, sus anatomías encajaban perfecto. El pelirrojo besó sus hombros y su cuello, respiró laboriosamente contra su nuca y susurró en su oído todas esas palabras de amor que tanto le gustaban al peliazul. En aquella nueva postura Kagami dilató la entrada de Kuroko, usaron entonces lubricante porque la saliva ya no era suficiente y ambos eran mucho más cuidadosos que nunca.

Una vez los dígitos de Kagami entraban y salían fácilmente de la estrecha cavidad, los sustituyó por su erección, Kuroko cerró los ojos por inercia al sentir aquel falo enterrarse en su intimidad.

– Ahh~ – Gimotearon juntos, uno más ronco que el otro, ambos extasiados de placer por la unión.

– ¿Estás bien?

– Perfecto, no te detengas.

Kagami abrazó suavemente la cadera de Kuroko, rozando dulcemente su vientre abultado, entonces comenzó a moverse lentamente, agitando su pelvis adelante y atrás chocando la cadera del peliazul, penetrando con suavidad, no tocando tan profundo pero notando cómo aquellas estocadas parecían extasiar a su prometido pues sus gemidos eran cada vez más altos y ladinos, exquisito sonido de placer para sus oídos.

El vaivén de caderas continuó así durante minutos, ese hacer el amor con paciencia podría parecer aburrido para cualquier pareja que busca expresar la salvaje pasión de su romance, pero para ellos, en aquella etapa de sus vidas, tan conscientes de su amor, era sencillamente ideal. Placentero y glorioso, lleno de una pasión más allá de las hormonas o la lujuria, como estar en el paraíso sin alcanzar el orgasmo aún siquiera.


#2 ya no era un cachorrito pequeño como hace un año que Kuroko lo encontró por azares del destino luego de un partido de baloncesto. No, el peludo can ya no era un cachorro, pero se comportaba como uno de muchas maneras, aunque ya estaba más grande y costaba un poco conseguir que se quedara quieto puesto que aún corría detrás de los pájaros o simplemente siguiendo cualquier cosa que llamara su atención. Por eso, cuando Kuroko alcanzó el primer trimestre de embarazo todos en Seirin tomaron una decisión, turnarse el cuidado de #2 para evitar que en su estado Kuroko tomara toda la responsabilidad, y sabiendo de antemano que aunque Kagami ya toleraba la cercanía y hasta el contacto con el can, no tendría tiempo para cuidarle cuando obviamente priorizaría los cuidados sobre su novio.

De esa manera #2 se convirtió en un can mimado por todos. Porque cuando no estaba en casa de los Sres. Kuroko, pasaba semanas donde alguno de los chicos del equipo, a quienes el perro apreciaba como si fueran sus dueños también. Los primeros en cuidarle fueron los de primer año, luego estuvo un tiempo con Hyuga, pero no completó siquiera una semana porque con su carácter apenas si era capaz de cubrir los requerimientos básicos del can como hacer sus necesidades por la noche y a temprana hora; y sus padres no eran precisamente amantes de las mascotas. Así que #2 pronto fue a casa de Izuki, pero entonces pasó aquel malentendido y su estado de ánimo no era el adecuado para que recordara al menos llevar a #2 consigo a la escuela, menos dejarle alimento, su mamá al principio se hizo cargo, pero luego prefirió mandar al can con los Sres. Kuroko.

Más tarde, cuando Izuki y Kiyoshi se reconciliaron, #2 estuvo cerca de un mes con el can en casa, a sus abuelos les gustaba jugar con el can, pero de pronto un día #2 se mimó con Mitobe, y era día que no le soltaba. Así que podría decirse que hace semanas enteras que el cachorro no tan cachorro vive en casa del pívot. Lo que nos lleva a otro asunto, la repentina fricción entre Koganei y #2.

– Tengo la impresión de que ahora actúan como si fueran perro y gato… – Hyuga dijo con tono enfadado y una venita palpitándole en la sien.

Aunque esa tarde se han reunido en un parque deportivo cercano a la casa de Kagami para facilitar la presencia de los próximos padres a estrenarse, lejos de tranquilidad y algunas cascaritas relajadas, la reunión se había convertido en un caos, como siempre. Koganei peleando con #2 porque el can pasa pegado a Mitobe exigiéndole mimitos, y el pívot no es que tenga empeño en negarle nada –en realidad le está divirtiendo ver a su minino celoso por el can–.

– #2 es un perro, Hyuga… – Kiyoshi dijo con ese humor tan suyo, como si realmente actuara con cierta inocencia, pero tomando ventaja de lo obviamente ridículo del rumbo de la conversación.

– Y Koganei es un gatito, es el minino de Mitobe-kun… – Izuki dijo con picardía, viendo al pívot avergonzarse por la implicación de sus palabras.

– ¡Claro que lo soy! ¡Por eso, #2 deja de estar todo el tiempo tras mi Rinnosuke! – Exclamó rojo de las orejas, tirando del can sin conseguir sacarle del regazo de su novio… – ¡Ayuda un poco, Mitobe idiota!

El pívot ladeó el rostro sintiendo una gota de sudor correrle por la quijada. Su novio se estaba frustrando de verdad. Entonces Kuroko soltó un suspiro, así como cuando intervenía para evitar que Kagami hiciera alguna tontería.

– Tetsu, ven aquí muchacho… – El peliazul palmeó su rodilla y el can inmediatamente corrió a su lado, agitando la esponjosa cola con efusión y ladrando como si estuviera riendo. El pelirrojo miró atento, por si el can en su emoción saltaba sobre su novio… – Oye, deja de molestar a Koganei-kun, sé buen chico.

#2 ladró y volteó a mirar a la pareja, Koganei estaba ahora en el lugar en que él permaneció por minutos, el minino frotaba su mejilla contra la de Mitobe, ronroneando como un gatito feliz de estar con su amo. Hyuga se golpeó la frente, Riko reía a su lado y le molestaba diciéndole que si #2 quisiera solo su atención, seguro que él actuaría igual; el Capitán alegaba no ser para nada así de celoso, pero en su mente al imaginarlo él también peleaba con #2. Izuki y Kiyoshi reían divertidos con la escena de sus amigos, el corazón de hierro no dejaba de acunar la tripa de su novio mientras aguardaban por el momento de retomar el partido tres contra tres que se supone habían estado jugando.


Cuando Midorima supo que Kise se casaría dentro de unos meses, algo comenzó a molestarle. Un par de días más tarde se enteró también de la boda de Kuroko, sería después del nacimiento de su bebé según planeaban el peliazul y Kagami. En su última conversación con Kise se enteró a través de él de que al parecer Aomine contemplaba la posibilidad de casarse con Sakurai después.

– ¿Acaso todos piensan casarse tan jóvenes? – El peliverde dijo para sí, ajustando sus anteojos mientras el balón que acabara de lanzar caía limpiamente en el aro al otro extremo de la cancha.

– ¿En qué estás pensando, Shin-chan?

– No molestes, Takao… – Le respondió de mala gana. Avergonzado en realidad, tocar aquel tema con el pelinegro le parecía de cierta manera, riesgoso.

– Si solo te hice una pregunta, Shin-chan… – Dijo frunciendo el ceño, cruzándose de brazos con un dejo de molestia y aburrimiento, ya todos se habían ido pero su novio había decidido continuar practicando… – Como si no fueran perfectos sus tiros, o si su resistencia no fuera suficiente ya para enfrentar incluso a Kagami. – Pensó ligeramente decepcionado de que su novio ya no le hubiese dicho nada y simplemente continuara lanzando balones al aro.

¿Será porque sus novios serán “mamás”? Es decir, si Takao se embarazara, ¿eso me haría tomar la precipitada decisión de casarme con él? No, si decidiera casarme con Kazunari, me gustaría hacerlo porque quiero, no por una “circunstancia inesperada”. De todas maneras, por qué estoy pensando tanto en esto, no he dejado de hacerlo desde que el idiota de Kise me llamó y a los gritos me contó la gran noticia de que se casaría con Kasamatsu en unos meses.

Midorima continuaba pensando, drenándose el cerebro con un tema que en realidad era claro para su corazón. Porque no era que Kagami y Kasamatsu hayan decidido casarse con sus respectivos novios solo porque vayan a ser padres; tampoco es que Aomine lo tenga en cuenta por aquella misma razón. Tomar la decisión de casarse, incluso si aún ni siquiera son adultos, tenía que ver con madurez, con sentimientos claros, también con ilusiones y sueños para el futuro.

– Shin-chan, ¿algún día haremos vida juntos como nuestros amigos?

Takao preguntó, siempre tan repentino y molesto, con una espontaneidad natural que desquiciaba a Midorima, pero que al mismo tiempo le gustaba. Sin embargo en aquel momento escuchar esa pregunta había hecho fallar un tiro al ojiverde, tensarse y voltear con la mirada desorbitada hacia el pelinegro.


Izuki sonrió radiante, Kiyoshi le ha llevado a comprar ropa para su bebé. Y ya en el camino se habían encontrado con otras tiendas departamentales en el centro comercial, una de ellas era de ropa interior para mujeres, pero aquello le hizo pensar en su estado. En uno de los estantes había ropa interior para embarazadas, los maniquíes lucían sexys en aquellos conjuntos y con una tripa de embarazo que lucía como la suya.

– Teppei…

– ¿Qué sucede?

– Cuando una mujer embarazada piensa que debe lucir sexy para su pareja porque no quiere dejar de resultar atractiva ella puede comprar ropa interior como esa, ¿verdad?

– S-supongo…

– Pero cuando un chico embarazado como yo se preocupa por dejar de resultar atractivo para su novio, ¿qué ropa debería usar? No es como si existiera gran variedad en ropa interior para varones, mucho menos embarazados, eso ni siquiera debe existir en realidad. ¡Y no es que esté pensando en usar ropa de mujer! – Exclamó al final elevando un poco la voz y llamando temporalmente la atención de propios y extraños.

– No pensé para nada eso en absoluto… – Kiyoshi aclaró, sonrojándose involuntariamente cuando un pensamiento se formó en su mente sin su consentimiento. No es que tenga interés alguno por ver a Izuki con ropa femenina, pero realmente piensa que se vería lindo… – Pero Shun, no sé por qué te lías con eso, tú estás más bello cada día, el embarazo tiene ese efecto.

– Lo dices solo para consolarme.

– Sabes que no. Porque soy la peor persona sobre la faz de la tierra para mentir, carezco de esa habilidad. Realmente te encuentro atractivo y deseable con tu pancita y todo… – El corazón de hierro abrazó a su novio acariciándole suavemente la tripa, besándole las mejillas y castamente los labios. Su bebé entonces pateó… – ¿Ves? Está de acuerdo conmigo.

– Ustedes dos, hacen mi vida demasiado hermosa… – El chico ojo de águila sonrió con las mejillas moteadas de rubor.

– Shun, ¿vamos a perdernos por ahí? Pensar en ti y hablar de esto me ha provocado un problema.

– Pervertido.

– Te Amo.


Continuará……

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