Capítulo 13. Si quieres voto de confianza, besos dulces
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Sakurai inhaló y exhaló varias veces antes
que pronunciar alguna palabra, aunque la calle estaba semioscura, la luz de la
luna era de pronto suficiente para definir claramente la silueta de Aomine,
sobre todo su expresión. Los ojos azul metálico brillaban de una forma en que
el castaño nunca le había visto, le estremecía de pies a cabeza y al mismo
tiempo le brindaba una seguridad novedosa para él.
– ¿Estás saliendo con Imayoshi ahora?
– ¿Ahora? No he salido con nadie nunca,
Aomine-senpai.
Aomine estuvo a punto de recordarle que él
era un alguien, pero entonces su
conciencia le increpó con culpa que ellos no se formalizaron de ninguna manera,
que le había buscado cuando tenía ganas de él y ya.
– Él iba a besarte, Ryo; por qué no estabas
negándote.
– Por qué te interesa, Aomine. Por qué te
comportas así conmigo, no puedo entenderte, ¿sabes? Me resulta muy difícil, al
principio cuando me diste los primeros besos pensé que tal vez solo estabas
experimentando lo que se sentía, o estabas aburrido, pero tú decías cosas que
me confundían mucho, y cuando tuvimos relaciones por primera vez, quise creer
que hacíamos el amor, pero el corazón me decía que eso no era posible si las
dos personas no estaban enamoradas. Y tú
no estás enamorado de mí, ¿verdad, Aomine?
Sakurai hizo hasta lo imposible por ser y
sonar firme, seguro de sus palabras. Haber omitido el "senpai" para
dirigirse al moreno un gran paso para su autoestima, no es que quiera faltarle
de ninguna manera al respeto, es que quiere que le tome en serio, que sepa que
también es hombre, que no se ha tomado nada como un juego, que para él es
importante.
El moreno abrió la boca listo para lanzar la
negativa que rondaba su pensamiento inmediato. Pero ningún sonido salió de sus
labios, los expresivos ojos chocolate del castaño exigían la verdad, una verdad
que viniera no solo de su cerebro, sino también de su corazón, aunque él no se
detuviera demasiado a escucharlo porque los sentimientos son signo de vulnerabilidad, y no le sirven para nada tratándose de baloncesto.
– Supongo que me gustas, Ryo… – El moreno
dijo finalmente, rascándose distraídamente la nuca. Esperó ver una sonrisa o
algo de emoción en los ojos del castaño, pero su expresión prácticamente no
había cambiado, como si no hubiera significado nada para él.
– Gustar es fácil, pero no suficiente para
todo lo que ha pasado entre nosotros, Aomine.
– Sé que no. Pero no puedo decirte así nada
más lo que quieres escuchar, Ryo.
– ¿Así nada más? ¿No ha significado algo más
para ti lo que hemos vivido? ¿Pensabas en sexo nada más?
– No pensaba realmente. Cada que te abordé
tuve ganas, pero si sirve de algo que
lo diga, nada de lo que hice contigo lo había hecho con nadie más. Eres
diferente, las ganas que tengo de ti
son únicas, no lo siento por nadie más.
– ¿Ni siquiera por Kuroko-kun? – Sakurai
cuestiona, la inquietud le ha molestado desde hace algún tiempo, probablemente
desde antes siquiera del primer beso en la azotea de la escuela, desde que se
dio cuenta de que su gusto por el
moreno era en sentido romántico.
– Por qué Satsuki y tú tienen que mencionar a
Kuroko cada que se trata de esto.
– Porque Kuroko-kun y tú tuvieron algo
especial, se te nota cuando lo miras, la forma en que te expresas de él.
– Fui su luz
durante la secundaria, compartimos el baloncesto con una pasión que pocos
podían entender. Kuroko tiene mucho talento, habilidades que no podría
encontrar en nadie más y eso lo hace un jugador excepcional.
Aunque Aomine estaba compartiéndole aquello
con tono neutro, Sakurai alcanzó a percibir la admiración y el respeto en la
mirada del moreno. Al instante se desinfló cualquier posibilidad de mostrarse
como alguien especial, el peliazul tenía ventaja sobre él. De pronto se sintió
mareado y tenía ganas de llorar, perdió de foco el mundo y cuando pudo
centrarse de nuevo, estaba en brazos del moreno.
– ¿Estás bien?
– Solo me maree un poco.
– Sucedió lo mismo antes en el entrenamiento.
¿Estás enfermo?
– No es nada de lo que te tengas que
preocupar.
– Tal vez no, pero lo hago. Dime qué tienes,
Ryo.
El castaño negó con la cabeza, zafándose del
abrazo del moreno. No podía decirle, no tiene fuerzas ya para afrontar otro
rechazo, el anterior fue sutil, este podría ser desastroso. Sakurai cerró los
ojos, huyendo de la profundidad de aquellas pupilas metálicas que le
cuestionaban con dureza y en silencio.
– Ryo…
– Vas a odiarme.
– ¿Ah? Que estupidez. Qué sucede.
– No puedo. No quiero. Vas a rechazarme otra
vez, Aomine-senpai.
– Oye, dónde quedó el Ryo de hace un minuto
que me llamaba "Aomine" y me confrontaba, me gusta la seguridad que
estaba mostrando.
– Pero éste soy yo, Aomine-senpai. Éste soy
yo… – Se cubre la cara y ahoga un sollozo. En verdad tiene ganas de llorar. Ha
sido demasiada presión en pocos minutos. Siente que podría colapsar.
– Escúchame, maldita sea… – Sisea a punto de
perder los estribos, le sujeta las manos y le obliga a mirarle… – Sé que eres
tú; torpe, molesto, insulso, sin mayor talento que precisión en los tiros de
tres… – El castaño intenta escapar, sus ojos se cristalizan de llanto y siente
que su corazón duele… – Pero también sé que eres el Ryo lindo, tierno, el que
puede ser firme y directo. Sé que puedes ser muchas cosas más pero por alguna
razón no las eres. Eres atractivo, bonito
sería un calificativo más acertado para ti de hecho. Y es lo que me gusta. Tú
me gustas, si te besé, si te acaparé y me enojo cuando otros se te acercan o
intentan pasarse de listos contigo, es porque me gustas. Si tuve sexo contigo,
es porque eres especial. Sé que soy egoísta, y lo demuestro todos los días por
eso no le caigo bien a nadie y honestamente no me interesa la opinión de los
demás. Antes ni siquiera me importaba la tuya, pero entonces estabas ahí
impacientándome todos los días con tus constantes "lo siento",
engatusándome con el aroma de tus alimentos, dejando que te robara el almuerzo,
sentándote delante de mí en clases llenándome el olfato del aroma de tu piel,
tentándome con tu cuello descubierto y esa forma en que se acomoda tu cabello,
disculpándote todos los días apenas al saludar. Tú no tienes ni idea, Ryo; de
la facilidad con que la gente puede encariñarse contigo, sé que piensas que
eres menos que los demás, pero eres
tan valioso que no me importa pelearme con todos por ti. No me gusta la
confianza que te tiene Imayoshi ni Wakamatsu, ni menos que les permitas esa
confianza.
– Aomine-senpai no sabe lo que está diciendo.
No sabes cómo aloca mi corazón que digas todo eso, lo mucho que quiero que
signifique que me quieres, que estás enamorado de mí.
– Tal vez lo esté.
– Dijiste que no…
– Dije muchas cosas, Ryo. He dicho más ahora
que lo que pueda recordar en toda mi vida. Sacas de mí facetas que no me
conocía.
– Lo único que quiero de Aomine-senpai es
sinceridad, y que no me hagas sentir como un juguete.
Entonces el moreno hizo lo único que en ese
preciso instante le nacía realmente de ahí, del músculo que golpetea contra su
pecho con un ímpetu sobrevalorado nunca antes experimentado. Le besó. Sujetó
las mejillas del castaño con una devoción absolutamente desconocida para él y
fusionó sus labios con aquellos pliegues tibios y suaves, pequeñas porciones de
algodón azucarado, o trozos de nube; lo que fuere, Aomine supo que besar a
Sakurai de aquella manera, debía ser el equivalente a hacerlo con el corazón en la mano. Aquel beso
derritió el corazón del castaño y le dio una calidez que creyó perdida, la
esperanza de un amor real, correspondido, sincero.
...
Izuki suspiró otra vez, llevaba rato pensando
en Kiyoshi, desde que lo conoció al coincidir en la preparatoria, y la forma en
que su corazón palpitó emocionado al ver en persona justamente a Kiyoshi
Teppei, el prodigio apodado corazón de
hierro, popular en el baloncesto juvenil. Pero recordó también todas esas
ocasiones en que Kiyoshi hizo hasta lo imposible por convencer a Hyuga de
integrar el equipo de la escuela. Un incómodo dolorcito pinchó en su corazón. A
veces se descubría a sí mismo aún demasiado inseguro respecto a algunas cosas.
Pese a que Kiyoshi le ha demostrado que le quiere de verdad, él no puede evitar
mirar al ayer y verse afectado por él. ¿Cómo olvidó repentinamente Kiyoshi a
Hyuga?
– Por qué sigo pensando en esto.
El chico ojo
de águila se tocó el corazón, latía de una manera que la única palabra que
le cruzaba la mente era que se trataba de un presentimiento.
...
Las cosas en su vida siempre han transcurrido
como la suerte ha dicho. Midorima Shintaro hace caso de
los astros, de los designios escondidos en los horóscopos y dado, sin fallo, lo
mejor de sí cada día. Aquella actitud es como su mantra, no hace nada sin
tenerle presente.
– Si lo metido podría decirse que cada cosa
que hice desde que llegué a Shutoku ha influido para que sienta esto por Takao. Quizá ese era de hecho el destino… –
Midorima cerró varias páginas web en su computador personal, ha leído aquí y
allá en sus sitios favoritos, consultando detenidamente lo que le depararía si
continuara con esa relación junto al pelinegro.
Se sentía como si estuviera dando el paso más
importante de su vida. Porque Midorima pensaba ahora que si elegía a Takao
sería para siempre. Cuanto más lo meditó más se acercó a una terrible realidad. Se estaba volviendo
pragmáticamente romántico. Y hasta cierto punto era ridículo, pero luego se convencía que aquello debía ser normal, porque es después de todo un
mortal, un humano. Un ser pensante con la capacidad de sentir. Y se liaba
solito y hacía aquello que tanto detesta, dar vueltas sobre lo mismo sin llegar
a ningún punto final porque, de hecho, tiene bien conocido el destino de sus
acciones.
Tener a Takao.
Con absolutamente todo lo que implica aquel tener.
...
Kagami miraba de soslayo a Kuroko, ambos
estaban nerviosos, aunque al pelirrojo se le notaba mucho más que a su novio.
La Sra. Kuroko hablaba entusiasmadamente de las vivencias de su hijo cuando era
un crío. No es que hubiese sacado ya un álbum de fotos ni nada parecido, de
hecho el pelirrojo ni siquiera recuerda por qué la conversación tomó ese rumbo.
Y no le desagrada en absoluto, le gusta conocer un poco más de su novio, porque
el peliazul nunca cuenta nada a menos que le pregunte, y como cuando están juntos
pasa a ser más productivo comerse a
besos o cuidar del peliazul y su apetito como sus estados de ánimo, el pasado se convierte en tema poco
interesante.
– Tetsuya entró entonces a la secundaria
Teiko. Hizo algunos amigos y conoció a esta linda muchachita Momoi-chan, llegué
a encontrarme con ella un par de veces y siempre me dijo con sus mejillas
rosadas que algún día se convertiría en la esposa de mi Tetsuya… – La mujer
sonrió casi con aire soñador. El peliazul volvió a mirar a su novio, no quería
que se hiciera ideas raras ahora. Kagami bajó un instante el rostro, sus
cabellos rojos le cubrieron la frente… – También se hizo amigo de esos chicos
talentosos, sobre todo de Aomine-kun, ellos dos se llevaban muy bien.
– Mamá…
– Supongo que es así como se llevan ahora
ustedes dos, ¿no?
– Sí, señora…
Pero el ambiente ya estaba tenso. Kagami se
sentía ridículo, siempre sintiéndose incómodo con el pasado del peliazul, por
la relación con la generación de los
milagros. Kuroko quiso acercarse a su novio, tomarle la mano y decirle que
eso no era importante más, que no se arrepentía en absoluto de su paso por la
secundaria y todas las experiencias compartidas con los prodigios, pero quería
asegurarle que era Kagami y su amor lo que más apreciaba ahora. La señora se
percató al instante de la actitud de los muchachos, siendo madre de su hijo era
casi imposible que le ocultara cosas. Sabe que ha llegado el momento de revelar
algunos secretos, secretos que para ella son hechos visibles.
– Hay algo que quieras decirme, Kagami-kun.
Estoy segura de que puede ser un alivio para ustedes contármelo antes de que mi
esposo regrese.
Tanto Kuroko como Kagami miraron a la mujer.
Presentían que ella sabía
premeditadamente aquello que con empeño intentaron ocultar. El peliazul
suspiró, se levantó de su sitio y se sentó a lado de su novio, sujetándole
suavemente la mano, sonriendo seguro cuando los dedos del pelirrojo se
entrelazaron con los suyos. Kagami levantó la mirada, respiró profundo y se
dispuso a hablar ahora. La mujer podía tener razón, sería difícil confrontar a
la pareja al mismo tiempo, pero la mirada de la progenitora de su novio le
brinda confianza, seguridad.
– Antes que nada, quiero que sepa que ni
Tetsuya ni yo hemos querido defraudarles.
– Estoy segura de que no, conozco bien a mi
hijo, Kagami-kun; y veo en tu mirada que eres un buen chico. Así que
tranquilícense ambos y solo díganlo.
– Tetsuya y yo estamos enamorados, señora
Kuroko… – El pelirrojo dijo, notando cómo se le resecaba la garganta al soltarlo.
Aunque había pensado en muchísimas formas de decirlo, le ha salido de una forma
tan directa y simple, que tan solo espera que la mujer sea capaz de
comprenderle y no querer mandarle lejos, muy lejos, del peliazul.
– ¿Así que están saliendo? ¿Como novios?
– Sí.
Kagami respondió, esperando alguna reacción
en la mujer que no fuera esa expresión pasiva que de pronto se ha dibujada en
el rostro femenino. El pelirrojo soltó aire contenido, intuyendo de dónde había
heredado algunos gestos su novio. Volvió la mirada de soslayo, el más bajo
permanecía con sus ojos azules al frente, compartiendo probablemente un
lenguaje mudo con su progenitora. El de ojos rojos se desconectó por un segundo
de todo, extraña a su madre.
– ¿Y? Sé que hay algo más.
– Estoy embarazado, mamá… – Fue Kuroko quien
habló entonces, sereno, tranquilo. Sin dudas ni miedos. La mujer sonrió y
asintió… – ¿Desde cuándo lo sabes? – Preguntó, porque claramente la falta de
sorpresa en la mirada de su progenitora le hizo darse cuenta de que su estado
era de conocimiento de ella.
– Desde que vi en tus ojos la misma mirada
que vi en los míos cuando crecías dentro de mí.
...
Hyuga era tímido para algunas cosas, de hecho
era tan tímido que en muchas ocasiones terminaba desquitando sus frustraciones
en los entrenamientos por aquello que no podía hacer. Y para ser más
específicos, Hyuga era tímido cuando se trataba de su noviazgo con Riko. Casi
nunca salen en citas, la ha besado muy pocas veces –todo y que llevan casi tres
meses de novios– y ni se diga tomarse las manos, le da algo de vergüenza y le
sudan terriblemente las palmas como para estrechar la delicada mano de la
castaña. Que sí, pese a que Riko Aida no es la chica más femenina del mundo,
Hyuga a ido descubriendo en ella todas esas cualidades que la hacen sin duda
una chica bella.
– ¡Agh! ¡Maldición, los chicos han hecho más
que besarse y yo no puedo siquiera abrazarla de la cintura! – Frustrado, el
Capitán de Seirin lanzó el balón tan desatinadamente que ni siquiera se acercó al
aro, pegó arriba del cuadro (?).
– Ese desacierto fue el peor de tu vida,
Hyuga.
– ¡Ah! ¿Kiyoshi, qué haces aquí?
– Casualmente pasaba.
– Casualmente – El Capitán espetó
malhumorado… – No hay razón para que pases casualmente por aquí. ¿Qué quieres?
– No se te puede engañar, ¿verdad, Hyuga? –
El corazón de hierro sonríe flojito,
acercándose al más bajo con la mano alzada pidiendo el balón. Hyuga se lo pasó
y se dispuso a jugar uno contra uno mientras tienen una charla que, presiente,
no le será del todo agradable porque algo en la mirada del mayor luce diferente
hoy… – Estuve pensando, Izuki y tú se conocen desde la secundaria, ¿cierto?
– Sí… – El de anteojos trató de bloquear al
mayor pero le fue imposible, Kiyoshi anotó clavando con facilidad el balón… –
¿Qué con eso?
– Izuki te conoce bien, ¿tú a él también?
– En la secundaria era así, ahora creo que te
conozco más a ti que a nadie… – Hyuga pensó que de esa manera sonaba a que
Kiyoshi era su mejor amigo. Y quizá lo era, pero no se lo diría.
– ¿Soy tu mejor amigo? – Kiyoshi botaba el
balón y le miraba directo a los ojos, con esa serenidad que le caracteriza y el
temple de un guerrero al frente de batalla. Hyuga chasqueó la lengua, no
pensaba responderle eso… – Oh vamos Hyuga, no debe ser tan difícil sincerarte
un poco, Riko lo pasará muy mal si no expresas tus sentimientos.
– No soy como tú, y Riko lo sabe.
– Claro que no somos iguales y ella lo sabe.
Por eso es que somos grandes amigos.
– ¡Tsk! ¡No he dicho que seamos grandes
amigos!
– ¿Qué te gusta de Riko?
– ¿Ah? ¿Qué?
– ¿Qué te gusta de Riko?
– ¡Te entendí la primera vez, maldición! ¡No
te interesa!
– ¿Te da vergüenza decirlo? – Kiyoshi vio a
su amigo refunfuñar por lo bajo con las mejillas coloradas.
Siempre era divertido molestarle con su
incapacidad para expresarse, pero eso le recordó por qué antes le gustaba. Esa
timidez malhumorada que no veía en nadie más, ni siquiera en Kagami que tendía
a avergonzarse con facilidad pero era un poco más abierto con sus sentimientos. El corazón de Kiyoshi dio un salto,
estaba pensando en cosas que no debiera.
– ¿Por qué te gusta Izuki? – Ni siquiera
Hyuga supo exactamente por qué le preguntó aquello. Piensa que es en venganza porque le preguntó primero,
pero también sabe que para el mayor responder eso no sería ningún problema,
siempre es tan sincero y transparente. Sin embargo, no esperaba que se quedara
callado mirándole fijamente. Por alguna razón se sintió inquieto bajo aquella
forma de mirarle… – ¿Qué?
– No hay una razón especial por la que me
guste, solo me gusta y ya; muchas cosas en Izuki hacen que mi corazón lata
deprisa.
– Cosas como cuáles.
– Su personalidad, su forma de mirarme…
Luego todo cambió radicalmente. Ninguno
sabría decir cómo terminaron en esa situación. Las preguntas acerca del qué les
gustaba de sus respectivas parejas culminaron de pronto, y en una jugada
precipitada y sin sentido fueron a dar al suelo. Hyuga sobre Kiyoshi, demasiado
cerca, demasiado confuso. Sus miradas estaban conectadas y lucían reacias a
abandonase. No es la primera vez que están así de cerca, muchas veces en el
calor de un encuentro Hyuga estiró el cuello y parloteaba de malas pulgas cosas
referentes al baloncesto o la escuela, o cualquier asunto que se le ocurriera.
Muchas veces vio así de directo aquellos ojos terracota impregnados de un algo que nunca descifró. Muchas veces quiso
decirle que le estimaba, que le consideraba un gran amigo, que le quería. Pero
cada ocasión se detuvo por una infinidad de excusas, una sola razón.
Kiyoshi Teppei le sacaba de sus casillas.
Ponía de algún modo su mundo de cabeza.
Aunque nunca como le sucedía con Riko.
¿Entonces por qué estaban ahí acercándose tan
peligrosamente?
¿Qué impulsaba a sus cuerpos a actuar de
aquella manera?
¿Qué imán atraía sus rostros?
¿Qué necesidad
de unir sus labios y… besarse?
Preguntas al aire. Respuestas pendientes. Un
beso.
Dos personas apareciendo a la distancia,
sorprendidas por aquella escena que de alguna manera temieron llegar a ver.
Riko se cubre la boca con las manos para no
gritar. Izuki posa una de sus manos sobre su propio pecho, necesita comprobar
que aún late.
Engaño. Dolor.
¿Realidad?
– Kiyoshi…
– Hyuga…
Dos voces que suenan al unísono. Bajas, casi
inaudibles. Pero poderosamente atrayentes. Ambos muchachos se apartaron de
inmediato, poniéndose en pie al tiempo que atisban la silueta de Riko e Izuki a
unos cuantos metros de ahí.
Cuatro corazones se paralizan, cuatro
respiraciones se agitan con dolor.
– ¡Izuki! – Un solo chico corre detrás de
otro.
¿Podrá un beso dulce renovar un voto de
confianza?
Continuará……
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