~M~
Muérdago
OtabekxYurio
La idea ha sido de la familia Katsuki,
que les ha invitado a pasar las fiestas de fin de año en casa, antes de que su
hijo partiera a tierras rusas para continuar su entrenamiento a lado de su
prometido. Sí, ya han tenido la charla necesaria y están más que encantados con
el compromiso de su hijo con el apuesto Nikiforov. A la Sra. Katsuki le ha
encantado desde que lo conoció en persona –ya le parecía un muchacho muy guapo
y talentoso cada que Yuri ponía en la tv las competencias donde el ruso
participaba–, y el Sr. Katsuki no se oponía siempre que su hijo fuera feliz y
continuara haciendo lo que tanto amaba, patinar.
En fin, que la idea había sido de la
familia Katsuki, y como era de esperarse, donde Yuri y Víctor iban, de alguna
manera terminaba arrastrado Yurio.
Solo que aquella vez, no ha sido el único.
— Oh, nunca había estado en un Onsen, es
realmente bonito.
Mencionas, mirando de hito en hito todo
el lugar. Habías escuchado en varias ocasiones sobre lo grandiosas que eran las
aguas termales en Japón, pero nunca habías visitado.
— ¿Víctor te arrastró aquí, Otabek?
— No, Katsuki me invitó. Ah, realmente
entran completamente desnudos.
Dijiste, casi advirtiendo que la toalla
alrededor de tu cintura iba de más, y entonces justo acababa de pasarte por un
lado Víctor, con toda su anatomía al desnudo, y luego Katsuki, básicamente
arrastrado ahí por su prometido. La joven y enamorada pareja no tenía reparo
alguno en mostrarse afecto, incluso al entrar en las termales bajo la mirada de
ustedes –correctamente dicho, a Víctor no le importaba que le vieran ser
cariñoso con Yuri, aunque el japonés se sonrojara completamente avergonzado–. Te
preguntas si es que su comportamiento se deberá a que son adultos.
— ¡Qué demonios! ¡Váyanse a acurrucarse
a otra parte, maldición! — Yurio
gritó, fuera de sus casillas como a menudo le escuchas, al menos cuando hay
otras personas alrededor, cuando ustedes charlan a solas, Yuri sonríe mucho
más, y sus pláticas llegan a ser divertidas.
— No nos molestes, Yurio, en cambio, explícale a Otabek que la
toalla está de más en el onsen. — Víctor guiñó un ojo, y tú simplemente
aceptaste que tu anterior pensamiento no había errado. La toalla estaba de más.
— Víctor~. — Katsuki riñó a su
prometido, pero lo único que consiguió fue que éste le besara y rozara sus
narices de una forma tan cariñosa que, como era de esperarse, hizo que
Plisetsky saliera del onsen con el rostro colorado de enojo, y vergüenza.
Decidiste entonces seguirle, en parte
porque no querías importunar a la pareja melosa, pero también porque tenías
curiosidad por algo.
— Yuri.
— ¡Qué! — Respondió con un tono de voz
más alto de lo que probablemente pretendía. — Nh, lo siento.
— ¿Te gusta Yuri Katsuki?
— ¡Ah! ¡Claro que no!
— Entonces, ¿Víctor?
— ¡De ninguna manera, lo detesto,
entrenador pervertido!
Achicaste la mirada. Y él pareció
estremecerse involuntariamente.
— Pero te enojas siempre que actúan
cariñosos, y yo pienso que es normal que lo sean. Están enamorados, y van a
casarse, cuando Yuri consiga el oro en un Grand Prix Final.
Tu ruso “amigo” chasqueó la lengua.
— Es una reacción inconsciente, es solo
que son molestos actuando tan melosos. Se me revuelve el estómago porque no
entiendo por qué son así.
Le miraste por un largo rato, tratando
de descifrar en sus ojos verdes lo que había más allá de sus palabras. Pero al
parecer lo intimidaste, porque terminó por apartar su mirada de la tuya,
cubriendo su perfil con uno de sus largos mechones rubios. Y algo se iluminó en
tu cabeza.
— Entiendo por qué te llaman “Hada de
Rusia”, eres hermoso, Yuri. — Dijiste con absoluta sinceridad. Directo como
solías ser, y es que realmente no se te daba andar con rodeos. Pero cuando un
rojo intenso cubrió todo el rostro de tu amigo quinceañero, pensaste que tal
vez habías sido demasiado honesto. — Ah, lo siento si eso fue incómodo.
— N-no, no lo fue. — Murmuró, tan bajo
que casi era irreconocible que él tuviera una voz tan sutil. Y la encontraste
adorable.
Y entonces un pálpito. Tu corazón latió de
una manera muy extraña. Últimamente pasaba más a menudo, siempre que Yuri hacía
algo que no esperabas. Como cuando te animó en el Grand Prix Final, o cuando
hablaba tan libremente junto a ti tomando un té, y lo molesto que se puso
cuando su reunión fue interrumpida justamente por Katsuki y Víctor, y los
otros.
— Deja de mirarme, Otabek.
— Lo siento, creo que no puedo, Yuri.
Tu rubio amigo se sonrojó hasta las
orejas. Protestó entre dientes y se alejó murmurando algo como que fueras a las
termales pero no dejaras la toalla para nada.
— ¿Debo entrar en las termales con la
toalla?
A veces podías ser tan ingenuo. Por
supuesto que cuando volviste a las termales Yuri te explicó que
tradicionalmente se entraba desnudo, por lo que la toalla era innecesaria.
También te sentiste avergonzado porque, cuando regresaste, pillaste a la pareja
ensimismados entre sonrisitas y murmullos que tenían a Katsuki con las orejas
rojas.
— Igual que Yuri. Entonces, ¿lo
avergoncé tanto? ¿Debería disculparme con él?
Las termales no eran tan geniales
después de todo. Yuri hacía falta, y te sentías como mal tercio con la pareja.
— Así que, Otabek, ¿cuáles son tus
intenciones con nuestro Yurio?
Víctor te ha preguntado. Y tú has
encontrado un par de cosas sumamente interesante. Una de ellas, que la palabra
“nuestro” haya hecho sonrojar a Yuri y que imaginaras que ellos actuaban como
padres de tu amigo Yuri. Y dos, ¿a qué se refería con intenciones?
— Aceptó ser mi amigo. — Respondes,
seguro de que no le has obligado para nada, le habías preguntado si quería
serlo o no.
Viste a Víctor suspirar, peinarse el
flequillo y mirarte con una expresión diferente. Algo en su mirada lucía
ligeramente severo.
— Escucha, no actúas alrededor de Yurio como solo un amigo. Así que aclárate
pronto y hazte responsable de nuestro hijo.
— ¿Hijo, dices? — Ladeando el rostro,
trataste de comprender todo lo que había dicho, pero la palabra “hijo” se
interponía graciosamente en tu razonamiento.
Yuri realmente no parecía hijo de
Katsuki y Víctor. Pero tampoco es como si fuera del todo imposible. A veces los
hijos resultan completamente diferentes a sus progenitores. De todas maneras, ¿no
estabas yendo por el camino equivocado en tu razonamiento?
— Víctor, deja de meterte en los asuntos
de Yurio y Otabek, se van a molestar.
— Pero si ellos ni siquiera se han dado
cuenta, Yuri.
— Con mayor razón has de dejarlos en
paz~.
— Pero solo intento ser un buen padre,
Yuri.
Podrías seguir escuchando la
conversación de la pareja, pero lo encontraste innecesario de varias maneras.
Sobre todo, porque querías reunirte con Yuri cuanto antes.
Así que abandonaste las termales, te
cambiaste y volviste al interior del onsen. La Sra. Katsuki te ofreció un
platillo de katsudon y tú no tuviste reparo en probar. Yuri finalmente estaba
ahí, sentado enfrente de ti.
— Gracias, Hiroko-san, su comida es
deliciosa.
— ¡Otabek-kun, eres tan atento! ¡Yurio, tu karma ha sido bendecido con este
chico a tu lado~! — La bonachona mujer exclamó, emocionada de la misma manera
en que suele mostrarse alrededor de su hijo y el prometido de éste.
El sonrojo subió a las mejillas de Yuri,
mientras que tu mirada estaba prendada de su silueta. Un ligero, pero
perceptible rubor estaba cubriendo sus mejillas pálidas.
— Yuri, hay un muérdago.
— ¿Eh?
— Justo sobre nosotros, acabo de darme
cuenta.
— Y, ¿qué intentas decir, Otabek?
— La tradición.
— ¿Ah?
No le respondes con palabras. Pero lo
haces con hechos. Te inclinas sobre la mesa y besas su mejilla, cerca de la
comisura de sus labios. Ahí donde realmente tuviste el pensamiento de dejar tu
caricia, pero donde fuiste incapaz de tocar porque ¿no es un beso algo que solo
las parejas se dan?
— Otabek, idiota. — Le escuchas decir.
Pero no a voz en cuello como suele
hacer. No, ha sido un hilo de voz, y un rostro completamente enrojecido. Sus
ojos verdes brillan, pero rehúyen de ti. Parece que no sabe qué más decir. Pero
te ha insultado, aunque no se ha sentido como tal.
— Yuri.
— Más vale que te hagas responsable.
— ¿Eh?
— Por hacer revolotear mi corazón como
dice el par de melosos idiotas. — Dice. Y luego son sus labios los que rozan
los tuyos.
Eso, ni más ni menos, ha sido un beso en
la boca. Sutil, efímero. Tibio. Pero beso. Y además tuyo. Sientes que algo se
agita en tu pecho y te encuentras acercándote de nuevo, besándole un poco más.
Poquito, porque no quieres arruinar el momento.
Unos pasos más allá, Víctor sonríe, Yuri
también.
— Parece que Yurio ha encontrado su primer amor.
— Si ellos supieran que hay otras ramas
de muérdago colgando en otros lugares.
— Víctor, parece que Otabek realmente te
agrada para Yurio.
— Lo prefiero que a JJ, no entiendo a
ese canadiense. Y Otabek parece buen chico. De todas maneras lo tendré en la
mira. Ah, Yuri.
— ¿Mh?
— Muérdago.
~N~
Novio
SeungxPhichit
Cuando supiste que preferías a los
chicos sobre las chicas, entraste en pánico. Siendo un adolescente de apenas
16, era comprensible, pese a tu personalidad seria y reservada, no era para
menos que fuese un bache difícil para tu yo de aquella época. Hoy, cuatro años
después y habiendo superado plenamente tu preferencia sexual, como patinador casi
te sentías ofuscado por el nuevo bache a enfrentar. Te has enamorado de otro
patinador, ni más ni menos que de Phichit Chulanont. El chico tailandés que,
honestamente hablando, es el perfecto opuesto a ti.
— ¿No podría haberme fijado en alguien
más, maduro? — Piensas, pero tu mirada ya te ha traicionado he ido en busca del
patinador tailandés, que está, en esos momentos, riendo con entusiasmo mientras
charla con el patinador japonés y medallista de Plata en el Grand Prix pasado,
Katsuki Yuri.
Te da un poco de envidia y celos la
amistad estrecha entre ambos patinadores. Aunque adviertes que no es difícil
para Phichit hacer amistades, no eres precisamente uno de sus amigos ni has
entablado con él mayor conversación que un saludo.
— ¡Yuri, eso es tan sucio!
— ¡No lo digas tan alto~ Phichit-kun~!
Los escuchas –todos en la pista lo
hicieron, de hecho–. Katsuki se sonroja como termostato y pronto Víctor les
hace compañía. Sus brazos se enredan automáticamente en la cintura del japonés,
mientras que Phichit les hace fotos y se burla de ellos. De su romance conocido
por todos y, de alguna manera, aceptado de buen agrado. Te dan más celos y
envidia. No sabes si serías capaz de decir abiertamente que eres gay, ni mucho
menos llegar a confesarte a Chulanont.
— Ni siquiera sé por qué me gusta tanto.
No es tan guapo, aunque su aura es bastante linda. No tenemos mucho en común,
por lo que ¿de qué podríamos hablar salvo patinaje? Detesto tomarme fotos, y él
comparte todo en sus redes sociales. Ah, qué deprimente, ¿cómo fui a enamorarme
de él?
Y es que por más que lo pensabas, no
entendías razones. Claro que, dicen, el amor de razón no sabe nada. Tampoco
dirías que fue algo como “amor a primera vista”. De hecho, te habías comenzado
a fijar en él simplemente porque su patinaje suele ser muy alegre.
— ¡Seung Gil~!
Escuchas tu nombre y casi te atoras con
el trago de agua que justo acababas de beber. Chulanont se desliza sobre el
hielo en tu dirección, y tu corazón decide que ir a toda velocidad está bien.
De todas formas, es extraño que te hable, casi nunca han coincidido en
competencias, por lo que es aún más difícil tener algo en común.
— Ah, estaba mirándote desde hace rato,
tu seriedad parece tu arma secreta en la pista. ¡Es genial!
Te dice animado, sonriendo como si
fueran grandes amigos. Tu corazón, bueno, sabes que sigue alocado. Chulanont
sonríe, sigue parloteando y tú, apenas si eres capaz de recordar cómo respirar.
De pronto es maravilloso tener su atención en ti, que hable hasta por los codos
o que su rostro se ilumine mientras su boca no para de moverse.
— Así que le dije a Yuri que sería
genial si nosotros también lo intentáramos, Seung Gil.
— ¿Ah?
Nh. ¿Qué? ¿De qué te perdiste?
Le miras fijamente tratando de rebobinar
tu pensamiento y descubrir que había dicho antes, porque tú realmente no lo
consigues. Te habías quedado anonadado mirándole pero no le escuchaste.
— ¿Qué te parece?
— Eh, bueno… eso…
— Yo pienso que es genial.
— Eh, sí… pero, nh, exactamente de qué,
estamos hablando.
— ¡Eh! ¿No estabas escuchándome? —
Gimotea. Y, por si fuera poco, encuentras adorable su expresión de descontento.
Aunque piensas que es un poco melodramático. — Entonces simplemente di que sí.
— Sonríe, abrazándote de la nada.
Tu corazón, es un lío.
— ¿Qué? Por lo menos debo saber a qué
respondo que sí, Phichit.
— Ser novios, por supuesto.
— ¡Eh!
— Ya que te gusto, y me gustas. ¿No es
lo adecuado? Así fue como Yuri y Víctor comenzaron a salir. Es lo natural para
nosotros también.
— ¿Eh? No, ¿Qué?
Chulanont se ríe de buena gana. Y tú
sigues sin entender nada. Pero sabes que has escuchado bien. Él habla de ser
novios.
— Vamos, solo vamos a intentarlo.
— No funcionará.
— ¿Por qué no?
— Somos muy diferentes.
— ¡Justamente! Ya sabes, polos opuestos
se atraen~.
— No, pero…
— ¡Decidido! ¡Seamos novios, Seung Gil~!
Ni siquiera te escucha. Lo ha iniciado
todo por voluntad propia. Te planta un sonoro beso en la mejilla, se cuelga de
tu brazo y luego escuchas un obturador. Ha tomado una fotografía. Y en un
santiamén, lo ha publicado en sus redes sociales.
— ¡De cita helada con mi novio, Seung
Gil~! ¡Deséenos suerte~! — Ha puesto, mencionándote en su publicación.
Le miras sin entender nada. Pero tampoco
reniegas. Después de todo, estás enamorado de él.
Noticia
Victuuri
& OtaYuri
Las náuseas y los mareos habían
comenzado hace unos cuantos días. Casi siempre únicamente por las mañanas, pero
se pasaban en el transcurso del día. Al principio pensaste que probablemente
habías comido demasiado, o que era un efecto secundario del sexo con Víctor –y
esa manía que había tomado recientemente de venirse en tu interior–; claro que,
lo sabes, aquello solo te producía cierto malestar estomacal pero no náuseas o
mareos. Esos síntomas parecían de algo más.
— No puedo estar embarazado, ¿cierto? Soy
un hombre después de todo.
Piensas, y recuerdas la primera vez que
Víctor te mostró la coreografía de “Eros”, entonces habías dicho que era tan
seductor que incluso podía embarazar a un hombre como tú. Tonterías que
pensaste seducido por el Eros que Víctor proyectó en el patinaje. Pero, ¿y si
sí?
— Ng, no puedo creerlo.
— Yuri~. — Su juguetona voz te encuentra
de inmediato, y su alegre expresión te atonta unos instantes. — Aquí estabas,
¿otra vez te sentiste con náuseas? — Te pregunta con aire preocupado, sujetando
tus mejillas y mirándote fijamente. — Deberíamos ir al doctor y hacerte un
chequeo. Las competencias son dentro de algunas semanas, pero es mejor saber
qué te pasa, y cambiar los entrenamientos si es necesario.
Estás tentado de negarte, pero su rostro
preocupado es de alguna manera encantador, y asientes con tal de consentirle. Y
porque sabes, no está de más chequearte.
Al día siguiente salen a consulta
temprano, el médico te hace algunas pruebas, pero todas dan negativo. En
términos generales tu salud es buena, pero los mareos y las náuseas continúan,
poco a poco comienzas a tener repulsión a ciertos olores y tu apetito se
incrementa por la tarde.
— Es exactamente como me sentía yo
cuando te tuve, Yuri. — Tu madre dice, mirándote tiernamente mientras vuelves
el estómago por segunda vez esa mañana.
Víctor había salido temprano a un súper
porque habías despertado con antojo, pero ni bien abriste la ventana para dejar
entrar el aire matutino, los olores del exterior hicieron estragos en tu
estómago.
— ¿Qué?
— Yu-chan, ¿no será posible?
— ¿Ah?
— ¿Qué tal si lo probamos con una prueba
de las que venden en las farmacias? Solo para, descartarlo.
— Mamá, soy un hombre, ¿cómo podría?
— Lo sé, Yuri. Lo sé. Pero, haz caso de
tu madre, ¿sí?
A la mañana siguiente, estás encerrado
en el baño con la dichosa prueba de embarazo en modo de “espera”. Tu hermana la
ha traído para ti la noche anterior, a petición de tu madre. Mari se había
ofrecido a hacerte compañía, pero estabas demasiado nervioso y ansioso como
para querer su mirada compasiva. A Víctor lo has evitado mandándole a comprarte
otro dichoso antojo, aunque tal vez algo sospechaba.
Después del tiempo indicado, miraste el
resultado.
Y lo estabas.
Curioso y dichosamente embarazado.
No sabes si emocionarte de lleno.
Todavía tienes miedo de que sea fallido. Por lo que, apoyándote en tu madre,
sacas cita en la consulta para el día siguiente. Temprano te escapas de Víctor
sin decirle nada. Te realizan la prueba de sangre y aguardas pacientemente por
el resultado. Más tarde vuelves a casa, Víctor corre a abrazarte, reclamándote
salir sin decirle nada.
— Me he asustado cuando no te vi al
despertar. Corrí al baño pero tampoco estabas ahí, ni con tus padres. Tu madre
me ha dicho que me tranquilice, que volverías más tarde pero se negó en decirme
más nada. ¿Qué pasa, Yuri?
— Víctor… — Le nombras, sonriendo y
llorando.
Estás tan feliz que ya no puedes
contener más la emoción. Le abrazas y lloras contra su pecho, tienes un nudo
atorado en la garganta y no puedes decírselo. Víctor se asusta, trata de
sacarte alguna palabra pero el nudo se niega a dejarte. Sus pulgares limpian
tus lágrimas, sus labios miman tus mejillas también.
— ¿Yuri? — Escuchas a tu madre.
Y vuelves la mirada hacia ella. Todavía
incapaz de hablar. Pero sonríes entre lágrimas, y tu mirada parece decírselo
todo.
— ¡Oh mi dios! ¡Yuri! — Exclama, y
bonachona como es, se apresura en abrazarte y llenarte el rostro de besos
también.
— ¿Hiroko-san?
— Vicchan, ¿no te lo ha dicho?
— Yuri no ha parado de llorar, y yo no
entiendo.
— Oh, cariño. Perdona~ pero tranquilo,
es una gran noticia.
— ¿Eh?
Tu madre te mira, lo mira a él. Sonríe y
lo abraza. Le felicita, aunque el rostro de Víctor siga sin entender nada.
Sonríes también, y encuentras voz en tu garganta de nuevo.
— Un bebé, Víctor. Estoy, embarazado.
El llanto se multiplica. Es la segunda
vez que Víctor llora delante de tus ojos. Pero esta, lo encuentras hermoso,
radiante. Desconoces que ante su mirada de pronto adquieres el mismo encanto.
— ¡Qué felicidad, Yuri!
Exclama mientras se arroja a abrazarte,
llenándote de besos y millones de gracias. Es feliz, igual que tú. La noticia
es perfecta, hermosa. Y contagia a la familia y amigos. Incluso Yurio.
— ¿En serio? ¿Hay un pequeño katsudon en
tu panza ahora? — Te pregunta, y honestamente lo encuentras lindo.
De pronto parece un niño pequeño, mira
tu vientre y le ves tranquilo, relajado. Casi le desconoces. Pero te gusta,
sientes como si un hermano menor estuviera acompañándote.
— Lo hay. Muy pequeño, Yurio, apenas tengo un par de meses.
— Felicidades, Yuri, Víctor. — Otabek
los felicita, aunque inexpresivo como suele ser.
— Nh, ya no va a ser tan grandioso lo
que tenía para decirles también.
— ¿Qué es, Yurio? — Preguntas, curioso por el simple hecho de que el adolescente
quiera compartir algo con ustedes.
— Bueno, Otabek se me confesó. Y le dije
que sí. — Yurio dice con tono hosco.
Pero el sonrojo en sus mejillas delata lo emocionado que está.
— Somos novios. — Otabek agrega. Aunque
no lo encontrabas necesario.
De todas formas te alegras por ellos y
les felicitas también. Víctor te imita, aunque él añade una advertencia para el
kazajo que Yurio de inmediato refuta.
— ¡Eres mi padre acaso! ¡No tienes por
qué hablarle así a Otabek!
— No me molesta. — Otabek dice. Pero
tanto Yurio como Víctor le ignoran. Y
a ti te sale una risita de los labios.
— ¡Yuri y yo somos tus padres adoptivos, Yurio!
— ¡Ah! ¡Cuándo pasó eso! ¡Que recuerde
mi abuelo es mi única familia!
— ¡Pequeño ingrato!
Mientras siguen discutiendo, te acercas
a Otabek, le agradeces querer a Yurio
y le pides que ignore la rabieta de los dos.
— En verdad, siento que veo a padre e
hijo discutir por algo. ¿Será porque son rusos? — Te pregunta.
Pero tú atinas a alzar los hombros y
reírte. Luego vas e interrumpes la tonta discusión de tu prometido y su hijo adoptivo. A Víctor le besas, mientras
que Yurio los acusa de melosos e
idiotas. A lo lejos escuchas a Otabek decirle a Yurio si él quiere o no ser besado también. Como pronto no escuchas más
rabieta de parte de Yurio, adviertes
que están haciendo lo mismo.
Más tú, de pronto, quieres más que
besos. ¿Las hormonas tal vez?
~O~
Observación
EmilxMichele
Crispino.
Era tu apellido favorito, porque
conocías a cierto hombre de 22 que lo lleva, y con orgullo sobra decir. Michele,
Micky, como le llama su hermana gemela, Sala. Has perdido la cuenta de la
cantidad de veces que le has hecho rabiar por acercarte a ella, pero cada que
lo recuerdas, sonríes como idiota por la obvia travesura desempeñada. Lo que es
mejor, misma Sala era cómplice tuya. Se había dado cuenta en un santiamén de
que era su hermano quien te interesaba, y no ella, como Micky piensa sí que
tiene por bien asumido.
— Así que, ¿no piensas decirle, Emil?
— ¿Quieres que muera sin siquiera llegar
a la mayoría de edad? — Sala se ríe de tu comentario, y palmea tu espalda. En
realidad, ustedes dos han llegado a ser muy buenos amigos. Si no fueras gay,
seguro que te habrías enamorado de Sala.
— Yo creo que podrías tener alguna
oportunidad con Micky.
— No me des falsas esperanzas.
— ¿Por qué habrían de serlo? Soy su
gemela, sé lo que te digo.
— Realmente voy a hacerme ilusiones,
Sala.
— Está bien. Solo tienes que mirarlo un
poco mejor y te darás cuenta. Eres el único hombre a quien realmente tolera
cerca de mí. En el fondo, porque es a Micky a quien le gusta tenerte cerca a
ti. Solo que no se ha dado cuenta.
Estás a punto de refutar su observación
pero lo dejas pasar. Por un momento te detienes a pensarlo. ¿Podría ser verdad?
Bueno, es cierto que últimamente Micky reniega menos cuando te paras junto a
él, hasta entrenan juntos de vez en cuando –porque insistes en pasar tu tiempo
en su pista de patinaje, hasta has intentado que su entrenador te acepte como
pupilo–.
— Pensándolo bien, soy una especie de
acosador. — Dices, riendo divertido, aunque tienes un dejo de culpa. Pero muy
pequeño, porque tu amor por Crispino es mayor. Considerablemente mayúsculo.
— Micky ni se entera. — Sala te
conforta.
— ¡Emil, otra vez con Sala! ¡No puedo
sacarte la vista de encima porque ya estás con mi hermana!
Ah, sí. Es él, riñéndote como cada vez.
Enrojeciendo de una furia nada disimulada. Celoso hasta la médula. En el fondo,
envidias realmente el amor que le tiene a su gemela. Demasiado para ser burlado
por tus propios sentimientos. No, no te sientes capaz de confesarte.
— Entonces, no le saques la vista de
encima ni un minuto, Micky.
Escuchas a Sala decir. Riendo con esa
pícara ironía que Micky no capta, lo intuyes por su insistente reclamo hacia su
hermana. Te abstraes un momento de sus palabras y te dedicas a mirarle. Adoras
cada centímetro en él. Su cuerpo, su altura, el color de su cabello y el corte
que lleva en él. Te fascina el color de sus ojos y aún más el de su piel. No
sabes cuántas veces le has hecho un centenar de cosas indecentes en tus
fantasías, o cuánto re has recreado la pupila solo mirándole.
Si pudieras, realmente querrías y
tomarías todo de él.
— ¡Haré lo que quiera, Michele Crispino!
Sala ha espetado de mala gana de pronto.
Y así mismo se ha acercado a ti. El mundo colapsa bajo tus pies cuando los
sientes. Sus labios húmedos pegados a los tuyos por un segundo. El segundo más
bizarro de toda tu vida –aunque 18 años ni es tanto–. La verdad es que no ha
sido tu primer beso en la vida, pero tampoco es que tú lo desearas, no de ella
aunque sea Crispino. Sala susurra disculpas en tu oído, gira sobre sus talones
y se marcha con paso veloz.
Micky.
Ah, la expresión en su rostro es un
bello poema a la consternación.
Aunque, honestamente, habrías esperado
un estallido de ira.
— Esto, Micky.
— Te odio,
Emil.
Dice. Con una voz de ultratumba que no
pasa como broma pero ni por asomo. Da media vuelta y se aleja exactamente por
el mismo camino que su hermana.
Y a ti. A ti te dejan con el corazón
inquieto. Tus piernas se paralizan y eres incapaz de moverte. De ir tras de él
y explicarle, de una vez por todas, que Sala no es de tu interés romántico en
absoluto. Que es él a quien amas.
Orgulloso
OtaYuri&Victuuri
Para ti era extraño, mucho. Enamorarte
no había estado en tu pensamiento en ningún momento. Y casi parecía que Otabek
había llegado solamente para poner tu mundo de cabeza. Y lo detestabas, en
serio. No terminabas por acostumbrarte a la idea de ser su novio. Aunque ya
habías intentado presumirlo con Yuri
y Víctor. Y ni siquiera saber por qué, de hecho.
— ¿Es algo qué presumir? No es la gran
cosa. — Farfullas, con la pajilla de tu jugo entre los dientes, mordisqueando
con aire distraído.
Otabek no iba a quedarse para siempre en
Rusia. Y eso te preocupaba, ¿podían seguir siendo novios cuando él volviera a
su tierra? Piensas que no, o que sería muy difícil. Y eso te molesta aún más.
— Tch… — Chasqueas la lengua y aprietas
el bote de jugo, volviendo un puñado de cartón el envase.
— Yuri.
Su voz te atrapa, y el estremecimiento
en tu cuerpo te dice que no es cosa buena
lo que sientes por él.
— El primer amor apesta… — Increpas
entre dientes, escondiendo tu rostro bajo tu rubia cabellera.
Otabek no entiende tu rabieta. Pero te
gusta que aún así se digne en sentarse a tu lado, quitarte la basura de las
manos y prestarte su hombro para que te apoyes en él. A veces es silencioso, y
te deja simplemente ser. Pero hoy, realmente quieres que indague sobre tu estado
de ánimo, tienes la esperanza de que él te ayude a entenderte a ti mismo o que
se deshaga de tus angustias adolescentes. Porque a él también le preocupa la
distancia, ¿cierto?
Te apartas de golpe, dejando su hombro y
llevando tu mirada a su rostro sereno. Chasqueas la lengua de nuevo y hecho una
furia te alejas de su lado.
— ¡Yuri!
— Déjame. No me sigas.
Dices. Pero por el rumor de sus pasos
siguiendo el tuyo adviertes que no te ha escuchado para nada. Pronto sus dedos
rodean tu muñeca y su fuerza detiene tu andar. Tira de tu antebrazo y le
encaras, aunque de mala gana. Eres un lío, y detestas el amor.
— Yuri.
— ¡Qué! — Espetas mirándole a los ojos.
— No soy adivino, dime lo que pasa por
tu cabeza.
— ¡No me da la gana!
Intentas zafarte. Te sientes vulnerable
y lo que menos quieres es romper en un llanto ridículo venido de la nada. Te
ahogas en un vaso de agua y eso es lo peor.
— ¿Vas a decirme, o no vas a hacerlo?
— ¡Deja de hablar de esa manera tan
desquiciante!
Le ves fruncir el ceño, abrir la boca
pero no decir ninguna palabra. Sujeta tu mentón y te besa. Algo rudo, debes
decirlo, pero de alguna manera, te encanta esa manera. Este es el beso más
apasionado que te ha dado, y ha puesto tu cuerpo entero en un estado febril que
hace que te sonrojes hasta las orejas.
— ¡Qué ray…!
— Te besé porque quise. Aunque siempre
intento no imponerme a ti, Yuri; si te fastidia que te pregunte, entonces solo
tomaré todo de ti.
¿Era el tono de su voz? ¿Sus ojos
dominantes? ¿Era así de sexy desde antes? Suspiras –mierda, lo haces– y agitas
las pestañas con las mejillas arreboladas de carmín. Asientes –aunque
probablemente no debieras– y tiras del cuello de su camiseta, demandas otro
beso. Otabek te mira severo, aprieta tu cintura y te empuja contra su cuerpo.
¿Ha jadeado? ¿¡Has sido tú!?
Al carajo. Que te bese. No te importa
nada más que eso. Eres orgulloso a tu manera. Él a la suya. Se complementan, de
alguna extraña manera, pero lo hacen. Seguramente que en el amor, es lo que
importa. Tus miedos se disipan al momento, cuando su beso te deja sin aliento y
presientes que él cumplirá. Porque Otabek no es de los que dejan una meta
inconclusa, y el destino de ustedes, probablemente, estaba unido desde la
tierna infancia.
— ¡Oh, wow!
No. No has sido tú, ni mucho menos
Otabek. Conoces esa voz perfectamente.
— Víctor. — Le nombras de mala gana. Ha
interrumpido tu momento con Otabek.
— Ustedes no van muy rápido.
— ¿Ah?
— ¿Lo hacemos, Víctor? — Otabek le
pregunta.
Y por un segundo te sientes poderoso.
Otabek podrá tener 19 años, pero en ese preciso instante, le notas como un
igual frente a Víctor. Se te infla el pecho de orgullo. Nunca hubieras
imaginado que se sentiría de esa manera sentirse respaldado por tu novio.
— Bueno, Yurio aún tiene 15 años, así que preferiría que los besos fueran más
acordes. — Víctor responde, cruzando los brazos y bufando por la nariz.
Honestamente, parece más un capricho que una reprimenda de parte de un adulto.
— Lo tendré en cuenta, Víctor. Yuri-san,
está usted radiante. — Le escuchas hablar con sumo respeto a katsudon. Y recuerdas que la tripa de
Yuri es enorme ahora, que más de cinco meses de embarazo rebozan allí.
— Oh, creo que me sonrojé~.
— ¿Verdad? Mi Yuri es hermoso~.
A Víctor de pronto se le olvida todo. Y
es una fuente de mimos y halagos para su esposo. Chasqueas la lengua y tiras de
la mano de Otabek.
— ¡Yurio! — Víctor reclama.
— También quiero mi momento a solas con mi novio, ¡idiotas!
Bueno, cada quien con sus formas de
expresar orgullo. Piensas.
~P~
Paternidad
Victuuri&OtaYuri&Minami
Estabas que no cabías de felicidad y
presumías a todo el mundo tu orgullo de padre cada día. La pasabas haciéndole
fotos y videos a Yuri, mimándole y consintiéndole todos sus caprichos por
difíciles que pudiera resultar complacerlos. No te ha importado despertar de
madrugada y tener que ir a la tienda de conveniencia más cercana con tal de
conseguirle lo que desea, si tienes que ir a algún súper a media tarde o bajo
la lluvia, también te daba igual. Incluso interrumpías tus prácticas si Yuri te
llamaba aunque le hubieses dejado arropadito y con montones de antojos en la
habitación de tu departamento. Ocho meses de embarazo tenía ya. Y tú comenzabas
a plantearte seriamente la posibilidad de regresar a Japón solo para que tu
suegra y cuñada pudieran tener un ojo sobre Yuri mientras tú no estabas en
casa.
— No quiero darle molestias a mi
familia, Víctor~. Y yo realmente me siento bien, no es como si hiciera algo
mientras no estás. Apenas me levanto al baño~. Y la mayoría de las veces voy
contigo a entrenar, aunque a Yakov le crispe los nervios porque piensa que en
cualquier momento voy a dar a luz~.
Te ha dicho las últimas ocasiones en que
te has animado en comentarle tus intenciones. Con una cara llena de alegría, su
rostro redondeado por el peso que ha ganado se te antojaba demasiado adorable y
solo querías comértelo a besos. Si, sabes que esa es otra de las razones por
las que a Yakov le pone de los nervios que Yuri esté en los entrenamientos,
porque tú no haces otra cosa que querer estar pegado a él y te olvidas de hacer
lo que debes.
— Todo porque le prometí a cierto esposo
hermoso mío que no dejaría de patinar por nuestro bebé~. Yuri ama demasiado
verme sobre la pista de hielo~. ¡Qué injusto!
— Víctor, ¿estás quejándote tan
descaradamente delante de mí? — Tu adorable esposo te pregunta, mordiendo una
fruta deshidratada, acomodándose los anteojos y el flequillo que cae sobre su
frente.
— Bueno, no estoy mintiendo, Yuri.
— Pero las competencias son importantes
también. Cuando nuestro bebé nazca estarás libre, así que sopórtalo solo un
poco más, Víctor~.
— Es por eso que es injusto, Yuri,
porque sabes que haré lo que me pides. Eso sí, que no se le ocurra a nuestro
bebé nacer antes de tiempo. — Dices, pegándote a su redonda tripa, besándole y
aspirando su aroma. — Huele a bebé.
— Mentiroso~.
— Hueles delicioso, Yuri~.
— Me haces cosquillas. — Te dice con una
sonrisita, estremeciéndose cuando cuelas tu mano debajo de su holgada ropa de
maternidad. Tus labios caen pronto sobre su tripa al descubierto, y suspira
mientras tu pequeño se remueve dentro suyo, como saludándote. — Hola bebé~ no
hagas demasiadas piruetas ahí dentro que a tu papi Yuri le duele la pancita~.
— Déjale ser, mi vientre es su casa aún,
Víctor.
— Pero a veces realmente te duele, Yuri.
— Porque seguramente intenta hacer
algunos saltos ahí dentro. — Le escuchas decir, riendo de sus palabras,
acariciándote una mejilla, mirándote de la misma forma en que seguro le miras a
él.
Enamorado.
De ti, de su actual vida. Del bebé que
ambos esperan con ansias.
— Víctor.
— Mh. — Atiendes, embobado con mimarle
la tripa.
— Ya decidí qué nombre darle a nuestro
bebé.
— ¿En serio? — Levantas la mirada, pero
tu mano no se aparta de su cálido vientre, sintiendo a tu bebé ahí dentro. Tan
cerca. — ¿Cuál, Yuri?
— Yurik.
Responde. Y tú sonríes en respuesta.
Después de mucho pensarlo durante meses, la lista había quedado reducida a tres
desde hace casi una semana, pero había sido momento en que no se decidían. Y
tú, siendo un poquito malvado, has de aceptarlo, le habías dejado la última
decisión a él. El nombre te gusta, se parece al suyo, pero todavía lleva
también las raíces de tu sangre rusa.
— ¿Está bien, Víctor?
— Es perfecto, Yuri. — Respondes.
Y te inclinas sobre su cuerpo con
cuidado hasta alcanzar sus labios, besándole dulce, despacio, enamorado. Beso
que no es suficiente, que se multiplica por dos, y luego por tres y al
infinito. No te cansas de besarle, ni él de recibir tus cariños. Desnudarle lentamente,
hacerle el amor sin prisas, es un tierno hábito que han fortalecido ambos.
Y en un abrir y cerrar de ojos las
últimas semanas transcurren. Y el nacimiento de tu bebé ilumina tu vida más de
lo que lo había hecho ya el amor de Yuri. Es un bebé sano, fuerte y con unos
pulmones extraordinarios, su llanto suena hermoso cuando por fin llega al mundo
más allá del cálido vientre de tu esposo. Yuri llora, tú lo haces también. Y
cuando lo acercan a su pecho, tu dedo tiembla cuando acaricias con cuidado su
frente pálida, manchada de los residuos del interior de su “madre”.
— Es hermoso, Yuri. — Dices entre
lágrimas, besándole a él. — Gracias, gracias, gracias Yuri. — Repites sin
cesar, llenándole el rostro cansado de besos.
— Te amo, Víctor. — Susurra, besándote
dulcemente por un segundo. Volviendo su mirada al pequeño que ahora las
enfermeras asean con cuidado. — Gracias, por hacerme tan feliz, Víctor.
— Eres tú quien me ha hecho feliz a mí,
Yuri. Incontables veces desde que llegaste a mi vida. Te amo, Yuri.
Besarle de nuevo. Sin cansarte, sin
querer separarte de él ni apartarle la mirada a tu bebé. Yurik pronto es
llevado junto a ustedes en la habitación donde Yuri descansa después de la
cirugía de parto. Su cabello es negro como el de Yuri, pero el color de sus
ojos se parece más al tuyo.
— Es un bebé tan precioso, Yuri~.
— Lo sé. Se parece a ti, Víctor.
— Se parece a ambos. Es lo que lo hace
encantador~.
— Debería haberse parecido solo a
katsudon, el pequeño katsudon.
— Yurio~. Llegan tarde. — Ignoras su comentario y le recibes en la
modesta habitación.
— ¿Qué esperabas? El viaje desde Rusia
no se hace en un par de horas. — Reniega, con ese carácter suyo que no ha
cambiado. No cuando está con ustedes, porque le has pillado siendo una ternura
con Otabek.
— Les trajimos un presente, felicidades
por el nacimiento de su bebé. — Otabek dice, serio y respetuoso como siempre.
Aceptas el bolso con el regalo y agradeces su gesto. — Es realmente pequeñito.
— ¿Verdad? ¡Y hermoso además! —
Exclamas, la mar de emocionado a decir verdad.
— Tch, no presumas tanto.
— Yurio, ¿quieres cargarlo? — Tu esposo le pregunta de pronto. Hablando
por primera vez desde que los más jóvenes han llegado.
Vuelves la mirada hacia tu compatriota y
te da un ataque de ternura cuando le ves sonrojarse y tartamudear que no
podría, que le da miedo lastimarlo o no ser capaz de sostenerlo.
— Te ayudaré, Yuri. — Otabek le dice,
susurrando suavemente y mirándole a los ojos.
Al principio te daba un poquito de celos
que estuvieran juntos. Quizá porque Yurio
era para ti como un hermano menor y no conocías mucho al kazajo. Pero ahora,
encuentras que no hay mejor pareja para Yurio
que Otabek. Y casi te los imaginas casándose a temprana edad.
— ¿Ves? No es tan difícil, Yuri.
— ¡No te alejes! Se me caerá si te
apartas, Otabek.
— Está bien, sigo aquí, Yuri.
— Se siente tan frágil.
— Por supuesto, es un bebé.
De pronto la joven pareja se enfrasca en
una charla donde Yuri y tú parecen sobrar.
— Están enamorados, como nosotros,
Víctor. — La voz de tu esposo te envuelve.
— Lo están, Yuri. — Y no dudas en
besarle de nuevo. Acariciar sus mejillas y luego hacer más fotos de tu pequeño
en brazos de los jóvenes tórtolos.
Yuri te mira con gratitud, con el
semblante aún cansado pero feliz. Su mirada te atrapa de nuevo, y tú presientes
que la paternidad le sentó más que bien.
— Estás más hermoso que nunca, Yuri.
— ¿Qué? ¡Claro que no~! Luzco terrible~.
Niegas con la cabeza y te prometes
mentalmente que en adelante le harás sentir día con día que lo amas más y más.
Que la paternidad le da un aire más maduro y seductor, que quieres hacerle de
nuevo el amor porque las últimas semanas fueron de abstinencia total y sabes
que aún faltan algunas más hasta que se recupere de la cirugía.
Pero no te importa. Son padres. Y Yurik
es el bebé más hermoso del mundo.
— ¡Yuri-san~! ¡Por qué no esperaron por
mí!
— Minami~ no hace tanto que los demás
llegaron.
— Pero vi a toda la familia allá fuera~.
¡Soy el último en saludar a mi nuevo hermanito~!
— ¿Eh?
— ¿Qué no lo sabes, Yurio? Soy el mayor, tú el segundo y ahora
tenemos a Yurik~.
— ¡Quién coño dijo que somos hermanos!
Ah, la paternidad no estaba tan estrenada
después de todo. Piensas. Y ves a Minami enfrascarse en una infantil discusión
con Yuri. A Yurik pasar a brazos de
tu esposo y clamar por alimento. A Otabek mirando calmado la discusión de
Minami con su novio.
— La familia perfecta. — Murmuras.
— ¿Víctor?
— Nada, Yuri.
Respondes, sonriendo mientras tomas
sitio más cerca suyo, pidiendo permiso con la mirada para ser quien le dé la
mamila a tu pequeño Yurik. Él concede tu deseo, con el fruto de su amor
acurrucado en su regazo, cerca de su corazón, succionando la mamila con
entusiasmo. Le besas una manita y lloras de felicidad. Sin darte cuenta de que
esa vez, es Yuri quien hace una fotografía con sigilo. Foto que más tarde se
convierte en su fondo de pantalla, en un poster en la alcoba, en la primera
fotografía del estrenado álbum que lleva el nombre de Yurik. El primero, de
muchos, lo sabes.
Pensamientos
EmilxMichele
Te sentías tan molesto que no tenías
ánimo siquiera de mirar a tu hermana. Ni de preguntarle por qué había besado a
Nekola. O por qué el idiota de Emil no había hecho nada por evitarlo.
— Ese idiota. Más vale que no se haga
ilusiones, no pienso dejar que salga con Sala. ¡Por nada del mundo!
Gritar a los cuatro vientos tampoco es
como si fuera a ayudar en algo a mejorarte el ánimo. De hecho, cuando decidiste
tratar de relajarte y colocaste unos audífonos en tus orejas escuchando música jazz,
todo lo que esperabas era poder sacarte de la cabeza la escena del beso. Y es
que, cuanto más se te repetía en el pensamiento, más enervado te sentías.
Porque apareció una disyuntiva
increíble.
No sabías si estar celoso por tu hermana
adorada.
O por el idiota de Emil.
De alguna forma, su traición –supuesta–
te ha dolido más de lo que puedes manejar. Quizá porque habías esperado que su
cortejo hacia Sala hubiera sido siempre solo una broma absurda. Un jugueteo que
no llegara a ninguna parte. No a un beso. Ni a sentimientos verdaderos de Emil
hacia Sala.
Emil.
Sala.
Emil.
De nuevo. Tan insistentemente
apareciendo en tu pensamiento que resultaba más y más fastidioso. Y es que no
te daba oportunidad de odiarle. Como
testarudamente se lo habías increpado en la cara antes de dejarle atrás. Sin
saber siquiera lo que tenía para decir o defenderse. Lo sabes, estás
consciente, fue Sala quien le asaltó.
Emil, el muy idiota simplemente no había hecho nada para evitarlo.
— ¡Estúpido Emil!
Maldices a diestra y siniestra,
enojándote de nuevo por su falta de tacto y ceder tan fácilmente a lo que pudo
ser un mero capricho de tu hermana. Sin embargo. Si Sala hizo aquello en serio,
¿qué debías hacer tú? ¿Qué haría Emil? ¿Por qué te preocupabas de nuevo por el
idiota?
— Tsk, realmente estoy mal de la cabeza
o algo. Lo que Emil sienta no me importa, ¡en absoluto!
Sí, podrías jactarte de ello. Pero no
podrías ignorar los sentimientos de tu hermana. Nunca podrías. Por más que
odiaras la idea de verla como la linda señorita que es, con un imán
impresionante para los idiotas –todo
hombre entraba en esa categoría–, quizá cuando Sala se enamorara de verdad, tú…
tú no tendrías más remedio que hacerte a un lado y dejarla marchar.
— Ng, solo imaginarlo me da náuseas.
Pensabas. Y pensabas. Y volvías a
pensar.
Pero sabes que solo estás dándole
vueltas a lo mismo. Que en el pecho hay un dolorcito incierto que te pone de
mal humor, y no es precisamente solo por Sala. Sabes también, que hace algún
tiempo Emil provoca unos latidos diferentes en tu corazón, que es el único
chico al que le has permitido acercarse tanto a tu hermana y a ti. Que le
consideras un amigo.
No, probablemente sientes algo un poco más serio que solo
tolerancia o incluso amistad.
El rostro se te caliente y un sonrojo te
sube a las mejillas. Porque estás consciente del pensamiento que ahora te ha
cruzado la cabeza.
Emil te gusta. Probablemente.
No.
¡Mierda!
Te gusta.
Simple. Y jodidamente absurdo.
— Estúpido Emil Nekola.
— ¿Lo soy?
Su voz te sorprende. Y por alguna razón
el sonrojo que hay en tus mejillas se expande hasta tus orejas. Tu corazón late
demasiado aprisa. Y aunque quieres golpear su mejilla o patearle el trasero.
Terminas besándole.
Justo como Sala no hace demasiados
minutos.
Y justo como ella, le dejas con la
mirada desorbitada.
Phichit
SeungxPhichit
Cuando decidiste –porque realmente lo
habías hecho por cuenta propia– salir con Seung Gil, realmente no habías puesto
por delante sentimientos profundos por el patinador coreano. Casi lo habías
propuesto como una broma, pero habías caído por tus propias palabras y la
situación se te había ido de las manos. Cuando comprendiste lo sucedido. Tú
realmente eras novio de Seung Gil.
Novio.
Su pareja, en el más amplio sentido
romántico de la connotación.
No es que tuvieras problemas con salir
con otro chico. O que nunca te hubieras planteado la posibilidad de hacerlo de
hecho. Es más, en algún momento habías encontrado bastante lindo a Yuri cuando
compartían habitación en Detroit, pero tampoco te lo habías tomado como algo
más que reconocer en la personalidad de otra persona cierta ternura.
— Víctor seguramente fue seducido por
esa aura linda de Yuri en primer lugar. — Piensas para ti. En voz alta y sin
querer.
Olvidando de un pequeño detalle. De
hecho, ni tan pequeño, que todavía es algunos centímetros más alto que tú y
está sentado justo a tu lado, jugando con su husky y prácticamente pasando de
largo de tu presencia.
Frunces el ceño inconscientemente, más
como un mohín de disgusto que como un enojo. Te has tomado unos días para
visitarle en su ciudad ¿y él apenas te invita a su departamento sin proponer
actividad alguna?
— Seung Gil.
— ¿Qué?
— Vemos tv.
— Como quieras.
En realidad te has tomado esto como una
cita. O una aventura de amantes –Yuri llegó a contar de su vida junto a Víctor
en el onsen tan entusiasmado que has querido intentarlo visitando a tu novio en
Seúl–, ¡pero ni siquiera fue por ti al aeropuerto! ¡Ni te ha besado! ¡Qué clase
de novios tan desinteresados son!
— Entonces, ¿puedo hacer lo que quiera?
¿Sin importar lo que elija?
— Sí, adelante. No me molesta que hagas
lo que quieras en el departamento, siempre que dejes todo como est…
Interrumpes su discurso con facilidad.
La manera más sencilla es sellando sus labios. Y qué mejor forma de hacerlo que
pegando los tuyos a los suyos. Presionas un poco más y pronto responde tu beso.
Su lengua se cuela en la tuya en un parpadeo y cuando comprendes lo que sucede,
ya estás tumbado en el sofá, con sus manos acariciándote por debajo de la ropa
con la confianza con que solo los amantes pueden tener.
Un sonrojo te sube hasta las prietas
mejillas y un jadeo se te escapa de los labios cuando hinca sus dientes en tu
clavícula, succionando tu piel. No es como si fuera la primera vez que un beso
se vuelve emocionante, pero si lo es sintiéndole ir tan lejos como para
tocarte. Tampoco te molesta, significa que en realidad sí le interesas, aunque
sea tan malo para expresarlo y siempre seas tú quien inicia todo tipo de
acercamiento íntimo.
— Seung Gil.
— ¿Ahora qué?
— Di mi nombre.
— ¿Eh?
— Di mi nombre, y bésame más, mucho más.
¡Tengamos sexo ardiente~!
Exclamas. Y por alguna razón es él quien
se sonroja entonces. Pero no es como si se negara, o sus manos se alejaran de
tu cuerpo. Ni mucho menos que ignores el bulto creciendo en su entrepierna.
~Q~
Quedito
Victuuri
Suave murmullo, un susurro que te
acaricia la piel como la brisa del mar o el rocío matutino. Así sientes la
respiración de tu esposo al despertar. Víctor está aferrado a tu cintura, como
siempre, su rostro descansa en la almohada cerca a tu rostro. Su respiración te
hace cosquillas, te relaja, te seduce. Consigue hacer todo eso al mismo tiempo,
y te pone un poquito nervioso y tímido. Te mueves sigiloso y te concentras en
mirar su atractivo rostro con detalle. Adoras todo de él. Lo amas.
— Si me miras con esa intensidad, no
tengo más remedio que despertar, Yuri. — Dice. De pronto. Y a ti te entra una
profusa vergüenza, tal que terminas cubriendo tu rostro con la sábana.
Víctor ríe. Y por si fuera poco su risa
también te encanta. Que se meta debajo de las sábanas, enrede sus piernas con
las tuyas y bese tu rostro con cariño, también.
— Buen día, Yuri~.
— Buen día, Víctor.
Él ha dicho con tono alegre.
Tú en voz baja, todavía avergonzado por
haber sido pillado infraganti mirándole.
No es tu culpa, piensas. En tal caso es
de Víctor, por ser tan guapo al dormir. Y encima hacerlo desnudo. Ah, es
cierto, tú también lo estás, o casi, que esa madrugada apenas si habías
encontrado tu ropa interior después de que Víctor te asaltara sin darte tiempo
a nada más que responder sus avances.
¡Es tan bueno en la cama!
— Yuri, de qué te estás acordando que
estás todo rojito, ¿eh?
— No me mires~, Víctor~.
Y terminan jugueteando ahí bajo las
mantas, el rumor de las sábanas es opacada por las risitas que junto a él dejas
escapar. Te besa una y mil veces, su cuerpo roza el tuyo de forma seductora, te
enciende el deseo y terminas dejándote llevar cuando los besos son menos
inocentes y sus caricias tienen intención lasciva.
— Víctor~ apenas salió el sol~. — Dices
quedito, apretando los labios para callar el gemido que se te atora en la
garganta, su pelvis ha chocado con la tuya. Su mirada pícara ha atrapado tus
ojos. — Víctor. — Suspiras, jadeando cuando su pelvis muele contra la tuya. —
Ng~.
— Yuri, no voy a meterla, ¿ok? Pero si
no te sacas la ropa interior, se va a ensuciar.
Su voz es áspera, seductora. No
escuchaste con claridad lo que ha dicho, así que solo permaneces ahí, bajo su
cuerpo, jadeando, recibiendo sus húmedos besos. Sus queditos murmullos de palabras
calientes dejadas en tu oído. Esa mañana ensucias tu ropa interior, y las
mantas. Tienes un orgasmo matutino, y a Víctor se le ilumina la cara sabiendo
que lo consiguió.
— ¡Me da tanta vergüenza~!
— ¿Por qué? Estamos casados, nos amamos,
¿qué hay de malo en tener un poco de placer al amanecer, Yuri?
— Ng.
Incapaz de responderle, atinas a
apresurarte fuera del lecho –aunque él ya se encargó de tu ropa interior y de
limpiar tu cuerpo–, coges la primera prenda en el piso –casualmente una
camiseta suya que te va un poco grande– y te encierras en la ducha sin dejarle
entrar.
Quedito. Suave, como un tono bajo de
saxofón.
Te enamora, se impregna en cada fibra de
tu ser.
Como si cada día tuviera que empezar de
nuevo. O alimentar la llama de la pasión, el amor. O todo junto.
No sabes. No interesa.
Te ama, le amas.
Quedito. Suave.
~R~
Rubor
LeoxGuang
Eres adolescente, 17 años todavía
rebosan en ti, física y mentalmente. Incluso en cuestión de emociones te
sientes “novato”. Y el único consuelo que te queda es saber que tu novio es
apenas un par de años mayor.
Tu novio.
Lo piensas y un rubor sube a tus
mejillas pintándolas de intenso rojo carmín. Leo es un encanto de persona, tu
mejor amigo, y ahora también tu novio. Es la primera vez que sales con alguien,
y no sabes comportarte de otra manera cuando hablan por teléfono o cualquier
aplicación. La distancia te molesta un poco, pero pronto le acompañarás, has
decidido realizar tus estudios universitarios en Estados Unidos, y estar cerca
de él.
— Aunque no le pregunté si estaba de
acuerdo. ¿Y si piensa que actúo como acosador o algo parecido? Ah~ debí
hablarlo con Leo antes~. — Suspiras, gimoteas, te haces ovillo en tu cama,
abrazas tu oso de peluche y reniegas contra su felpuda figura.
Te sientes perdido en un mar de
emociones, eres un manojo de nervios, de expectativas e ilusiones. Hace algunas
semanas que Leo se te confesó mientras paseaban por la muralla China durante
sus vacaciones por tu país. Pero pronto él había regresado a Estados Unidos y
la relación se había convertido en una a distancia. Eso te pone un poco
incómodo y muy triste, porque hablar por skype no es suficiente aunque le veas
y escuches. De pronto te has encontrado a ti mismo extrañando el calor de su
cuerpo cerca del tuyo, las manos entrelazadas con nerviosismo cuando nadie
veía, los contados besos que se animaron en darse.
— No nos hemos dado un beso adulto siquiera~.
Gimoteas de nuevo, tocándote los labios
un segundo. Besando tu dorso después, el roce de tu lengua contra la piel se
siente extraño, y te preguntas cómo será un beso apasionado con Leo. Si será
extraño, si se sentirá bien, si dará miedo
cuando lo sientas venir. Te preguntas qué harás tú, cómo habrás de mover tu
rostro, tu lengua.
El calor en tus mejillas se duplica,
probablemente más que eso. Agitas la cabeza tratando de espabilar los
pensamientos, te sientas sobre tu cama y jadeas sorprendido. Al sur de tu
ombligo, tu cuerpo es demasiado honesto. Y reacciona.
— ¡Waa! ¡Qué vergüenza~!
— ¡Guang Hong!
Escuchas a tu madre llamarte desde la
estancia, probablemente sorprendida por tu repentino grito. Corres a la puerta
de tu habitación y apenas asomando la cabeza aseguras que todo está bien, no
quieres que tu madre venga a corroborarlo por su cuenta. Ya suficiente
avergonzado te sientes.
— Soy un tonto, ponerme así solo por
pensar en besos de adultos~. — Suspiras, volviendo a tu cama. No, retrocedes y
entras al baño, de todas formas necesitas tranquilizarte.
Minutos más tarde solo se escucha el
agua correr, lavas tus manos y evitas mirar tu reflejo en el espejo. Porque lo
sabes, que un rubor se ha apoderado de tus mejillas desde hace rato, que el
corazón no se te ha tranquilizado y que ahora solo puedes pensar en cuánto te
gustaría tener a Leo a tu lado, besarle y calmar tus ansiedades mirándole a
esos expresivos y amables ojos marrones.
El tono de tu móvil te distrae, te saca
abruptamente de tus pensamientos. Te apresuras a mirar. Y una sonrisa se
extiende inevitablemente por tus labios. Es Leo, diciendo que te extraña, que
desea volver a verte, que quiere abrazarte y besarte.
Tan similar a tus pensamientos, que tus
sentimientos por Leo parecen crecer en tu pecho.
— ¿Y si te digo que estudiaré la
Universidad allá? ¿Estarías feliz, Leo? — Envías el texto con nervios.
Y la respuesta que recibes, es una
llamada cargada de emoción y entusiasmo.
El rubor, no abandona tus mejillas,
porque es el reflejo de lo tierno de tu amor por él.
Recoveco
OtaYuri
No es la primera vez que Yuri te evade
la mirada con las mejillas sonrojadas cuando le besas de aquella manera. Pero,
sí lo es el hecho de que estén solos en su habitación. Y que su abuelo no esté
en casa. Pensándolo bien, ¿no era este el momento ideal para hacer cosas
eróticas?
— Yuri.
— ¿Quieres tomar algo? ¿Comer tal vez? —
Te pregunta de inmediato, casi como si advirtiera lo que vas a decir.
Niegas suavemente y enredas tus dedos en
la muñeca de su mano izquierda, impidiéndole levantarse y huir. Ya te ha traído
hasta su habitación, piensas, no es justo que ahora quiera escapar.
— Otabek.
— ¿Estás nervioso, Yuri?
— ¿Eh? Cl-claro que no. Por qué iba a
estarlo. — Rezonga, intentando poner una de esas expresiones severas que usa a
menudo con el resto del mundo, pero que contigo ya no funcionan ni tienen caso
alguno. — Deja de mirarme así.
— ¿Por qué? Te encuentro muy bello,
Yuri.
El sonrojo de sus mejillas explota por
toda su cara, hasta las orejas. Y tú respondes llevando tu mano a su sedoso
cabello rubio, peinándole con tus dedos antes de asirte de su nuca y atraerle.
— Otabek. — Suspira entrecerrando los
ojos.
Ojos vidriosos que te seducen de formas
que no podrías explicar. Y le besas, profundo y húmedo, probablemente más que
antes. Y terminas empujándole contra el colchón, aprisionándole con tu cuerpo.
Besándole más y más. Más intenso, más fogoso, más adulto.
Su anatomía se siente delgada y pequeña
bajo tu cuerpo, sus jadeos tibios, su respiración caliente. El corazón
palpitando en su pecho resonando contra el tuyo, armonizándose en ritmo. Sus
manos en tu espalda, sus largos dedos clavándose en ella. La excitación,
obviamente, se ha presentado.
— Yuri. — Le nombras cuando uno de los
incontables besos termina.
Sus labios están húmedos de saliva,
rojos por la presión. Su cabello desordenado, su mirada lacrimosa, su rostro
ruborizado. Tan, sexy. Descubrirlo te sorprende a ti mismo, porque “hermoso”,
“ángel”, “lindo” y palabras similares eran las únicas que habían asaltado tu
mente hasta entonces. Pero, sexy, era
la primera.
— Otabek, estás… — Sella sus labios
antes de decir más.
Su mirada viaja al sur, la tuya le
sigue. La excitación entre tus piernas es evidente. Y honestamente, él no se
queda atrás. Aunque, a esas alturas, la reacción de tu cuerpo es más honesta
que la suya. O quizá simplemente resulta que eres más hormonal que él. Después
de todo, en muchas formas es un adolescente todavía, uno que hasta el momento
había centrado todas sus energías en el patinaje, no en pensamientos eróticos.
Bueno, tampoco es que tú sí lo hayas hecho. Es más como que, tu instinto sexual
se ha despertado por él.
— ¿De-deberíamos, encargarnos?
Le escuchas decir, le ves tragar hondo y
apartarte la mirada. Pero ya lo ha dicho, así que no hay vuelta atrás.
— ¿Quieres?
— Bueno, el baño está…
— No de esa manera, Yuri. ¿Quieres que
lo hagamos juntos, o no quieres?
Sus ojos vuelven a encontrarse con los
tuyos, abiertos de par en par, hermosas cuencas verdes que te invitan a más.
Por supuesto que quieres tocarle, y no encargarte del “problema” con tus manos,
en el baño de su casa. Quieres tocarle a él, y que te toque. Quieres conocer
hasta el ínfimo recoveco de su anatomía, conocer los puntos exactos donde
sienta placer, las formas en que se siente mejor. Quieres todo de él.
Rutina
Victuuri
Lo primero que haces cuando finalmente
le dejas abandonar el lecho –generalmente le tienes atrapado ahí por tu
insaciable necesidad de darle afecto– es salir a la cocina y poner café –además
de otras cosas sumamente necesarias desde temprano–. Luego le sigues a la ducha
y te cuelas sin ser invitado. Le besas mucho mientras se duchan juntos y dejas
algunas marquitas ahí donde comienzan a desaparecer. Sobre todo en su vientre,
donde una particular cicatriz te hace amarlo mucho más a ser posible.
— Víctor~ me has dejado un chupetón en
el cuello otra vez~. — Le escuchas gimotear, mirarse al espejo y hacer puchero.
— ¡Ups, no me di cuenta!
— Mentiroso~. Tendré que usar otra vez
camiseta de cuello alto.
Reniega. Pero a ti no te importa mucho,
porque sabes que en realidad no le molesta tu apasionada manera de decirle al
mundo que es tuyo. Aunque su matrimonio sea de dominio público. Una sonrisa
surca tus labios, te sientes tan motivado, lleno de energía y listo para
amarle, que todo lo demás pierde peso.
— Yuuri, tengamos un desayuno occidental
esta mañana~.
— ¿Eh? Bueno, como quieras Víctor.
Te complace, lava sus dientes y se
asegura de dejar todo ordenado y limpio en el amplio baño antes de salir a la
cocina. Le sigues el paso y pronto tus manos se enredan en su cintura.
— Víctor~ no puedo cocinar contigo
pegado a mí~.
— Dices eso todas las mañanas. Y todas
las mañanas el desayuno te queda exquisito, Yuri~.
— En verdad, me amas demasiado, Víctor —
Le escuchas decir, sonriendo con ternura, con las mejillas bañadas de carmín. Ingeniándoselas
para encender la estufa y acercar los ingredientes que ha de necesitar.
— Claro que te amo, Yuri. Eres mi motor,
mi todo en la vida.
Yuri se da la vuelta, aún entre tus
brazos. Sonríe y te besa. Lo que no a menudo hace por cuenta propia.
— Yo también te amo, Víctor. Aunque no
sea tan expresivo como tú.
— Tus expresiones me son suficientes,
Yuri. Además, me dejas amarte a mi manera, aunque puedo ser un poquito
empalagoso. — Admites.
Y él te regala una de sus sonrisas
matutinas más hermosas. Y casi juras que te has enamorado otro tanto de él
–como si fuera posible–.
— Me gusta cómo eres, Víctor. Me
avergüenza, pero me gusta. — Murmura, ajustando sus anteojos cuando les siente
resbalar por el puente de su nariz.
Ah, lo amas tanto, tanto.
— ¿Sabes que tengo ganas de hacerte travesuras justo ahora, Yuri?
— ¿Q-qué? ¡No~ detente Víctor~!
Pronto su risa y sus sonrojos se
mezclan. Atacas su cuello y dejas la marca de tu pasión en la unión entre éste
y su hombro. Le lames despacio y él corresponde con un tímido rubor surcando
sus mejillas. Jadea y se apoya en la encimera, tus manos sujetan su cintura,
quieres arrancarle la ropa y hacerle otra vez el amor.
— Víctor~.
— Acabo de darme cuenta de que no llevas
ropa interior debajo, Yuri.
— Ng~.
Sí, hacerle el amor todas las mañanas,
también era parte de tu rutina.
Una rutina de amor mutuo.
En su empalagoso mundo donde todo lo
podían lograr, trabajando juntos. Apoyándose mutuamente.
Amándose sin parar.
Aunque de pronto el llanto de su pequeño
Yurik interrumpiera el glorioso momento de placer mañanero. Se sonríen y tú te
apresuras en preparar la mamila mientras Yuri va por el pequeño Yurik. Un año
ya desde su nacimiento. Y ustedes, más felices.
~S~
Sexo
OtaYuri
Adolescente.
La palabra de repente te taladra el
pensamiento. No puedes negar la realidad. Inmadurez, impulsión, inexperiencia.
Todas esas cosas se te acumulan en la mente mientras te quedas mirando
fijamente a Otabek. Es tu novio después de todo, y sabes que lo que siente por
ti no es simple calentura del momento, ni un cariño pasajero. ¿Amor? Bueno,
como adolescente no puedes saber si lo es todo, si es esa sensación de cosquillas
en el estómago, los nervios, los sonrojos, las ansiedades y las ganas de “más”.
Más atención, más tiempo juntos, más contacto. Más, más. Mucho más.
— Yuri.
Te nombra. Y tu nombre en su voz suena
dulce, aunque el tono sea más bien ronco, más grave de lo que ya de por sí es
su voz. Su mano acaricia tu mejilla y sientes el impulso de retarle por
tratarte con tal delicadeza, de increparle que eres un chico no una señorita a
la que están por quitarle su pureza. Bueno, de que te va a quitar lo virgen, no
hay duda. ¡Pero no por eso tiene que ser tan caballero!
— No voy a romperme si eres un poco más,
brusco, Otabek.
Dices. Y esperas darte a entender sin
tener que decir más palabras. Porque de todas formas en esos momentos
presientes que no va a salir nada coherente. No cuando él sonríe con un
sentimiento de superioridad que te hace querer darle un puñetazo a ese atractivo
rostro varonil. No cuando empuja su pelvis contra tu trasero y notas lo
excitado que está, porque definitivamente eso que se te clava en el trasero no
es otra cosa que su erección.
— Sé que no vas a romperte. Aunque yo
ahora, solo quiero hacer eso, Yuri. romperte.
¡De dónde mierda había sacado ese lado
sexy tan malditamente masculino!
— Demonios, haz algo y no solo hables.
Beka. — Dices.
Y parece que escucharte nombrarle de esa
forma consigue algún efecto en él. En su mirada notas una oscuridad diferente,
una chispa de lujuria se le enciende en las pupilas, y de pronto, te sientes
como un gatito asustado de lo que vendrá. Asustado, pero emocionado.
— En verdad eres como un gato arisco,
demandante y caprichoso, Yuri.
— ¿Eh?
Luego esa sonrisa. Otabek no era el
mismo, parecía haberse transformado cuando la excitación se le acumuló en la
entrepierna. Eso, o encendiste un interruptor en él sin darte cuenta. Pero su
rostro generalmente inexpresivo y estoico estaba mostrándote otras expresiones,
que, honestamente, te estaban provocando un calor abrasador en la piel.
— ¿Por qué tiemblas, Yuri? ¿Tienes miedo
ahora? ¿Quieres arrepentirte?
— ¡Claro que no!
Y te sonríe de nuevo. Mirándote como
cazador a su presa. Sus manos serpentean por tu cuerpo y entre suspiros y
jadeos calientes, pronto te desnuda y se encarga de sus propias ropas. Y le
maldices y te maldices al mismo tiempo cuando caes en cuenta de ello, porque
resulta que es Otabek quien está haciendo todo mientras tú solo te dejas hacer
y respondes a todos sus avances.
— Ng~. — Gimoteas avergonzado,
inconscientemente cubriéndote el rostro con tus manos.
Otabek te ha tocado. Ahí.
— Apenas lo rocé, Yuri.
— Cállate. No actúes como si tuvieras
experiencia en esto, Beka. — Increpas.
Y un vertiginoso ataque de celos te
asalta. Él no ha hecho esto con nadie, ¿cierto? ¿Cierto?
— No la tengo, Yuri. Ésta también es mi
primera vez. Por si no lo sabías, has tenido todos mis primeros también.
Dice. Y te es suficiente para regresarte
la seguridad y las ganas, y el deseo y la calentura. No sabes bien qué se
enciende en tu interior, pero le abrazas la espalda y le besas. Le besas de esa
forma en que han aprendido, el beso adulto
le nombraron entre susurros cómplices. Profundo, húmedo, caliente. Su lengua se
impone ante la tuya, te recorre a su antojo hasta dejarte sin aliento. Tampoco
sabes el momento exacto en que comenzó a frotar su pelvis contra la tuya, pero
cuando tu boca no está más ocupada con la suya, los gemidos que salen de tus
labios son terriblemente escandalosos. Y te desconoces, pero tu voz es
incontrolable. Y lo es también cada espasmo sacudiendo tu cuerpo, el placer que
te hierve en la sangre, la sensación eléctrica viajando por tu espina dorsal.
Su pelvis muele la tuya, su erección
fricciona tu entrepierna. Demasiado caliente, demasiado bueno. Te aferras a su
espalda de nuevo, y gimes en su oído. No sabes si dices su nombre o solo
sueltas jadeos calientes.
— Esto no es suficiente, Yuri.
— ¿Mh? ¿Qué?
Nublado por las sensaciones corriendo
por tu cuerpo, no eres consciente de mucho hasta que estás así, a cuatro sobre
Otabek, con tu trasero en su rostro. Su falo frente al tuyo. ¿Esto era el
dichoso 69 para el placer mutuo?
— Ngh~. — Gimes de pronto. Su boca
húmeda y caliente arropa tu erección y la lleva hasta el fondo. — Ngh~. — No
sabes si es su garganta o qué demonios, pero te sientes tan adentro de su boca
que no dudarías en correrte. — Más, despacio, Otabek.
Jadeas a las justas, encorvando la espalda
y sintiendo tanto, que no sabes cómo llamar a todas esas sensaciones. Pero
entonces él va lento, su boca te abandona y en cambio te atiende su mano.
— Eres, desvergonzado, Beka.
— Quiero todo de ti, Yuri. ¿Tú no
quieres todo de mí?
No sabes si es tu imaginación, el calor
del momento o algo más. Pero su tono de voz parecía seducirte. Y aunque no
tenías idea de cómo hacerlo con exactitud, tomaste su falo con la diestra.
Caliente, duro. Así estaba su pene, y cuando te animaste a lamerlo.
— Mgh.
Obtuviste su primer gemido. Ronco,
áspero. Y te sentiste poderoso, capaz de dominarle.
Así que lamiste de nuevo, y otra, y otra vez. Te concentraste en la punta, y
luego tus labios le arroparon lentamente, descendiendo sin prisas,
acostumbrándote a su tamaño, a su textura, a su sabor. Era extraño, pero no
desagradable. Más profundo, hasta rozar tu garganta y provocarte una arcada.
Retrocedes por acto reflejo, y salivas mucho más. Mojas su falo con cada nueva
arcada, con cada nueva succión. Y pronto es él quien gime más que tú, quien
parece olvidarse de darte placer también.
Tu boca está demasiado llena, ocupada con su falo. Es más grande de lo que pensabas. De hecho, era
como si todavía hubiera crecido más en tu boca desde que comenzaste a
succionar.
¿Mh? ¿Qué? Un momento, ¡qué! ¿Es su dedo
el que sientes contra tu? ¿Contra tu, ano? ¡Oh por dios! ¡Otabek realmente
deseaba ir hasta el final contigo!
— Otabek. — Le llamas, abandonando su
erección un momento, mirando hacia atrás. — ¿Qué, haces?
— Descuida, no voy a entrar hoy.
— ¿Eh?
— Dolería mucho. Escuché a Víctor hablar
de eso con Chris hace unos días.
— ¡Qué!
No sabes si patearlo o seguir adelante.
De hecho, te molesta un tanto que mencione a otros mientras está contigo. Pero
lo perdonas porque, bueno, no es como si tuvieras que preocuparte por los otros
hombres en cuestión. Y porque, además, estaba lamiéndote de nuevo, al mismo
tiempo en que te acariciaba con la siniestra el pecho. ¡Debía ser trampa que
pudiera hacer tanto a la vez!
— Ngh~ ahh~.
Ocupado, demasiado ocupado en disfrutar
como para acordarte de darle placer también. Ustedes dos definitivamente tendrían
mucho que aprender en adelante. Bueno, de momento no importaba en realidad.
Torpe e inexperto, pero lo estaban disfrutando.
— Be-Beka~ yo, casi ngh~.
Sus labios se quedan en la punta de tu
pene, succiona y después. La naturaleza. Te corres en su boca. Tiemblas de
placer y sientes tu cuerpo extraño, tus rodillas débiles. Tampoco sabes cómo,
pero cuando tienes conciencia de nuevo, estás de espaldas en el colchón, Otabek
te lame y besa el vientre, el pecho, las axilas, el cuello. Parece que te estaba
dando tiempo a reaccionar.
— ¿Se sintió bien, Yuri?
— Sí. Pero tú… — Miras hacia abajo,
hacia su falo todavía erecto. Y alargas tu mano casi inconscientemente,
acariciándole desde la base.
— Mgh, me gusta cómo me tocas, Yuri.
Le miras a los ojos y sientes una
repentina vergüenza. Él mirándote desde ahí, arriba de ti, con sus ojos encendidos, con su aura tan galante, con
sus manos a lado de tu cabeza, sosteniendo su peso mientras gime bajo tu tacto.
Tus dedos se aferran a su punta fálica, llevas tu otra mano y le acaricias
suavemente el tronco. Sonríes al notar una reacción diferente en su rostro. Se
muerde el labio inferior y tiembla. Sabes que está cerca también, y que
probablemente quiere evitar correrse.
— ¿Te lo tragaste, Beka? ¿El mío?
— Sí, Yuri. — Responde sin titubear. Su
voz más ronca que antes.
Y te avergüenzas otro tanto. No te
imaginas a qué puede saber el semen. Tu mirada viaja a su pene, y te preguntas
si deberías hacerlo también.
— Yuri, quiero correrme en tu mano.
— ¿Eh? — Le miras por apenas un
instante, cuando ya sientes caliente y húmeda tu mano. Su semen gotea en tu
vientre también.
Miras hacia abajo de nuevo. Hacia su
pene flácido. Luego de nuevo a su rostro, a sus ojos firmes, a su respiración
agitada, a la gota de sudor resbalando por su mentón. Estiras el cuello y la
lames, luego buscas sus labios y se te entregan con devoto cariño. Te besa con
ganas, profundo, caliente, cariñoso.
— ¿Quieres ducharte? ¿O no quieres,
Yuri?
Te pregunta, pero tú estás divagando en
algo más. Esto cuenta como sexo, ¿verdad? Porque, parece que eso será todo por
ahora. Lo piensas. Le miras a los ojos de nuevo, tentado de preguntarle si de
verdad llegarán hasta aquí hoy. Pero la respuesta llega antes siquiera de que
puedas decir nada.
— Dijiste que tu abuelo llegaría a las
siete, no falta mucho. — Dice, mirando el reloj en su celular. Todavía cerca de
ti, casi reacio a abandonar el calor que emana de tu cuerpo.
— Iré primero. Si vamos juntos.
— Definitivamente, querré más, Yuri.
…
Cuando entraste a la ducha, además de
estar llena de vapor, olía a dulce. No sabes si es el jabón o el champú que
Yuri usó, o una mezcla de ambos. O lo que más te bailaba en la mente. El olor
corporal de tu rubio novio. Aclaras la garganta y te sorprendes de cuán honesto
tu cuerpo podía ser, excitándose con el olor que Yuri había dejado en la ducha.
— Y él todavía es adolescente, me
pregunto si estaremos bien después de hoy. Bueno, si su abuelo se entera,
seguro que no le caerá en gracia. Incluso Víctor se opone a lo nuestro. Pero,
¿cómo se controla el deseo cuando se está enamorado? Quiero decir, aunque no
fuimos tan lejos como la penetración, realmente quiero hacerle el amor. No solo
tocarnos como ahora.
Pero bueno, no es como si el tiempo fuera
a terminarse de la nada. Suspiras y te prometes que, la próxima vez, al menos
habrás de usar tus dedos para conocer el interior de su intimidad, y comenzar a
descubrir su punto sensible.
El sexo puede experimentarse de tantas
formas.
Sigiloso
Victuuri
Sus detalles te sorprenden cada vez, en
ocasiones te emocionas tanto que olvidas devolverle un poco de todo el amor que
tan animosamente te expresa cada día. Víctor era el hombre perfecto para ti.
Para cualquiera que le conocía. Y era quizá por eso que te sentías superior al resto. No solo habías
conseguido patinar a su altura –aunque admites que tienes mucho más por
mejorar–, sino que te habías ganado su corazón. Algo que nunca nadie había
logrado. Y hasta Víctor lo presumía.
— Aunque es tan vergonzoso cuando lo
hace~. — Dices para ti, sonriendo como el bobo enamorado que eres, con los
lindos mofletes llenos de rubor.
Lo sabes, has vuelto a distraerte. Todo
y que deberías estar practicando ya, pero ni siquiera has entrado en la pista
de hielo. Suspiras y palmeas tus mejillas intentando volverte a la realidad. A
esa realidad en la que practicas algunos saltos y perfeccionas tu flip.
— ¿Eh? ¿Esto estaba aquí cuando llegué?
La curiosidad te mueve, y cuando te
acercas a mirar más de cerca ese bolso que descansa junto al peculiar
portapañuelos en forma de perro de peluche, un sonrojo se expande hasta tus
orejas.
— ¿Deberíamos probarlo, Yuri?
Le escuchas. Fuerte y claro. Y tan
cerca, que no necesitas voltear para saber que tu esposo se encuentra parado tras
de ti. Notas ahora su presencia, y el calor de su cuerpo así como su tranquila
respiración. Aliento que te hace cosquillas en el cuello cuando se agacha sobre
tu hombro y adviertes su sonrisa divertida adornarle los labios.
— Víctor~ ¿estabas aquí?
— Todo el tiempo, Yuri. desde que te
cambiaste en los vestidores.
— ¡Eh!
— Sabes, te vistes de una forma muy
sexy. Por qué no haces lo mismo cuando estás delante de mí. — Reniega con un
puchero, hincando sus dientes en tu hombro, sobre la ropa, provocándote un
estremecimiento y sacándote un jadeo.
— ¡Víctor~!
— Entonces, ¿lo usamos, Yuri?
— ¡No~! — Respondes.
E intentas huir. Aunque, ¿tiene algún
caso entrar a la pista de hielo como si representara algún refugio? Conoces la
respuesta de sobra. Víctor te ha seguido, deslizándose sinuoso sobre el hielo.
Sus sigilosos movimientos te hacen sentir más y más avergonzado, te persigue
con aquella mirada lasciva en la cara. Si hablaran de Eros, honestamente Víctor se llevaba las palmas de oro, o algo. Su
sentido de seducción era envidiablemente superior. Y siempre conseguía de ti lo
que quería.
— Vamos, Yuri. Va a gustarte, te lo
prometo~.
Ahogas un grito de impresión. No sabes
exactamente por qué soltarlo por principio de cuentas, si por la forma tan
sigilosa con que ha conseguido rodearte la cintura, o por la manera en que
tienta tus labios y te roba un beso. O quizá esto y aquello, y lo otro. Quién
sabe. Pero Víctor ha ganado, de nuevo. Y cuando lo adviertes, ya estás de
cabeza. Para ser exactos, formando un 69 vertical que haría explotarte la
cabeza cuando tuvieras tiempo de reflexionar cuán sensible te has vuelto a sus
encantos. De todas formas, no era lo único, Víctor estaba entretenido
saboreando tu erección, tú la suya. Pero ese molesto vibrar en tu interior te
hacía sentir un poquito ofuscado.
Pero lo dicho. Víctor era sigiloso.
Incluso para hacerte usar sus tontos
juguetes sexuales. ¡En plena pista de hielo!
Singular
SeungxPhichit
No había mucho para decir, ciertamente. De
alguna forma han llegado hasta allí. Cumpliendo un año de noviazgo. Si lo
piensas, es tu relación más larga. Técnicamente, la única que cuenta como
relación. Y todavía te preguntas qué los mantiene juntos.
— Seung Gil~ ¡mira para acá!
Exclama. De nuevo. Lleva rato intentando
conseguir una “buena selfie”, dice él. Pero tu rostro no le agrada en ninguna
de ellas. Escuchas el obturador y luego se aleja, reniega de nuevo y lanza su
móvil a un lado, cruza los brazos y hace puchero. Está enojado. Bueno,
adviertes que no ha sido en vano el año juntos, has aprendido a conocerle
algunas reacciones.
— ¿Ya no te gusto?
— ¿Qué?
— ¿Que si ya no te gusto?
— Sí, me gustas.
Respondes. Y honestamente que no
mientas. Tu novio suspira y apoya su cabeza en tu hombro. Tu perro-lobo acomoda
su hocico en su rodilla y le acaricia. Hombre, hasta a tu fiel amigo de cuatro
patas le gusta, claro que te gusta a ti también.
— Soy difícil, ¿verdad?
— Bueno, la mitad del tiempo no entiendo
tu forma de pensar. De la mitad restante sé lo que quieres cuando se trata de
sexo, el resto, creo que un poco voy entendiéndote, Phichit.
— Eso no me motiva, ¿sabes? — Reniega de
nuevo.
Y tú guardas silencio porque
sencillamente no sabes qué decir.
— El sexo es bueno. Sobre todo cuando
pierdes un poquito el control.
— ¿Sí? Lo tendré muy en cuenta.
— ¿Te gusta cómo te lo hago yo?
— Por supuesto. Aunque me gusta más
cuando te lo hago.
— Pero también soy un hombre, es normal
que tome el rol activo de vez en cuando, Seung Gil.
— Lo sé. Tú técnica es buena. Y me gusta
cuando experimentamos cosas diferentes.
Asiente, y tu can termina trepando al
sofá, acurrucándose en su regazo. Le miras de soslayo, también te gusta cuando
está así. Tranquilo, relajado, sonriendo apenas un poco mientras acaricia las
orejas felpudas de tu perro-lobo.
— ¿Te gusta hablar de sexo, Seung Gil?
— No particularmente. — Respondes.
Y entonces rápidamente algo hace clic en
tu cabeza. Generalmente las conversaciones más largas que han tenido son sobre
sexo.
— ¿Hay alguna película que te gustaría
ver, Phichit?
— ¿Eh? — El monosílabo suena lindo en su
voz. Sobre todo cuando se aparta de tu hombro y busca tu mirada. Su expresión
de desconcierto te hace sonreír. Y le besas atraído por esa expresión.
— Lo siento. No he sido buen novio para
ti, Phichit. A pesar de que me gustas, de que haces todo lo posible por estar
en sintonía conmigo, nunca he hecho algo realmente por ti. Por nosotros. Así
que, ¿tenemos una cita? ¿Quieres ir a algún lugar?
Phichit sonríe, te besa como tú a él y
termina empujándote en el sofá. Tu can se ha marchado al patio, dándoles
privacidad. Porque él, como tú, sabe lo que viene. La mirada encendida de tu
novio tailandés te calienta también, su risita cantarina, sus manos inquietas.
Y terminan montándoselo en la estancia, tirados en la alfombra. Cuando se
acurruca en tu pecho y traza figuras sin sentido en tu piel, es tu mano la que
busca el móvil. Y haces una selfie repentinamente. Crees que le has pillado por
sorpresa, pero cuando revisas la fotografía, encuentras que sale guapo y sexy,
coqueto.
— Eres realmente un caso en esto,
Phichit.
— ¡Soy el mejor~! — Exclama.
Y le dejas hacer lo que quiere cuando te
arrebata el móvil de las manos y comienza a tomar fotografías desde distintos
ángulos, con distintas expresiones. Y lo aceptas, le sigues un poco el juego
aunque de todas formas lo tuyo no sea salir genial en las tomas. Pero lo
entiendes mejor que nunca. Que te gusta, que estás enamorado. Que le amas, por
esa singular personalidad suya tan encantadora.
Y admites tu fortuna.
Su singular amor, tu singular presencia.
Una singular relación.
~T~
Tacto
EmilxMichele
Acabas de comprobar algo. Los hermanos
Crispino no tienen ni pizca de tacto. Nada, cero en absoluto. ¿Piensan que
pueden jugar contigo como les venga en gana? ¿Que besarte es cosa natural y que
pueden largarse y dejarte con un palmo de narices? Seguramente que lo hacen.
Porque ni bien te besó, el mellizo está listo para largarse, sin darte
explicación alguna, sin decir una maldita palabra.
— Mickey. — Le llamas.
Y sabes que tu voz ha sonado dura,
severa, molesta. La fuerza alrededor de su muñeca es tal, que se gira a mirarte
con ojos asustados. Esos preciosos ojos color púrpura que ahora se clavan en el
agarre que tienes alrededor de su muñeca.
— Su-suéltame, Emil.
— No.
— ¡Suéltame!
— Me besaste, Emil.
— Yo, yo no. Eso, nh.
— ¿Tienes idea de lo que siento por ti,
Mickey?
— ¿Eh?
Y lo obtienes. Esa mirada entre
sorprendida y dubitativa que se dirige hacia ti. Su rostro no deja espacio para
las máscaras, y por el temblor que sientes en su mano, estás seguro de que está
nervioso y aterrado. Como un perrito que no está acostumbrado al contacto.
— Primero Sala, después vienes y haces
lo mismo. ¿Soy el juguete de ustedes acaso?
— Eso no…
— Entonces dime por qué.
— Esto…
— Dime, o voy a besarte aquí y ahora,
Mickey.
Dices. Y esperas haber sonado lo
suficientemente severo y duro para que te lo crea. Eres cuatro años menor que
él, pero todavía eres más alto y fuerte, si quisieras realmente podrías
someterlo a tu antojo. Aunque peleara, rasguñara y pateara, sabes que podrías
imponerte. Y Crispino no está ajeno a esa realidad.
— No lo sé. — Murmura entre dientes,
bajando la mirada e intentando, en vano, escapar de tu agarre.
— ¿No sabes? Así que vas por ahí besando
a tipos sin saber por qué, Mickey.
— ¡Claro que no! — Espeta, mirándote con
esos ojos furiosos que, no vas a negarlo, te encantan.
— Entonces. — Insistes.
— ¡Ya te dije que no lo sé! ¡Pero no voy
besando a cualquiera! ¡Ni siquiera soy gay, estúpido Emil! ¡En tal caso es tu
culpa!
Ah, sonríes y te regocijas con su
perturbada expresión. Ha dicho más de lo que seguramente quería, pero ha valido
la pena. Porque le has pillado con la guardia baja. Porque lees entre líneas,
que le gustas. Que, tal vez, como dijo Sala, tienes realmente una oportunidad.
— ¿Te gusto, Michele? — Preguntas. Y le
llamas por su nombre con alevosía y ventaja. Admiras su sonrojo y te llenas de
confianza.
— Q-qué, ton-tería. — Tartamudea,
intenta escapar de nuevo de tu agarre pero en cambio tú tiras con fuerza y le
haces chocar contra tu pecho.
Su cuerpo tiembla entre nervioso y
enojado. Sabes que le disgusta sentirse superado por ti. Por otro lado, a ti te
encanta, tener este poder sobre él.
— Me besaste. No eres gay. Pero me
besaste, Michele.
— Deja de llamarme por mi nombre,
estúpido Emil.
— Entonces dime, ¿te gusto, Michele?
Le provocas. Y obtienes tu recompensa
cuando su sonrojo le explota en las orejas. Desvía la mirada y muerde su labio
inferior. Aprovechas su vulnerabilidad y rodeas con la diestra su cintura,
pegándole a tu cuerpo. Él tartamudea y lucha en medio del repentino abrazo.
Pero no le dejas escapar ni opciones siquiera. Le besas. Algo más rudo y largo
que lo que él hizo contigo. Empujas tus labios contra los suyos hasta que te
responde, pero no conforme con eso, exploras con tu lengua, saboreando el
interior de su boca. Rompes el beso sin ganas, pero interesado en la expresión
de su rostro. Está furioso, por supuesto, pero de alguna manera, demasiado
tranquilo contra tu cuerpo.
— ¿Mickey?
— Estúpido Emil, me quedaré contigo
siempre que te mantengas lejos de Sala.
Dice. Pero tú adviertes la verdadera
intención de sus palabras. Lees entre líneas de nuevo. Y comprendes que está
aceptando que le gustas, que siente algo por ti, que el beso no le molestó. Que
lejos de eso, el enojo que está experimentando es justamente por haber caído
por ti. Sonríes y aseguras que sí, que le serás devoto solo a él. Y luego te
acusa de ser insensible y bruto, te replica el poco romanticismo, te asegura
que ninguna chica se enamorará de ti en el futuro.
A ti no te importa. Solo lo quieres a
él.
Aunque lo aceptas, no has tenido tacto
para nada.
Pero qué importa, se gustan. Y el largo
camino que han de recorrer, apenas ha comenzado.
Tembloroso
LeoxGuang
Cuando decidió estudiar la Universidad
en tu ciudad, no cabías de felicidad. Estabas tan emocionado por tenerle ahí,
que lo siguiente que cruzó tu pensamiento fue vivir juntos. Por supuesto, no
iba a ser sencillo, tú aún dependías de tus padres, y él de los suyos. Pero,
durante la universidad podías hacer algunos sacrificios, encontrar un empleo de
medio tiempo, hacer un espacio entre tus entrenamientos de patinaje artístico y
conseguirlo. ¿Cierto?
— No hay manera. — Suspiras, dejándote
caer sobre la cama.
No falta mucho para que Guang Hong
llegue a tu ciudad, y tú todavía no encuentras la estrategia que te funcione
para cumplir con tus planes. Tienes algunos ahorros, pero apenas alcanzaría
para lo básico, arrendar un departamento amueblado. Pero, ¿y luego? No iban a
vivir a costa de las mensualidades que los padres de Guang Hong le enviaran, y
no podías exigirle más a los tuyos.
— Tengo que consultar con algunos
amigos. Y con la entrenadora, debe haber alguna forma.
…
La vida definitivamente no era sencilla,
pero tampoco un sendero imposible de andar. Hace dos años ya que tienes ese
noviazgo con Guang Hong, pero apenas han tenido la capacidad económica
suficiente para mudarse a vivir juntos. Además, ahora él realmente era un
adulto, no se meterían en problemas de ningún tipo por ello. Lo que es mejor,
habían tenido oportunidad de elegir juntos el departamento, por lo que era de
agrado para ambos, estaba cerca de la pista de hielo donde entrenan, y además
se ajustaba al empleo que han conseguido, juntos.
No era gran cosa, pero era un inicio
después de todo.
— ¡Leo~! ¡Ayúdame aquí, quieres~!
Le escuchas llamarte desde la entrada,
viene cargando otra caja de cosas suyas, pero sigue siendo tan delgado y
delicado que podrías jurar que le pesa toneladas. Por lo que te apresuras en
arrebatarla de sus manos, besarle una mejilla (obteniendo un adorable sonrojo)
y preguntar dónde debes dejarla.
— En la cocina, es un obsequio de mis
padres. — Murmura. Y tú encuentras todavía más adorable que no consiga
acostumbrarse a tus demostraciones de afecto.
Bueno, no le culpas, porque en cierta
forma eres igual a él. Besarle, tomarle la mano, abrazarle. Esos gestos
cariñosos tan normales para muchas parejas eran todo un logro para ustedes.
Quizá porque en el fondo sus personalidades se parecían en esa tierna timidez.
— Cuando hables con tus padres, recuerda
agradecerles por mí también, Guang Hong.
— Lo haré. Voy, a bajar por algo más.
— ¡Espera! Voy contigo.
Para el atardecer, finalmente habían
conseguido meter todas las cajas y demás cosas en el departamento. El lío sería
ordenarlo todo.
— Comamos y continuamos luego.
— Ok~.
Al anochecer, tenían listo lo básico.
Aunque los libros de tu novio aún estaban desordenados en el librero, y los
tuyos continuaran en una caja. Después de todo, tenían vacaciones y no había
tanta prisa en ordenar aquello. En el baño también estaba todo listo, por lo
que cuando él se te adelantó a la ducha, tú te apresuraste en ordenar la
habitación, unas velas de colores aquí y allá, la luz a medio tono. La cajita
de terciopelo en tu bolsillo. Una rosa en botón en tu mano.
Tiemblas, quieres pedirle matrimonio esa
misma noche, y sellar los sentimientos compartidos con algo más que solo la
convivencia. Quieres sentirlo tan tuyo, que incluso si solo le mirasen la mano,
sepan que está comprometido. Que no es un lindo chico libre.
— Leo, la ducha está…
Sus palabras mueren cuando entra en la
habitación. Se cubre la boca con una mano y la toalla que llevaba en su cabeza
resbala colgando de sus hombros, su cabello castaño gotea, sus pies descalzos
sobre el piso de madera se paralizan. Aclaras la garganta y te acercas a él,
sujetas su mano y respiras hondo.
— Guang Hong, ¿te casarías conmigo?
Dices. Y casi te riñes por lo directo
que has sido. Habías pensado en un bonito discurso, en decirle todas las cosas
que adoras de él, en adornar un poquito más tu propuesta. Pero te ha resultado
así. Y no te arrepientes del todo, porque su linda cara aniñada (no muchos le
creen que ya tenga 19) cubierta de rubor lo vale todo. Sus grandes ojos color
chocolate brillando como si las estrellas se hubieran colgado de sus pupilas,
su tembloroso cuerpo imitando el tuyo.
— Sí, quiero Leo.
Responde. Y tu primer impulso es
besarle. Dulce, tierno, adorable. Sujetas su rostro con una mano, la otra
aprieta la cajita de terciopelo en el bolsillo de tu desgastado jean. Cuando se
separan, topas tu frente con la suya, susurras el “te amo” que te faltó antes y
lentamente le muestras el anillo. Es sencillo, pero lleva consigo todos los sentimientos
que tienes por él. Tembloroso, lo colocas en su dedo. Y tembloroso, se cuelga
de tu cuello mientras te mira esperando por otro beso.
~U~
Único
OtaYuri
¿Cuánto hacía que habían comenzado la
relación? Casi un año. Y todavía no podías creer que ustedes realmente
congeniaran tan bien. Al final, hace un par de meses, su abuelo se había enterado
de tu relación con Yuri, se había enojado un tanto, y luego había aceptado tu
presencia en casa, como su novio. Aunque la afilada mirada del anciano te
siguiera con el recelo propio al ser su única familia.
— Beka, ayúdame en la cocina.
— Sí.
Responder por inercia. Aunque en
realidad casi se te haya ido el aliento al verle así, con un delantal mono
alrededor de la cintura, el rubio cabello –bastante más largo ahora– amarrado
en una coleta sobre su coronilla, unos cuantos mechones rebeldes cayendo sobre
su frente. Además, había crecido un poco, y te preocupa en alguna medida que en
cualquier momento te deje atrás, pero seguía tan delgado y lindo como cuando comenzaron a salir.
Le sigues en silencio, advirtiendo la
mirada del abuelo Plisetsky en tu espalda. De todas formas piensas que es un
poco injusto que dude de ti. Por supuesto, no harías nada indebido con Yuri
cuando el abuelo está presente. Luego terminas ayudando a tu novio a preparar
los famosos “pirozhki”. Y no sabes si es porque lo amas, porque los prepara él
con sus propias manos, o qué, pero encuentras deliciosas las empanadas cuando
es Yuri quien los cocina. Además, le ves sumamente feliz cuando lo hace, cuando
se sienta a la mesa a compartir la merienda contigo, con su abuelo. A veces incluso
comiendo en casa de Lilia, con Yakov de invitado. Piensas, que para Yuri,
ustedes son su familia más cercana.
— Yuri.
— Mh. — Te atiende, dando un mordisco a
su empanada. Algunas migajas quedan en su mejilla, sonríes suavemente e
inconscientemente le limpias con tu mano. Su abuelo carraspea, y sus pálidas
mejillas se tiñen de rojo. — ¿Era eso?
— Ah, no. ¿Me acompañas a comprar un
presente para Yuri y Víctor? Aún no tengo idea qué regalarles.
— Oh, seguro. Tengo algunas ideas, pero
podemos mirar más en otras tiendas y elegir. De todas formas pienso comprarles
algo sencillo. Ni que fuera gran cosa.
Sonríes y guardas silencio. Yuri no se
ha acostumbrado a la idea de asistir a la boda de Katsuki y Víctor. Aunque
llevaban bastante tiempo comprometidos, e incluso tenían un hijo y se llamaban
de “esposo”, era momento que una ceremonia oficial no se había llevado a cabo.
El resto de la comida transcurre entre
charlas de la infancia de Yuri. Su abuelo aprovecha para avergonzarle un poco,
y tú encuentras sumamente agradable escuchar de sus años de infancia. Cuando
Yuri se pierde en la cocina después de la comida, su abuelo te arrastra a la
estancia, decidido a mostrarte unas fotos “secretas” de su preciado nieto.
— Otabek.
— Sí, señor.
— Yuri es mi única familia ahora, pero
sé que no estaré aquí para siempre. Por eso, voy a confiarte la felicidad y el
futuro de mi querido nieto desde ahora, ¿entiendes, muchacho?
— Entiendo, señor. Le prometo dedicar mi
vida a hacer feliz a Yuri.
Dices. Sin titubeo alguno, seguro de tus
sentimientos por el joven ruso. De los que él te muestra también. Aunque ambos
son jóvenes, no dudas de tener un “amor eterno” junto a Yuri. No sabes si es la
imprudencia de la juventud. O si simplemente confías demasiado. Tal vez era
cosa del destino. O algo.
El abuelo Plisetsky sonríe, asiente y se
acomoda mejor en el sofá, lleva consigo un álbum de fotografías que no estaba
junto a otros en el estante de la estancia. Adivinas que realmente son
“secretas”. Y te da un ataque de ternura cuando comienzas a verlas.
Honestamente, ver a Yuri de bebé, desnudo, sonriente, rosadito. Te hace
adorarlo todavía más. Y desear tener bebés así de preciosos como él. Luego
llegan otras fotos, un poco más crecido, rodeado de gatos –supones, claro, que
los ha amado realmente toda su vida–, otras más vestido como princesa. Te
asalta un sonrojo y no sabes cómo hacer para sacarte de la cabeza la repentina
visión del Yuri actual vestido como colegiala o algo parecido.
— ¡Abuelo, por qué! ¡No mires eso,
Otabek!
Y salta, como el minino crispado que es,
intenta arrebatar el álbum de tus manos pero termina encima de ti en una
postura nada sana para tu mente –y otra zona de tu anatomía–, su abuelo habla
de lo adorable que eras entonces, de la cantidad de veces que tu madre se
emocionaba vistiéndote de niña. Un sentimiento de nostalgia mezclado con
alegría y dicha se apodera de la escena. Y está bien. Porque comprendes que
ahora, también eres parte de su familia.
Único.
Sin igual.
Tuyo. Tú de él.
Sujetas su rostro por las mejillas, y en
medio de su berrinche. Le besas. Se queda quietecito en su sitio en un
parpadeo. El abuelo Plisetsky dice algo sobre mirar tv y les manda fuera.
— Vayan a hacerse cariñitos a otra
parte, este anciano no quiere enterarse.
Dice. Y Yuri te fulmina con la mirada
por tu atrevimiento. Tú le sonríes, acaricias su mejilla, colocas un rubio
mechón detrás de su oreja y le invitas a salir.
Utopía
SeungxPhichit
Tal cosa como lo ideal no existe más que
en el pensamiento de las personas, piensas. Y tu ideal de una relación duradera
era que al menos hubiera una digna comunicación entre ambas partes. Pero con
Seung Gil, eso era un tema agotador.
— ¡No contesta de nuevo! — Exclamas a
punto de las lágrimas.
Sí. De las lágrimas, porque te sientes
frustrado y temes, por primera vez, que tu novio malinterprete una fotografía
que circula en las redes sociales. En donde tú, pillado por sorpresa y por una
serie de circunstancias que no tiene caso recapitular, terminaste en una
posición embarazosa y comprometedora, con otro patinador tailandés. Tus redes
sociales estaban llenas de preguntas sobre si aquello había sido un juego, una
broma, o si ya te habías separado del patinador surcoreano, Seung Gil. Te has
cansado de intentar explicar que ha sido algo circunstancial y de asegurar que
sigues tan enamorado de tu novio como desde hace un año cuando comenzaron a
salir.
Por supuesto, es mentira. En realidad
comenzaste a salir con Seung Gil casi por capricho, pero ahora realmente te
habías enamorado. Todo y que su personalidad no era fácil de llevar para
alguien como tú. Y que la distancia no les permitía verse tanto como querían.
Tomaste tu móvil e intentaste una vez
más. Después de varios segundos, cuando
casi estabas por colgar, finalmente escuchaste su voz.
— Phichit, ¿qué sucede? Estoy
practicando, pero tengo decenas de llamadas perdidas tuyas.
— Seung Gil, ¿no has revisado las redes
sociales?
— No, sabes que no me tomo tanto tiempo
para eso. Por qué, qué sucede.
Por un momento estuviste tentado de
decirle que nada, que todo estaba bien y que solo querías escuchar su voz. Pero
te arrepentiste de inmediato. Lo tuyo no era mentir, ni disfrazar nada. Querías
una relación basada en comunicación, ¿cierto?
Y te tomaste el tiempo para explicarle,
esperaste que hiciera alguna pregunta pero se limitó a decir que estaba bien,
que confiaba en ti.
— Tengo que volver a la pista, charlemos
luego.
Y colgar. Y dejarte igual o peor que
antes. Porque todavía no sabes cómo interpretar el tono de su voz cuando solo
le escuchas al otro lado de una línea telefónica. Era difícil entenderlo
mirándole de frente, sin ese contacto visual, sin poder abrazarle o mimarte con
él, se sentía tan vacío.
Impulsivo como llegas a ser, tomaste el
primer vuelo a Seúl. Llegaste a su casa con apenas un bolso y la misma ropa de
la noche anterior mientras practicabas. Te sentiste algo tonto y absurdo, hasta
molesto contigo mismo. Solo Seung Gil podía hacerte perder la compostura y la
alegría que te caracteriza de esa manera. Levantaste la mano listo para llamar
a su puerta, cuando su voz te atrapó desde atrás.
— ¿Phichit?
Viras el cuerpo y tu rostro se
descompone cuando lo ves. Corres a abrazarlo y las lágrimas te surcan las
prietas mejillas involuntariamente. Espasmos sacuden tu cuerpo mientras lloras
en su hombro y juras que lo amas. Su mano, torpe y pesada, da palmaditas en tu
espalda, pero ni una palabra sale de sus labios. Y eso te molesta y asusta a
partes iguales.
Luego te jala dentro de su casa, su
adorable can le saluda eufórico, a ti igual, menea su cola y chilla quedito
cuando no le respondes como todas las anteriores ocasiones en que estuviste ahí
de visita.
— Siéntate, te traeré agua.
Indica. Y obedeces por inercia. Te secas
las lágrimas y tratas de tranquilizarte, el perro-lobo apoya su hocico en tus
piernas, te mira y ladea el rostro como intentando entender tu estado de ánimo.
Chilla quedito y después de trepar en el sofá, te lame el rostro, llevándose el
rastro de lágrimas y dejando a cambio su saliva. Te arranca una sonrisa y
finalmente le acaricias las orejas peludas, saludándole con un besito en la
nariz.
— ¿Ya estás mejor? — Phichit te
pregunta. Asientes y recibes el vaso de agua que te ha ofrecido.
Él sin embargo no se siente a tu lado,
va al baño y vuelve con una toalla húmeda, limpiando la saliva que su fiel
amigo de cuatro patas dejó en tu rostro. Luego, tras quitarte el vaso de las
manos y dejarlo sobre la mesa de centro, enmarca tu rostro y te besa.
Te pilla un poco por sorpresa, pero te
gusta. Te besa lento, profundo. Se separa y besa tus mejillas antes de volver a
tu boca, besándote entonces algo más salvaje, demandante, rudo. Respondes su
beso tratando de seguirle el ritmo, pero pronto te sientes dominado por su astucia.
— Voy a cancelar mi vuelo, espera un
momento.
— ¿Eh? ¿Vu-vuelo?
— Estabas alterado cuando hablamos por
teléfono, por supuesto, iba a verte. Además, ya vi lo que te preocupaba. Quiero
intercambiar algunas palabras con ese patinador compañero tuyo.
— ¿Eh?
Y lo adviertes. Esa mirada severa,
recelosa. Te tiembla el corazón y te arrojas de nuevo a sus brazos, aunque el
teléfono fijo caiga en el otro sofá y él tenga que ingeniárselas para
equilibrar su peso con el tuyo. Le besas, húmedo y profundo. Porque sí, no es
ni de cerca tu ideal de pareja, o de relación. La comunicación es mala con
palabras, pero todavía se entienden, de alguna manera.
Porque no hay tal cosa como un amor
utópico, perfecto. Pero le amas, y estás seguro que te ama también. Y eso, vale
más que todas las ideas utópicas de un amor eterno.
~V~
Víctor
Victuuri
Víctor Nikiforov. Ese es tu nombre. Y en
el mundo del patinaje artístico, eres toda una leyenda viviente. Lograste
grandes cosas sobre la pista de hielo, te alejaste durante un año mientras te
dedicaste a entrenar a Yuri. Lo que no esperabas, era caer realmente en el amor
por él, y quedarte a su lado. Por algo más que curiosidad, profesión o responsabilidad.
Cuando Yuri te ofreció aquel anillo en
España, tú todavía estabas un tanto confundido. Quizá por lo repentino de todo.
Y porque en palabras de Yuri, no había sido una propuesta de matrimonio como
tal. Pero, lo aceptaste un poco más tarde, así era él. Algo torpe con las
palabras, pero muy entregado de corazón. Y entonces todo se resumió a, ¿cómo no
amarlo? Ya habías caído completamente por él.
Y ahora, a tres años de distancia de
aquella peculiar noche. No solo le tienes a él, sino también al pequeño Yurik.
Fruto del amor mutuo.
— Víctor, vamos a dormir.
Le escuchas llamarte desde el umbral de
la habitación de Yurik. Bosteza y se saca un momento los anteojos para secarse
las lagrimillas que produjo por reflejo su bostezo. Arropas de nuevo a tu
pequeño, le besas una redonda mejilla y enciendes el móvil con figuras de
perritos para que alumbre su habitación con tenue luz durante la noche. Das
media vuelta y rodeas su cintura, besando casto sus labios.
— Luces cansado, Yuri.
— Es porque estuve planeando el
campamento de verano para los chicos que acuden a las clases en el Hasetsu
Castle. Yuko-chan y las trillizas me pidieron el favor.
— Pero tú lo olvidaste por estar
concentrado en Yurik y tu propio entrenamiento, ¿cierto?
Sonríes ante su sonrojo y le mimas otro
poco. Caminan abrazados hasta la habitación y mientras él se mete bajo las
mantas con su tierno pijama de conejitos, tú te sacas la ropa dejando solo la
ropa interior. Así es como duermes siempre. Al menos hasta que todavía te
sientas así de jovial. Cuando la edad te haga estragos, probablemente muestres
menos tu cuerpo y lo ocultes más.
Ríes ante tu pensamiento.
— ¿Víctor?
— No es nada, solo estaba pensando en
algo.
— Yo estaba pensando en que te iba a
reñir si despertabas a Yurik~. Acababa de dejarle arropadito y dormido.
— Lo siento, no pude evitarlo.
— Víctor.
— ¿Sí?
— Te amo. — Dice.
Y tú de pronto recuerdas que más que una
leyenda viviente del patinaje artístico. En casa eres solo Víctor Nikiforov. El
hombre enamorado, el hombre feliz. El hombre cuya familia le da todo lo que
necesita.
~Y~
Yuuri
Victuuri
Katsuki Yuri. No es un nombre tan
popular como el de tu esposo, pero todavía estabas orgulloso de ser quien eres.
De los logros que has obtenido hasta ahora, de la medalla de oro que guardas
junto a las preseas de tu esposo en una vitrina en casa.
Dos años, eso te había tomado ganar la
presea dorada en un Grand Prix. Y después de eso, en medio de la pista y tras
la premiación, Víctor te había propuesto matrimonio delante de miles de
personas, y miles televidentes más. Siempre que piensas en ello te asalta la
vergüenza y te sorprendes de no haberte desmayado ahí mismo.
— Aunque sí lloré. Y bastante, estaba
tan emocionado que no lo pude evitar. — Suspiras.
— Papi~ papi~.
Entonces Yurik llega, su rostro
sonriente te llena de alegría y le recibes en brazos cuando llega ante ti. Te
presume el dibujo que hizo en el centro infantil y además, ¡que ya no moja el
pañal! Tenía poco más de dos años, pero le había costado un poquito
acostumbrarse al pañal entrenador, pero ahora estás seguro de que ya puede usar
calzoncitos sin tener tantos accidentes.
— Ese es mi precioso Yurik, papá también
estará orgulloso cuando se lo digas.
— ¿Vamos con papá ahora, papi?
— Claro que sí. Vamos allá.
— ¿También puedo patinar con ustedes? —
Pregunta entusiasmado.
Y tú asientes, prometiéndole que sí.
Aunque de todas formas seguro que lo conseguía, porque Víctor lo consentía
demasiado.
— ¡Yuri, Yurik~! ¡Mis hermosuras~!
Tus mejillas se tiñen de rojo cuando lo
escuchas. Todavía no sales del auto cuando tu esposo ya está cargando a Yurik y
le llena el rostro de besos. Al mismo tiempo, el pequeño presume su dibujo y
que no moja más el pañal. Víctor le felicita y le llena de nuevos mimos. Y
promete que han de festejarlo yendo al parque de diversiones el fin de semana.
— Bienvenido, amor~. — Te saluda de
pronto.
Y te sorprendes de cómo todavía te
sonrojas cuando te habla con esa voz melosa, pero una mirada pícara. Estás
seguro de que te desnuda con la mirada, aunque ahora estés un poquito “gordo”
últimamente.
— ¡Papi, papi! ¡De prisa~! — Yurik
exclama, y ustedes no duda en seguirle los tiernos pasos.
Eres feliz. Lo tienes todo. A Yurik, a
Víctor. Familia, amigos.
No hay nada que pudieras desear más.
Excepto, otro hijo. Tal vez.
~Z~
Zigzag
Victuuri
Esa mañana en el entrenamiento le ves
caminar de aquella manera por segunda vez. Te alertas y preguntas si se siente
mal.
— Solo, un poco mareado. Tal vez no he
descansado bien.
Yuri dice. Pero adviertes que eso no es
solo cansancio. Algo más le sucede. Así que le mandas a practicar lo básico, no
quieres que por imprudencia se llegue a lesionar.
Pero ese caminar zigzagueante se repite
en otros momentos del día. Te entra la preocupación. Y entonces notas que Yuri
rehúye tu mirada, se pone algo ansioso y nervioso. Y la mañana siguiente,
cuando despiertas él ya no está en la cama. Se ha encerrado en el baño.
— ¿Yuri, estás bien?
— Víctor. — Habla, al tiempo que abre la
puerta del baño y te mira con una expresión indescifrable. — Víctor.
— ¿Sí?
— Vamos, a tener otro bebé.
— ¿Eh? ¡Eh!
De la sorpresa pasas a la felicidad
indomable. Le cargas en vilo y llenas su rostro de besos. Él derrama unas
lágrimas de alegría y se deja hacer. Tiene sentido ahora su actitud de días
anteriores. Los mareos, las náuseas matutinas.
…
La noticia la comparten de inmediato con
familia y amigos. Y poco más de siete meses después, reciben gemelos. Yurik
está encantado con sus hermanitos. Y ha ayudado a elegirles el nombre. A la
pequeñita la han llamado Sonja, y al pequeñito Shinobu –sí, algo de ninjas se
ha colado en el pensamiento de Nikiforov, y por alguna razón Yurik lo ha
apoyado–.
Por supuesto, familia y amigos se han
reunido de nuevo, para felicitar y dar la bienvenida a los nuevos integrantes
de la familia Nikiforov-Katsuki.
— Nuestra familia ha crecido bastante,
¿no, Yurio?
— ¡Por qué sigues metiéndome en eso,
Minami!
— ¿Eh? Pero es verdad.
— ¡No soy hijo de ese par de tórtolos
molestos!
— Oh, no, no eres su hijo. Eres su hija.
— ¡Repite eso!
Bueno, algunas cosas, no cambiaban ni
con el pasar de los años.
Otabek sostuvo a su novio, Minami se
concentró en los bebés.
Yuri y Víctor, solo saben que la
felicidad que sientes sobre el hielo, es ahora la misma que sienten fuera de
él.
FIN
AHHHHHHHHH
ResponderBorrardespues de horas lo termine de leer...... (gritos mudos.. hay familia en casa).... tan lindos.....
cada una de las historias me llevaron a tener sentimientos distintos en cada una....
cada una de las parejas me re encantan... solo me falto chris.... y una pareja par a el... pero por lo demás estuvo tan fascinante que me quedo sin palabras para seguir alabando tu mente maestra...
hasta la proxima!!!... besos y abrazos a la distancia...
matta ne... <3
AHHHHHHHHH me ha encantado, no haba podido acabar de leerlo. Lo ame, cada pareja es diferente y su relación se muestra de la mejor manera. Tambien quiero ver a los bebes de Yurio con Otabek XD
ResponderBorrarmuchas gracias por regalarnos estas historias :)